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Chapter one.

―¿Lista ? ―exclamó James desde la entrada principal de la casa―. Está haciendo tarde.

― ¡Ya voy! ―gritó la mujer de vuelta. Tomó su cartera, algunos planos y caminó repiqueteando sus tacones en la cerámica ocasionando un eco en el pasillo―. Vámonos ―dijo estando frente al hombre.

Tomados de la mano rodearon el auto último modelo que adquirió James hace un mes, con su paga por llevar un negocio y concluirlo con éxito. El sujeto guiado hasta llegar a un rasca cielo con el nombre de Platinum Lawyers Company en letras plateadas y en tercera dimensión sobresaliendo de la base.

―Gracias por traerme ―sinceró Eva, mojándose los labios con la lengua―. No es necesario que vengas por mí.

―No pensaba hacerlo. ―la castaña rodó los ojos, acomodando su bolsa de mano entre su antebrazo―. ¿Puedes buscar a la niña hoy?

―Claro, nos vemos.

Abró la puerta y salió practicando las respiraciones que en el curso de primeros auxilios le dictaron. Las necesitaba más que nunca.

Entró dando un empujón al cristal y advirtió el barullo de todos los días. Alrededor de veinte personas sentadas esperando una cita al costado de las afueras de las oficinas de sus abogados. Las secretarías correteando con la correspondencia, el café y las galletas y un sinfín de carpetas y documentos por firmar. La recepcionista con la espalda erguida en la silla sin despegarse un segundo del teléfono fijo.

Se acercó a la mujer, y esta colgó la llamada y le miró con desdén.

―Dígame ―espetó, apartando la vista al computador. Evangeline respiró, se llenó de paciencia y alzó los planos.

―Vengo a continuar con mi trabajo, señorita ―contestó con obviedad.

Llevaba un par de semanas yendo a aquel bufete de abogados, y esa mujer siempre tomaba la misma actitud con ella.

―Firme aquí. ―Le ampliando un libro y un bolígrafo, Eva escribió su nombre y recibió su gafete de visitante. Subió por el ascensor, con las manos sudándole. Controlar los nervios le costaba muchísimo, por fin, el vacío en su estómago también era molestoso cada que llegaba al edificio.

El décimo piso era su destino, entonces salió de la caja metálica y pintó una sonrisa en sus labios al determinar al presidente del bufete.

―Buenos días, ¿cómo le va? ―Eva le iba a responder, pero él continuó―. Puedes ir yendo a mi oficina, ya te alcanzo.

Le avanzando y caminó hasta el final del pasillo, abrió la puerta y se adentró al despacho. Se puso cómoda, y comenzó a revisar lo que faltaba en aquellas paredes.

Albert Hampton, CEO del bufete tomó la decisión de remodelar las oficinas de cada abogado en el piso. Contrató a Evangeline Brown, mediante una revista que la posicionó en el número dos como la mejor arquitecta de los Estados Unidos. ¿Por qué no llamó al primer puesto?, bueno, ese hombre tenía un sinfín de pedidos en su agenda, que se le hizo imposible aceptar uno más.

Y ahí estaba ella, sencilla, tímida y sumamente profesional asegurándose que la pintura haya secado, que el ambiente que premeditó para esa oficina esté tal cual lo plasmó en su mente. Cargaba una bolsa de Carolina Herrera, donde guardaba cualquier material que pudiera necesitar una arquitecta. No había absoluto silencio, en su móvil reproducía música clásica a fin de relajarse.

―Hola, señorita Brown ―vociferó Albert, dejando la puerta entreabierta. Se acercó al escritorio y miró los planos sin entender nada―. ¿Cómo vas?

―Bastante bien ―respondió, paralizando la música y volteando a verlo―. Mañana llega el escritorio de caoba, junto al resto del inmobiliario. La pintura está fresca, pero el olor se irá en media hora y podrá trabajar tranquilo.

―Muchas gracias. ―Caminó por la oficina ya casi lista echándole un vistazo―. La división quedó magnifica, estoy muy satisfecho.

―Todavía no lo esté ―dijo, ruborizándose―. Mañana culminaré todo, y podrás verificar si realmente le gustó.

―Tienes razón, Eva. ―Le sonriendo, extendiéndole la mano―. Gran trabajo, arquitecta.

―Gracias. ―Asintió, emocionada por avanzar en su trabajo―. Si no es mucho pedir, me―

― ¿La paga? ―interrumpió, y sin dejarle contestar prosiguió―. Si quiere un adelanto se lo atreveré, lo merece.

- ¡No, no! ―se apresuró a contestar apenada―. No es dinero, señor Hampton. Quisiera saber cuál es la siguiente oficina.

-Oh. Sí, claro. ―Cogió un papel del escritorio, y con un bolígrafo marcó una casilla con una tilde―. Sigue la de la abogada Catherine White.

―Entiendo ―asintió―. Me gustaría estudiar el despacho si la señorita no está ocupada, claro.

―Siempre llega tarde, de seguro la oficina está libre. Vamos.

Se encaminaron un al lado del otro por el pasillo, detuvieron el andar frente a la tercera puerta y trataron de abrirla.

―Creo que necesitamos una llave ―mencionó Eva, con la mano en la perilla―. Sí, está cerrado.

―Se soluciona rápido. ¡Por favor, el manojo de llaves! ―exclamó en pleno pasillo sin importarle la gritería. Dentro de sus paredes, en su bufete, con su gente; se comportaba tal cual era. Sin embargo, cuando llegaban clientes o algún socio accionaba neutral y su tono de voz era minúsculo. Un joven le acercó las llaves, y regresó por donde llegó―. Listo.

Entraron al sitio encontrándolo con pulcritud y un aroma a perfume costoso.

―Te dejo, necesito hacer mi trabajo. Nos vemos mañana, Eva. ―Se despidieron con un beso en la mejilla y la dejó sola en la oficina de Catherine.

Evangeline, tomó nota de algunos rasgos que directivos en la oficina, lo que necesitaría para remodelar, diversas ideas que se le ocurrieron con tan solo mirar el lugar. De su bolsa, sacó un post-it y dejó por escrito sobre la mesa que iría al día siguiente a empezar con la remodelación.

Apuró al salir de allí, agitó su mano en modo de despedida a las secretarias en la recepción de aquel piso y optó por bajar usando las escaleras. En medio de ellas, su celular sonó y se detuvo para buscarlo en su bolsa.

Era un mensaje de James.

Pasa buscando a la niña a las cuatro en punto!! :PAG

Eva miró la hora en el celular, las diez de la mañana. No dejó una respuesta, y lo volvió a su cartera.

Iba directo a su oficina, pero debía coger un taxi puesto que su Mini Cooper estaba en el taller debido a un cambio de frenos. En una semana podía ir a recogerlo.

Evangeline, proveniente de una familia de clase media al sur de California; vivió diecinueve años de su vida al lado de sus padres y su hermano mayor. Empezó a sentir la verdadera pasión por la arquitectura a sus quince años, desde que tenía ocho años ya sabía muy en su interior que se inclinaba más a relacionarse con mujeres que con hombres, en el ámbito sexual y amoroso. Al cumplir veinte años, tuvo la oportunidad de irse a Nueva York y empezar una nueva vida al lado de su mejor amiga Deborah, quién ha estado con ella desde que son unas crías. Eva, se graduó de Arquitecta a los veinticinco años en Cornell, una de las mejores universidades que tiene Estados Unidos. Vivía junto a Deborah, en un piso de dos habitaciones, una cocina y un baño pequeño, nada ostentoso, puesto que no podía darse cuenta de demasiados lujos. La castaña había obtenido una beca para estudiar la carrera de sus sueños y no titubeó para aceptarla. Ahora Evangeline Brown, es tan exitosa, como millonaria y compró una casa a las afueras de la ciudad.

En menos de dos minutos cambió de avión. Todavía era temprano para llegar al despacho. Así que, decidió cruzar la calle y entrar en una cafetería a terminar unas anotaciones y realizar un presupuesto, con el fin de hacérselo llegar al señor Hampton.

Un mesero llegó, le tomó la orden y se retiró.

Eva tenía la costumbre de admirar cualquier construcción a su paso. Desde sus cimientos hasta la pintura que llevaban las paredes. El café no fue una excepción, y de aquel sitio con aires modernos tomó algunas ideas y las escribieron en su agenda.

―Señorita, su capuchino. ―El hombre dejó el café sobre la mesa y se marchó. Evangeline agradeció con una sonrisa cerrada.

Daba pequeños sorbos, degustando más que todo lo amargo del café. Volteó a mirar al edificio donde ahora estaba trabajando y advirtió a un grupo de abogados―supuso que lo eran por su vestimenta tan elegante―, entró a las instalaciones, mientras reían y hacían bromas.

Estuvo veinte minutos, para luego pedir la cuenta, pagarla y marcharse a la oficina.

El taxi la dejó frente al edificio en donde laboraba, encontrándose con su jefa a la puerta corrediza.

―Buenos días, Eva ―saludó la mujer, exhalando el aire que antes contenía. Una costumbre que tenía, después de pronunciar más de dos palabras―. ¿Pronto estará tu auto?, eso de que cojas un taxi como que no nos va a la empresa, ni a ninguno.

Alexa Santana, jefa del piso de arquitectura hace más de diez años. Medía un metro cincuenta y dos, pelinegra, piel canela y ojos color miel. Con la manía de inmiscuirse en todos lados, menos en su propia vida, acostumbrada a resolver los problemas de cada uno de sus compañeros. Sin embargo, evitaba echarle un vistazo a su vida, puesto que no era capaz de arreglarla.

Evangeline rodó los ojos y asomó una falsa sonrisa. La mayor parte del tiempo no la soportaba.

Ambas cruzaron la recepción, y llegaron a los elevadores. Se adentraron a la caja metálica, y Alexa marcó el piso doce.

―El hecho de yo tome un taxi no le hace mal a nadie ―musitó sin verle―. Además, mi coche ya estará. No te preocupes.

― ¡Pero qué genio, Brown! ―vociferó Alexa, ejecutando un ademán.

Las puertas del ascensor se despegaron, y Eva tomó la delantera y corrió a su oficina.

Alexa terminó por exclamar un Buenos Días, y se encerró en su despacho a hacer lo propio.

Evangeline dejó su bolsa en un pequeño sofá incorporado en esas cuatro paredes que se habían convertido en su vida entera. Caminó a su escritorio, estiró los pies por debajo de la mesa y también destensó los músculos de los brazos. Encendió su computadora, y mientras éste iniciaba, ella extendió uno de los planos que descansaban a un lado del monitor y con ayuda de un lápiz hizo breves anotaciones.

Se trataba de un proyecto grande. No obstante, lo reservaba para sí misma mientras se confirmaba su incorporación definitiva.

Entre tanto la castaña revisaba algunos mails, volvía la mirada al plano y escribía, eran más garabatos que letras, pero ella lo entendía y era lo que importaba.

Acto seguido, Richard Fletcher; irrumpe en la oficina de Evangeline y la mujer cierra de golpe el plano. En segundos, lo guarda en una gaveta.

― ¡Toca la puerta! ―bramó Eva, con las mejillas en un tono carmesí―. ¿Cómo estás?

―Excelentemente ―dijo, torciendo la boca en un gesto. Por la expresión en su rostro, la castaña entendió que su mejor amigo tenía algo para confesarle. Richard cerró la puerta, y tomó asiento con delicadeza en la silla, quedando frente a Eva―. Adivina...

―Suéltalo de una vez ―animó, dando varios aplausos. Minimizó las pestañas del navegador, y le dio toda su atención.

―Me fui de luna de miel con Charles ―soltó de golpe, ganándose un gritillo por parte de la mujer. Eva se cubrió la boca con ambas manos, y dejó escapar una risa―. El fin de semana me escribió y no tuve dignidad suficiente para declinar a su invitación a Orlando.

―¡Hombre, que felicidad! ―exclamó, levantándose el asiento y abrazándolo por detrás. Se cogieron las manos―. Supongo que han vuelto, y están de lo mejor.

―Supongamos bien. ―Enarcó una ceja, y guiñó un ojo―. Juro que si él vuelve a fallar esta vez sí le dejo... en definitiva.

―Hace dos años que están en una relación ―acotó Eva―. Dices que lo dejarás, pero no eres capaz. En fin, los felices.

―No tenías que recordármelo, gracias ―fingio haberse ofendido. Sin embargo, los dos cayeron en la serotonina―. ¿Qué harás hoy?

―Encerrarme en la oficina, por lo que quede de día ―informó, regresando tras su escritorio―. No quiero verle la cara a Alexa, ni a nadie.

Richard se carcajeó, inclinando el cuerpo hacia adelante y tapando su cara con una mano.

―Yo tengo que visitar varios clientes, si no, haría lo mismo que tú ―lamentó, incorporándose y llegando a la puerta―. Nos vemos en el almuerzo, Evita.

Richard era homosexual, un tipo simpático de veintisiete años. Moreno, alto y cabello crespo.

Evangeline y él se conocieron en la facultad y hasta el sol de hoy son mejores amigos.

―Cuídate, Richard ―se despidió de ella, y quedó sola en su despacho.

Continuó con su labor entre música movida; realizando bocetos en algunas hojas blancas y respondiendo mails donde le pedían de sus servicios como arquitecta. ¡Y vaya, que eran bastantes!

Almorzó con Richard en la oficina, ya que ninguno tuvo la intención de salir a comprar algo. Pidieron un delivery de unas hamburguesas con refresco. Dieron los cuatro en punto y la castaña partió a buscar a la niña. No sin antes marcar a la extensión de su jefa e informarle que saldría del edificio varios minutos. Alexa no tenía problemas con Evangeline, puesto que es la empleada que más aporta a la compañía.

Eva cogió su chaqueta, el monedero y su móvil. El sol le dio en los ojos y se cubró con la mano libre. Había olvidado sus gafas oscuras dentro de la bolsa. Suspiré malhumorada, no pretendía devolverse así que; Cayeron los tres escalones y detuvo un taxi con su mano.

Una vez se subió, dictó la dirección de su destino al hombre tas el volante y éste se puso en marcha. En pleno tráficoEva recibió una llamada.

¡Es que, si no te llamo, tú no me llamas a mí! ―chilló la voz de Deborah tras el auricular del celular―. ¿Qué haces?

―Tuve un día muy ocupado, pero pensaba llevar pizza a tu casa por la noche ―farfulló la castaña, mordiéndose el labio inferior. Observaba por medio del cristal como iba dejando atrás los edificios, locales y las calles.

¿Crees que me vas a comprar con tu pizza? ―inquirió ofendida―. Claro que sí, Evita.

La mencionada retumbó el coche en risas entretanto el chófer la miró por el retrovisor. Ella murmuró una disculpa con las mejillas encendidas.

―Iré a la escuela en busca de Ana ―informó―. Luego me devuelvo a la oficina con ella y termino mi trabajo por hoy.

Le das un beso a la niña ―ordenó Deborah―. Necesito hablar contigo, pero ya no será en esta semana. Creo que me voy de viaje.

Evangeline sintió una punzada de decepción, porque su mejor amiga siempre hacía lo mismo. Se guardaba anuncios importantes y desaparecía por meses. Después, llegaba de nueva cuenta a la ciudad y fingía haberlo olvidado.

― ¿Vas a seguir guardándote cosas, Deborah? ―cuestionó un poco obstinada―. ¿No puedes decirlo y ya?

Lo siento, Eva ―se disculpó y soltó un jadeo―. Debo salir tres días de Nueva York, pero te diré cuando vuelva. Lo prometo.

Entonces, Evangeline creyó en su palabra; ya que jamás prometía en vano.

― ¿Al menos podremos vernos antes de que marches? ―preguntó. Cada vez se acercaba más a la escuela donde estudiaba Ana, entonces abrió el monedero y sacó un billete―. También voy a revelarte una cosita.

Por supuesto, ¿mañana estás disponible? ―cuestionó la chica. El taxi se detuvo frente al colegio. Eva extendió el dinero, y salió dando las gracias por el trayecto.

Cruzó una calle para luego oprimir el timbre situado a un lado del portón.

―Hoy en la noche, si quieres ―propuso. Sin embargo, Deborah se negó―. ¿Por qué? ¿Qué harás? ¿No vamos a cenar la pizza? 

Mañana en la noche podemos hacerlo, nena. ―Después de pensarlo dos segundos, la castaña accedió―. Te amo, Eva.

― ¿No responderás a mis otras preguntas? ―insistió. Reconocía cuando su mejor amiga estaba bien o mal. Y, en este caso se oía fatal―. ¿Qué te pasa?

Nada, Evita. Hoy estoy destruida, estuve de fiesta anoche. ―Mentía. No obstante, Evangeline no lucharía contra la corriente―. Te llamo luego, alguien toca a mi puerta. 

No pudo responderle, puesto que la llamada cerró.

Con un suspiro resignado, guardó el móvil en su chaqueta y le dio una sonrisa a Ana, que iba hacia ella de la mano con la maestra.

La reja se abrió, y Eva tomó a la niña por la mano.

― ¿Cómo le va? ―Saludó a la maestra, y la mujer le respondió que estaba todo bien―. ¿Alguna novedad?

―No, Ana es una niña excelente. Hasta mañana. ―La profesora, partió por donde vino y la castaña partió por una acera con su sobrina.

― ¿Qué hiciste hoy, Ana? ―entablaron una conversación, donde intercambiaron información sobre lo que ambos hicieron en todo el día, uno más pesado que el de la otra, pero nada que ninguno no haya podido controlar.

Pararon en una heladería, y Eva le compró un cono con dos bolas en sabor uva. Ella prefirió tomarse un refresco. Había comenzado a hacer calor.

James le marcó y la castaña le ordenó que pasara por las dos―a pesar de que él impuso no hacerlo desde un primer momento―, entre tanto se acababan la merienda. El hombre accedió, y en menos de lo esperado llegó en el coche.

Evangeline se detuvo en su trabajo, se despidió de su hermano y su sobrina y entró al edificio. Al mirar su móvil, encontró un mensaje de Albert:

Hay problemas, señorita Brown.

N / A: 

¡Hola, gracias enormes por leer!

esta idea es muy vieja, inicialmente escribía esta historia en 2021. Hoy en día quise retomarla, ya que algunos de ustedes me preguntaron por esto y wow, me sorprendió que la recordaran después de tanto tiempo. 

los capítulos que dejé en borradores en 2021 no tendrán mucha edición, sin embargo, no quiero dejar los errores y de a poco los iré corrigiendo. 

Finalmente, espero les guste.

Tengo otra historia "Sangre en el Martini", es lésbica, tiene obscenidad, misterio...


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