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XVI. Lámparas de Cristal



La primera reacción de Bryssa ante las palabras de Írithël fue fruncir el ceño tan profundamente que, por unos instantes, incluso creyó que sus ojos quedarían ocultos. La segunda, fue analizar con más profundidad las palabras de la Elfa, hasta darse cuenta de que, lejos de querer su compañía para complacerle de una forma inapropiada, lo que el Rey quería en realidad, tal y como su acompañante había expresado, era entablar una conversación con ella.

La cuestión a tener en cuenta a continuación, aun así, era el por qué. ¿Qué razón podría tener el Rey Thranduil de hablar con ella? Pero las preguntas de Bryssa no acababan ahí. Sin saberlo, el Rey había desencadenado en la mente de la hobbit una avalancha de preguntas y pensamientos tan confusos como los múltiples pasillos de aquella fortaleza ramificada.

     —¿Por qué el Rey querría hablar conmigo? —cuestionó, lanzándole a Írithël una mirada certera. La elfa, no obstante, no se inmutó en lo más mínimo.

     —Eso es algo que deberás preguntarle a Su Majestad —respondió la otra simplemente, escueta.

Bryssa empezaba a comprender mejor la forma de actuar de la Elfa. A pesar de haberla conocido durante unas pocas horas —y de las escasas interacciones que habían intercambiado—, estaba casi segura de que podía determinar con total claridad que Írithël era alguien muy cerrada y seria, con un humor particular y un temple tan helado como el acero de la espada más afilada.

La sala en la que la celebración tenía lugar le resultó a Bryssa de lo más agradable, pero no las miradas que aquellos que la veían pasar le dirigían. Miradas extrañas, de repulsión, confusión o superioridad; la hobbit intentó no enfocar su propia atención hacia ellas, pero era difícil no sentirse repentinamente consciente de sí misma a medida que caminaba a la par que Írithël. Se removió, incómoda, e intentó que su cabello cobrizo cubriera la parte de su rostro marcada por la cicatriz. Tenía la certeza que aquél era el foco principal de la atención fijada en ella de manera tan poco escrupulosa.

     —Que tu mente no piense demasiado en ello, hobbit. —Írithël interrumpió el cauce de sus pensamientos con aquellas palabras. Bryssa la observó, pero la elfa miraba al frente—. Jamás han visto a alguien como tú, y más de la mitad de ellos no creen que alguien tan pequeño haya visto peligros como los que seguramente has vivido.

Para su sorpresa, encontró algo de consuelo en las palabras de la elfa. Observándola bien, Bryssa se percató de que no únicamente la estaban mirando a ella de aquella forma tan despectiva, sino que algunos dejaban que sus ojos vagaran hacia Írithël. Casi podía jurar que el desprecio aumentaba en ellos al mirar a su escolta. Bryssa frunció el ceño, llegando a la conclusión de que los elfos no podían ser tan hermosos si en sus corazones albergaban sentimientos tan horrendos.

Y aun así, la curiosidad se abrió camino en su interior, como la chispa que serpentea tímida pero segura entre la hojarasca del bosque, dispuesta a dar comienzo a un infierno de llamas ardientes. ¿Cuál podía ser la razón por la que los propios Elfos miraran a Írithël de aquella forma? ¿Quién era ella en realidad y qué había hecho para merecerlo?

     —Írithël Lengua de Hielo —La voz del Rey Thranduil fue sedosa al pronunciar el nombre de la elfa—. Veo que has cumplido mis órdenes y has traído ante mí a la Mediana. No esperaba menos de ti.

Írithël elaboró una rápida reverencia, y Bryssa notó que en su rostro no había sonrisa alguna, ni siquiera un gesto de orgullo o suficiencia por las palabras del Rey. Simplemente una rostro imperturbable, terso y afilado; facciones agudas y perfectamente simétricas talladas en el más frío mármol.

     —Gracias, Majestad —respondió la elfa.

El Rey Thranduil posó una de sus manos sobre un mechón castaño y delicadamente ondulado que colgaba delante de una de las orejas de Írithël. Bryssa fue testigo de cómo la elfa se tensaba por completo, pero sin elaborar protesta alguna. Los largos dedos del Rey se cerraron con cuidado alrededor del mechón hasta depositarlo tras la picuda oreja, y solo cuando alejó la mano de nuevo, Írithël fue capaz de volver a respirar correctamente.

     —¿Tendrías la benevolencia de asistirnos con algunas copas de vino, Lengua de Hielo?

     —Por supuesto, Majestad.

Y la elfa castaña desapareció entre el gentío, más allá de lo que Bryssa pudiera llegar a ver con su escasa y evidente estatura. La hobbit alzó la vista, solo para encontrarse los helados ojos del Rey ya fijados en ella. La túnica que portaba estaba finamente elaborada con hilos de plata que reflejaban los claros rayos de luna, y sobre su cabeza, la corona de hojas otoñales había sido sustituida por una tiara de frente enredada en plata y con una gema blanca en el centro.

     «Es como si desprendiera el brillo de las propias estrellas» —pensó Bryssa para sí, mirando embelesada la joya del Rey Elfo.

     —Ha sido amable por su parte, invitándome a tan hermosa velada —Fue lo que dijo ella en cambio. El Rey le dedicó una sonrisa felina, casi divertido por las palabras de la hobbit.

     —Oh, os lo ruego desde lo más profundo de mi corazón, Mediana —elaboró el Rey—, no os creáis tan importante. No estáis aquí para disfrutar de la celebración, mucho menos para hacer vuestra estadía más amena. ¿Observáis a los guardias que miran ansiosos por todos lados? ¿Sus rostros compungidos por la urgencia de cazar algo que no ven? ¿La forma en la que sus ojos se mueven, en la que murmuran entre sí?

      Bryssa miró a su alrededor, confirmando las palabras de Thranduil. Los guardias de la fortaleza ramificada que eran los Salones del Rey, parecían intranquilos; lo estaban. Un sentimiento desconocido se apoderó de Bryssa. ¿Por qué razón los guardias del Rey estarían tan alertas? ¿Acaso las arañas habían conseguido penetrar la fortaleza del Rey Elfo? ¿Estarían bajo ataque?

     Miró a su alrededor, repentinamente consciente de la figura de Írithël hablando con uno de los soldados, su rostro totalmente serio. A continuación se acercó a ellos de nuevo, las copas que el Rey había solicitado olvidadas en alguna mesa ornamentada.

     —Majestad —Empezó a decir, más Thranduil seguía mirando a Bryssa, con una sonrisa que empezaba a resultarle inquietante.

     —Gozad de los minutos que os conceda en tan hermosa compañía, Hobbit. Os aseguro que jamás presenciaréis o viviréis algo similar.

El Rey le hizo a continuación una seña a Írithël, alejándose junto a ella antes de dejar sola a Bryssa. Ella, aunque buscó en su mirada algo de apoyo, hasta el más mínimo resquicio de compasión que le asegurara que la Elfa se quedaría junto a ella, Írithël siguió al Rey Thranduil sin volver la vista hacia ella.

Los hombros de Bryssa cayeron levemente, consciente de nuevo del aspecto que debería tener, y de la forma en la que probablemente destacaba en aquellos instantes entre las bellas criaturas que eran los Elfos. Desvió su atención hacia sus peludos pies y se removió incómoda hacia una esquina solitaria, sin mirar otra cosa que no fuera el pulcro suelo.

     —Mi paciencia es eterna, creedme, pequeña hobbit; pero en los temas que debemos tratar, hasta el más longevo de los seres puede llegar a ser impaciente.

     —¿Qué temas deberíamos tratar? —tanteó Bryssa, cuidadosa. El Rey Thranduil sonrió detrás del borde de su copa.

     —Sabéis bien cuáles son mis intenciones. Quiero que trabajéis conmigo, que me ayudéis.

     —¿Traicionando la confianza de Thorin? ¿A la Compañía a la cuál pertenezco? —Bryssa negó, y sintiendo que su corazón latía desbocadamente a causa de la tensión y del torrente de rabia que azotaba su ser, continuó—: ¡Jamás!

     —La lealtad que mostráis, una vez más, es admirable, pero no os servirá de mucho. Las lealtades se moldean a las situaciones, aprenderéis; son cambiantes, imprevisibles como los vientos y la marea —prosiguió el Rey—. Mi oferta es la siguiente: vuestra colaboración a cambio de vuestra libertad.

     —Preferiría quedar encerrada en estos salones cavernosos antes que ayudaros a vos, que no mostrasteis más que indiferencia por un pueblo necesitado.

Algo cambió en el semblante del Rey Elfo. Sus ojos se volvieron todavía más fríos, y Bryssa sintió que veían a través de ella, hacia su alma, intentando petrificarla, congelarla y hacerla meros añicos. La mandíbula de Thranduil se tensó por completo, y una vena en su garganta se vio crispada antes de que la serenidad se hiciera con el control de nuevo. Bryssa sintió que un escalofrío recorría su espina dorsal. Habría mentido de decir que no había sentido miedo del Rey en aquellos escasos segundos en los que había mostrado sus emociones.

     —¿Indiferencia? ¿Un pueblo necesitado? —La voz fue calmada, como el viento que ondea sobre la superficie del agua y, sin embargo, no perturba su forma—. ¿Cuántas más mentiras han osado contaros, desde perspectivas tan insignificantes como las vidas mismas de esos míseros Enanos? ¿Qué sabréis vos, que venís de tierras lejanas y que nunca conocisteis al Rey Bajo la Montaña o su estirpe como mi pueblo lo hizo, sobre la indiferencia hacia un pueblo necesitado?

Bryssa calló, pues el Rey tenía razón: ella era una extraña, una intrusa en aquellas tierras. No conocía los detalles que habían llevado a la enemistad entre los Elfos del Bosque Negro y los Enanos de Érebor. Supo a pesar de todo, que la voz del Rey luchaba contra las fuerzas de decir todas aquellas palabras de manera más agresiva, tal y como Bryssa había respondido tan solo minutos atrás.

     —¿Qué males les hicieron los Enanos a los Elfos para que su enemistad sea tan cruenta? —elaboró, su tono sonando tan delicado que, por unos instantes, el ceño fruncido del Rey flaqueó.

     —Si hay algo de lo que debáis huir en esa montaña, Mediana, os aseguro que no es el dragón. Un mal asola ese lugar por completo y corrompe las mentes de quienes entran si estas son lo suficientemente débiles: la codicia. El amor más obsesivo y corrosivo puebla las lomas de la montaña y se inserta en sus raíces, hacia su corazón.

     —¿Qué despertaría tal codicia?

Sabía muy poco sobre los acontecimientos que habían ocurrido en las profundidades del antiguo reino de Érebor. Lo poco que conocía, era lo que Balin había explicado al inicio de la travesía; no tenía conocimiento alguno de los detalles, la vida de los Enanos en Érebor.

     —Lo mismo que atrajo la atención del dragón hace ya tantos años. El oro y las joyas. La riqueza que los Enanos de Érebor guardaron tan recelosamente del resto del mundo y que no permitieron que nadie, ni a los que por derecho les pertenecía, tocaran.

Bryssa frunció el ceño. Entendía que el Rey le explicaba todo aquello porque se compadecía de su ignorancia, pero no la razón por la cual insistía en continuar con la historia.

     —¿Por qué me confiáis semejante información? ¿Qué os impulsa a ello?

Los ojos del Rey Thranduil centellearon.

     —Mi propósito es convenceros de ayudarme, antes de que me empujéis a obligaros por métodos de los que no me sentiría orgulloso en absoluto. Pero pensad, pequeña Hobbit. Pensad cuál puede ser la razón por la cual os cuente sobre las riquezas de esa montaña.

     —¿Algo atrapó vuestra atención, quizá?

     —Os acercáis más de lo que creéis, os lo aseguro. He hablado de la codicia de los enanos, que les impedía otorgarles aquello que les pertenecía a sus verdaderos dueños. Pensad un poco más.

     —Habláis de esa riqueza como si hubiera algo vuestro dentro de esos salones —argumentó ella tras escucharle. El Rey asintió, satisfecho con su respuesta—. ¿Qué podría haber en esa montaña que os interesara tanto?

El Rey le hizo un gesto para que caminara a su lado, y en vista de que no tenía otra opción, Bryssa aceptó. En su mente, los pensamientos sobre la Compañía y lo que sus miembros estarían haciendo, no dejaban de arremolinarse los unos a los otros. Bryssa los apartó a un lado, acallándolos. Apretó las manos alrededor del borde de su capa deshilachada; se sentía una traidora, pero su curiosidad en aquellos momentos era más poderosa que la fuerza de su voluntad.

     —Antaño los Enanos eran los herreros y joyeros más venerados de toda Arda. Algunos de ellos lo siguen siendo, pero sus trabajos nunca podrían compararse jamás con la gloria que les predecía a los Enanos de Érebor. Aquellos Señores Enanos podían realizar obras de gran maestría: desde las armaduras y espadas más poderosas hasta las joyas más hermosas. Muchas fueron las veces en que decidieron compartir estos trabajos con los demás pueblos, los Humanos y los Elfos, a forma de regalos y de pactos de unión entre razas.

El Rey Thranduil le señaló entonces las hermosas arañas de cristal labrado que colgaban de los techos, o los pequeños pero elegantes farolillos que colgaban de las ramificadas columnas de piedra.

     » Mi pueblo recibió grandes regalos por parte del reino de Érebor. Lámparas de cristal que, de no haber acontecido la desgracia que les precedió a los Señores Enanos de aquel reino, seguirían representando todavía la amistad que nos unió en un principio. Ahora son solo recuerdos, cáscaras vacías pero tan hermosas a ojos de los míos, que no podemos desechar por muchos malos recuerdos que traigan consigo.

     » No obstante, hay gemas en la Montaña Solitaria que son de mi pueblo por derecho. Joyas de blanca luz de estrella, tan etéreas y únicas como los mismos astros del firmamento. Son esas joyas las que me impulsan a buscar tu ayuda a cambio de tu libertad. Si juras traerme esas joyas, saldrás de estas Estancias. Claro está, con una escolta. No es que no considere a los Hobbits leales, has demostrado serlo, simplemente es un mero proceder de protocolo. Una precaución.

     —Un seguro —añadió Bryssa, comprendiendo—. ¿Por qué no enviáis a uno de los vuestros a recuperar las gemas? ¿Por qué yo?

     —La presencia de un Elfo sería detectada al instante, a pesar de que seamos las criaturas más silenciosas y mimetizadas que se hayan conocido jamás. Además, sería un riesgo innecesario. Un integrante de la propia Compañía de Escudo de Roble, sin embargo... sería la escaramuza inesperada perfecta. Nadie sospecharía de vuestras intenciones una vez dentro de la Montaña, y según tengo entendido, vos no poseéis ninguna función dentro de esa Compañía además de ser un simple peso muerto que acarrean consigo.

     Bryssa se mostró herida, pero en cierta forma, sabía que Thranduil tenía razón. Ella no tenía una función para formar parte de la Compañía, así como podía tenerla cualquier otro, incluyendo a su primo, que era el Saqueador. Su cabezonería y sus ansías de vivir aventuras la habían empujado a insistir en ser parte de la Compañía, y con el tiempo, los Enanos habían cedido.

     ¿Pero cuál era su cometido? No tenía ninguno en absoluto. Como el Rey había señalado, ella era un peso muerto que reducía el paso de la Compañía, que los atrasaba de una forma u otra. Las inseguridades que había dejado enterradas hacía tantos meses atrás, volvieron a surgir y florecieron con tanta fuerza que se enredaron a sí mismas en la mente de Bryssa, formando una foresta tan arraigada, que arrancarlas sería imposible.

     Pero Bryssa luchó contra aquellas raíces envenenadas.

     —Aprecio en cierta forma vuestro ofrecimiento, Majestad. Pero no traicionaré a la Compañía; espero que podáis entenderlo. Prefiero pasar el resto de la eternidad encerrada en una celda antes que traicionar a aquellos que depositaron su confianza sobre mí.

El Rey alzó sus cejas ante las palabras de la Hobbit, y sin embargo, su semblante pereció en una tranquilidad casi inquietante.

     —Es una lástima, considerando que la pasarás completamente sola —dictaminó, mientras en sus labios se formaba lentamente una sonrisa viperina—. Tal parece que a la Compañía a la que tanta pleitesía y lealtad juráis, no le importa que restéis para siempre en mis mazmorras —dijo él. El ceño de Bryssa se frunció.

     —¿Qué queréis decir? —tanteó.

Los ojos de Thranduil relucieron bajo la luz de la luna, tan helados que un escalofrío recorrió su espina dorsal.

     —Lo que quiero decir, querida Hobbit —habló lentamente, como si quisiera que prestara especial atención a todas y cada una de sus palabras—, es que los miembros de tu querida Compañía se encuentran ahora mismo escapando de estas estancias... y tú no te encuentras entre ellos.

El tiempo se detuvo en aquel instante. El corazón de Bryssa retumbó en su pecho de manera frenética y su mente se convirtió en un manojo de pensamientos inteligibles, demasiado dispersos como para poder entenderlos correctamente. Cada parte de su cuerpo se sintió abruptamente pesada, atolondrada.

Y antes de que pudiera darse cuenta, se había lanzado a la carrera por el pasillo por el cual había pasado minutos atrás junto a Írithël. Sintió que sus pies retumbaban con fuerza contra las baldosas del suelo, que gritaban en agonía por la rapidez con la que estaba corriendo. El andrajoso cabello le golpeo el cuello, el rostro y la espalda. Los ojos le escocieron, reteniendo las lágrimas. Su pecho comprimido y sus pulmones cerrados.

Aire, ¿dónde estaba el aire? ¿Por qué no respiraba? Su garganta clamó los nombres de los integrantes de la Compañía sin aliento, pero su voz no sonó; se había quedado sin voz. Llegó casi tropezándose con sus propios pies a la sala de las celdas, y entonces sintió el tirón en la boca de su estómago, su vista nublarse, y sus rodillas sucumbir hasta encontrarse con el suelo.

Las puertas de las celdas estaban abiertas.

No había rastro de la Compañía.





Bilbo Bolsón siempre había conseguido mantener un porte tranquilo. Durante toda su vida se había esforzado especialmente en no alterarse, en permanecer en un silencio apacible y quieto en el que pudiera pensar con claridad. Claro está, costumbres como aquellas habían cambiado el día en el que había decidido unirse a la Compañía de Thorin Escudo de Roble; entonces se vio a sí mismo adaptándose y moldeándose a las escapadas rápidas, al peso de un arma en sus manos, a la sensación de quitar una vida y a dormir bajo las estrellas titilantes.

¡Por Toro Bramador si no había estado nervioso cuando entró en la fortaleza élfica del Bosque Negro! Pero consiguió escabullirse entre los pasillos con la ayuda de su preciada y recién adquirida reliquia. Teniéndola con él, se sentía invencible, casi capaz de cualquier cosa. Cuando logró quitarles las llaves a los guardias, vio por fin una oportunidad, y Bilbo la tomó como si su vida dependiera de ello. Pero sus esperanzas por escapar de los Elfos habían muerto tan rápido se había dado cuenta de que su prima no se encontraba entre los enanos.

No había rastro de Bryssa Brandigamo.

Y él estaba terriblemente histérico por ello.

Se pasó la lengua por encima de los dientes, mordió el interior de su carrillo derecho. Frunció los labios e inhaló por la nariz. Los enanos delante de él, perfectamente alineados delante de su vía de escape —una trampilla utilizada para los barriles vacíos de vino—, lo miraron expectantes y nerviosos.

     —A ver si he logrado comprenderlo —inquirió, su voz terriblemente tranquila. Era el claro signo de la tormenta que estaba a punto de cernirse sobre todos ellos—. Se han llevado a Bryssa para una audiencia con el Rey, y ahora no tenemos ni idea de dónde pueda estar, con quién o qué pueden estar haciéndole... ¿No?

     —Sí, señor —murmuró Dori. Ori a su lado dejó escapar un débil sollozo de angustia.

     —¡En cuanto la encuentre pienso atarla a mí con una cadena de hierro forjado! —vociferó en susurros. Algunos enanos dieron un salto por la impresión. Bilbo verdaderamente estaba histérico—. ¡Y no permitiré que se suelte por nada del mundo!

Thorin le dirigió una mirada certera para que guardara silencio, pero Bilbo estaba cegado por su enfado, y le devolvió la mirada con una intensidad todavía más mortífera.

     —Debemos ir a por ella —decretó Fíli de repente, hablando por primera vez desde que habían llegado a la bodega. Su tío giró la cabeza en su dirección al instante.

     —Por nada del mundo dejaré que vayas por este condenado laberinto élfico —Su voz tronó levemente, pero su sobrino no se acobardó.

     —Y por nada del mundo voy a dejar a Bryssa sola aquí.

      —Estoy de acuerdo con Fíli —secundó Bilbo, y pronto, Kíli, Ori, Dori, Bofur y Glóin se unieron. Thorin los miró a todos severamente.

     —La Señorita Brandigamo es más que capaz de salir de aquí —sentenció Escudo de Roble. Todos callaron—. Ha demostrado que puede hacerlo a lo largo de esta travesía. No nos arriesgaremos a que los Elfos vuelvan a encontrarnos y nos encierren hasta que nuestros huesos queden tendidos en el interior de esas mazmorras. Partiremos ahora por la vía de escape que ha encontrado el Señor Bolsón; no hay más que hablar, y definitivamente no disponemos de tiempo que perder.

No hubieron más réplicas al respecto, y aunque muchos quisieron decir algo, restaron en silencio, pues bien sabían que Thorin tenía razón: no había tiempo que perder; el Día de Durin se acercaba a su cénit, y para entonces deberían estar en las lomas de la Montaña Solitaria para poder abrir la puerta de Erebor.

Bilbo miró una vez más hacia atrás, antes de indicarles a los enanos que se metieran dentro de los barriles vacíos de vino. Él sería el último en entrar, pues había una palanca que debía accionar para poder activar la trampilla y, así, escapar con éxito.

Solo esperaba que Bryssa estuviera bien.





Las baldosas en la sala de las celdas eran frías. Frías y húmedas, como si pertenecieran al mundo de las sombras, a las cavidades de las montañas de los trasgos y no a un bello palacio élfico; pero aquello no le importaba a Bryssa. Se sentía vacía. No le importaba que sus piernas estuvieran entumecidas por el frío, o que estuviera temblando de pies a cabeza. Que su cabello andrajoso y enredado estuviera húmedo por el ambiente y que se enroscara alrededor de su cuello y rostro de forma molesta. Tampoco que la bufanda carmesí yaciera delante de ella, después de haberla lanzado de cualquier forma unos minutos antes.

El ladrón dejó escapar un silbido.

     —Luces peor que un Troll a la luz del sol.

Bryssa le ignoró deliberadamente, girándose de tal forma que su rostro quedara de cara a la celda de su izquierda. En aquella había permanecido antes de que la llevaran ante el Rey, cuando todavía los miembros de la Compañía estaban encerrados. ¿A dónde habían ido? ¿Por qué la habían dejado sola?

     —Escucha, lo entiendo. —El hombre se acercó a los barrotes de su prisión, sacando la cabeza distraídamente—. Te han abandonado, es duro, pero alguien siempre lo hará. ¿Y sabes qué deberás hacer tú? Seguir adelante a pesar de todo. Y darte un baño. Suponiendo que sepas lo que es, obviamente.

     —Cállate —masculló Bryssa.

     —Pides cosas imposibles, preciosa.

     —Concuerdo con ella, deberías aprender a guardar silencio, ladrón.

Bryssa alzó la vista de golpe, centrando su mirada en los helados ojos de Írithël. Aunque anonada, permaneció en sentada en el suelo como lo había estado durante todos aquellos minutos, y solo el ladrón, retirándose la capucha de la cabeza, dejó que sus labios se abrieran para decir lo siguiente:

     —Vuestra presencia es muy grata y bienvenida, mi Señora.

Si Írithël lo escuchó, decidió ignorarlo deliberadamente, lo que produjo en el ladrón un bufido exasperado, pero no volvió a hablar.

     —Levantad —le ordenó la Elfa a Bryssa. La hobbit cruzó los brazos sobre su pecho, negándose en rotundo a acatar la orden—. Debemos partir.

Aquello llamó su atención. El brillo de la curiosidad inundó los pardos ojos tan rápido como las chispas encendían la hojarasca seca. La emoción la embargó por unos instantes. ¿Podía ser que Írithël estaba dispuesta a ayudarla a salir de allí, a traicionar al Rey? ¿A ayudarla a escapar y reunirse de nuevo con la Compañía? ¿Podrían sus conjeturas sobre la elfa ser ciertas, y que Írithël fuera verdaderamente buena?

     —¿Qué queréis decir? —preguntó, intentando ocultar el tono esperanzado de su voz.

      —El Rey os da la oportunidad de salir de estas Estancias, pero ya sabéis a qué coste.

Bryssa cerró los ojos.

Por supuesto, ¿cómo iba a ser de otra manera? El Rey bien sabía que lo único que ella deseaba era seguir a la Compañía, ella misma lo había dejado claro señalando la lealtad que les procesaba a aquellos Enanos.

Un escalofrío volvió a recorrerla por millonésima vez, y tragando el nudo en su garganta, dijo una única palabra:

     —No.

Írithël asintió. A continuación le hizo un gesto a Bryssa para que se levantara, y cogiéndola por el brazo con un poco de frío cuidado, la Elfa guio a la Hobbit hacia la celda en la que la última había estado anteriormente. Bryssa observó cómo Írithël cerraba la puerta de barrotes con llave, antes de desaparecer nuevamente por el pasillo. El ladrón le dirigió una breve mirada antes de ponerse la capucha de nuevo y retirarse al interior de su propia celda.

Bryssa volvió a tumbarse y cruzó los brazos abrazándose a sí misma.

No traicionaría a Thorin, a Fíli, a Kíli, o a cualquiera de los otros enanos. Antes perecería en la soledad de aquellas celdas, por mucho temor que le provocara la idea. Por muchas lágrimas que derramara al recordar que jamás volvería a ver a su familia, a los verdes pastos de Casa Brandi o las frías corrientes cambiantes del Brandivino. Por mucho que no volviera a ver a su primo.

Ella no los traicionaría jamás.

¿Verdad?





¡Hola!

¡Feliz Año! Espero que tod@s estéis bien y que todos vuestros objetivos se cumplan (me repito mucho últimamente con esto). Esta es oficialmente la primera actualización de 2021 que hago. (Que a propósito, a ver si puedo acabar Bryssa a tiempo para los Wattys 2021, haha).

¿Qué os ha parecido el capítulo? Hemos visto lo que el Rey quería de Bryssa: que trabaje para él y le consiga las joyas de luz de estrella de la Montaña Solitaria (sí, esas joyas que salen en la película y que Thorin tan descuidadamente tira como si fueran meras piedrecillas). Pero a Bryssa la idea de traicionar a la Compañía no le resulta muy tentadora, por lo visto, y su fuerza de voluntad no flaquea a pesar de que Thranduil haya dicho un par de verdades. ¿Resistirá o los traicionará? Ya veremos...

Por otra parte, Írithël sigue siendo un misterio, el ladrón sigue sin tener nombre, y la Compañía ha abandonado las Estancias del Rey Elfo dejando atrás a uno de sus miembros. No voy a mentir, ha sido un capítulo que empecé escribiendo hace semanas muy motivada y en el que me acabé atascando porque no me convencía nada de las situaciones que escribía. Hasta que se me ocurrió ampliar mucho más la conversación con Thranduil y bueno, aquí tenéis el resultado. ¿Os ha gustado?

Estrenamos nuevo separador final, esta vez convertido en gif (que Wattpad me ha hecho hacer más pequeño porque no acepta gifs grandes).

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

—Keyra Shadow.


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