Chapter eleven.
―Yo mejor me voy ―anunció Angelina y cerró la puerta al salir, sentía la necesidad de dejarlas solas. Se topó a Rebeca en el pasillo, quien le pidió asesoría con un caso que le tenía preocupada, Angelina con toda la naturalidad accedió y ambas se encaminaron hacia la oficina de la abogada.
― ¿Crees que aprueben este documento? ―Rebeca le extendió dos hojas unidas mediante una grapa a su compañera, Angelina leía en silencio―. Lo redacté anoche.
― ¿Puedo sugerir algo? ―Rebeca asintió expectante―. Utiliza la palabra "contraparte" incluso en documentos redactados, Rebe, el juez con normalidad le pone mucha atención a lo escrito. ¿Qué juez te tocó esta vez?
―Joyce, o algo así. ―Rebeca suspiró agotada―. Este caso en particular me preocupa.
La mujer caminaba en círculos dentro de su oficina, el aire acondicionado lograba apaciguar el estrés de alguna manera, entretanto Angelina ocupaba el asiento de Rebeca y encendía el monitor.
―Con tu permiso, Rebe. ―La pelinegra abrió la respectiva carpeta que contiene documentación confidencial sobre cada caso trabajado por el respectivo abogado. Rebeca encogió los hombros con las hojas cubriéndole el rostro―. Voy a tomar una plantilla, así redactaré algo para ti esta tarde.
Angelina viajó entre montones y montones de archivos en diversos formatos, tomó el que desde un primer momento buscaba y lo envió vía correo electrónico, así lo recibiría desde su ordenador y podría realizar lo que le comentó a su compañera.
Se levantó y dirigió a la puerta.
―Angie ―le llamó Rebeca. La mencionada giró la cabeza, con la mano apretando la perilla de la puerta―. Gracias por ayudarme, lo aprecio.
La pelinegra se limitó a sonreír y finalmente salió.
Por otra parte, la tensión se cortaba con un cuchillo en la oficina de la propia Angelina, quien se había encerrado en el servicio de mujeres a devolver lo ingerido en el día.
―Estoy esperando que me responda, abogada. ―Una temblorosa voz habló. Evangeline intentaba no perder los estribos contra Catherine, quien mantenía una posición intimidante hacia la arquitecta, a pesar de haber sido ella la que pronunció lo que jamás había, ni siquiera a sí misma.
Cate permanecía de brazos cruzados y con la espalda pegada a la pared, mientras que Eva sostenía su bolsa en medio del lugar.
― ¿Qué quiere que diga?
―Que repita lo que anteriormente dijo. ―Paciencia era lo que la arquitecta estaba perdiendo.
La incomodidad también se percibía entre ambas, con toda la confianza y facilidad pudieron haberse ido de allí, no permitirse semejante escena, perder el tiempo de tal manera. Sin embargo, no solo energías negativas deambulaban en el espacio, entre ellas surgía una conexión que, de hecho, era lo que las mantenía firmes en el sitio, enfrentándose, mirándose a la cara, con el corazón a punto de explotar debido a sus latidos impetuosos y crecientes, con los nervios corroyendo el interior de su estómago y una que otra emoción que ni siquiera han tenido la capacidad de definir.
―No puedo lidiar con personas sordas, lo siento. ―Catherine revoleó los ojos y mordió su mejilla.
― ¡Por favor, abogada! ―exclamó con fuerza, lanzando su bolsa en el suelo. Cate se enderezó y el calor se intensificó dentro de su ropa―. ¡Sé que le gusto, sé que me molesta porque disfruta hacerlo, pero me sentía una loca, enferma, retorcida y mucho más por pensar eso de alguien como usted! ¡Basta de jugar, no somos unas niñas!
Cate tragó saliva, por breves segundos el terror la alcanzó.
―No... ―respiró―, no sé, ya no sé, arquitecta.
― ¿Qué? ¿Qué es lo que no sabe? ―La castaña se acercó a ella.
―Lo que siento hacia usted, no...
― ¡Basta de negarlo! ―Eva exasperada de todo aquello retrocedió.
― ¿Y qué está peleándome usted, arquitecta? ―Cate enfrentó la situación, recobrándose de sus inoportunos nervios que por poco y la desestabilizan―. No sé qué es lo que necesita escuchar de mí, señorita, pero no pienso permanecer conversando con usted. Haga lo que quiera con las oficinas.
Catherine giró sobre sus talones y abrió la puerta para salir del caos.
―No pretendía otra cosa ―bramó Eva―. Con permiso. ―Alcanzó a Cate en la puerta y apuró los pasos fuera de allí, desapareciendo por el largo pasillo.
La rubia observó de espaldas a la arquitecta y suspiró. Llegó a su despacho y al cerrar la puerta detrás suyo rodeó su escritorio y comenzó a redactar el dialogo para el juicio de mañana, tecleaba cualquier palabra que su mente indicara, poco le importaba en ese momento, usaría su rabia para preparar los alegatos, ya luego en medio de la calma editaría absolutamente todo.
Por otra parte, Eva conducía intentando no perder el control del volante. ¿Cómo era capaz de permitirle a esa mujer ponerla en semejante aprieto? Subía y bajaba el pecho, desubicada en su totalidad. Su mente emitía una y otra vez el desagradable encuentro con esa mujer y las emociones en su cuerpo eran las mismas. Sin embargo, la confesión de la abogada la había dejado muda, no supo cómo reaccionar y quizás la actitud que tomó no fue la adecuada, un pequeño cargo de conciencia se apoderaba de ella, pero no pretendía retractarse de sus palabras hacia Cate.
Estacionó frente a un lugar que conocía a la perfección.
Sacó su teléfono sin salir del auto, abrió la mensajería instantánea y tecleó: "Nos vemos? Estoy al frente de tu casa, abre".
Minutos después un rostro que Evangeline adoraba se asomó por la ventana. Finalmente, salió del coche y se plantó en toda la entrada de la casa, no sin antes asegurar el auto.
―Hola, Evita. ―Deborah encerró entre sus brazos a su mejor amiga. Extrañaba esa compañía más que nunca.
― ¿Cómo estás? Te he extrañado ―confesó Eva disfrutando de ese abrazo.
―Bien, pasemos. ―Ambas entraron a la casa y llegaron al recibidor―. Te ves magnífica.
―Ah, ¿sí? ―inquirió Eva, pensando lo contrario. Sentía que botaba por los poros las emociones, y que ello la hacía lucir mal. Deborah asintió y caminaron hasta la sala de estar.
Con absoluta sorpresa, Evangeline observaba todo el recinto con detalle. Al visitar a su mejor amiga de forma tan inesperada, aseguró encontrar la casa patas arriba, como casi siempre sucedía, pero esta ocasión la dejó impresionada. La casa lucía pulcra. De hecho, Deborah misma permanecía peinada, eso sí, con su típica vestimenta, una sudadera holgada y un short de mezclilla.
―Sí, ¿por qué no has de estarlo?
Tomaron asiento en el sofá, sin embargo, antes de que Deborah pudiera posarse sobre el mueble recobró la postura y caminó hacia la cocina. En el refrigerador consiguió donas de hace dos días y una soda a la mitad, las llevó consigo y se acomodó al lado de Eva.
―Tuve un problema con una mujer y pensé que mi cara era un desastre ―dijo abriendo la soda.
― ¿Tienes novia? ―cuestionó sorprendida. Evangeline dejó descansar a sus pies, quitándose los zapatos y sintiendo el suelo sin intermedios entre su piel y el piso. Deborah con más confianza subió los tobillos al sofá, mientras masticaba una dona.
― ¡Absolutamente no! ―Las mejillas de la arquitecta se tiñeron de carmesí―. Discutí con una mujer en el trabajo.
― ¿Con Alexa?
―No. Eso es otro tema que me preocupa.
― ¿Por qué?
―Estoy incumpliendo el contrato, aunque ella no lo sabe.
― ¡¿QUÉ!? ―gritó Deborah incapaz de creer lo que escuchaba. Eva cerró los ojos, esperando el juicio―. No puedo creer que tú, una persona como tú, esté incumpliendo una norma.
―Trabajo para Torres y Asociados...
― ¡Entiendo! ―exclamó―. Empieza a tener sentido.
―Sí... No puedo retirarme de mi trabajo actual, porque me faltan dos meses para que se venza el contrato.
― ¿Por qué firmaste con el otro entonces?
―Mmmm, la pregunta está demás, Deb.
―Sí... sé que ha sido tu sueño más grande, Evita, pero... no lo sé, una persona con tus valores y principios no pone sus metas por encima de la ley.
― ¿Por qué? ¿Una persona como tú sí? ―espetó la castaña. Deborah sintió un escalofrío en el estomago y rio nerviosa―. Lo siento, no debí decir eso.
―Ya, está bien. Entre otras cosas... cuéntame de la mujer con la que has peleado.
Evangeline cogió una dona y empezó a comerla.
―La odio.
― ¿En serio?
―No.
― ¿Entonces?
― ¡No lo sé! Me molesta su actitud, su carácter me produce nauseas.
Deborah se carcajeó y negaba con la cabeza, incrédula.
―Te gusta, ¿no?
―No...
― ¿Le gustas a ella?
―No sé. ―Eva respiró con profundidad―. Hoy en medio de toda esa discusión que tuvimos, ella dijo algo que me desconcertó.
La mujer de cabellos morados le dio el espacio a su mejor amiga para que se desahogara, con atención escuchaba sus problemas y dentro de ella crecía una culpa impalpable, ya que, aun así con la arquitecta confiándole sus problemas, se sentía incapaz de contarle siquiera una mínima parte de lo que sucedía en su desastrosa vida.
Gracias por su paciencia en cada actualización y gracias por leer <3
ig: aliceindrama
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