Chapter twelve.
Catherine abrochaba sus zapatos de tacón color negro, entretanto repetía mentalmente algunas líneas de vital importancia para ese día.
El juicio que tan nerviosa la tenía había llegado, y aunque sintiera ganas de huir no iba a hacerlo. Suspiró y se acercó al espejo situado en la pared. Tomó de una gaveta entreabierta un labial de un tono rosa muy, muy tenue; cubrió sus labios con la pintura y al terminar la devolvió al sitio, luego siguió con el rímel y luego el creyón, en esta ocasión no tan resaltante. Observó su cabello en el reflejo y dedujo que debía cortar las puntas en cuanto tuviera la oportunidad, le disgustaba verlo rebasando el límite alargado de su preferencia. Lo recogió en un moño a la altura de la nuca y para sellar cualquier pelo rebelde usó fijador alrededor de la coronilla y más allá. Descolgó el blazer en color negro y lo vistió. Respiró con profundidad y notó como los nervios que llevaba en el estómago se distribuían en ambas manos. Salió de casa en dirección a la cochera y minutos después partía al despacho.
Una vez llegó fue directamente a la oficina de Albert, sin siquiera tocar la puerta giró la manija y abrió.
―Buenos días, hoy es el juicio ―espetó con los nervios incrementando.
―Catherine, buenos días. ―Albert situado tras del escritorio, quitó la vista de unos documentos para mirarla. Enseguida determinó la magnitud del nerviosismo que llevaba encima―. Debes tocar la puerta.
―No me importa. Albert, dentro de quince minutos debo irme al tribunal.
La puerta del despacho permanecía abierta, a estas alturas, a Cate le parecía nada que cualquiera escuchara su conversación o que notaran sus emociones.
―Vas a tener que calmarte, no es la primera vez que vas a un tribunal a defender a un culpable.
― ¡Me amenazó! ―exclamó con un nudo en la garganta―. Voy a morir si pierdo.
―No creo que vayas a morir. ―Albert, a pesar de no sentirse pacífico debía mantener la calma, empeoraría a su abogada si demostraba el miedo que sentía al escuchar esas palabras―. Eres excelente en lo que haces y aunque este hombre debe ir preso, tú misión es hacer todo lo contrario, sé que lo lograrás.
―Exijo seguridad hacia mi persona si llegase a perder este caso, Albert. Nos vemos en la tarde.
Y sin más, la rubia dejó la oficina impregnada en angustias.
Cate desayunaba encerrada en sus cuatro paredes, movía la pierna una y otra vez con la mirada perdida, creando cualquier cantidad de escenarios en su cabeza, escenarios donde el acusado y defendido por ella le asesinaba por no lograr su cometido.
Quería ver a Angelina antes de partir, sin embargo, sabía que la pelinegra estaba reunida con clientes fuera del rascacielos.
Tomó toda evidencia y documentos posibles sobre ese caso y salió del bufete hacia los tribunales. En el camino pensaba en el único motivo que hacía mantener la calma, y era que Joyce, jueza penal, era quien dirigiría la sesión. Apretaba el volante hasta volver sus nudillos más pálidos que sí misma, mordía el interior sus mejillas y parte de su boca, ¡se volvería loca en cualquier momento!
(***)
Evangeline, a pesar de ser una mujer sumamente correcta, era bastante liberal con su horario de trabajo. Principalmente, porque desde la empresa donde trabaja la contactaron para remodelar las oficinas de cada abogado del bufete de Albert Hampton, no obstante, otro motivo de mucho más peso fue agregado a esa facilidad de horarios, y es su nuevo empleo en Torres y Asociados. Sentía miedo de vez en cuando, sí, pero estaba viviendo una meta cumplida, lo cual valía más que cualquier cosa.
En su libreta anotaba los pendientes en el bufete, como la oficina de Angelina Lascurain, Rebeca Hernández, Kirk Carson y...la molesta Catherine White. Pensar en esa mujer desmejoraba su humor y hasta sus ganas de emprender el día de la mejor manera, pero le era inevitable no pensarla, estar asustada por su incumplimiento de contrato la llevaba a pensar en procesos legales, por consiguiente, en abogados...en ella. Movió su cabeza en negación, con el fin de ahuyentar pensamientos que no quería tener en ese momento.
Yacía en una modesta cafetería a unas cuantas calles de la oficina, no quería aparecerse ese día por allá, no mientras tenía que ir a Torres y Asociados a comenzar su labor. Eva conocía los planos, la idea de la estructura y sobre un borrador había estado plasmando comentarios para debatir con el Alfredo. Desde que Alexa supuso que para aquel entonces ella trabajaba para la competencia, tuvo demasiado tacto con los planos de la otra constructora y más nunca volvió a guardarlos en su despacho. Su mini cooper reposaba en la calle frente a ella, la castaña tomaba un café con leche y un par de donas que le recordaron a Deborah, sonreía mientras se acordaba de todas las ocurrencias de la chica, y de lo mucho que se desconcertó al ver su casa tan ordenada, con frecuencia Deborah era todo lo contrario y así pasaba siempre.
Observaba cualquier detalle para inspirarse, desde la construcción de los alrededores hasta la propia cafetería, hacía garabatos en su libreta, masticaba la dona y llevaba el café a la mitad, se sentía tranquila, al menos durante el rato que estuvo allí. Decidió que cuando estuviera en su casa haría un orden de ideas y se las presentaría al señor Torres al día siguiente, la adrenalina de empezar ya mismo el trabajo la consumía y a su vez le generaba una tensión en el abdomen que recorría hasta su pecho, rogaba casi a diario que los dos meses que le restan para el vencimiento de su contrato pasaran la mar de rápido.
(***)
Todo estaba preparado, el juicio comenzaba en menos de cinco minutos. Una nerviosa Cate releía cada tanto sus alegatos finales, ya que es a lo que pretendía aferrarse si el fallo del juez terminaba por perjudicarla.
―Abogada, yo confío en usted ―musitó el acusado a su lado. Ella posó su mirada en él y luego en sus manos esposadas arriba del escritorio. Le sonrió y apartó la vista.
La contraparte la pasmó.
Se trataba de una mujer de mediana edad, morena de ojos color miel, baja en peso y estatura, con bolsas que fácilmente llegaban a las mejillas. Nunca había tenido la oportunidad de conocer a la parte afectada, solo se comunicaba con el abogado que hace un rato pudo saludar y ahora que observó a aquella mujer, no sintió más que lástima y mucha tristeza. En esa mirada se reflejaba el dolor agonizante de la pérdida de su hija y el miedo que infundía hacia el hombre que alguna vez amó, hombre que ahora era un total desconocido para ella, sentía puntadas de culpa por defender al desgraciado que la condenó a una larga depresión, su parte humana brotaba ese día más que nunca, pero no podía dejarla salir, no en ese momento.
―Se ponen de pie para recibir al señor juez ―habló la secretaria situada en una esquina de la sala. A la rubia no le dio tiempo de continuar martirizándose, de inmediato se incorporó con el corazón desbocado.
―Tomen asiento, por favor ―ordenó el juez una vez apareció y siguió su propia orden.
Cate se sintió desvanecer.
El juez encargado no era Joyce.
El juez era alguien más, alguien en quien no confiaba.
¿Dónde estaba Joyce?
Cate quiso gritar.
―Señor juez ―retomó la secretaria―, tenemos el caso del estado, en contra del señor John Antoine James James por homicidio y abuso a un menor de edad.
―Declaro abierta la presente audiencia ―indicó el juez, chocando el mazo con la madera―. Por parte de la fiscalía, ¿quién comparece?
El fiscal encargado de llevar el caso se presentó, a su vez el abogado de la contraparte y llegó el turno de Catherine, quién aclaró su garganta y habló.
―Catherine White, abogada defensora del señor John Antoine James James.
El juez inquirió al acusado si conocía sus derechos, este apenas y respondía, moduló una escueta afirmación y el mismo dio por iniciada la sesión, otorgándole el alegato de apertura al fiscal.
―Señor juez ―comenzó el hombre poniéndose de pie―, presentamos un caso muy desgarrador, el señor...John James, un padre abusó sexualmente a su hija Diana James Smith, y luego la asesinó. ¿Cómo lo hizo? Con un arma blanca, un cuchillo para ser más específicos, se posicionó sobre ella y luego de abusarla por las constantes quejas de la víctima la apuñaleó en el pecho. ―El fiscal usaba un cuidadoso léxico, sin embargo, sus expresiones faciales denotaban la repulsión que sentía hacia el acusado. Las personas presentes en la sala escuchaban con suma atención, Cate frotaba sus manos bajo la mesa, nerviosa, su contraparte continuaba con la mirada perdida, como si estar ahí era lo último que quería hacer. Por su parte, John inhalaba y exhalaba aire sin parar, actuando como si de un asmático en crisis se tratara―. En esta audiencia, su señoría, usted va a presenciar la declaración de un viejo amigo de la familia, quién le explicará acerca de la relación entre el padre, la madre y la hija de ese matrimonio.
El juez apoyaba la tinta de su bolígrafo en un block de notas apuntando lo necesario, dividía su mirada entre la sala y las líneas que redactaba, con una expresión de suma seriedad le dio la palabra a la parte defensora.
―Señoría, mi representado el señor James ―Cate al igual que el fiscal, se colocó de pie frente al estrado, intentaba mantener un ritmo de voz pausado y realizar ademanes para dispersar las emociones negativas que influían en ella―, se encuentra aquí, el día de hoy luego de haber pasado una semana de cárcel preventiva, esperando la realización de este juicio. ―Tragó saliva y continuó―: No obstante, los hechos narrados por mi cliente difieren con los hechos narrados por la fiscalía, cuenta con pruebas suficientes, su señoría, que lo eximen de las acusaciones que se le imputan. Eso es todo, señoría.
Cate dejó caer sus hombros luego de la apertura, su cliente le sonreía a medias, cosa que la asustaba, sin embargo, le correspondía asintiendo con la cabeza. El abogado de la contraparte presentó sus alegatos de apertura coincidiendo casi con exactitud con la declaración de la fiscalía.
El juicio transcurrió con normalidad, dando entrada al desahogo de pruebas, donde el otro abogado presentó un testigo ocular de los hechos, declarando este que el señor John James escurría su camisa de "manchas rojas" en la parte trasera del jardín, luego dio paso al testigo mencionado en la apertura, donde explicó el proceso de la relación e incluso de crianza de la fallecida, indicando que es tan cercano a la familia, que siempre ha estado presente en las etapas de los James, el abogado hizo sus preguntas, las cuales fueron respondidas, el juez continuaba tomando nota. Cate presentó al juez un testigo que afirmó que John James estaba con él mientras sucedió la tragedia. La abogada se acercó al estrado luego de recibir la afirmación del juez y presentó las grabaciones de una cámara de seguridad donde se confirma la declaración del testigo y para finalizar su desahogo el acusado declaró su versión de los hechos.
De a poco Cate recuperaba la confianza, aunque no dejaba de pensar en qué diablos había sucedido con Joyce y por qué no estaba encabezando ese juicio, sin ánimos de mentir, se sentía incómoda sin ella en el estrado. Con la grabación habían ganado terreno, pero si navegaba un poco más al fondo, hallaba la verdad sobre ese vídeo. Todo era falso y sí, la rubia lo sabía y se sentía culpable, pensando en la madre de la víctima se ponía peor, con las nauseas creciendo en la boca de su estómago, preparadas para salir y ensuciar lo que fuera. Faltaba el veredicto final, las pruebas estaban e incluso los alegatos finales, quedaba en manos del juez el resto.
―Señor James, si así lo desea usted puede hacer una última intervención antes de que yo emita mi fallo ―dijo el juez.
John y Cate cruzaron miradas, la rubia cerró los ojos y rogó al universo que el hombre no dijera nada que lo perjudicara.
―Su señoría...las pruebas están, todo está sobre la mesa, que la justicia se encargue del desgraciado que...―El culpable sollozó de repente, Catherine explayó los ojos con disimulo y apartó la mirada, no necesitaba ver eso. Mientras tanto, recibía de su contraparte el odio que debía ser para su cliente.
―Declaro cerrada la audiencia. Vuelvo en unos minutos para emitir el sentido del fallo.
La sala quedó en un sepulcral silencio, cada segundo que transcurría era peor para los presentes, sobre todo para los abogados, quienes siempre se llevaban la peor parte cuando perdían y ambos tenían ese sentimiento, ese miedo y nerviosismo pegados al cerebro como si de un parásito se tratase, nadie más que ellos esperaban con ansias el veredicto.
―La muerte de Diana James Smith no está sujeta a discusión ―habló el juez una vez regresó y tomó posesión del estrado―, no fue motivo de debate, incluso el objeto con que fue asesinada tampoco lo fue, ni siquiera fue presentado en esta audiencia lo cual me lleva a declarar el fallo absolutorio, señor James. ―Mientras que el abogado de la contraparte sentía un valde de agua fría sobre su cuerpo, para Cate esas palabras fueron una ofrenda de paz. Soltó el aire que inconscientemente guardaba en sus pulmones e intercambió miradas con su cliente, ambos se sonrieron, satisfechos.
Para despedir al juez también lo hicieron de pie y una vez retirado, el guardia llevó a John James de regreso al reclusorio con el fin de hacer de su libertad una formalidad. Catherine y el abogado compartieron un estrechón de manos, mera cordialidad. Antes de salir de la sala cruzó un vistazo con la esposa de su cliente y esta le miró con demasiada fuerza, enojo, ira e incluso odio, las emociones negativas embargaron a la rubia una vez más, quien apartó con rapidez la mirada y apuró en llegar a los sanitarios, necesitaba vomitar.
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