VIII. La última cena
Imladris, como era conocido Rivendel en Sindarin, era un escarpado y aisaldo valle en la parte más oriental de Eriador y a su alrededor, las imponenetes Montañas Nubladas se alzaban implacables, con sus múltiples desfiladeros y sendas engañosas. Cada vez que Bryssa contemplaba las montañas, un escalofrío inquietante le recorría la espina dorsal. Podía imaginar allí Caradhras, el Cuerno de Plata, el Monte Gundabad y el Monte Nuboso.
No obstante, cuando su vista se desplazaba hacia el plácido valle de Imladris, todas las preocupaciones se disipaban al instante. No costaba imaginar una vida en aquel lugar. Por lo poco que había visto Bryssa, los elfos que poblaban Rivendel eran amables y cordiales, aunque quizá un tanto reservados en según qué aspecto, al fin y al cabo, qué elfo no lo era.
Bilbo permanecía fumando de su pipa alegremente mientras escuchaba a Bryssa relatar sus enseñanzas con Radagast y la hobbit no podía sentirse más complacida al respecto. Pocas eran las veces desde que habían partido de la Comarca en las que Bilbo le había prestado atención alguna. Se encontraban junto al resto de la Compañía y a aquellas alturas de la mañana, el cielo brillaba con colores dorados y naranjas bajo la promesa de un amanecer incipiente que no tardaría en resplandecer y bañar de luz las bellas tierras élficas del valle.
A la izquierda de Bryssa, Ori se había sentado examinando una hoja de lechuga tan verde y jugosa que fácilmente podría haberle hecho la competencia a las lechugas que se vendían en el mercado de Hobbiton y que Bryssa había visto las pocas veces que había acompañado a su padre en busca de más víveres para la despensa de Casa Brandi. Los Brandigamo poseían cultivos propios, pero eran tan numerosos que, a veces, cuando los inviernos eran más duros de lo normal y las cosechas no resultaban fructíferas, los viajes en carreta hacia Hobbiton eran necesarios.
Al otro lado de Ori, Dori le instó al más joven enano a que probara bocado.
—Pruébalo —le dijo, inclinándose levemente para mirarlo—, solo un poquito.
—No me gusta comer verde —se limitó a decir Ori, dejando la hoja de lechuga de vuelta en el platillo de plata.
Bryssa esbozó una sonrisa mientras comía de su propio plato, aunque echando un poco en falta algo de tocino seco. El pan élfico se lo guardó en un pañuelo y lo acomodó en el interior de la chaquetilla de lana cálida y fina que le habían obsequiado los elfos. Lo reservaría para más tarde, pues era probable que le acabara dando hambre. Delante de ella, Dwalin manoseó la ensalada en su cuenco casi desesperadamente.
—¿Y la carne?
—¿No tienen patatas asadas? —volvió a interrogar el más joven. Bryssa negó.
—Es muy probable que no, aunque a mí también me gustaría comer algunas. Seguro que encontraremos una vez salgamos de aquí.
—Creí que tú te quedarías —repuso Bilbo de pronto, mirándola—. Ya que no estás recuperada del todo.
—Eso es decisión mía, primo —inquirió Bryssa, mirándolo duramente—. Y ya estoy mucho mejor.
Habían pasado tres días desde que había hablado con Fíli en su habitación y, por lo tanto, desde que había despertado. Las heridas habían sanado con rapidez gracias a los cuidados de los Elfos y Bryssa se sentía renovada. Las palabras de Bilbo le habían parecido tiernas, pues, al fin y al cabo, se preocupaba por ella verdaderamente; pero Bryssa ya había tomado una decisión y ello implicaba continuar junto a la Compañía.
—Ya lo creo que estás mejor —secundó Kíli a Bryssa—. De lo contrario mi hermano no te hubiera visitado la otra noche...
Bryssa enrojeció a tal punto que su rostro pudo mimetizarse casi a la perfección con su preciada bufanda, y Fíli, al lado de su hermano, le propinó a este un buen coscorrón en la cabeza con una copa vacía. Los Elfos que tocaban las exquisitas cuerdas élficas a su alrededor, se miraron alarmados por la violencia enana.
En aquel momento llegaron Gandalf, Thorin y Elrond, este último liderando la marcha. El Elfo se acercó a Bryssa y le sonrió.
—Me alegra ver que ya te encuentras dispuesta, Bryssa.
—Es gracias a usted, mi señor —correspondió ella, sonriendo de igual manera.
Cuando acabaron de pasar, Kíli volvió a hablar.
—No me gustan las muchachas Elfas —dijo para disimular, después de mirar a una embelesado. Incluso hizo su voz más grave. El resto lo miraron sin creerle—. Son demasiado delgadas. Tienen los pómulos marcados y la piel blanca... ¡y les falta vello facial! Aunque esta no está mal. —Sus ojos siguieron al Elfo que pasaba detrás de él.
Dwalin se inclinó para hablarle en un murmullo.
—Eso no es una Elfa.
Las risas estallaron en la mesa de los Enanos.
—¡Al menos tu hermano sabe diferencias, Kíli! —rió Glóin, soltando una risotada desquiciadamente alta.
Bryssa se aclaró la garganta después de haber estado a punto de escupir la dulce bebida de su copa. Se limpió la boca y tosió un par de veces, causando que Ori le frotara la espalda con delicadeza.
—Gracias, Ori —dijo como pudo, con la voz un poco ahogada.
—Dejad a la muchacha tranquila —sonrió Balin mirando a la Mediana.
La conversación en la mesa de Elrond llamó la atención de Bilbo y su prima lo miró antentamente, viendo que sacaba su propia espada de su funda para admirarla. Gandalf y Thorin escuchaban al Señor de Rivendel hablar sobre los nombres de sus espadas, y Bilbo se preguntaba si la suya tuviera uno. En el fondo, la misma pregunta rondaba en la mente de la Hobbit. ¿Tendrían sus dagas nombres también, o serían armas ornamentales, sin haber conocido batalla?
Por otro lado, Thorin no podía dejar de mirar a Gandalf ligeramente perturbado. ¿Por qué le contaba al Elfo todo lo que había sucedido desde la caverna de los trolls? ¡Aquellos eran asuntos de la Compañía, no de Elfos! Asqueado, se limitó a retirarse y en la mesa, Gandalf entendió la razón de su marcha. Lo que Thorin nunca llegaría a entender, pensó para sí, era que Elrond y los Elfos de Rivendel no eran el enemigo, ni siquiera los Elfos del Bosque Negro lo eran. No, el enemigo permanecía dormido, aunque por poco tiempo.
—Trece Enanos y dos Medianos —señaló el Elfo, perspicaz—. Curiosos compañeros de viaje.
—Son los descendientes de la Casa de Durin —explicó Gandalf, intentando desviar la atención de aquella declaración—. Son gente noble y buena, y sorprendentemente culta. ¡Aman las artes con fervor!
Los Enanos saltaron en protestas en aquel instante y Gandalf se removió incómodo en su asiento. ¡Era hablar y que aquellos condenados y cabezotas Enanos decidieran entregarse a las malas costumbres!
—A ver, chicos, esto tiene remedio —exclamó Bofur entre las quejas. Se levantó y posicionándose encima de la mesa, empezó a cantar dando pisotones por toda la mesa.
La canción decía así:
«Hay una posada alegre y feliz,
advierte el perro gris.
La cerveza tan negra es,
que el hombre de la luna bajó a beber,
¡Y se tragó un barril!
¡Oh, un mozo tiene un gato allí,
que toca el violín!
El arco mueve sin parar,
lo ves chirriar, ronronear
¡al gato borrachín!
Y el gato tocaba, jei-ji-ji-jaba,
¡movía muy bien los pies!
Sirviendo, brincando,
el baile versó.
Y al hombre de la luna
el patrón gritó:
"¡que son más de las tres!"»
Para cuando la canción dio a su fin, el pulcro pavimento élfico se encontraba lleno de comida y la música de los Elfos había parado de sonar; no hace falta mencionar cuan consternados estaban los Elfos, acostumbrados a la calma y mucho menos a los Enanos.
—¿Dónde está Bryssa? —preguntó Ori de golpe, al darse cuenta de que la Hobbit no estaba entre ellos.
Mientras el desenfreno invadía el cálido patio del comedor, Bryssa había decidido escabullirse, abochornada todavía por las bromas que los enanos habían lanzado sobre ella sin previo aviso. En su momento no le había importado en lo más mínimo, pero ahora que pensaba en ello, se daba cuenta de que quizá permanecer en su habitación en plena noche con Fíli hasta el amanecer, no había sido tan buena idea después de todo.
Caminó interándose en los pasillos, rozando las suaves y pulidas columnas y paredes con los dedos. Rivendel era todo un deleite para los sentidos, de todas las maneras posibles. Las paredes eran de roca pulcra y brillante y algunas columnas tenían grabados en relieve de enredaderas y ramas boscosas, como si fueran árboles de fría piedra. Los suelos, de baldosas lisas y sin imperfecciones, algunos de madera y otros de mármol o falsa diamantina. Tal era la belleza que rodeaba a Bryssa que estaba segura de que la luz de la luna y las estrellas alimentaba aquellas tierras sacadas de los sueños mismos. Solo algo tan irreal podía tener explicación en un lugar de singular belleza como Rivendel.
Caminó por lo que le parecieron minutos hasta que dio con una sala vacía por la que un tragaluz brindaba una leve iluminación. En la sala yacían diversas estatuas y una de ellas, iluminada directamente por el tragaluz, le llamó la atención. Algo brillaba allí donde había un libro en las manos de piedra. Se acercó con cuidado, notando que estaba ante algo tan trascendental como Rivendel misma. El libro estaba cubierto parcialmente por una delicada tela arrugada y sobre ella, los fragmentos de una quebrada espada.
Inconscientemente, estiró una de sus manos y acarició el filo, solo para que su dedo índice se cortara con un simple roce del filo. A pesar de estar rota, la hoja no estaba mellada; parecía conservarse, intacta.
—La espada que ves es Narsil, que derrotó al mayor enemigo que han visto nuestros pueblos en muchos siglos.
Bryssa se encogió ante el sobresaltó que le causó escuchar aquella voz. Se giró esperando encontrar a alguien en la entrada, pero no vio nada. Había sonado melodiosa y a la vez tan... escalofriante. Le recorrió un escalofrío y consideró la opción de salir de allí y volver junto al resto. Permaneció en el sitio, no obstante, pues su curiosidad era mucho más poderosa que su temor.
—¿Quién sois? —le preguntó a la nada. Y la nada fue lo que la recibió, a pesar de que sabía y podía sentir que no se encontraba sola allí.
—Fueron tiempos oscuros —continuó diciendo la voz, Le dio la sensación de que fuera quien fuera, la persona que le estaba hablando de aquella manera pretendía causar en ella alguna reacción, como salir corriendo, por ejemplo—. A orillas del Monte del Destino, bajo la capa del miedo y la muerte, el Señor de las Tinieblas, Sauron, fue derrotado por la hoja que ahora ves completamente quebrada. La espada se rompió y Elendil, quien la había empuñado, pereció bajo el yugo de la oscuridad de la muerte. Pero nada había acabado; todo acababa de empezar. Isildur, hijo de Elendil, tomó la espada quebrada de su padre y cortó uno de los dedos del Señor Oscuro con la codicia gobernando cada rincón de su alma. El Daño de Isildur, lo llamaron algunos y fue ese nombre el que le precedió a la joya maldita que acabó siendo la perdición del heredero de Elendil. Se perdió, pero hay quienes creen que el Daño volverá, que el enemigo resurgirá. Solo entonces la espada volverá a ser forjada.
Bryssa se quedó anonada, pues detrás de ella había descubierto un mural pintado sobre la grisácea pared. La pintura era antigua y en algunas partes estaba ligeramente desconchada, pero gracias a las palabras del desconocido, había sabido darle sentido a la representación. La visión del mural le causó terror. De entre las columnas surgió una figura y dando un respingo, pues había sido totalmente inesperado, Bryssa se encontró con una bella y elegante dama, muchísimo más alta que ella, que Gandalf e incluso que Elrond. Era imponente y desprendía semejante onda de poder y tranquilidad que permaneció quieta y embelesada, como bajo los efectos de un influjo jamás pronunciado.
—Soy la Dama Galadriel —inquirió la bella mujer unos minutos después—. Te aseguro, Bryssa Brandigamo, que no te haré ningún daño. —En una de sus manos, una joya circunfleja no pasó desapercibida a ojos de Bryssa. La Elfa lo notó y sonrió tranquilizadora—. Este no es como el Daño de Isildur, es Nenya y yo soy su guardiana. El poder que desprende es benévolo y no maléfico. No temas, pequeña.
Algo. Hubo algo en su voz que disipó las dudas que Bryssa pudiera haber llegado a tener. La invadió la confianza y la seguridad y aunque vacilante, se aproximó a la Elfa con paso tembloroso, solo para elaborar una torpe reverencia después. Galadriel sonrió enternecida.
—¿Qué hace una Mediana tan lejos de la Comarca? —preguntó la de cabellos dorados.
—El deseo de emprender una aventura, mi señora.
Los ojos de Galadriel eran del más puro color azul plata. Pese al color frío, desprendían una calidez única y un brillo especial. Estaban llenos de sabiduría y cada vez que Bryssa los miraba, sentía que se perdía en un pozo de saber y poder infinito.
—¿Te gustaría acompañarme en un paseo? —propuso la Elfa. Bryssa asintió débilmente, incapaz de negarse.
Mientras caminaban, Galadriel miró a la hobbit a su lado de reojo. Había visto muchos siglos pasar ante sus ojos, muchas vidas perdidas, muchas noches sin estrellas y días llenos de calidez. En sus hombros cargaba con el peso de años de saber y cuando miró a Bryssa, sintió que jamás había visto una criatura parecida. Sabía que Gandalf el Gris se encontraba a Rivendel y que pronto Saruman el Blanco asistiría también, pues un Concilio estaba a punto de celebrarse. Debían tratar temas de suma importancia y de vital desenlace. Pero mirar a Bryssa, a una criatura que podía parecer tan débil y frágil, que a penas estaba descubriendo el mundo que la rodeaba y que probablemente no sabía qué le depararía el futuro, le transmitía calma. Sin embargo, algo en su interior le revolvió el estómago y distraídamente acarició a Nenya mientras la respiración se le cortaba débilmente, su mente siendo inundada por una visión que le hizo estremecer.
Charlaron tranquilamente mientras pasaban entre los jardines de la bella Rivendel y cuando las campanillas de la comida sonaron, Galadriel se despidió de Bryssa con una sonrisa cordial. La hobbit se disponía a marcharse cuando la Elfa volvió a llamarla y cuando se giró para mirarla, se quedó muda, pues los ojos de Galadriel ahora se habían tornado ligeramente más oscuros y todo rastro de sonrisa había sido borrado de su rostro. Sus labios se abrieron y con una voz que no le había escuchado en todo el tiempo que había pasado junto a ella, habló diciendo lo siguiente:
—Escucha mis palabras, Bryssa Brandigamo, pues es crucial que las entiendas y que queden marcadas en tu mente —los ojos de la Elfa relampaguearon—. Este viaje podría hacerte partícipe de la gloria o ahogarte en tu perdición, puesto que tu corazón es joven y puro, tus intenciones inocentes y buenas, pero el horror no conoce edad ni perdón cuando la oscuridad se cierne sobre el alma y solo resta de la vida el más horrendo terror: la muerte.
Con el corazón acelerado por el miedo, Bryssa corrió de allí. Galadriel le había confiado un mensaje que, tal y como había dicho, se le había grabado a fuego en la mente.
La comida, tal y como lo había sido el desayuno, constó de hortalizas y frutas que Bryssa apenas probó. Como un eco persistente en las cumbres de las montañas, las palabras de la Dama de Lothlórien se repetían una y otra vez en su cabeza. El miedo creció en ella sin poder evitarlo. ¿Cómo debía reaccionar, sino con el temor, ante los versos tan escalofriantes que había escuchado de un ser tan etéreo como Galadriel? Había algo oscuro en ella, en la Elfa guardiana de El Bosque Dorado. Algo de lo que Bryssa estaba segura que se debía, en parte, al poder y el saber de Nenya. O al menos aquel era su presentimiento, no conocía lo suficiente los poderes del anillo como para sacar conclusiones.
El que no comiera no pasó desapercibido para Bombur, quien, con un gesto le preguntó, lejos de preocuparse, si podía comerse su plato. Bryssa asintió y cedió sus porciones antes de excusarse y marcharse. Se pasó el resto del día en la biblioteca de Rivendel, buscando más información sobre el Daño de Isildur y la batalla contra el Señor Oscuro, únicamente para descubrir que todos los archivos y documentos se encontraban escritos en una lengua antigua que no llegaba a comprender.
Pocos fueron los libros que encontró sobre historia de la Tierra Media en la Lengua Común, en su mayoría poemarios y viejos cuentos, de entre los cuales le llamó la atención el que contaba la historia de una Elfa que había viajado hasta los salones de Mandos para rogar volver a ver a su amado, un hombre mortal. Adjunta a la historia había una canción a la que no supo darle melodía, pero que le pareció tan bella y conmovedora que unas pequeñas lágrimas se le acumularon en los ojos.
Unos minutos más tarde, cuando recién empezaba a releer la canción, Bilbo entró en la gran estancia con la respiración acelerada. Secándose las lágrimas rápidamente, Bryssa corrió hacia él, sobresaltada por el estado en el que había llegado su primo.
—¿Qué ocurre? —le preguntó, mientras comprobaba que estuviera bien—. Bilbo, habla, ¿qué sucede?
—Debes venir —contestó como pudo el de cabellos cobrizos, tomando a su prima de la mano—. Gandalf quiere que estés presente.
—¿Presente para qué, exactamente?
—Hay una reunión —explicó el hobbit. Cruzaron los múltiples pasadizos hasta que llegaron a los balcones y a partir de allí, siguieron caminando con la débil luz lunar iluminando su camino entre las nubes—. Una reunión de la Compañía —recalcó Bilbo, esperando disipar las dudas de su prima.
—Pero yo no formo parte de la Compañía, Bilbo, no puedo asistir —dijo ella. Realmente se moría de ganas de ir, pero no quería importunar a nadie. Aunque si iba a escondidas...
—Gandalf supo que intentarías estar de un modo u otro. —Bilbo pareció leerle los pensamientos y, por lo visto, Gandalf también—. Quiso que te avisara para que estuvieras, pero los demás no saben nada.
Así que iba a estar escuchando a hurtadillas con permiso, ¿no? La idea le gustaba, por una vez, parecían tenerla en cuenta, aunque fuera únicamente por parte de Bilbo y Gandalf. Llegaron hasta una sala abierta en la que las únicas paredes que había eran grandes columnas de mármol.
—Quédate aquí —le dijo Bilbo, señalando la columna más próxima, antes de acercarse a los demás.
De pie, de brazos cruzados, Thorin analizaba el panorama que se desenvolvía ante él. Balin estaba callado, aunque atento y Gandalf reposaba al lado de Lord Elrond, mirando al primer Enano. Bryssa lo miró desde su posición, notando como las duras facciones del enano se contraían en una mueca de notable desagrado.
—¡Te lo ruego! —rugió Gandalf de repente, suplicante—. ¡Thorin, enséñale el mapa!
—Es el legado de mi pueblo —contestó Thorin, desconfiado—. Debo protegerlo, así como sus secretos.
Bryssa no había visto ningún mapa en todo lo que llevaban de viaje, pero supuso que se referían a uno importante y que, tal vez, indicaba el camino para llegar a la Montaña Solitaria.
—¡Qué testarudos son estos Enanos! —se lamentó el Istari—. Tu orgullo será tu perdición. — «Este viaje podría llevarte a la gloria o ahogarte en tu perdición». Bryssa sacudió la cabeza—. Él es de los pocos de la Tierra Media que sabe interpretar ese mapa. Enséñaselo a Elrond.
Viendo que no conseguiría que el mago desistiera y que, desgraciadamente, tenía razón, Thorin hurgó en su casaca y el sonido del pergamino al ser rozado con los dedos fue todo lo que Bryssa pudo escuchar durante algunos segundos.
—¡Thorin, no! —intentó advertirle Balin, mucho más desconfiado que el Enano más joven.
Elrond recibió el pergamino, blanco con la luz y le echó una única ojeada antes de alzar la vista y posar sus inquisitivos ojos en Thorin.
—Erebor —masculló, una imperceptible sorpresa birllándole en la mirada—. ¿Cuál es tu interés en este mapa?
Las facciones del Enano, que en la noche de la tierra élfica parecían haber rejuvenecido algunos años, se suavizaron mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas para hablar. No hacía falta mirarle para que Bryssa se diera cuenta de que iba a confesar sus intenciones. Gandalf lo interrumpió, no obstante.
—Meramente intelectuales —dijo, y su voz sonó desinteresada. Todos vieron que Elrond decidía no hacer más preguntas, dejando claro que no creía la pobre escusa—. Todos saben que estas reliquias a veces contienen texto oculto.
¿Qué temía Gandalf, se preguntó Bryssa, para mentirle a Lord Elrond sobre sus intenciones? ¿Tan secreto debía ser su contienda que no podía decírselo a aquel que era su propio amigo? La sospecha se cernió sobre Bryssa y la recibió con los brazos abiertos, su mente trabajando rápidamente, intentando solucionar el rompecabezas que acababa de plantearse ante ella.
De pequeña había acostumbrado a querer desentrañar las mentiras de sus hermanos para con ella o sus padres. Si había algo importante que ocultar, algo que Gandalf no quería que supiera, todo era mucho más serio de lo que había creído. Un recuerdo le vino a la mente, uno con el extraño hombre que la había apresado estando en Rhosgobel. De repente, muchas cosas tuvieron sentido. Gandalf no quería que nadie que no fuera la Compañía supiera lo que estaban intentando hacer porque Azog el Profanador, si había entendido bien lo que el desconocido hombre le había dicho, aún estaba vivo y quería que Thorin pagara las consecuencias de haberlo derrotado. Quería acabar con el linaje de Durin, tal y como Balin había dicho al explicar la historia y la batalla a las puertas de Moria.
Vio la mirada que le dirigía el Istari a Thorin y que ella pudo interpretar sin problemas. «No digas nada», eran las palabras exactas que los ojos cansados y grises del mago le decían al heredero de Erebor.
—Aún lees la antigua lengua de los Enanos, ¿no? —Gandalf siguió con su inofensiva mentira.
Elrond analizó el mapa con la luz de la luna y Bryssa se permitió avanzar un poco más, apartándose de la columna y ocultándose en las sombras de la misma, agachada en el suelo. Elrond masculló algo en Sindarin y Gandalf se apresuró a traducirlo.
—Runas lunares. Claro... —Gandalf dejó escapar una risa y se giró para mirar a Bilbo—. Es fácil no verlas.
La cara que tenía Bilbo podría haber sido el reflejo de Bryssa de haber sido mellizos.
—En este caso es cierto —habló Elrond, ahora en la Lengua Común, examinando el mapa—. Las Runas lunares solo pueden leerse a la luz de una luna en la misma fase y estación que aquella en la que fueron escritas.
—¿Puedes leerlas? —cuestionó Thorin.
—No aquí, debemos ir a un lugar con mucha más luz.
Dejaron de lado la sala de las columnas y se encaminaron hasta una de las partes más rocosas de Rivendel, por debajo de las moradas. Las hileras de agua de la cascada caían desde arriba como ríos de plata fundida y el astro lunar, mucho más grande y visible desde allí, iluminaba la cavidad rocosa en la que se encontraban. Había allí, según vio Bryssa tras seguirlos en silencio y sin que la notaran, que había una piedra saliente casi al borde del precipicio.
—Estas runas fueron escritas en un Solsticio de Verano a la luz de una luna creciente, hace casi doscientos años. Parece que estabas predestinado a venir a Rivendel —comentó Elrond mirando al Enano—. La suerte está de tu lado, Thorin Escudo de Roble, la misma luna brilla esta noche en el firmamento.
Las nubes que hasta aquel entonces habían cubierto la luna se alejaron, y la luz iluminó las plateadas aguas, que, a su vez, aumentaron el brillo. El mapa fue alzado en las manos de Elrond y depositado sobre la piedra, que resultó ser nada más y nada menos que hecha de diamante cr«istalino. La mesa brilló recibiendo la luz y las runas fueron visibles en Khuzdûl, la lengua de los Enanos.
—«Estad cerca de la piedra gris cuando llame el zorzal, y el Sol poneinte, con las últimas luces del Día de Durin, brillará sobre el ojo de la cerradura».
—¿El Día de Durin? —preguntó Bilbo, sin entender.
—Es el primer día del Año Nuevo de los Enanos, cuando coinciden la última luna del otoño y el primer Sol del invierno.
—Son malas noticias —concretó Thorin, alarmado—. El verano se acaba. El Día de Durin es inminente.
—Aún tenemos tiempo —intentó tranquilizar Balin.
—¿Tiempo para qué?
—Para encontrar la entrada. Tenemos que estar exactamente en el sitio preciso a la hora precisa. Así y solo así se puede abrir la puerta.
—Ese es pues tu propósito —corroboró la voz de Elrond. Sus sospechas habían resultado ser ciertas—. Entrar en la Montaña.
—¿Qué problema hay? —la voz de Thorin sonó brusca.
Elrond lo ignoró y le alcanzó el mapa.
—Hay quiénes no lo considerarían sensato.
—¿Qué quieres decir? —el que habló ahora fue Gandalf, confundido.
—No eres el único guardián que vigila la Tierra Media —contestó Elrond, sin vacilar—. Pero dejemos eso de lado, por ahora. Hay un último tema que debemos tratar esta noche, y será en el comedor del desayuno. Reuníos conmigo allí y traed al resto de la Compañía. —Bryssa se dispuso a irse cuando la voz del Elfo la interrumpió—. Tú también, querida Mediana.
Huyó antes de que la vieran, pero alcanzó a oír una débil risa proveniente de Gandalf.
La Compañía, y Bryssa, tal y como Elrond había demandado, se reunió para la cena en el comedor del desayuno. Allí, para sorpresa de todos, se encontraron con un banquete —de frutas y verduras, claro está—, y con lámparas doradas iluminándolo todo. Había música y se sirvió vino dulce e hidromiel para los Enanos que, agradecidos, bebieron contentos.
Gandalf se posicionó al lado de Elrond y este último mandó hacer silencio. Todos se quedaron quietos, la música dejó de sonar y miraron al Señor de Rivendel.
—En una noche como esta, mucho más lejos de aquí, en otra tierra donde las preocupaciones que atormentan al resto de razas no son más que cuentos para dormir, nació una Hobbit. —Los ojos de Bryssa se abrieron de golpe, pues comprendió, en efecto, que Elrond se refería a ella—. Es por esa razón que considero más que oportuno que esa Hobbit se encuentro hoy entre nosotros. Esta noche será una noche de celebración en honor al cumpleaños de Bryssa Brandigamo.
Todos brindaron en su honor y Bryssa notó que la sangre se le acumulaba en las mejillas y que el resto de su cuerpo se tornaba pálido de golpe. Pillándola por sorpresa, Bofur y Kíli la alzaron del suelo cogiéndola por los brazos y la sentaron presidiendo la mesa que se había dispuesto, esta vez, para todos los presentes a excepción de los músicos y los sirvientes de Elrond. Tras la cena, que transcurrió entre risas y graciosas anécdotas por parte de los Enanos, le sirvieron a Bryssa una copa de hidromiel. El líquido le calentó la garganta a medida que bajaba por su tráquea y el sabor dulzón le nubló por unos segundos los sentidos y le entumeció el cuerpo de manera instantánea. Tosió un poco y con ello alimentó las risas de los presentes, que volvieron a brindar dos veces más.
Todos habían sabido el día que era y qué se celebraría aquella noche y, a pesar de todo, la misma Bryssa había olvidado que aquella noche ella cumplía cuarenta y un años de edad, que, para un Hobbit, son nueve años más joven de la edad madura, los cincuenta. Tantas cosas había vivido, tantos pensamientos distintos inundaban su mente, que no había recordado su propio cumpleaños. El primero, además, que pasaba lejos de su familia.
Escuchando a Ori hablarle sobre un libro que había leído estando en las Montañas Azules, de donde provenían la mayoría de los Enanos, Bryssa sintió que le daban un golpecito en el hombro. Los Enanos se habían alzado de sus asientos y muchos se habían dispersado inmersos en pequeñas agrupaciones y conversaciones propias. Al girarse, pues ella misma y Ori se habían desplazado hasta uno de los balcones para charlar, se encontró con Kíli sonriéndole de manera pícara. Detrás de él, Bryssa observó como Bifur le daba un emujón al Enano rubio que no había salido de la mente de la Hobbit, por mucho que se negara a aceptarlo.
Fíli caminó hacia ella, nervioso y entre balbuceos que no llegó a entender, le tendió un trozo de madera tallado. Era una orquídea tallada delicadamente en la superficie y la madera había sido pulida, de un blanco tan puro que Bryssa pensó que más que el trozo de un árbol, cogía un pedazo de mármol blanco.
—Feliz cumpleaños —le dedicó Fíli con una sonrisa tímida. Bryssa le correspondió y le dio un abrazo por inercia.
—Gracias —susurró llena de felicidad.
Aquella, no obstante, sería la última de las cenas tranquilas y felices por una larga temporada, aunque ella y todos los que estaban allí, resultaran ajenos a ello.
¡Hola!
Ha pasado un tiempecito desde el último capítulo, pero nada del otro mundo, espero. Tengo más inspiración para Bryssa que para todas mis demás historias juntas, hahaha. Quizá se deba a que me estoy convirtiendo en una fanática nivel diez de Tolkien, aunque me pondría un siete por el momento.
En comparación a los dos capítulos anteriores, este es cortito, pero se avecinan curvas, así que agarraos, porque quedan dos capítulos para cerrar el primer acto de esta historia, y os aseguro que el drama solo acaba de empezar.
¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Qué pensamientos tenéis al respecto? ¿Por qué creeis que Galadriel ha actuado de esa forma y qué habrá querido decirle a Bryssa? Admito que yo también habría salido corriendo si Galadriel va y me dice algo similar, a veces se pasa un poquito. ¿Qué os han parecido las últimas escenas? Imaginaos mi sorpresa cuando me he dado cuenta de que era el cumpleaños de Bryssa mientras escribía. Mi bebé se hace grande y yo sin enterarme XD Elrond me ha pillado desprevenida hasta a mí. ¿Y el regalo de Fíli? Really, moriré con estos dos. Es lo más inocente y puro que he escrito en mi vida y quiero protegerlo como una mamá osa.
Dedicado a Alba (duffito), porque su perspicacia y potra a la hora de adivinar las cosas a veces me da miedito, aunque love you, porque siempre estás ahí cuando lo necesito y sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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