I. Bolsón Cerrado
Admiró por última vez aquel gran agujero-hobbit que había sido su hogar durante tantos años. Casa Brandi se había convertido en el centro de Los Gamos desde que Gorhenhad Gamoviejo —más tarde Brandigamo—, cruzó el río Brandivino desde la Cuaderna del Este y se situó entre el río y el Bosque Viejo, construyendo su hogar. La Cerca Alta se extendía rodeando el Bosque Viejo, la cual había impedido durante años que los lobos u otros animales entraran en las tierras de Los Gamos.
Su madre era la única despierta a aquellas horas de la madrugada. El sol se alzaba desde el horizonte perezosamente y los primeros rayos empezaron a acariciar las hojas cubiertas de brillante rocío cuando su progenitora salió fuera. Bryssa envidiaba a su madre en cierta forma, una pequeña parte de ella deseaba ser como ella, renunciar a su lado más temerario y aventurero, el mismo que la había llevado a emprender el viaje, a dejar todo lo que conocía atrás para adentrarse en aguas misteriosas. A veces deseaba que su sangre Tuk nunca hubiera salido a la luz, pues bien sabía que el camino sería incierto y peligroso, pero sus ganas de vivir más allá de la Cerca Alta y la Comarca eran superiores a aquel deseo.
La belleza de Mirabella Brandigamo era admirable, igual que lo había sido la de su difunta hermana y madre de su sobrino, Belladona. Los rizos claros escapaban de la trenza, medio deshecha entre sueños y los pies, delgados y de pelo cobrizo sobresalían por debajo del camisón de lana blanca. Bryssa alzó la mano derecha, ondulante en el aire en señal de despedida, mientras la izquierda se aferraba con fuerzas a la bufanda escarlata que su madre le había tejido de pequeña. Las conocidas gotas saladas se agloparon en sus ojos pardos siendo el reflejo de las mismas que se formaban en los orbes de Mirabella.
Una parte de Bryssa quería quedarse, pero tanto ella como su madre sabían que aquello sería imposible. Lentamente, sus pies empezaron a moverse, a avanzar entre la suave y verde hierba, desviándose del camino que llevaba a Casa Brandi. Mirabella vio a su pequeña Bryssa marchar y sin ser consciente de lo que hacía, emprendió la carrera y corrió como nunca antes lo había hecho. Bryssa se giró al percibir el repentino e irónico trote que sonaba a sus espaldas, pues los hobbits son conocidos por no hacer ni el más mínimo ruido al moverse, y pronto encontró los brazos de su madre envolviéndose alrededor de ella con fuerza. Aquello no hizo sino aumentar la añoranza que la joven empezaba a sentir, ¡ni siquiera se había alejado más de cinco metros! Pero aquello carecía importancia, no importaba cuán lejos hubiera caminado, era consciente de que su madre bien podría estar abrazándola por última vez, quizá ella no regresara de su viaje, el futuro era incierto y Bryssa era consciente de ello.
Abrazó a su madre de vuelta sintiendo la protección de los brazos maternos, aquellos que cabía la posibilidad que jamás volviera a sentir; al separarse, Mirabella colocó bien la bufanda de su hija y le cogió las manos mientras las besaba una y otra vez. Era una despedida que parecía ser la definitiva, una madre que veía partir a su hija antes de tiempo, una hija que se despedía de su madre demasiado pronto.
—Vuelve otra vez a mí —le susurró con la voz qubradiza—. Vuelve a casa, mi pequeña Bry, prométemelo. —Bryssa permaneció callada, pues aquella era una promesa que no podía mantener, podía pasar cualquier cosa y tal vez no regresara. Su madre entendió su silencio y las lágrimas rebasaron los lagrimales y corrieron libres por las mejillas sonrosadas. Antes de hablar, Mirabella tomó una profunda bocanada de aire y alzó los hombros y la barbilla, mostrando fortaleza, una falsa remplazando a la verdadera, una de la que tanto carecía en aquellos momentos—. Recuerda siempre que tú eres la forjadora de tu destino y que solo tú puedes escoger los caminos que te dicte el corazón, por muy incierto que sea el final al que te lleven.
Bryssa asintió y se alejó de su madre mientras sentía el ardor del nudo formado en su garganta. Las palabras de su progenitora le brindaron la confianza que le faltaba para marcharse y emprendió la marcha con renovadas energías. El fardo que su madre le había preparado, con suministros suficientes como para sobrevivir toda una semana, a pesar de que le había dicho que solo iba a Bolsón Cerrado y después emprendería el verdadero viaje, rebotaba de forma acompasada en su costado. Dejó atrás a su madre, a su padre y a sus hermanos y hermanas, sin saber si volvería a verlos de nuevo algún día.
La idea de vagar sola por la Tierra Media le parecía de lo más tentadora, pero aun así prefería ir acompañada, era por aquella razón por la que se dirigía a Bolsón Cerrado, a la espera de tener la suficiente persuasión para convencer a su primo Bilbo de emprender la aventura junto a ella. Las horas pasaron rápidamente y antes de que pudiera darse cuenta, la noche llegó justo cuando se encontraba pasando el puente del Brandivino. Después de aprovechar para refrescarse la cara con el agua del río, tomó su fardo y se acurrucó debajo de un árbol al otro lado del río, donde se permitió dormitar durante algunos minutos. Tenía previsto retomar la ruta de la Cuaderna del Este hasta la Comarca, caminar toda la noche y llegar a los Surcos Blancos por la mañana. A partir de ahí caminaría durante tres días más hasta llegar a Bolsón Cerrado.
El cielo parecía otro fuera del terreno de la Cerca Alta. Todo parecía más salvaje, misterioso y aunque era la primera vez que dormía bajo el manto estrellado del cielo, al aire libre y lejos de sus hermanos y hermanas, en aquella habitación que solían compartir desde pequeños, y aunque era la primera noche fuera de Casa Brandi, de su hogar, Bryssa sentía la emoción devorándole el cuerpo, una ponzoña adictiva que se extendía a lo largo de todo su ser, la sangre Tuk corriendo por sus venas con más insistencia.
Estaba cumpliendo su sueño, se embarcaría con o sin su primo en un viaje para recorrer todos aquellos páramos fuera del alcance de su vista, de Casa Brandi, de la Comarca. Sin pretenderlo, dejándose llevar por la emoción, Bryssa se imaginó cabalgando en un alto caballo rumbo a Rivendel, a Rohan, o incluso hasta más allá, hasta Minas Tirith, la ciudad principal de Gondor; se imaginó visitando las Montañas Azules, Khazad-Dum, Moria y Mirrormere. El simple pensamiento le causó una inevitable y ancha sonrisa en sus labios rosados.
Si sus hermanos la vieran, la tomarían por una majareta. Ella, como miembro de la familia Brandigamo, sinónimo de tranquilidad y enemigo de las aventuras, a pesar de que formaban parte de la raza alba de los hobbits —aquellos que solían destacar más entre las demás razas, sobretodo por su buena relación con los elfos—, de haber mantenido una mentalidad propia de los de su familia, habría considerado el dar media vuelta y retornar a su hogar. Los Brandigamo, con el paso de las generaciones, habían dejado de lado ese espíritu aventurero que caracterizaba a los albos y se habían hecho un poco más hogareños, por lo que a esas alturas, sus hermanos ya estarían enterados de su viaje y no estarían haciendo otra cosa que debatirse entre reírse de ella, o compadecer su falta de cordura.
Pero Bryssa era decidida, tal y como lo había sido su madre tiempo atrás; ella no se dejaría llevar por lo que dijeran de ella, ya fuera en Los Gamos o en la Comarca. Tenía una meta e iba a cumplirla. La vena de los Tuk, que se podía decir que eran los que más rasgos de la descendencia alba conservaban intactos, había hecho mella en ella como no lo había hecho en ningún otro de sus hermanos.
Entre pensamientos, los párpados se le cerraron por completo y se sumió en el país de los sueños.
Ya había pasado media noche sin que se diese cuenta cuando escuchó movimiento a pocos pasos de donde se encontraba. Sus ojos se abrieron y rápidamente se acostumbraron a la luz de la luna; al dormir se había desplazado lejos de su fardo y ahora, una figura lo registraba, sacando sus suministros en busca de algo. El miedo se apoderó de ella y su corazón latió deprisa mientras observaba la figura; era tosca, retorcida y sus movimientos eran ágiles para la oscuridad de la noche. Su cabeza era más pequeña que su cuerpo y presentaba una deformación que dejó perturbada a la hobbit. El hedor de la putrefacción llegó hasta sus fosas nasales, un olor que relacionaba con el pescado podrido y las aguas estancadas, a la humedad de las cuevas: entonces lo recordó, era un trasgo, una criatura que habitaba en lo más profundo de las montañas y que no era vista a la luz del día jamás. Se armó de valor y se retiró lentamente de su posición, mirando alrededor con cuidado, sin quitarle ojo al trasgo.
Debía aprovechar la distracción que presentaba su fardo para la criatura y apresurarse a actuar. Alcanzó a ver una piedra a su izquierda y casi se torció el brazo para cogerla ante el rápido y brusco movimiento. La sopesó ligeramente antes de retirar el brazo hacia atrás buscando impulso mientras se incorporaba lentamente y con todo el sigilo que sus peludos pies le ofrecieron. Agarrándola fuertemente, lanzó la piedra a la cabeza a la criatura, que respondió con un quejido agudo y un salto, abalanzándose encima de la hobbit.
La criatura forcejeó sobre ella, casi sentada en su regazo, arañándole la piel con sus garras. En una de estas ocasiones, sintió como una de las afiladas extremidades se deslizaba más allá de su ojo, a finales de la ceja izquierda e iba bajando hasta haber traspasado el párpado; Bryssa gritó de dolor y sintió el picor de las lágrimas aproximándose y posteriormente, mezclándose con la sangre. Su ojo no había sufrido grandes daños, pero ahora una fina línea recorría aquella distancia que muy probablemente la marcarían durante un tiempo antes de si cicatrización. Gruñó entre sollozos, sintiendo la sangre recorrer su mejilla como un riachuelo de agua y su cabeza se giró buscando algo con lo que defenderse. Una rama seca se posicionaba no muy lejos de ella. La antigua extremidad del árbol acabó incrustada en el costado de la criatura justo debajo de las costillas, permitiéndole el tiempo suficiente como para sacársela de encima y retorcer más la rama, clavándola más profundamente en el abdomen del ser, quien no tardó en estremecerse entre convulsiones mientras la sangre manchaba la hierba.
Bryssa se quedó muy quieta y después se arrastró hasta que su espalda tocó el tronco del árbol. El pensamiento de que había quitado una vida no dejaba de abordarla una y otra vez; el miedo la recorría de arriba a bajo y por un momento, la sangre Tuk pareció derretirse como el oro al fuego y sus instintos de Brandigamo le gritaron que diera media vuelta y volviera a su hogar. Los temblores se hicieron dueños de su sistema locomotor y encontró su garganta terriblemente seca de repente.
«Has quitado una vida» —se dijo internamente mientras buscaba calmarse—, «y probablemente sea la primera de muchas si pretendes vagar por la Tierra Media. Ha sido en defensa propia.»
Se obligó a sí misma a levantarse y recoger sus pertenencias, ahora más que nunca deseaba centrar sus pensamientos en otros temas, pero no podía evitar preguntarse qué hacía tan cerca del Brandivino un trasgo. Caminó deprisa, ignorando la protesta de sus piernas ante la repentina caminata. Un trasgo no se habría alejado tanto de las cuevas de las montañas solo para beber un poco de agua, tenía que ser algo más. Estaba segura de que algo lo había llevado hasta allí, algo importante.
Mirando las estrellas por encima de su cabeza, Bryssa identificó el norte y por ende, donde se encontraba el este, a donde se dirigía. Aún le quedaba un largo camino por recorrer hasta entrar en la Cuaderna del Este del todo, donde se hallaba Hobbiton, la población más antigua de la Comarca y donde residía su primo Bilbo.
Después de haber estado caminando durante toda la noche, la mañana siguiente los Surcos Blancos aparecieron ante ella y, por ende, la entrada a la Cuaderna del Este. Sus cálculos, sin embargo, habían fallado estrepitosamente; no tardaría tres días en llegar a la Colina, a Bolsón Cerrado siempre Sotomonte, tardaría toda una semana. Durante los próximos días, Bryssa agradeció a su madre cada vez que abría el fardo. La comida empezó a escasearle al cuarto día de camino y decidió, por lo tanto, dejar de lado el segundo desayuno y el tentempié antes de la cena, racionado la comida todo lo posible para que resistiera hasta el último día de su travesía.
La entrada a Hobbiton apareció ante ella un martes con la luna brillando en el firmamento. Se introdujo dentro del pueblecillo y puso rumbo a la Colina por fin. Pocos merodeaban los caminos serpenteantes entre las laderas color plata a aquellas horas clandestinas. Un frío y suave viento soplaba desde el sur y Bryssa hizo lo posible por apartarse el cabello cobrizo y rizado del rostro. Sus pies se movieron adoloridos y la condujeron hasta uno de los cruces para llegar a Bolsón Cerrado, pero antes de que pudiera dar un paso más, sintió una pesada y gruesa mano que se posaba en su hombro y se giró, a pesar de todo, presa del pánico.
Era un varón más alto que ella, demasiado bajo para ser humano o elfo, demasiado alto para ser un hobbit. Tenía una muy bien cuidada barba más negra que el ónice que con la luz de la luna resplandecía de un color azulado con finas hebras de plata surcándola. Su cabello era largo y los mechones delanteros estaban trenzados con dijes de plata y oro blanco; sus ojos eran oscuros, azules como el mar en tempestad, severos. Era un enano y Bryssa se dijo que jamás había visto uno hasta aquel preciso instante.
—¿Podría indicarme el camino a Bolsón Sotomonte? —le preguntó.
Su voz era grave y ligeramente ronca, como si antes de aparecer por allí hubiera estado en otro lugar, tal vez una taberna. Gorbadoc, su padre, tendía a beber sidra fermentada casera y después de los primeros tragos, la voz se le volvía más profunda e intimidante.
Nunca llegó a saber de dónde sacó las agallas para responder.
—¿Os referís a Bolsón Cerrado? —inquirió ella—. Sé cómo llegar, podría guiaros, si gustáis.
El enano asintió una única vez y Bryssa encabezó la silenciosa marcha sin poder dejar de preguntarse qué querría un enano de la casa de su primo. Recorrieron la distancia en cuestión de minutos y Bryssa se adelantó para llamar a la puerta, mientras el enano se cruzaba de brazos, arrebujado en su capa.
Desde fuera, Bolsón Cerrado era un lugar apacible. Bolgo Bolsón, su tío, lo había construido para su tía Belladona, claro está que con el dinero de esta y rápidamente se había convertido en el agujero-hobbit más lujoso y apacible de todos. Bryssa se recordaba a sí misma acudiendo a casa de su primo antes de los solticios de verano, junto a si familia. Allí celebraban pequeñas fiestas con sus parientes antes de que el Viejo Tuk iniciara la verdadera celebración. Desgraciadamente, desde el fallecimiento del Viejo Tuk y más tarde de Belladona y Bolgo Bolsón, aquellas fiestas se habían ido dejando de lado lentamente, hasta convertirse en simples recuerdos que Bryssa siempre mantendría en su memoria.
El bullicio que se escuchaba desde fuera, no obstante, le hacían preguntarse si Bilbo no habría organizado una fiesta. El enano a su lado dio unos pasos hasta posicionarse más cerca del portón azul y dió tres únicos y fuertes golpe. El bullicio acalló dentro. Bryssa se balanceó en sus pies ligeramente admirando su alrededor una vez más, fue entonces cuando reparó en una extraña marca en la parte inferior de la puerta, una runa que resplandecía de un color azul brillante.
La puerta se abrió y Bryssa alcanzó a ver una túnica gris y ligeramente sucia que subía cubriendo un alto cuerpo. El enano la tapaba, por lo que la figura, que se encontraba encorbada para poder mirar a través del marco, no pudo verla; sin embargo, esperó. El enano no le dió las gracias y no se giró ni un segundo para mirarla, pues ya se encontraba dentro cuando Bryssa alcanzó a escuchar:
—Gandalf. Dijiste que era fácil encontrar esto. Me he perdido. Dos veces. No lo habría encontrado de no ser por esa marca en la puerta y la guía de esa mediana.
—¿Mediana? —repuso una voz aún más profunda y afectada por el pasar de los años—. ¿Qué mediana?
—¿Marca? —identificó la voz de su primo—. No hay marca en mi puerta, se pintó la semana pasada.
—Hay una marca, yo mismo la puse —admitió el hombre—. Ahora, Thorin ¿qué mediana?
—Am...¿hola? —soltó Bryssa haciéndose notar. La figura se giró hacia ella de golpe y la contempló visiblemente sorprendido. Bryssa se retiró un poco hacia atrás, intimidada. El hombre tenía la apariencia de un humano, pero podía sentir una energía manando de él, algo como...magia.
—Válgame el cielo —murmuró el anciano de gran barba gris—, ¿qué te trae por aquí, Bryssa Brandigamo?
—¿Quién sois-
—¡¿Bryssa?! —Bilbo apareció en la puerta como a quien persigue un troll. El alivio pareció surcar sus facciones mientras la miraba, agradecido de poder ver una cara conocida entre aquellos extraños que habían penetrado en su hogar sin siquiera ser invitados, al menos no por él.
Su primo se lanzó a abrazarla de inmediato y el aroma del hogar llegó envolviendo a la hobbit de golpe. Correspondió el acto de afecto y por encima del hombro de su familiar, miró hacia el extraño hombre y al enano que había acompañado hasta allí.
—¿La conocéis? —inquirió el más bajo, una mirada severa y envenenada dirigida al hombre.
—Sí, solía asistir a las fiestas de los solsticios de verano que organizaba su abuelo, es un pariente cercano de nuestro querido anfitrión.
—Esperad —Bryssa se apartó de su primo y miró entrecerrando los ojos al hombre—; ahora os reconozco, sois aquel mago errante que poseía unos magníficos fuegos de artificio.
—Tal parece que tanto tú como tu primo me recordáis únicamente por mis fuegos artificiales. Es más que nada, al menos. Gandalf es mi nombre, querida Bryssa.
La hobbit le dirigió una mirada de disculpa antes de que el enano, que ahora sabía que se llamaba Thorin, hablara.
—No puede quedarse. Esto es una reunión privada.
—¡Perdone, pero esta es mi casa! —saltó Bilbo de golpe, girándose para mirar al enano. Estaba nervioso y furioso a la vez, pero habló con total seguridad y Gandalf sonrió por lo bajo—. Yo decidiré quién puede quedarse y quién no. Bryssa se queda.
—Bilbo Bolsón, te presento al líder de nuestra Compañía, Thorin Escudo de Roble y Thorin, esta es Bryssa Brandigamo, prima de Bilbo. Ahora que las presentaciones han sido finalizadas ¡no se hable más! —se apresuró a zanjar el mago con una estruendosa palmada—. Entrad todos dentro y procederemos a hablar de ese asunto tan importante que debemos tratar.
Pero antes de que Bryssa pudiera dar un paso más dentro del agujero detrás de su primo, Thorin les cortó el paso a ambos. Miró a Bilbo severamente de pies a cabeza, una mueca desdeñosa bailando en la comisura de sus labios. El ceño de la fémina se pronunció un poco a medida que contemplaba el tenso panorama que parecía estar creándose al rededor de ambas figuras.
—Así que este es el hobbit —habló, saboreando las palabras con un deje de burla—. Decidme, Señor Bolsón ¿habéis combatido mucho?
—¿Cómo decís?
—¿Hacha o espada, qué arma preferís?
—No se me da mal el juego de las castañas —contestó Bilbo, intentando esquivar por completo aquellas preguntas y aportándose a sí mismo algo de orgullo para cubrir la evidencia—, a decir verdad, pero no veo qué relevancia tiene eso.
—Lo imaginaba, más parece un tendero que un saqueador.
Los presentes rieron y Bryssa dió un paso al frente hasta colocarse al lado de su primo.
—¿Disculpad? ¿Quién os creéis que sois para hablarle así a mi primo? —objetó ella totalmente indignada. Bilbo murmuró un «Bryssa, no», pero ella no le hizo el más mínimo caso. El enano se giró lentamente para mirarla y ella siguió hablando—. Según he podido deducir, mi primo no os ha invitado a ninguno de los presentes incluyéndome, pero yo al menos tengo algo de derecho de estar aquí, a diferencia de vos, así que os agradecería que tratarais con más respeto a aquel que ha sido lo suficientemente amable como para no echarlos a todos a patadas de su casa.
Gandalf observó las reacciones de todos los presentes en total silencio. Bryssa permanecía con las manos en la cadera y una pose ofendida y rabiosa, mientras que Thorin parecía tener una chispeante tormenta eléctrica en sus ojos azules. Bilbo intentaba hacer lo posible por hacer que su prima se calmara y el resto de enanos estaban demasiado sorprendidos como para tener alguna reacción. Se aclaró la garganta y la mirada de Thorin se posó en él; nervioso, habló.
—Bilbo ¿por qué no llevas a Bryssa a un lugar más tranquilo mientras yo voy ultimando algunas cosas con Throin y los demás? —después se agachó y le habló al mediano al oído—: Thorin está demasiado furioso y no querrá que Bryssa escuche nada sobre los asuntos que debemos tratar, además de que no forma parte de la Compañía y para todos excepto tú y yo es una desconocida y es probable que la vean como una posible amenaza. Llévatela, vamos.
Bilbo asintió y tomó a Bryssa por los hombros antes de conducirla a través de unpo de los pasillos hasta su estudio. Una vez allí, Bryssa tomó asiento junto al escritorio y procedió a cruzarse de brazos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Bilbo.
—Voy a emprender un viaje, a ver mundo, una aventura. Quería que tu me acompañaras.
—Bryssa...—el hobbit se talló las sienes antes de soltar un suspiro. Parecía que para lo único para lo que era buscado era para engatusarlo de salir de su hogar—. No quiero emprender una aventura. Soy un Bolsón de Bolsón cerrado, Sotomonte. Las aventuras no están hechas para mí.
—Pero también eres un Tuk —repuso ella—, igual que yo...
Fue entonces cuando Bilbo pareció reparar en el arañado que surcaba el rostro de su prima. El cabello cobrizo de esta lo ocultaba, pero algunas hebras se habían desplazado y ahora, a la luz de las velas, era más visible.
—¿Qué te ha ocurrido?
—No es nada —se apresuró a decir mientras se tapaba aquella parte del rostro nuevamente. Bilbo no pareció muy convencido, mas no añadió nada más, y aunque le hubiera gustado seguir hablando con su prima, tampoco era como si le gustara la idea de dejar solos a doce enanos y un mago que por poco no le habían roto la vajilla y la cubertería.
—Hablaremos de esto más tarde —acordó su primo antes de girarse para salir—. No te muevas de aquí.
Pero cuando Bilbo se fue y ella se hubo quedado sola, escuchando el eco de los murmullos, se levantó de su sitio y se acercó lo más que pudo a la sala donde estaban los enanos, Gandalf y Bilbo. Se retiró el cabello de la cara y dejó al descubierto sus puntiagudas orejas, a la espera de poder escuchar mejor de lo que hablaban. Pasaron los minutos y Bryssa empezaba a aburrirse cuando escuchó algo que le interesó.
—Lejos, al Este, más allá de tierras y ríos, dejando atrás bosques y páramos, se alza una solitaria cima.
—«La Montaña Solitaria»...
—¡Sí! —repuso uno de los enanos—. Óin ha interpretado los presagios y los presagios dicen que es la hora.
—Se ha visto a los cuervos regresando a la Montaña tal como se predijo —habló otro—. Cuando las aves de la hiera Erebor quieran volver, el reino de la bestia llegará a su fin.
—Ah ¿qué bestia? —preguntó Bilbo.
—Es una referencia a Smaug el Terrible, la mayor y principal calamidad de nuestra era. Un escupe fuego volador, dientes como espadas, garras como ganchos. Le encantan los metales preciosos.
—Ya sé lo que es un dragón.
—La tarea ya sería complicada con el apoyo de un ejército, pero solos somos trece y no los trece mejores, ni más listos.
¡Iban a embarcarse en un viaje! ¡Lucharían contra un dragón! Bryssa estaba abrumada y terriblemente emocionada. Siguió escuchando hasta que el bullicio de la charla se hubo apagado por completo y entonces, decidió volver al estudio. Viajarían hasta Erebor, según había entendido y esperaban que Bilbo fuera con ellos; había una entrada secreta y él debería ser quien despistara al dragón mientras el resto entraba en la Montaña Solitaria. Podría ir con ellos, acompañarlos y ayudar a Bilbo ¡ser una heroína y derrotar al dragón!
«No te dejarán...a no ser que no sepan que los acompañas.»
Una melodía resonó por los pasillos, varios instrumentos sonaron a la vez y de repente Bryssa ya no se encontraba en el estudio; cuando las voces empezaron a sonar, ante ella apreció un salón con un trono, un techo cubierto de oro y suelos de plata, la luz de la luna y las estrellas brillando atrapada en gemas preciosas de todo tipo, montañas de oro y el humo de un dragón que lo reducía todo a cenizas, una epopeya trágica desenvolviéndose en una danza entre fuego aureo y cenizas de mármol; el recuerdo de un legado reducido a nada.
Con los últimos versos de la canción, los ojos de la hobbit se cerraron.
«Las campanas tocaban en el valle,
y los hombres de cara pálida observaban el cielo,
la ira del dragón, más violenta que el fuego,
derribaba las torres y las casas.
La montaña humeaba a la luz de la luna;
los enanos oyeron los pasos del destino,
huyeron y cayeron y fueron a morir
a los pies del palacio, a la luz de la luna.
Más allá de las hoscas y brumosas montañas,
a mazmorras profundas y cavernas antiguas,
a quitarle nuestro oro y las arpas,
¡hemos de ir, antes de que el día nazca!»
¡Hola!
Pues aquí concluye este capítulo. Espero que no se haya hecho tedioso leerlo y que os haya gustado tanto como a mí. Lentamente, tal parece, Bryssa va estando mucho más decidida a empreder una aventura y ya veremos qué pasará a continuación, más aún con los roces de carácter que parecen haber entre ella y Thorin.
¿Qué os ha parecido? ¿Qué creéis que pasará a continuación? ¿Qué pensáis de Bryssa hasta ahora? Valoro muchísimo los comentarios, pues vuestra opinión siempre es importante para mí y para cualquier escritor.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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