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Capítulo 20


Al acercarse a su casa, Azami sentía como si estuviese cargando algo muy pesado. La culpa la estaba matando, y sabría que enfrentarse a Eamon era el primer paso para aceptar lo que había pasado. Desde que bajó de aquel bote no pudo evitar negarlo todo, negar que Darya se había ido, negar la maldición y sobre todo la culpa que sentía por haber causado todo eso.

La operación de su padre había sido todo un éxito. Pero cuando no es una cosa, es otra. Así que mientras él estaba recuperándose de la operación, ahora Azami debía enfrentar sus errores y buscar la manera de solventar el daño que le había causado a su hermana, y a todos los cercanos a ella.

Decidió que debía comenzar por hablar con Eamon. Sabía que ambos eran muy cercanos y, aunque en ocasiones sentía ciertos celos porque Darya le dedicaba mucho tiempo, también sabía que él la amaba profundamente y que tenía derecho a saber lo que había ocurrido. Era consciente de que le había mentido la última vez que lo había visto, por lo que eso también se sumaba a la lista de cosas que venía cargando.

La lluvia no había parado, así que sabía que podía refugiarse durante un par de horas en esa excusa de que Darya estaba en el hospital con su padre y que no podía salir por la lluvia. Pero, luego de despachar a Eamon con aquella mentira, lo que él le respondió quedó grabado en su mente, y no paraba de repetirse una y otra vez.

Ustedes son toda la familia que tengo.

Aquellas palabras realmente la habían marcado, Eamon había sabido darle justo en el clavo. Él ya había perdido a toda su familia una vez, y Azami no quería ser la culpable de que perdiera a la persona a la que más amaba, con la que muchas veces había soñado en formar una familia, su propia familia.

Si bien quería arreglar aquel problema antes de que su padre o Eamon lo notaran, necesitaba ayuda de alguno de los dos para encontrar a Darya. Y su padre aún se encontraba en recuperación, así que no podría aportarle mucho por el momento, por lo que Eamon se convirtió en su opción principal. Además, Eamon no podía castigarla.

Solo esperaba que no la odiara.

Dudó mucho en tocar la puerta al llegar, sabía que no había hecho ruido, y suponía que él no había notado que ella estaba ahí todavía. Se tomó un momento para asimilar lo que estaba a punto de hacer, estaba a punto de decirle a Eamon que había perdido a Darya, aquello le rompería el corazón, sin duda alguna. Y lo necesitaba cuerdo y enfocado en ayudarla a recuperarla.

Era algo muy difícil. Se sentía atascada, no sabía cómo dar ese paso. 

La lluvia era cada vez más fuerte, llevaba horas sin parar y no entendía por qué resultaba que de la nada tenían lluvias constantes, aquello era toda una pesadilla para los Blue. Como Rose, el agua no le hacía daño, pero había comenzado a temblar por el frío, o eso pensaba. Sabía que, en parte, también era por sus nervios. 

Desde que Darya desapareció, le prometió que iba a buscarla, pero nunca se atrevió a mencionar en voz alta a la maldición. Y sabía que al contarle a alguien más lo que había pasado, podría romper sus esperanzas de encontrarla, especialmente con Eamon, quien estaba profundamente involucrado en múltiples investigaciones junto a su padre.

Azami no podía evitar reflexionar en las numerosas historias que circulaban sobre aquellos que habían sido afectados por la maldición. No había registros de personas que hubiesen vuelto luego de la maldición. Las tragedias eran numerosas: muchos Red consumidos por el fuego que ellos mismos habían encendido, a veces hasta por error, algunos Green siendo prácticamente absorbidos por las plantas al tocarlas, y en especial, no podía parar de pensar en los Blue y esa característica luz, que según las leyendas, rodeaba su cuerpo al desaparecer lentamente en el agua.

La luz.

¿Cómo iba a ser que Azami no notara la luz? No lo había hecho. Sabía que si la maldición atacaba a Darya, lo primero que la alertaría sería esa gran luz que irradiaría su piel al contacto con el agua.

Pero no la había visto, y aquello la confundía, aunque le daba algo de esperanza.

De todas maneras, había un problema, si no había sido la maldición ¿Entonces qué se la llevó? Se sentía muy perdida, fuese o no la maldición, no sabría por donde empezar. Por eso necesitaba ayuda, debía hablar con Eamon.

Sintió una lágrima resbalar por su mejilla.

—Va a odiarme —dijo, aunque sabía que estaba sola, y nadie podría escucharla.

Se mantuvo en silencio un momento, había algo, como un susurro. Intentó concentrarse en eso, pero rápidamente fue eclipsado por el ruido de la lluvia también. ¿O había sido la lluvia? No lo entendía, quizás había empezado a ver y escuchar cosas.

Aquella pequeña distracción pareció liberarla un poco, sabía que no podía mostrarse así ante Eamon, no podía llegar a su casa llorando como si todo estuviese perdido. Lo necesitaba esperanzado, dispuesto a luchar por su hermana.

Sabía que no había registros de personas que hubiesen sobrevivido, pero ella estaba dispuesta a hacerlo todo por traerla de regreso y acá era donde empezaban esos retos. Debía empezar a enfrentarlos uno a uno.

Decidida a lograr su cometido, tocó la puerta.

Al no obtener respuesta en ese momento, Azami se sintió un poco tonta. ¿Acaso Eamon no estaba en casa? Su plan A parecía haber fallado, y la incertidumbre la invadió. Pero aunque fuese un poco cruel, ella sabía que Eamon no tenía otro lugar a donde ir. Él odiaba visitar el refugio de abandonados, su padre no estaba disponible aún para seguir con sus investigaciones, y Darya era a la única a la que podría acudir, pero ya no estaba.

Aquel pensamiento le dolió, sintió su pecho hundirse e inmediatamente intentó dejar pasar ese pensamiento y enfocarse. Iba a encontrarla. Se lo había prometido y no pensaba romper esa promesa.

Desde que nacieron, las hermanas mellizas estuvieron unidas por algo más que la simple hermandad. Lo supieron desde el momento en que adquirieron la suficiente conciencia para reconocerse mutuamente. Era ampliamente conocido que las hermanas mellizas compartían una conexión especial, y esa conexión era lo que más las unía, creando un lazo único y profundo entre ellas. 

No compartían don, ni sus rasgos, eran totalmente distintas, una de piel morena y una de piel pálida, Darya con cabello lacio azul y Azami, rosa y rizado. A pesar de todas sus diferencias, siempre estuvieron ahí para complementarse una a la otra. Aquello las hacía sentir más orgullosas de su relación. Y ahora Azami sentía que le faltaba una parte de ella, había perdido su otra mitad.

Tocó la puerta una vez más, y escuchó algo caerse del otro lado, dentro de la casa. Los nervios se la comían viva, pero ya no había vuelta atrás, la búsqueda había empezado y no iba a parar hasta traerla de vuelta.

Después de esperar un momento, la puerta finalmente se abrió. Detrás de ella estaba Eamon, aún adormecido. Probablemente, se había quedado dormido debido a la lluvia. Aunque no estaba completamente despierto, ya que aún mantenía sus ojos algo cerrados, la recibió con entusiasmo.

—¡Hola, Zami! Entra, está lloviendo muy fuerte.

Azami se apresuró a entrar, aún no había planeado cómo le diría, así que esperaba que saliera bien. Sabía que había arruinado todo, pero que él la recibiera de esa manera tan amable, le hacía confiar en que la ayudaría.

—Gracias por recibirme, sé que estabas descansando.

—No te preocupes, sabes que ustedes pueden buscarme cuando lo necesiten.

Eamon le ofreció asiento en el sillón con una seña, y miró hacia la cocina.

—Está haciendo mucho frío, creo que aún queda un poco de café para preparar. ¿Quieres un poco?

Aunque Azami solía mantener cierta distancia hacia Eamon, en ese momento, él se mostraba extremadamente amable. No dudaba el porqué su hermana se había enamorado de él.

—Estoy bien así, gracias.

—Está bien —aceptó él.

Azami se encontraba sin palabras, y era consciente de que Eamon probablemente querría preguntarle por qué estaba allí, ya que nunca antes se había presentado en su casa, a pesar de saber dónde quedaba. La situación se volvía incómoda mientras ambos se miraban en silencio. Y Azami decidió que debía hablar.

—Tengo que contarte algo.

El tono con el que lo dijo fue más serio de lo que esperaba, no quería alarmarlo tan rápido, y aquello sin duda lo preocupó. De inmediato se sentó al otro lado del sillón, expectante a lo que tenía por decirle.

—Claro, adelante.


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