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Capítulo 18

Darya siempre había sido una joven versátil. A lo largo de su corta vida, había experimentado con diversas actividades para descubrir algo que verdaderamente la apasionara. Le llevó tiempo encontrar su verdadera vocación. No tenía dudas de que amaba el agua, el mar, los ríos... Soñaba con nadar todos los días como lo hacía Azami desde que le enseñó a pescar, pero gracias a la maldición, no podía hacerlo, así que intentaba buscar algo que despertara en ella un interés similar.

En su búsqueda de algo que le gustara, y le ayudara a tener un sustento, Darya exploró diferentes caminos, como la medicina, la enseñanza y trabajar en la biblioteca, pero nada parecía encajar para ella. Sin embargo, todo cambió cuando conoció a Eamon, aquel chico tímido que se cruzó con su familia en el festival de la liberación hace casi tres años, cuando Azami tropezó con él. 

Eamon era una persona sumamente solitaria, y todos en el pueblo le atribuían problemas de memoria, cuestionando por qué no podía recordar a sus padres después de haber sido abandonado a los diez años, todos le reprochaban que aquella era edad suficiente para poder recordarlos y de cierta manera, era como si lo culparan por haber sido abandonado.

Gracias a que sus almas eran entregadas por la naturaleza al nacer, las personas no conservaban ni los dones, ni los rasgos de sus progenitores, haciendo muy difícil reconocer a su familia más allá de los lazos que formaban. Por alguna razón, Eamon no recordaba a la suya y todos lo conocían como un chico abandonado.

Darya solía repetirle a Eamon que nuestro inconsciente, en un acto protector, bloquea algunos recuerdos traumáticos que hemos vivido, para evitar que tengamos que revivir diariamente el dolor de esos momentos. Ella aprovechaba lo que le había quedado de su intento con la medicina. Y con estas palabras, buscaba ayudarlo a sentirse mejor, brindándole apoyo al hacerle ver que no era su culpa el no poder recordarlos. 

Los sabios lo habían refugiado hasta que cumplió dieciocho años, y hace tres años, Eamon se encontraba en el festival buscando ayuda para encontrar alguna fuente de sustento, ya que sabía que se le acababa el tiempo. Darya recordaba ese día como si hubiese sido ayer, y se sentía agradecida con su padre por haberle dado una oportunidad y haber sido su salvación.

Aunque para convertirse en un sabio se requiere pasar por el puesto de aprendiz, lo que a menudo implica un trabajo no remunerado, el señor Hugo le había pedido que fuese su asistente, no le pagaba mucho, pero era mejor que nada y el estar siempre en casa de Darya le dio la oportunidad de conocerla.

—¡No sé qué hacer! —la escuchó decir un día. 

Desde la primera vez que la vio, supo que había algo especial en ella, pero siempre había sido tímido y, a pesar de estar en su propia casa, no había conseguido hablarle nunca más allá de algunas pequeñas palabras que intercambiaban de vez en cuando al saludar o despedirse. Sin embargo, aquel día decidió tomar la iniciativa, ya que notó que Darya se encontraba frustrada.

—¿Necesitas ayuda con algo? —le preguntó, aun sintiendo el corazón a punto de salir de su garganta, sin duda estaba más pálido de lo normal.

Ella no había notado su presencia, por el hecho de que Eamon tenía la habilidad de moverse sigilosamente. Siempre que podía, intentaba pasar desapercibido, especialmente cuando se trataba de ella, debido a lo nervioso que lo ponía. Darya se giró sorprendida cuando lo vio, pero luego volvió a su tono desesperanzado al responderle.

—No... Es que Azami me está ayudando a cultivar unas cosas —aquello hizo que los ojos de Eamon se abrieran como platos, como Green, sabía que aquello era imposible, su hermana era una Rose y no podía tocar las plantas, Darya inmediatamente adivinó lo que pensaba—. No me veas así, no es lo que crees. Ella no está tocando nada, ni haciendo nada, solo me dice que hacer.

Aquello tenía un poco más de sentido para él.

—Entiendo, yo también soy un Green. Si necesitas ayuda con eso, te puedo responder las dudas que tengas.

—No tengo problemas con los cultivos, el problema son las personas —le soltó Darya.

Él no podía creer que ella le estuviera contando sus problemas. Siempre habían intercambiado algunas palabras breves y, por eso, sabía que, de eso a tener una conversación, les faltaba mucho. Pero ahí estaban, y estaba dispuesto a tomar la oportunidad de ayudarla.

—¿Por qué las personas son un problema? —le preguntó él.

—No sé, es que no sé cómo venderles. No me gusta tener que pedir nada, y tampoco quiero molestar a nadie.

—No es pedir, ni molestar. Ellos necesitan de tus cultivos, son alimento y las personas necesitan comer para vivir, ¿no crees?

Él tenía razón. Darya levantó la mirada hacia sus cultivos en la cocina, debía venderlos. Estaba cansada de intentar cosas nuevas que terminaban en fracaso, y no quería rendirse con esto.

—Los Sabios siempre hacen que los niños abandonados vendan cosas para el mantenimiento del refugio, tengo experiencia comerciando cosas, ¿necesitas ayuda?

Y fue así cómo comenzaron su relación, como socios. Eamon iba a su casa en las mañanas por la mercancía del día y la vendía usando guantes para no entrar en contacto con las hortalizas que comercializaba. Además, en las tardes, seguía siendo el asistente del señor Hugo. Sus ganancias aumentaron, y Darya al fin había encontrado algo en lo que era buena.

En aquel momento, Darya notó que se encontraba recordando momentos que habían marcado su vida. Era algo irónico, ya que suelen decir que las personas tienen esos flashbacks justo antes de morir, ¿significaba eso que había muerto?

Realmente no sabía la respuesta, pero necesitaba descubrirla. Así que siguió caminando entre la lluvia, algo que pensó que no podría hacer nunca. Se dirigía hacia la casa de la única persona a la que podía pedirle ayuda en un momento como ese.

‌Volver a casa de Eamon se sentía como dirigirse a su propia casa. Aunque no fuese suya, los dos la habían construido desde cero, y aquella pequeña casa era un refugio para los dos. Darya tocó la puerta y esperó, no recordaba que no podían escucharla, intentó abrir la puerta y ahí notó algo más, no podía manipular nada.

—Muy bien, algo más que no puedo hacer —dijo, sabiendo que era un comentario para sí misma, porque nadie podía escucharla, o eso creía.

Sintiéndose completamente sola, Darya se sentó junto a la débil puerta de madera. No podía hacer otra cosa más que esperar. La lluvia era cada vez más fuerte y el frío la envolvía, una sensación muy nueva para ella, ya que, normalmente, el agua le quemaba.

Decidió levantarse y buscar otra entrada. Su mirada se posó en el interior de la casa, y se imaginó acurrucada en el sillón, tal como lo había estado la noche anterior. Allí solían cenar juntos cuando ella le hacía compañía. Recordó ese momento, que parecía tan cercano pero tan distante al mismo tiempo. Menos de un día atrás, pudo quedarse a dormir a su lado, lo cual fue un gran paso significativo para ambos.

Darya se sintió nostálgica, pensando que tal vez no podría volver a disfrutar de esos preciosos momentos con él. Intentaba no perder la esperanza, aún estaba ahí, aún podía ver y sentir todo, aunque nadie más podía verla. No sabía cómo arreglarlo, pero sabía que debía hacerlo. No podía soportar vivir así, viendo cómo todos seguían adelante, envejeciendo y dejándola atrás.

En casa de Eamon, no había electricidad, solo se iluminaba con velas. Y notó cuando se apagó la única vela que alumbraba la estancia y todo quedó oscuro, aquello la sacó de sus pensamientos. Ahí estaba Eamon, había estado leyendo un libro. Al parecer, la puerta se había abierto por la brisa, pero Darya no había tenido oportunidad de entrar, porque Eamon se levantó a cerrarla de inmediato y a encender la vela de nuevo. No lo culpaba, pues ella tampoco querría tener la puerta abierta con el frío que estaba haciendo.

‌Darya estuvo dando vueltas por los alrededores de la casa durante un rato, no había parado de llover, y calculaba que ya había pasado más de una hora. Nunca había estado expuesta a la lluvia, ni recordaba que duraran tanto, sabía que Tyneham no era un pueblo muy lluvioso, por eso los Blue lo amaban tanto. 

A pesar de sentir mucho frío, Darya reflexionó que, en ese momento, si de alguna manera ella no estaba realmente allí, el frío del agua no le podría hacer daño. 

Cansada de dar vueltas, Darya se sentó apoyada en la pared debajo de la ventana y observó más allá, hacia los senderos donde, según las leyendas del pueblo, antes solían fluir arroyos creados por los Blue. En ese momento, finalmente podía presenciar aquellos senderos llenos por el agua de la lluvia que hace un par de días no dejaba de acechar al pueblo. 

Se acercó a uno de ellos y metió la mano en uno de los senderos, por el cual corría abundante agua. Darya nunca había podido sentir el agua correr de esa forma, y le inspiraba libertad. Aunque aquella emoción rápidamente se vio eclipsada por la nostalgia que la atacaba de nuevo. Al fin podía hacer cosas que quiso hacer durante toda su vida, pero ya no tenía a nadie con quien compartirlas.

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