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XVIII. Ciudad de Lago





El galope duró una hora más antes de que alcanzaran los límites del Bosque Negro, cuyo final los condujo hasta la desembocadura del río y las orillas de una vasta masa de agua de densa neblina. Bryssa oteó largo y tendido el horizonte, más no pudo divisar nada más allá. Detrás de ella, todavía eran audibles el sonido de las riendas de los caballos cuando estos agitaban la cabeza. Los habían dejado sueltos hacía unos minutos atrás, descansando los músculos y abasteciéndose con la hierba que crecía en la zona.

Los integrantes del reciente nuevo grupo, sin embargo, discutían en voz baja su próximo movimiento, o al menos, Írithël y el elfo rubio lo hacían. El ladrón había optado por estirarse a la sombra de un alcornoque del linde, mascando una larga brizna de hierba, simulando dormitar levemente.

Volvió a centrar la mirada en ambos elfos. Todavía no hubiera sabido determinar por qué habían decidido ayudarla. Una parte de sí misma le instaba a desconfiar de sus intenciones, pero Bryssa no pudo evitar depositar algo de confianza en ellos, sobre todo en Írithël. Había captado pequeños atisbos de la verdadera naturaleza de la elfa; no parecía alguien de quien se pudiera desconfiar, a pesar de la letalidad que sin duda formaba parte de ella.

Decidió levantarse del sitio que había adoptado como propio en las orillas del lago, donde se había lavado la cara y las manos para eliminar la suciedad que la celda había dejado tras de sí. También intentó limpiar sus cabellos enmarañados, aunque solo consiguió enredarlos un poco más. Se sacudió las ropas y ajustó la bufanda roída a su cuello antes de aclararse la garganta.

    —Disculpad —dijo, buscando captar la atención de sus compañeros de viaje—. ¿Qué haremos a continuación?

    —¿No es evidente? —dijo el ladrón, ladeando la cabeza mientras una de sus comisuras se estiraba hacia arriba. Su tono era el de quien explicaba algo demasiado obvio—. Cruzaremos el río. Aunque no sé cómo pretenden hacerlo estos elfillos que tengo delante.

    —Cállate, Humano —siseó Írithël.

    —Tengo nombre, Elfa.

    —No me importa —contestó ella.

    —A mí me gustaría conocerlo —admitió la hobbit.

Todavía en la orilla, Bryssa dejó que su atención se desviara hacia el humano, mientras sus manos palpaban el tallo de los juncos que había arrancado de la blanda tierra húmeda. En sus días junto a Radagast, la hobbit había aprendido a limpiar los juncos y aprovechar el tallo blanco que residía tras el verde visible a simple vista.

El ladrón soltó una risotada. Bryssa lo ignoró y volvió a su tarea: arrancó con suavidad la costra, y entonces observó detalladamente el tallo interior; era importante que se encontrara intacto. Tras asentir para sí misma, lo guardó en uno de sus fardos. Grata había sido su sorpresa al saber que los que había visto en las sillas de los caballos antes de que escaparan, pertenecían a ella y al ladrón principalmente.

    —Ah, así que la druida enana es curiosa... —burló el hombre. Rió de nuevo, esta vez para sí—. Me llamo Finnarth.

    —Tu tono delata que ese no es tu nombre real —expresó Legolas sin inmutarse. El llamado Finnarth sonrió ladinamente.

    —Sigo siendo un ladrón —dijo simplemente—; ¿de verdad esperabais que os dijera mi nombre? Conformaos con lo que tenéis y no forcéis el asunto.

Bryssa se alzó del suelo y sacudió sus ropas como pudo. Aunque andrajosas, todavía se conservaban en considerable buen estado. Menos por toda la suciedad y los agujeros que decoraban los bajos de las telas. No se quejaría si decidían brindarle un nuevo atuendo. Cuando acabó, su vista pasó de nuevo a Írithël.

    —¿Qué haremos? —preguntó de nuevo. La Elfa dirigió su vista hacia la espesura de la niebla que se cernía sobre la masa de agua, y después, respondió:

    —Deseas llegar a la Montaña Solitaria, y para ello, necesitaremos transporte. Los Elfos establecieron tratados de comercio con los hombres de Esgaroth. Debería haber un comerciante por aquí que nos llevara.

    —No pretendo inmiscuirme en cuestiones de Elfos —interrumpió Finnarth—, ¿pero cómo puedes estar tan segura de que habrá alguien aquí?

    —Hoy tiene lugar la recogida de vino y víveres varios por parte de las gentes de Esgaroth —esbozó el Elfo rubio simplemente—. Pero eso es algo que tu ya conoces bien, ¿no es cierto?

Bryssa se percató de la mirada que Legolas le dedicaba a Finnarth, como si sus palabras hubieran sido dedicadas exclusivamente a él. Se dio cuenta entonces de que no conocía del todo el modo en el que el hombre había ido a parar a las celdas de los Elfos; si bien él le había comentado muy levemente que robar barriles de vino no era bien visto, no podía evitar preguntarse si aquel había sido precisamente el motivo de que lo encarcelaran.

    —¿Te encarcelaron por eso? ¿Robar vino? —inquirió Bryssa, sin poder contenerse.

    —El vino de Ciudad de Lago es muy popular —se excusó el ladrón—; y muy bien pagado, debo añadir.

    —Un acto estúpido e imprudente —bufó Írithël.

En la distancia se oyó un silbido. Los cuatro restaron en silencio, mirándose los unos a los otros antes de prestar más atención. Bryssa intentó forzar su oído lo máximo posible. Era difícil escuchar algo más que el sonido de las aguas en movimiento, los cascos de los caballos mientras pastaban o el piar tímido de los pájaros. Pero entonces, débil aunque constante, el silbido de una voz entonando una canción desconocida.

    —¡Lo escucho! —exclamó la hobbit—. Hay alguien en las aguas.

    —Yo también he sido capaz de oírlo —admitió Legolas, caminando de vuelta a los caballos y quitándoles las pocas alforjas que todavía llevaban—. Es nuestra oportunidad, sin duda. Cerca de aquí hay un pequeño puerto de anclaje. Quienquiera que sea quien se acerque, se dirigirá allí.

    —¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Finnarth—. Por lo que sabemos, también podría estar alejándose a Lago.

    —No podemos arriesgarnos a no comprobarlo —siguió el elfo—; podríamos perder la única oportunidad que tendríamos de cruzar al otro lado.

Bryssa se ajustó la correa de su bolso y los miró a todos con decisión antes de dar media vuelta y encabezar el grupo.

    —¡En marcha! —Fue todo lo que dijo.

Los tres miembros restantes permanecieron en silencio, mirando el camino por el cual la hobbit desaparecía con sus cortas piernas. Finnarth se encogió de hombros, quitándole un fardo a Legolas y siguiéndola. Írithël miró al Príncipe, esperando su confirmación. ¿Era buena idea? ¿Estaban haciendo lo correcto? Ella no dudaba de las intenciones que tenían ambos, pero no podía evitar pensar en que estaban a punto de dar comienzo a una empresa en la que utilizarían a la hobbit, alguien inocente.

    —No podemos dejarlos solos por mucho tiempo —dijo él—. Vamos, Lengua de Hielo.

Írithël inhaló lentamente y asintió. No había marcha atrás; todo estaba en juego ahora.

El embarcadero del que Legolas había hablado resultó ser un simple puentecillo de maderas carcomidas y demasiado crujientes para el gusto de Bryssa. Los lícanos se entrelazaban con las plantas que crecían a orillas del agua y se agitaban danzarinamente con los imperceptibles suspiros del viento. La niebla continuaba siendo tan densa como lo había sido en un inicio, pero ahora la hobbit pudo distinguir una silueta oscura aproximándose a través del agua.

Se giró para mirar a sus acompañantes, cruzándose con las miradas fijas en el horizonte de Legolas e Írithël. Imperturbables, oteaban con intensidad buscando descifrar las formas que la niebla ocultaba tras de sí. Bryssa no pudo evitar contemplar la belleza que ambos desprendían, todavía cuestionándose cómo los elfos podían ser tan bellos y a la vez tan insensibles. Eran criaturas centenarias, sí, pero aquello solo debería haberlos hecho más amantes de la vida y la prosperidad, de la calma y la paz. Recordó al Rey Thranduil y un escalofrío la recorrió. Bryssa sabía poco o nada sobre cultura élfica, pero no le hacía falta conocerla para saber que los elfos de Imladris jamás serían como aquellos del Bosque Negro.

    —Un barco se acerca —informó Írithël, Legolas asintiendo para confirmar sus palabras.

    —¿Entonces a qué debemos esperar? —dijo Finnarth de repente, levantándose del sitio donde se había recostado—. Abordemos el barco, dejemos al navegante aquí y sigamos nuestro querido camino.

    —¡No vamos a abandonar al barquero! —Bryssa se giró con mirada feroz hacia él. Finnarth la observó desde las alturas con una ceja alzada.

    —Ya lo creo que sí —volvió a insistir él—. Me reconocería y no dudaría en llevarme hasta la justicia de Lago. No estoy dispuesto a entregarme en bandeja de plata solo para que me tomen preso en una de sus celdas. No son acogedoras.

    —¿También eres enemigo de Ciudad de Lago? —preguntó la hobbit con pasmo. Finnarth solo le dedicó una mirada que no necesitó palabras para acompañarla—. ¿A caso hay algún lugar en el que no te consideren un vándalo?

    —Harad —respondió el hombre, encogiéndose de hombros.

    —Bien —interrumpió Írithël—. Entonces restarás aquí mientras nosotros pondremos rumbo a la Montaña. Seguro que encontrarás el camino hacia Harad, puesto que es la tierra más segura para ti bajo estas circunstancias. Por supuesto, antes deberás evitar las intercepciones de los centinelas del Rey del Bosque Negro.

Finnarth palideció y su rostro se descompuso en una mueca de espanto. Tan solo fueron unos segundos, pues rápidamente volvió a recobrar su semblante burlón.

    —¿Y dejaros toda la diversión y las riquezas de esa montaña? Os acompañaré.

Nadie pudo decir nada más, pues el sonido remos encontrando su camino entre las aguas los sumió en el silencio. Se quedaron quietos, aguardando. No podían esconderse y salir cuando el barquero hubiera atracado, pues entonces estarían desviando la atención hacia ellos de forma negativa. Quizá el barquero pensara que eran vándalos —y Finnarth lo era—, que querían acabar con su vida y tomar todas sus posesiones. Habían decidido en silencio que permanecerían en la orilla, delante del pequeño puente.

El silbido que habían estado escuchando se hizo más y más fuerte, hasta que por fin vieron el barco mercantil aparecer al final de la estructura de madera. El barco era una barcaza larga y fina con dos mástiles maestres con sendas velas un poco raídas, pero en buenas condiciones para navegar a pesar de todo. Varios barriles de vino se apelotonaban uno encima del otro formando pirámides en la proa de la embarcación. Bryssa sintió que Finnarth se movía inconscientemente hacia donde estaban.

El barquero saltó de su navío, ajeno a la presencia del cuarteto, y ató un cabo mayor al puente antes de darse la vuelta y echar andar. Ensimismado en atusar un poco su abrigo, de un azul marino recubierto de lana por dentro, pasó por alto que se dirigía directamente hacia donde estaban ellos. No fue hasta que estuvo a dos pasos de ellos que, al alzar la vista, trastabilló hacia atrás con pasmo. Bryssa lo observó con atención.

A juzgar por su apariencia, era más joven que Finnarth. Aunque este último se conservara bastante bien, no podía ocultar los trazos que la edad había empezado a deslizar sobre su rostro. El barquero carecía de aquellas señales y sus ojos oscuros brillaban todavía con la curiosidad y la incertidumbre de alguien joven, así como Bryssa. Sus cabellos rizados y negros se agitaron ante un soplo repentino y la hobbit pudo adivinar el aroma de la sal, el humo y las viñas.

El joven los miró, visiblemente intimidado, y empezó a recular en dirección a su barcaza. Bryssa dio un paso adelante con una pequeña sonrisa tironeando de sus comisuras, intentando parecer amigable. El joven volvió a dar un paso atrás.

    —No queremos hacerte ningún daño —dijo la mediana—. Lo prometo. Tan solo necesitamos llegar hasta Ciudad de Lago.

    —Portáis armas —señaló el muchacho, todavía sin dar su brazo a torcer. El miedo seguía presente en su mirada.

    —Son inofensivas para ti —informó Legolas, dando un paso al frente—. Afirmo las palabras de... mi pequeña compañera —Bryssa se giró hacia él, tan extrañada por aquellas palabras como el propio elfo—; no te haremos mal alguno, y podemos pagar nuestra travesía si accedes a llevarnos a Lago. Es allí a donde te diriges, ¿no es cierto?

    —Es de donde soy —dijo el joven, más relajado aunque alerta todavía. Parecía que la mención de un pago había conseguido llamar su atención—. Vosotros dos afirmáis no hacerme nada, pero vuestros amigos no han dicho palabra alguna. ¿Son ellos peligrosos, acaso?

    —No —dijo Írithël—. No lo somos.

    —Tengo que escucharlo de él también.

Finnarth dejó escapar un suspiro exasperado y alzó ambas manos, mostrándolas desprovistas de armas.

    —Yo no llevo nada que pueda hacerte daño —expresó—, aunque por otra parte, tampoco me haría falta...

    —No hará nada —interrumpió Bryssa, acercándose al joven un poco más—. Nos aseguraremos de ello. Simplemente encuentra placer en hacer bromas un tanto oscuras, es todo.

Una nueva sombra cruzó el rostro del joven hombre: interés. Cruzó los brazos sobre el pecho y les dirigió una mirada suspicaz.

    —¿Cuánto?

No tuvo que especificar a qué se refería; claro estaba que hablaba sobre el pago por llevarlos. Legolas dio otro paso al frente, extrayendo una bolsa de cuero de su propio zurrón. La sopesó durante unos instantes, comprobando su peso, y a continuación se la lanzó con un tiro limpio al muchacho. Este la atrapó y la abrió sin más preámbulos, observando su contenido.

    —Por todos los cielos... —masculló, boquiabierto. Volvió su mirada a ellos y se apartó, dejándoles paso libre hacia el navío—. Bienvenidos a bordo. Poneos cómodos, yo debo esperar a que lleguen los guardias del Rey para que recojan este vino.

    —¿Los guardias? —cuestionó Bryssa, sintiendo que su sangre se congelaba.

    —Sí —respondió el joven—, ¿hay algún problema...? —Entonces sus ojos se abrieron ante la comprensión—. ¿Sois fugitivos?

    —No.

    —Sí.

Finnarth y Bryssa se miraron con los ceños fruncidos. El hombre se agachó para quedar a su altura y la tomó de los hombros sin previo aviso. Bryssa se tensó al instante, recordando la forma en la que la había apresado cuando se habían conocido. La hobbit apretó la mandíbula y se sacudió de su agarre para liberarse. Finnarth la soltó sin oponer resistencia, pero siguió mirándola amenazante.

    —No podemos decirle que somos fugitivos. No nos llevará.

    —No voy a mentir —replicó ella con fiereza—. Prefiero ser honesta y que sepa que somos fugitivos a mentirle. Podemos ponerle en peligro y ni siquiera nos conoce.

    —¿Hola? —preguntó el joven, haciéndose notar. Finnarth abrió la boca para hablar, pero fue interrumpido por Írithël.

    —Sí, somos fugitivos —explicó la elfa. Bryssa la miró sorprendida, encontrándose con que los ojos de la mayor la miraban. A continuación se desplazaron de nuevo al muchacho—. Estos dos fueron tomados prisioneros —dijo, señalando al hombre y la hobbit—, y nosotros dos los liberamos. No estábamos de acuerdo con la política del Rey. Escapamos y necesitamos llegar a Lago para estar a salvo. Te pagaremos el doble si nos ayudas.

El pelinegro se quedó callado, meditando las palabras que Írithël acababa de decir. Era visible en su rostro la vacilación, y Bryssa lo comprendía, pero no podía evitar sentir su propia incertidumbre y los nervios que se esparcían por su cuerpo como un incendio en el bosque. ¿Confiaría el muchacho en ellos? ¿Podrían ellos confiar en él o los delataría? ¿Volverían a las celdas del Rey Elfo?

El aire portó consigo el sonido de cascos de caballos y el tintineo de metal hasta ellos. La tensión incrementó considerablemente mientras el cuarteto compartía una mirada significativa; su tiempo estaba empezando a llegar a su fin y si no se apresuraban, se arriesgarían a ser atrapados de nuevo.

    —De acuerdo.

Bryssa se giró al instante y sus ojos pardos se clavaron en los verdes del muchacho.

    —¿De verdad? ¿Nos ayudarás?

Él asintió.

    —Sí, aunque no sé dónde podría ocultaros. La barcaza no tiene suficiente espacio a bordo como para que podáis esconderos.

    —¿No podríamos dejar los barriles de vino en la orilla e irnos? —propuso Finnarth. El joven negó.

    —Sería extraño; mis entregas siempre requieren de mi presencia para tomar el pago y asegurarme de que todos los barriles estén en buen estado. Y los elfos ya están suficientemente cerca, que el barco estuviera a una distancia considerada de la orilla para entonces sería una bendición, pero no posible.

Finnarth maldijo por lo bajo y se cruzó de brazos. Legolas inclinó la cabeza pensativamente y miró a Írithël. Ambos intercambiaron miradas, como si hablaran entre ellos sin necesidad de palabras, mirando de vez en cuando a sus espaldas. Bryssa se impacientó.

    —¿Qué estáis haciendo?

    —¿Crees que sería posible? —cuestionó Írithël, ignorándola. Legolas asintió lentamente.

    —No perderemos nada por probarlo. Quizá funcione —Se giró para mirarlos—. Subiremos a los árboles de la segunda línea del bosque que tenemos a nuestras espaldas. Su follaje es espeso y oscuro, no podrán avistarnos si nos ocultamos bien. Necesitaremos permanecer lo más quietos y silenciosos que podamos. Los elfos tenemos un buen oído y una vista sobresaliente. Un paso el falso podría condenarnos.

Nadie tuvo una idea mejor, por lo que se organizaron lo mejor que pudieron para repartir el peso de los fardos entre ellos. Todos estuvieron de acuerdo en que Bryssa llevara únicamente ellos suyos, algo en lo que la hobbit no pudo mediar palabra, aunque quiso ayudar, asegurándoles de que podía llevar uno más. Legolas los condujo hasta la segunda línea de árboles y les indicó dos árboles específicos. Eran los más grandes y frondosos, de tronco grueso y robusto de corteza oscura. El follaje, tal y como había asegurado Legolas, era tan espeso que los elfos no los verían si se quedaban muy quietos.

    —Deberás quitarte la prenda que llevas al cuello —le dijo Írithël a Bryssa, señalándole la bufanda. Tanto Legolas como Finnarth habían empezado a trepar ya en el árbol que les correspondía a ambos, lo que dejaba a las dos féminas con el segundo.

    —Quizá sí —respondió Bryssa, tomando la ajada bufanda carmesí y metiéndola a toda prisa en uno de sus zurrones. El color, aunque apagado y maltrecho por el tiempo y las circunstancias que había vivido, seguía siendo demasiado llamativo. No podían arriesgarse más.

    —¿Alguna vez has trepado? —inquirió la elfa unos segundos más tarde. Írithël se posicionaba ya sobre la segunda rama. Bryssa casi se permitió sentirse ofendida, pero decidió que la situación no lo ameritaba en absoluto. Asintió.

    —Prácticamente me crie así —dijo.

Y no era ninguna mentira. Colocar la mano sobre la corteza rugosa del árbol hizo que un escalofrío recorriera todo su cuerpo, como un rayo crepitante del cielo que impactaba contra la tierra y la inundaba de luz electrizante. Después buscó un hueco cercano y su palma se cerró a su alrededor con fuerza. La corteza se clavó en su piel sin piedad, pero no le importó.

Cogiendo impulso, Bryssa saltó al tronco y sus brazos se estiraron por encima de su cabeza, buscando la rama más próxima. Era delgada, pero lo bastante fuerte como para permitirle apoyar parte de su peso. Pies y manos se movieron siguiendo un patrón rápidamente. Írithël la observó en completo silencio, sorprendida. Bryssa quiso sonreír, pero siguió subiendo con la maestría de alguien que repite una acción ya conocida, que danza una canción que, aunque no practicada durante mucho tiempo, todavía recuerda los pasos.

Por unos instantes, Bryssa permitió que su mente se sumiera en los pozos del tiempo, en sus recuerdos, que viajara a través de la tierra hasta cientos de miles de millas de distancia. Su mente navegó en los caudales subterráneos de ríos y lagos hasta encontrar el cauce conocido del Brandivino, y surgió envuelta en tierra entorno a las raíces de los árboles de Casa Brandi. ¿Cuántas veces Bryssa habría escalado aquellos árboles? ¿Cuántas caídas habría experimentado sin darse nunca por vencida, volviendo a subir?

Se sentó sobre una de las ramas del centro, apoyando la espalda contra el tronco y apoyando la cabeza también. Un suspiro se escapó de sus labios, silencioso. Írithël llegó sin dificultad hasta ella y subió una rama más, posando sus ojos cristalinos sobre los pardos de la hobbit.

    —Nada mal —elogió la elfa, antes de quedarse callada. Bryssa quiso responder, pero pronto averiguó que en aquellos momentos era mejor sumirse en el silencio.

Cerca de la orilla, dejando los barriles sobre el puente de madera, el joven barquero se erigió cuando las figuras emergieron del bosque vistiendo armaduras de reluciente oro y montando espléndidos corceles.

    —Saludos, Elfos del Bosque Negro —dijo el barquero—. Traigo los pedidos que vuestro Rey hizo con tan poca antelación. Si hubiera sabido que tendría que volver tres veces por el mismo camino, quizá habría llevado toda la mercancía en un solo viaje y no dos.

    —Nuestro Rey agradece vuestros servicios, Señor Vallhan. Si hubiéramos sabido que los barriles restantes escaparían, os habríamos avisado sin preámbulos.

El barquero —Vallhan, se dijo Bryssa—, miró a los guardias con renovado interés.

    —¿Los barriles escaparon, habéis dicho? —preguntó, curioso.

    —Sí, unos prisioneros los utilizaron como vía de escape.

    —Oh, vaya. Lo lamento —esbozó Vallhan, echándoles una rápida a los árboles donde se encontraban sus polizones—. Pues estos serían todos los barriles que el Rey pidió para compensar los que perdió.

    —Esperad —dijo el locutor de los guardias. Vallhan, que había empezado a volver sobre sus pasos hacia la barcaza, se giró para mirarlo—. No sabréis nada sobre dichos prisioneros, ¿verdad? Ocultar cualquier tipo de información sobre los que fueran los prisioneros del Rey Thranduil podría conllevar serios problemas.

    —No —dijo Vallhan, retorciendo nerviosamente las manos tras su espalda—. Por supuesto que no. El Rey Thranduil es uno de mis mejores clientes, sino el mejor de todos. Jamás ocultaría algo que pudiera poner en jaque nuestro trato comercial. Si veo a los prisioneros o alguien remotamente sospechoso, seréis informados, mis señores.

    —Eso espero, sería un verdadero infortunio. —El guardia les hizo una señal al resto, que recogieron los barriles y los pusieron en un carromato—. Buen día, señor.

    —Buen día...

La tensión que todos sentían no se disipó hasta que los guardias no se hubieron alejado lo suficiente como para no escuchar los cascos de los caballos o las ruedas del carromato. Aún así, tanto Vallhan como los otros cuatro se quedaron quietos sin producir el más mínimo ruido. Veinte minutos más tarde, Legolas les indicó al resto que era seguro bajar. Bryssa se deslizó por las ramas saltando de una en una con cuidado, mientras que Írithël se dejó caer directamente al suelo con una agilidad y elegancia envidiables, si le hubieran preguntado a la hobbit.

Volvieron junto a Vallhan y este les señaló la embarcación.

    —Ahora sí, será mejor que os pongáis cómodos, nos espera un largo viaje. Debo avisaros de que hay ciertos parajes que están vigilados por guardias fronterizos de Lago. Quizá nos encontremos con alguno, así que tened preparada alguna historia que contarles que resulte creíble. Intentaré pasar por otro camino para evitarlos —les dijo.

Sin más que añadir, tomó el cabo de la barcaza y empezó a desatarlo con cuidado. Mientras Írithël, Legolas y Finnarth se encaminaban hacia el barco, Bryssa decidió retrasarse y situarse junto a Vallhan.

    —Así que te llamas Vallhan —empezó. En su rostro había una pequeña sonrisa—. Yo me llamo...

    —Alto ahí —dijo él, alzando ambas manos como si la mediana no hubiera sido más que un lobo al que tranquilizar—. No continues, por favor.

    —¿Por qué? —Bryssa frunció el ceño—. Nosotros sabemos tu nombre, es justo que tú sepas el nuestro.

    —Eso es precisamente lo que pretendía evitar hace un rato cuando os conocí —admitió Vallhan—. El intercambio de nombres y las presentaciones hubiera hecho que dejáramos de ser desconocidos. Nos convertiría en conocidos. Incluso algunos pensarían que en amigos.

    —¿Qué tiene de malo? —cuestionó ella—. Entiendo que no quieras que nos convirtamos en conocidos porque podrían relacionarte con nosotros, que somos fugitivos, ¿pero no crees que ya es tarde para evitarlo? Podríamos utilizar tu nombre una vez estemos en Lago, aunque te aseguro que no lo haremos realmente.

    —Sin duda el conocimiento del nombre de alguien confiere a la persona que lo sepa un gran poder —razonó el joven. Soltó un pesado suspiro y agarró el cabo con una sola mano, extendiéndole a Bryssa la otra—. Soy Vallhan Tercero.

La castaña sonrió, tomándole la mano.

    —Bryssa Brandigamo.

La travesía a través del lago Largo aconteció de forma tranquila y silenciosa; al menos, lo hubiera hecho si Vallhan y Bryssa no hubieran decidido perturbar la calma del resto del grupo con una larga conversación que desembocó en otras varias. Bryssa encontró en Vallhan lo que creía que había perdido cuando la Compañía se había marchado sin ella: un amigo. El joven barquero resultó ser un joven inteligente y un tanto asustadizo, prudente y torpe. Tenía veinticuatro años, le había dicho a la hobbit, y vivía con su padre, un pescador. A Vallhan, sin embargo, la pesca no le había interesado nunca y había encontrado su verdadera vocación en la viña que un noble mantenía en la orilla de la ciudad. Se había ganado unas pocas monedas al mes desde entonces, que los había ayudado a él y a su padre a prosperar un poco más, no con lujos, pero sí con comodidad.

Por él, Bryssa supo que la mayoría de personas que vivían en Esgaroth no poseían ni los bienes ni el dinero necesario; subsistían a duras penas y cada mes debían pagar los injustos impuestos que el Gobernador dictara. La hambruna y la pobreza se habían hecho con la mayor parte de la población. La enfermedad no tardaría en arraigar con tal ahínco que, si no ocurría un milagro pronto, muchos sucumbirían antes del próximo invierno.

    —A ese pez despilfarrador le vendría bien una buena lección —le había dicho Vallhan a Bryssa mientras hablaban sobre la cuestión.

A cambio de los conocimientos que había adquirido sobre la ciudad gracias a él, Bryssa le contó sobre los hobbits y La Comarca, Los Gamos y Bree. Habló de las diversas razas de hobbits y cómo ella pertenecía a la que, según su viejo abuelo Tuk, era la mejor. También de la distribución de dichas razas sobre las regiones que poblaban y las características de todas ellas. Durante unos instantes, la mediana no pudo evitar reírse cuando descubrió que a Vallhan casi se le cerraban los ojos con sus explicaciones.

No obstante, el joven aseguró escucharla y elogió la forma en la que contaba lo que sabía: como si fuera una historia, un dulce cuento que hablaba sobre gente pequeña en casas pequeñas, bajo colinas pequeñas que disfrutaban, en contraparte, de los grandes placeres que la vida tenía que ofrecer.

    —Desearía poder visitar esas tierras algún día —comentó Vallhan al cabo de unos pocos segundos—. Puede que incluso decidiera quedarme a vivir. Una vida apacible, tranquila y cómoda. Con mucha comida. ¿Puede haber un sueño mejor hecho realidad?

    —La vida allí sin duda es buena —concedió Bryssa. Una triste sonrisa se apoderó de sus labios—. A veces siento que soy una desconsiderada y una ingrata por haberla rechazado, sin embargo. Allí las guerras apenas llegan a rozar los horizontes hasta donde alcanza la vista, y a pesar de todo escogí vivir una aventura llena de peligros, rehusando de la vida que mis padres me habían obsequiado.

    —¿Sientes remordimientos en cuanto a tu decisión? —preguntó él, virando un poco el timón.

Bryssa se removió en su sitio, inquieta. ¿Se arrepentía de su decisión? ¿Cuántas veces había podido llegar a replantearse todas las decisiones que había tomado desde que iniciara su viaje? Había perdido la cuenta por completo, y sin embargo siempre encontraría la forma de volver a cuestionarse todo lo que había dicho y hecho: cada acción, cada palabra, cada gesto...

Y siempre encontraría la manera de desechar aquellos pensamientos y acallarlos, de darse un poco de valor a sí misma, aunque en realidad no poseyera ninguno. Aquella vocecilla de sirena en su cabeza seguiría susurrando melodías que le colmarían el corazón de orgullo, de esperanza y sueños por sí misma.

Si volviera la vista atrás, hacia el remoto pasado y aquella madrugada en Casa Brandi, cuando el sol todavía no se había alzado, su decisión hubiera sido exactamente la misma. Recordaría a sus hermanos y hermanas todavía dormidos, a la forma en la que su padre había yacido en su camastro con un sitio desocupado, el cual le hubiera correspondido a su querida madre, despierta para despedir a la más pequeña de sus vástagos. A pesar de las lágrimas y la tristeza por la partida, su madre había sido clara: debía perseguir sus sueños, costara lo que costara.

Y Bryssa lo había hecho. Había desafiado a enanos gruñones que la habían subestimado vez tras vez, había sobrevivido a estar separada de su primo con un mago desconocido, en el que había encontrado al fin a un amigo. Había vuelto a la Compañía de Escudo de Roble como una roca que no pudieran quitar de sus fardos por muy lejos que la lanzaran. Se había enfrentado a hordas de trasgos bajo una montaña y había sobrevivido a las llamas de un bosque en brasas. Se había ganado el respeto del último Cambia-pieles y sobrevivido a la locura de un bosque perdido y un cruel Rey Elfo.

¿Si se arrepentía de su decisión?

    —Jamás podría —murmuró al fin—. Y aunque pudiera, esa no sería yo, Vallhan. Ya no habría sido Bryssa Brandigamo, sino una desconocida. Todas mis decisiones me han conducido hasta este momento, y jamás podría arrepentirme de ellas. Los caminos se bifurcan y se retuercen sin poder controlarlos, pero eso es lo curioso del destino: por mucho que creas que te desvías de la senda marcada para ti, siempre estás en ella. El destino es inevitable, y este, tarde o temprano, hubiera sido el mío.

Vallhan no dijo palabra alguna, pero su mirada habló por él. Había verdadera admiración en sus ojos y Bryssa pudo sentir cómo su pecho se hinchaba con orgullo. Se sumieron en un cómo silencio mirando el horizonte. De vez en cuando, escuchaban a Írithël y Legolas hablar en voz baja, o a Finnarth interrumpiendo e inmiscuyéndose en la conversación simplemente para molestar. Bryssa se giró para mirarlos varias veces, curiosa e intrigada. Mentiría si dijera que no había acabado con un grupo de compañeros de viaje todavía más disperso y diverso que la Compañía. Dos elfos, dos hombres y una hobbit. Tres razas distintas que iban al encuentro de una cuarta: los enanos de Érebor.

    —Falta poco —informó Vallhan.

Pasaron veinte minutos más antes de que avistaran tierra entre la densa bruma que los había acompañado. O más bien, lo más parecido a tierra que habían encontrado desde que embarcaran. Ciudad de Lago no era cómo Bryssa hubiera imaginado. Lejos de ser una ciudad en tierra con el lago al lado, la ciudad constituía una serie de cabañas situadas a los lados del lago y edificaciones que se unían a otras en una bahía protegida de los remolinos por una elevación terrosa. Esta era lo suficientemente grande como para que más casas y cabañas se construyeran sobre esta. No obstante, lo primero que vieron fueron los grandes pilares de madera que sobresalían de la superficie del agua como árboles desnudos y desprovistos de ramas.

Ciudad de Lago había brillado con terrible esplendor en épocas ya olvidadas, cuando el comercio había favorecido a sus gentes por ubicarse en un territorio rico estratégicamente. Ahora Esgaroth solo era un mero recuerdo, gris y terroso, de aquellos dorados días del pasado. Bryssa se compadeció de sus habitantes y de la ciudad de madera carcomida por el paso del tiempo.

Vallhan dirigió la barcaza hasta uno de los estrechos puentes de la bahía y bajó primero para hablar con uno de los hombres que pululaban por ahí. Bryssa y los demás permanecieron en silencio, esta vez sin ocultarse. Vallhan volvió poco después y se reunió con ellos en la proa; su semblante era uno preocupado, y eso no hizo sino aumentar la alarma en los presentes.

    —¿Qué ocurre? —preguntó Bryssa, atreviéndose a pronunciar primero las palabras antes que ninguno.

    —He convencido a Lorcas de que sois gente de bien, pero ahora nos aproximaremos al peaje de Percy y no nos dejará escapar tan fácilmente —explicó—. No poseéis papeles que os dejen pasar a Ciudad de Lago y mi barca no es grande como para ocultaros.

    —Así que tendremos que pagar una especie de indulto —completó Finnarth. La mirada de Vallhan parpadeó en su dirección con pasmo.

    —¿Cómo es posible que sepas eso?

    —No es la primera vez que estoy en Lago —respondió el otro, escueto. Nadie intentó sonsacarle más información.

    —¿Entonces qué haremos? —siguió Bryssa.

    —Podemos pagarlo —Legolas les mostró la segunda bolsa de monedas que le quedaba. Írithël lo miró con sospecha, preguntándose de dónde había extraído semejante cantidad de dinero.

    —Eso si tenéis suerte de que el ayudante del Gobernador no se encuentre por la zona —dijo Vallhan. De su chaqueta extrajo el saco que Legolas le había entregado en primer lugar, dirigiéndole una mirada a Bryssa—. Tenéis suerte de haber viajado junto a una hobbit tan encantadora y educada como ella. Gracias a ella, he decidido confiar también en vosotros, así que ya no precisaré de este dinero extra. —Le lanzó la bolsa a Legolas, quien la atrapó en el aire sin pestañear. Vallhan carraspeó y se ajustó el abrigo—. Eso debería bastar para cubrir los pagos por cada uno de vosotros.

    —Muchas gracias, Vallhan —Írithël los sorprendió elaborando una leve inclinación de cabeza; una señal de respeto hablando en nombre de todos. El joven sonrió.

La barcaza se movió hasta unos metros más adelante, donde se detuvo a las puertas de una cabaña cercana al canal y una pared levadiza de hierro. Bryssa intentó ver algo más allá, pero la única cosa nítida que distinguía con la bruma era la figura del encargado del peaje, saliendo de la cabaña a su encuentro.

    —Papeles —pidió. Vallhan le entregó los suyos sin rechistar y una vez el hombre hubo asentido, los miró a ellos—. ¿Y vosotros quiénes sois?

    —Viajeros —dijo Legolas de improvisto. En su voz no había lugar a vacilación alguna—. Deseamos atravesar Ciudad de Lago para abastecernos antes de partir a las tierras del Norte.

    —Al Norte solo están las Colinas de Hierro —esbozó el hombre, extrañado—. ¿Qué trato podríais tener con Dáin Pie de Hierro?

    —¡Soy su nueva curandera! —exclamó Bryssa, provocando que todos los ojos se desviaran hacia ella. En vista de que había hablado con demasiada energía, bajó la voz y su rostro adquirió un semblante más serio—. Fui aprendiz del mago Radagast el Pardo y protegida de Gandalf el Gris. El primero me instruyó en el arte de la sanación y la medicina natural, y el segundo me condujo hasta el Bosque Negro, donde fui entregada a la protección de estos guerreros que tengo a mi lado —Señaló a los dos elfos y Finnarth—. No poseemos papeles, me temo, pero podemos pagar el peaje si así podríamos continuar con nuestro camino.

Se hizo el silencio. Los ojos glaucos del encargado del peaje los recorrieron a todos con un escrutinio largo y serio. Bryssa no se atrevió a apartar la mirada de ellos en ningún momento, asustada de que, si lo hacía, delataría que había mentido terriblemente en todo salvo en que, en efecto, había sido la aprendiz temporal de Radagast y algo parecido a la protegida de Gandalf.

Por fin, el encargado suspiró y volvió a su cabaña. Pasaron unos minutos antes de que volviera a bajar las escaleras con un pergamino en la mano derecha. Extendió primero la izquierda, sin embargo, y Legolas comprendió el gesto al instante. Le entregó bolsa y media de monedas, que el hombre aceptó sin mediar palabra antes de entregarle el pergamino a Bryssa.

    —Bienvenidos a Ciudad de Lago.





¡Hola!

Esta vez la actualización ha venido considerablemente antes que la anterior, ¿eh? Y aunque el número de lectores haya bajado considerablemente, esta semana he visto que nuestra pequeña Bryssa volvía a llamar la atención, lo que en parte me ha dado todavía más fuerzas a acabar este capítulo y así poder publicarlo. Muchas gracias a los que seguís leyendo, de verdad.

¡Estamos en Esgaroth! Y eso implica que mucho más cerca de la Montaña Solitaria... ¿Se reunirá Bryssa con nuestra querida Compañía? ¿Qué os ha parecido la interacción del grupo? ¿Y qué me decís de Vallhan? (Yo os digo que no será la última vez que lo veáis). Parece ser que las mentiras continuan creciendo y que ahora Bryssa se hace pasar por una curandera para las Colinas de Hierro (con su guardia personal, todo sea dicho).

¿Qué creéis que sucederá en el siguiente capítulo? Una vez más, muchísimas gracias por leer.

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

—Keyra Shadow.


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