XIII. El Bosque del Olvido
En el capítulo anterior...
La Compañía llegó hasta los terrenos de Beorn, el Señor de los Beornidas, quien puede esconderse bajo la piel de un terrible oso negro o de un hombre igual de imponente. Tras pasar allí la noche, y después de que Beorn les advirtiera sobre el Bosque Negro y los peligros que se ocultan en él, la Compañía partió hacia allí siguiendo el liderazgo de Gandalf. Este volvió a dejarlos a su suerte, y tras liberar los ponies de Beorn, Bryssa y el resto se internaron en el bosque, sin saber lo que allí les aguardaba.
Caminaban en fila. El camino élfico era demasiado estrecho como para que dos enanos fueran juntos, o incluso los hobbits, que podrían haber caminado el uno junto al otro, se rehusaron a hacerlo. Las palabras de Gandalf habían sido claras, y temían que, si salían del camino, se perdieran para siempre.
La caminata no fue lo más agradable para Bryssa, precisamente. De hecho, nada lo había sido para ninguno desde que habían cruzado la entrada al bosque y este los había engullido por completo. La razón era simple: todo les recordaba a los desfiladeros de las Montañas Nubladas, a la batalla de rayos y las cuevas de los trasgos. Bryssa caminó esta vez entre Bofur y Glóin, no porque ella así lo hubiera querido, sino porque habían entrado justo detrás del otro. Su rostro denotaba su decepción al no poder caminar con Fíli o Kíli, pero en parte, lo agradecía. Ellos habían entrado después de Thorin y eran de los que encabezaban la marcha, con la espada y el arco preparados, respectivamente, atentos a la oscuridad que los rodeaba.
El bosque resultó estar sumido en una quietud desconcertante y silenciosamente peligrosa. Los árboles eran retorcidos y formaban sobre sus cabezas arcos siniestros, ahogados por el conjunto de hiedra y líquenes colgantes que, de vez en cuando, rozaban sus cuerpos en caricias repulsivas. El suelo de baldosas enmohecidas era frío y en algunas partes, resbaladizo, a pesar de que la humedad era más bien escasa.
Bryssa y cualquiera de los allí presentes hubiera mentido rotundamente de no admitir que aquel bosque era realmente terrorífico. El único sonido que escuchaban, además del viento, era el de sus propios pies chocando contra el suelo pesadamente. Los envolvía una extraña sensación de estar siendo vigilados, pero por más que miraron a su alrededor, no vieron nada.
Cuando se acostumbraron a la oscuridad, sin embargo, los hobbits empezaron a vislumbrar unos ojos penetrantes e inquisitivos que pertenecían a unas ardillas negras, y tanto uno como otro se preguntaron si el otro las vería también. Las únicas ardillas que Bryssa había visto jamás, tenían el pelaje rojizo otoñal y los ojos curiosos e inofensivos, a menudo correteando entre los jardines y huertos de Casa Brandi; sin duda, aquellas alimañas que atravesaban el camino élfico de un lado a otro para esconderse tras los árboles, no se les parecían en nada.
Lo más horrible y visible que había, además del camino y las ramas sobre sus cabezas, eran unas gigantes telarañas, oscuras y espesas, con hilos extraordinariamente gruesos. Casi siempre estaban tendidas de árbol a árbol, o enmarañadas en las ramas más bajas; ninguno supo decir si era por un encantamiento o por alguna otra razón.
La tensión era palpable en cada miembro de la Compañía de Thorin Escudo de Roble mientras caminaban. No pasó mucho tiempo antes de que el bosque les contagiara la oscura aura que parecía tener impregnada en cada uno de sus rincones. Muchos sintieron la cabeza embotada, a punto de estallarles, y los pechos comprimidos, como si alguien los estuviera asfixiando, a pesar de que seguían respirando. Bryssa se llevó las manos a las sienes y las talló soltando un leve gemido. Le palpitaban en exceso, como si su corazón se hubiera trasladado hasta su cabeza, latiendo con fuerza.
—El camino sigue por aquí —declaró Thorin, apartando con las botas las hojas caídas y mustias del suelo.
El aire nunca sopló a través de los huecos del techo del bosque, atemorizado a perturbar la quietud y la oscuridad que lo habitaban. Algunos rayos de luz conseguían burlar la guardia de las ramas, y de vez en cuando, podían ver con más claridad por donde caminaban. Pero después, la oscuridad retornaba y todo volvía a ser sofocante. Aún los enanos, acostumbrados a excavar túneles y pasar largas temporadas sin luz, añoraron el Sol y el cielo mientras esquivaban las extremidades de los árboles que se interponían en su camino.
Bryssa no tenía ni idea de lo que podía suponer una eternidad, o siquiera como sería en realidad. De lo que estaba segura, era que bajo las espesas copas de los árboles de troncos enmohecidos y de corteza de ébano, el tiempo sucumbía ante la foresta de manera tediosa, lenta y tortuosa. Si la eternidad era aquello, Bryssa no quería experimentarla jamás.
Sin embargo, los días fueron pasando uno tras otro, y aunque la Compañía avanzaba, sentían que permanecían estancados en el mismo punto y que, continuamente, pasaban por un mismo lugar, sin cruzar alguno más. Cada rama, cada hoja, cada tela de araña, cada roca, cada esquina..., todo era igual.
Sumergidos en la ponzoña de la asfixia, las noches se tornaron las peores experiencias que habían vivido hasta el momento; si la oscuridad ya era tan espesa que no podían ver nada durante el día, por las noches, era completamente plena, y entre quejidos y malestar, alcanzaban a ver de vez en cuando a duras penas lo que les rodeaba. A pesar de todo, sí había algo que veían con demasiada nitidez a veces: Ojos. Cientos de ojos, brillantes, rojos, verdes o amarillos; ojos que se movían de un lugar a otro, que se acercaban y se alejaban, ojos errantes que a veces se clavaban sobre ellos, ojos que destellaban sobre las ramas o en el suelo. Ojos grandes, terroríficos, algunos pálidos y bulbosos. Ojos vigilantes, de depredador, de ladrón de vida y otorgador de muerte.
Dormían todos muy juntos, y se turnaban la vigilia; cuando les tocaba a Bilbo o Bryssa, podían ver aquellos ojos como ningún otro podía hacerlo. A veces se desvanecían lentamente y otras, simplemente desaparecían en la oscuridad en un parpadeo. Llegaron a creer que tenían alucinaciones, y por miedo, no se atrevieron a decirle nada a ninguno de los enanos, tampoco a comentarlo entre ellos.
Desistieron al cabo de poco tiempo a encender una pequeña hoguera. Aunque las noches no eran frías aún entonces, la idea de ver más luz en aquel agujero oscuro les resultó de lo más tentadora. No obstante, la idea de no atraer a más bestias con la luz lo fue todavía más, sobre todo para esquivar en la medida de lo posible a los grandes murciélagos de alas negras y membranas de tela de araña.
—Este bosque no tiene fin —murmuró Bryssa un día, ¿o tal vez noche o tarde? Ninguno supo decirlo bien, ni siquiera ella misma.
Avanzaron sin apenas descanso decente por lo que les pareció siglo tras siglo. Caminaban y dormían con hambre, y las bocas de labios secos clamaban a gritos silenciosos unas gotas de agua. Pero vigilaban las provisiones que tenían con ojo avizor, temiendo el momento en que empezaran a escasear de nuevo. De hecho, así era. La comida cada vez era menos y rápidamente, también empezaban a quedarse sin agua. Debido a esto, comían lo estrictamente necesario para mantenerse despiertos —y en el caso de algunos, cuerdos—, aunque muchas empezaron a ser las noches en las que nadie probó bocado alguno.
—Aire, ¡necesito aire! —suplicaba uno.
—¡La cabeza me da vueltas! —se lamentaba otro.
Olvidaron en qué día se encontraban, así como empezaron a olvidar como era la luz pura del Sol, o el resplandor de la Luna por las noches. Olvidaron el hambre y la sed. Olvidaron el dolor en sus pulmones. Olvidaron, pues el bosque estaba marchito, corrompido funestamente y lo único que recordaron fue seguir las lechosas losas, aunque sin saber bien por qué.
Sin embargo, un día, las losas desaparecieron tras una corriente de aguas oscuras y vaporientas. Rápidas y alborotadas, las aguas rompían el paso, y allí donde deberían haber estado las losas, el camino quedaba interrumpido por el río y un puente de piedra partido. Beorn había advertido a Thorin sobre aquel río, por lo que, con una señal rotunda, los enanos que, dispuestos a acercarse sacaban sus botas, pararon en seco.
—No bebáis esta agua —dijo Thorin—, no sabemos si sería conveniente beberla. Beorn me lo dijo, y Gandalf también. Una magia oscura pesa sobre el bosque.
—¿Y por qué no lo probamos? —propuso Bifur, acercándose de nuevo.
Bofur acertó a cogerlo del brazo antes de que diera un paso más. El líder negó antes de mirarlos a todos atentamente.
—No podemos arriesgarnos, no es seguro. Nada en este bosque lo es o puede llegar a serlo. Es muy probable que este arroyo esté encantado.
—En todo caso —habló Kíli, acercándose a la orilla para ver lo que quedaba del puente de piedra—, hemos encontrado el puente, aunque no entero, para mala suerte.
—Podríamos cruzarlo a nado —pensó Bofur en voz alta, antes de darse cuenta de lo que acababa de decir.
—¿Es que estás loco? —lo interrumpió Fíli, hablando de golpe y situándose al lado de Bryssa—. Si no podemos beber su agua, tampoco deberíamos nadar en él.
—Debemos encontrar otra forma de cruzar —concordó Thorin.
Bilbo, arrollándose en la ribera, miró adelante con atención y gritó:
—¡Hay un bote en la otra orilla! ¿Por qué no pudo haber estado aquí?
—¿A qué distancia crees que está? —volvió a hablar Escudo de Roble.
Por entonces, los enanos ya sabían que ambos hobbits tenían la vista mas penetrante que cualquiera de ellos. Bryssa se acercó a su primo dejando a Fíli atrás y miró mientras se mordía el interior de la mejilla, pensando.
—No parece un bote muy estable —susurró para ambos. Bilbo tragó saliva.
—Pero es lo mejor que tenemos hasta ahora. —Se giró para mirar a Thorin—. No está muy lejos. No me parece que mucho más de doce yardas.
—¡Doce yardas! Hubiera pensado que eran treinta por lo menos, pero mis ojos ya no ven tan bien como hace cien años —admitió Balin—. Aun así, doce yardas es tanto como una milla. No podemos saltar el río y no nos atrevemos a vadearlo o nadar.
Kíli, que se había desplazado más allá, hacia un árbol caído desde la otra orilla, les llamó la atención a todos.
—Estas lianas parecen fuertes y resistentes.
—¡Kíli! —llamó Thorin, antes de que su sobrino se colgara de la liana—. Primero los que menos pesen.
Como si le hubieran lanzado una piedra a la cabeza a cada uno, Bryssa y Bilbo se miraron con la urgencia de que aquello fuera una broma brillando en sus ojos. No obstante, entendieron que no tenían elección y que, sobre todo, Thorin no iba a proponer que algún otro probara la resistencia de las lianas. Era comprensible. Cualquiera de los enanos pesaba el doble que los hobbits, y un paso en falso podía suponer caer a las oscuras aguas del río. Arriesgarse a correr aquel peligro no era una opción.
Sin embargo, ¿quién se preocuparía de ellos si caían al agua y las lianas cedían a su liviano peso? Bryssa pasó saliva amargamente antes de soltar un suspiro tembloroso. Cuando sus manos se cerraron entorno a la liana que Kíli todavía mantenía aferrada, sus dedos se escurrieron hacia abajo ligeramente. Tenía las palmas sudadas a causa de los nervios y podía sentir como una gota de sudor frío se perdía por su espalda.
—Con cuidado —le rogó Bilbo a su prima, posicionándose al lado de esta con una liana en mano.
Ella asintió a duras penas. Primero lo probaría ella, y después, si todo iba bien, Bilbo. Si resultaba que ninguno corría peligro a caer al agua, los enanos serían los siguientes.
—¡No puedes hacer que corran ese riesgo! —Escuchó Bryssa que decía Fíli. Automáticamente, supo que se estaba dirigiendo a su tío—. ¿Qué ocurrirá si caen? ¡Tú mismo has dicho que no podemos tocar el agua!
El pecho de Bryssa se contrajo dolorosamente antes de soltar otro suspiro y coger impulso. Mientras Fíli seguía intentando convencer a Thorin de lo mala idea que era aquello, y mientras Bilbo escuchaba a Fíli explicarle como coger la liana debidamente, saltó.
El sentimiento de vértigo la dejó anonada y estuvo a punto de soltar la liana. Sus peludos pies revolotearon sobre la superficie del arroyo como las patas de un pato que nada en el agua. La liana temblaba entre sus manos, y a su pesar, se dio cuenta de que la que provocaba el temblor era ella misma. Su corazón se aceleró y sintió que la adrenalina provocada por el miedo inundaba su ser, acelerando su respiración.
Las exclamaciones de terror por parte de la mayoría de miembros de la Compañía no se hicieron esperar.
—¡Hobbit suicida! —exclamó Glóin detrás de ella, más su voz sonó lejana para Bryssa. Los oídos se le habían taponado ligeramente y podía oír a duras penas.
Las piernas le temblaban cuando alcanzó la otra orilla y trémula, se dejó caer en las piedrecillas de la orilla, olvidándose de procurar no tocar el agua que se colaba entre ellas. Su respiración era apresurada y sentía que su corazón saltaría fuera de su pecho en cualquier momento. Jamás había hecho algo similar en toda su vida, ni siquiera cuando saltaba de los árboles de Los Gamos.
Soltó un suspiro tembloroso, no obstante, aliviada. No había muerto; seguía de una pieza porque la liana no se había partido bajo su peso. Lo difícil venía a continuación: ella era la más liviana de toda la Compañía y el que ella hubiera conseguido cruzar no aseguraba que los enanos más prominentes, como Dwalin o Bombur, o siquiera los más delgados, como Fíli, Kíli y Ori, pudieran llegar a la otra orilla sin correr ningún riesgo.
Debía hacer algo, buscar una alternativa.
Entonces recordó el bote en aquel lado de las aguas y su cabeza se disparó hacia arriba de golpe. Sus ojos vagaron por las piedrecillas hasta unos matorrales no muy lejanos, unos juncos que se mecían misteriosamente allí donde los tocaba el agua.
—¡Lanzad una cuerda! —gritó en dirección a la otra orilla—. La ataré al bote y podréis cruzar sobre él, las lianas podrían romperse.
—¿A caso nos está llamando gordos? —cuestionó Bifur frunciendo el ceño. Thorin asintió después de unos segundos.
—Fíli, ven aquí y mira si puedes ver el bote. Solo tenemos una cuerda y no podemos arriesgarnos a que caiga al agua como si nada.
—Esto, disculpa Thorin —inquirió Bilbo, todavía agarrado a su liana—. Yo podría cruzar al otro lado, así como lo ha hecho Bryssa. Podría llevar la cuerda conmigo.
—Es una buena idea. —Estuvo de acuerdo Óin, y muchos de los enanos asintieron a su vez, aprobando la ocurrencia del mediano.
—No funcionará —negó Escudo de Roble—. Para que todo funcione, un extremo de la cuerda debe permanecer de este lado del río. De lo contrario no podremos tirar del bote, y dudo mucho que los hobbits tengan la fuerza necesaria como para que la cuerda llegue a estas orillas y no se pierda en la corriente. Cruce al otro lado, Señor Bolsón, y nosotros nos ocuparemos del resto.
A diferencia de Bryssa, Bilbo optó por caminar sobre los troncos sinuosos que se deslizaban por encima del agua, después de decidirse finalmente. Si se columpiaba, cabía la posibilidad de que acabara sumergido en las aguas encantadas, y no estaba ni remotamente preparado para correr aquel riesgo.
Así pues, Bryssa observó desde la otra orilla como su primo se posaba sobre el primero de los troncos, cubierto de musgo húmedo y viscoso. Intranquila, se paseó por la orilla arrebujándose en su bufanda carmesí. Hubiera mentido de expresar en alta voz que ver aquello no le producía una infinita preocupación y un terrible miedo, más incluso del que había sentido ella misma al columpiarse en la liana.
Los crujidos de los troncos y las lianas bajo el peso de los pies y las manos de Bilbo no ayudaron a disminuir el malestar de la hobbit. Aunque vacilante, el mayor de los hobbits avanzó entre las lianas y los troncos, ayudándose tanto de unos como de otros para mantener el equilibrio. Era una suerte que los árboles formaran cúpulas entretejidas entre sí, entrelazando sus ramas y troncos y dejando caer sus lianas sobre la superficie del agua.
—¡Están bien! —exclamó Bilbo, con la respiración levemente inestable—. Y-yo no veo n-ningún problema- ¡AAAHHH!
—¡Bilbo! —gritó su prima al instante, dando un paso al frente.
—¡Bryssa, el agua! —replicó unos segundos más tarde Fíli, señalando sus pies. Ella bajó la mirada y dio un salto atrás. Había estado a punto de tocar las aguas de la orilla.
—Bilbo, ¿estás bien? —Se oyó preguntar.
—Por supuesto. Solo he estado a punto de caerme a este condenado y siniestro río... —dijo el susodicho en respuesta. El sarcasmo era un mecanismo de defensa al que Bilbo recurría en situaciones como aquellas, sobre todo si iba dirigido a Bryssa—. Ahora sí —continuó diciendo—, no pasa nada. —Se puso de pie de nuevo balanceándose de una liana a otra hasta que volvió a caer, esta vez con el rostro mirando el río.
—Por Toro Bramador... —juró la hobbit con un murmullo entrecortado—. ¡No me gustaría regresar a la Comarca con un primo hechizado, Bilbo Bolsón!
—¡Oh, gracias! Había olvidado cómo me llamo. —Fue la respuesta del otro antes de quedarse muy quieto. Absorto mirando su reflejo en el agua, Bilbo parpadeó y recuperó la fuerza de su cuerpo. Entre quejidos, consiguió saltar a la otra orilla.
Bryssa corrió en su busca con una pequeña exclamación ahogada, pues Bilbo había caído a unos metros de ella y no en el lugar exacto al que había ido a parar. El viento pareció hacerse más cortante y silbante a medida que se acercaba.
—¿Bilbo? —inquirió al ver cómo el hobbit en el suelo negaba.
—Aquí pasa algo —expresó él—. ¡Y es algo malo!
—Las aguas están hechizadas —dijo Bryssa—, ¿qué esperabas?
—Quizá la posibilidad de que no fuera cierto —masculló Bilbo como respuesta. Se giró para mirar a los enanos y exclamó—: ¡Quedaos ahí!
Los enanos se detuvieron y Bryssa les dirigió una mirada severa; Bofur retrocedió, dejando caer la liana que sus manos sostenían minutos antes.
—¡Tirad la cuerda! —exclamó.
Lo que hicieron los enanos fue mucho mejor. Cogieron un gancho que uno de ellos tenía entre sus fardos y lo ataron fuertemente a un extremo de la cuerda, el otro lo dejaron libre para que Fíli, que era el más diestro, lo lanzara.
—¡Apartad! —avisó.
Bryssa y Bilbo obedecieron sin rechistar.
La cuerda surcó el cielo en un arco limpio y aterrizó sobre la otra orilla, a tan solo unos pasos de los dos primos. El gancho quedó incrustado en el suelo, y pronto, cuatro enanos tiraron de la cuerda para llevarse el bote. Lo consiguieron tras unos arduos diez minutos, batallando contra la corriente que, por momentos, parecía aumentar el poder de su cabal.
Los vástagos de Aulë se repartieron en pequeños grupos para montar en el bote y, de esa forma, llegar al otro extremo del río. Bombur, por supuesto, se decidió que fuera el último en cruzar. Thorin cruzó junto a Fíli y Balin, impulsándose a través del agua con la ayuda del gancho incrustado en la orilla de Bilbo y Bryssa.
La joven Brandigamo no tuvo tiempo a prepararse antes de que Fíli envolviera sus brazos alrededor de su menudo cuerpo. Aunque un poco incómoda, pues Thorin, su primo y Balin, por no hablar del resto de enanos, presenciaban la escena, le devolvió el abrazo.
—¿En qué estabas pensando? —le preguntó Fíli, apartándose para mirarla. Sus manos, no obstante, restaron sobre los hombros de la hobbit—. Podrías haberte caído al agua.
—Pero no ocurrió —intentó tranquilizar Bryssa, sonriendo ligeramente—. Estoy bien, Fíli, de verdad.
Reticente, el enano rubio se apartó de ella.
—Eso no le resta importancia al hecho de que he temido que cayeras —susurró para sí, aunque ella pudo advertir sus palabras, aunque a duras penas.
Un leve sonrojo y un cosquilleo se extendieron por el rostro y el pecho de Bryssa, respectivamente. Todavía no estaba acostumbrada a aquellas muestras de afecto por parte de Fíli, igual que tampoco lograba hallar forma alguna de encajar sus comentarios, tan dulces como intencionados a veces, para que ella los escuchara.
Mientras estos dos intercambiaban palabras, el resto de la Compañía había cruzado ya el río, y el único que permanecía en la otra orilla era Bombur. Dwalin se disponía a quitarle la cuerda de las manos, una vez ya el gran enano había cruzado, cuando un sonido los alertó a todos, sumiéndolos en el silencio.
Unas raudas pezuñas cabalgaron por la hojarasca del sendero delante de ellos, en dirección a la Compañía. El instinto de todos fue agacharse y protegerse las cabezas cuando un ciervo de pelaje blanco y brillante como la luna cargó contra ellos. Fíli arrimó a Bryssa hacia sí, protegiéndola a ella también con uno de sus brazos. Bilbo se agachó cerca de Thorin, quien preparaba una flecha en su arco, el cual había decidido sacar unos minutos atrás.
El ciervo sobrevoló las aguas del río en un salto majestuoso, justamente en el mismo instante en el que Thorin disparaba la flecha, que silbó por el aire, aunque errando en darle a la bestia. El ciervo se perdió en la maleza y la oscuridad del bosque al otro lado.
—No debiste hacerlo —argumentó Bilbo, boqueando aire, ya fuera por el susto o por el aturdimiento que lo sacudía—, trae mala suerte.
—Yo no creo en la suerte —replicó Thorin—, ¡la suerte se la busca uno!
Entonces, un grito ahogado resonó por el lugar. Los enanos se giraron, y Bryssa soltó un chillido en cuanto vio que Bombur había caído al agua. El ciervo había provocado que se tropezara, y con un pie en tierra y otro aún dentro del bote, había resbalado hasta perder el equilibrio. Sus manos se habían despegado del borde del bote, que a su vez, se había deslizado impulsado por la corriente hasta perderse de vista.
—¡Bombur se ahoga! —gritó Bilbo.
El capuchón de la capa de Bombur todavía era visible a ojos de todos cuando Bifur le lanzó una cuerda para que se sujetara. Fíli, Kíli, Dwalin y Glóin ayudaron al enano a arrastrar a Bombur hasta la orilla, pero aquello no fue lo peor. Una vez este último hubo sido depositado sobre las piedrecillas del suelo, ya estaba completamente dormido.
—¿Está...? —inquirió Bryssa, temblorosa, sin atreverse a pronunciar la palabra que faltaba en su pregunta. Balin negó, posando una mano sobre su hombro.
—Ha caído dormido —le explicó—. No ha muerto, pero el embrujo de estas aguas ha hecho efecto sobre su cuerpo.
—¡Maldito seas, río de los Elfos! —soltó Dwalin.
Junto a él, todos los enanos y los hobbits se lamentaban por la suerte de la que habían carecido. Además de perder una posible cena —o comida, o desayuno, o lo que fuera—, también habían perdido a un integrante de la Compañía.
Persistieron quietos durante lo que parecieron horas, sin atreverse a efectuar movimiento alguno. Tiempo después, Thorin declaró que debían continuar, y así, él mismo, Dwalin, Bifur y Fíli portaron al durmiente Bombur sobre sus hombros, para que así no se vieran tan retrasados en su caminata.
Pero el bosque siguió jugando con sus mentes, como si fueran meros infantes a los que las apariencias engañaban con facilidad y las pesadillas atormentaban fuera de los sueños. A veces escucharon risas siniestras e inquietantes, otras también cantos lejanos. Los ruidos que habían escuchado en primer lugar, aquellos de patas correteando y la sensación de sentirse constantemente vigilados, también perduraron.
—¡Necesitamos descansar un poco! —clamó Óin.
Bryssa se reclinó contra la corteza oscura de un árbol, mareada. Sentía una opresión incómoda en el pecho y sus piernas se encontraban entumecidas, al igual que sus brazos. Moverse la cansaba, igual que a todos, y un calor sofocante golpeaba sin piedad sus mejillas y el resto de su cuerpo.
—¿Qué es eso? —preguntó Bilbo. Su voz sonaba cansada, casi embriagada, como si hubiera estado bajo los efectos de la hidromiel más dulce—. ¿No lo oís? Son voces, ¿no las oís?
Los enanos dejaron de nuevo a Bombur en el suelo, dispuestos a cumplir la petición de Óin y descansar.
La hobbit dejó escapar un gemido lastimero, estrujándose las sienes con los puños cerrados. Cuando la presión no desapareció, empezó a darse golpes contra el tronco de manera mecánica, leves pero firmes. Sintió el susurro de una respiración extraña junto a su oído, y sintiendo un escalofrío de repulsión, gritó, apartándose y tirándose al suelo.
Sentía que estaba perdiendo la cabeza, que no podía pensar con claridad. Su mente, completamente embotada. Sus sentidos, nublados.
Volvió a sentir la respiración acariciando su oído, y volvió a gritar. Una mano acunó su rostro gentilmente y la voz de Fíli llegó hasta ella desde un lugar lejano y distante.
—Soy yo, Bryssa —rezaba—; soy yo, soy Fíli, tranquila...
—Fi... Fíli —balbuceó con esfuerzo, intentando mantener sus ojos abiertos. Los párpados le pesaban, y su frente comenzaba a estar perlada en sudor—. Haz que pare, ¡haz que pare! Duele mucho, Fíli, duele... Haz que pare, por favor...
Fíli se tambaleó a su lado, dejando que sus brazos se envolvieran alrededor de Bryssa.
—Estamos tardando demasiado —dijo Thorin, mirando a su alrededor. La Compañía estaba exhausta, Bombur dormido, e incluso él sentía que las fuerzas le flaqueaban—. ¡Demasiado! ¡¿Es que este maldito bosque no acaba nunca?!
—No lo parece —repuso Óin—, ¡solo hay árboles y más árboles!
De un momento a otro, Thorin pareció enloquecer de verdad. Fíli y Bryssa se levantaron cuando el líder de la Compañía avanzó entre sus camaradas, viendo algo que, a simple vista, nadie más vio. Todos lo siguieron, apoyándose los unos en los otros, llevando a Bombur con ellos.
Bilbo, que se había quedado atrás, intentó retenerlos.
—¡Esperad! —gritó—. ¡Esperad! ¡No hay que...! ¡Abandonar el...! ¡Hay que seguir el camino!
Bryssa volvió a presionarse las sienes, apartándose de Fíli. Pronto, se encontraron fuera del camino, tal y como Bilbo había indicado, avanzando ahora completamente a ciegas y más perdidos de lo que ya habían estado antes. Intentaron buscar de nuevo el camino, pero fracasaron.
Gandalf había tenido razón. Si se apartaban del camino, se perderían por completo y jamás volverían a encontrarlo. Bilbo se acercó a su prima apresuradamente en cuanto la vio echa un ovillo en el suelo.
Bryssa lloraba silenciosamente, balanceándose y golpeándose las sienes una y otra vez con los puños. Bilbo cogió sus manos, reteniéndola.
—Bry —llamó—, Bry, no es real. ¡Mírame, Bry! Concéntrate en mi voz.
—No, no, no, no —repetía ella, sin enfocar realmente la vista en ninguna parte. Era como si no pudiera verle. Bilbo dejó caer las manos de su prima y procedió a cogerle el rostro, buscando que sus ojos se encontraran con los suyos.
—Bryssa, mírame, vamos —pidió.
Después de unos minutos, la hobbit por fin lo miró. Bilbo limpió el rastro de las lágrimas que todavía caían por las mejillas de la hobbit. La respiración de Bryssa fue tranquilizándose lentamente.
—¿Estás mejor? —preguntó suavemente él. Ella asintió y dejó que su cabeza reposara sobre el hombro de su primo. Bilbo le acarició los rizos enredados y sucios con cariño—. Debemos salir de este bosque, Bry. Nos está consumiendo a todos, y cada vez va a peor. Estamos dando vueltas en círculos, algunos creen que hay otros enanos, ¡cuando solo estamos nosotros!
—Gandalf tenía razón —esbozó Bryssa, cansada—. El bosque y su aire nos están afectando. Necesitamos respirar aire libre, ver la luz. La oscuridad es tan densa que se propaga por nuestro interior también, ni siquiera sabemos qué día y hora es, o en qué dirección vamos.
Los ojos de Bilbo se iluminaron.
—¡Eso es! —concedió, sonriendo a su prima—. ¡Aire y luz! ¡Escalemos uno de estos árboles, Bry! Además, si encontramos luz, encontraremos el Sol, y entonces sabremos por dónde ir.
—¿Crees que sea buena idea? ¿Y si no conseguimos nada?
Los enanos empezaron a pelearse los unos con los otros, pero ninguno de los hobbits supo la razón. Bryssa los observó con la mente algo más clara, descorazonada.
—Solo hay una forma de saberlo.
Con ayuda de Bilbo, Bryssa se levantó del suelo y juntos, buscaron un árbol con la corteza lo suficientemente rígida y de ramas bajas en la base del tronco. Cuando lo encontraron, lo escalaron sin dificultad, siempre mirando arriba y nunca abajo. De esta forma, igualmente, tampoco escucharon a Thorin mandar a los enanos a callar, y tampoco lo que dijo a continuación:
—Nos observan.
El tronco del árbol estaba cubierto de telarañas densas y pegajosas. Bryssa intentaba no tocarlas, pero en vano. Algunas se pegaron a sus manos, otras a sus peludos pies, y algunas, en cambio, quedaron enredadas en su melena cobriza. Bilbo escalaba delante de ella, indicándole por dónde debía pasar a continuación.
Cuánto más subían, más aumentaban el número de telarañas. Aquello les pareció extraño a ambos, pero optaron por no decir nada. No querían atraer malos agüeros por decir lo que pensaban al respecto.
Unos segundos más tarde, los dos primos avistaron los resquicios de luz que se colaban entre las hojas de los robles. Hojas rojas, amarillas, naranjas y rosas.
—Es otoño —dijo Bryssa. Bilbo asintió, de acuerdo.
—El final del otoño —corrigió—, a juzgar por las hojas caídas de abajo.
Se quedaron callados cuando una ráfaga de refrescante viento les azotó los rostros. Bryssa suspiró para seguidamente inhalar profundamente. La opresión en su pecho desapareció lentamente, y entonces pudo empezar a pensar con claridad de nuevo. Las ganas de llorar, el dolor en su cabeza, el malestar en su cuerpo, desapareció.
Alrededor de ambos, mariposas monarca azules surcaron los cielos desde la arboleda, alzándose por encima de sus cabezas.
—Es extraño —elaboró Bryssa en voz alta, expresando sus pensamientos para su primo—. Madre me dijo que las mariposas no volaban grandes distancias y en bandada a no ser que estuvieran emigrando, buscando climas más cálidos. Y si estamos a finales de otoño...
—Se acerca el invierno —siguió Bilbo, comprendiendo—, y por lo tanto, el Día de Durin está cada vez más próximo. —El hobbit forzó la vista, mirando el horizonte delante de ellos—. ¡Veo algo! —exclamó—. ¡Es un lago! ¡Y un río! ¡Y la Montaña Solitaria!
—Espera —interrumpió Bryssa—. Si la Montaña Solitaria está en esa dirección, y nosotros estamos de esta... ¡Entonces nos estamos alejando! ¡Vamos en dirección contraria!
—Pero ahora sabemos cuál es el camino a seguir. La dirección ahora es muy clara, solo tenemos que decirle al resto lo que sabemos.
—¿Y si nos perdemos de nuevo?
—No, Bry. No nos perderemos. Somos Tuk, ¿no? Somos aventureros de nacimiento, llevamos la orientación en la sangre.
Escuchar aquellas palabras viniendo de Bilbo, a quien había escuchado renegar una y otra vez de la sangre Tuk, incluso reprochándole a ella que clamara que la tuviera a los cuatro vientos, la hizo feliz. Feliz, porque Bilbo estaba aceptando por fin que era un Tuk igual que ella. Bryssa le sonrió, orgullosa, y él le correspondió antes de mirar hacia abajo.
—¡Ya sabemos cuál es el camino! —exclamó—. ¿Me oís? ¡Sabemos cuál es el camino! —Pero no hubo ninguna voz en respuesta. Bryssa frunció el ceño—. ¿Hola?
—Bilbo, algo va mal.
Justo en aquel instante, los chasquidos en el bosque, que habían sonado mientras conversaban allá arriba, se hicieron más sonoros y estrepitosos. Las copas de los árboles delante de ellos se sacudieron, y el viento arrastró el furor de las hojas siendo agitadas junto a un penetrante ruido siseante.
Se agacharon por debajo de la copa del árbol, mirando hacia abajo. Bryssa advirtió que en aquella zona todavía habían más telarañas, brillando azules bajo la mortecina luz de las copas y los troncos. Bilbo pisó una de aquellas sedosas trampas, y entonces, resbaló.
—¡Bilbo! —profirió Bryssa, antes de lanzarse, sin pensarlo demasiado, detrás de su primo.
Las telarañas que habían visto mientras escalaban les envolvieron ahora los cuerpos mientras ambos gritaban. Bilbo consiguió cogerse a una rama, pero Bryssa siguió cayendo hacia abajo, sin lograr cogerse a él a tiempo. Cayó y cayó, hasta que una rama se interpuso en el camino de su caída.
Se agarró a ella con fuerza y arrastró su cuerpo, tembloroso por la adrenalina del momento, hasta el tronco del árbol. Bilbo cayó unos segundos más tarde, y aunque intentó cogerle, no lo consiguió.
—¡Quédate quieta, Bryssa! —le gritó su primo—. ¡Ni se te ocurra moverte!
Y entonces Bryssa comprendió por qué.
Detrás de Bilbo, deslizándose a un ritmo vertiginoso entre las redes de seda pegajosa, se alzó un insecto que, en otras circunstancias y de haber poseído un tamaño pequeño y normal, no hubiera causado en ella una sensación tan terrorífica:
Una araña.
Bryssa Brandigamo chilló.
¡Hola!
No han pasado ochenta y cuatro años... pero sí cinco meses.
Tenía un bloqueo espantoso con este capítulo. Los primeros párragos salieron muy bien, porque me guié por el libro y fui introduciendo más cosas: podía explayarme. Pero una vez llegué a la parte del río... Madre mía. Lo que ha quedado ha sido una mezcla híbrida entre el libro, la película y lo que yo interpretaba por Bryssa. Espero que al menos haya quedado bien. Al final, como podréis haber detectado si habéis leído el libro, seguí más este último. La parte del ciervo blanco en la película no me gusta; en el libro, en cambio, todo es más dramático. Y ya sabéis..., a mí me va el drama.
Con la tontería, al final hoy me he puesto a escribir, determinada a acabar con este capítulo de una vez. He pasado de ocho páginas a veinte en Word, so... gg.
¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Qué habéis pensado mientras lo leiáis? ¿Habéis sufrido en alguna escena? Yo admito que en sí, este cap me ha tenido en tensión en más de una vez. Los dos ataques que ha tenido Bryssa me han puesto en situación, sobre todo. Imaginad estar en ese bosque, sentiros observados, la desesperación, el no saber dónde estáis...
Horroroso.
En fin, espero que os haya gustado. No sé cuándo vendrá el siguiente capítulo, pero algo es seguro: sí, sí o sí, tendremos ya la aparición de varios personajes, algunos que ya conocemos de capítulos anteriores y otros que, simplemente, sé que más de uno ansíamos ver.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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