[4. Hello Stranger]
Pasé mis dedos sobre la comisura de mis labios, frunciendo una mueca cuando la sensación de tortuoso dolor pasó por toda mi cara moreteada.
Pero esto no era nada.
No hice más que gruñir para mí mismo, resignándome a recostarme sobre las colchas con la mayor delicadeza posible.
El maldito dolor no me dejaría dormir, pero quería intentarlo de todos modos.
Estaba harto de él, de que siempre terminara golpeando a mi mamá por sus berrinches o a mí cuando intentaba incluso no darle más problemas.
Agradecía internamente que ella había salido de compras antes de que se lo encontrara en el sofá totalmente ebrio, tal como yo hice después de la escuela.
No me importaba recibir heridas físicas. Si mamá estaba bien, yo también lo estaría.
Cerré los ojos, dejando que un suspiro escapara de mis labios antes de intentar rendirme al cansancio.
Estaba atado a esto, y solo quería dormir para no volver a despertar.
— ¿Jonathan?
Apenas logré alzar la cabeza de la almohada, encontrando mi mirada con la de ella a pesar de la oscuridad en el dormitorio.
El pequeño rastro de luz que se colaba en la habitación destacó sus ojos tornarse brillantes por el llanto, al igual que sus manos volar a su boca con total temor.
Diablos, no...
— Mamá, yo...
— ¡Dios santo! — Exclamó con preocupación inmediata en su tono de voz quebradizo, casi corriendo sobre sus tacones al acercarse a mí. — ¿¡Qué te ha hecho ahora!?
Sus manos agarraron con delicadeza mi rostro, mirándolo con sus aguados ojos. De esa forma eran unos dolorosamente hermosos ojos azul bebé.
— Estoy bien...
Fruncí una mueca de dolor cuando traté de levantarme de la cama, a lo que ella no tardó en apoyar sus delgados dedos en mi espalda y ayudarme a apoyar mis pies en el suelo de madera.
— No. Claro que no lo estás. — Exclamó con fuerza, probablemente luchando porque su voz no se rompiera en un chillido. — ¡Nada en esta maldita casa está bien!
No pude decir nada antes de que jalara de mi brazo, guiándome hacia el único cuarto de baño que se encontraba justamente frente a mi dormitorio.
No podía evitar sentir un nudo en mi garganta al contacto de sus temblorosos dedos curando las heridas en mi rostro, procurando mantener mis ojos cerrados para no ver las lágrimas que probablemente recorrían sus tersas mejillas.
Pero sus sollozos eran una dolorosa carga en mi pecho a pesar de todo.
— Listo... — Le escuché sorbetear, tal vez en busca de que su voz no se volviera un hilo y se rompiera. — Te sientes mejor ¿Verdad?
Sentía que la rabia subía cuando veía su sonrisa expandirse por sus labios pintados de coral, teniendo inmensas ganas de ir detrás del fantoche al que me veo obligado a llamar padre y asesinarlo con mis propias manos por lo que le hacía a su, supuestamente, amada esposa.
— Ya se está haciendo tarde. — Soltó una risita después de peinar mi desordenado cabello y comenzar a guiarme nuevamente hacia la cama. — Tienes que descansar, hay escuela mañana.
— Mamá...
— ¿Sí? — Murmuró con aquella dulce expresión perdurando en su rostro.
— No quiero ir a la escuela.
Su ceño se frunció con preocupación, manteniendo su mirada sobre mí a pesar de que quería evitarla lo más posible.
— ¿Por qué? Creí que era más divertido ahora que tienes a Joe...
Negué son suavidad, insinuando que no se trataba únicamente de eso.
— No quiero dejarte sola. Si lo hago, él volverá a herirte y yo...
Mis labios se detuvieron cuando sus temblorosos pero finos dedos acariciaron mi mejilla, viéndome a los ojos bajo la poca luz que se filtraba por la ventana de mi dormitorio.
— Estaré bien, cielito. — Susurró casi inaudible, sin dejar de acariciar mi piel con tranquilizantes movimientos. — Si tu disfrutas de tu vida, te diviertes en la escuela y eres feliz, yo también lo soy.
Fue entonces que pude notar que ambos nos sobresaltamos por el estruendo fuera de mi habitación, el cual, a pesar de ser ya familiar, me ponía la piel de gallina.
— ¡July! ¿¡Dónde carajos estás!?
El grito de mi padre me hizo voltear alarmado hacia mi madre, la cual le dio una mirada de soslayo a la puerta antes de soltar un casi inaudible suspiro entre sus labios.
— Iré a ver a tu padre.
— Mami, no...
A pesar de mi susurro, ella se levantó de las colchas y se dispuso a caminar hacia la puerta a medio abrir.
— Mami. — Volví a repetir, esta vez logrando que volteara sobre sus tacones y sus ojos brillaran bajo la luz nocturna filtrada en las paredes. — No vayas... Por favor...
Sentía que mi voz era un fino hilo a punto de destrozarse.
Pero algo se rompió en mi interior al momento en que ella sonrió, volviendo a acercarse para besar suavemente mi frente y susurrar un "te amo".
Después de que abandonara el cuarto, cubrí mi cuerpo con las sábanas, apegando las manos a mis oídos y dejando que las lágrimas se deslizaran por mi rostro hasta perderse en la superficie blanda de la almohada.
No soportaba que la melodiosa voz de aquella pelirroja fuera reemplazada por gritos de dolor y palabrotas resonando en la pocilga a la que tenía que llamar hogar.
Prefería mil veces recibir ese maltrato, afrontar las heridas físicas en lugar de mi madre...
Pero mi vida era malditamente injusta.
Desperté bruscamente, soltando un gruñido ante el motivo de ello.
Odiaba recordar de esa forma, en especial aquellos días.
Me quité las sábanas de encima, tallándome los ojos con pereza antes de volver a levantar los párpados con desagrado.
— Qué mierda de sueño.
Decidí tratar de olvidarme de lo ocurrido, bostezando y encaminándome con paso flojo hacia el salón principal del departamento.
Abrí la puerta de mi habitación, sintiendo de inmediato el aroma de panqueques en la sartén emanando por el lugar.
Estiraba el brazo por sobre mi cabeza, sin dejar de caminar descalzo por la madera hasta que unas risitas llegaron a mis oídos todavía algo adormecidos.
Apenas abrí los ojos para ver a la autora de la encantadora carcajada, encontrándome con aquella chica de piel pálida y cabello negro que había visto en la cafetería un par de días atrás.
— Hey... — Murmuré todavía adormilado, estirándome una última vez. — Eres la de la cafetería.
— Pues, supongo que sí. — Se encogió de hombros la mujer de chaqueta de cuero y pantalones entallados. — Lindos boxers, creo...
Solté una risa, para que así mi amigo volteara y asomara la vista desde la cocina.
— Buenos días, Dean. — Estiró su puño por sobre la mesa en medio del lugar, el cual no dudé en chocar sin quitarle mis ojos de encima a la muchacha. — Veo que ya conociste a Saraya.
— ¿Saraya?
La pelinegra asintió, estirando su mano frente a mí con una pequeña sonrisa en sus labios pintados de gloss.
— Saraya Jade Bevis. — Se presentó la fémina.
Dejé que mis ojos viajaran de su mano extendida a sus ojos amables, para a continuación estrechar su gesto con una pequeña sonrisa en mis labios.
— Dean. — Dije simplemente, recibiendo un asentimiento alegre por parte de ella.
— Dean, debiste ponerte pantalones al menos. — Se quejó Roman en tanto ponía un par de panqueques listos en un plato.
Aquí vamos otra vez.
Rodé los ojos, sentándome en un taburete junto a nuestra invitada matutina.
El modo Mamá Roman ya había empezado.
— Descuida, Joe. — Habló ella antes de que abriera la boca para molestar al pelinegro. — Mis hermanos se pasean así en casa todo el tiempo. Ya estoy acostumbrada.
Sonreí ante su encogimiento de hombros con simpleza, a lo que Roman solo puso los ojos en blanco y volvió a lo suyo.
— He preparado café bien cargado. — Comentó mientras nos daba la espalda,
— Hoy paso. Prefiero una cerveza.
El moreno no tardó en voltear con una ceja alzada, regañándome con su simple expresión autoritaria.
— No me gusta que bebas tan temprano.
¿¡Qué mierda le pasa a este hombre!?
Alcé mis cejas con incertidumbre, comenzando a planear algo que gritarle para molestarlo más.
— ¡Vamos, Joe! ¡No seas tonto! — Exclamó Saraya, haciendo un ademán con su mano y un extraño sonidito con sus labios. — Dale una cerveza al chico y una a mí también, vamos.
No pude evitar voltear hacia ella de forma incrédula, para que la sonrisa se extendiera poco a poco a lo largo de mi boca.
— ¡Wow! ¡Me agrada esta chica! — Choqué los cinco con la fémina, volviendo la mirada al resignado pelinegro que abría un par de botellas de cerveza. — ¿De dónde sacaste a esta belleza, Rome?
— Fuimos compañeros de secundaria. — Completó mi mejor amigo, agarrando el último panqueque para dejarlo sobre los demás. — Íbamos al consejo estudiantil juntos y no la veía desde entonces.
— Pero, tú también estudiabas en la misma escuela ¿No? — Dijo Saraya, apuntándome casualmente con su uña pintada de negro.
Le di un sorbo a mi cerveza antes de contestar.
— Así es. Pero abandoné ese sitio antes que Roman, un par de meses antes de la graduación.
— Además que Saraya no era muy sociable.
La pelinegra volvió a tomar un largo trago de su botella de cerveza, pareciendo que sus pálidas mejillas se coloreaban ligeramente de rosa.
— No era como que fuera la mayor maravilla del mundo. Me molestaban bastante y no sabía como defenderme. — Comentó con cierta molestia, dejando la botella casi vacía sobre la mesa.
— Tarados nada más.
Saraya sonrió ante mi comentario antes de que ambos volteáramos hacia el moreno.
— ¿Y qué hay de ti? — Agregó Roman, con aquella amable sonrisa en su cara, como siempre. — ¿Novio? ¿Casada? ¿Hijos?
— Nah. — Se encogió de hombros, bebiendo lo poquito que quedaba de su cerveza. — He esperado a alguien durante mucho tiempo, y no pienso rendirme hasta llamar su atención.
Alcé una ceja, pero el silencio siguió tal cual entre nosotros.
— Como sea. — Palmeó la madera frente a ella, levantándose con suavidad de la silla. — Lamento estar tan poco tiempo, pero tengo trabajo por hacer.
Roman sonrió, encaminándose fuera de la cocina para escoltar a su amiga hacia la salida del departamento.
— ¡Ven de nuevo a beber conmigo! — Exclamé por sobre mi hombro, alzando la botella a medio beber.
Saraya levantó su pulgar, despidiéndose con la mano antes de que desapareciera junto al moreno por el pasillo y yo volteara sobre mi culo en la silla de plástico.
La pesadilla casi se había quedado atrás, probablemente gracias al efecto del líquido dorado que restaba en la botella entre mis dedos.
Porque eso eran... Unas jodidas pesadillas.
Dejé la cerveza vacía sobre la mesa, al mismo tiempo en que la puerta de entrada era cerrada y los pasos descalzos de mi amigo no tardaban en llegar a mis oídos.
— Dean.
Volteé un poco sobre mi hombro, masticando uno de los panqueques que había sacado del plato.
Su ceño estaba ligeramente fruncido, desbordando preocupación a la cual me vi desentendido.
— ¿Está todo bien? — Comenzó a hablar con suavidad, caminando hasta la cocina y apoyando ambos brazos sobre la mesa sin dejar de estar de pie. — Siempre bebes cuando has tenido un mal sueño, y...
— Un mal sueño que quiero olvidar. —Le interrumpí bruscamente con una sonrisa de lado.
Roman se relamió los labios antes de darme un asentimiento, volviendo a morder el panqueque en mi mano y disfrutando del sabor dulce en mi boca.
— No sabía que conocieras a la extraña de la cafetería. — Comenté de la nada, sin darme el trabajo de tragar antes de hacerlo.
— Ya no es una extraña después de presentarse, Dean.
Solo fruncí una mueca de desagrado hacia su corrección, a lo que soltó una pequeña carcajada.
— No nos veíamos hace mucho y la reconocí cuando atendí esa mesa.
Solo asentí, dejándonos caer en un suave silencio únicamente intervenido por los sonidos de la ciudad de Atlanta al exterior de las ventanas.
— ¿Irás al partido de hoy?
Levanté la cabeza cuando el samoano preguntó aquello, tragando con fuerza antes de volver mi semblante perplejo por completo hacia él.
— Tengo que trabajar. — Murmuré frunciendo mis labios.
— Pero el juego es más tarde, tontito. — Bromeó él, golpeando mi frente con suavidad antes de voltear sobre sí. — Tu turno termina antes, si quieres le digo a Seth que te lleve.
No pude evitar sonreír hacia su puchero, mirándole de forma desafiante a pesar de ello.
— Admites que me quieres ahí después de todo. — Me burlé con la boca llena.
— Claro. — Se encogió de hombros. — Este juego es bastante importante, y quiero que estés ahí.
Alcé mis cejas en gesto de que se explicara, a lo que se rascó la nuca de forma nerviosa.
— Me dijeron que los representantes de algunos equipos profesionales de fútbol van a ir a ver el partido... —Mordió sus labios al pensar en ello. — Tal vez sea mi oportunidad.
— ¡Es tu oportunidad, Rome! — Exclamé demasiado fuerte, alarmando al moreno. — Desde que eramos niños siempre soñaste con esto. No lo olvides.
Las curvaturas de su boca se alzaron, mirando al piso algo avergonzado frente a mis ánimos.
Su sueño desde que lo conozco fue jugar en un equipo grande, hacerse un jugador de fútbol americano reconocido. Por eso había entrado a la universidad, entrenando duro día a día para conseguirlo.
Él tenía una meta.
— Voy a ir al juego. — Comenté nuevamente, sonriendo de lado. — No importa lo que pase. Voy a estar ahí, Rome.
— ¡Vamos, perra! ¡Muévete más rápido! ¡Queda poco para el partido!
Seth se levantó del escaparate con un trapo en su mano y una expresión molesta, frunciéndola aún más cuando soplé un silbato directamente contra su rostro.
No dudó en arrebatarlo de entre mis dedos, lanzándolo hacia alguna parte de la cafetería ausente de clientes.
— Oye. — Me quejé casi en un susurro, viendo como tonto el silbato volar hasta perderlo de vista. — Devuélveme mis dos dólares.
Seth golpeó mi mano extendida con el trapo, sin dejar de regañarme con tan solo su mirada.
— ¿¡Te puedes relajar de una vez!? — Gruñó el bicolor entre dientes, apuntándome con el trapo lleno de manchas de café. — Puede que tu turno haya terminado, pero todavía tengo que terminar de arreglar la máquina.
Alcé mis manos con inocencia. Colby bufó bajito, para a continuación quitarse un mechón de la cara y disponerse a volver a su trabajo.
— Además, el juego empieza en dos horas. Deberías quitarte esa camiseta y calmarte. — Agregó en tanto metía su cabeza en el interior de la máquina de café expresso. — Así que cierra la boca y dedícate a hacer algo útil con tu tiempo.
No me arrepentía de estar usando aquella camiseta de fútbol americano que me quedaba bastante grande, la cual tenía estampado 'Anoa'i' sobre el número cuatro en color amarillo.
Pero preferí guardar silencio como él quería.
Silbé a pesar de que me diera la espalda, alejándome un poco y dejando de molestarlo.
Parecía que no estaba de muy buen humor hoy.
Desde aquella tarde se comportaba algo extraño, pero preferiría preguntarle cuando se calmaran un poco las aguas.
Decidí hacer caso a su consejo esta vez, encogiéndome de hombros antes de agarrar una pequeña escobilla de mano y el cubo de basura a un lado del mesón.
Comencé a recorrer cada mesa dela cafetería, quitando los papeles y migajas que quedaban mientras silbaba una canción que ni siquiera sabía.
Pero mis movimientos se vieron interrumpidos cuando mi vista encontró un trozo de papel del que resaltaban algunos garabatos.
Dejé de lado el objeto, agarrando el arrugado papel y desenvolviéndolo hasta que fuera legible.
<<Eres una delicia de persona :) Llámame alguna vez>>
Debajo de aquella apresurada letra había un número telefónico escrito.
Fruncí el ceño con perplejidad, para a continuación dirigirme de vuelta al mostrador.
— ¡Seth! ¡Oye! ¡Seth!
Mis gritos a lo largo de la cafetería no fueron lo mejor, ya que el bicolor terminó golpeándose la cabeza contra el interior de la máquina y que otra parte se cayera de esta.
Sus ojos molestos se encontraron con los míos, al mismo tiempo en que apretaba su mandíbula de forma furiosa.
De acuerdo, ya tenía suficiente de bromas por mi parte.
— ¿Qué quieres ahora, Jonathan?
Casi escupió las palabras, aguantando el dolor en su cabeza con una mueca seria.
— Uhm... — Me relamí los labios, evitando encogerme frente a su mal humor. — Encontré esto en la mesa de...
Sus manos casi golpearon las mías cuando me arrebató la nota arrugada, haciéndome alzar las cejas con sorpresa.
— Ahí. — Completé mi frase aunque no fuera necesario, notando que Seth había golpeado la nota contra la barra mientras miraba a cualquier sitio entre gruñidos. — ¿Eso no es de la mesa que atendiste hoy? ¿La del señor Orton?
El bicolor volvió su mirada hacia mí, frunciendo una de sus curvaturas con ira al igual que sus ojos enviando veneno en mi dirección.
— No tengo nada que discutir con ese tipo. — Se quejó entre dientes, agarrando el trozo de papel y arrugándolo aún más antes de lanzarlo al bote de basura que cargaba en mis manos. — Olvida lo que sea que hayas visto en ese papel, Dean, ¿De acuerdo?
Me encogí de hombros frente a él, escuchando un "gracias" antes de que agarrara el trapo y regresara a la máquina descompuesta.
Miré la bola de papel entre la basura, sonriendo de lado al encaminarme hacia la entrada con el basurero entre mis manos.
— ¡Al fin! — Escuché chillar victorioso a mi amigo bicolor, al igual que el sonido de la puerta de la máquina al cerrar. — ¡Al fin funciona, maldita sea!
— Eso es genial. — Dije con alegría, pero sin dejar de caminar hacia la puerta principal.
— Creí que me tomaría todo el día...
Dejé salir un 'ajá', esperando que todavía estuviera concentrado en sus asuntos al momento en que tomé la bola de papel que anteriormente había lanzado.
Fruncí una sonrisa satisfactoria cuando logré poner el papelito en el bolsillo interior de su abrigo colgado en el perchero, volteando hacia él lo más rápido que pude.
Seguía de espaldas, procurando que el aparato funcionara correctamente y sin ningún otro error.
— Parece estar bien. — Agregó con felicidad, antes de voltear con una sonrisa de lado en su boca. — ¿Ya nos vamos al juego?
— Yep.
Dejé el cubo de basura en su lugar, esperando que mi amigo se pusiera su abrigo mientras sonreía victorioso en mi interior.
— ¿Qué estabas haciendo? — preguntó al verme sonreír.
— ¿Qué?
— Que qué estabas haciendo, Dean.
— ¿Qué estaba haciendo de qué?
Seth se rindió, rodando los ojos y diciéndome que me apresurara para que no llegásemos tarde al partido.
Sé que le estaba haciendo un favor con ese número.
Gritaba con todas mis fuerzas, abrazando a Seth mientras él reía con la boca llena de su hot dog.
No era realmente un fanático del deporte, pero ver jugar a Roman siempre era divertido y apasionante.
Los espectadores gritaban emocionados cada jugada, coreando al jugador número cuatro cada vez que anotaba las mejores jugadas del partido.
Sonreía al ver al pelinegro celebrar los puntos con el equipo, notando la sonrisa que se ampliaba más y más en su cara.
Sabía lo nervioso que estaba de que los representantes se encontraran entre las gradas, pero tenía toda mi fe en él.
No había nada que Rome no pudiera lograr.
— ¡Iré por más nachos! — Exclamé por sobre los gritos para que el bicolor me escuchara.
Seth solo asintió mientras disfrutaba de su comida, levantando los brazos para que el jugador estrella lo viera entre la gente.
Palmeé su cabeza con risa, para luego pasar entre la gente y encaminarme hacia los puestos de comida fuera de la cancha.
Recorría los corredores con una sonrisa, mirando los alrededores de vez en cuando.
Fue entonces que mi mirada se encontró con la vitrina de trofeos, haciéndome avanzar casi de forma automática.
Varios trofeos brillantes de encontraban en el interior, al igual que medallas y otros premios de la universidad. Pero mis ojos se concentraron plenamente en un cuadro en medio de todos los reconocimientos.
Se trataba de una foto del equipo de fútbol, todos reunidos en el campo con una expresión desafiante en el rostro.
Sonreí de lado cuando me encontré a mi mejor amigo en esa fotografía, pero aquellas curvaturas lentamente decayeron.
— ¿Disfrutando de la vista?
Volteé alarmado sobre mis zapatillas, encontrándome con aquellos ojos penetrantes demasiado cerca de mi persona.
— H-Hijo de puta. — Murmuré entre dientes. — Me asustaste.
— También es un gusto verte, Jonathan.
Rodé los ojos, viendo cómo paseaba en su lugar en espera de que dijera algo.
Fruncí el ceño un poco, sintiendo que ya quería irme de ahí y volver con Seth a pesar de no haber llegado a los puestos de comida.
Allen usaba la misma camiseta roja que Roman, como en la fotografía que segundos atrás había estado mirando. Solo que esta llevaba el enunciado 'Jones' y el número uno.
— ¿No eres parte del equipo también? — Pregunté algo curioso, pero sin parecer demasiado interesado en su "fenomenal" vida.
— ¿De pronto te importo? — Agregó con ironía, a lo que me encogí de hombros con las manos en los bolsillos de mis jeans. — Soy defensa, pero me han dejado en la banca esta vez por lo que pasó hace una semana.
Mierda. Tal parece que la había cagado mucho con lo de la alergia.
— Linda camiseta.
Decidí ignorar su comentario relamiendo mis labios y mirando al techo.
— Así que... — Comenzó a decir nuevamente, sacándome de mi trance e intenciones de frialdad. — ¿Viniste a ver a Joe?
— No te incumbe.
Hablé con brusquedad, disponiéndome a caminar lo más rápido posible a cualquier sitio lejos de él.
Pero mi brazo fue jalado con fuerza, para a continuación sentir mi espalda chocar con la vitrina de cristal con poca delicadeza.
Gruñí entre dientes por el golpe, pero antes de que pudiera gritarle con todas mis fuerzas... Algo pasó.
La calidez de sus ávidos labios recorrió los míos, sintiendo que me apegaba con fuerza a la vitrina mientras me besaba.
Su lengua recorría mi cavidad bucal a pesar de mis forcejeos, manteniéndome quieto bajo su cuerpo de alguna forma que no podía ni siquiera explicar en mi confundida mente.
— ¿¡Dean!?
Aquel familiar grito logró que Allen se alejara de mí, empujándolo lo más rápido posible y alejándome de inmediato con una horrorizada mueca en mi rostro.
Logré llegar hacia el bicolor, el cual miraba con sorpresa al castaño mientras me apoyaba de su hombro en busca de apoyo.
Mantenía una mano contra mi boca, sintiendo que mi pulso se volvía tan acelerado que ya ni podía escucharlo.
— ¿¡Qué mierda le hiciste!? — Gritó Seth, causando que su voz retumbara en el corredor, por suerte, vacío.
No escuché comentario alguno por parte de Allen, a lo que mi amigo bicolor solo gruñó antes de pasar su brazo por mis hombros encogidos.
— ¿Estás bien, amigo?
Solo logré asentir, todavía sin sentirme listo para hablar.
¡Ese hijo de puta... ! ¡No podía creerlo!
— Vamos. — Volvió a hablar Seth, ayudándome a volver a mi postura erguida. — El partido ya debe estar por terminar y Roman se preocupará de no vernos ahí...
Tenía razón.
Mi prioridad esa noche era Roman... Nadie más.
Me dispuse a ser guiado por el chico de abrigo negro y preocupados movimientos, hasta que el castaño que quisimos dejar atrás a toda costa silbó con fuerza a mis espaldas.
— Hey, Jonathan.
Me atreví a voltear, maldiciendo al encontrarme con mis mejillas sonrojadas y una mueca de desagrado en mi agitado rostro.
Una prenda chocó contra mi pecho, la cual logré atrapar gracias a la alarma en mis movimientos.
El chico ahora sin camisa me enseñó una sonrisa satisfecha, poniendo ambas manos en su cadera en tanto lo miraba con el ceño ligeramente fruncido y la tela suave entre mis dedos.
— Consérvala. Te quedará mejor que la de Joe.
Apreté la mandíbula de forma extraña, sintiendo que la bilis me subía a la garganta y todo se venía abajo en mi cabeza cuando dio media vuelta y se alejó por el pasillo.
¡Hey! Capítulo nuevo :D
Y...¿¡Beso de Allen y Dean!? ¡Ay, Dios! A Roman no le va a gustar esto...
Explico las reacciones de Dean.
Él nunca besó a un chico, por lo que fue extraño y además por parte de un completo extraño en su vida.
Ay, mi bebito :c
¡Ah! Antes que lo olvide. Tengo una nueva historia, pero es cortita ¿Les gustaría que la publicara pronto?
Espero les haya gustado, y nos vemos en el próximo capítulo!
Se despide, Rock.
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