Chapter fifteen.
Narra Evangeline.
Camino con decisión hacia la oficina de Albert Hampton, con una falsa tranquilidad, con un hipopótamo aprisionando mi pecho. Tengo miedo y al mismo tiempo las ganas de salir corriendo y encerrarme en mi casa me desbordan hasta por el cabello. Sí, soy una cobarde, pero todo esto es una consecuencia de algo terrible que yo ocasioné y debo enfrentarlo así no quiera.
Mi teléfono vibraba casi a cada paso que daba y puedo apostar que se trata de Richard que se habrá enterado de todo ya, lo dejo estar y una vez frente al despacho del dueño del bufete cierro los ojos, inhalo un poco de aire y lo suelto. Toco la puerta con mis nudillos y espero la confirmación para entrar.
― ¡Adelante! ―Oigo decir desde adentro. Enderezo la espalda y me doy paso.
―Buenos días, señor Hampton ―digo y sin esperar invitación a sentarme lo hago frente a él.
― ¿Cómo vas? ¿Qué tal todo? ―Inquiere sin sospechar lo que estoy a punto de decirle.
Mi situación con Alexa Santana no terminó bien, era de suponerse, era algo que me esperaba. Mentiría si dijera que me afecta con la misma magnitud en la que me quema haber perdido el puesto en la constructora de Alfonso Torres, sin embargo; me preocupa el desempleo que me embarga justo ahora. Estoy nerviosa, y si no es porque me hallo sentada me hubiera ido hacia un lado, las piernas me flaquean, mi estómago parece un hoyo sin fondo, un agujero negro donde cualquier emoción cae y no termina de salir.
―Señor Hampton... Necesito su ayuda ―suelto de golpe. Era necesario. Lo veo fruncir el entrecejo y tragar, quizás es inesperado para él, ya que nunca hablamos de nada más allá de un cobro, un comentario sobre las oficinas, algo de arquitectura. Sin darle espacio a su respuesta continuo―: He perdido mi puesto en la constructora, Alexa... ―LA MUY PERRA― Santana me ha excluido de nómina, por lo tanto, no puedo continuar con mi labor aquí. ―Entonces, una ola de emociones me llega al pecho, es una especie de melancolía que no sé cómo controlar. Qué patética. Trago saliva―. Lo siento mucho, en serio, pero... ―suspiro― ¿Usted podría contratarme de forma particular? ―Al terminar la oración el color sube a mis mejillas, las tengo hirviendo de la vergüenza que me posee en este momento.
Albert abre la boca para decir algo y de sopetón la cierra de nuevo. Ladea la cabeza, analizándome la postura o no sé qué hace, escudriñarme tal vez. Aunque no hayan transcurrido ni siquiera dos minutos el silencio que se asienta en la oficina comienza a morderme los sentidos y es ahí cuando me lleno de arrepentimiento, me culpo por impulsiva, por demostrar demasiada necesidad... Bueno, es que sí necesito el trabajo. Me aferro a ese último pensamiento para mantenerme aquí.
― ¿Qué sucedió? ―Cuestiona parpadeando. No determino molestia, más bien es extrañeza en su voz. Tiene apoyados los codos sobre su escritorio y las manos cruzadas y justo en ellas guarda su mentón, me observa esperando una respuesta.
Le explico todo incapaz de decir una mentira más, prometí a Dios y a mí misma jamás volver a mentir... en casi nada.
―También necesito un abogado para que me defienda en la demanda ―finalizo así mi relato, con las lágrimas amenazándome con salir desbordadas y sin pena alguna. Lo juro, estoy a un soplido de echarme a llorar.
Albert, quien estuvo atento a mi confesión, se incorpora de su puesto y si sitúa detrás de mí. Estoy asustada.
―Me... sorprende que alguien como tú haya hecho todo un problema ―responde sin tacto. Es un excelente momento para que la tierra me trague. Enseguida el hombre se aparta del sitio y camina por doquier―. No estoy para juzgarte, no sé qué habría hecho yo en tu lugar, Evangeline.
―Lo siento mucho ―susurro y sollozo. Es que no puedo evitarlo, recordar lo sucedido me pone de muy malas.
―No tienes qué. ―Veo a Albert devolverse a su sillón y cruzar los brazos, como si estuviera esperando a que me calmara, mi visión se nubló debido al llanto a mi desborde emocional―. La vida, Eva, no se termina cuando pierdes un empleo por muy importante que sea, el mundo no deja de girar cuando te equivocas, las personas que te quieren no dejan de hacerlo de la noche a la mañana. ―Lo escuchaba, pero no entendía, mi cerebro no procesaba nada, el dolor atravesado en mi corazón no asimilaba algo así―. Ahora mismo no vas a entenderlo, pero lo harás, créeme.
Asentí y sorbí por la nariz, con un pañuelo sequé mis mejillas empapadas. Dejé ir un largo suspiro, tenía que dejar de llorar.
―Muchas gracias.
―Por otra parte, Evangeline, puedes continuar de forma particular tu labor aquí, no pasa nada. Eso sí, el papeleo tomará algunas semanas, sabes lo liado que puede llegar a ser. Lo del abogado te lo comunico mañana, es que debo ver las asignaciones de las opciones para ti. Aparte, en mi equipo no hay abogados especializados en derecho laboral. No obstante, te ayudaremos, tranquila.
Fue música para mis oídos, lo tomé como el bálsamo que he necesitado el día de hoy, he sentido que me ha pasado de todo en demasiado tiempo y apenas han transcurrido algunas horas.
Vuelvo a proferir cientos de agradecimientos hacia el CEO y me retiro con un poco de dignidad, la que recuperé hace segundos cuando él me dio palabras alentadoras. Subí apenas unos centímetros la manga de mi blazer y advertí la hora en mi reloj. Era momento de almorzar, no tenía hambre, pero quería un café. Tomé el ascensor hacia el parqueadero. Hay una mujer a mi lado, es la misma malencarada que me exigía una firma cada vez que yo venía a trabajar, sobre todo en el trayecto inicial. La veo de reojo verme de reojo también, aparto la mirada y termina quedándose en recepción, ruedo los ojos al recordar los momentos tan desagradables que me hacía pasar. Bajo en el estacionamiento interno del rasca cielos y me dirijo con determinación hacia mi adorado auto. Estoy sumida en mis pensamientos, con el mismo nerviosismo consumiendo mis entrañas, partiéndome la cabeza, asustada, ansiosa, ya no sé, pero estoy hecha mierda en emociones. Y como no es suficiente sentirme así de mal, me tiene que pasar algo peor para ahora sí tumbarme los casi nulos ánimos que me quedaban.
Mi auto está cerrado por dos coches y una pared uno es similar al mío, el otro es más ostentoso, una camioneta Range Rover en color negro. Suspiro y boté una grosería de la rabia. Me acerqué al hombre de seguridad y le comenté lo ocurrido. Él tomó su radio de control y dijo algo inaudible para mí. Acto seguido, descolgó el teléfono de cable e hizo una llamada.
Me crucé de brazos y esperé justo afuera de la cabina del señor, no tuve otra opción que armarme de paciencia. Minutos después, decido ir hacia mi coche y esperar allí.
Inevitablemente me tensé, de pronto comencé a sudar y más temprano que tarde quise largarme de una vez por todas. Una rubia se acercaba a mí a paso decidido y a medida que eso ocurría mi cordura disminuía. Me desestabiliza, me pone la piel de gallina, es una necesidad de llamar su atención con mis acciones, que me mire, que me haga caso, ¡que me fastidie! No hallaba como recomponerme, ya me temblaba hasta el cabello.
― ¡Buen día, arquitecta! ―exclamó ocasionando un incremento de cosquilleo considerable en mi sistema digestivo. Me detalló con premura, sin tapujos, con todo el descaro que la caracterizaba. Carraspeé llamando su atención―. Me encantaría pedirle disculpas... de hecho, creo que lo haré. Disculpa.
Se gira sobre sus tacones y emprende otro rumbo. Caminé hacia ella, apenas dos pasos. ¿Ya regresaba con su actitud hostil? ¿Dónde había quedado el mágico momento en su despacho? Seguramente en el cesto de basura. ¡No la soporto!
―Abogada ―le llamé, fortaleciéndome en mi seguridad personal, una que pierde tantita fuerza cuando la tengo cerca. Se detuvo más no se giró―. ¿Qué hace aquí?
La verdad es que no entiendo nada, con esa mujer todo es así.
―El auto que cierra el suyo es mío, he dejado las llaves arriba y tengo que irme a almorzar con un cliente ―contesta y una sonrisa sarcástica ilumina su rostro―. Disculpa... ―Esto último fue pronunciado con sorna. Viro los ojos y a pasos decididos me planto detrás de ella.
¿Qué haré? ¡No lo sé!
―Necesito salir también es con urgencia, abogada. ―Respiro sobre su nuca. Naturalmente ella es más alta que yo, ella lleva tacones y por más que yo también los use, seguirá siendo más grande, me lleva ventaja. Quiero desmayarme, su olor me penetra en las fosas nasales y agudiza la puntada en mi vientre―. Mueva el coche ―musito con suavidad.
―No ―responde al tono. Cierro los ojos impacientada. Permanezco en el lugar, en esa posición y la rubia también―. No puedo, tengo prisa.
―Prisa llevo yo y estoy aquí, estancada por irresponsabilidades de otros ―resalto la última palabra y como es posible hacerlo, me acerco mucho más a su cuerpo. Bajo la vista y lo primero que observo es como el trasero es apretado por esa falda de tubo, se me seca la garganta y la cercanía me ocasiona un cosquilleo que baila dentro de mí.
Catherine se voltea y me clava esos orbes azules en la cara. Que alguien me agarre, porque en cualquier momento voy a caerme. Cruzo los brazos, demostrando serenidad y fatiga a la vez. Su aliento golpeando mi piel podría ocasionar cualquier cosa...pero me estoy concentrando en fingir calma.
Pareciera que a nuestro alrededor no ocurriera nada más, le apunté también mi mirada en la suya, esto es una guerra a muerte y estoy tan intimidada que no ha pasado ni medio segundo y ya quiero apartarme de ella. Está más claro que el agua lo que me provoca y presiento que se da cuenta, que me analiza con tanta rapidez que no me sirve de nada fingir algo.
―Arquitecta ―susurra y asiento―. Hoy es su día de suerte, le dejaron el espacio libre. ―Se alejó considerablemente de mí, dejando un vacío a mi alrededor. Volteo y en efecto así fue, la camioneta negra se ha ido. Pensé que ese auto era de ella, quedé lela.
Mordí mi labio con frustración, necesito ir al baño.
«Y yo también debo irme, mi cliente ha de esperarme. Hasta luego, arquitecta.»
Mete una mano en el bolsillo de su blazer y saca unas llaves. Entrecierro los ojos y me hago paso a mi coche.
―Menos mal no las cargaba, eh, abogada ―espeto con toda la intención de que me responda. Me acomodo en el asiento y abrocho mi cinturón de seguridad, mi estómago ruge de hambre.
Baja el vidrio de su auto, un auto que no encaja con ella en lo absoluto.
―No lo recordaba ―dice con falsa inocencia y arranca, dejándome de la misma forma que antes, con las bragas mojadas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro