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XIX. Encuentros Ansiados







Las aguas del río eran oscuras y estancadas, con grandes bloques de hielo nadando en su superficie. El fondo era indistinguible y un escalofrío recorrió a Bryssa en cuanto pensó qué podría habitar en él. Ciudad de Lago se situaba en una región pescadora, pero ni el más inconsciente de los hombres se hubiera atrevido a pescar algo en el agua bajo las cabañas, los edificios y los juncos.

Vallhan condujo la barcaza por el canal con la vista fija al frente y una concentración infinita. Bryssa, arrebujada en lo que quedaba de su capa, lo observó en silencio, sus ojos paseándose también por los rostros que, curiosos, asomaban entre las casas y los puentes de madera que actuaban a modo de callejuelas.

Finnarth soltó un suspiro a su lado, inclinando todavía más la cabeza, ocultando su rostro en las sombras de la capucha de su capa raída. Él era, entre los cuatro forasteros a Lago, el que más peligro corría. Bryssa sospechaba, no obstante que, aunque el hombre pudiera haber viajado a Harad, se habría quedado con ellos pese a todo. La promesa de joyas y monedas de oro, al fin y al cabo, resultaba mucho más tentadora y placentera que un altercado con los Elfos.

Írithël y Legolas no habían vuelto a hablar desde que entraran en la ciudad. Tampoco tenían intenciones de hacerlo, se dijo Bryssa. ¿Qué dirían después de todo? ¿Qué había que decir? Ahora necesitaban un lugar en el que quedarse hasta que encontraran la forma de llegar hasta la Montaña Solitaria; el plan estaba claro.

    —Podéis... —empezó Vallhan, llamando la atención de todos. Su vista seguía clavada al frente, el timón todavía en sus manos—. Podéis quedaros en mi hogar hasta que repongáis un poco las fuerzas. Podría llevaros a la Montaña dentro de dos días. Primero tengo que solventar unos asuntos aquí.

    —No tenemos más dinero con el que pagarte —dijo Legolas—. Y no disponemos de mucho más tiempo.

    —Es cierto —dijo Bryssa—, el Día de Durin es ya inminente.

    —Ese día es mañana, pequeña hobbit —indicó Írithël. La mediana se giró inmediatamente para mirarla.

    —¡Entonces eso significa que Thorin y los demás todavía no han entrado!

¿Podría ser verdad? ¿Podría realmente estar a tiempo de llegar a Erebor para ver la puerta abrirse con la primera luz del Día de Durin? La esperanza se deslizó por el cuerpo de Bryssa como un rayo crepitante y ardiente que incendió sus interiores. Su corazón se aceleró ante el pensamiento de reencontrarse con la Compañía y Bilbo. Cuando su mente llegó hasta cierto enano rubio, no obstante, sintió su corazón saltar dentro de su pecho.

    —Vallhan —dijo Finnarth de repente. Todos lo miraron. Sus ojos estaban inquietos, mirando hacia todas direcciones—. ¿Es algo común entre la gente de Esgaroth el mirar las barcas que pasan?

    —No —respondió este, su voz un poco estrangulada en un murmullo—. No lo es.

Efectivamente, aquellas miradas que Bryssa había considerado curiosas e inofensivas en una primera instancia, ahora se habían vuelto casi depredadoras. Ojos hambrientos seguían la barcaza fijamente, y los habitantes de Esgaroth habían empezado a salir de sus escondrijos para mirarlos. Algunos murmuraban, y otros simplemente permanecían callados, mirando fijamente.

Sus ojos estaban puestos en Bryssa.

    —¿Qué está sucediendo? —inquirió la hobbit, sintiendo los nervios en la boca del estómago.

Írithël y Legolas se habían levantado de su sitio y caminaron hasta ella y Finnarth. Sus manos agarraban las empuñaduras de sus armas cuando la gente empezó a seguir la barcaza. Vallhan soltó un suspiro tembloroso y les invitó a bajar las cabezas y dejar de hablar hasta que él les indicara que era seguro.

     —No es un comportamiento habitual —dijo—; pero no podemos estar seguros de cuáles puedan ser sus intenciones. Estaréis a salvo de las miradas en mi hogar.

Bryssa siguió mirando a su alrededor, intentando discernir qué sucedía con las gentes de Esgaroth. Los vivaces ojos que los seguían se mostraban hambrientos de curiosidad y ansía. Bajo todo ello restaba una desconfianza que cualquiera hubiera sentido hacia forasteros tales. Bryssa no podía culparlos; sus apariencias debían ser merecedoras de palabras hostiles y rostros reticentes. Algunos lo eran, pero la vasta mayoría se trataban de reacciones totalmente opuestas.

Siguieron pasando las embarcaciones y las chozas de Lago sumidos en un silencio denso y tenso. No se atrevieron en ningún otro momento a entablar conversación. Bryssa restó recostada contra el mástil al lado de Vallhan, arrebujada en su bufanda y con la vista clavada al frente. Por primera vez, se sentía afortunada de tener a los dos elfos y a Finnarth consigo. Había desconfiado de ellos, y parte de ella seguía empeñada en hacerlo. No obstante, sus portes amenazantes y sus auras de misterio le otorgaban una coraza de protección a la hobbit. Una pequeña cúpula que la alejaba de las miradas de las gentes de Lago y las intenciones que pudieran tener.

Además, debía pensar en detalles creíbles con los que decorar la historia que había inventado para justificar su paso por Esgaroth. Le había dicho al hombre del peaje que se trataba de una curandera nueva para Dáin de las Colinas de Hierro. Bryssa no lo conocía, por supuesto. Tan solo había escuchado hablar de él estando con los enanos, una noche que habían conversado sobre familias y parientes lejanos. La estirpe de los Tuk fascinó a los enanos tanto que algunos llegaron a creer que podrían descender de algún hijo menor de Durin, mientras que otros negaron la existencia de tales cruces -una idea que horripiló a más de uno, si Bryssa era sincera.

Sin embargo, la historia de Dáin Pie de Hierro había despertado la curiosidad de Bryssa. Había luchado junto a su padre y Thorin en la última guerra entre Orcos y Enanos, pero no había apoyado la moción de Thráin II, el padre de Thorin, de tomar la fortaleza enana de Khazad-dûm. En su lugar, se había retirado junto a su gente hacia las Colinas de Hierro, donde gobernaría hasta la actualidad.

Si Bryssa lo consideraba bien, no acababa de comprender por qué alguien con vínculos de sangre directos con la familia del rey de Erebor se negaría a prestar ayuda tras una cruenta batalla como aquella. Los enanos que acompañaban a Thorin bien podrían haber buscado refugio entre las minas de hierro de Dáin, pero no lo habían hecho. Por el contrario, Bryssa se preguntaba qué clase de enano debía ser Dáin Pie de Hierro para no haberse interesado en lo más mínimo en la recuperación de Erebor. Aquello deduciendo que la noticia de que la Compañía buscaba acabar con el dragón y recuperar la Montaña Solitaria se hubiera expandido a otros reinos. Bryssa estaba segura de que así había sido. Entonces, ¿por qué no actuar? ¿O es que Dáin consideraba que aquella empresa era una causa perdida, como Thranduil y el Gran Trasgo habían creído?

Si semejantes entidades de poder lo consideraban, ¿podía ser cierto?

Y por otra parte, Azog el Profanador seguía con vida y les estaba dando caza. Bryssa no había visto orcos en todo el camino desde el reino élfico, pero sabía que no se habían marchado. Según les había escuchado murmurar a Legolas e Írithël, una partida de rastreadores había sido enviada por el Rey Thranduil para limpiar las fronteras del Bosque Negro. Sin embargo, eso no deshacía el nudo en el pecho de Bryssa. Azog seguía ahí fuera con sus huargos y sus orcos, y Bryssa tenía la clara certeza de que, si no se daba prisa en encontrar a los Enanos y a Bilbo, lo harían primero sus enemigos.

El hilo de sus pensamientos se vio abruptamente interrumpido cuando la barcaza de Vallhan chocó suavemente contra un pequeño embarcadero. Había otros tres barcos más, mucho más grandes y anchos que el de Vallhan, flotando sobre la superficie helada como gigantes durmientes. Bryssa observó las maderas pulidas y talladas de las nuevas embarcaciones con creciente curiosidad.

    —¿A quién pertenecen esos barcos? —preguntó Finnarth antes de que ella pudiera hacerlo. Él también parecía interesado en la respuesta.

Vallhan optó por restarle importancia.

    —Son propiedad de mi padre —dijo, escueto, y con aquello consiguió que las preguntas cesaran, al menos, por el momento.

Legolas e Írithël saltaron de la barcaza con pies gráciles, mientras que Finnarth se limitó a pegar un brusco bote y Bryssa se vio en la necesidad de aferrarse al borde de la embarcación para mantener el equilibrio. El ladrón había movido tanto la barcaza con su peso que la hobbit se tambaleó ante el movimiento. Vallhan la ayudó desde atrás, siendo el último en desembarcar para después coger un gran cabo y atarlo a un poste de robusta madera en el embarcadero.

Cuando Bryssa se sintió más segura en tierra firme, miró al frente y se quedó sin aliento.

La casa que se alzaba ante ellos era inmensa, mucho más grande que cualquiera de las chozas y casas pesqueras que habían pasado navegando el cauce del lago. Constaba por lo menos de dos plantas y del techo de gruesas tejas verdes caían redes de pesca y arpones sin afilar de hierro negro. Las paredes eran de piedra, a diferencia de la enfermiza madera de las demás casuchas, y de la entrada caían rocas planas superpuestas las unas a las otras para formar una escalera. Más allá, las puertas de roble gruesas habían sido pintadas de azul añil, desgastado en los surcos del material y junto a las bisagras. Coronando la entrada había dos tridentes cruzados, antiguos y llenos de restos de arrecifes y moho, pero no por ello menos imponentes o prestigiosos.

    —¿Es este el lugar al que llamas tu hogar? —cuestionó Legolas, que miró a Vallhan con los ojos llenos de sospecha. El barquero pasó saliva, pero antes de que pudiera responder, las puertas se abrieron y revelaron a otro individuo.

Bryssa reconoció los ojos de Vallhan, de un azul más tormentoso y surcado de arrugas en las comisuras. El hombre delante de ellos era ya anciano, pero su apariencia le recordaba a Bryssa a los últimos vestigios del Viejo Tuk que había visto de pequeña. La fragilidad no era una característica que pudiera usarse para describir al Viejo Tuk, y tampoco lo era para aquel hombre. La perpetua arruga en su frente y el rictus de sus labios indicó que no estaba de buen humor, o que pocas veces lo había estado. Vestía ricamente y sus cabellos habían sido trenzados en la nuca, así como su barba, salpicada de blanco hasta la clavícula.

Si hubiera sido más bajo, Bryssa lo habría confundido con un enano.

    —Es su hogar, más esta casa no le pertenecerá hasta que yo no de mi último aliento, y para eso todavía queda un tiempo.

La voz del individuo era como Bryssa había imaginado: raspada por el cansancio y la edad, pero con la vitalidad de alguien que ha batallado en la vida más de lo que uno puede llegar a comprender.

Y la presencia de los recién llegados no le era grata en lo más mínimo.

    —Padre —saludó Vallhan a duras penas. El hombre se dirigió a él.

    —¿Cuál es el significado de esto, Vallhan? La gente ya está suficientemente alterada como para que traigas a más forasteros a la ciudad.

    —¿Más forasteros? —masculló Bryssa, mirando a Írithël.

Los afilados ojos de la elfa la miraron brevemente antes de desviarse hacia Legolas, quien asintió de manera imperceptible. Bryssa sintió que el corazón le dejaba de latir por meros instantes. ¿Podría ser aquella la confirmación que había estado esperando? ¿La que le indicara que la Compañía había conseguido llegar a Ciudad de Lago?

Armándose de valor, habló.

    —Disculpad, mi señor —La voz le sonó trémula, pero intentó hacer un esfuerzo para que sonara segura—. No es mi intención entrometerme en asuntos que no son de mi incumbencia, pues también soy forastera, pero ¿a qué forasteros os referís? ¿Qué aspecto tenían?

Los orbes del anciano se posaron en ella. Bryssa sintió cómo enderezaba la espalda para parecer cuan alta podía ser mientras los peludos pies se enterraban en el suelo con más insistencia.

    —¿Y por qué debería deciros nada? Sois una extraña acompañada de dos elfos y un humano armados hasta los dientes. Por lo que sé, bien podríais estar utilizando a mi hijo como rehén para un fin mayor.

Írithël masculló algo en Sindarin y Legolas le puso una mano en el antebrazo para que soltara el mango de su espada. Aquella era una situación que Bryssa debía resolver.

    —Estáis en lo cierto —habló la mediana—. No tenéis razón alguna para confiar en nosotros, y mucho menos para brindarnos una información que, ciertamente, nos interesa. —Bryssa se giró hacia Legolas y extendió la mano, expectante. El elfo le dirigió una mirada inquisitiva antes de inhalar y entregarle el saquito de monedas—. Podemos pagar, si es lo que desea.

    —¿Eso no era...? —comenzó Vallhan, mirando el saco. Sacudió la cabeza—. Le aseguro, padre, que no me encuentro en peligro alguno. Eso creo.

    —Más vale que tus palabras sean ciertas, chico. Me has acarreado varios dolores de cabeza en las últimas dos semanas. No puedo permitirme perder más barcos, mercancía, o al barquero que las transporta.

El joven bajó la vista con la culpa bailando en sus ojos. Bryssa sintió una punzada de empatía atravesarle el pecho. Si bien desconocía qué clase de relación tenía Vallhan con su progenitor, estaba claro a simple vista de que se trataba de una no muy cercana.

    —Por favor, mi−

    —Si volvéis a decir «mi señor», me negaré a daros cualquier información sobre esos enanos que pueda poseer. —Bryssa calló al instante—. Mi nombre es Valhoim y sin duda, entrometeros en una conversación entre padre e hijo no es impedimento. Impulsiva como un chiquillo —suspiró—. Se asemejaban mucho a usted, sea cual sea su raza. Aunque uno de ellos en especial tenía el mismo pelo cobrizo rizado y era más de su estatura. Llegaron de la noche a la mañana, y algunos dicen que los vieron en la cabaña del barquero, Bardo. Hay quien masculla que fue él quien los introdujo en la ciudad sin que el Gobernador se diera cuenta. No estuvo muy contento por ello al principio, pero aquellos enanos prometieron oro y riquezas a cambio de armas y provisiones.

El aire escapó de los pulmones de la hobbit. Los Enanos y Bilbo habían conseguido llegar a Esgaroth. Bryssa miró más allá de los picos de las cabañas y las redes de pesca colgando de los tejados. En el horizonte, los picos de la Montaña Solitaria se alzaban imponentes resurgiendo de la niebla y las nubes de tormenta. Se obligó a no formular el pensamiento que rondaba su cabeza y observó a Valhoim de nuevo con sus ojos pardos llenos de esperanza. Para más insistencia, tendió el saco de monedas para que lo tomara si así lo deseaba.

    —Por favor, Valhoim. ¿Sabéis si los enanos se hallan todavía aquí? Es crucial que los encuentre a tiempo.




Bilbo y los enanos atrasaron la partida de las tierras de los elfos todo lo que pudieron. Les habían dado caza a varios de los orcos, pero en vista de que sus números no menguaban y los suyos eran escasos, acabaron optando por esconderse en pequeñas cuevas y recovecos vacíos en los árboles. Sin embargo, el día de la partida hacia Ciudad de Lago fue inminente, y con Thorin apremiándolos a todos, no tuvieron más remedio que emprender la marcha. Caminaron siempre atentos a los movimientos de los orcos y los vigías de lo elfos, e internamente, ansiaban una señal que les dijera que Bryssa Brandigamo se encontraba a salvo o incluso siguiendo sus pasos en silencio.

No hubo rastro de orcos, pues los pocos que se quedaron en las tierras de Thranduil pronto conocieron el destino al filo de una espada o la punta de una flecha envenenada. Bryssa tampoco apareció y con ella, las esperanzas por volver a verla pronto menguaron. No queriéndose arriesgar a que los ánimos decayeran por completo, Thorin había vuelto a poner a la Compañía en marcha más apremiante que nunca: el Día de Durin era inevitable a aquellas alturas, y para cuando la puerta fuera revelada, solo contarían con un pequeño margen para poder abrirla y entrar en la Montaña Solitaria.

Bilbo había peleado por que se quedaran más tiempo en el territorio de los elfos para encontrar a Bryssa, o dejar que ella los encontrara. Se había esforzado cuanto había podido para atrasar la marcha, pero a pesar de que los Enanos habían estado de acuerdo, Thorin no había dado el brazo a torcer. «Nos encontrará tarde o temprano, ¿es que no habéis prestado atención?» -había dicho. «No hay nada que pueda mantener a esa hobbit lejos de lo que se propone».

A pesar de sus asperezas iniciales con ella, Bilbo debía concederle a Thorin que, en efecto, Bryssa era más que capaz de llegar hasta ellos de nuevo. Había probado durante toda la travesía que no se daría por vencida fácilmente, y que por mucho que intentaran evitar que los siguiera, acabaría estando con ellos así lo quisieran o no. Pero Bilbo no dudaba de la perseverancia de su prima, o de su coraje. Dudaba de las probabilidades de supervivencia de Bryssa si llegaba a encontrarse sola rodeada de orcos y huargos. Los trasgos eran pequeños aunque numerosos, pero un solo orco montando a lomos de un huargo podía suponer un cruento rival. ¿Y si Azog y los suyos encontraban a Bryssa antes de que ella encontrara la Compañía?

Bilbo reprimió un escalofrío al pensarse de vuelta en Eriador con el cuerpo sin vida de Bryssa Brandigamo entre los brazos. Si algo llegara a sucederle a Bryssa, no se lo perdonaría jamás.

    —El aire será cálido esta noche —murmuró Bardo de repente.

Bilbo dio un respingón en el sitio y se sujetó con fuerza a la barandilla de madera. Pequeñas astillas se le clavaron en las palmas y el dolor lo ayudó a concentrarse en la tarea de no caer en las oscuras aguas bajo la cabaña de sus anfitriones.

    —Sí, sí —se escuchó decir—. Cierto. Es cierto.

Bardo miró al hobbit por el rabillo del ojo.

    —Está distraído, Señor Bolsón. ¿Qué es lo que ocupa sus pensamientos?

    —Más bien, quién, me temo —masculló. Soltó un suspiro derrotado—. Dejamos a un miembro de la Compañía atrás, allá en el Bosque Negro.

    —Debe ser alguien muy importante si ha conseguido que estéis así. Y no me refiero solo a ti. Algunos de los enanos más jóvenes no dejan de merodear por los alrededores de la casa y otear el horizonte contrario a la Montaña.

Lo último lo dijo con la gota de resentimiento notable en su voz. Podía entender por qué. Bardo había sido el único suficientemente cauto como para no creer que Esgaroth saldría sin rasguños de un altercado con el dragón. Donde algunos lo habían visto desquiciado, Bilbo lo había visto precavido.

Las palabras de Bardo no le fueron del todo desconocidas a Bilbo. Sabía bien a quienes se refería. Kíli, Ori e incluso Dori habían presentado batalla junto a él, pero el propio hobbit se asombraba de admitir que sus argumentos se habían quedado cortos cuando alguien más habló con Thorin. Fíli se había negado a aceptar lo que el resto había mordisqueado a regañadientes.

    —¡No voy a quedarme de brazos cruzados mientras ella siga presa en los salones de ese elfo! —había vociferado el enano más joven. Su tío lo había mirado consternado.

    —Antes pasarás sobre mi cadáver que volver a esas tierras.

    —¡Si fuera alguno de nosotros el que estuviera en esas estancias, volverías sin pensarlo dos veces! —rebatió Fíli—. Bryssa es tan miembro de esta Compañía como yo o cualquier otro. ¡Por Aulë! Soltaste las armas cuando los Trolls atraparon a Bilbo y saltaste a la carrera para llegar hasta la propia Bryssa cuando los orcos nos persiguieron antes de llegar a Rivendel. —Fíli, con las mejillas encendidas por la indignación y la rabia ciega, señaló a su tío con un dedo acusador—. Podrás decir lo que plazcas, tío Thorin, pero esos hobbits te importan tanto como la vida de cualquiera de los enanos que nos acompañan. Es por eso que no encuentro más explicación a que abandonáramos a Bryssa que el hecho de que te ciegue la obsesión por Erebor.

Thorin explotó como las llamas abrasadoras de un dragón.

    —¡¿La obsesión?! La obsesión que me llevó a liderar a los nuestros a través de la Tierra Media, a prestar mis servicios en la fragua por unas pocas monedas que nos llevaran comida a la boca, a recuperar Moria, a establecernos en las Montañas Azules y prosperar. ¿Es esa la obsesión de la que hablas? ¡Por supuesto que hubiera vuelto a por la Señorita Brandigamo de haber contado con más tiempo! Pero antes debemos asegurar Erebor, Fíli. No espero que lo entiendas.

    —Y no lo haré —prometió su sobrino.

Bilbo había estado escuchando a escondidas, pero desde que Fíli se opusiera a la palabra de Thorin tan estoicamente, nadie había osado contradecir al líder de la Compañía.

    —Es alguien muy importante para muchos de nosotros —concedió Bilbo con voz silenciosa. Bardo asintió, comprendiendo que el hobbit prefería el silencio y la falta de compañía.

En la distancia, alejándose de las orillas de las cabañas de Ciudad de Lago, Thorin encabezaba la marcha junto a Dwalin y Balin en su barcaza. Los seguían de cerca Bifur, Bombur, Nori y Glóin. Estaba previsto que Bilbo viajara junto a los enanos restantes antes de que amaneciera. A fin de cuentas, como saqueador, sería el primero en escabullirse entre las dunas de oro para encontrar al dragón y la Piedra del Arca, la joya que Thorin necesitaba para reclamar su puesto en el trono de Erebor.

Allí solo habían restado Bofur, Óin, Fíli y Kíli. Este último había sido herido de gravedad con una flecha orco envenenada. La ponzoña era retenida a duras penas por las hijas de Bardo y una mezcla extraña que Bofur había conseguido crear, pero no duraría demasiado. Óin se planteaba la posibilidad de cercenarle la pierna si la ponzoña empezaba a expandirse por su cuerpo. Fíli se había negado a esto y a dejar a su hermano pequeño, con lo cual, su humor no era el mejor. El asunto de la ausencia de Bryssa era uno que nadie se atrevía a expresar en voz alta desde que el joven enano hablara con Thorin. Ni siquiera Bilbo, quien pensaba que tenía más derecho que nadie a sentirse dolido e indignado, había osado decir algo al respecto.

Sus problemas incrementaban a cada paso que daba. Admitía que no era el mismo hobbit de Bolsón Cerrado que había salido de la Comarca -así se lo había hecho saber a Gandalf-, pero añoraba la sencillez de su vida antes de que marcaran su puerta con una runa mágica. Antes de que magos y enanos irrumpieran en su vida. De que su prima le convenciera de que su sangre les llamaba a cometer locuras. De convertirse en saqueador y adentrarse en los salones de un reino enano abandonado con la sombra de un dragón asolándolo.

Bilbo habría mentido de preguntarle si sabía cómo debía encontrar la Piedra del Arca y guardar a su vez las distancias con Smaug, el dragón. Era indudable, no obstante, que poseía una vaga idea sobre cómo hacerlo. Todavía pensando en la Montaña y en su prima, los dedos de su mano izquierda rozaron el bordado del bolsillo en su chaleco. Podía sentirlo. Latente, inquietamente tranquilo. Aquello que había encontrado en la cueva de Gollum y que lo había salvado de una muerte segura.

Sí. El anillo volvería a hacerlo. Si se lo ponía estando en presencia de Smaug, el dragón no lo vería. Uno de sus dedos se introdujo en el bolsillo; el anular. La idea de ponerse el anillo ahí mismo le acarició la mente. Solo durante unos minutos, los suficientes como para alejarse de los Enanos e ir a por Bryssa. ¿Pero por qué volvería a por ella? Bryssa lo había abandonado en las cavernas de los trasgos. Lo había dejado a su suerte. A su muerte. ¿Por qué debía buscarla cuando ella le había dejado claro que era capaz de abandonarlo a él? ¿Por qué no pagar con la misma moneda? Dejarla sola, perdida y desamparada. Como ella había hecho con él. Pero Bryssa era sangre de su sangre, su prima querida...

    —Bilbo —llamó Bardo de repente. Parecía apresurado. El hobbit retiró la mano del bolsillo y se aclaró la garganta.

    —¿Sí? ¿Sucede algo?

    —Depende de si quieres ver quién te busca. O más bien, quién te ha encontrado.





Las cabañas que vieron a continuación se encontraban en una condición mucho más decadente que la de Valhoim. Tampoco presumían de arpones y sus redes de pesca, y la gente apenas salía por la ventana cuando escuchaba el rasgar de los zapatos contra los estridentes tablones de madera o el sonido de las aguas en movimiento. Pero Bryssa los sintió a través de los porticones y las rendijas apenas abiertas de las puertas. Escuchó sus murmullos y sintió sus ojos siguiéndola atentamente.

Así como había sucedido cuando habían llegado a Lago, una vez más, el grupo encabezado por el escuálido muchacho del viejo Valhoim llamó la atención. Dos Elfos con armas y arcos a la vista, decían. Del Bosque Negro, del Reino Élfico de las lámparas de luz de estrella. Un humano, un hurtador. Ha robado dos manzanas y tres panes sin que lo vieran, y nadie le ha dicho nada. ¿Otro enano? No, una enana. Pero no tiene barba. ¿Las enanas no eran un mito? Los enanos salen de las rocas y la tierra ya con picos en las manos.

    —¿Por qué creen que soy enana? —cuestionó Bryssa de repente. Finnarth midió su estatura con una mano, señalándose después la cadera.

    —Porque eres tan pequeña que resultas una, enana sin barba.

    —Pues deberían saber que soy una hobbit, ¡y a mucha honra!

    —Dudo mucho que estas gentes hayan escuchado hablar de los medianos tan al norte —dijo Legolas—. Que crean que eres una enana. Nos ahorraremos preguntas innecesarias y podremos seguir con la historia ya hilada.

    —Hemos llegado —interrumpió Vallhan.

Como todas las casas de Esgaroth, aquella contaba con su propio muelle y una barca atada firmemente a este. De dos plantas y en de madera gastada, la casa delante de ellos seguía siendo mucho más pequeña que la de Vallhan y, aún así, también parecía mucho más cuidada que cualquier otra que hubieran visto. Vallhan golpeó el tirador de la puerta contra la madera tres veces. La respuesta fue casi inmediata, y un joven muchacho les abrió.

   —¿Vallhan? —preguntó el chico.

    —Buenos días, Bain —asintió el barquero—. ¿Se encuentra, por casualidad, tu padre?

Bain miró tras Vallhan, sus ojos surcando los atormentados ojos de Finnarth y los glaciales de Írithël antes de pasar saliva. Bryssa, medio oculta por el cuerpo de Legolas, no fue vista.

    —Un momento.

El niño desapareció por la puerta, cerrándola. Unos segundos bastaron para que fuera abierta de nuevo. Esta vez había un hombre de mediana edad y cabellos salpicados de hebras grises, rizado y por encima de los hombros. Sus ojos castaños eran cálidos, pero la mirada que les dirigió -a aquellos a los que podía ver claramente-, fue una de fría confusión.

     —Vallhan, ¿qué se te ha perdido por aquí con dos elfos y un hombre? ¿En qué andas metido, chico?

Antes de que el joven barquero pudiera hablar, Bryssa se adelantó. Aunque apenada por interrumpir a Vallhan una vez más, sus ansías eran incontenibles a aquellas alturas.

     —Disculpe, señor. Mi nombre es Bryssa, y nos han informado de que los enanos de Erebor fueron vistos aquí por última vez.

Se escuchó un estruendo en el interior del hogar y una maldición en Khuzdûl. Bryssa sintió un escalofrío al reconocer la lengua de los enanos. El padre de Bain se apartó al sentir pasos acelerados tras él, y antes de que cualquiera de los presentes pudiera parpadear, dos fuertes brazos se enlazaron alrededor de Bryssa.

El impacto del rápido cuerpo contra el suyo causó que la hobbit se tambaleara hacia atrás. Pero los brazos la atraparon y la acercaron a aquel cuerpo con más insistencia. Podía sentir una respiración a medio camino entre sus orejas y su cuello, buscando enterrarse en las enmarañadas hebras cobrizas de su cabello. Y de repente, el aroma la envolvió como un golpe de realidad, a la par que las trenzas —que determinó que amaba en aquel momento—, le acariciaban las mejillas.

    —Bryssa —suspiró Fíli, como si su nombre le hubiera devuelto el alma.

Y ella no pudo evitar romperse.

Romperse por su dura estadía en las Estancias de Thranduil sin la presencia de su primo o los enanos. Por todas las veces que creyó que no saldría de allí jamás. Por todos los pensamientos que la habían llevado a creer que allí terminaba todo. Que se quedaría sola, abandonada y sin poder ver más cara conocida que las de sus carceleros.

Que no volvería a ver a Bilbo, su queridísimo primo.

Que no volvería a ver a la Compañía y a Gandalf.

Que no volvería a ver a Fíli.

El enano rubio se separó de su abrazo y le acarició las mejillas con los nudillos. Con los ojos abnegados de lágrimas, Bryssa no fue capaz de ver el cálido cariño con el que Fíli le evaluaba el rostro, pero el resto de presentes sí. La miró como si la viera por primera vez y como si no fuera la última que la vería. Fíli volvió a suspirar, encantado, y entonces hizo algo que nadie tenía previsto: juntó sus frentes y enredó los dedos en la nuca de la hobbit, mientras esta, a su vez, se aferraba a las ropas del enano.

Bryssa se percató de varias cosas en aquellos segundos. Fíli la mantenía bien sujeta, como si temiera que se desvaneciera en el aire si la soltaba, y que en sus brazos, Bryssa se sentía lo más segura que alguna vez había sentido. Ni siquiera la bufanda carmesí, aquella tejida por su estimada madre y hecha un amasijo de hilos deshilachados, era capaz de transmitirle el coraje y el calor que la empapaban cuando Fíli la abrazaba. Se sentía indestructible, y aquello solo la llevó a pensar en lo vulnerable que la hacía al mismo tiempo.

En cuanto fue consciente de lo que sucedía, Bryssa se apartó un poco y le sonrió, sus mejillas tiñéndose del más dulce rosa. Fíli le correspondió la sonrisa sin inmutarse. Bryssa no sabía qué podía significar para un enano el juntar su frente a otra persona, pero a juzgar por los rostros compungidos en la sorpresa de ambos elfos y las sonrisas cómplices que Óin y Bofur, detrás del padre de Bain, se dirigieron, pudo identificar que era algo íntimo.

    —Siento mucho interrumpir vuestro reencuentro —habló el hombre—, pero la gente ha empezado a mirar sin reparo. Será mejor que entremos. Ah —Se giró y le dirigió una mirada indescifrable a Finnarth, quien a su vez, intentó no sostenerle la mirada, en vano—. Debo tener unas palabras contigo para saber qué haces aquí, Eldair.

















¡Hola!

Sigo viva. Sorprendente, lo sé.

No puedo disculparme por tardar dos años en actualizar, pero sí os diré que para mí han sido menos de dos años de lo ocupada que he estado. Me encuentro trabajando como profesora en una academia y terminando mi último año en la universidad. Disculpad si estoy muy desaparecida por Wattpad; no tengo tiempo ni para mí misma.

De todas formas, ya era hora de una pequeña reunión, ¿eh?

Este capítulo se basa mucho en nuestro querido shipp, Fryssa. Espero que hayáis disfrutado de ese encuentro porque yo estaba emocionada mientras lo escribía. Ya veréis que lo de juntarse las frentes no es moco de pavo y que tiene un significado muy bonito (inventado para la historia, obviamente), pero muy bonito.

Sé que es un capítulo corto, pero no os preocupéis. En el siguiente retomaremos el cauce de la historia y, quién sabe, quizá tendremos que darle algunos picotazos a una roca para que revele la puerta que oculta.

Por cierto, ¿os gusta la nueva portada?

Muchas gracias por seguir aquí, leer, votar y comentar. ❤️

Keyra Shadow.

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