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Chapter three.

Evangeline terminó definitivamente la oficina de Albert.

Estuvo en el bufete a tempranas horas y las personas de la inmobiliaria llegaron con el escritorio y lo que faltaba allí. Ella dictó las indicaciones a fin de que colocaran todo como lo quería. Los hombres se llevaron lo que ya no hacía falta y evacuaron las instalaciones.

―Ahora sí, señor Hampton ―exclamó una satisfecha Eva―. ¿Qué le parece?

―Estoy encantado con tu trabajo. Muchas gracias, arquitecta. ―Albert paseaba la mirada por su oficina remodelada y dentro de él percibía una satisfacción increíble, una felicidad por haberla contratada―. Te adelantaré algo de tu pago.

―No hay problema con ello, señor ―insistió. Tenía las manos en los bolsillos de su pantalón. Era un traje en color beige con el blazer ajustado al cuerpo y unos zapatos Valentino―. Iré a la oficina Thomas Collins ―avisó caminando a la salida―. Con su permiso.

―Igualmente haré un check para usted ―objetó el CEO y la dejó marchar.

Eva caminaba por el pasillo, nerviosa de no encontrar la puerta del despacho de Collins. Todas eran iguales, no había un nombre que las identificara. Solo un cartel donde expresaba la materia en la que se especializaban.

Llegó al final del pasillo, y por fin a la recepción. Miró a las secretarias inmiscuidas en sus asuntos, redactando informes, marcando a las extensiones telefónicas y entregando correspondencia a cada abogado que iba llegando.

Dudó por breves segundos si le pregunta a alguien. No quería parecer ignorante al no conocer la oficina que ya la tenían asignada. Solo que no recordaba específicamente cual era.

Resonó sus tacones en la cerámica y alcanzó a la secretaría de Hampton.

―Buen día, señorita ―habló en voz baja, encorvando un poco la espalda para llegar a la altura del escritorio―. ¿Podría indicarme cuál es la oficina de Thomas Collins, por favor?

―Claro. Dos puertas después de la del señor Albert ―indicó la mujer despegando su cuerpo de la silla y señalándole la dirección exacta.

―Gracias.

―Buen día.

Eva se devolvió observando de nueva cuenta las puertas. Una de ellas estaba entreabierta y recordó el día anterior, cuando conoció a la abogada Catherine. Revoleó los ojos, de solo pensarla ya la sacaba de quicio.

Lo insoportable que es , pensó.

No pude evitar mirar por la rendija y vio a dos mujeres sumidas en una conversación. No escuchó, no identificó algún rostro. Tampoco conocía a mucha gente allí. Así que, continuó su andar hasta llegar al despacho de Collins.

Tocó la puerta y enseguida Thomas apareció tras ella.

―Hola, Evangeline. ¿Qué tal? ―saludó tomándola por el brazo y besándole la mejilla.

Eva ni se inmutó.

―Bien, ¿y usted? ―atino a decirle.

―Bien, gracias. Pasa, por favor ―indicó haciéndose a un lado.

La castaña caminó y él cerró la puerta.

―He estado acomodando mis cosas, para que puedas empezar tranquila.

Eva advirtió la oficina casi vacía. Solo quedaban los inmobiliarios. Quiso reír pero se controló.

―Abogado hoy solo haré anotaciones, estudiaré el lugar. Estaría comenzando dentro de dos días, no se preocupe ―informó la mujer cruzada de brazos.

―Me gusta adelantarme, Evangeline. ―Él seguía tuteándola, cosa que la molestaba. Sin embargo, permanecía callada.

Eva se sentó y se sentó en un sofá. Cruzó las piernas y abrió su bolsa. Sacó una libreta de cuero y un bolígrafo Cross. Suspiré y admiré el espacio con tranquilidad.

― ¿Qué estás haciendo?, ¿cuándo empiezas? ―Thomas hablaba, y la arquitecta se desconcentraba. Eva resopló.

―Estoy trabajando, señor Collins ―contestó.

― ¿De esa forma? ―preguntó―. ¿No te levantas, mides, das vueltas?

―Claro. Solo que lo hago después. Primero me gusta observar.

―Ah, entiendo.

Eva sabía que él no cerraría la boca y que no podría hacer su trabajo con una presencia más que la suya ahí. Entonces, cogió su móvil y colocó música clásica; lo dejó sobre el mueble y volvió la vista a la oficina.

Thomas quería decir algo, lo que sea que la haría hablar también. Sin embargo, alguien tocó la puerta.

― ¡Está abierto! ―exclamó Tomás.

Angelina asomó la cabeza, solo un poco.

―Buen día, ¿cómo están? ―saludó―. Collins, ya es hora de la junta matutina. Están esperando por ti.

―¿Catherine llegó? ―Angelina empresarial―. Entonces iré cuando esa mujer esté aquí.

―Albert no esperará a Cate, ven con nosotros.

Thomas resopló y le dijo que en un momento iría.

―Con su permiso, señorita ―le habló a la arquitecta.

―Propio. ―Eva agradeció internamente a la mujer por sacar al abogado de allí. Comenzaba a estresarse.

― ¿Estarás bien si me voy? ―cuestionó―. Digo, como te dejaré sola...

—Sí, no te preocupes.

―Entonces voy tranquilo.

―Sí, sí. ―Le regaló una sonrisa de boca cerrada hasta que lo vio marchar.

Suspiré y percibió más calma una vez quedó sola entre las cuatro paredes.

Por su parte, Catherine terminaba de pagar el desayuno, para fin de marcharse al bufete de una buena vez.

Había pedido a Angelina que realizara un acta de divorcio para ella, puesto que no tenía tiempo suficiente y necesitaba finiquitarla. La contraparte respondió, todo estaba saliendo bien para ella, y eso la tenía tranquila.

En quince minutos estacionó en el parqueadero privado del rasca cielo y entró con la bolsa colgándole en el antebrazo. En esta ocasión llevaba una falda de tubo gris, un blazer a juego y una camisa blanca, llevaba tacones negros y el cabello alisado. Nunca dejaba las gafas de sol en casa, eran parte de su esencia.

Mientras subía en el ascensor memorizaba algunas palabras que debía usar ante el juez. Necesitaba que todo saliera bien o entonces no ganaría el caso y jamás había pasado por esa mala situación.

―Buenos días, señorita White ―las secretarias entonaron apenas la observaron pasar.

Cate llegó al escritorio de su asistente y recibió la correspondencia.

Sin responder a ningún saludo, corrió por el pasillo y se encerró en su oficina.

Acomodó sus cosas encima del sofá y bebió del café que compró. Acto seguido, sacó una hoja de su bolsa y leía en voz alta un párrafo que escribió la noche anterior.

Pasados ​​veinte minutos, Angelina tocó la puerta y pasó solo para dejar lo que a Cate correspondía de la junta.

―Necesito que vengas, por favor ―musitó Cate. Angelina cerró los ojos, y se cubró la boca con la mano―. Angie...

―Cate, no ―le dijo, a punto de salir huyendo. La rubia la intimidaba en demasía―. Hoy no.

― ¿Cuándo? ―bramó, soltando las hojas sobre el sofá y levantándose de golpe―. ¿Qué pasa contigo?

―Nada, Catherine ―le aseguró la mujer cerrando la puerta y pegándose a la misma. Cate caminó hasta ella, contoneando las caderas; dejando todavía más impregnado su olor de fragancia costosa, que se mezclaba con la de una nerviosa Angelina―. Quiero ir a trabajar.

―Son cinco minutos, Angelina ―insistía, acercándose al delgado cuerpo y aplastándolo con el suyo sobre la puerta―. Por favor.

-Gato-

Sh, déjamelo a mí ―dijo, y colocó las manos sobre el cabello marrón de Angelina y la besó.

Eva salía de la oficina de Thomas, satisfecha por haber avanzado en su trabajo.

Su mente trabajó en la remodelación, lo que tenía pensado en las paredes, los nuevos muebles; algo sobrio, que vaya con el estilo del abogado. Sonreía, por el simple hecho de amar su profesión.

― ¿Te irás ya? ―La voz de Thomas, la sacó de sus cavilaciones. Parpadeó, y carraspeó.

―Ohm, sí ―contestó, mientras fincía que sacaba algo de su bolsa―. Hasta luego, pasado mañana estaré por aquí.

―Está bien, Evangeline. Diez un lindo día. ―Plantó un beso en su mejilla, despreviniendo a la castaña.

En el poco tiempo que estuvo con Thomas, no se cuestionó que Catherine White taconeaba hacia su dirección, mientras se acomodaba el cabello.

Eva bajó la mirada, impidiendo siquiera tener ese contacto con la mujer.

Llegó al ascensor y cogió su móvil al fin de distraerse durante la espera.

Cate se instaló a su lado, a esperarlo también. Eva se tensó, y de reojo la observaron.

―Buenos días, arquitecta ―habló, sin verla. Cruzada de brazos, resonando el tacón contra el suelo, llamaba la atención de Evangeline.

―Buenas tardes ―susurró, y continuaba sumergida en su teléfono.

―Oh, no me fijé en la hora ―farfulló, y el timbre indicó la llegada del ascensor.

Eva entró, y luego lo hizo Cate.

―Piso dos ―ordenó. Eva sintió indignación, por el tono tan autoritario en el que se dirigió a ella. Sin embargo, en absoluto silencio marcó el número.

El silencio era incómodo, solo el molestoso ruido del tacón de Catherine sobre el suelo era lo que terminaba por romperlo. Evangeline, respiraba con rapidez; Pues la mujer la ponía de un humor terrible, de solo recordar lo altanera que fue cuando ella solo estaba haciendo su trabajo.

― ¿Puedes dejar de hacerlo? ―pidió, luego de repetir la frase en su mente por dos minutos.

- ¿El qué? ―Cate sabía a lo que se refería, entonces comenzó a mover el pie con rapidez.

―El tacón ―explicó, señalándolo con su dedo índice―. Por favor, es desagradable el sonido.

―No me importa, no puedo dejar de moverlo ―espetó, encogiéndose de hombros. Y así fue.

Llegaron al piso dos, y la rubia salió soltando una risita de sorna que sacó de sus cavilaciones a Evangeline.

La castaña continuó hasta la planta baja, y con las orejas enrojecidas de furia, salió apenas llegó a su destino. Escaló la recepción, ya las afueras del rasca cielo detuvo un taxi.

Recibió un mensaje de Deborah, y el contenido la desconcertó.

"Nos debemos la pizza, tengo que viajar hoy por la noche. Te quiero".

Durante el trayecto a su oficina, hizo teorías que se ajustaron a lo que posiblemente le pasaba a su mejor amiga. La chica era bastante desequilibrada, lo cual le preocupaba a sobremanera.

―Aquí es ―habló el conductor. Eva, no se percató que había llegado al edificio hace dos minutos.

―Gracias. Que tenga buenas tardes ―se despidió, y pagó con algunos billetes.

De entrada, soltó sus cosas y se relajó. En el pequeño bar de su oficina, se encontraron varias botellas de licores. Cogió el vino tinto, y destapó una con el sacacorchos. Se sirvió media copa, y bebió más de un dedo del líquido rojo.

Alguien tocó, supuso de quién se trataba y exclamó un "pase".

Se acomodó en su escritorio y relajó los hombros.

―Eva. ―Richard apareció, detrás de Alexa.

- ¿Sí? ―respondió con pesar, mientras continuaba con el vino.

―Hola, Brown ―dijo Alexa, su jefa―. Ha llegado a mis oídos, que estás involucrado en el proyecto de la competencia.

― ¿Qué? ―se incorporó de golpe, chocando la copa contra la madera de su escritorio―. No.

Richard la veía con complicidad, apretando los labios en una fina línea. Eva le devolvió la mirada, y la regresó a Alexa.

―No me mientas, Evangeline ―exclamó, caminando en círculos en el lugar―. ¿Cómo ha salido el negocio?

―No estoy mintiendo, no sé de qué me hablas ―la voz de Eva temblaba, no era buena con las mentiras. Sus orejas se enrojecían, y el nerviosismo era incontrolable en sus acciones.

―El mismo CEO me lo confirmó. ―Aquellas palabras, fueron un detonante―. ¿Me explica?

―Un favor que le debía a alguien ―contestó. Volvió a tomar la copa entre sus dedos, bebió un poco y saboreó sus labios con la lengua.

―Sabes las reglas, o estás aquí, o te vas para allá. Decidir. ―Alexa se cruzó de brazos, con el tono de voz apacible. Sentia decepcion, mas no pretendia hundirla. No le convenció ni a ella, ni al dueño de la constructora.

Richard vio todo en silencio.

—Estoy aquí, Alexa.

―Más te vale, chica. Nos vemos al rato, y que no se repita ―sentenció, y se marchó.

― ¿Qué fue eso? ―demandó Richard, tomando asiento frente a Eva.

―Un mal rato, entre mi jefa y yo ―espetó, tumbándose en la silla reclinable―. ¿Qué necesitas?

―La copia de los planos del sótano. Alexa me dijo que tú los tienes ―explicó. Acto seguido, le quitó la copa de vino a Eva y se bebió el restante.

―Paso por tu oficina en un rato, tengo que buscarlos en el archivador ―aseguró, y le dio una sonrisa cansada.

―No hay problema, Evita. ¿Almorzamos?

― ¿Qué? ¿Sushi? ―sugirió.

―No, estoy cansado de la comida japonesa ―vociferó, haciendo un además―. Comida italiana.

―Perfecto.

(***)

Cate revisó su agenda y encontró un almuerzo pendiente con un cliente.

Se acomodó el cuello de la camisa, y retocó su brillo labial.

― ¿Vamos a venir? ―Angelina apareció en el umbral de la puerta. Cate le sonrió, y negó con la cabeza―. ¿Tienes citas?

—Sí, una. ¿Tú?

―Me quedo a redactar, tengo varios documentos pendientes. Aparte, hay un juicio que debe dar por finiquitado dentro de pocos días. ―La pelinegra, se sujetaba del manubrio de la puerta, mientras observaba a Catherine recoger sus cosas.

―Mucha suerte, Angie. ―Le guiñó un ojo, y al acercarse a ella, imprimió un beso en la comisura de sus labios―. Almuerzas, por favor.

―Adiós. ―Angelina esbozó una sonrisa, y se regresó a su oficina.

Cate caminó dos cuadras al restaurante, la ventaja de la cita era que el cliente pactó en un lugar cerca del bufete. Las mesas se situaban afuera, paseó la mirada por la zona; Sin embargo, no sabía de quién se trataba aún.

Marcó un número de contacto, y una mujer respondió.

—¿Dime ?

―Habla la abogada Catherine, estoy en el sitio.

- Yo también. Mi cabello es morado.

—Sí, ya la vi.

Cate rodó los ojos y cortó la llamada. La mujer parecía una adolescente en etapa rebelde. Se plantó frente a ella, y la chica se levantó.

―Un placer, abogada ―expresó con un déje de angustia en su voz―. Tome asiento, me llamo Deborah.

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