Capítulo 10
Darya solía ponerse nerviosa cuando se trataba de llegar de sorpresa a casa de Eamon, ya que ella sabía que para él ese era su único refugio y su lugar más privado. No le gustaba no tener una forma de avisarle previamente cuando se encontraba en camino, puesto que en su casa no había teléfono. Aunque confiaba en él, no podía evitar temer descubrir algo que no debería o llegar en un momento en el que no pudiera recibirle. Sin embargo, de alguna manera, esta situación también le resultaba atractiva y romántica, ya que le encantaba saber que podía aparecer en cualquier momento y confiar en que sería recibida con los brazos abiertos.
Mientras se dirigía a su casa, notó que la calle se encontraba llena de lodo, se aseguró de rodearlo, y no pudo evitar pensar en el pequeño accidente hace un par de horas atrás, realmente la había pasado muy mal aquella tarde intentando lavar los restos de tierra de su piel. Por seguridad, los Blue solo podían utilizar pocas cantidades de agua durante sus baños. Para ellos, el agua quemaba, así que normalmente cuando había un accidente como caer entre plantas o tierra mojada, ella usaba pedazos humedecidos de tela para limpiar su piel e intentar no morir en el intento.
No podía evitar pensar que el suyo era uno de los dones más peligrosos que podía existir, además de los Grays, claramente. Se decía que en el pasado, cuando los Grays intentaban desarrollar una nueva habilidad, estos hacían uso de su ingenio, por lo tanto, usaban su don. Tal cosa iba totalmente en contra de la maldición, por lo cual poco después de que la maldición se había dictado, estos se habían extinguido. La bruja Chiemi realmente había sabido desde dónde herir al consejo, que ahora se conformaba únicamente de otros dones. Darya siempre fantaseaba, imaginando que si fuese una Yellow, solo tendría que evitar curar personas, eran quienes lo tenían más fácil.
Al llegar al lugar, decidió dejar de quejarse de su existencia por un rato y tocar la puerta. La entrada de la casa de Eamon era realmente oscura, ya que no podía costear el cableado de electricidad, así que al caer el sol, su pequeña casa solo se iluminaba desde el interior con algunas velas. No había abierto la puerta aún, pero Darya podía observar la tenue luz reflejada en una de las ventanas, haciéndole saber que él estaba ahí.
Como pudo, tocó la puerta de nuevo, intentando no soltar la cacerola que traía en las manos, le había traído algo de comer para la cena. Aunque ella había tenido un día muy difícil, quería que al menos algo saliera bien ese día y brindarle ayuda a Eamon era una de las cosas que daban sentido a su vida. Al segundo toque, Eamon salió rápidamente a ver quién era, asomándose por la ventana y regalándole una gran sonrisa antes de abrirle la puerta.
Cuando la abrió, inmediatamente la rodeó con sus brazos. Eso era todo lo que ella necesitaba, sabía que Eamon no tenía mucho para ofrecerle, era algo que su padre le recordaba diariamente, pero ella estaba dispuesta a que salieran adelante juntos. Su casa era un estudio de una sola habitación, en ella misma se encontraban la estufa, el área del sillón servía como sala de estar y comedor, y en una esquina se encontraba su cama. Era poco, pero al recordar cómo estaba antes, realmente había mejorado.
—Hola, cielito mío —Eamon la saludó afectuosamente mientras la abrazaba con un poco más de fuerza, antes de soltarla e invitarla a entrar, afuera hacía mucho frío.
—Te traje la cena, aún está caliente —le dijo ella entregándole la cacerola.
Eamon expresó su agradecimiento y depositó un beso en la frente de Darya. Observando su apariencia esa noche, le recordaba que siempre había pensado que Darya, rodeada de su cabello azul oscuro, parecía una estrella, lo cual explicaba por qué le gustaba llamarla «cielo».
Ambos caminaron por la estancia juntos. Él se sentó en el único sillón que había en el lugar, cruzando las piernas para poder apoyar la cacerola en ellas y la invitó a sentarse también. En el sillón se encontraba una manta y a su lado, en el suelo, un libro viejo que permanecía abierto, Darya supuso que seguro eso era lo que había mantenido a Eamon distraído mientras ella tocaba la puerta.
—¿Cómo te fue hoy? —le preguntó Darya a Eamon mientras le pasaba una cuchara para que pudiera comer.
—¡Muy bien! —le respondió emocionado mientras comía—. Esto está muy rico, cielo. Muchas gracias.
—De nada, mi amor —Darya amaba verlo bien y siempre hacía todo lo que pudiera por ayudarlo.
—Hoy logré vender todo, necesitaremos reabastecer mañana —se podía ver la felicidad en su rostro mientras hablaba.
Darya recordaba lo difícil que había sido para ella encontrar un don al cual adaptarse, cuando ella y Azami «intercambiaron» sus dones, al fin se sintió cómo todo seguía su rumbo. Pero no todos habían tenido la misma suerte, Eamon no tenía a nadie que le enseñara qué hacer, ni tampoco los recursos para aprender. Él siempre había soñado con formar parte del consejo y así fue como se convirtió en aprendiz de su padre. Sin embargo, necesitaba encontrar una forma de ganarse la vida y abandonar el refugio para desamparados donde había vivido toda su vida.
En el pasado, Azami solía batallar mucho con Darya, ya que era extremadamente tímida y no le gustaba salir a vender sus flores y verduras en el pueblo. Siempre le pedía a su padre que la acompañara, aunque no obtuviera mucho éxito. Fue en ese momento cuando Eamon y Darya comenzaron su relación como socios. Eamon tenía una personalidad sociable y amable con todos, lo cual le facilitaba las ventas, mientras que Darya se encargaba de la cosecha. Juntos formaban un equipo exitoso.
—Me alegra mucho que hayas logrado vender todo —Darya era muy feliz sabiendo que su pequeño negocio estaba trayendo buenos frutos—. Mañana me pondré a cosechar y traeré la carreta llena. ¡Pronto tendrás electricidad!
—¡Lo sé! Me hace muy feliz, gracias.
—¿Por qué lo dices?
—Sin ti no hubiese logrado nada de esto, Dary. Sé que tu papá se preocupa mucho por mí y siempre he sentido que me ha tratado más como un hijo que como su aprendiz, aunque es algo que hago porque quiero salir adelante, no me da dinero. Y sabes que estaba cansado de comer en el refugio cuando hay niños más pequeños que lo necesitan más que yo...
—Sé que sueles preocuparte mucho en todos ellos, —Darya siempre tenía empatía hacia los abandonados, porque sabía que tenía mucha suerte de tener una familia—, también debes pensar más en ti. Tú te mereces poder tener tu espacio, tu propia comida, y sobre todo te mereces construir tu propio futuro, y yo quiero ayudarte a lograrlo —le pasó la mano por la mejilla y lo sostuvo un rato, acariciándolo con su pulgar—. Yo también estoy agradecida contigo, porque de no ser por ti nunca hubiese podido vender mi cosecha y hubiese tenido que encontrar algo más.
—Es que tú puedes hacer lo que quieras —exclamó él, aquello la tomó desprevenida—. Eres buena en todo lo que te propones, eres una de las pocas Blue que se atreven a cosechar aún sabiendo el daño que les hace el agua. Pero yo, no tengo nada más. Si tú algún día no estuvieses, yo no tendría nada que vender, y no habría nada más para mí. Tendría que vivir en las calles o esperar que me reciban en el refugio, aun sabiendo que ya soy mayor de edad... —Eamon ya había terminado de comer y sus lágrimas caían en la cacerola, Darya no entendía por qué pensaba todo eso, mas no sabía cómo refutarlo.
—No tienes que preocuparte por eso, yo siempre voy a estar contigo —le aseguró mientras ayudaba a apartar la cacerola y lo recostaba en sus piernas, permitiéndoles verse cara a cara—. Aunque pudiera, no escogería nada más, ni otro don, ni otra vida. Te amo y quiero que estemos juntos siempre, aunque sea difícil, incluso si tenemos que rehacer todo una y otra vez, o probar con todos los dones, pero quiero que sepas que nunca voy a abandonarte —agregó, tratando de tranquilizarlo mientras juntaba su frente con la suya. Sus mejillas estaban húmedas por las lágrimas y aunque no podía secarlas con las manos, podía sentir cómo su respiración se calmaba.
Eamon se levantó y buscó una pequeña toalla para secarse la cara. Luego trajo una manta para los dos, estaba haciendo mucho frío. Era consciente de que Darya no podía quedarse mucho tiempo porque Azami estaba sola, esperándola en casa, pese a ello, no quería que ella pasara frío el tiempo que estuviese en su casa. En ese momento, entraba mucha brisa desde las grietas de la madera que formaban las paredes de su casa. Se acercó a ella con la manta y se acurrucaron en el sillón.
—Te amo, cielito. Gracias por elegirme —le dijo, realmente estaba feliz haberla conocido.
Estuvieron un rato ahí en silencio, solo sintiendo la respiración del otro y compartiendo su calor. Hasta que Darya sintió algo raro en la cabeza, una sensación de calor muy familiar, que la había acompañado durante toda su vida. Se llevó la mano a la cabeza, justo donde había sentido la gota caer, y en seguida sintió el mismo ardor, esta vez en su mano.
—¡Está lloviendo! —gritó, levantándose del sillón y corriendo hacia la ventana, donde pudo ver cómo la brisa hacía chocar las primeras gotas de lluvia contra el cristal—. No puede ser, Azami está esperándome.
Eamon, que se encontraba moviendo el sillón de lugar, lejos de la gotera. No era consciente del problema hasta ese momento, Darya no podría regresar a su casa si estaba lloviendo, y él no tenía teléfono para llamar a Azami.
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