Capítulo 48
En el pasado.
No había pasado más de un mes de su primera cita, aunque ya acostumbraban a salir regularmente, Chiemi la pasaba tan bien cada vez, que deseaba con ansias la siguiente. Todos los días despertaba con algún pequeño detalle en su escritorio, sus enfermeras se habían vuelto cómplices de Dereck desde que la trajo de vuelta a la enfermería después de su primera cita. Recordaba que no había bebido mucho, pero nunca antes lo había hecho, así que no tenía mucha resistencia al alcohol y si no hubiese sido por él, no hubiese podido volver a su despacho en la enfermería.
Sus recuerdos de esa noche eran borrosos, recordaba que hablaron sobre muchas cosas, pero sobre todo, pudo reírse demasiado. Como jefa de la enfermería, normalmente debía mantener la compostura, pero Dereck siempre le recordaba que ella tenía derecho sobre su propia vida y sus decisiones, y así pudo soltarse para disfrutar de la noche.
Realmente lo había disfrutado mucho. Se sonrojaba recordando cómo Dereck la llevaba en brazos hasta su cama y la dejaba ahí, recordaba haberlo escuchado escribiendo algo, pero el sueño y el alcohol le ganaban. No sentía fuerzas para más que para dormir en ese momento, así que no le dio importancia, y entre dormida y despierta, pudo sentir un beso de él en su frente antes de irse. A la mañana siguiente Chiemi encontró una carta en su escritorio, eso era lo que había estado escribiendo.
Pasé un día extraordinario a tu lado, de verdad haces brillar mi vida. Ojalá pueda tener el privilegio de disfrutar de tu compañía más a menudo.
Mi querida chica, déjate llevar, mira lo bien que te fue hoy haciéndolo, sé que tienes el potencial para muchas cosas en esta vida y espero poder estar a tu lado para verte lograr cada una de ellas.
Nuestra historia apenas comienza, pero sé que todo lo que está por venir te encantará, aunque en algún momento lo dudes, confía en mí, todo esto es para ti.
Quiero crear un nuevo mundo y que tú seas la reina,
Dereck.
Ella hubiese deseado poder vivir un poquito más en su sueño de cuento de hadas. Sin embargo, el mundo de Chiemi se estaba cayendo, nadie entendía qué estaba pasando, pero el índice de muertes en el pueblo había subido muchísimo, cada día eran más y nadie había podido encontrar un patrón de contagio.
Aquel día rápidamente pudo notar que había menos enfermeros en todos lados, haciendo el trabajo mucho más agotador para los que quedaban en servicio. Alarmada, buscó en la zona común de los enfermeros, a donde eran llevados al enfermarse, y descubrió que ahí estaban, decenas de enfermeros yacían sobre camillas, cuidando unos de otros. Entre ellos, uno de sus practicantes, Cole. Se acercó a él y tomó su temperatura.
A simple vista, él presentaba los mismos síntomas que venían observando en algunos de los pacientes más recientes, según los informes que había leído días atrás. Si estaba atacando también a sus enfermeros, ¿se trataba de un virus? Habían intentado mantenerlo controlado, pero ahora que les faltaba personal sería aún más difícil. Mientras planeaba qué podrían hacer a partir de ahí, una de sus enfermeras de confianza se acercó a ella.
—Señorita, la buscan —era Denisse, en su rostro se notaba que no era nada para nada bueno.
Detrás de ella se encontraban dos agentes de seguridad pública, unos Brown. Por su fuerza, normalmente solo los usaban para buscar a personas altamente peligrosas. Chiemi temió que buscaran a alguien que anduviera suelto en el hospital, intentó mantener la calma y se dirigió a ellos.
—Caballeros, ¿en qué puedo servirles?
Inmediatamente, ambos hicieron unas maniobras que la dejaron inmovilizada en cuestión de segundos, todo había ocurrido muy rápido. Lo siguiente que recordaba era cómo la encadenaban y le pedían que guardara silencio.
—Pero, ¿qué está pasando? —preguntó ella mientras la llevaban casi empujada fuera del hospital, ella observaba la cara de sus enfermeros, todos la miraban con lástima.
—Ya puedes dejar de actuar, bruja. Te llevaremos a una celda, a dónde perteneces —le respondió uno de los muchachos que la tenían sujetada, el otro se rio en complicidad.
—No tengo idea de lo que están hablando —replicó ella.
—No te preocupes —habló el otro de ellos—. Irás a un juzgado, ahí te lo explicarán todo.
Estaba muy nerviosa, pero esperaba que pudiera tener su momento de hablar. Fuera lo que fuera, no pensaba que podrían incriminarla por algo que no había hecho y estaba más que segura de no haber hecho nada malo.
Decidió guardar silencio y esperar, ese par de hombres la subieron a un camión que al parecer servía para carga, ya que no iba sentada, la dejaron de pie en el contenedor de la parte de atrás. Durante todo el camino, estuvo cayéndose y golpeándose contra las paredes, con cada golpe escuchaba las risas de aquellos hombres desde la cabina de adelante.
Sus esperanzas de salir rápido de aquella situación se apagaron, aún más, cuando el camión paró. Comenzó a escuchar abucheos desde la parte de afuera del camión y temió por el momento en que abrieran la puerta del contenedor donde la transportaban, una gran variedad de insultos lograban filtrarse entre las paredes metálicas del contenedor, y con cada uno de ellos se incrementaba su miedo de salir de ahí.
Estaba acostumbrada a que el pueblo la respetara, y ahora veía una fase completamente distinta hacia ella. La invadía la incertidumbre, preguntándose, sobre todas las cosas, qué había hecho para merecer ese cambio de actitud hacia ella. Escuchó cómo se soltaban los seguros de la puerta desde afuera, e inmediatamente sintió cómo un vacío se apoderaba de su estómago y hundía su pecho.
Cuando la puerta se abrió, quedó en shock al ver tanta gente reunida alrededor del camión. Sus rostros reflejaban una mezcla de emociones, algunos lloraban, otros gritaban, pero lo que destacaba por encima de todo eran los insultos que recibía. Buscaba desesperada alguien que pudiese ayudarla, reconocía la mayoría de esos rostros, unos más que otros, eran personas que solían frecuentar la enfermería.
Su búsqueda paró cuando pudo notar entre la multitud a una persona de confianza. Se trataba de Glory, la había visto antes de su cita con Dereck, recordaba que su hijo había tenido un pequeño accidente con su padre, y habían ido juntos a la enfermería. Su hijo, Lou, había sido una de las víctimas del virus que estaba azotando a la población y en aquel momento la cara de Glory se encontraba roja e hinchada, haciendo notar que había estado llorando.
—Vamos, hay que llevarla adentro —era uno de los muchachos que la habían metido ahí, le hablaba a su compañero, quien asintió y se metió al contenedor.
Chiemi, que no sabía cómo reaccionar, se quedó paralizada. Quería huir, pero era imposible. El contenedor del camión no tenía ventanas, no había sitio al que pudiera correr. El chico se acercó a ella y amarró un pedazo de tela sobre su boca, luego sujetó sus brazos y comenzó a empujarla para salir del vehículo. Cuando se encontraban fuera, pudo notar la magnitud de personas que se encontraban ahí, al parecer, testificando en su contra.
Caminó junto a aquel muchacho a lo que reconoció como el tribunal. Nunca antes había sentido que el tiempo transcurriera tan lentamente como en ese momento. Sintió que el camino entre la puerta del camión, a la entrada del tribunal, se habían hecho más largo desde el momento en que comenzó a ponerle cara a cada una de las personas que la insultaban. Escuchaba cosas horribles, pero nada le desgarró más el corazón que cuando notó que Glory también gritaba en su contra.
La llevaron a una sala oscura, y la dejaron sola. Lo único que pensaba era que las cosas no podían empeorar más, pero claramente estaba muy equivocada. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero sentía los ojos hinchados y cansados de tanto llorar. No se imaginaba cuál podría ser la razón por la que la tenían ahí y le partía el corazón que desconfiaran tanto de ella, después de haber dado tanto por el pueblo.
Cuando vio la puerta abrirse, sabía que era el momento del juicio. Al fin entendería qué era lo que estaba pasando, pero el miedo no la dejaba moverse. Se aferró lo más que pudo, y forcejeó en todo momento, pero era inútil, aquellos chicos eran mucho más fuertes.
Durante todo el juicio, había escuchado cosas que sabía que no eran ciertas. Había sido condenada a morir siendo desterrada, una sentencia que sabía que no merecía. Le mostraron su diario, pero las cosas que nombraron en él no tenían sentido, ya que sabía que no las había escrito. No le quedaba ninguna duda de que los Sabios habían tramado todo ese espectáculo para quitarle la enfermería, siempre habían deseado hacerlo, pero nunca esperó que fueran tan lejos para lograrlo.
En aquel momento se encontraba en una celda, había sido encerrada luego del juicio. E intentaba explicarse lo que había pasado. ¿Qué podría haber hecho que pudiese despertar la furia de los Sabios de esa manera?
De repente, recordó algo que le había dicho Dereck durante su primera cita.
«Vamos a celebrar por todo lo que la vida está a punto de darnos».
Ahora que miraba en retrospectiva, entendía lo tonta que había sido al confiar en Dereck. No le quedaba duda de que él, que siempre había buscado la aprobación de su padre, había encontrado la manera de darle lo que más quería, y arrebatarle a ella aquello por lo que tanto había luchado.
No podía contener la rabia que sentía al encontrarse encerrada por algo que no le correspondía. Odiaba a Dereck por todo lo que le había causado, y lo único que podía hacer era llorar, no tenía ninguna salida. Sentía sus ojos llenos de lágrimas.
Desde donde estaba podía notar que había dos hombres a su cuidado, pero al poco tiempo se decidieron en hacer turnos. Incluso con sus esfuerzos por mantenerse alejados de ella, ambos comenzaron a sentirse mal y tuvieron que pedir que los relevaran. Desde la celda, Chiemi observaba cómo iban y venían distintos guardias de seguridad durante la noche.
Por más que intentara distraerse, no podía. Era imposible dejar de pensar en su condena, la estaba atormentando la impotencia. Quería salir corriendo, escapar de todo. Pero más que nada, lo que más quería era destruir a Dereck, de la misma manera que él había acabado con su vida.
—Todo estará bien.
Era la voz de Dereck en su cabeza. Creyó que estaba alucinando, o quizás solo lo había imaginado, porque juraría haber escuchado su voz. Aunque era prácticamente imposible, no había nadie a su alrededor más que los guardias que relevaban cada tanto, y no se podía ingresar a la celda, no había duda de que él no estaba ahí.
—Sé que quizás no entiendas nada, pero sí, soy yo. Debo explicarte qué está pasando.
Escuchaba su voz claramente en su cabeza, y se preguntaba si era real. No debía haber una forma para comunicarse telepáticamente, ningún don era capaz de hacerlo. Y aunque lo fuera, y Dereck estuviese usándolo para hablar con ella, Chiemi no quería escucharlo. No volvería a caer en sus trucos.
—Estoy aquí para ayudarte —dijo él.
—No, ¡no quiero nada de ti! —gritó ella.
Uno de los guardias de seguridad que estaba haciendo su turno dirigió su mirada hacia dentro de la celda. Asegurándose que se encontrara sola, Chiemi lo vio contener una arcada al acercarse a los barrotes de la cerca, ella tenía algo que los enfermaba.
—¿Qué me hiciste? —le preguntó a Dereck. A partir de ahora le respondería en su mente, no quería que el guardia de seguridad volviera a acercarse.
—Es solo una garantía, para asegurarme de que hagas lo que te diga —le respondió él.
—¿Y de qué te sirve eso? Todos creen que soy una bruja, van a ejecutarme mañana.
—No lo harán si sigues mi plan.
—No haré nada por ti.
—Parece que no tienes más opción, si no quieres morir.
Aquellas palabras fueron como una daga para su corazón, cayó de rodillas al suelo. Él había ganado y lo sabía. Chiemi no podía hacer nada más, era aceptar su plan o la condena que tenían dictada para ella.
—Quieren hacer un gran evento para celebrar tu muerte, así que irás con ellos. Van a hacer toda una ceremonia de destierro, y logré ser yo quien te libere de las ataduras. Justo antes de saltar, vas a repetir mis palabras, te las diré justo como ahora mismo, solo tienes que repetirlas, así serás tú quien dicte la maldición.
—¿Qué maldición?
—Ya lo verás, descansa. Mañana será un gran día, cuento contigo.
La noche se fue haciendo muy larga, Chiemi había memorizado cada grieta en la pared y todos los detalles que conformaban aquella celda. Había visto ir y venir a muchos guardias de seguridad, cada uno distinto al anterior. Dereck, sin duda, se había esforzado en hacer de su última noche la peor.
Cada vez que recordaba su última charla, las lágrimas fluían aún más. Se recordaba a sí misma esa mañana, llena de emoción por volver a verlo, pero ahora sollozaba, sabiendo que su vida ya no sería normal. Lo único que había hecho había sido creer en que alguien realmente la quería, y todo había salido mal. ¿Es que no merecía amor?
Mientras decidía qué hacer, escuchó a alguien venir.
—No podemos seguir así, ya nadie más quiere hacer este turno. Debemos partir ya, avísenle a los Sabios.
Bajo las órdenes de aquella persona, dos hombres entraron a la celda y la esposaron. Luego pusieron una bolsa de tela sobre su cabeza. No sabía dónde estaba, ni a donde se dirigían. La habían hecho caminar mucho, hasta que en un momento reconoció el desnivel en el suelo. Estaba en un barco.
La ataron a un mástil, ella sentía que todo estaba ocurriendo en segundo plano. Aunque había personas hablando a su alrededor, ella no escuchaba nada. Le habían quitado la bolsa de la cabeza y se había dedicado a observar el horizonte, el barco ya se encontraba andando, pero aún no había amanecido. Así que su mirada, llena de lágrimas, estaba perdida entre las estrellas, que luego dieron paso al amanecer.
Se acercaba el momento y no había decidido qué iba a hacer, no quería darle el gusto a Dereck, pero tampoco quería morir. Había vivido toda su vida sirviendo a los demás, y lo que más le dolía era que nunca se había parado a pensar en su bienestar. Necesitaba una oportunidad para poder vivir para sí misma y aunque significara aceptar su trato, pensaba tomar esa última oportunidad que se le presentaba.
En ese momento, lo único que le preocupaba era qué era lo que Dereck le haría decir. Él había mencionado una maldición y ella no tenía ni idea de qué podía ser. No lo había visto ni escuchado desde la noche anterior, y esa incertidumbre comenzaba a inquietarla. Sin embargo, sabía que él no abandonaría su plan tan fácilmente.
De repente, una figura se acercó a ella, vestida con una túnica y ocultando su identidad bajo una capucha. A medida que se aproximaba, pudo reconocer sus ojos, y se dio cuenta de que era él, Dereck.
—¿Estás lista? —le susurró.
Ella asintió.
Dereck se agachó para liberar sus pies de las ataduras, y luego liberó sus manos. La acompañó hacia la cubierta, donde se encontraban todos expectantes. Chiemi no pudo distinguir las palabras que decían, ni el alcalde, ni el señor que se había encargado de dictar su sentencia el día anterior. Se encontraba desconectada de todo, hasta que escuchó su nombre. El alcalde se estaba dirigiendo a ella.
—Señorita Chiemi, debo admitir que toda mi vida le tuve muchísima admiración, siempre me ayudó a mí y mi familia en nuestros momentos más difíciles, y esta es una de las pruebas más grandes que me ha tocado enfrentar como alcalde. Tener que hacer justicia imparcialmente —en ese momento le hizo señas al hombre de la capucha, para que le quitara la atadura de la boca—. Por favor, dinos tus últimas palabras.
Dereck se acercó a ella, y cumplió con lo que le había pedido el alcalde. Al terminar, asintió con la cabeza hacia ella. Chiemi entendió que esa era su señal, así que se concentró en escuchar lo que Dereck le decía en su mente, y a repetirlo en voz alta, para que todos pudieran escucharlo.
—¡Mi amado pueblo de Tyneham! Como agradecimiento por todo lo que han hecho por mí, les concederé mi más grande deseo. A partir de este momento todos ustedes quedan liberados de sus dones, pueden desarrollar un don distinto al suyo y dedicarse a eso. Eso sí, presten mucha atención, todo aquel que use su don de nacimiento quedará unido a él para siempre... O hasta que todos sepan la verdad.
La última parte no era parte del plan de Dereck, había sido agregada por ella. Aunque le habían hecho daño, no quería perjudicar al pueblo para siempre y también necesitaba una manera de escapar de su propia maldición. Dicho eso, y antes de que Dereck pudiese reclamarle algo, corrió por la borda y se lanzó al mar. Habiendo cumplido con su parte.
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