XIV. De temores y rabia
No debió haber gritado.
Pero Bryssa se percató de esto demasiado tarde. Ahora la atención de la araña gigante no solo estaba en Bilbo, sino también en ella. Es más, ahora era ella el único objetivo del arácnido.
Empezaba a pensar seriamente en que atraía a los problemas de verdad, tal y como Gandalf había señalado alguna vez.
Buscó sus fardos, encontrando únicamente el de las dagas élfico-enanas. El de los ungüentos y provisiones había desaparecido mientras caía minutos atrás. Pasó saliva sonoramente antes de lamerse los labios, resecos, y actuar según sus instintos. Extrajo las dos dagas de la bolsa, la cual dejó caer, y alzó las dos armas a la altura del pecho, tal y como Kíli le había enseñado.
Adelantó la pierna derecha a la izquierda y dobló las rodillas ligeramente, buscando equilibrio. La araña cada vez estaba más cerca, ya encima de la rama en la que se encontraba ella. Inhaló y exhaló lentamente antes de dar un paso justo cuando la araña se abalanzaba sobre ella: la daga izquierda se curvó silbando hasta penetrar la parte inferior de la boca del insecto, justo por debajo de la línea de la mandíbula y los colmillos de la misma. La araña chilló, y Bryssa se apresuró a tirar de la daga para clavar la otra en la parte superior de la cabeza de la criatura.
Con un último chillido agudo y un siseo estridente, la araña cayó hacia abajo, perdiéndose y enredándose entre las telarañas distribuidas entre las ramas.
—¡Bryssa, cuidado! —gritó Bilbo.
Pero antes de que ella fuera capaz de prepararse, una segunda araña le cayó encima, tirándola de la rama y llevándola hasta Bilbo. Lo siguiente que sintieron ambos, mientras la araña se cernía sobre ellos envolviéndolos en la tétrica seda de su trampa, fue la oscuridad nublando sus mentes y cerrando sus párpados.
Bryssa no tenía en buena estima a los arácnidos en general. Años atrás, cuando todavía era una pequeña niña hobbit, aprendió que, a pesar de ser adorables algunas veces, las arañas podían resultar escalofriantes.
Había sido un día ajetreado en Los Gamos. Casa Brandi celebraba el cumpleaños de Gorbadoc Brandigamo, quien por entonces todavía seguía con vida, algo excepcional, teniendo en cuenta que era el patriarca de los Brandigamo. Cansada, Bryssa se había apartado de la celebración para remojar los pies en el Brandivino, a la espera de aplacar el sofocante calor que parecía haberla atacado aquella tarde de primavera.
Se había acercado a las aguas cristalinas del río con paso danzarín y torpe de infante, acariciando distraídamente sus cabellos recién trenzados por su madre Mirabella. Había algo en las manos de Mirabella Brandigamo, algo tan habilidoso y magnífico, capaz de crear las más detalladas prendas y bordados, así como peinados para sus hijas. A Bryssa siempre le había fascinado la capacidad que su madre tenía para las artes, y aquella mañana, Mirabella había estado especialmente inspirada.
Aun así, el aburrimiento no había escatimado en hacer mella en los hermanos Brandigamo. Mientras los mayores jugaban a ahuyentar a lobos invisibles cerca de la Cerca Alta, la pequeña Bryssa decidió ir al río.
Una vez allí, la hobbit se remojó los pies tal y como había planeado, antes de que su vista se desviara hasta un huequecito en la tierra, apenas perceptible a simple vista, de donde provenían una serie de chasquidos pequeños. Curiosa, Bryssa se había arrodillado para acercar más el rostro, inclinando la cabeza para que sus orejas picudas pudieran ser capaz de percibir mejor aquellos sonidos.
Quizá, en aquel preciso instante, no se dio cuenta, pero solo bastarían unos pocos segundos para comprender que lo que había hecho, había sido un completo y rotundo error.
Cuando volvió a Casa Brandi corriendo, casi tropezando con sus peludos pies y llorando a mares, Mirabella dejó escapar una exclamación de sorpresa cuando vio que, de una de las orejas de su hija, pendía una araña del tamaño de la mano de la pequeña Bryssa.
Desde entonces, aunque cualquier otro hubiera concebido la experiencia vivida por la menor de los Brandigamo como una mera tontería, una aventura de niño pequeño que había salido mal, para Bryssa supuso un miedo hacia las arañas que perduraría incluso durante su etapa adulta.
Lo primero que sintió, fue la sensación de frío en sus pies y piernas; en realidad, en todo el cuerpo. Lo siguiente, que le dolía horrores la cabeza y no tenía forma de saber por qué. En tercer lugar, que alrededor de su rostro había algo viscoso y ciertamente frío, que enviaba por todo su cuerpo una sensación espeluznante.
Abrió los ojos con cuidado, y su primer instinto fue chillar de nuevo: delante de ella había una araña, dándole la espalda, a simple vista, pero que en realidad se encontraba encima de ella, atándola con más telarañas a una red gigante de las mismas; a continuación, comprendió que ella misma estaba colgando boca abajo sin poder moverse lo más mínimo.
Movió las manos, intentando tantear su cintura en busca de las dagas, pero al no encontrarlas, giró disimuladamente, impulsándose sobre sí misma. Ella no era la única que colgaba envuelta en telarañas. A su alrededor podía distinguir varios capullos más. Algunos eran más prominentes, otros más menudos aunque igualmente más grandes que ella misma.
Eran los enanos, y entre ellos, estaba segura, también se encontraba Bilbo.
Como si lo hubiera invocado, uno de los capullos se sacudió violentamente debajo de la araña que lo arrastraba, y entonces, una hoja de plata atravesó la red de seda y procedió a clavarse con fuerza no una, sino tres veces, en el tórax de la araña. La criatura cayó hacia el suelo, a metros de distancia de donde se encontraban.
Bryssa reconoció la espada al instante, y a Bilbo empuñándola con fuerza. Desesperado, se deshizo de la telaraña que lo envolvía. Bryssa quiso gritarle que hiciera lo mismo con ella, que también cortara los hilos de su capullo opresor, pero no quería llamar en exceso la atención de las arañas, en especial de la que todavía tenía encima.
Siguió observando a su primo, atenta a su movimientos. Bilbo se había ocultado tras el tronco de un árbol hueco y partido. La hobbit vio que deslizaba una de sus manos al interior de su bolsillo izquierdo. Frunció el ceño ante el gesto, sintiendo una corriente de repentino aire gélido erizarle el vello de todo el cuerpo. Entonces, en apenas un mero parpadeo de Bryssa, Bilbo desapareció.
Cuando Bryssa volvió a centrar su mirada allí donde Bilbo había permanecido, no encontró ni rastro de su primo. Bilbo se había esfumado.
No pudo contenerse por más tiempo.
Sin importarle la araña, se sacudió de un lado a otro, balanceándose en el proceso.
¿Y si Bilbo había caído? ¿Y si su caída había resultado fatal? ¿Y si otra araña lo había atrapado y pensaba devorarlo?
Los pensamientos de Bryssa eran una marea enloquecida de oleaje salvaje. Chocaban una y otra vez contra las paredes de su mente, como las olas de un mar encabritado que rompían con fuerza contra las rocas de un acantilado.
Fue como si su marea de pensamientos desencadenara que la de sus compañeros despertaran igualmente. Uno tras otro, los enanos empezaron a moverse, igual de desesperados que ella, igual que lo había estado Bilbo segundos antes.
Pero entonces, las arañas que tan ocupadas habían estado enredando sus telas contra ellos y las extremidades de los árboles se acercaron. Enroscaron sus patas alrededor de cada uno de los capullos, y Bryssa sintió la repulsión alzarse desde lo más profundo de su garganta de manera ácida y amarga. Tragó fuertemente, reteniendo las ganas de vomitar que la habían invadido.
Un sonido resonó, cayendo hacia abajo, a las profundidades del suelo. Las arañas desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Bryssa se detuvo a pensar, por un segundo, si aquel habría sido Bilbo cayendo, el pánico devorándola por dentro. Pero entonces observó a la única araña que todavía quedaba cerca, arremolinando sus patas alrededor de uno de los enanos más prominentes.
El arácnido soltó un estallido de dolor, y para sorpresa de Bryssa, sus patas delanteras cayeron inertes a sus lados. Poco después, Bilbo apareció ante sus ojos con la espada élfica en mano, tal y como lo había visto antes de perderlo en su campo de visión. En su otra mano, advirtió con sorpresa, había una forma cilíndrica dorada de pequeño tamaño que, unos instantes antes, él había extraído de uno de sus dedos.
La duda se instaló en el pecho de Bryssa al repetir en su mente el gesto que Bilbo acababa de efectuar: había sacado de su dedo anular un anillo, de eso no tenía duda alguna. ¿Pero cómo, por Toro Bramador Tuk, un anillo podía haber hecho visible de repente a su primo? ¿Cómo aquello había sido posible? Mientras Bilbo acababa con la araña clavándole su corta espada en la cabeza, Bryssa se dijo que, una vez no corrieran peligro, tendría una seria conversación con él.
¿Y si, después de todo, aquél anillo aparentemente normal, era el culpable de que Bilbo estuviera cambiando?
La gran araña cayó con un estruendo hacia abajo, llevándose consigo las telarañas que habían hasta el suelo cubierto de hojas. La hobbit vio a su primo murmurar unas palabras, aparentemente emocionado, al mirar su espada. Entonces, para su horror y alivio a partes iguales, Bilbo empezó a cortar las telarañas que sujetaban tan firmemente los capullos en los que, tanto ella como los enanos, se encontraban.
En cuanto Bilbo se acercó a ella, llegado su turno, hizo un esfuerzo por hablar, pero su lengua se encontraba entumecida; probablemente, al atarla, una de las arañas la hubiera mordido y aturdido con la toxina de sus colmillos. De esta forma, a Bryssa no le quedó otra que esperar que las telas que se entretejían entre los árboles fueran suficientemente fuerte como para amortiguar su caída, a la par que rezaba a todas las deidades existentes porque no le cayera ningún enano encima. Si iba a morir, no quería que fuera a causa de la asfixia por un cuerpo mayor al de ella.
La caída acabó tan rápido como había acabado, y Bryssa se sorprendió al descubrir que el golpe contra los cuerpos de los enanos había provocado que su aparente aturdimiento desapareciera por completo, como el golpe de realidad que necesitaba para despertar de un sueño.
En el suelo, los enanos se retorcieron con fuerza, forcejeando para quitarse de encima las redes que los mantenían presos en los capullos; algunos decidían utilizar sus manos para la tarea, otros, simplemente se sacudían hasta liberar sus brazos y poder coger el arma que tuvieran con ellos, para así cortar las telarañas.
Bryssa perteneció al grupo de estos primeros, hincando los dedos entre la tela para romperla y estirando con sus manos con toda la fuerza que era capaz de reunir. A su alrededor, algunos ya habían conseguido liberarse de sus ataduras y buscaban apresuradamente sus respectivas armas.
Bofur fue el primero en preguntar dónde se encontraba el Saqueador, y como si aquello los hubiera despertado a todos de su ensoñación, empezaron a llamar al hobbit, mirando a su alrededor, alterados. Bryssa, sin embargo, procuró encontrar primero sus dagas antes de empezar a llamar por su primo de igual forma.
Pero Bilbo no contestaba. Bryssa miró por todas partes, allí a donde le alcanzaba la vista, pero no había rastro del Bolsón. Thorin los apremió a todos, intentando ocultar su propia consternación al no ver al hobbit entre sus camaradas.
—Debemos salir de aquí de inmediato —sentenció.
Emprendieron la marcha, o mejor dicho, la carrera, no mucho más tarde. Tras de sí, el sonido de las largas y punzantes patas de las arañas resonaron con fuerza, agitando las hojas caídas allí por donde pasaban, y llenando el seco aire del bosque con sus «¡chís-chás-craaack!». Algunas, incluso, dejaron escapar rugidos que consiguieron que hasta el más valiente de los enanos corriera más rápido.
Pero no llegaron demasiado lejos antes de que los acorralaran. A golpes de espada, se deshicieron de las dos arañas que habían conseguido aproximarse, y una tercera, que Bryssa no había visto a tiempo como para alertarlo, se lanzó encima de Bombur. Gran fue su conmoción cuando presenció la forma en la que los hijos de Aulë acabaron con la vida del arácnido: aprisionando sus ocho patas con los brazos, estiraron y estiraron hasta que estas cedieron, y lo único que restó sobre Bombur fue el cuerpo ahora inmóvil del insecto.
Volvieron a correr un pequeño tramo más, y las arañas volvieron a acorralarlos de nuevo. Bryssa empuñó las dagas, haciéndolas silbar a través de aire antes de hundirlas con mucho esfuerzo en la cabeza de uno de los monstruos. El resto de la Compañía se defendía como podía. Seguía sin haber rastro de Bilbo.
—¡Bilbo Bolgo Bolsón! —gritó ella. Giró su cuerpo rotando sobre sí, mirando a todos lados—. ¡Bilbo Bolgo Bolsón, como te encuentre desearás no haber salido de La Comarca jamás!
Su preocupación se había tornado rápidamente en rabia. No era la primera vez que Bilbo desaparecía sin dejar rastro, sin siquiera un aviso. La primera, había sido después de la Batalla de Truenos, cuando había decidido abandonarlos. La segunda, al desaparecer tras la persecución de los Trasgos. La tercera, ahora. Y Bryssa empezaba a estar muy cansada, porque en dos de aquellas veces había visto un patrón: Bilbo apareciendo y metiéndose una de las manos en el bolsillo de su chaleco.
Una araña se plantó en su camino, y la hobbit frunció el ceño soltando una exclamación rabiosa. Se abalanzó sobre el arácnido y asestó un golpe de daga a una de las patas delanteras. Después otro, y otro, y otro más. La criatura chilló con fuerza e intentó apresarla, pero la adrenalina, combinada con los deseos de encontrar a su primo solo para matarlo ella misma, invadían a Bryssa con una fuerza descomunal.
—Como lo encuentre... —decía entre resoplidos—, como lo encuentre primero le quitaré ese condenado chaleco. Después lo quemaré hasta que no queden restos. —Otro golpe más, y la araña volvió a arremeter contra ella, pero Bryssa esquivó el golpe agachándose y se deslizó por el suelo, clavando una y otra vez las dos dagas por debajo del abdomen del insecto—. ¡Entonces lo cogeré a él y le diré cuatro cosas bien claras! ¡¿Cómo se le ocurre desaparecer sin más?! ¡Ese...! ¡Ese... hobbit estúpido!
—¡Bryssa, cuidado! —gritó Ori desde su izquierda, antes de empujarla al suelo, lejos de la araña que había caído de los árboles.
Parpadeando rápidamente, la hobbit se dio cuenta de lo que habría estado a punto de suceder si Ori no la hubiera empujado. Tan cegada estaba, que todo a su alrededor se había tornado borroso y distorsionado por unos segundos. Intentó calmar su respiración, asintiendo en dirección al joven enano.
—Gracias —casi respiró.
—¡Todo despejado! —informó Thorin unos metros por delante de ellos. Bryssa ni siquiera se había percatado de en qué momento habían empezado a correr otra vez.
Uno de los gigantes insectos se interpuso en su camino, y justo cuando los enanos se preparaban para embestir con fuerza contra la criatura, un borrón de prendas oscuras, del mismo tono que los troncos de los árboles, saltó encima de la araña, como si se tratase de un simple caballo al que doblegar. Con una espada sumamente filosa y delgada cortó el tórax del insecto, y todavía deslizándose por el suelo cubierto de hojas, extrajo una flecha del caraj a su espalda y la colocó en posición sobre la cuerda del arco.
Esta acabó a centímetros del rostro de Thorin, y Bryssa, no muy lejos de la posición de Escudo de Roble, observó con asombro al hombre que tenían delante ahora.
No, hombre no. Elfo.
El Elfo más hermoso que había visto jamás, incluso más que Elrond o los Elfos de Rivendel. Era una hermosura misteriosa, casi peligrosa, pensó. Como la más letal de las plantas, oculta bajo los pétalos de una bella flor. Su cabello caía en cascada por encima de sus hombros, resplandeciendo en un tono rubio platino, que, a pesar de no haber luna, Bryssa podría haber jurado que reflejaría su brillo. Sus ojos, entrecerrados en rendijas de fino color azul, un azul tan claro que parecía plata líquida. Sus facciones parecían esculpidas en el más blanco de los mármoles, suave, tersa y sin imperfecciones, acentuando así la mandíbula cuadrada y filosa.
Y de entre los árboles, surgieron más de ellos; elfos hermosos de cabelleras oscuras, algunas rojas como el fuego y otras tan blancas como la luna misma. Bryssa los observó a través de la tela de su bufanda carmesí, que segundos antes, había posicionado tapando la mitad de su rostro, dejando únicamente a la vista sus pardos ojos. Su cabello cobrizo, despeinado y con restos de telarañas ayudaban a ocultarla mejor, en una cortina de rizos salvajes que contrastaron con la palidez de su piel.
Estaban rodeados. Habían pasado de ser las presas de las arañas, al nuevo objetivo de una cuadrilla de Elfos del Bosque Negro. Probablemente, aquellos eran uno de los peligros de los que Beorn les había advertido antes de partir. Bryssa advirtió la forma en la que Fíli se había desplazado hacia su derecha, posicionándose ligeramente por delante de ella, como si aquello pudiera cubrirla de alguna forma de las miradas penetrantes de los elfos.
—No creas que no te mataría, Enano —dijo la aterciopelada y profunda voz del Elfo rubio—. Sería un placer. Registrad a los Enanos —ordenó después. Los elfos se aproximaron a ellos y empezaron a despojarlos de sus pertenencias: los fardos que todavía llevaban consigo, las armas, incluso sus objetos de valor. Glóin fue asaltado abruptamente por el que parecía el líder, y este le arrebató un guardapelo—. ¿Y este quién es, tu hermano?
—Esa es mi mujer —aseveró Glóin.
—¿Y esta horrorosa criatura? —Un deje de burla y desdén teñían su voz—. ¿Un trasgo mutante?
—Ese es mi niño —Igual que la voz del elfo rebosaba jocosidad, la de Glóin cada vez era más seria, rabia siendo contenida con esfuerzo—. Gimli.
La mirada del elfo que había apuntado a Thorin pasó hacia Fíli, y a continuación, para consternación de Bryssa, hacia ella. La hobbit sintió que sus manos temblaban, por lo que aferró las dagas con más fuerza entre sus manos. Su rostro se tornó serio, casi retador, y se valió de toda su fuerza de voluntad por no apartar la mirada del río helado que suponían los orbes del Elfo.
—Tú no eres un enano —sentenció él, aproximándose. Fíli, que dejaba con pesar que uno de los elfos le quitara todas y cada una de sus armas, se tensó de repente, poniéndose delante de Bryssa todavía más. El gesto no pasó desapercibido para el elfo—. Aparta, Enano.
—Por encima de mi cadáver —masculló él, frunciendo el ceño y guiando una de sus manos hasta Bryssa a tientas, tocando su brazo.
El elfo alzó las cejas, como si considerara las palabras de Fíli. Bryssa pasó saliva antes de dar un paso al lado, alejándose del enano, todavía sosteniendo las dagas élfico-enanas.
—No. No pertenezco a la raza enana —sentenció ella con voz severa.
La mirada del elfo estaba pegada ahora a las armas de la hobbit.
—¿Y a cuál perteneces, si en tus manos osas poseer una de las reliquias de mi pueblo?
—Soy una Hobbit —alzó la voz. Sus dagas apuntaron al elfo en una pose defensiva—. Provengo de las tierras de Los Gamos, más allá de La Comarca, en Eriador. Estas dagas las encontré.
No quiso decir dónde o cuándo. Sentía que, si lo hacía, probablemente los enanos, en especial Thorin, la silenciarían de la peor manera. A juzgar por la forma en la que Escudo de Roble restaba impasible, aquellos elfos le eran conocidos. Quizá, demasiado conocidos.
—No creo que las encontraras. —El elfo se refería a las dagas. Bryssa recordó las palabras de Radagast, cómo aquellas dagas habían sido un regalo para los elfos de parte de la valar Yavanna.
—Es la verdad. Todo lo es.
—Más tarde veremos si, como clamas, dices la verdad. ¿Con que de Eriador, eh? ¿Y qué hace alguien de tan lejos en compañía de unos cruentos enanos?
—No son cruentos —terció Bryssa, apretando la mandíbula y sin querer responder a la pregunta.
—Lo creeré cuando vea lo contrario. —Dedicándole una última mirada, le habló a una elfa a su izquierda, en una lengua que Bryssa solo pudo identificar como alguna variante del élfico de Rivendel—. Aprésala a ella también, que encabece la marcha. Esta podría servirnos para saber qué hacen los Enanos de las Montañas Azules en nuestros bosques. Ellos no dirán nada útil.
La elfa, tan alta como el resto de sus congéneres y con el cabello castaño recogido en una apretada y complicada trenza, se aproximó a ella y la empujó suavemente para que comenzara a caminar. La diferencia de altura era tanta que, de vez en cuando, la hobbit sentía leves tirones en los mechones de su nuca, donde la guerrera élfica había encontrado algo con lo que mantenerla sujeta. Bryssa sabía, no obstante, que ella estaba siendo mucho más gentil que sus compañeros masculinos.
Así empezó la marcha a través del Bosque Negro, con los Enanos y la Hobbit vueltos prisioneros de los peligrosos Elfos tan distinto a los de Rivendel. Bryssa giró un poco la cabeza, mirando hacia atrás, esperando ver, aunque fuera por un segundo, un atisbo de Bilbo. Pero no encontró nada.
Volviendo a girar el rostro, apretó la mandíbula y sus manos se cerraron en puños.
Cuando Bilbo volviera a aparecer, iba a tener una larga charla con su prima pequeña. Una de la que muy probablemente, no saldría bien parado.
¡Hola!
Ah, estoy aquí con otro capítulo más temprano de lo esperado. Es cortito, pero espero que las actualizaciones vuelvan a ser algo más constantes y podamos acabar el segundo acto dentro de dos o tres meses. Las actualizaciones más constantes para compensar, ¿sabéis? Me hace sentir muy mal no publicar en tanto tiempo, y estos bloqueos son algo tan recurrentes que, aunque sé que muchos lo entienden, me pongo en su lugar y me siento fatal después. En fin, dejo las penurias para otro día, mejor.
¡QUE YA ESTÁN AQUÍ LOS ELFOS!
Perdonad que no haya escrito lo que dice Legolas en sindarin (una de las variantes del élfico), por muchos traductores que he mirado, no había ni uno que me convenciera. Y como que suficiente tengo con la universidad como para ponerme a estudiar ahora eso.
Vamos a tomarnos un minuto para apreciar la entrada por todo lo alto de nuestro querido Legolas, por favor. Y no, en esta novela no existe Tauriel. Aquí respetamos los personajes del majestuoso Tolkien y las elfas pelirrojas que se enamoran de enanos no existen, punto pelota. Pero sí es verdad que debo añadir otro face claim al cast de personajes porque... bueno, esa elfa castaña va a tener su granito de arena (totalmente inesperado, porque me he inventado el personaje de sopetón, pero idk).
Decidme que vosotros también notáis la evolución de Bryssa, por favor. Porque yo estoy que me subo por las paredes, es decir, la que antes era una hobbit indefensa se está volviendo más badass (?) Aunque aún le queda un buen trecho hasta su evolución completa. De momento, digamos que está a mitad de camino.
Ese momento Fyssa, POR FAVOR. Este slowburn me está matando hasta a mí. A ver si Bry abre los ojos de una buena vez y, hablando claro, le come los morros a Fíli. Nah, pero dejando de lado las bromas, un besito no estaría mal..., ya veremos si pasa o no. También, otra cosa importante: Bryssa se huele que a Bilbo le pasa algo y que tiene que ver con el anillo (que, recordemos, ha visto de una vez por todas. Un poquito mal, pero lo ha visto). Pregunta del millón: ¿Bilbo sobrevivirá o morirá antes de llegar a La Comarca?
Por último, ¿qué os ha parecido?
¡Votad y comentad!
¡Besos!
;*
—Keyra Shadow.
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