II. El Pálido Orco
El estudio de Bilbo Bolsón era una sala que conectaba con el resto de las estancias, con baúles repletos de mapas y estanterías que llegaban a rozar el techo llenas de libros. En el escritorio siempre reposaban dos botes de tinta y cuatro plumas ordenadas por tamaño de distintas tonalidades, y las ventanas redondas, como deben serlo en un agujero-hobbit, se mantenían siempre iluminadas por el sol. Bryssa admiraba aquel lugar desde que podía recordar y siempre que visitaba el hogar se resguardaba allí. Pero ahora, mientras se levantaba del suelo —ya que se había caído de la silla del escritorio—, no podía detestarlo más.
Se talló el cuello con ambas manos y bostezó sonoramente. Le dolían el cuello y el lado izquierdo del abdomen al haber pasado toda la noche durmiendo sobre este; el estómago le rugió y justo cuando el pensamiento de comerse unas tostadas untadas en mermelada y una buena taza de té llegó a su mente, se dio cuenta de un factor bastante importante y preocupante.
No había ruido.
El sentimiento de alarma la abrumó momentáneamente antes de levantarse de un salto y salir del estudio a toda prisa. Registró cada rincón del hogar e incluso miró en la alacena a la espera de ver a un enano devorando la comida que quedaba, pero no encontró nada. La única huella notable que percibió en el comedor fueron los restos de un desayuno apresurado y en la cocina habían quedado restos de la vajilla de su tía Belladonna sin lavar.
«No, no, no, no» —pensó presa del pánico. «¡Se han ido y no me he dado cuenta!»
Bryssa estaría mintiendo si dijera que sabía qué hacer en aquel instante. Revisó de nuevo el agujero de arriba a bajo solo para confirmar una vez más sus sospechas; incluso Bilbo se había ido y no podía dejar de sentirse traicionada al respecto, pues había preferido embarcarse en una aventura con unos desconocidos antes que con ella, su prima. Ni siquiera se había dignado a dejarle una simple nota explicándole el motivo de aquello.
Por unos instantes, Bryssa se quedó muy quieta con la mente totalmente en blanco y después, como si un rayo hubiera impactado contra ella, echó a correr por toda la casa en busca de suministros y una bolsa donde meterlo todo. Encontró esta última en la alacena, una de tela marrón resistente que según parecía por el olor, Bilbo había utilizado para guardar patatas. A continuación, registró los estantes medio vacíos y tomó todo lo que alcanzó a ver que estuviera en buenas condiciones.
Poco después, Bryssa alistó su propio fardo y cogió algo de ropa de Bilbo que, aunque le quedaba un tanto grande, se puso para más comodidad. Sujetó los pantalones a su cintura con un cinto improvisado, un pañuelo largo que había encontrado desperdigado por alguna parte, muy probablemente de los enanos. Se dejó el vestido puesto, no obstante y metió la falda por dentro de la tela que cubría sus piernas. Una vez hubo estado lista, lo cogió todo y salió por la puerta a toda prisa después de cerrarla.
Se habrían ido sin ella, pero pensaba encontrarlos, por mucho que le costase.
Correr no había sido una buena idea. A pesar de tener una constitución más ligera y ágil que sus hermanos y hermanas, Bryssa no gozaba de mucha destreza a la hora de salir trotando a toda prisa. Con la respiración ligeramente entrecortada durante los primeros minutos después de dejar la carrera, había caminado durante tres horas cuando, a media mañana, escuchó los relinchos y resoplidos de unos caballos. Miró a su alrededor presa del pánico y rápidamente se subió a un árbol cercano, lo suficientemente alto como para ver lo que se extendía por delante de ella. Los sonidos de los caballos empezaron a hacerse cada vez más fuertes y los nervios aumentaban en Bryssa por momentos; ¿y si no eran ellos? ¿Y si ya habían desaparecido por completo y ella había llegado tarde? Sin poder evitarlo, se encorvó por encima de la rama y observó hacia abajo. Un sentimiento de alivio la invadió cuando, efectivamente, comprobó que tal vez no tenía tan mala suerte.
Eran ellos.
Encabezaba la marcha el enano al que había conducido hasta el agujero-hobbit de Bilbo, el gruñón cascarrabias de nombre Thorin, si mal no recordaba. Le seguían de cerca los demás enanos, Gandalf y a su lado, Bilbo. Formaban una perfecta fila india y el paso de los poneys era moderado; tenían prisa. Bryssa los observó con cuidado, conteniendo la respiración por miedo a que la escucharan, pues si lo hacían, era probable que la ataran de pies a cabeza y la enviaran en un barril por el Brandivino hasta Los Gamos. No iba a permitir aquello. Un estornudo la sobresaltó y las hojas de su alrededor se movieron en consecuencia. Thorin miró hacia arriba y Bryssa hizo lo posible por aferrarse más a la rama, intentando futilmente, en su opinión, mimetizarse con la corteza oscura y robusta.
Afortunadamente, después de echar otro vistazo, los ojos tormentosos de Thorin se desviaron hacia el camino. El pecho de Bryssa se hinchó con una nueva bocanada de aire; aquello había estado cerca. Una vez se hubo asegurado de que habían avanzado varios metros por delante de ella, bajó silenciosamente y corrió hasta el árbol siguiente. Repitió aquel movimiento tantas veces fueron necesarias y cuando los árboles se hubieron acabado en el camino, pasó a esconderse tras las rocas y los arbustos.
Hubo momentos en los que les perdió el rastro por completo a causa de las extensas llanuras a campo abierto sin árboles, matorrales o rocas donde esconderse y no era sinó hasta media hora más tarde que podía empezar a moverse de nuevo, y no era hasta pasada media hora más , cuando la hobbit podía determinar con certeza donde se encontraba el grupo. Así, Bryssa siguió al grupo hasta la caída del día, cuando los enanos decidieron instalarse en una cueva encima de una montaña y construyeron el campamento.
Había llovido a cántaros largo y tendido durante una buena parte del trayecto hasta aquella zona, por lo que cada vez que se levantaba un poco el aire, Bryssa tenía la sensación de que moriría congelada. Las ropas hacía rato que se le habían despegado del cuerpo, pero a pesar de todo aún podía sentirlas húmedas y frías ante el contraste de su temperatura corporal, la cual parecía aumentar a cada segundo que pasaba. Aquello sería el colmo, resfriarse cuando la travesía no había ni empezado verdaderamente.
Sin embargo, era normal. No estaba acostumbrada a deambular debajo de un torrente de aguas fluviales y menos siguiendo a un séquito de enanos, un mago y su primo. De haberse encontrado en Los Gamos, su madre habría acudido en su busca y la habría arropado con tres mantas antes de postrarla delante de una chimenea de ascuas abrasadoras, y una buena taza de sopa de pescado recién hecha. Una punzada le recorrió el pecho desde lo más profundo de su ser y sin hacer ruido, se envolvió la bufanda carmesí hasta la mitad del rostro en busca de más calor. Bryssa no lo admitiría, pero echaba de menos su hogar.
Escondida encima de la ladera de la montaña, en la cual la Compañía se había establecido dentro de la cueva, con la entrada desmesuradamente abierta, Bryssa rebuscó en la alforja algo que llevarse a la boca. Un trozo de bizcocho de limón calmó de repente a su estómago hambriento y lo devoró pausadamente mientras vigilaba al grupo debajo de ella. Unas migas cayeron hasta su regazo y despreocupada, las sacudió mientras daba otro mordisco. Habían encendido una hoguera y algunos ya dormían plácidamente, como si estar a la intemperie no les importara en lo más mínimo.Era como si los peligros que acechaban en las sombras de la noche no perturbaran sus sueños. Ella, por otro lado, recordaba el encontronazo con el trasgo a orillas del Brandivino y estaba determinada a no pegar ojo por pura precaución. Por eso y por si a algún enano se le pasaba por la cabeza montar guardia encima del campamento.
Unos aullidos terribles y sumamente agudos, espeluznantes en su opinión y que le pusieron los bellos de punta, se escucharon en la lejanía. De repente ya no tenía más hambre. Los escuchó sin tener más remedio y sintió como su corazón se aceleraba por momentos. El miedo volvía a invadirla lentamente.
«Tranquila, tranquila, tranquila» —se repetía una y otra vez en su mente. No podía permitirse perder los nervios, no otra vez.
Se inclinó ligeramente sobre el matorral en el que se resguardaba de la vista de sus —sin saberlo— guías y observó a su primo. Bilbo se había levantado de su sitio apenas unos minutos atrás para darle a su pony una roja manzana y al escuchar los gritos, había reculado sin remedio hasta estar más cerca del fuego.
—¿Y eso? —preguntó el hobbit de repente.
Dos de los trece enanos, aquellos que parecían inseparables, miraron atentamente la lejanía y sin embargo, despreocupados. Bryssa seguía sin entender la tranquilidad que rondaba a aquellos Hijos de la Tierra. Aquellos dos en especial parecían incluso emocionados.
—Orcos —murmuró con un deje de fascinación el de pelo negro y con un pequeño rastro de bello facial en el rostro.
Bryssa tembló inconscientemente. Si un trasgo ya había causado estragos en su coraza Tuk, no quería saber lo que haría un orco.
—¡Orcos! —medio exclamó Bilbo, alarmado. El enano de cabellera y barba rubias asintió.
Thorin pareció alerta de súbito, los rastros de su sueño ligero despejados con una rapidez anormal.
—Degolladores —aclaró el enano rubio, separando la pipa de sus labios—. Habrá decenas ahí fuera. Las tierras solitarias están plagadas.
—Atacan de madrugada, cuando todo el mundo duerme. Son rápidos, no hay gritos, solo mucha sangre.
Entonces empezaron a reírse y Bryssa acabó por tacharlos de inconscientes de manera definitiva. Observó, con el ceño fruncido ante la incredulidad que sentía, como Thorin se levantaba y les dirigía una dura y severa mirada.
—¿Os parece gracioso? —ambos enanos se quedaron callados—. ¿Os tomáis a broma un ataque de los orcos?
—Eh... lo hemos dicho sin pensar —murmuró el moreno, visiblemente arrepentido.
—Ya, sin pensar...no tenéis ni idea.
Bryssa no se caracterizaba por ser observadora, pero cualquiera podría haber deducido que, por el tono del enano Thorin, los orcos no podían tomarse ni como una broma, por muy sin pensar e inocente que fuera.
—No hay que tenérselo en cuenta —Bryssa se inclinó un poco más para ver al enano más anciano que acaba de hablar—. Thorin tiene más motivos que nadie para odiar a los orcos.
»Cuando el dragón tomó la Montaña Solitaria, el Rey Thror intentó recuperar el antiguo reino enano de Moria. Pero nuestro enemigo se había adelantado. Moría había sido tomada por legiones de orcos bajo el mando del más malvado de toda su raza, Azog el Profanador, el gigante orco de Gundabad¹. Había jurado exterminar el linaje de Durin; empezó... decapitando al Rey. Thráin, el padre de Thorin, perdió el juicio a causa del dolor, despareció. Si estaba preso o muerto, lo ignorábamos.
»Nos quedamos sin líder. La derrota y la muerte se cernieron sobre nosotros. Fue entonces cuando lo vi —una sonrisa se extendió por el rostro del anciano enano al decir aquello—; haciendo frente al pálido orco. Ahí estaba solo ante tan terrible enemigo: su armadura hecha jirones ¡con una simple rama de roble como escudo!
Azog el Profanador aprendió ese día que el linaje de Durin no sería tan fácil de destruir. Los demás miembros del ejército enemigo no tardaron en retirarse al ver a su líder herido tan gravemente. ¡Acometimos e hicimos retroceder a los orcos! Nuestro enemigo había sido derrotado. Pero no hubo celebraciones ni canciones esa noche, pues nuestras numerosas bajas pesaban demasiado. Solo sobrevivimos unos pocos y entonces me dije: «Hay uno al que podría seguir. Hay uno al que podría llamar Rey».
Bryssa pareció quedarse muda ante la historia que había contado el anciano. Era por aquella razón por la que Thorin les guardaba tanto resentimiento a los orcos: habían acabado con parte de su familia, muy posiblemente a sus amigos también. Siguió mirando, esta vez maravillada ante tan terrible muestra de respeto y devoción, como los enanos se habían levantado o bien despertado y miraban atentos todos los movimientos de Thorin. Este los miró e inclinó la cabeza en señal de respeto.
—¿Y el Pálido Orco? —quiso saber Bilbo tras el breve silencio—. ¿Qué fue de él?
Pero esta vez fue otro quien respondió a su pregunta.
—Regresó al agujero del que había emergido. Ese infame murió hace tiempo a causa de sus heridas.
Thorin pasó entre los enanos dando por finalizada la conversación. Se organizaron turnos para montar guardia poco después y unos minutos más tarde, los que podían se limitaron a descansar después de la larga caminata que se había llevado a cabo aquel día. Bryssa volvió a sentir el aire helado calándola hasta los huesos y se llevó las manos a la boca mientras exhalaba, buscando calentarlas. La noche era mucho más fría de lo que había predicho, sentía que le faltaban al menos cuatro capas más de ropa, incluyendo una capa más gruesa. Cansada como estaba, se arrebujó aún más en la bufanda e intentó conciliar el sueño en un estado de vigía que, aunque intentó que fuera ligero, resultó ser más profundo a causa de su cansancio.
A pocas horas de que el alba se alzara en el horizonte con sus tonalidades rosadas, Bryssa sintió la hierba crujir a sus espaldas. Se le abrieron los ojos de golpe y su corazón empezó a palpitar desquiciadamente en el interior de su pecho, ¿y si era otro trasgo? Si se había encontrado uno en el Brandivino, ver otro por aquellos páramos habría sido normal. Optó por quedarse quieta mientras pensaba en una manera de huir de ahí lo más rápido posible.
Si salía corriendo, por muy sigilosa que fuera, la Compañía se percataría de su presencia a causa de su repentino y sobresaltado movimiento. Si se quedaba donde estaba, con mucha suerte podría rodar sobre sí misma como un barril por la ladera por la cual había subido la criatura, aunque también corría el riesgo de caer hacia delante y de igual manera, alertar al grupo de que estaba allí. Quedarse quieta no era una opción, porque entonces el trasgo la mataría seguro y lo único que encontrarían sería su cadáver, estaba segura. Entonces Bilbo habría tenido que dar media vuelta y volver atrás hasta Los Gamos, donde entregaría su cuerpo inerte a su madre y entonces Mirabella Tuk habría contado con una hija menos y probablemente tiempo después habría muerto de pura pena, porque Bryssa era consciente de que su madre le tenía mayor aprecio que a sus hermanos y hermanas.
«¡Para ya, desquiciada!»
Se tensó de pies a cabeza sin remedio. Los nervios se habían apoderado de ella y había comenzado a divagar sin poder evitarlo, arrebatándole también el tiempo necesario para huir. Eso era todo. Aquel era el fin de Bryssa Fadinda Brandigamo Tuk, de una hobbit inconsciente que moriría bajo las garras de un sucio y pestilente trasgo, que no cumpliría su sueño de viajar más allá de Rivendel. Que moriría siendo una Don nadie.
Entonces una garra tapó su boca de improvisto y quiso gritar tanto como le permitieran sus pulmones. ¡Al cuerno si avisaba a los enanos, a Gandalf o incluso a Bilbo de que estaba allí! Ella no quería morir ¡era demasiado joven! Se revolvió sintiendo como era aferrada con severidad para evitar un posible escape y estuvo a punto de morder la garra cuando se percató de una cosa: lo que le tapaba la boca no era una garra...era una mano. Una mano gruesa pero de dedos fuertes, llenos de cayos y durezas, lo suficientemente largos como para tocar un instrumento sin problemas.
Y entonces se dio cuenta de algo más: lo que la tenía cogida imposibilitando su fallida escapada no era ni de lejos pestilente, ni mucho menos sucio. A sus orificios nasales llegaron el olor de una pipa de hierbas mentoladas y el olor de los pinos y la tierra mojada.
—Ahora debería pedirte una razón para no matarte aquí mismo.
Como si la hubieran tirado al Brandivino en pleno invierno, Bryssa reconoció al instante aquella voz tan malhumorada que le había susurrado al oído.
—Soph laph phima eh fuph phaquephor —balbuceó como pudo. La mano en su boca se aflojó lo suficiente como para permitirle vocalizar en condiciones—. Soy la prima de su saqueador.
Casi a regañadientes, Thorin la soltó aunque mantuvo uno de los brazos de la hobbit preso por una de sus manos. No era un asesino, pero tampoco iba a permitir que aquella cría saliera impugne por haberlos seguido.
Bryssa, por otra parte, no podía hacer nada más que protestar mientras el enano la conducía ladera abajo.
—Ni siquiera supo pasar desapercibida —renegó él, sumamente enfadado—. Ori pensó que caía comida del cielo a causa de unas migajas de bizcocho que le cayeron en la cabeza.
Bryssa abrió la boca, sin poder creérlo.
—¡Sabiáis que estaba ahí!
—Hasta una ardilla podría haberse dado cuenta de que nos estaba siguiendo, prima del hobbit.
—Mi nombre es Bryssa —refunfuñó ella. Thorin se paró de golpe y la encaró.
—¿Qué creéis que está haciendo aquí, Bryssa? —sus palabras eran como el siseo de una serpiente que no escupe más que veneno—; ¿creéis que esto es un juego? ¿Que vamos en busca de la aventura solo por un capricho de sangre? Esto es más importante que cualquier temeridad de una cría mediana.
La mandíbula de ella se desencajó ante la impresión. Thorin había escuchado la conversación que ella había mantenido con Bilbo la otra noche en Bolsón Cerrado, después de las tensas presentaciones.
Se dejó arrastrar hasta que estuvieron delante de Gandalf, quien fumaba plácidamente dándole suaves caladas a su pipa, con la visera de su sombrero tapándole el rostro. No levantó la vista cuando percibió a ambos de pie ante él. Los demás enanos se acercaron, curiosos al ver a la hobbit allí.
—¡¿Es que no vais a decirle nada?! —explotó Thorin después de unos minutos de total silencio. Gandalf se removió y volvió a dar una calada a la pipa—. Nos ha seguido aún cuando dejé claro que no formaba parte de la Compañía, que no era bienvenida en ella ni a la reunión que se llevó a cabo en la casa del Señor Bolsón.
Gandalf dejó escapar un halo de humo.
—Hmph —se limitó a resoplar. Thorin empezó a perder los nervios.
—Escuchadme bien, Tharkún² —prosiguió el Hijo de la Tierra—, me da igual quien sea esta mediana, qué relación tenga con vos o con el otro hobbit. Nos ha seguido y merece recibir un escarmiento y después, enviarla de vuelta a casa.
Gandalf se quedó quieto y separó la pipa de sus labios; Throin aguardó con la sangre hirviendo. Entonces el mago se alzó de repente y en toda su considerable altura, miró hacia abajo en dirección al enano. Cuando habló su voz fue clara y profunda, destilando una amenaza camuflada.
—¿Y qué escarmiento propone Throin Escudo de Roble que se le de a una niña? —Bryssa frunció el ceño, pero no dijo nada. Gandalf prosiguió—: Adelante, hazlo y después mándala a casa, tírala al río hasta que llegue a Los Gamos si lo consideras necesario, pero te diré una cosa, enano gruñón: si algo llega a pasarle a Bryssa Brandigamo en su camino de retorno, aquello que le ocurra se añadirá a todo lo que ya pesa en tu conciencia. ¿Lo soportarías, Thorin? ¿Soportarías otra muerte inocente más? —Thorin guardó silencio, bajando la vista al suelo ligeramente—. La conozco desde que su madre la presentó ante la Comarca y todo Hobbiton en una de las fiestas del Viejo Tuk. La he visto crecer y el cariño que le tengo es tan ciego como el que siento por el Señor Bolsón. Yo no soportaría el peso de su muerte ni me quedaría tranquilo, Thorin, hijo de Thráin. Es algo que no voy a permitir.
El silencio reinó una vez más en el campamento y Bilbo acudió de inmediato entre empujones hasta situarse donde se encontraba su prima. Thorin soltó el brazo de ella y permitió que ambos hobbits se abrazaran brevemente. La conversación pareció acabar ahí, pero mientras los enanos volvían a sus quehaceres, Gandalf se aproximó una vez más al líder de la Compañía.
—No obstante, considero que tienes razón —Thorin lo miró brevemente antes de seguir recogiendo pertenencias—. No voy a permitir que Bryssa nos acompañe, al menos no por el momento. —Viendo que el enano iba a protestar, lo calló—. No, Thorin, no voy a enviarla a casa. Por ahora, viajará con nosotros durante dos días más. Entonces avisaré a un viejo amigo y él se encargará de llevársela consigo. Volveremos a verla, eso te lo aseguro, enano tozudo.
Y aunque Bryssa no supo deducir de qué estaban hablando aquellos dos, casi encaramados a la pared de roca de la cueva para que no les escucharan, aunque hubiera sido descubierta finalmente, se sentía feliz. Al menos ahora podría acompañarlos en la travesía, podría estar con su primo y con Gandalf, e incluso podría formar parte de la Compañía si se lo permitían.
O eso creía ella.
¹ Gundabad: Gundabad o Monte Gundabad es una montaña en el norte de la Tierra Media ubicada sobre las Montañas Nubladas muy cerca del punto de acercamiento entre estas y las Montañas Grises. Este monte tenía significación especial para los Enanos, pues según sus tradiciones allí se había producido el despertar de Durin, el mayor de la raza y padre de los Enanos Barbiluengos es decir, el Pueblo de Durin, y de allí "el Inmortal" se dirigió al sur para fundar Khazad-Dûm. También fue el lugar donde los Enanos "(...)solían celebrar "Asambleas de Delegados...," con representantes de todas las Casas, para tratar asuntos importantes para la raza.
² Tharkún: igual que los elfos se refieren a Gandalf como Mithrandir, los enanos se refieren a él como Tharkún.
¡Hola!
Este capítulo va dedicado a las dos lectoras más recientes de la historia: Lairelen y b-barnes, ya que sin ellas no habría encontrado ni la inspiración ni las ganas suficientes como para escribir o seguir este capítulo. Además, la segunda me hizo un regalo totalmente inesperado y al que le he cogido mucho cariño al ser el primer obsequio de ese tipo que me hacen, un póster que podéis encontrar en el apartado gráfico.
Bueno, pues a Bryssa las cosas no le han salido como tenía planeado, aunque tampoco está disgustada, al parecer. Además, ahora sabe más del pasado de algunos de los enanos, sobretodo de Thorin, con quien sigue teniendo choques de carácter. ¿Qué pensáis a cerca de las palabras de Gandalf? ¿Quién creéis que sea ese viejo amigo del que habla?
Quiero aclarar dos cosas: el miedo que siente Bryssa y su edad. Voy a empezar por esta segunda. Bryssa es diez años menor que Bilbo, es decir, que tiene cuarenta años (lo que para un hobbit se dice más bien joven) y Bilbo conserva sus cinquenta intactos. En el capítulo, además, ahora podemos deducir cuándo es el cumpleaños de nuestra protagonista, en los solsticios de verano, justamente cuando el Viejo Tuk organizaba sus fiestas. Lo que quiere decir que Gandalf siempre estuvo presente en sus cumpleaños.
Ahora bien, el miedo que siente Bryssa. Bryssa es una inconsciente, pero no una temeraria como pueden serlo a veces Fíli y Kíli, quienes se han robado algunos minutillos del capítulo. Sus ansías de aventura la habían mantenido hasta ahora muy motivada, pero debéis entender que tanto por su edad, como por el hecho de que jamás había salido de la Comarca o Los Gamos, que el que sienta un poco de miedo es más que normal. Un trasgo le rasgó media cara, ¿hola? Por el amor de los Valar, es todo lo hobbit que puede ser un hobbit con sangre Tuk. Sí, sigue queriendo aventuras hasta saciarse y incluso después de eso seguirá queriendo aventuras, pero también es una Brandigamo, también es una hobbit acostumbrada al hogar y sus comodidades como Bilbo. Es algo que quería dejar claro para evitar posibles confusiones.
¿Qué os ha parecido? ¿Os ha gustado?
Admito que en un principio en este capítulo iban a pasar más cosas y más distintas, como que Bryssa no iba a ser pillada, pero después pensé que eso no iba a ser muy realista (es decir, sí, los hobbits son sigilosos, pero en el caso de Bryssa, como es una despreocupada hasta cierto punto y aún joven, era de esperar que la encontraran más temprano que tarde).
En fin, supongo que el siguiente capítulo vendrá después del tercero de «Tormenta Silenciosa» o puede que incluso antes, no lo sé. Por cierto, espero que lo de las explicaciones a pies de página no os molesten, tomáoslas como datos curiosos.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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