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VII. Luz de Luna





Bryssa no sabía qué estaba ocurriendo. De un momento a otro Radagast la había conducido hasta el trineo y con un solo movimiento de cabeza, las Liebres de Rhosgobel se habían lanzado a la carrera sorteando arbustos y árboles como relámpagos en mitad de una tormenta. Notaba el pulso en la garganta y el paladar completamente seco a causa de los nervios, la voz de Radagast y las palabras que había dicho hacía tan solo unos minutos permanecían repitiéndose una y otra vez en su mente.

Radagast hizo que las liebres giraran en una curva cerrada y la hobbit sintió como se desplazaba unos centímetros fuera del trineo, sus manos deslizándose sudorosas por el mástil de madera entrelazada en el proceso. La vista del mago, clavada en el horizonte como esperando ver algo, la mantenía intranquila. Los ojos del Pardo no dejaban de bailar de un lado a otro de manera incluso mecánica; Radagast estaba sumamente preocupado, al fin y al cabo, Gandalf era uno de sus únicos amigos.

Habían recorrido un gran tramo en lo que llevaban de camino. Bryssa no había insistido en preguntarle a Radagast cómo sabía que la Compañía tenía problemas, a lo mejor simplemente era una suposición o parte de su instinto. Quizá Gandalf lo había alertado de las complicaciones a las que podían enfrentarse y por eso, ahora, se encontraba allí con Radagast, sintiendo el corazón apretado en el interior de su pecho. Le dio la sensación de que el Pardo estaba utilizando algo de magia, pues era como si tanto plantas como animales les abrieran un claro paso desprovisto de inconvenientes y posibles retrasos. La naturaleza estaba siendo ligeramente manipulada por Radagast, o al menos eso le pareció.

Lo que en realidad estaba ocurriendo era que Gandalf le había mandado a Aiwendil un mensaje: una horda de huargos y orcos se aproximaban a ellos desde tierras lejanas esperando poder matar a la Compañía. Aiwendil, como su nombre indicaba, podía comunicarse con total facilidad con los animales, en especial las aves y el petirrojo que Bryssa había escuchado antes de partir había sido el mismo que había portado el mensaje. Radagast aún podía escuchar el canto apresurado del animal, el trino constante y agudo recitando las palabras que, si bien había traducido de la lengua común al lenguaje de las aves, Radagast había podido comprender con total facilidad.

Unas horas más tarde, a diferencia de la vez que habían ido desde la cueva de los trolls hasta Rhosgobel, el mago y la hobbit llegaron a las llanuras en las que, a aquellas alturas, debía encontrarse la Compañía. No estaban muy alejados de la situación en la que los habían visto la última vez, al menos eso había comunicado Gandalf. Habían reculado para hacerse con algunas provisiones más en Bree y por ende, se habían retrasado mucho más, pues habían permanecido en Bree y la taberna del Ponie Pisador por cuatro días, abasteciéndose todo lo posible y descansando un poco más. No está de más recalcar el hecho de que este retraso había supuesto un creciente mal humor en Thorin, quien se había negado incluso a dormir alguna noche, inquieto ante lo que les esperaba.

    —Falta poco —le avisó el Istari.

Todo alrededor de la joven era un borrón de colores mezclados y tonalidades cambiantes como el día y la noche: sombra y sol, árboles y llanuras, prados y riachuelos. A duras penas podía mantener la vista fija en un punto antes de que este cambiara y se precipitara detrás del trineo, quedando lejano para la no tan aguda vista de la hobbit. Era en momentos como aquellos en los que Bryssa odiaba poseer vista cansada. A pesar de su corta edad, las lecturas en las noches de pesadillas de grandes libros y cuentos a la luz de las velas no le habían favorecido en absoluto. Muchas veces su madre le había llamado la atención al respecto, pero Bryssa simplemente no podía evitarlo; amaba leer.

    —¿Qué es eso? —consiguió hacerse oír por encima del viento.

Delante de ellos y las liebres, una gran mancha oscura se precipitaba a toda velocidad contra otra un tanto más pequeña, que avanzaba a duras penas entre las llanuras y la estepa rocosa. Radagast agudizó la vista y tras ver de qué se trataba, apremió a las liebres con más fuerza, incitándolas a sobrepasar los límites de sus increíbles capacidades.

    —Son ellos.

El corazón de Bryssa se detuvo al escucharlo; allí estaba la Compañía de Throin Escudo de Roble, escapando como podía de... ¿una manada de criaturas?

    —¿De qué huyen?

    —Huargos siendo cabalgados por orcos.

Se horrorizó. ¿Huargos? ¿Qué aspecto tenían de todas formas, si con tan solo la descripción de los Húrvlar, aquellos que descendían de los primeros, había temblado? ¿Y los orcos? Únicamente había podido ver a un trasgo en toda su travesía, no estaba preparada para presenciar lo que era un orco. Las liebres siguieron corriendo y, ante ella, se desplegaron llanuras rocosas y sumamente extensas, el viento azotando su rostro con tal fuerza que tuvo que aferrarse mejor al trineo.

Los aullidos se hicieron más fuertes a medida que avanzaban. Radagast sonrió son suficiencia y apuró a las liebres a correr más rápido. De un momento a otro el trineo se colocó a la altura de los orcos y sus monturas y Bryssa pudo observar más de cerca como eran sendas criaturas. Toscas, horripilantes, con los rostros deformados y un hedor pestilente brotando de ellos en todas las direcciones posibles. Bryssa no sabía a qué olía la muerte o si siquiera tenía olor, pero si estaba segura de algo, era de que aquellos orcos y aquellos huargos lo llevaban impregnado en cada poro de su ser.

    —¡Vamos, venid a por nosotros!

Acababan de convertirse en la carnada y atemorizada y eufórica, Bryssa se dio cuenta de que, con aquello, permitían que la Compañía pudiera avanzar sin problemas siendo capitaneados por el Mago Gris.

Izquierda, derecha, giro cerrado, mandíbulas cerrando sonoramente a ambos lados del trineo; era todo en lo que la hobbit podía pensar. Le daba la sensación de que las liebres cada vez estaban más y más cansadas, que el trineo pesaba demasiado.

    —Hay que deshacerse del peso sobrante para ir más rápido —masculló.

Bryssa nunca había sido alguien muy racional, todos en la familia eran conscientes de ello a pesar de que los Brandigamo estuvieran tan o menos acostumbrados que los Bolsón a las aventuras y los peligros. Bryssa era una caza-temeridades. Una vez había estado a punto de ahogarse en el Brandivino de no haber sido porque sus hermanos Dodinas y Amaranta estaban jugando no muy lejos de allí. El cómo la hobbit había estado a punto de morir se había debido únicamente al deseo de poder recoger una de las piedras del fondo del río. Se había caído y la corriente, en aquellos días después de fuertes lluvias, más incrementada y caudalosa, la había arrastrado al fondo y casi había provocado que se golpeara la cabeza. A pesar del susto que se llevaron los demás, Bryssa salió del río muerta de frío, pero con las ansías de coger una de esas piedras más vivas que nunca. 

No pensó cuando actuó a continuación, simplemente se espero a que el trineo estuviera lo suficientemente de una escarpada roca. Cogió impulso y llenando sus pulmones de aire, saltó. El impacto fue inmediato y los orcos a penas repararon en ella. Su cuerpo rodó por la escasa hierba hasta chocar contra la roca. Sus costillas salieron perjudicadas sin poder evitarlo; se quedó sin aire. Su boca se abrió varias veces intentando obtener oxígeno, en vano. Se sentía como un pez fuera del agua, asfixiado por unas manos invisibles que lo estrangulaban. Le apresaban la tráquea y le estrujaban las costillas tanto que le dolían los pulmones por el esfuerzo de intentar respirar.

Escuchó a alguien gritar su nombre. Le pareció que era Radagast y, entones, otra voz más. La vista se le nubló e intentó mantenerse despierta. Su boca intentó pronunciar unas palabras, como queriendo decirle a Radagast que se encontrara bien, que él también escapara de allí y saliera lo antes posible de aquel embrollo, que podía arreglárselas sola. Una presencia se detuvo a su lado y sintió una respiración acelerada acercándose a su rostro. Sus pestañas revolotearon un par de veces en busca de abrirse y ver quien o qué era lo que se encontraba con ella. ¿Un orco? ¿un huargo solitario? No tenía ni la más remota idea.

Al saberse al borde de la inconsciencia, intentó forzar una vez más la vista; lo único que alcanzó a ver fue unos ojos azules y unos brazos alzándola de la hierba con prisa, aunque cuidadosamente.

Después, todo se tornó oscuro y frío.

Una cálida luz le acarició los párpados y le coloreó las pecosas mejillas mientras aun permanecía entre la vigía y el sueño. El fino velo que la separaba de la realidad le resultaba tan placentero y acogedor que no quiso despertarse. Se encontraba en la superficie más blanda en la que había estado en toda su vida y, de haber estado verdaderamente muerta, tampoco le hubiera importado permanecer allí. 

Su vista bajó entonces hasta su torso y, palpando con cuidado, notó que tenía una tela envolviéndole la zona de las costillas, por debajo del pecho; ¿quién la había curado y, por qué? ¿Dónde estaba? Notó también que en su rostro habían untado una crema húmeda, aunque agradable al tacto y la cicatriz, muchísimo mejor que la última vez. La calma en la que se encontraba quedó quebrada cuando unas voces sonaron desde alguna parte en el lugar en el cual se encontraba.

    —Me niego a permanecer aquí por más tiempo —clamó una de las dos voces que hablaban, rotunda y determinada, malhumorada.

    —Bryssa aún no se ha recuperado —reprochó otra.

    —No es de nuestra incumbencia. Alguien de aquí se limitará a llevarla de vuelta a su hogar. Nosotros tenemos una misión que cumplir.

Estaba segura de que una de las voces pertenecía a Thorin, ¿pero de quién era la otra? ¿Y dónde estaba? 

    —Se lanzó de ese trineo para ayudarnos, ¿por qué debes ser tan duro con ella?

    —Está corriendo riesgos innecesarios. Ella tiene un hogar al que volver, una familia con la que estar. Debería sentirse afortunada.

    —Debería haber ido yo a por ella, dejar que los huargos me cogieran —murmuró la voz masculina más suave.

    —No —negó la otra, hablando de manera más tranquila, ya no tan acalorada—. No permitiré que te ocurra nada, Fíli, ni a ti ni a Kíli. En caso de que me ocurra algo a mí, tú y tu hermano sois los herederos de Erebor.

El corazón de la hobbit efectuó una pirueta en su pecho, un escalofrío recorriéndola por completo mientras una sonrisa amenazaba con tironear de las comisuras de la boca. Fíli era el que había estado allí, ¿la habría rescatado él de los huargos y los orcos? Pero entonces, antes de que pudiera continuar cuestionándose aquello, otra voz interrumpió la conversación que mantenían tío y sobrino.

    —Este es un lugar de reposo y descanso para los heridos, no uno en el que perturbar la calma que debería haber. Os sugiero que os retiréis a otras estancias.

Hubo un resoplido y un débil intercambio de palabras antes de que los ojos de Bryssa se abrieran por fin, la puerta abriéndose para dar paso a un hombre alto de cabellos grisáceos muy largos, tan grises que con la luz blanca que entraba a través de las cortinas tomaron un color similar a la plata, brillantes y fríos. A su lado, otro hombre caminaba, ataviado en bellas prendas de tonos otoñales, una curiosa tiara curva adornando su frente, los cabellos lisos y completamente negros a ambos lados del rostro, enmarcándolo. Bryssa los observó a ambos más embelesada de lo que quizá debería, y en cuanto se dio cuenta, sus mejillas se colorearon y apartó la vista, avergonzada.

Fue entonces cuando se limitó a pasear la mirada por la estancia en la que se encontraba. Las paredes eran lisas y de color crema, casi blancas, que permitían que la luz del exterior se reflejara en ellas y proporcionara un efecto cálido. Todo era de un color blanco tan etéreo que Bryssa pensó que podría quedarse ciega si se quedaba mucho rato mirando fijamente. Estaba en una cama mullida, con almohadones de plumas de cisne, supuso, por lo cómodos que eran, tan distintos a las simples almohadas de plumas de gallina de Casa Brandi. Dos cortinas de dosel blanco se alzaban por encima de su cabeza, recogidas con cuerda de hilo de plata atada al cabezal. Las sábanas eran de fina y suave seda y una manta de terciopelo acolchado las recubría.

Se sentía en el paraíso.

Ambos hombres se aproximaron a ella, el de cabellos negros le sonrió amablemente y procedió a inclinarse a modo de saludo. El otro lo imitó de igual forma.

    —Es agradable ver que se encuentra por fin despierta, querida hobbit —saludó cordial el primer hombre.

Ella le devolvió la sonrisa.

    —Muchas gracias, mi señor. Deduzco que habéis sido los que tan amablemente me han permitido quedarme aquí —dijo ella, esforzándose por conseguir llegar al tono tan educado que empleaba el hombre.

    —Las amistades de Mithrandir siempre son bienvenidas a Rivendel.

Los ojos de Bryssa se abrieron, sorprendidos. ¿Rivendel? ¿Había escuchado bien? Solo había visto Rivendel en algunos mapas que su madre mantenía de su abuelo Gerontius, pero jamás había pensado que llegaría a pisar aquellas tierras tan hermosas algún día. Un pensamiento cruzó su mente y, alarmada por su confusión, miró más detalladamente a los dos varones. No podían ser humanos, eran demasiado altos y delgados, con el porte elegante y delicado, aunque no inofensivo. Los rasgos finos de los rostros, las mandíbulas marcadas y suaves, narices largas y torsos esbeltos. Sus orejas sobresalían entre las cabelleras, curvadas en un arco puntiagudo hacia el final de estas.

Eran Elfos, los primeros que Bryssa había visto jamás. Como la primera vez que había visto a Thorin, un Enano, Bryssa se quedó muda, pues nunca había imaginado estar ante la presencia de un ser tan espléndido como podía serlo un Elfo.

    —Ahora, si no os es ninguna molestia —expresó el elfo de la tiara—, Andrether procederá a revisar que estéis sanando correctamente.

Bryssa pensó que el elfo saldría mientras el otro le pedía amablemente que se incorporara de manera lenta para no hacerse daño y poder revisarla, pero el primero elfo se limitó a quedarse en una de las esquinas de la estancia, llenando una copa con una jarra de plata bellamente labrada encima de una pequeña mesa.

El elfo de cabellos grises trabajó en total silencio todo el rato y la joven pensó que acabaría por ponerse muy nerviosa si no producía ningún sonido. La calma de los elfos le era increíblemente ajena y, anonada, se dio cuenta de que echaba de menos la alborotadora indiscreción de los enanos de la Compañía. Algo en su interior se removió al volver a pensar en Thorin y Fíli al otro lado de la puerta, donde habían permanecido hasta la llegada de los elfos.

El varón se apartó de ella en cuanto comprobó que la pomada en su rostro continuaba húmeda y, con una reverencia, se retiró del lugar. El ser restante le acercó la copa que tan pacientemente había sostenido y le sonrió cuando ella la cogió, invitándole a beber el líquido de esta.

    —Bebed, os calmará el corazón —dijo él. Bryssa no supo a qué se refería, pero aun así bebió.

El líquido que se vertió en su boca y bajó todo el recorrido desde su garganta hasta el estómago dejó tras de sí el dulce sabor de la miel y el ardor de un licor muy bien preparado. Era como beber el brebaje secreto que solo los Dioses mantenían para ellos. Se relamió los labios tímidamente al acabar y volvió a sonreír.

«Quizá» —pensó, «Yavanna beba esto donde quiera que esté».

El elfo tomó asiento en una silla al lado de la cama y su postura, tan correcta y elegante, quedó relajada cuando su espalda tocó el respaldo del asiento.

    —¿Cómo os sentís? —quiso saber.

Su tono honesto le permitió adivinar que hablaba sinceramente y, que, en realidad, sí se estaba interesando en su bienestar, algo que Bryssa agradeció profundamente, recordándole por un momento a Radagast; ¿dónde estaría?

    —Mucho mejor, se lo agradezco de todo corazón.

    —Me complace escucharlo —volvió a sonreír él—. Hay unas personas que estaban ansiosas por su despertar...

No pudo decir nada más. Al acabar de pronunciar aquello, la puerta volvió a abrirse y abriéndose paso a trompicones, Bilbo, Fíli y Kíli entraron los tres juntos, apretujándose detrás de uno y otro. Tras ellos, Gandalf la buscó con los ojos y le dedicó una espléndida y tranquila sonrisa, mientras que, a su lado, Thorin simplemente se quedó inexpresivo. En la mejilla izquierda, pudo advertir Bryssa, había un arañazo en cicatrización.

    —¡Bryssa! —exclamó Bilbo rebosante de alegría.

Cuando corrió hacia ella y la placó con un abrazo sin llegar a tocar sus maltrechas costillas, Bryssa se olvidó del resentimiento que había sentido por él días atrás. No había rencor por haberla dejado sola, por permitir que se marchara. No hubo rabia por pensar que no le había importado en lo más mínimo que desapareciera en cuestión de segundos, que no se hubiera despedido de ella. No hubieron sentimientos malos, simplemente la melancolía y la alegría de poder verlo de nuevo, de abrazar a su querido primo Bilbo otra vez; respiró el olor a menta que manaba de su chaqueta, más maltrecha que la última vez que la había visto y sonrió sintiendo como su corazón latía más tranquilo en su interior.

Se sentía en paz.

    —No vuelvas a irte —casi rogó el hobbit cuando se separó de ella, rompiendo el abrazo—. Por favor, Bry, no vuelvas a dejarme solo, estaba muy preocupado.

El labio inferior de la hobbit tembló sin poder contenerlo. La voz de Bilbo sonaba demasiado afligida, sus ojos brillando igual que los suyos por contener unas amenazantes lágrimas que no se derramaban. Volvió a abrazarlo y lo sintió acariciarle el cabello con la mano derecha, enredándolo en los rizos cobrizos ahora más suaves. Deducía que se debía a los cuidados de los elfos.

Un carraspeo se escuchó y la hobbit posó los ojos entonces en Gandalf, quien se acercó para acariciarle la cabeza desde las alturas. El gesto le recordó al hogar, a cuando Gandalf visitaba Hobbiton para los solsticios de verano, en su cumpleaños, y lanzaba sus mago-fuegos. Aquel era un gesto que siempre le había dedicado a Bryssa, desde que ella era muy pequeña.

    —Bryssa Brandigamo —dijo el mago, su voz profunda bajando unas octavas más, reprochante—. Nos has dado un buen susto a todos —entonces volvió a sonreír—. Estás llenas de sorpresas, pequeña.

    —Hola Gandalf —repuso ella, conteniendo una risa mientras sus ojos seguían brillando.

A continuación se acercaron los dos hermanos. Kíli le dedicó una sonrisa y la estrujó levemente en un abrazo antes de que su hermano mayor le propinara un leve golpe en la nuca, separándolo de ella alegando que iba a causarle más daño todavía. El pecho de Bryssa se hinchó cuando sus ojos se encontraron con los de Fíli y su respiración se volvió levemente irregular. Él la atrapó en un abrazo similar al que le había dado tras despedirse solo que, con este, Bryssa estaba segura de que le estaba pidiendo que no se marchara de nuevo. O a lo mejor solo se trataban de sus propias conjeturas y era un simple abrazo. Fuere como fuera, devolvió el gesto de cariño y enterró el rostro entre los ondulados y dorados cabellos del enano, sintiendo como las trenzas que había allí le hacían cosquillas en las mejillas y la barbilla.

    —Me alegro de que estés bien —le dijo Fíli en voz baja, para que solo ella pudiera oírlo.

Bryssa pensó que se quedaría sin corazón en aquel preciso instante. Se separó de él y le dedicó una sonrisa que el enano correspondió al instante. El siguiente fue Thorin, pero no pronunció palabra alguna. Restó en silencio y simplemente asintió a forma de saludo. Kíli se aproximó a ella no mucho más tarde.

    —¡Es fantástico que estés viva! Y un milagro —Fíli asintió de acuerdo con él, aunque tras un intercambio de miradas con su tío, se cruzó de brazos y sus ojos se endurecieron levemente. El cambio no pasó desapercibido para Bryssa—. De no haber sido por tío, ese huargo rezagado se hubiera lanzado sobre ti.

Impactada, Bryssa observó a Thorin y a Gandalf alternativamente, como preguntándole al mago que le confirmara lo que el enano más joven acababa de decir. El mago carraspeó de nuevo antes de asentir suavemente.

    —Es cierto —dijo y Bryssa no supo como se parpadeaba del asombro—. Thorin te salvó, Bryssa. Se lanzó encima del huargo y le clavó la espada en la cabeza antes de recogerte del pasto y conducirte hasta la Compañía y el paso que conocía para llegar hasta aquí.

Thorin le había salvado la vida. No cabía en su asombro, la información la había dejado abrumada. El mismo Thorin que ni siquiera le había dado las gracias por conducirlo a Bolsón Cerrado, el que no había soportado ni por un segundo la idea de que se involucrara en los asuntos concernientes a Erebor. El mismo que la había descubierto y la había tachado de niña insolente delante de todos los demás. Aquel enano, ¿era el mismo que el que la había salvado? No podía creerlo. No podía, pero algo en su interior le decía que nadie estaba mintiendo. ¿Se jugaría con un asunto tal como el de salvar una vida? Lo creía muy improbable, solo los insolentes y los mentirosos se atreverían a hacer semejante acción simplemente por quedar como héroes. Bryssa sabía que estaba rodeada de gente honesta y confiable, ninguno mentiría al respecto.

    —Gracias —expresó con voz suave, sus ojos verdes encontrándose con los azules tormentosos—. Gracias por salvarme, estoy en deuda contigo, Thorin.

    —No me debes nada —negó él, rehusándose al pensamiento de ella debiéndole algo simplemente porque no quería cargar con otra vida perdida más.

    —Sí, si te lo debo —reafirmó Bryssa, incorporándose más todavía. Una mueca de dolor cruzó su rostro como un rayo y Bilbo la sostuvo de los hombros mientras la reclinaba de vuelta a las mullidas almohadas. Ella soltó un suspiro—. Te debo la vida te guste o no, Thorin. Estoy en deuda contigo.

El heredero de Erebor no dijo nada. La conversación había terminado. Todos se despidieron de Bryssa para dejarla descansar y uno a uno, fueron saliendo, algunos, como Fíli y Bilbo, con la promesa de que volverían más tarde para estar con ella. Los únicos que se quedaron en la habitación fueron el elfo de cabellos negros y Gandalf.

    —¿Y Radagast? —fue lo primero que preguntó Bryssa para romper el silencio que se había creado.

    —Tuvo que marchar de vuelta a Rhosgobel, me temo —respondió Gandalf.

    —Oh —la voz de Bryssa se apagó levemente.

    —Pero me dio algo antes de marcharse —repuso el Istari, provocando que la hobbit alzara la vista en cuestión de segundos. De entre sus ropas extrajo un pequeño pergamino enrollado—. Lo escribió antes de partir.

Bryssa tomó el pergamino y lo desenrolló de manera rápida para leer cuanto antes el contenido de la misiva. La letra de Radagast era un tanto despreocupada, pero no ilegible. Le recordó a la letra de Rorimarc, su hermano mayor.

«Estimada Bryssa,

Cuando leas esto probablemente ya haya vuelto a mi hogar; Rhosgobel necesita protección, y aunque estas semanas que has permanecido conmigo no ha habido peligros o incidentes, la calma siempre se ve perturbada por la llegada de los males y la oscuridad. Mantén los ojos bien abiertos y no te fíes de los extraños; hay quienes caminan entre corderos siendo lobos.

Espero que volvamos a vernos y, si algún día necesitas ayuda, recuerda la melodía que te enseñé y un pájaro acudirá a tu llamado. Dale el mensaje que tengas para mí y él sabrá como encontrarme. Te ayudaré en todo lo que pueda de serme posible.

Mis más cordiales deseos de felicidad,

Radagast el Pardo.»


Bryssa no pudo evitar sonreír. Recordaba la melodía que Radagast empleaba con las aves para llamarlas. Un suave silbido, dos veces breve y una vez largo, imitando a un sinsonte. El mago se lo había mostrado tras contarle su habilidad para entender a las aves una tarde en la que las prácticas de los recién adquiridos conocimientos de Bryssa se habían basado en asistir a una familia de gorriones. Gracias a Radagast había podido determinar qué les ocurría.

    —Veo que la amistad que has entablado con Radagast estas semanas es fuerte —comentó Gandalf mientras tomaba asiento y encendía su pipa.

    —Así es —confirmó ella.

El silencio volvió a apoderarse del ambiente. La nunca efectuada despedida de Radagast le dolía a Bryssa. Comprendía los motivos por los cuales había tenido que marchar antes, pero no podía pasar por alto el sentimiento que le estrujaba el pecho. No le gustaban las despedidas, pero unas pocas palabras en persona con el mago le habrían sentado mejor que no recibir ninguna.

    —Si me permitís el atrevimiento —habló entonces el elfo, dando un paso hacia delante—. ¿Puedo preguntar qué os hizo querer emprender una aventura? No me malinterpretéis, es simple curiosidad.

¿Qué le había hecho querer emprender una aventura? A pesar de todas aquellas semanas en las que fácilmente podría haber hallado una respuesta, Bryssa se quedó en silencio, pensativa. Lo primero que había hecho había sido seguir su instinto y escuchar a la sangre Tuk, que clamaba con ansías el correr riesgos. Pero después, lentamente, todo había adquirido más sentido. Bryssa era la menor de una familia de siete hermanos. Todos ellos habían planeado ya sus vidas; Rorimarc tenía títulos que heredar, Prímula planeaba casarse, sus demás hermanos ya tenían trabajos e incluso algunos pensaban en independizarse completamente de Casa Brandi y sus padres. 

¿Y ella? Ella no tenía nada claro. Bryssa no sabía qué haría con su vida los años siguientes, si llegaría a casarse o a tener hijos, si conseguiría un trabajo con el cual ganar un sueldo. Ni siquiera sabía si llegaría a abandonar Casa Brandi algún día. ¿Quién era ella? ¿Sería la esposa de un gran señor hobbit? ¿Haría de pescadera en los mercados de Hobbiton? ¿Se haría bibliotecaria en los archivos del pueblo? No tenía ni idea.

    —Descubrir quien soy —respondió por fin. Odió la forma tan débil en la que su voz sonó, suave e inofensiva, pero sincera. Alzó los ojos y contempló a ambos varones mirándola—. Eso es lo que pretendía al querer emprender una aventura. Encontrar una razón de ser, algo por lo que luchar. Soy la menor de todos los hermanos, mis padres no podrían legarme nada que no fuera un escaso ajuar y una pequeña dote en el caso de que me casara, pero nada más. Y aún así, se que, de alguna forma, yo no estoy hecha para el hogar. Disfruto de sus comodidades como cualquiera haría, pero mi lugar no está al cuidado de una casa. No creo que mi vida deba resumirse a eso. Primero quiero saber quien soy, descubrir el mundo, vivir. Una vida acomodada y resuelta no es nada si no puedes permitirte el lujo de vivirla como es debido, de escribir tu propia historia.

La respuesta los dejó a ambos boquiabiertos, aunque sus semblantes a penas cambiaron en lo más mínimo. El elfo asintió y sonrió cálidamente.

    —No esperaba menos de una hobbit como vos, que se atreve a arriesgar su vida para salvar las de unos enanos que a penas conoce y que deja el hogar sin mirar atrás.

Gandalf sonrió satisfecho y exhaló algo de humo antes de hablar.

    —Bryssa, este es Lord Elrond, señor de Rivendel —los presentó—; ha sido tan amable de hospedarnos en su morada mientras descansamos y recuperamos las fuerzas para el viaje que nos espera.

    —¿Nos? —repuso ella, ignorando completamente las presentaciones.

    —Como has dicho, una vida no es nada si no puedes escribir tu propia historia.

La sonrisa que cubrió el rostro de Bryssa fue la más brillante y magnífica que Gandalf había visto en toda su larga existencia.

Unos minutos después, tras charlar animadamente, Elrond y Gandalf decidieron dejar descansar a Bryssa. Las heridas de sus costillas, según había comentado Elrond, estaban sanando rápidamente gracias a las medicinas élficas, pero aún debía mantener reposo. Había dormido durante dos días enteros desde que habían llegado a Rivendel, o al menos eso le habían dicho. Bryssa no tenía sueño, la felicidad que sentía le impedía entregarse al astro nocturno y su manto de plata.

La noche había caído en Rivendel de manera casi mágica. Bryssa observó los millones de estrellas que podían apreciarse brillando a través de la gran ventana. Un poco más aliviada tras tomarse una infusión que le habían dejado junto al gran lecho, se levantó sintiendo su cuerpo distinto. Los elfos no solo habían peinado sus enredados rizos, sino que también habían cambiado sus ropas por un celeste camisón largo; hacía tanto tiempo que no utilizaba un vestido, que no podía evitar sentirse demasiado descubierta. Cogió la manta carmesí que cubría las sábanas y se la colocó por encima de los hombros a modo de capa, una vez lista, caminó hasta el balcón y se apoyó en la barandilla.

Rivendel era hermoso, nunca se hartaría de decirlo. La vista desde allí envió una ola de calma por todo su ser y relajó los músculos del cuerpo, alzando el rostro y estirando el cuello mientras cerraba los ojos, dejando que la luz lunar bañara sus párpados y cada rincón de sus mejillas, nariz y mentón. Abrió los ojos nuevamente y admiró los puntos de luz que titilaban sobre ella y el mundo entero.

De pronto, le entraron ganas de llorar; ¿cuántas veces se había encontrado en aquella posición, junto a su madre y Prímula? Al ser esta última la más pequeña antes de Bryssa, ambas eran más unidas que el resto de hermanos. Prímula y Bryssa gozaban de un cariño que sobrepasaba su lazo como hermanas, eran mejores amigas y muchas noches se habían quedado despiertas hasta altas horas aprovechando que sus hermanos mayores dormían. Su madre ya sabía donde buscarlas cuando eso ocurría, en una pequeña ventana del desván, mirando ensimismadas el cielo estrellado. Se unía a ellas y las tres se quedaban en silencio disfrutando la compañía de las otras.

Dejó escapar un suspiro tembloroso al recordar la voz de su madre una noche que Prímula se había quedado completamente dormida tras ver una estrella de larga cola. Susurrante, aunque dulce, Mirabella la había consentido y le había dedicado unas palabras que, de haber estado delante de sus hermanos, habrían resultado prohibidas.

    «Tu alma es pura, Bryssa, pura como la luz de luna.»

Sonrió para si misma y sintió una lágrima escaparse sin su consentimiento por su mejilla izquierda antes de girarse ante el inminente ruido que emitió la puerta al ser abierta. Esperaba que se tratara de Bilbo, pero no podía ser. Él le había dejado una nota mientras dormía en la que le decía que hablarían más tranquilamente a la mañana siguiente, durante el desayuno. Entonces, ¿quién? Guió sus pies hasta la entrada al balcón y casi estuvo a punto de chocar con el cuerpo que, a su vez, se había dirigido hasta allí. Contuvo un silencioso grito que no llegó a efectuarse.

    —Fíli —exhaló, apretando una mano contra su propio cuello, sintiendo el pulso acelerado de su corazón rebotando por todas partes, desbocado a causa del susto—. ¿Qué haces aquí?

Él no respondió, sino que se quedó mirándola atentamente, perdido en sus pensamientos. Bryssa pasó saliva disimuladamente al percatarse de que vestía una túnica de algodón de un profundo verde bosque y unos simples pantalones de lana negros. Iba descalza y ella se preguntó si no sentiría frío al tocar el suelo de baldosas tan pulcramente limpias. Una de las manos de él se alzó y Bryssa casi pudo jurar que contuvo el aliento cuando sus dedos rozaron su mejilla, borrando el rastro de la lágrima que tan solitariamente había caído desde los orbes de la hobbit.

    —P-perdón —tartamudeó el joven enano, dándose cuenta de lo que acababa de hacer y siendo consciente de donde estaba por fin—, no pretendía molestarte, sé que es tarde. Es solo que... realmente no lo sé. Es estúpido ahora que me doy cuenta pero, quería verte.

Las mejillas de la hobbit se encendieron y recordó, inconscientemente, a sus hermanas coqueteando con los varones de Hobbiton que visitaban Casa Brandi en busca de cortejarlas. Solían sonrojarse al más mínimo intercambio de palabras y actuaban de una manera tonta y no muy inteligente. ¿Ella haría eso? ¿Y por qué lo hacía, si así era? Su ceño se frunció levemente y sacudió aquellos pensamientos de su mente.

    —¿Ocurre algo? —le preguntó Fíli—. ¿Te encuentras bien?

    —Sí, sí —repuso ella, parpadeando un par de veces—, creo que no debería estar aquí fuera, empieza a hacer frío.

Una de las rubias cejas de Fíli se alzó, mirando la manta carmesí que aún la cubría. Bryssa se dio cuenta de lo que miraba y rápidamente esbozó una nerviosa sonrisa. Él rio levemente.

    —De acuerdo, entonces será mejor que entres y yo que me retire de vuelta a mis aposentos.

    —¡No! Por favor, quédate —rogó Bryssa, posando una de sus manos en el brazo de él. Los ojos azules de Fíli recorrieron su mano hasta mirarla a los ojos, un poco sorprendido por el gesto. Retiró la mano disimuladamente, tapando un poco su rostro con sus cobrizos rizos—. Siento que he dormido por años y me gustaría tener algo de compañía, hablar con alguien sin que parezca que soy lo más delicado del mundo.

Fíli asintió sin emitir palabra. No lo diría, pero para él a aquellas alturas Bryssa era precisamente lo que ella acababa de decir. Cuando la había visto caerse del trineo algo en él se había removido de tal forma que lo había dejado mareado, atontado, incluso. Se había sentido desfallecer y mientras gritaba su nombre, presa del pánico junto al resto mientras miraba como aquel huargo se aproximaba a ella, había tenido la intención de salir corriendo. Lo hubiera hecho, de no haber sido porque su tío se le había adelantado para que no arriesgara su vida. Carraspeó al darse cuenta de que Bryssa esperaba una respuesta, su perfil y la cicatriz de su rostro delineados por el reflejo de la luz. Volvió a aclararse la garganta.

    —Sería un placer —dijo, elaborando una pequeña reverencia.

Hablaron durante toda la noche y no les importó que el astro rey empezara a alzarse entre las colinas del valle de Rivendel, ni mucho menos que Bilbo abriera la puerta de la habitación de Bryssa y se encontrara al joven enano allí dentro también, charlando con su prima. Disfrutaron de la compañía mutua con la seguridad de que todo quedaría como una especie de secreto entre ellos, la luz de la luna como único testigo de lo mucho que apreciaron el tiempo juntos.

¡Hola!

El capítulo de esta semana ha sido más rápido que el anterior, a pesar de que siento que realmente no ha pasado nada relevante, ¿qué creéis vosotros?

Con respecto al capítulo anterior, Los Húrvlar de Ívrlya, estoy bastante decepcionada, aunque no completamente. Lo que valoro por encima de los votos, son los comentarios. Soy de esas personas que cree que, a no ser que el capítulo en cuestión no haya sido de esos que te enganchan y no puedes dejar de leer hasta que te los has acabado, un comentario es lo mínimo que se puede aportar. Es cierto que en el tiempo que lleva esta historia publicada hay muchísimos votos, pero valoro mucho más los comentarios. Un voto no me dice si lo que escribo gusta, si se odia a los personajes, si mi narración transmite algo; los comentarios sí. Pido, aunque sé que la mayoría de los que lean o ojeen la historia no lo harán, un comentario diciendo lo que, hasta ahora, os parece la novela y lo que pensáis sobre ella. 

Volviendo al capítulo, ¿soy la única que muere de ternura con Fíli y Bryssa? Es que son pura tontería tal cual los escribo, pero es que me encantan demasiado. En fin, ¿qué os parecen? ¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Qué va a pasar a continuación? ¿Cómo veis el desarrollo que, lentamente, va teniendo Bryssa? Espero que os hayáis dado cuenta de que en cada capítulo intento explicar más sobre ella y su vida cuando todavía estaba en Casa Brandi.

El Anexo III, de geografía e historia que anuncié que tendría la novela, ya está en proceso oficialmente. Dos personitas ya tuvieron un sneek peek de lo que contendría y creo que es de los anexos más completos que estoy escribiendo por el momento. Es probable que se acabe convirtiendo en el Anexo I y que el de los Hobbits se fusione con el árbol genealógico, para un mayor orden y que no haya tanto jaelo. En este nuevo anexo se explicará toda la historia del Legendarium de Tolkien, resaltando lo importante en un resumen de cada apartado (porque sí, hay apartados, unos cuantos, cabe aclarar), y la geografía será introducida, en parte, explicando cada raza que pobla la Tierra Media. Además incluiré al principio un aviso de spoilers, no con referencia a esta historia, sino al mundo de Tolkien en sí, para aquellos que se estén leyendo los libros o quieran leerlos en un futuro no muy lejano. Creo que os gustará.

Eso es todo, espero que os haya gustado y, aunque no sé cuando volveré a actualizar, nos leemos pronto.

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

Keyra Shadow.

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