III. La Orquídea Dorada
A punto de emprender la marcha de nuevo, ya con las luces del alba sobre sus cabezas, los enanos tuvieron que acomodar los paquetes de suministros y las pertenencias del último pony de carga en sus propias monturas para que Bryssa pudiera montar igual que el resto. A pesar de todo, nadie le dirigió la palabra salvo Bilbo y Gandalf una vez volvieron a formar la fila.
—Bryssa —la llamó Bilbo. La susodicha levantó la mirada de la crin oscura de Pomelo y lo miró—. Esto, eh... ¿por casualidad no tendrás un pañuelo, no?
—Lo siento, Bilbo —se disculpó. Al reforzar las provisiones se había olvidado por completo de coger un pañuelo y ahora empezaba a arrepentirse. Un estornudo salió de su boca sin poder contenerlo. Uno no le habría venido mal a ella tampoco.
—Ah, mis queridos hobbits —esbozó Gandalf conteniendo una carcajada—, tenéis mucho que aprender todavía. Debéis dejar de lado las comodidades y adentraros en el verdadero mundo que os rodea... si queréis volver a vuestro hogar algún día. —Y esto último lo murmuró para sí.
Gandalf estaba aterrado por lo que pudiera pasarles a ambos medianos, pero confiaba en que sabrían apañárselas sin él si el momento se presentaba. Su vista se alzó más allá de las copas de los árboles, mirando al Este con el semblante repentinamente serio. Algo se despertaba en el horizonte, una amenaza que no tardaría en despertar de un largo letargo. Por primera vez en mucho tiempo, en muchos siglos de vida, el mal parecía más aterrador que nunca.
A pesar de lo que fuera lo que fuera que pasaba al Este, ambos hobbits no podían ser más ajenos a ello. Mientras Bilbo intentaba por todos los medios no caerse de Menta ante un ataque de tos, Bryssa miraba la fila de enanos delante de ella. Observó con curiosidad a cada uno de ellos, sus gestos al hablar, su apariencia y escuchó atenta sus voces, intentando distinguirlas las unas de las otras mientras hablaban a la vez, a la espera de poder centrarse en cada una de ellas para distinguirlas de las demás. Un resoplido escapó de su boca a la par que su ceño se fruncía débilmente ante la concentración.
Gandalf rió al verla, las preocupaciones desapareciendo de su rostro casi al instante.
—Ah, Bryssa. Es cierto, creo que no te he presentado al resto de la Compañía —uno por uno, su vista se posó sobre ellos—. Antes de nada debes saber que la mayoría son parientes, primos y hermanos sobretodo. Empezemos por los nombres menos enrevesados, a pesar de que podrás notar que la creatividad no es el fuerte de los enanos a la hora de nombrar a sus descendientes. Bien. En la cabeza del grupo, junto a Thorin, a quien ya doy por hecho que conoces, se encuentran Balin y Dwalin, hermanos. A pesar de lo que pueda parecer, ambos son realmente afables, aunque puede que a Dwalin le cueste más enseñar esa faceta de sí mismo. Ambos lucharon junto a Thorin en la Batalla de Moria contra la horda de orcos de Azog y le son fieles hasta la muerte a Thorin; lo consideran su Rey y es él el legítimo heredero al trono de Erebor.
»Sus primos son Óin y Glóin. Óin perdió el sentido de la audición hace años, por eso utiliza una trompetilla de hierro; pero tened cuidado, también puede utilizarla de arma si se lo propone. Si le decís algo, tendréis suerte si lo entiende bien, aunque no acostumbra a fallar con lo que se le dice. Glóin es su hermano, ese enano pelirrojo, no el más voluptuoso, el otro. Tiene un hijo pequeño, Gimli, y es todo lo paternal y más, que puede ser un enano guerrero. Ambos hermanos son descendientes directos de Durin I, por cierto, así que también son parientes de Thorin.
Bryssa miró como Oín, con su barba plateada ondulando al compás de su risa, propinaba a su hermano un golpe descuidado en la cabeza con su trompetilla. Sonrió para sí misma, recordando a Prímula y Asfodelfas, dos de sus cinco hermanos, peleando allá en Casa Brandi.
»Los siguientes son también parientes de Thorin, estos mucho más cercanos, pues son hijos de su hermana y por lo tanto, sus sobrinos: Fíli y Kíli. La otra noche te dieron un buen susto con su relato sobre los orcos, Señor Bolsón —Gandalf dejó escapar una risilla mientras metía algo de tabaco en el interior de su pipa. Bilbo negó con la cabeza mirando hacia otro lado—. Son los segundos más jóvenes, aunque los primeros más problemáticos e insensatos.
—¿Quién es el primero más joven? —interrpió la hobbit. Gandalf le dirigió una breve mirada de advertencia.
—No me interrumpas, Bryssa Brandigamo, muestra algo se modales. Prosigamos por orden, por favor. ¿Por dónde iba? Ah, Fíli y Kíli, sí. Al ser dos de los más jóvenes poseen la vista más aguda y suelen ser dos de los mejores guardias para vigilar el campamento por las noches, aunque su afán por la lucha pueda hacerles, como ya he dicho, unos completos insensatos.
»Después tenemos a Dori, Nori y Ori. Dori hace las funciones de herbolario de la Compañía, sus conocimientos en lo que a plantas respecta es muy extenso; sin embargo, también es uno de los más fuertes a pesar de su carácter amable. Nori es quizá el que tiene el aspecto más agresivo de los tres, pero tranquilos, es de confianza. Ori es el primero más joven de toda la Compañía —Bryssa lo miró con las cejas alzadas y Gandalf dejó escapar otra risa—. Sí, Bryssa, él es el primero. Nunca se separa de su libro y su pluma, el día que no lo veáis escribiendo, será raro.
»Por último, están Bifur, Bofur y Bombur. Bifur es primo de estos dos últimos y suele hablar, cuando habla, en una lengua arcana enana, por lo que no entenderéis nada de lo que diga. Bofur es leal y comprensivo, algo que no todos los enanos suelen ser, pero cuando tenga que defender a sus allegados, lo hará como el que más. Y Bombur... más vale que apartéis de él las bolsas de las provisiones, su apetito es tan voraz como su lucha en batalla.
Y como para corroborar lo que decía, Gandalf les señaló entonces a Bombur, quien se inclinaba peligrosamente sobre uno de los fardos de comida de Glóin para alcanzarlo. Este último se dio cuenta a tiempo y clavó los talones en los costados de su pony de manera seca, haciendo que el animal pegara un pequeño brinco y trotara lejos de allí, saliendo de la fila. Los sobrinos de Thorin explotaron en estruendosas risotadas al presenciar la escena.
Bryssa sonrió. Aquellos quienes le habían parecido unos maleducados —deduciendo por la actitud de Thorin que todos eran iguales—, ahora se le antojaban mucho más cercanos.
Entrada la tarde, después de una larga caminata durante buena parte de la mañana, el campamento volvió a alzarse tras unas rocas picudas que los tapaban de la vista de posibles enemigos, aunque ellos podrían detectarlos a ellos sin esfuerzo desde su posición. Mientras Gandalf se entretenía fumando su pipa con las cejas fruncidas, y Bilbo permanecía lavando con esmero un trozo de tela para utilizarlo como pañuelo, Bryssa se encontró de repente muy sola. Sí, sabía que los enanos eran buena gente, pero aún así, sentía que era una intrusa entre ellos.
Deambuló en silencio observando las tareas que llevaba a cabo cada uno antes de acercarse a la pequeña hoguera, donde Bombur removía con una cuchara de madera un espeso líquido en una olla. Al acercarse más, el olor de la carne estofada en su jugo llegó hasta ella y no pudo evitar que la boca se le hiciera agua. Como si bajo el hechizo de la hambruna se encontrara, se acercó aún más y volvió a olisquear.
—Un par de hojas de laurel le darían más sabor al caldo —le dijo a Bombur. El enano, quien no había reparado en su presencia, la miró con el rostro descompuesto antes de darle la espalda descaradamente y centrarse en el guiso.
—Tseh —le pareció escuchar el resoplido del enano cuando se alejó de allí.
El ceño de la hobbit se frunció y sus labios se torcieron hacia abajo. Disgustada, escondió la mitad inferior de su rostro en su bufanda mientras caminaba sin rumbo entre los enanos. Le pareció ver por el rabillo del ojo que Fíli y Kíli la miraban, curiosos, a la par que afilaban sus espadas y que, más allá, Thorin mantenía un ojo puesto en ella, vigilándola.
Unos minutos más tarde, entre incómoda y enfadada, Bryssa se sentó junto a su primo y sacó otro trozo de bizcocho de la alforja. Gandalf la observó en silencio y negó lentamente antes de enderezarse e irse.
—Esos enanos son unos...unos...
—¿Maleducados? —aventuró Bilbo, en un susurro—. Sí, lo son, pero algunos no son tan malos como parecen. Al menos eso creo.
—Ponme un ejemplo —renegó ella con la boca llena de bizcocho. Bilbo le dirigió una mala mirada al verla hablar mientras comía, pero respondió.
—Balin. Balin es bueno y parece ser mucho más educado que algunos.
—Si tú lo dices...
Bryssa sabía que no podía juzgarlos, no en realidad; no los conocía de nada y a pesar de que Gandalf le hubiera explicado quien era cada uno, seguía creyéndolos unos completos desconocidos. Su punto de vista era comprensible, no era como si alguno de ellos se le hubiera acercado para presentarse personalmente o algo por el estilo. Simplemente sabían que ella estaba ahí y no se acercaban.
Un cuenco de madera apreció en su campo de visión y, con sorpresa, levantó la vista para observar a Gandalf.
—Con unas pocas migas de bizcocho no vas a recuperar las fuerzas, querida hobbit. —Tras decir aquello, le instó a que cogiera el cuenco y ella lo tomó.
Ante sus ojos, flotando sobre la superficie del estofado, Bryssa encontró una hoja de laurel. Con el rostro visiblemente iluminado por la ilusión, su vista se posó en Bombur, quien servía cuencos al resto de enanos. Gandalf percibió su cambio y se aclaró la garganta.
—Puede que haya escuchado lo que le decías a nuestro cocinero —murmuró frunciendo levemente el ceño—, así que le he puesto una hoja a tu guiso.
Los pardos orbes de la hobbit perdieron algo de su brillo tras escuchar eso. Por un momento, había creído que Bombur había considerado sus palabras, que las había aceptado de buen gusto, pero al parecer, los enanos eran más desconfiados con los extraños de lo que creía y no podía evitar pensar que, de cierta forma, también la estaban rechazando a ella.
Jamás se había sentido tan dejada de lado como lo estaba en aquellos momentos, ni siquiera con sus hermanos y hermanas en Casa Brandi. Si bien era cierto que Bryssa poseía un espíritu más atrevido al de sus hermanos cuando en lo que a vivir aventuras y salir del refugio del hogar se refería, nunca le habían dado la espalda, al menos no de manera radical. Ella había abandonado Casa Brandi con la conciencia tranquila, pensando en que si a ella le pasaba algo, sus hermanos a penas se inmurarían. Su madre le había quitado de la cabeza aquella idea, diciendo que por muy diferente que ella fuera del resto, sus hermanos la echarían de menos y hasta llorarían si algo llegaba a pasarle.
No obstante, Bryssa sentía que no se había equivocado al irse de Los Gamos, aquel simplemente no era su lugar, no después de que su parte Tuk despertara por completo.
Su lugar estaba fuera de la Cerca Alta, fuera de la Comarca; su lugar estaba donde su corazón le dictara.
Aunque, teniendo en cuenta que su hermana Prímula estaba prometida, pronto uno más de los hijos de Mirabella abandonaría su hogar. Según Bryssa tenía entendido, Prímula se había prometido a un Bolsón, como su primo, Drogo; el enlace se llevaría a cabo en una fecha señalada de uno de los meses siguientes, y la hobbit tenía la sensación de que no estaría presente para presenciarlo.
Y en su mente, en un rincón escondido tras su atrevida parte Tuk, algo le clamaba entre susurros que jamás volvería a ver a su familia.
Lo que la despertó a la mañana siguiente fue una débil sacudida. Atontada por los segundos entre la fina línea de los sueños y la realidad, Bryssa parpadeó hasta centrar su vista por completo en Bilbo, quien ya tenía sus fardos recogidos y atados a Menta y se mantenía inquieto, cambiando su peso de una pierna a otra; la miraba a ella y a algo más allá, a la izquierda, con mucha urgencia, alternativamente.
—Venga Bryssa —la apremió—, ¡ya se marchan! Gandalf los está entreteniendo todo lo posible, pero Thorin ya ha empezado a alejarse y loa demás lo siguen.
El bote que pegó Bryssa asustó a Bilbo, que se lanzó hacia atrás por el repentino gesto. La hobbit empezó a recoger sus fardos y una vez los tubo listos, los ató a la montura de Pomelo. Ambos montaron, aunque torpemente, y clavaron los talones en los costados de los animales, provocando que estos saltaran a la carrera. Todo lo que podía hacerlo un pony, al menos.
Ambos llegaron hasta la fila de enanos en pocos minutos y se situaron en su habitual lugar, junto a Gandalf. Bryssa intentó recuperar el aire a duras penas, pues aunque no había corrido en absoluto, los nervios por quedarse atrás habían hecho mella en ella.
Gandalf les dirigió una mirada de disculpa cuando los vio a su lado.
—He intentado retenerlos todo lo posible, pero Thorin no quería perder más tiempo —las palabras del Istari provocaron en la hobbit un profundo ceño fruncido. Gandalf se apresuró a añadir—: pero él estaba convencido de que vendríais no mucho rato después.
—De todas formas —habló ella, malhumorada—, ¿por qué tiene tanta prisa? No es como si esa montaña fuera a moverse del sitio.
—Veo que escuchaste nuestra conversación privada —los ojos de Gandalf se entrecerraron con suspicacia. Había pronunciando la última palabra en un tono distinto, remarcándola y a Bryssa poco le faltó para avergonzarse por haber escuchado a hurtadillas—. La Montaña Solitaria es muy importante para ellos y ahora que ha corrido la voz de que estos enanos planean recuperarla, otras criaturas están dispuestas a hacerlo primero. Por eso, Bryssa, debemos seguir el paso que Thorin dicte.
—Pero ahí dentro hay un dragón, ¿no espantaría él a quien intentase entrar dentro? —interrumpió Bilbo de repente.
Gandalf sonrió.
—Es probable que Smaug lo hiciera, pero un dragón no es inmortal, Bilbo, también tiene puntos débiles en su poderosa coraza y hay quienes no dudarían en utilizarlos a su favor para derribar a una bestia de semejante envergadura.
El silencio volvió a reinar entre ellos y lo único que se escuchaba de vez en cuando eran los estornudos de Bilbo y Bryssa. Este primero por el pelo de pony y la segunda, por el resfriado tras la lluvia del día anterior, aunque aquel el tiempo tampoco les era favorable. Había empezado a llover desde muy entrada la mañana y el cielo se mostraba de un impasible color grisáceo; Bryssa esperaba el resonar de los truenos en el firmamento como quien espera una visita planeada. Era un día de tormenta espantoso.
Volvieron a parar cuatro horas más tarde para comer y brindarles a los ponies un descanso, y aunque no lo admitieran, para que los jinetes pudieran reposar también. Conversando con Bilbo y Gandalf, Bryssa se olvidó del comportamiento de los enanos.
—¡Oíd, Señor Gandalf! —gritó por encima de repiquetear de la lluvia Dori—; ¿no vais a hacer nada para evitar este diluvio?
La lluvia caía a raudales y en algún punto del camino, Gandalf había pasado a estar al frente del séquito para guiarlo a través del clima tormentoso que los envolvía. Bryssa y Bilbo se habían quedado un tanto rezagados, pero no le perdían la pista al mago en lo más mínimo. La hobbit miró a su primo, encontrándose que mientras ella permanecía medianamente caliente gracias a su capa y su bufanda, Bilbo mantenía una expresión hastiada, mojado de pies a cabeza. Le tendió la manta que utilizaba a modo de colchón por las noches poco después y su primo se lo agradeció con una sonrisa cansada mientras se envolvía en ella cuidadosamente.
Gandalf, a la cabeza del grupo, ni se molestó en girarse para mirar al enano.
—¡Está lloviendo, Señor Enano! —vociferó de manera obia—. ¡Y seguirá lloviendo hasta que cese de llover! ¡Si deseas cambiar el tiempo deberías buscarte otro mago!
Bilbo, que parecía haber cogido algo de color gracias a la manta de su prima, alzó la mirada, interesado.
—¿Es que hay más? —preguntó.
—¿Más qué? —inquirió Gandalf, aún sin girarse.
—Otros magos.
—Somos cinco —respondió el Istari—. El más poderoso de nuestra Orden es Saruman el Blanco y luego están los dos Magos Azules, fueron escogidos por los Valar para ayudar a los pueblos libres contra una de las mayores amenazas que ha conocido jamás la Tierra Media; Alatar y Pallando son sus nombres, Morinehtar y Rómestámo en quenya³. Fueron enviados al Este y no se ha sabido de ellos desde entonces. —Las pobladas cejas del maiar se alzaron brevemente antes de fruncirse.
Bryssa escuchó con atención, pues desconocía que hubieran más magos a parte de Gandalf en el mundo.
—¿Y quién es el quinto? —prosiguió Bilbo con sus preguntas.
—El quinto es Radagast el Pardo.
—¿Es un gran mago o es...como tú?
Bryssa contuvo una exclamación de sorpresa y se tapó a mitad del rostro con su bufanda para ocultar su sonrisa. El maiar, por otra parte, lejos de sentirse insultado, se giró para mirar a Bilbo por encima del hombro.
—Yo lo creo que es un grandísimo mago, a su modo. Un ser amable que prefiere la compañía de los animales a la de otros. Además, vigila las vastas tierras boscosas del Este. Algo harto conveniente —añadió, su tono tornándose más serio y misterioso—, pues el mal siempre acecha en este mundo.
Aquella noche, tras establecer los turnos de guardia, Bryssa se acurrucó lo más cerca de Bilbo que pudo mientras él la abrazaba para brindarle más calor. Una fiebre se había apoderado de ella fruto de las lluvias y Bryssa se sentía extremadamente fría, a pesar de que su temperatura fuera la contraria. En parte, Bilbo la estaba utilizando como hoguera personal, Bryssa lo sabía, pero poco le importaba.
Una serie de estornudos escapó de ella pillándola desprevenida y el pecho le ardió hasta las entrañas y la cabeza le dio vueltas por unos segundos. Se acurrucó más contra Bilbo y hundió la cabeza en la bufanda carmesí, firmemente sujeta a su cuello con varias vueltas.
—Bilbo.. —susurró con la voz queda, débil y enfermiza. Él se apresuró a callarla.
—Shh, Bry —el apodo que todos en su familia le habían otorgado sonó dulce de labios de su primo—. Necesitas descansar, no gastes fuerzas intentando hablar.
Hacía años que no la llamaba de aquella forma. La última vez que la había llamado de aquella forma había sido hacía veinte años, cuando ambos eran mucho más jóvenes. Bryssa había caído del árbol que trepaba en Bolsón Cerrado y Bilbo había acudido a socorrerla de inmediato. Con las rodillas raspadas y un feo moratón verdoso en el brazo, la joven hobbit había roto a llorar sin poder soportar el dolor. Bilbo la había cogido en brazos y la había conducido dentro del agujero-hobbit; no se había separado de ella en ningún momento, ni siquiera cuando Mirabella le había dicho que saliera fuera porque tenía que subirle el vestido para curarle las rodillas a la hobbit.
Como aquella vez hacía tantos años, Bilbo permaneció a su lado y Bryssa supo que no se apartaría de ella ni aunque intentaran atarlo a una roca. Admiraba aquella parte de su primo, a quien consideraba casi un hermano mayor, pero tampoco podía evitar sentirse inútil al respecto. Era casi seguro que por su culpa, la Compañía se retrasaría y no quería causar más problemas de los que, por lo visto, estaba causando. Bryssa Brandigamo se sentía como un lastre, y nadie cambiaría sus pensamientos.
Se escuchó como alguien se aclaraba la garganta. Entonces, Bilbo la movió zarandeándola levemente y ella levantó la vista solo para que la sorpresa inundara su enfermizo y cansado rostro. Delante de ella, Dori se aferraba con firmeza a un fardo voluptuoso en su costado y le dirigió a Bryssa la primera mirada suave —si es que podía considerarla de esa manera—, que uno de aquellos enanos le dirigía por primera vez.
—El Señor Gandalf me ha comunicado su estado —dijo el enano. La voz de Dori era más amena que la del resto, más cordial y exageradamente educada—. He pensado que no le vendría mal un remedio de hierbas para mejorarse. Además, Thorin no quiere que nadie más enferme a tan pocos días de la partida de la casa del Señor Bolsón y me ha apremiado para que viniera lo antes posible.
El enano se arrodilló delante de ellos entonces y sacó varios frascos con plantas secas del interior del zurrón. También extrajo una cuchara de madera, un mortero del mismo material y un pequeño cuenco. Virtió de un pequeño vial algo de agua y procedió a machacar algunas hierbas que, si le hubieran preguntado a Bryssa, más bien parecían venenosas. Cuando obtuvo una una espesa pasta, lo echó todo en el cuenco y lo mezcló todo a conciencia. Una vez hubo acabado, Dori le tendió lo que había resultado: una especie de líquido espeso y grumoso.
Bryssa pasó saliva disimuladamente mientras se aproximaba el cuenco a los labios, pero antes de que estos tocaran la superficie de madera, Dori la detuvo, alarmado.
—¡¡No!! —exclamó de golpe. Algunos de los enanos se giraron, sobresaltados, a mirarlos. Dori pareció ajeno a ello—. Esa crema no es para que la ingiráis, debéis untárosla en el cuello y por debajo de la nariz, sin tocar la boca. Os aliviará los pulmones y despejará vuestros orificios nasales, de esa forma podréis respirar mejor. Repetidlo tres veces cada dos horas durante dos días. Y sobretodo, que la pasta no se seque. De lo contrario, tendréis que recurrir a mí por más, y no es que me quede mucha Orquídea Dorada.
—Muchas gracias, Maestro Enano —le sonrió ella a duras penas, asintiendo. Dori le sonrió débilmente.
—Podéis llamarme Dori y recordad lo que os he dicho. Pronto estaréis mejor. Buenas noches.
Bryssa lo observó mientras se marchaba y sonrió mientras se untaba la crema en las zonas que Dori le había indicado. A pesar de todo, quizá Bilbo tenía razón y no todos los enanos eran unos maleducados.
³ Quenya: se dice de la lengua de los Altos Elfos, también conocida como la lengua de los elfos de Valinor, la tierra de los Valar, entre otros.
Capítulo dedicado a duffito y a Elendil_Osore, a la primera por apoyar el fanfic desde el minuto cero y a la segunda, porque ha llegado a conquistarme con su manera de ser con tan solo leer sus comentarios.
¡Hola!
Tarde, pero aquí está el tercer capítulo. La verdad es que me estoy esforzando mucho por actualizar así de seguido, los que me conozcan y lean esta historia sabrán que esto no es muy usual.
Este capítulo era un poco de transición antes de la primera parte de acción de la historia. ¿A alguien le apetece un buen plato de rayos de Sol? A ver quien lo entiende, aunque creo que no es tan difícil.
Sin embargo, hemos visto más de Bryssa y la relación con sus hermanos y con el propio Bilbo. Me muero de amor con la forma en la que Bilbo la trata, como si ella fuera la hermana pequeña que nunca tuvo. Además, hemos podido ver que se ha hecho mención a los otros magos de la Orden de los Istari, de los cuales Bryssa no tenía ni idea. Y sí, me he tomado la libertad de añadir más información sobre los Magos Azules, aquellos que en la película, Gandalf alega que no se acuerda de sus nombres. Cosas como estas son las que añadiré para enriquecer mínimamente más la historia. Y por último, sí, las presentaciones de los enanos eran necesarias, Bryssa caminaba literalmente entre desconocidos a excepción de Bilbo y Gandalf. Y Thorin, pero él casi no cuenta.
¿Qué os ha parecido? ¿Tenéis alguna teoría ya en mente? ¿Qué os parece el comportamiento que los enanos están teniendo con Bryssa? ¿Qué pensáis de Bilbo con respecto a su prima?
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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