El dinero estaba muy sobrevalorado en la sociedad. Tanto así que nos hacía dividirnos en clases sociales, estatus y poder.

Pero, realmente... ¿qué es el dinero más que un trozo de papel que ni bien podría encender un buen fuego con el que calentarse en las frías noches de invierno?

Y si no, que se lo dijeran a Jeon Jungkook.

Un chico de veintidós años refugiado en calles poco transitadas desde los diecisiete, cuando su único familiar vivo, su tío, murió a causa de una neumonía severa y no pudo hacer nada por él. Ni por su tío, la vivienda que el banco le requisó, el señor Black, como se llamaba el gato que ambos habían adoptado, y el dinero.

Así que su mejor opción fue salir a la calle y desplegar sus alas; así fuera hacia dentro o hacia afuera, no tenía miedo de echarse a volar y caer irremediablemente.

Pero eso es exactamente lo que ocurrió. Se vio refugiado en un grupo de hombres mayores sin hogar, los cuales cobraban una pequeña parte de una pensión impuesta por el Estado y ayudaban a Jungkook a mantenerse cálido, sentirse en casa. Cuando él nunca había sabido lo que era un hogar.

Aunque... si lo mirásemos desde la perspectiva de Park Jimin, aun teniendo casa, dinero y una familia completa pero sin mascotas, lo suyo no se sentía un hogar.

Y eso se hizo ver cuando cumplió dieciséis y salió del armario condenándose a sí mismo y a toda su familia consigo. Porque su familia era religiosa, asistía a misa cada domingo y recitaba poemas dedicados a Cristo en forma de plegarias. Y para todos ellos, Jimin era el diablo hecho carne, un pedacito de infierno que un demonio mayor les había mandado en forma de pecado.

Porque le gustaban los hombres, le gustaba vestir femenino y le apasionaba pintar hombres desnudos en su libreta de literatura mientras escuchaba música como si pudiese liberar sus sentimientos a través de canciones.

Jimin hacía magia con sus manos pero se sentía en un circo, preso de su propio espectáculo.

Jungkook no sabía hacer ni una sola cosa bien pero lo hacía desde lo más profundo de su corazón.

Sus caminos se cruzaron una tarde de otoño, cuando la brisa comenzaba a refrescar y el Sol a caer para dar paso a la reina. Cuando Jimin se perdió en un callejón y Jungkook le ofreció su única prenda abrigada para que no pasase un mal trago de camino a su casa, en donde le orientó cual experto en la ciudad.

Y volvieron a cruzarse cuando Jimin tuvo que devolver esa prenda.

O tal vez esa fuese su excusa para permanecer una vez más junto al chico de la hoguera en la planta baja de un edificio abandonado. Mientras escuchaban música a través de los auriculares de Jimin y Jungkook le contaba anécdotas fascinantes de su vida en la calle.

Donde un amor nacería a orillas de un espectro hogareño lleno de cenizas y fuego, sin necesidad de otra cosa material más que el refugio de los brazos del contrario.

Para algunos... una simple hoguera a media noche en una calle poco transitada. Para ellos... la unión de ambos en cuerpo y alma.

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