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Chapter thirteen.

Luego de las mil y una felicitaciones recibidas al momento de llegar al bufete, Cate se aisló en su oficina y cerró con pestillo. Abordó con premura la silla de su escritorio y enterró la cabeza entre sus manos. Dejó salir el llanto contenido, las emociones más asfixiantes que la tenían al borde del colapso en el juicio, el rostro de aquella triste mujer hacía de fantasma en su mente... Sentía demasiado sobre sus hombros y las lágrimas fueron la opción perfecta para dejar correr todo. Sus brazos descansaban sobre la superficie plana, uno sobre el otro, mientras que su rostro se ocultaba entre ellos, su pecho subía y bajaba, sollozaba y moqueaba, estaba rebasada. La sensación de culpa le quemaba la piel, haber defendido a quien no merecía ni vivir le afectaba y su dolor era la prueba de eso. Sin embargo, debía admitir que luego de todo esto podría dormir sin la preocupación de la amenaza de ese hombre. 

Encerrada en su maraña no advirtió que alguien la observó casi correr por el pasillo desde una de las oficinas. Eva trabajaba en la remodelación correspondiente y aunque no tenía previsto acudir ese día, terminó ahí, debido a que su trabajo en Torres y Asociados no abarcó toda la jornada. De pronto se preocupó, no alcanzó a detallarla siquiera, pero no hacía falta, desprendía tanta energía negativa que desde donde ella estaba la percibió. 

Se apoyó en el único mueble que quedaba en la oficina de Angelina, puesto que ya estaban desalojando para comenzar la tarea complicada, y desde su celular tecleó un mensaje a Deborah explicándole lo que había visto. A los pocos minutos llegó una respuesta. 

"Dale consuelo, debe estar tristeeee"

La castaña rio, al parecer en su mente había recreado la voz de su mejor amiga diciendo esa última palabra. Guardó su móvil en el bolsillo trasero de su pantalón y se enderezó. ¿Realmente podía darle consuelo a una mujer que con constancia le fastidiaba todo? No tenía la menor idea, pero verla tan abatida la dejó pensativa. Cruzó los brazos y en esa posición caminaba entre las cuatro paredes, mientras tomaba una decisión.

 Su celular emitió un sonido. Con agilidad lo llevó a su mano y leyó el contenido. Era un mensaje de Deborah.

"Dime que la estás consolando, Evita!!!" 

Eva se carcajeó con nerviosismo.

 "Para nada, no lo merece"

A los segundos llegó la respuesta. 

"Si está tan mal es porque quizás lo necesite, así liman las asperezas de una vez por todas 😉"

"Será??"

 "Evangeline Brown... te mueres por hacerlo, entonces no te resistas"

"Te odio, Fontaines!!!"

"En cambio yo te amo mucho, eh :* "

Evangeline reaccionó con un emoticono al mensaje y regresó el móvil a su sitio.

 Deborah tenía razón, ella moría por averiguar qué le sucedía a Cate, y claro, consolarla.

Se encaminó a la oficina de la abogada, dispuesta a tirar su orgullo y demostrarle su preocupación. Sin embargo, a cada paso que daba se preguntaba el motivo por el cuál ella sentía la necesidad de demostrarle algo a la rubia. Acto seguido se plantó frente a la puerta y sin pensarlo demasiado dio toques en la madera. Los nervios comenzaban a arremolinarse en su interior e intentaba al menos controlar su respiración.

Por su parte, Cate por más que intentó apaciguar sus sollozos no lo concretó del todo, continuaba sumida en un llanto desbordante que comenzaba a pesarle. Se sobresaltó al escuchar los toques en la puerta y de golpe se incorporó, sintió algo de alivio al asumir que era Angelina quien estaba detrás, con afán corrió a quitar el pestillo y a dar paso a... ¿¡Evangeline!?

Cate retrocedió con el corazón desbordándole por la boca, apartó su rostro de la visión de la castaña y con el dorso de sus manos secó las lágrimas. Sus rasgos faciales se contrajeron, ¿qué hacía esa mujer ahí? Quería que la tierra la tragara. La arquitecta observaba con intranquilidad la escena, entró y cerró la puerta.

 ― ¿Está bien, abogada? ―inquirió con cuidado. Temía que Cate pudiera ser agresiva, como normalmente lo es.

Cate se recompuso y la miró. Eva tragó saliva.

 ―No. ¿Qué hace aquí?

― ¿Podemos sentarnos? ―La castaña señaló las sillas acomodadas alrededor del escritorio y la rubia asintió, hicieron lo propio, una al lado de la otra.

Cate temblaba, era real que tenerla en frente le generaba demasiadas cosas, al menos lo disimulaba bien, o eso creía. Mientras que Eva sentía un revoloteo en su estómago y un hormigueo en sus manos.

 ―Pensé que era Angelina ―confesó con Catherine con detenimiento en cada palabra.

―Lamento decepcionarte ―respondió con dureza y al notar su mala actitud se disculpó―. Lo siento. Vine porque te vi apresurada por el pasillo y pensé que no estabas bien. No sé si hice lo correcto, pero al ver tus ojos sé que sí.

 De repente Cate quedó muda y su frenético corazón dio un vuelco. ¿Cómo contraatacaba esas palabras?

―Gracias ―alcanzó a decir después de varios segundos―. Hoy tuve el juicio y a pesar de que gané no dejo de sentirme tan mal.

 Entonces Eva comprendió todo, hallaba en ese momento una parte sensible de Cate, después de aquello notó que no era tan insoportable, que sus emociones también la arrastraban, que sentía como cualquier ser humano, que podían tener una conversación que no fuera para discutir. Increíblemente estaban allí, juntas y rogaba al cielo que no terminara mal.

― ¿Por qué? ―cuestionó todavía con temor de sus respuestas. Sin embargo, Cate permanecía receptiva ese día, ni siquiera ella misma sabía por qué.

 Cate se desahogó con quien menos lo creyó, juraba que todo eso ocurriría con Angelina, que estarían en su sesión de terapia en su casa y dejaría correr cada una de sus emociones. Pero no fue así y a pesar de que no continuó llorando, todavía el juicio hacía presión en su alma.

―Perdón la incomodidad, Evangeline ―lamentó la rubia―. Agradezco que me hayas escuchado. ―Las facciones de Cate eran duras, dentro de sí estaba calmada, pero no emitía reacción alguna.

―No es nada, abogada. Gracias a usted por desahogarse conmigo. Pensé que me odiaba.

Cate se carcajeó y de su ser brotó un largo suspiro. La sensación de haber llorado le calaba.

―Yo no odio nada... aunque no parezca.

―Claro. ―Cate enarcó una ceja y Eva rio.

¿Qué carajos les pasó?

El espacio fue invadido por un frio silencio, las mujeres se sentían demasiado cerca, las sillas lo estaban e inconscientemente ellas se fueron acercando hacia la otra entre la conversación. Eva luchaba por sostenerle la mirada a la rubia, esos ojos azules enrojecidos y húmedos, los admiraba como nunca pensó hacerlo. Cate detallaba el marrón de los ojos que tenía en frente, obligaba a su mente a no hacer otra cosa que eso, no quería ir más allá en un momento como ese, la ocasión no lo ameritaba... ¿o sí?

Eva rompió el contacto visual, no lo resistió. La abogada ladeó una sonrisa.

―Iré a continuar con la oficina de... ―carraspeó―, de la señorita... ¿cómo era?

―Lascurain.

―Sí. Ella.

Ambas se pusieron de pie y caminaron a la puerta, los nervios carcomían sus respectivos interiores, el estómago emitía más emociones que sus corazones, era algo exasperante.

―Gracias por contarme.

―A usted por escuchar y... preocuparse. ―Desconocía si se trataba de preocupación, pero sintió correcto decirlo. Catherine extendió la mano para estrecharla, sin embargo; Eva la tomó y al segundo la haló envolviéndola en un fuerte abrazo. Se mezclaron las fragancias, los olores corporales que brotaban desde el cabello y parte del rostro. Cate se quedó estática, ahora menos podía procesar lo que estaba sucediendo, finalmente cerró los ojos y como era mucho más alta que la arquitecta apretó su cuerpo entre sus brazos, el mentón descansaba apenas sobre la coronilla de la castaña. Decidió dejarse llevar por los sentimientos y disfrutar lo que sea que durase.

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