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IV. El perludio de los trolls




El ungüento de Dori hizo milagros de la noche a la mañana y ya cuando el cielo empezaba a clarear, Bryssa sintió sus pulmones mucho más aliviados y su respiración suave. Se levantó con renovada energía y después de comer algo e irse a un lugar más discreto lejos del grupo para hacer sus necesidades, empezó a recoger sus cosas. Se negaba a ser la última otra vez, les demostraría a esos enanos que podía ser rápida si se lo proponía.

Thorin paseó con paso firme entre los enanos a medida que estos se despertaban y antes de llegar hasta donde ambos hobbits se habían instalado, se sorprendió levemente al encontrarse a Bryssa ya en pie y con Pomelo totalmente equipada con los zurrones recogidos. Miró a Bryssa y la mirada que vio ella no fue una de reproche o molesta, no una intimidadora; fue una mirada seria y nada más. Mientras se alejaba, Bryssa sonrió orgullosa de sí misma y esperó junto a Pomelo al resto, acariciándole el pelaje y desenredando sus oscuras crines.

    —¡Hola!

El brinco que pegó Bryssa bien podría haber imitado al de un conejo asustadizo. Sobresaltada, clavó la verdosa mirada en Ori, quien le sonreía con disculpa y un poco avergonzado.

    —Lo siento, no pretendía asustarte —se disculpó el joven enano—. Dori me ha enviado para que te dé esto, dice que es para que puedas llevar el ungüento que te hizo con más comodidad.

Una de sus manos le estiró un frasco de cristal similar a un vial, pero más ancho y plano, como un tarro de mermelada o miel. Lo tomó con cuidado entre sus manos y miró al enano esbozando una suave sonrisa.

    —Gracias, Ori.

Sin darse cuenta, lo había tuteado y había empleado su nombre, pero a él poco pareció importarle, incluso le pareció ver que ensanchaba más su sonrisa antes de irse por donde había venido. Lo miró marchar en silencio y después se centró en la tarea de pasar al tarro lo que quedaba del remedio de Dori.

Se pusieron en marcha unos minutos más tarde y nuevamente, Gandalf lideró el grupo con Thorin detrás. Afortunadamente, aquel día no hubieron lluvias tormentosas y a media mañana, Bryssa ya se sentía completamente curada. Mientras ella hablaba con Bilbo sobre los remedios de Dori, Thorin interrogaba al maiar entre susurros para nada disimulados.

    —¿Cuánto va a tardar, Gandalf? —demandó el heredero de Erebor. El mago resopló encendiendo su pipa.

    —No entiendo por qué debes ser así de hosco con ella, Thorin. Bryssa no te ha hecho nada malo.

    —Nos ha retrasado, ha relentizado la marcha. Debemos llegar allí lo antes posible —alegó el enano. Gandalf soltó un suspiro.

    —No tardará demasiado. Como muy tarde, pasado el ocaso —contestó al fin.

Siguieron su camino y no pararon a comer; no podían permitirse más perdidas de tiempo, así que les dieron un poco de agua a los ponies y algunas manzanas. En cuanto a sus jinetes, tuvieron que conformarse con una comida ligera a lomos de sus monturas.

El estómago de Bryssa  profirió un ruido que arrancó varias risas a Fíli y Kíli, detrás de ella y de Bilbo. Este primero se acercó más con un suave trote lento y se posicionó al lado de Bryssa. La hobbit lo miró avergonzada, pues estaba claro que la había escuchado.

    —Creo que no nos han presentado debidamente —dijo, sus trenzas rubias danzando a ambos lados de su rostro a causa del trote—. Soy Fíli, a vuestro servicio.

    —Eh, ¿qué pasa conmigo? —Kíli apareció al otro lado de Bilbo y le sonrió a Bryssa—. Disculpad a mi hermano, a veces se olvida de que somos dos. Kíli, a vuestro servicio.

    —Gracias —pronunció ella, algo contrariada—. Soy Bryssa y no requiero de vuestros servicios, Maestros Enanos.

    —¿Has oído, Kíli? —le dijo el enano rubio al moreno, riendo—. ¡Nos ha llamado «Maestros Enanos»!
 
    —¿Cuándo fue la última vez que nos llamaron así, hermano? —cuestionó el otro, sonriendo pensativo.

    —Creo que fue aquella en que nos escabullimos de las Montañas Azules a una de esas aldeas de hombres —Fíli sonrió al recordarlo. Su vista se clavó en Bryssa brevemente antes de buscar en su fardo y alcanzarle un trozo de pan—. Ten, calmará el hambre por ahora. E insistimos, sin formalidades.

La hobbit le sonrió y se llevó el pan a la boca para darle un mordisco. Fíli y Kíli resultaron ser muy divertidos y entretenidos; cuando no estaban peleando por ver quien era mejor que el otro, hacían trastadas y cuando no, intentaban hacer reír a los dos hobbits con anécdotas de su infancia.

Por ellos, Bryssa supo que la vida de los enanos que habían abandonado el reino de Erebor tras el ataque del dragón Smaug, no había sido nada fácil. La vida les había arrebatado su hogar, a familiares y amigos; los había despojado de lo que eran. Pero la esencia de Erebor vivía en cada uno de ellos y había pasado de generación en generación hasta sus descendientes. Jamás habían olvidado lo ocurrido aquel fatídico día, el egoísmo de los elfos al no ayudarlos, la batalla contra Azog a las puertas de Moria, el recuerdo de un reino próspero y longevo que pereció bajo las llamas de la codicia del dragón.

Erebor se había convertido en semejante capital de comercio gracias a sus ricas minas y sus trabajos labrando que pronto, el tesoro de su corona fue haciéndose más y más abundante. Smaug, que había sido el último dragón vivo en la Tierra Media, había oído hablar sobre el tesoro de los Hijos de la Tierra y como todo dragón hubiera hecho, había decidido reclamarlo como suyo.

Tras la tragedia, los enanos que habían sobrevivido al fracasado intento por luchar contra el dragón se desterraron a Ered Luin, a las Montañas Azules, donde también estaban los Puertos Grises, el último puerto de los eldar y el último de reino del Gran Rey de los eldar, Gil-galad. Allí también se habían establecido los pueblos enanos de Belegost y Nogrod, Gabilgahol y Tumunzahar para los enanos.

Allí habían rehecho su vida los enanos de Erebor y lo que quedaba del linaje de Durin. Fíli le explicó a Bryssa que su tío había llevado a cabo múltiples trabajos, desde herrero hasta juguetero, con tal de ganarse la vida. Le contó que el carácter de su tío era algo común, que los enanos acostumbraban a ser desconfiados por naturaleza, pero que su lucha en batalla era legendaria, sobretodo en el manejo de las armas, por lo que contar con un aliado enano podía suponer una ventaja en guerra. También la ilustró ligeramente sobre la cultura enana, como tanto varones como féminas contaban con barbas y como cortarlas significaba el mayor desprecio para la raza. La hobbit había aprendido más de historia y cultura enanas escuchando hablar a Fíli de lo que había aprendido jamás leyendo los cuentos de Casa Brandi.

Antes de que la puesta de sol se hiciera presente, pararon en una colina en cuya ladera había una casa destrozada y abandonada. La sola visión de aquella desolada morada produjo en Bryssa un escalofrío.

    —¡Acamparemos aquí! —proclamó Thorin, deteniendo su pony. Entonces centró su vista en sus sobrinos, rodeando a ambos hobbits y su gesto se volvió autoritario—. Fíli, Kíli, cuidad de los ponies... Y no los perdáis de vista.

    —Parece que esa es nuestra llamada para irnos, Señorita Bryssa —emitió Fíli, con un tono de tristeza dramatizado—. Ha sido un placer y un honor, pero el deber nos llama y debemos acudir cuanto antes si no queremos enfurecer a Tío.

    —No te preocupes —le murmuró Kíli a la hobbit, una vez su hermano se hubo alejado—; dentro de unos minutos estará deseando volver para entablar conversación contigo de nuevo. Pobre de mí, que tendré que soportar tal bochorno.

Bryssa rió por lo bajo y despidió a Kíli antes de acercarse a donde estaba Bilbo sentado y desempaquetar sus cosas. Bilbo le extendió la manta, claramente mojada, con el rostro apenado.

    —Lo siento mucho, prima. Tu manta ha acabado tan empapada como los juncos del Brandivino.

     —No es nada, Bilbo, de todas formas podemos acercarnos al fuego.

Y lo cierto era que lo necesitaba con urgencia. Su capa, una vez más, no había sido suficiente para combatir las fuertes lluvias de aquel día. Rebusco en su zurrón hasta dar con el vial del ungüento y se lo aplicó a conciencia en las zonas que Dori le había indicado antes de coger a Bilbo del brazo y acercarse a la fogata que Bifur encendía en aquellos instantes.
Las llamas parpadearon ante el rostro de los tres cuando las primeras chispas hicieron refulgir la madera seca, la cual Glóin guardaba a buen recaudo bajo capas y capas de tela gruesa.

La cena de aquella noche no tardó en ser servida; consistía en una sopa caliente de carne cocida de cerdo que Bryssa encontró reconfortante. Mientras se llevaba la sexta cucharada a la boca, algo de caldo se le escurrió por la barbilla rozando su cicatriz y en un acto reflejo, dejó el cuenco con estrépito en el pasto debajo de ella y se llevó las manos al rostro con una mueca de dolor. La herida de la cicatriz, tan reciente y aún abierta, le ardió como las llamas que lamen la corteza del árbol y dejan tras de sí un rastro de ascuas abrasadoras.

Thorin captó su precipitado movimiento y alzó levemente las cejas antes de que se fruncieran de nuevo. Cuando la había conocido, había pasado por alto el corte que le recorría el rostro, desde la ceja, pasando por al lado del ojo hasta la barbilla, cruzando muy débilmente su labio inferior.

Una vez el ardor se hubo calmado, Bryssa siguió comiendo como si nada, sin saber que la mirada tempestuosa de Thorin se mantenía encima de ella, seria e inexpresiva.


Pasada la medianoche, Bryssa se dispuso a tumbarse con una manta que le había proporcionado Gandalf cuando sintió una presencia detrás de ella. Extrañada, se giró solo para contemplar a Dori con el mismo fardo con el que la había visitado la noche anterior.

    —No sé como he podido ser tan descuidado —se quejó en un murmullo mientras volvía a extraer sus utensilios y algunas plantas—. Pasar por alto una herida tan grave, ¡inaudito! ¡Absolutamente inaudito!

Bryssa se percató de que se refería a su herida, la que pronto, con suerte, se convertiría en cicatriz.

    —No es nada, Dori —intentó excusarse, apenada por tener que suponer una molestia.

    —Tonterías, claro que es algo. Además, no sería un buen herbolario si no te diera algún remedio para aplicarte en la herida.

Ella lo dejó hacer en silencio, dándose por vencida y mientras Dori le aplicaba un bálsamo sobre la herida, Bryssa pensó en lo afortunados que eran aquellos enanos de tener a Dori, quien por lo visto, además de ser sumamente amable y servicial, incluso con los extraños, sabía tratar toda clase de males y heridas. Le dio las gracias una vez hubo acabado y se retiró hasta su lugar junto a Bilbo.

    —¿Dónde está Gandalf?

La pregunta de Bryssa resonó en todo el pequeño campamento justo cuando un silencio se instalaba entre todos. Fue entonces cuando se percataron de que Gandalf no se encontraba por ninguna parte, el mago se había esfumado por completo. Tampoco era como si supieran si los acompañaba por pasar el rato o si formaba parte de la Compañía. Había comido, bebido y reído como el que más junto a ellos, pero ya está. No sabían cuales eran las intenciones del Istari para con ellos.

     —Se ha ido —sentenció Thorin con voz ronca, señalando lo obvio. No obstante, por su tono, los demás no supieron deducir más que posible era que Gandalf no volviera a aparecer.

    —A penas sabemos orientarnos por estas montañas —declaró Dwalin, ligeramente angustiado—. No conocemos estos territorios, nos son totalmente desconocidos. Las montañas están demasiado cerca y los antiguos mapas ya no sirven.

    —Las cosas han empeorado mucho —estuvo de acuerdo Balin, apoyando a su hermano—. Los caminos no están ya custodiados.

    —¿Qué haremos sin la guía de Gandalf? —cuestionó Ori, preocupado. Siendo el más joven de los trece enanos, era normal que se sintiera de aquella manera tan insegura con respecto a lo que pasaría con ellos a continuación.

La discusión de su situación se prolongó largo y tendido durante varios minutos. Algunos señalaban que quedaba poca comida, otros pocos que la leña seca pronto terminaría y otros más que los poneys desfallecerían si no comían algo de heno fresco. La preocupación principal era que no sabían con certeza donde se encontraban y que pronto, ni enanos, hobbits o poneys tendrían qué llevarse a la boca. La situación se complicaba por momentos y la ausencia de Gandalf el Gris cada vez era más notaria.

Mientras los enanos seguían enzarzados en su disputa —siendo nada discretos, cabe añadir—, Bilbo se sentía terriblemente alarmado y caminó junto a Bryssa hasta la fogata en busca de más calor, manteniendo entre ellos su propia conversación, revelándole al otro que su preocupación principal era la misma: ¿qué harían ellos dos sin Gandalf? El Istari había sido el que había arrastrado a Bilbo a ser el saqueador de la Compañía, y aunque la presencia de Bryssa no había estado planeada, el mago la había defendido varias veces de Thorin, según le había dicho Fíli antes de llegar a aquel lugar.

    —¿Crees que volverá pronto? —le preguntó Bryssa a su primo. Ella también se sentía inquieta con la inesperada partida del mago.

    —No tengo manera de saberlo con certeza. ¿Por qué se habrá ido? 

    —Es un mago —les interrumpió Bifur, incapaz de no escuchar su conversación y participar—, hace lo que quiere. Oye —llamó a Bilbo—, hazme un favor, llévales tú esto.

    —Yo te ayudo —se apresuró a decir la hobbit, cogiéndole un cuenco a Bilbo.

Ambos se encaminaron hasta donde ambos hermanos montaban la primera guardia de la noche. Se habían alejado del grupo para vigilar la retaguardia de todos mientras cenaban y descansaban y en aquellos momentos se encontraban mirando absortos una lucecilla que parpadeaba en la distancia. Era una luz roja, confrontadora y que relucía entre la espesa vegetación de los matorrales y los árboles más jóvenes. 

Los hobbits llegaron hasta ellos unos minutos más tarde, después de sortear a los poneys —que le parecieron extrañamente pocos a Bryssa—, y con los cuencos de sopa fuertemente aferrados en sus manos. Cada uno le tendió un cuenco al enano a su lado, pero ellos seguían observando la luz roja.

    —¿Qué pasa? —les preguntó Bilbo, en vista de que ninguno de los hermanos cogía alguno de los cuencos con la cena. 

    —Deberíamos estar cuidando de los poneys —señaló Kíli, con la vista clavada al frente y el semblante serio.

    —¿Pero...? —dijo entonces Bryssa, consciente de que la locución que el moreno acababa de pronunciar no había sido todo lo que tenía que decir.

    —Pero hemos tenido un ligero contratiempo —la miró Fíli, y Bryssa no supo identificar el tono en su voz.

    —Teníamos dieciséis...

    —Ahora hay catorce.

Un escalofrío recorrió a Bryssa de pies a cabeza y se apresuró a ir hacia delante para comprobar el estado de los poneys restantes, no sin antes darle a Bilbo el cuenco de sopa. Los otros tres la siguieron sin pronunciar palabra, ajenos al ataque de nervios con el que la hobbit empezaba a batallar.

De pequeña, Bryssa recordaba que les habían regalado a ella y a sus hermanos un hermoso poney de tiro, o al menos ellos habían creído que era un regalo para ellos, ya que la verdadera función del animal era ayudar a su padre a sembrar y trabajar la tierra para prepararla durante el invierno y así, tenerla lista para la primavera, cuando acostumbraban a llevar a cabo la siembra de distintas hortalizas y frutas. El poney había sido de color tordo con las crines rubias más bonitas y largas que Bryssa había visto jamás en algún otro poney. Había sido un ejemplar bellísimo y muy dócil y obediente, hasta la tarde en la que desapareció. A sus hermanos les dio bastante igual que Sylvester no volviera, pero para Bryssa no había sido así. Siendo la más pequeña, la desaparición del poney tordo había supuesto para ella una tristeza infinita y había llorado muchas noches desde entonces en los días siguientes.

Sylvester apareció tres semanas después escondido entre los arbustos más cercanos a la Cerca Alta. Un reducido grupo de lobos había conseguido pasar cavando en la tierra hasta el otro lado y le habían dado caza al poney, una presa fresca y grande a la que pudieron hincarle el diente sin problema alguno. A Bryssa no le habían dejado verlo, ni a sus hermanos tampoco, pero desde el jardín de margaritas de su madre en Casa Brandi, había visto el humo de la pira en la que habían quemado los restos de su querido Sylvester.

    —No están Daisy ni Bungo —interrumpió sus pensamientos la voz de Kíli. Bryssa, inconscientemente, se había asegurado de que Pomelo permaneciera entre los poneys que aún quedaban y le acariciaba las crines con gesto ausente.

    —¿Qué? Esto no me gusta —declaró su primo, aún con ambos cuencos en mano. Una risa nerviosa escapó de sus labios—. No, no me gusta nada. ¿No avisamos a Thorin?

    —Sería lo más sensato —razonó su prima, tan preocupada por el estado de los poneys que se olvidó por completo de su resentimiento con el cabecilla de los enanos y de que ella misma era la encarnación de la insensatez junto a aquellos dos enanos presentes.

    —Ah, no... —comenzó Fíli—. No le preocupemos. Como saqueador oficial, podrías investigarlo tú.

De haber estado bebiendo algo de agua en aquellos instantes, Bilbo se habría atragantado y después habría tosido como un verdadero loco hasta poder ponerse histérico por aquella propuesta. Bryssa hubiera mentido de haber asegurado que no estaba ni una pizca sorprendida por las palabras del enano rubio.

    —En... A-a ver —tartamudeó el hobbit—, algo inmenso ha arrancado  los árboles.

La hobbit observó a su alrededor, confirmando la observación de Bilbo. Tan preocupada estaba que ni cuenta se había dado de que el lugar en el que descansaban los poneys había árboles destrozados o arrancados de raíz del suelo.

    —Eso pensamos —afirmó Kíli, instando a Bilbo a proseguir.

    —Inmenso, no cabe duda. Probablemente muy peligroso.

    —Creemos —habló el rubio—, que el responsable podría estar allí —señaló la luz roja entre los arbustos—, pero nosotros no tenemos manera de llegar hasta allí y averiguar qué está ocurriendo y corroborar si los poneys están ahí. Por otra parte, usted, Señor Bolsón...

Se habían encaramado a un tronco caído y observaban los tres el brillo rojizo en la lejanía. Unas graves risas resonaron entre los arbustos y los árboles. 

    —¿Qué es eso?

    —Trolls.

Bryssa ahogó un grito por la impresión al saber que lo que habían capturado a Daisy y Bungo eran unas criaturas tan grotescas e inmensas como lo eran los Trolls. Únicamente había leído sobre ellos en los libros y en definitiva, ni su parte Tuk haría que estuviera preparada para ver a uno de verdad. 

De un momento a otro, Fíli y Kíli saltaron el tronco y echaron a correr en dirección a la luz. Sin pensarlo mucho, Bryssa corrió detrás de ellos, dejando a Bilbo con los cuencos. Quizá no estaba preparada para ver a un troll, pero sin duda, su curiosidad era más fuerte que su fuerza de voluntad. Mientras los pies calzados de los dos hermanos hacían rugir la hojarasca del suelo, los de Bryssa, mullidos gracias al pelo que lo recubría, a penas hizo que las hojas se alteraran con un suave movimiento del aire. Volvieron a encaramarse en un pequeño conjunto de troncos y unos profundos pasos se escucharon a uno de sus lados junto a dos relinchos. Bryssa fue incapaz de levantar la mirada del musgo del tronco.

    —¡Tiene a Mirto y a Menta! —murmuró Bilbo, visiblemente enfadado y preocupado—. Se los van a comer, tenemos que hacer algo.

Los tres lo miraron y los enanos asintieron.

    —¡Sí, deberías! —Kíli se levantó y empujó a Bilbo levemente hasta el hueco entre los árboles por el que había pasado el troll—. Los trolls son lentos y estúpidos y tú eres tan pequeño que no te verán.

La negación histérica de Bilbo no se hizo esperar mucho.

    —¡No te pasará nada! —insistió el enano—, nosotros te cubrimos.

    —Si tienes problemas —le dijo Fíli entonces, cogiéndole los cuencos—, ulula dos veces como lechuza de granero y una como lechuza de campo.

Mientras Bilbo se debatía entre como distinguir el ulular de dos lechuzas distintas, Bryssa miró a ambos enanos con una creciente preocupación en el rostro.

    —Oíd, no me viene en gana quedarme sin primo. ¿Estáis seguros de esto?

    —Totalmente —le sonrió Kíli y su hermano asintió de acuerdo.

Bryssa miró al lugar por el que Bilbo avanzaba en dirección a los trolls. 

    —Solo espero que el sigilo legendario de los hobbits acompañe a Bilbo —murmuró para sí, observando a su primo avanzar entre los arbustos temblando ligeramente. Fíli se giró para mirarla y le señaló su cuenco de sopa.

    —¿Quieres un poco?

    —¡Carnero ayer, carnero hoy y maldición si carnero mañana! —refunfuñó uno de los trolls, y aquello fue lo único que escuchó Bryssa antes de que Fíli y Kíli la cogieran y la llevaran de vuelta al campamento.

    —¡No! —exclamó ella, intentando volver atrás—. ¡Bilbo está allí solo con los trolls, no podemos dejarle!

    —Volveremos con el resto, tranquila —le dijo Kíli, empujándola débilmente para que siguiera caminando.

Y justo cuando Bryssa empezaba a calmarse, Fíli volvió a alarmarla.

    —Pero tú te quedarás en el campamento, por si acaso.

    —¡¿Qué?! —Fíli le puso una mano en la boca, asustado porque pudieran haberla escuchado y Bryssa lo apartó de un manotazo—. Primero usáis a mi primo como carnada de los trolls ¿y ahora pretendes que me quede en el campamento mientras vosotros vais a ayudarle? ¿No voy a quedarme de brazos cruzados, yo también voy!

    —Mira —esbozó Fíli—, entiendo y admiro muchísimo la lealtad que le tienes a tu primo Bilbo, pero no sabes luchar ¿me equivoco? —Bryssa se quedó callada con la frente tan fruncida que a penas se le veían los párpados superiores—. Y si no sabes luchar, no puedes defenderte, de modo que nosotros, que estaremos lidiando con los trolls para liberar tanto a Bilbo como a los poneys, tendremos que protegerte a tí también. Y eso podría acabar muy mal para todos, porque nos entorpecerías.

Fue un impulso involuntario, que a Bryssa, de haberse encontrado en otras circunstancias, ni siquiera se le habría pasado por la cabeza. De un momento a otro, Fíli tenía el rostro girado hacia la derecha y Bryssa se cogía la mano izquierda con la derecha, presionándola contra su pecho. Kíli parpadeó, conmocionado y sin que le diera tiempo a él o su hermano de reaccionar, Bryssa se marchó corriendo y desapareció de sus campos de visión.

La mano le ardía horrores a Bryssa mientras corría de vuelta al campamento. La mandíbula de un enano no era ciertamente blanda, más bien parecía estar hecha de roca pura, ahora en parte entendía porque se les llamaba Hijos de la Tierra. Nunca antes había pegado un puñetazo, nunca se había visto en la necesidad de hacerlo, pero Fíli la había provocado inconscientemente al decirle que sería un lastre para ellos a la hora de rescatar a Bilbo y los animales de los trolls. Sí, no sabía luchar, no sabía empuñar ningún arma, era torpe e inexperta en lo que respectaba a participar en una lucha. Pero Bilbo era su primo, el único de todos aquellos desconocidos en el que confiaba plenamente y con los ojos cerrados y aquel enano cabezota no tenía otra cosa que decirle que no podía contribuir a rescatarlo, a ayudarlo. La sangre Tuk le hirvió en las venas con insistencia y cuando se sentó junto a sus cosa y las de Bilbo, sin que nadie se diera cuenta y sin pronunciar palabra alguna, se planteó la idea de no hacerle caso a Fíli e ir en busca de Bilbo ella sola.

Pero era inútil. Ella era una completa inútil y sabía que Fíli tenía razón. Lo único que podía hacer era quedarse allí y esperar a que los enanos volvieran, con suerte, después de haber vencido a los trolls y haber triunfado en el rescate. Cuando los sobrinos de Thorin llegaron al campamento y les dijeron al resto lo que había ocurrido, todos cogieron sus armas y se dispusieron a irse. Bryssa no alzó la vista, pero sintió los ojos de Fíli sobre ella cuando pasaron por su lado, internándose en el bosque. Lo vio vacilar debatiéndose entre si hablarle o no antes de que Thorin lo llamara y lo instara a que siguiera al resto. Bryssa suspiró y se acercó las rodillas al pecho, manteniendo su mano izquierda pegada al lado de su corazón en todo momento. Solo esperaba que todo saliera bien.

Pasaron cuarenta y cinco minutos desde la partida de los enanos cuando Bryssa percibió un olor particular y conocido inundando el aire del campamento. La fogata se había apagado hacía rato y Bryssa yacía muy pegada a una roca, con una manta oscura y gris por encima a la espera de hacerse todo lo invisible que pudiera, con la bufanda cubriéndole el rostro. Una melodía silbada resonó con tranquilidad y junto a ella, una lucecilla azul y mortecina brilló en la oscuridad. Otra voz hablaba con un volumen bajo, manteniendo la discreción, y cuando llegaron hasta la fogata apagada, la figura que silbaba paró de golpe.

    —Por los Valar, ¿qué ha ocurrido aquí? ¿Dónde están los enanos? ¿Y mis hobbits?

    —¡¡¡Gandaaaalf!!!

El brinco que pegó Bryssa asustó a ambas figuras y la hobbit no tuvo reparos a la hora de abrazarse al mago con fuerza. La figura al lado de Gandalf se aferró a su propia vara de madera y se recompuso del susto.

    —¡Bryssa Brandigamo! —exclamó el Istari, preso de la alegría—. Cómo me alegro de verte, querida hobbit insensata. ¿Qué ocurre?

    —¡Unos trolls se llevaron a los poneys! —gritó ella, como un niño que ha visto a su hermano hacer una mala acción—. Fíli y Kíli enviaron a Bilbo y después vinieron para alertar al resto e ir a rescatarles, ¡pero no han vuelto aún!

    —Santo cielo, ¿en qué piensan esos estúpidos enanos? —murmuró el mago frunciendo las espesas cejas grises. Entonces centró la vista en sus dos acompañantes—. Pero antes de actuar, Bryssa, quiero presentarte a Radagast el Pardo, un mago igual que yo.

Bryssa miró al anciano al lado de Gandalf. Tenía gran parte de la cara cubierta de musgo verde y esponjoso y sus cabellos canos estaban repletos de pequeñas ramitas. Su rostro era amable y le sonreía a duras penas tras la barba igual de cana, pero más castaña que la de Gandalf.

    —Ahora —los interrumpió Gandalf antes de que pudieran decir nada, debemos ir a rescatar a un séquito de enanos y un hobbit.

    —¡Y a los poneys! —puntualizó Bryssa, provocando una imperceptible sonrisa en Radagast.

Unos minutos más tarde, Bryssa admiró con pánico el panorama que se planteaba ante ella de la siguiente manera: había tres criaturas muy grandes sentadas alrededor de una hoguera de troncos de haya y no estaban asando un carnero —como Bryssa le había escuchado a uno de ellos decir que comían—, ¡sinó a un puñado de enanos atados de pies a cabeza! Los habían despojado de sus ropas y se encontraban todos en paños menores, algunos incluso soplando levemente el fuego a la espera de desviar sin mucho éxito las llamas.

    —¡No tenemos toda la noche, falta poco para que amanezca! —dijo uno de los trolls—. ¡Daos prisa!, no me haría gracia convertirme en piedra.

A Gandalf se le iluminó el rostro y les hizo una señal a Bryssa y Radagast para que lo siguieran. Mientras caminaban furtivamente, Bryssa siguió mirando a los enanos. Los que no estaban en las brasas permanecían unos encima de otros a un lado de los trolls, embutidos en sacos de tela gruesa y sin manera alguna de salir de ellos. 

Gandalf los condujo hasta un punto detrás de unas grandes rocas y entonces procedió a darle a Bryssa un pequeño cuchillo.

    —Libera a los enanos de los sacos, ¡ve deprisa y en silencio! —le dijo. Bryssa asintió a la par que a Bilbo, en uno de los sacos, se le ocurría una idea. Bryssa permaneció inmóvil mientras él hablaba.

    —¡Esperad! ¡Estáis cometiendo un error muy grave!

    —¡No se puede razonar con ellos! —exclamó Dori, girando sobre las brasas—. ¡Son imbéciles!

    —¡¿Imbéciles?! —respuso Bifur de golpe—. ¡¿Y nosotros qué somos?!

    —Esto, me refería al- al condimento.

    —¿Cómo? —preguntó confundido uno de los trolls.

    —¿Qué pasa con el condimento? —preguntó otro.

Aprovechando que su primo se había levantado, Bryssa salió de entre los arbustos con todo el sigilo que pudo y se acercó al primer enano que le quedaba más cerca: Fíli. Él la vio y sorprendido, exclamó por lo bajo:

    —¡Bryssa! ¿Cómo...?

    —Calla ahora —sentenció ella, agarrando el saco por uno de los extremos de arriba e internando el cuchillo dentro, cuidadosa de cortar solo la tela marrón—. La ayuda ya ha llegado.

    —Siento mucho lo que te dije antes —se disculpó el enano, mirando atentamente, pero no a ella, sinó al cuchillo. Viendo la cara de concentración de ella, dejó escapar un débil aullido de dolor—: ¡Au!

    —¿Te he hecho daño? —se alarmó la hobbit, parando en seco. Fíli sonrió.

    —Ni un poquito.

Bryssa negó, sin poder evitar, no obstante, que una sonrisa se deslizara por sus labios. Una vez hubo acabado con él, pasó a liberar al resto de los enanos y cuando llegó a Thorin, aunque el enano no parecía para nada contento con verla allí, le agradeció con un asentimiento de cabeza. Permanecieron inmóviles allí, sin embargo. Bilbo estaba entreteniendo a los trolls y era crucial que los enanos le siguieran la corriente. Bryssa, mientras tanto, se ocultó de nuevo tras los matorrales y cuando se hubo cerciorado de que no era vista, volvió junto a Gandalf y Radagast.

    —Ya está —le dijo cuando llegó.

En la distancia, las primeras luces empezaban a iluminar el cielo en el horizonte. Bryssa miró a Gandalf, inquisitiva.

    —¿Qué vas a hacer?

    —Darles un poco de luz a la vida de esos trolls —sentenció Gandalf, sonriendo ampliamente. Entonces se subió a lo alto de la roca que les tapaba la luz del alba a los trolls y alzando su vara, el mago la dejó caer partiendo la piedra mientras exclamaba con voz de trueno—: ¡Que el amanecer caiga sobre todos y que sea piedra para vosotros!

En ese preciso instante, la aurora apareció sobre la colina y lo inundó todo de luz y los trolls no tuvieron tiempo a resguardarse cuando lentamente, fueron convirtiéndose los tres en piedra, porque como sabréis, los trolls se ocultan bajo tierra antes del alba o se convierten en el mismo material montañoso del que están hechos y jamás vuelven a moverse de nuevo.

Bryssa corrió hasta Bilbo y tras quitarle el saco y abrazarlo, se permitió sonreír, aliviada.

¡Hola!

Tengo este capítulo listo desde las siete de la tarde, pero hasta ahora no había podido publicarlo. Mil perdones por ello, pero aquí está, más tarde que nunca, pero aquí.

Admito que muchas cosas no estaban planeadas mientras escribía, pero una buena amiga me dijo que las historias se basan en plot twists que aparecen a medida que se escribe y le doy toda la razón, al menos yo.

De los capítulos que llevo de «Bryssa», este es por ahora mi favorito y con diferencia. ¿Qué os ha parecido? ¿Qué parte os ha gustado más? ¿Qué pensáis de las reacciones de los enanos que se han ido acercando más a nuestra protagonista? Me encanta leeros en comentarios, recordadlo.

Espero que hayáis podido notar los toques del libro que tiene este capítulo y que la explicación sobre los enanos de Erebor haya sido útil para los que no tenían conocimiento sobre ello.

Esperemos que a Bryssa no le duela mucho la mano (y por si no os habéis dado cuenta, es zurda).

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

Keyra Shadow.


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