Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

[13.Close your eyes]

Me daba mil vueltas la cabeza, y el mismo hecho de que algunos rayos de sol se colasen por la ventana hacían que levantar la cabeza de la almohada fuese un calvario. 

Gruñí contra la suave superficie, comenzando a estirar mi mano hacia la mesilla de noche y palpando hasta encontrar mi teléfono. Pude ver la hora luego de parpadear varias veces y aclarar mi nublada vista. 

—Diablos...—balbuceé entre dientes, tallándome uno de mis ojos con pereza.— Diablos, dormí demasiado. 

Con desgano me quité la única sábana que me cubría el cuerpo, dispuesto a levantarme e ir a tomar una ducha para despertar de una vez. Pero bastó que moviera mi pierna fuera del colchón para que el equilibrio fuera completamente nulo y me fuera de lleno al suelo con un intenso dolor en una zona que ni si quiera podía describir. 

¡Mierda! ¡¿Qué demonios?! ¡Duele demasiado!

—Maldita...sea...

Como pude, apoyé mis manos sobre la alfombra y levanté mi rostro del suelo. Una mueca de dolor no tardó en fruncirse en mi rostro al momento en que intenté levantar mi cuerpo desnudo, lo cual no daba resultado a menos que aguantase semejante tortura. 

Estos eran los resultados de haberme acostado con Roman. 

De haberme acostado con alguien que no era mi novio, con alguien que tiene otra vida y que ahora me había abandonado a pesar de haberme cogido con fuerza. 

Ahora me dolía el corazón. Joder. Además de esa zona que ni yo conocía hasta la noche anterior...

Gruñí entre dientes, buscando algo de lo que apoyarme antes de terminar acongojándome de dolor por más tiempo en medio de mi habitación. Tuve suerte de encontrar la orilla del colchón, casi incrustando mis dedos hasta conseguir apoyarme sobre mis rodillas. 

Suprimí otro grito ante esa sensación que me destrozaba por dentro, apretando las sábanas y tratando de contenerme para poder continuar el proceso de volver a estar de pie. 

Si es que llegaba a ser posible en algún momento. 


Toda la culpa, el dolor del corazón y los recuerdos de aquella confusa noche comenzaron a cobrar sentido en mi cabeza mientras bajaba escalón por escalón del edificio soltando una maldición hasta para el mismísimo diablo. 

Jodido ascensor averiado, jodido yo, jodido Roman...¡Todo estaba jodido!

Con una jaqueca y sintiendo como si me hubiesen dado mil apuñaladas en el trasero, logré pisar el suelo de la recepción. Tragué con fuerza, disponiéndome a caminar hacia el gran mesón en medio del lugar. 

Podría haberme reído de verme a mí mismo caminando de una forma tan ridícula, pero realmente las carcajadas no me nacían. 

Mis dedos tocaron de golpe la madera del mesón, soltando algunas respiraciones desesperadas con tal de recuperar un poco de aire y mirar al recepcionista. No me sorprendió verlo comiendo una barra de chocolate mientras balanceaba sus botas de un lado a otro al ritmo de la música en sus audífonos. 

—Tom.—intenté llamarlo. El tatuado seguía moviendo la cabeza al son de la música, causando que la sangre me hirviera y apretara los labios. Con un golpe sobre el mesón, aumenté mi tono de voz.— ¡Tom!

El recepcionista casi saltó sobre sí, consiguiendo solamente que el chocolate se le cayera de la mano al quitarse apresurado el par de auriculares y me mirara alarmado. 

—Dios, Jonathan. No te me aparezcas así, asustas a cualquiera.—se quejó, dejando el aparato de lado mientras fruncía mi ceño. 

—Siempre estás en tu mundo, Tom. No me culpes.

El tatuado alzó la vista, mirándome un par de segundos en completo silencio antes de soltar un silbido. 

—Auch ¿Problemas en el paraíso?—solo apreté la mandíbula.—Okay, okay. No pregunto. 

—Solo concéntrate...—gruñí entre dientes al removerme un poco.— ¿Podrías?

—Wow. Hey, viejo ¿qué te ocurre? ¿Te duele algo?

Me contuve a rodar los ojos, simplemente mirándolo como podía a causa del dolor antes de decir:—Larga historia. 

Él pareció comprender, simplemente echándose a la boca el trozo de caramelo que le quedaba y alzando sus cejas. Solo podía apoyarme del mesón, tratando de moverme lo menos posible. 

—Bien.—rápidamente tragó antes de retomar el habla.— ¿Qué es lo que necesitas?

—¿Viste a Roman?

Tom frunció el ceño. 

—¿Roman? 

—A Joe.—siguió frunciendo el ceño.— Joder, Tom...¡Un poco más robusto que yo, cabello largo, vive conmigo...!

Me interrumpí, queriendo morderme la lengua por lo que dije y sonar realmente como un imbécil. 

—Digo...vivía conmigo. 

Mierda. 

—Sé de quién me hablas.—fruncí el ceño hacia él.— Es solo que...no creí que realmente se estaba yendo. 

Después de lo que pasó anoche...tampoco creí que se iría. 

—¿Lo viste?—me relamí los labios, manteniendo mi mirada en el mesón mientras apretaba y soltaba mis puños.— ¿Viste cuando se fue? 

—No, estaba dormido cuando pasó.—solté una pequeña risa sin razón alguna.— Pero vi una camioneta, creo que la manejaba una chica. 

Diablos, me dolía el maldito corazón. 

—Suficiente información, Tom.—golpeé suavemente el mesón con mi mano, disponiéndome a arreglármelas para volver al apartamento.— Gracias...—solté lentamente una bocanada de aire.— Solo quería saber si lo habías visto. 

Comencé a caminar, sabiendo que seguiría doliéndome aquel lugar que me torturaba con cada paso. Pero llegaba a creer que lo peor era que con cada uno de mis pasos, con cada recuerdo, cada vez que pensaba simplemente en sus ojos grisáceos, mi corazón dolía al punto de querer arrancármelo. 

—Aguarda, Jon.

Volteé cuando el portero me detuvo, viendo cómo comenzaba a buscar entre todo el chiquero que mantenía en su escritorio a diario. Conseguí cojear hasta el mesón una vez más, apretando brevemente los dientes esperando que el dolor pasara. 

Tom tiró muchas cosas al suelo hasta finalmente dar con un pequeño papel amarillo, mirándolo con una sonrisa para luego alzármelo. 

—Encontré esto cuando desperté de mi siesta.—parpadeé, debatiéndome de agarrar el pequeño post it.— Nunca entendí por qué se llamaban por esos apodos raros, pero supuse que sería para ti. 

Terminé por tomar el papel amarillento, observándolo y sintiendo como si me golpearan mil veces en el estómago y solo quisiera echarme a llorar. 

<<Lo siento>>

Escrito con su letra cursiva pero apresurada, debajo de ese mensaje habían unos nombres y un par de números, para finalizar con una "R" dibujada en tinta negra. 

—Creo que es su dirección.—comentó el tatuado, aunque no le estaba prestando atención realmente.— ¿Quiere que vayas a verlo? 

—No voy a hacer eso.—gruñí, estampando el papel sobre el mesón y apretando la mandíbula.— No hay manera de que lo perdone...No voy a hacerlo. 

—Hey, tranquilízate, amigo...

Tom colocó una de sus manos en mi espalda, pero solo consiguió que la alejara con un movimiento. 

No quería ser consolado, no quería otros caminos...simplemente quería que este dolor en mi pecho desapareciera. Quería dejar de sentirme de esa manera. 

—Últimamente los he visto pelear mucho.—siguió hablando el recepcionista, interrumpiendo el tenso silencio del cual fui culpable.— Tal vez te haría bien visitarlo. Hablar, pedirle una explicación, algo...

Levanté la vista, sintiendo como si mi interior se quemara. El dolor comenzaba a volverse ira, y esta solo tenía un nombre escrito en mi cabeza. 

—¿Sabes qué?—agarré el post it sobre el mesón, mirándolo una vez más antes de arrugar el ceño.— Tienes razón, Tom. No haría mal una visita para decirle lo hijo de puta que es. 

—Calma ese culo, que no es eso lo que dije...

Pero ya había comenzado a caminar, o al menos intentaba, en dirección a las afueras del edificio. 

—¿¡No quieres que te ayude!?—me gritó a lo lejos el tatuado, a lo que solo moví mi mano con un ademán negativo. 

Sí, apenas podía caminar, pero esperaba que con esto Roman me escuchara. 

Llegué hasta mi motocicleta aparcada frente a la entrada, mordiéndome la lengua para no gritar a causa del dolor que me golpeaba con cada paso. Con movimientos torpes saqué la llave del bolsillo de mi chaqueta, disponiéndome a montar el vehículo de una vez e ir a enfrentar a la base de este desastre de una vez por todas. 

Bastó que pusiera mi pierna en alto para que me cayera de culo al suelo, retorciéndome de dolor como un maldito gusano. 

—Joder...—maldije entre dientes, apretando mis nudillos contra el suelo e intentando ponerme inútilmente de pie. 

Tal parece que no podría ni levantarme para subir a la moto, y si lo hubiese logrado, el dolor probablemente habría empeorado a la hora de tener que bajar. 

Mala idea, Dean. 

Con mi espalda todavía pegada al pavimento y mis pies apoyados en el suelo, solté una respiración exasperada y me resigné a mirar por un rato el cielo de Atlanta. Parecía que el sol comenzaba a esconderse, dejando tan solo unas nubes grises que probablemente se convertirían en una tormenta. 

—Y yo aquí en el suelo...—me encogí de hombros con un suspiro.— Tal vez si tengo suerte me comienzan a crecer raíces y me convierto en una planta. 

—A veces pienso que tienes una planta en el cerebro, Jonathan. 

De cabeza pude visualizar al dueño de esa voz. El bicolor me observaba de brazos cruzados y con una expresión entre perpleja e irritada. 

—¡Seth! ¡Amigo...!—traté de moverme, pero solo conseguí gritar de dolor y retorcerme una vez más. 

—¿Qué demonios te pasa?—rápidamente se colocó de cuclillas cerca de mí, ayudándome a al menos permanecer sentado en la acera.— ¿Estás bien? ¿Qué es lo que te duele?

—N-No quiero hablar de eso.

Él poco a poco ayudó a que me levantara, volviendo a tocar el suelo con mis pies y recurriendo a apoyarme del asiento de mi motocicleta mientras Seth seguía sosteniendo mi otro brazo. 

—¿Qué pretendías hacer exactamente?

—Solo...—tragué con suavidad, manteniendo el dolor al margen de alguna manera.— Solo traté de subir a mi moto.

El bicolor solo me miró, sabiendo que probablemente le mentía en su propia cara. 

—¿Y tú?—me atreví a preguntarle, tratando de cambiar el tema.— ¿Qué haces aquí?

—¿Yo? Solo iba de camino a ver un regalo para Randy cuando te vi en el suelo.—explicó, para luego suspirar.— Dean, no intentes cambiarme el tema, ¿quieres? ¿Qué está sucediendo? 

Me debatía conmigo mismo, ignorando el dolor en mi cuerpo y concentrándome únicamente en lo que estaba pasando. Podía decirle a Seth la verdad, ya que era mi amigo después de todo. 

Pero...algo no me lo permitía. Y ese algo era el miedo de afrontar mis errores. 

Me quedé en silencio, sintiendo la mirada de Colby sobre mí en espera de alguna respuesta. Moví mi boca, aunque nada saliera de ella en realidad. Entonces recordé el papel post-it que apretaba en mi mano todo este tiempo, ya estaba arrugado, pero esa letra desordenada marcada con un plumón seguía resaltando a la perfección. 

—Hay un lugar al que debo ir...—balbuceé entre respiraciones, Seth probablemente frunció el ceño. 

—¿Y a dónde piensas ir? No llegarás ni la a la calle principal estando así...

—Lo sé.—sonreí de lado.— Por eso me llevarás. 

El bicolor enarcó una ceja, realmente confundido ante mi mueca antes de exclamar:—¿Disculpa?

—Necesito que me lleves, Seth. Es...realmente importante. 

—¿Y por qué debería?—gruñó.— Lo que deberías hacer es volver al departamento y dejar que Roman cuide de ti. 

Su nombre fue como si picaran esa herida tan dolorosa en mi pecho, haciendo que mis labios se volvieran una fina línea y el ambiente se tornara tenso a causa de mi silencio repentino. 

—Oh...—casi pude imaginar la preocupación en el rostro de mi amigo, el cual probablemente había captado el mensaje.— Así que sí tiene que ver con él después de todo...

—Roman ya no vive conmigo, Seth.—aclaré de inmediato, por mucho que me doliera el pecho y quisiera dejar de hablar de él.— Se largó del apartamento esta mañana. 

—¿Qué...? ¿Es en serio?

Enarqué una ceja, mirándolo con algo de perplejidad en mi rostro. 

—Creí que te lo había dicho...

—Claro que sí.—cerró sus ojos con lo que parecía exasperación.— Pero no la parte en que realmente se mudaría, además no le hablo. Estoy molesto con él. 

Quise preguntar la razón, pero Colby me arrebató el post-it arrugado que tenía en mi mano. Le dio una mirada antes de sacar su teléfono y comenzar a tocar la pantalla con su pulgar. 

—¿Esta es su dirección nueva? 

—Eso parece.—suspiré con lentitud, apoyando ambas de mis manos sobre la motocicleta y manteniendo mi campo visual hacia otro sitio que no fuera el bicolor.— Dejó esa disculpa barata y se marchó...¿no te parece gracioso?

Intentaba engañarme a mí mismo con tal de evitar el dolor de mi roto corazón. A nadie le parecería divertido, más bien era ridículamente penoso. 

—No es muy lejos.—susurró el ojicastaño a mis espaldas, pero no le presté mucha atención mientras miraba hacia el poco tráfico en la calle.— Andando. 

No fui capaz de decir nada cuando Seth agarró mi brazo y lo colocó por sobre sus hombros, ayudándome a caminar aunque estuviese confundido. 

—¿Q-Qué...?

—Lo dije desde un principio, y les juro que los golpearé algún día por esto.—me observó con cierto regaño.— Ustedes tienen que aclarar las cosas, y apropiadamente. 

Desvié la vista, pues ya que sabía que tenía razón. 

Seth me guió hasta su auto, sacando las llaves de su bolsillo y apretando rápidamente un botón para que el seguro se quitara y pudiera abrir la puerta del copiloto para mí. Me dispuse a subir, con el dolor entre mis piernas todavía apuñalándome y haciéndome cerrar con fuerza los ojos al inclinarme para entrar al vehículo. 

—Espera.—Colby me detuvo, haciéndome a un lado con suavidad antes de adentrarse a su auto buscando algo en la parte de atrás. Lo vi tomar una almohada y acomodarla sobre el asiento, dándole un par de palmaditas antes de voltear y permitirme el paso una vez más.— Adelante. 

No entendí la razón de eso hasta que me senté en el lugar del copiloto y sentí que el dolor era amortiguado por la suave almohada. 

Mi culo se lo agradecía. 

Suspiré, recargando mi cabeza contra la cuerina del asiento mientras recordaba las palabras escritas en ese post-it. 

Lo siento. 

—¿En serio lo siente?

Lo siento.

—Podría...haberme dicho adiós al menos.—seguí susurrando, mirando hacia el techo mientras procuraba mantener mi respiración a un ritmo normal. 

Lo siento. 

—Todo lo que siento...¿acaso no le importa?

¡Claro que no le importa! Cogimos y se largó de todos modos con la perra esa...¿¡Cómo es que llegué a ser tan estúpido!?

—¿Está todo bien?—habló el bicolor, el cual ni había notado ya se había sentado en su sitio frente al volante del vehículo.— ¿Dean? 

Tomé una bocanada de aire, llenando mis pulmones hasta comenzar a soltarlo en un suave suspiro entre mis labios. 

Lo siento. 

Yo también, Joe. También lo siento.

—Solo acelera, Sethie. 



—Vamos, Seth...

—No, ya te dije que no tengo nada que decir respecto a eso.—gruñó, mirando su celular antes de dar la vuelta a una de las calles. 

—Tiene que haber una explicación, amigo.—insistí, sonriendo de lado mientras apoyaba mi cabeza contra el respaldo de mi asiento.— ¿Cómo sabías que me dolería menos el trasero con una almohada? 

—Solo lo intuí. 

—No te creo.—canturreé a pesar de que parecía estar a punto de golpearme.— Esto no es algo normal y lo sabes. 

—¡Está bien! ¡Ya cállate, Jonathan!—exclamó con el ceño fruncido, pareciendo ya alcanzar su límite. Lopez solo me miró antes de suspirar y volver su vista al frente, apretando el volante entre sus manos antes de volver a hablar.— Solo...digamos que tengo algo de experiencia con el tema.

No podía evitar alzar mis labios, dispuesto a decir algo más antes de que me interrumpiera. 

—Di algo más y te golpeo en las bolas, te lo juro.

Diablos. 

Apreté mis labios, tan solo arrepentiéndome y dejándole conducir en paz. 

O al menos lo intenté por diez segundos:—¿Experiencia con el doctor Orton?

Lo siguiente que recibí fue un golpe en mi abdomen, al cual solo me retorcí entre carcajadas y agradecí internamente que no cumpliera con agredirme más abajo. 

El resto del camino me la pasé gritándole que no fuera tímido y me contara la verdad, pero su silencio bastó como respuesta además de sus constantes golpes en el brazo y mi pecho. 

—Ya llegamos.—dijo, colocando el freno de mano y mirando un poco hacia el edificio.— Bonito lugar. 

—Ajá.—balbuceé únicamente, comenzando a quitarme el cinturón de seguridad.— Bonito lugar, fea situación. 

Me dispuse a bajar del auto, aguantando el dolor con un gruñido pero consiguiendo apoyarme sobre mis pies con facilidad. Mis ojos vagaron por el edificio, tan solo tomando aire mientras el frío viento de ese día azotaba mi desaliñado cabello. 

Se veía como un lugar elegante, bastante organizado y tranquilo. Algo digno de alguien como Roman, aunque no quisiera admitirlo al estar a minutos de romperle todo lo que llamaba cara. 

—¿No quieres que te acompañe?—preguntó mi amigo desde su auto. 

Mis labios se fruncieron antes de girar hacia él y mirarle con una pequeña sonrisa de lado. 

—Es un asunto que ambos debemos terminar, Sethie. Pero apreciaría que sepas que luego de esto...—tomé una respiración, dándole otra mirada por sobre mi hombro al lugar.— Una parte de mí morirá y mi corazón estará roto. 

—Te apoyaré en lo que elijas.—hizo una pausa.— Aunque ambos estén actuando como un par de estúpidos. 

Solté una pequeña risa, mirándole antes de cerrar suavemente la puerta del copiloto. Me despedí con un agitar de mano, quedándome a ver cómo se alejaba por la avenida hasta desaparecer de mi campo visual. 

Procuré mantenerme concentrado, enfocado en las palabras que diría al verlo en lugar de los confusos latidos en mi pecho y la sensación de dolor en mi corazón lastimado. Caminé hasta el vestíbulo del edificio, en dirección al mesón principal en el que podría consultar el departamento al que una pareja se había mudado. 

Una persona se encontraba de espaldas, silbando una canción mientras parecía leer el periódico concentradamente. Frunciendo ligeramente mi ceño, golpeé la campanilla sobre la superficie de madera para llamar su atención. 

—Carajo...—murmuró entre dientes, doblando rápidamente el periódico y dejándolo a un lado antes de ponerse de pie. Escuché un aclarar de garganta antes de que girara.— Bienvenido, ¿en qué lo puedo ayudar?

Ese labio perforado y esa mirada llena de frialdad me eran familiares, realmente familiares. Recordaba haber golpeado esa boca con mis nudillos en busca de romperle los dientes. 

La sonrisa se le borró al recepcionista, mirándome rápidamente de los pies a la cabeza y reflejando casi la misma sorpresa mezclada con molestia que se encontraba en mi mirada sobre él. 

—Phil.—escupí, para a continuación soltar una risa irónica.— Tal parece que han soltado a todos los locos últimamente. 

—Si lo dices por ti, eso está muy claro.—se burló, a lo que solo apreté mis labios.— Qué gusto ver que sigues vivo, Jonathan. 

—Me agradaría decir lo mismo...Pero no estoy de humor para la mierda de nadie, menos de la tuya.—sonreí, para a continuación apoyarme sobre el mesón.—Ahora dime, mi querido amigo, ¿dónde está Joe?

 —¿Joe?—soltó una carcajada, la cual no me pareció para nada entretenida.— Acabas de verme, ¿y me preguntas dónde está tu perrita? Qué pena, porque no lo sé. 

Tomé aire rápidamente, sabiendo que necesitaría calmarme. No podía golpearlo en este estado, en especial porque no podría defenderme. También estaba la parte en la que ambos éramos adultos y probablemente terminaríamos en la cárcel. 

—Eres el recepcionista de aquí, deberías saberlo.—lo miré a los ojos, concentrándome en reflejar mi veneno hacia él.— No estoy jugando, dime dónde está. 

—No me das miedo, Jonathan.—negó con suavidad.— Menos viéndote caminar como un pingüino hasta aquí.

Maldita sea.

—¿Crees que no lo noté?—Phil soltó una risa, a lo que mis deseos de saltarle encima y golpearle la boca como en los viejos tiempos estaban aumento.— Pero ¿sabes? Hoy me siento misericordioso. 

Agarró una libreta, pasando lentamente las páginas mientras tarareaba una canción. Noté que se estaba tomando su tiempo a propósito, por lo que luché contra mis ansias y solo apreté la mandíbula mientras golpeaba mis dedos contra el mesón a un ritmo que ni yo entendía. 

—¡Bingo!—exclamó, poniendo su dedo sobre una de las páginas luego de casi cinco minutos revisando.— Joe Anoa'i y Saraya Ja...

Se interrumpió, viéndome y luego al libro, para acto seguido comenzar a sonreír y seguir colmándome la paciencia. 

—¿Se mudó con una chica?—exclamó, con una entretenida risa de por medio.— Hermano, siempre pensé que ustedes eran algo...

—Eso a ti no te importa. 

—¿Acaso te dejó? ¿Por eso quieres golpear algo? Debe dolerte demasiado...

—¡Ya dime el maldito número de apartamento!—grité, ya saliéndome de mis casillas. 

—Al menos admite que vienes a rogarle por algo, ¿no?

Furioso agarré la campana del mesón, más que dispuesto a lanzárcela en la cara y terminar con esto de una vez. Pero cuando quise apuntar a su rostro, una mano detuvo mi brazo con fuerza. Bastó que viera aquellos trazos con tinta negra en esa piel tostada para que me atravesara el dolor y los deseos de correr aumentaran.

—Vaya, vaya.—sonrió el recepcionista, dejando de cubrirse con sus brazos al no sentir el impacto de la campana contra él.— Justo la perrita que estaban buscando. 

—Cierra la boca, Phil.—le gruñó Roman. Me arrebató el objeto de la mano y lo dejó bruscamente en el mesón antes de empezar a tirar de mi brazo.—Vámonos, Dean. 

En silencio cedí a sus pasos, sin alejar mi mirada del ojiverde hasta que me encontré lo suficientemente lejos de esa sonrisa que quería destrozar. 

A diferencia de Kevin, él seguía siendo el maldito hijo de puta malnacido de siempre. 

El samoano me llevó hasta el elevador, en el cual me quité bruscamente su agarre de encima en tanto las puertas se abrían convenientemente. Entonces me atreví a mirarlo, encontrando culpabilidad y tristeza en su mirada grisácea. 

No caería esta vez, no lo haría. 

Caminé en silencio al interior del elevador, apoyándome contra la superficie del rincón mientras que Roman me observaba a las afueras, como esperando una señal. No la recibió, por lo cual simplemente me siguió el pasó y presionó un botón en el panel para que las puertas de metal se cerraran. 

Quería gritarle, quería golpearlo, decirle cosas que terminaran por destrozarlo. Pero ahí estaba, junto a mi "mejor amigo" en completo silencio y de brazos cruzados, aguantando a aquel corazón herido que rogaba por ser rescatado del dolor. 

Pero cuando la fuente de tu dolor está tan cerca, las palabras se te escapan y tienes que pensar en todo de nuevo. Era como todo el tiempo en que pasé, silenciosamente, enamorado de mi mejor amigo. 

El silencio fue sepulcral entre ambos, hasta que el pitido del ascensor anunció que habíamos llegado al piso que Roman había marcado en el tablero. Las puertas se abrieron, y seguí con mis brazos cruzados y la mirada baja, sintiendo cómo sus ojos buscaban los míos.

—Dean, yo...

Lo interrumpí, simplemente recuperando la movilidad y abandonando el elevador. Me seguía doliendo el culo, pero la ira no me permitía prestarle ni la más mínima atención mientras esperaba que se dignara a caminar. 

Escuché un suspiro por parte del samoano, para a continuación escucharle caminar y adelantarse por el pasillo frente a nosotros. Lo seguí, todavía sin decir absolutamente nada. 

Me detuve en cuanto Roman se posicionó frente a lo que debía ser la puerta de su nuevo apartamento, escuchando el desbloquear de la cerradura y tomando una considerable cantidad de aire por la nariz. 

El samoano dio una mirada al interior, para acto seguido abrirme la puerta con una mueca que no me di el trabajo de descifrar. 

¿Estaba seguro de lo que estaba haciendo? Para nada. 

No dije nada, simplemente puse un pie dentro del lugar y esperé que la puerta se cerrara para que la calma se perdiera lentamente en mi interior. 

—Dean, escucha. Sé que tenemos que hablar y...

No dudé en interrumpirlo al estampar mi puño contra su rostro, luego lo empujé contra la puerta y agarré con fuerza las orillas de su camiseta mientras le miraba con furia en mi semblante. 

La calma se había perdido por completo, esto era lo que realmente sentía. 

—¿Por qué lo hiciste?—murmuré, negando con suavidad y al no poder entender ni mis propias palabras, me atreví a alzar la voz.— ¿¡Por qué mierda me hiciste esto, Roman!? ¡Confié en ti! ¡Siempre confié ciegamente en ti!

—Dean...—balbuceó, apretando mis manos con suavidad.— De verdad lo siento. 

—¿Lo sientes?—tragué, sintiendo que mi garganta se hacía un nudo incluso en esos momentos.—¿Eso es todo lo que puedes decir? ¡Coges conmigo hasta que me duele el culo y luego te vas! ¿¡Lo sientes por eso!?

Solo me observaba, con su pecho subiendo y bajando al ritmo de sus respiraciones y sus labios pareciendo tratar de buscar palabras inútilmente. 

—Nada te importa, ¿verdad? Es por eso que me abandonaste. 

—Dean, solo estoy haciendo lo que es mejor para ti.

—¡Lo mejor para mí!—me burlé, casi pudiendo ver que su ceño se fruncía.— ¿¡Cuál es tu maldito problema, Roman!?

—¡Siempre he hecho lo mejor para ti, Jonathan! ¡Desde niños, siempre he querido verte feliz!—gritó, consiguiendo quitarse mis manos de encima y agarrando ahora él el cuello de mi prenda.— ¡He velado por tu felicidad desde que nos conocemos y lo sabes!

—¡Eso a mí no me importa!—apreté el ceño con furia, tratando de calmar mi acelerada respiración.— ¡Y en lo que a mí me concierne, estás haciendo mal tu trabajo de verme feliz! 

Sus ojos se encontraban en los míos, pareciendo no poder apartarse. 

—¿Acaso no lo entiendes? ¿No te lo he demostrado?—negué con suavidad, manteniéndome firme por más que mis piernas temblaran.— El único que es capaz de hacerme feliz eres tú, Roman. Nadie más puede y creí que lo entendías, y te quedarías...

—¡Lo siento por irme! ¿¡De acuerdo!?—exclamó, pero no me asustó realmente.— Tú no puedes estar conmigo, no es posible. 

—¿Qué...?—me intenté quitar sus agarres, pero no fue posible.— ¿Por qué no? ¿Cuál es tu punto?

—¡Nos hacemos daño el uno al otro! ¡Siempre lo hemos hecho, Dean!

Abrió la boca para gritarme alguna otra cosa, pero el sonido de unos tacones y luego cierta voz nos desconcertó a ambos:—Joe ¿viste dónde está el...?

La peliengra se interrumpió al vernos, quietos en la entrada del apartamento mientras el samoano seguía jalando de mi camiseta entre sus manos. 

—D-Dean...—murmuró, viéndonos a ambos con el ceño fruncido.— ¿Qué demonios está pasando aquí? Suéltalo, Joe. 

El moreno frunció sus labios nerviosos, soltándome suavemente aunque yo me apartara bruscamente de él lo más rápido posible. 

—Solo...estábamos conversando un asunto.—comentó él, mientras evitaba el mirarlo antes de volver a perder el control sobre mí mismo.— El recepcionista es alguien que conocemos y Dean...no tenía una buena relación con él. 

—Oh diablos...—murmuró Saraya, dejando de lado una caja y encaminándose rápidamente hasta nosotros.— Debí suponerlo por la forma en que te miró cuando llegamos. No te preocupes, Dean.—puso su mano en mi hombro, encontrando inconscientemente mi mirada en la de ella.— Solo es un imbécil amargado, no le prestes atención. 

Solo asentí con un relamer de labios hacia su agradable sonrisa, sintiéndome como un estúpido y al mismo tiempo queriendo gritarle que se alejara de Roman de una vez. 

Todo era tan confuso que solo quería cerrar los ojos y desaparecer. Quería que el dolor desapareciera. 

—Me alegro mucho de que vinieras a visitarnos.—agregó, con su mano todavía en mi hombro y acariciando este en un gesto reconfortante.— Creí que me odiabas luego de lo que pasó...

Era un hipócrita, experto en mentir. No me fue difícil mentirle a mi propio corazón al alzar ligeramente la esquina de mi labio y responderle en voz calmada:—Claro que no te odio, Saraya. 

—Gracias, Dean. De verdad, lo lamento si fui demasiado brusca. 

—Está bien.

—¿Quieres que te sirva algo?—sonrió nuevamente, mirando por sobre su hombro y luego volviendo a mí.— Ya instalamos la cocina, y compramos algunas de esas cervezas importadas que recuerdo te gustan. 

¿Me quedaría? ¿Me quedaría a ver cómo el samoano al que amaba pero al mismo tiempo detestaba se destruía internamente gracias a la presión y la culpa? 

La idea me sonaba completamente irresistible. 

—Encantado. Sírveme, preciosa. 

Le sonreí, para recibir el mismo gesto de la fémina y encaminarme deliberadamente hacia la barra. Podía sentir la mirada del samoano aniquilándome a mis espaldas, pero el dolor y la ira por la que me dejaba llevar era mayor y me permitía actuar como se me viniera en gana. 

Si no quería decirle la verdad a ella, supongo que podía aparentar bien también. Por mi propia felicidad, ¿no? 

Qué cosa más estúpida. 

—También preparé un poco de pasta.—dijo ella mientras me daba la espalda. Seguí sonriendo mientras apoyaba mi mejilla contra mi puño alzado.— Joe ¿podrías calentar un plato para Dean?

—Sí, Joe.—dije con diversión, mirando ligeramente por sobre mi hombro al paralizado pelinegro todavía en su sitio cerca de la puerta.— ¿Te molestaría mucho?

Roman solo pareció tragar, manteniendo sus ojos directamente en los míos antes de volver a bajar la mirada y caminar casi a pisotones acelerados hasta la cocina. Con una sarcástica sonrisa, seguí cada uno de sus movimientos, esperanzado en que lo sacara tanto de quicio como él a mí durante todo ese tiempo. 

Saraya me sonrió cuando dejó un vaso de cristal frente a mí, sirviendo el contenido de una botella de cerveza y luego deslizándola cerca de mí. 

—Gracias, hermosa.—le guiñé, recibiendo una risita antes de que se volteara. Bebí un trago del vaso, deleitándome con el líquido que quemó mi garganta y esperaba aliviara un poco el mal sabor de boca con lo que estaba pasando.— Uhm...Saraya...

—¿Sí, Dean?

Tragué rápidamente, dándome fuerzas para lo que quería decir: —¿Qué harías si tu novio te engaña?

El ambiente se quedó en silencio, pero pude apreciar el respingo que Roman intentó contener mientras la pelinegra giraba hacia mí con una sonrisa perpleja. 

—¿A qué viene esa pregunta?—solo me encogí de hombros, procurando no mirar al nervioso samoano que me observaba alarmado desde su lugar frente a la estufa.— Bueno, si quieres saber mi opinión, yo...

—No, Saraya.

El moreno la interrumpió, mirándome con el ceño fruncido y sus apagados ojos grises tratando de aniquilarme. 

—Dean no sabe lo que dice, no le prestes atención. 

—¿Qué...? ¿Cuál es tu problema, Joe?—se quejó la fémina, frunciendo el ceño en dirección a su novio.— Solo está haciendo una pregunta. 

—Sí, y una muy estúpida.—sonreí, sabiendo que eso me había dolido. Pero no podía hacer más que ignorar esa sensación torturándome el alma.

—No es estúpida, Joe.—hablé, arriesgándome a que saltara a golpearme en la nariz.— Solo le pregunté a tu novia qué opina de ese tema...¿No es así, Saraya?

El tatuado apretó la mandíbula nervioso ante mi remarcar de la palabra novia, mientras que la misma asentía en mi dirección con completa amabilidad. 

—Tienes razón, Dean.—volvió a apoyarse de la barra, mirándome con una curvatura de lado en sus labios.— Pues...creo que me sentiría mal y todo el asunto, pero intentaría hablar con él. Tal vez podríamos arreglarlo...

—¿Arreglarlo?—no pude evitar soltar una risotada irónica.—Eres bastante optimista. 

—La persona con la que estoy debería confiar en mí para decírmelo, ¿no crees?

—¿Y qué pasa si esa persona no la tiene? ¿Qué pasa si no confía en ti?

—Dean.

Ignoré por completo la interrupción de Roman, todavía concentrado en lo que quería decir:—¿Qué pasa si te engañan en tus narices?

—Yo...

—¿Habría una solución para eso? ¿O para la persona tercera en el asunto?

—Dean, ya basta...

—¿Crees que esa persona sufre también?

—¡Te dije que ya basta!

Roman gritó, sacándome de mi trance lleno de rencor y haciéndome alzar la vista hacia él. Su rostro era nervioso, la piel de su frente se encontraba perlada por lo que supe que la situación se le estaba yendo de las manos. 

—Dean, ¿qué quieres decir con todo eso?—preguntó Saraya en un simple murmuro, siendo jalada de los hombros por parte del samoano. 

—Nada, Saraya. No prestes atención a nada...

—No me digas que no preste atención, Joe.—le contradijo, quitándose sus manos de encima.— Porque creo que es muy importante, y sabes que lo es. 

—¡No lo es! 

—¿¡Por qué estás enojado ahora!?—exclamó ella, llamando la atención del moreno y dejándome al margen de ello por un momento.—¿¡Qué mierda te sucede!? ¡Desde que llegamos esta mañana haz estado actuando extraño...!

—No peleen más.—murmuré bajito. 

A pesar del poco volumen de mi voz al decir eso, conseguía la atención de la pareja en tanto me bajaba del banquillo frente a la barra. Tragué brevemente antes de poder retomar el habla. 

—Joe tiene razón. Nada de lo que estoy diciendo es importante, lo siento.—hice una pausa, colocando mis manos al interior de los bolsillos de mi pantalón antes de suspirar.— Solo quería la opinión de una chica porque...engañé a Allen. 

Los ojos de Saraya se abrieron alarmados, y la mandíbula de Roman se tensó mientras su mirada chocaba brevemente con la mía. 

—¿Tú...? ¿Por qué?—dijo preocupada.— Dean, ¿qué fue lo que pasó? 

—Me dejé llevar por lo que sentía de verdad por otra persona.—tomé aire, mirando al suelo. No podía enfrentar a mi ex mejor amigo, no en esos momentos sin destruirme por completo.— Supe que...—miré a Roman, por mucho que me doliera el corazón.— Supe que mi corazón nunca estuvo con Allen. 

—Pero, Dean...

—Está bien.—la interrumpí con suavidad.— Hablaré con él cuando tenga la oportunidad. Allen no se merece nada de esto.

No engañaba a nadie. Tenía miedo de enfrentar las cosas, enfrentar el error que parecía haber descubierto que mi corazón pertenecía al samoano en silencio detrás de la fémina y que él mismo lo había destrozado. 

—Tengo que irme. 

—¿E-Estás seguro? ¿No quieres hablar al respecto?—insistió Saraya una vez que me volteé y encaminé en dirección a la puerta. 

—No. Gracias de todas formas.—alcé mi mano, despidiéndome en cuanto abrí la puerta.— Y...

Me atreví a darle una última mirada al samoano con el que pasé tantos años de mi vida, tomando un respiro en cuanto sus angustiados ojos encontraron los míos y amenazaron con romper mis barreras. 

—Y felicitaciones por su nueva vida. 

Abandoné rápidamente su hogar, diciéndome a mí mismo que moviera un pie y luego el otro sin mirar atrás. 

No mires atrás, no mires atrás, Dean. 

—¡Jonathan!

No mires atrás, joder. No lo hagas. 

—¡Jonathan, espera!

Maldita sea. 

No pude hacer nada cuando su mano jaló de mi brazo, deteniéndome en seco y mirándolo con seriedad. Sus ojos seguían angustiados, como si buscaran apretujar mi roto corazón por más que me negara a dejarlo. 

—¿Por qué no se lo dijiste?—alcé una ceja. 

—¿De qué hablas?

—Podrías haberle dicho a Saraya la verdad...—se relamió los labios.— Pero no lo hiciste. 

Tiene razón, no lo hice. Por más que me encontrara dolido y quería causarle ese mismo dolor a él, no lo hice por una simple razón que fue fácil descubrir y golpeó mi pecho con fuerza. 

—No lo hice porque quiero que seas feliz con ella.—lo miré a los ojos, negándome a ocultar que los míos poco a poco picaran por las probables lágrimas que aguantaba.— Tienes un futuro por delante con Saraya, y yo solo soy una piedra en tu camino. 

—Dean, por favor...

—Sé feliz, Rome. Tal como intentaste que fuera feliz con Allen. 

Ambos nos quedamos en silencio. Sentía que me destrozaría, que solo quería llorar hasta quedarme sin aliento.

Pero tuve las últimas fuerzas para levantar mis manos y acariciar su rostro, quedándome con su calor contra la piel de mis temblorosos dedos, guardándola como un recuerdo que reconfortaba mi corazón. 

Sus manos acogieron las mías, causando que el nudo en mi garganta aumentara y me viera obligado a tragar con suavidad. 

—Dean, necesito que sepas que yo...—negué con suavidad, interrumpiéndolo.— ¿Por qué no me dejas decirte todo lo que quiero?

—Porque es por tu bien.—sonreí de lado.— Si pensaste tanto en mi felicidad todo este tiempo, déjame devolverte el favor. 

Aparté mis manos lentamente de sus mejillas, hasta que sus dedos soltaron los míos cuando me dispuse a marcharme. 

—Dean...

—Adiós...Joe. 

Giré sobre mis talones, caminando hasta el elevador lo más rápido que pude y esta vez sin dar vuelta atrás. Agradecí que las puertas de metal se abrieron en cuanto presioné el botón del panel y pude entrar. Tragué con suavidad, esperando que las puertas de metal se cerraran a mis espaldas y el silencio me invadiera. 

Mis hombros cayeron con cansancio, me recosté contra una de las paredes del elevador y lentamente me dejé caer hasta el suelo. 

—Adiós, Rome.

Bastó que abrazara mis rodillas para que rompiera a llorar sin poder detenerme. 

Esa era la última vez que lo vería, la última vez que me entrometiera en su vida. Porque, por más que rogara formar parte de ella, no sería posible. 

Él tenía una historia perfecta por delante, pero yo no estaba en ella. Y por más que doliera, tendría que aceptarlo. 



Mi cabeza daba vueltas, sentía que mi cuerpo estaba paralizado, pero mi mano experimentaba la calidez de otra, como si alguien la sostuviera. 

No podía escuchar nada más que los neumáticos de un auto, poco a poco traté de agudizar mis sentidos y recordar qué estaba ocurriendo. Conseguí parpadear con lentitud, para así comenzar a aclarar mi vista. 

Un niño de cabello pelinegro, a pesar de la oscuridad, podía ver su rostro angustiado y cierto brillo en sus mejillas. 

Parecía haber estado llorando. 

Tomé aire, rogando el conseguir que mi voz al menos se alzara. 

—¿Ro...man?

El pequeño samoano giró hacia mí al instante, y casi pude notar que sus ojos brillaban y nuevas lágrimas caían por sus pómulos. 

—¡Jonathan!—chilló. Sus brazos me rodearon con fuerza, ayudándome a levantarme de su regazo y que mi mentón se recargara en su hombro con suavidad. 

Sentía mi cuerpo helado, como si hubiese pasado mucho tiempo fuera sin un abrigo. Era tanto que incluso no podía moverme del todo bien. 

—Dios mío, ¿despertó?—preguntó una voz femenina desde alguna parte. 

Pero solo estaba concentrado en los brazos de mi mejor amigo, brindándome calor y seguridad mientras sentía el latir de su corazón cerca de mí.

¿Él...me había encontrado?

—Sí, mamá. Está despierto.—exclamó con alegría a pesar de su voz hecha un hilo. Con cuidado me apartó lo suficiente como para poder mirarme a los ojos, estos se veían llenos de alivio con tan solo verme.—¿Cómo te sientes, Jon? ¿Te duele algo?

Me las arreglé para negar, a pesar de que mi cabeza dolía. Me llevé una mano a la cabeza ante el agudo dolor, sintiendo cómo si sangre se hubiese secado sobre mi piel. Probablemente me había sangrado la cabeza. 

—Debes haberte golpeado en la cabeza...—habló nuevamente el pelinegro, para a continuación tomar suavemente la mano que presionaba contra mi sien. Le dio un pequeño apretón, a lo que solo podía mirarlo entre mi nublado campo visual.— Y estás helado...

En silencio vi cómo se quitaba rápidamente su abrigo, para a continuación rodear mis hombros con él con cuidado y sonreírme de lado. 

—¿Está mejor?—asentí, ya que no era mucho lo que podía decir. 

No recordaba nada, por más que intentaba todo era un golpeteo en mi cabeza y una extraña sensación que me apretujaba el estómago. 

Era eso...¿un mal presentimiento?

—Iremos al hospital para que traten esa herida en tu cabeza, cielo.—dijo la fémina de cabello oscuro. En ese instante supe que se trataba de la madre de Roman.— No te preocupes, estarás bien. 

Estaré bien...

¿Qué fue lo que ocurrió para que estuviera mal en un inicio? 

Era como si me faltara el aire, como si me hubieran golpeado muy fuerte además de en la cabeza.

Era como sí...hubiese rogado por algo y no importó cuánto lo hice. Las cosas salieron mal. 



La lluvia caía sobre mi cabeza, a veces algunas gotas caían por mis mejillas pero me veía inalterado por ello. Solo movía mis pies, un paso tras otro hacia una dirección que ni yo tenía planteada. 

Mi pecho se sentía vacío, y cada respiración solo conseguía hacerme decaer más en la cuenta de la verdad. 

Estaba solo.

No supe cómo, pero terminé llegando al edificio que alguna vez compartí con mi mejor amigo. Mis ánimos estaban por los pies, por lo que únicamente fue capaz de darle una mirada antes de colocarme la capucha de mi sudadera luego de minutos bajo la lluvia. Mis pies golpearon algunos charcos, haciendo un sonido extraño mientras me encaminaba hacia la entrada. 

Tom haría muchísimas preguntas, empezando por el hecho de parecer que me hubiese caído en una fuente. Pero no quería responder nada, solo quería recostarme y cerrar los ojos para desaparecer. 

En ese instante me detuve, viendo atónito a aquel castaño sentado en los escalones que conducían a la entrada del edificio. 

—Allen...—conseguí soltar casi en un respiro. 

Perdí el aliento cuando el ojiazul levantó su mirada hacia mí, dejando de juguetear con las llaves de su auto entre sus dedos y frunciendo su ceño al verme. 

—¿Qué haces mojado, Jonathan?—exclamó, poniéndose de pie casi como un resorte. A pisotones trotó hasta mí, sin importarle chapotear por todos lados hasta agarrarme del brazo.— ¿Cuánto llevas bajo la lluvia? Vas a enfermarte. 

Me dejé llevar por sus dedos rodeando mi brazo, tirando de él para que lo siguiera hacia el pequeño tramo de escaleras bajo el techado del edificio. 

—Dios...—se quitó como pude algunas gotas de la cara, para luego mirarme.— ¿Qué pasa contigo? ¿Acaso no viste las noticias y que habría tormenta?

—Lo olvidé...—murmuré por lo bajo. 

—Agh...—me quitó la capucha, para luego comenzar a quitarme el cabello alborotado que se había pegado a mi mojada frente.— Siempre eres tan despreocupado, Jonathan. 

Entonces detuve su mano sobre mí, tomando un respiro y conteniéndolo en mi pecho con tal de mantenerme firme. 

No podía dejar que me tratara con tal delicadeza, simplemente no podía. 

—¿Qué haces aquí, Allen?

—¿Tienes el descaro de preguntármelo?—bajó su mano, mirándome con completa seriedad.— Quiero una explicación. Quiero la verdad.—bajé la mirada, sintiendo que me costaba trabajo mantenerla en alto o al menos reflejarme en sus iris azules.— Jonathan ¿no hay nada que quieras decirme? 

Hubo una pausa, en la que mi cabeza parecía dar mil vueltas y mi corazón latía desenfrenado contra mi pecho. 

—Lo siento...

—Espera ¿qué?—soltó un bufido luego de mi silencio, para luego negar con un gesto de exasperación.— ¿Lo sientes? ¿Eso es todo lo que tienes que decirme?

Por favor...

—Lo lamento...

—¿Qué lamentas, Jonathan?—siguió hablando.— ¿Haber estado conmigo? ¿Haberme lastimado? ¿El hecho de haberme usado todo este tiempo?

—Yo no quería usarte, Allen.—dije por fin, mirando a Jones a los ojos.— Te juro que nunca quise hacerlo, ni mucho menos lastimarte. 

Él se relamía los labios en silencio, dándome luz verde a por fin expresar todo lo que pensaba. Pero las palabras simplemente no me salían. 

—¿Qué sientes realmente por mí, Jonathan? De verdad, ¿sientes aunque sea algo por mí?

—Tú me gustas, Allen. Lo digo en serio.—exclamé, sintiendo que el nerviosismo me apresaba lentamente.— Yo...te amo...

—Lo sé.—dejó caer la mirada, negando con suavidad.— Pero no me amas de la forma en que amas a Joe. 

Mi corazón fue golpeado una vez más, pero el dolor era silencioso. 

—Solo dímelo, Jonathan.—pude ver el indicio de una sonrisa, pero eso solo conseguía que me sintiera más culpable. 

—No quería usarte, Allen. Quise intentar ser feliz contigo pero...

—Tu corazón está con él.—colocó una de sus manos en mi pecho, sonriéndome lentamente.— Eso es algo que nunca podré conseguir, y lo sabes. 

Quería llorar, quería gritarle que lo que menos quise fue lastimarlo. Las lágrimas recorrieron mi rostro una vez más cuando agarré su mano, dejando que acariciara suavemente el dorso de esta con su pulgar. 

—No quería hacerte daño, te juro que era lo que menos quería.—murmuré casi entre dientes, aguantando un sollozo.— No sabes cuánto lo siento. 

—Está bien, Jonathan. 

—No, no está bien.—contuve el temblor en mi voz.— Todo este tiempo, solo pensé en mi felicidad mientras la tuya...

—Hey.

Las manos de Allen alcanzaron mis mejillas, acogiendo mi cara entre sus dedos y dejando un toque cálido en ellas. 

—Jonathan, escúchame.—con cuidado quitó algunas lágrimas con sus pulgares, viéndome reflejado en aquellos ojos tristes encarándome.— Todo el tiempo que pasé contigo, todos esos momentos que estuviste a mi lado fueron estupendos. Me hiciste feliz sin darte cuenta. 

Tragué con suavidad, incapaz de hacer nada más que sollozar. 

—Tal vez piensas que no, pero fui feliz estando a tu lado.—sonrió de lado.— Y ahora es tu turno de ser feliz. 

Solté un alarido al no poder contener mi llanto, sintiendo que sus manos seguían sobre mis mejillas cuando el castaño se colocó de puntillas y sus labios tuvieron contacto con mi frente. 

Cerré los ojos, diciéndome lo idiota que había sido y repitiéndome muchísimas veces que era de lo peor por lo que le hice a Allen. 

—Allen...—tomé una bocanada de aire, sus labios seguían besando mi frente.—Lo siento...tanto, Allen. 

Lentamente, abandonó su contacto y volvió a estar sobre sus pies para mirarme a los ojos. 

—Yo también lo siento, Jonathan. Por no haber sido el tipo para ti. 

Por primera vez en esos minutos, fui capaz de sonreír con mis temblorosos labios. 

—Estuviste cerca.—Jones soltó una risita junto a mí, todavía sujetando mi rostro entres sus manos. 

Lentamente, dejó caer sus dedos fuera de mis mejillas, dejando que el calor me quemara de forma placentera junto a la pequeña sonrisa que se había dibujado en mis labios. 

—Tengo que irme.—murmuró. El pecho de Allen subió y bajó lentamente antes de retomar la palabra.— Nos vemos...—sus labios se curvaron en una preciosa sonrisa de lado.— Dean. 

Sonreí también antes de responderle:—Nos vemos, AJ. 

Finalmente el castaño se colocó la capucha de su chaqueta antes de encaminarse hacia su auto estacionado a unos metros de nuestra ubicación, sin voltear hasta que abrió la puerta del piloto y logró que su mirada chocara con la mía a pesar de la distancia. 

Me regaló una última sonrisa, casi le vi articular algo con sus labios y luego subió al vehículo, desapareciendo bajo la lluvia y la oscuridad de las calles de Atlanta. 

Di un paso atrás, logrando tocar el escalón y dejándome caer sobre este. Las lágrimas seguían cayendo luego de que se fuera. Entonces cerré los ojos, dejando que el sonido de la lluvia fuera parte de mis pensamientos y lentamente mi respiración se calmara.

Sé feliz, mi niño bonito. 

—Sé feliz, señor fenomenal. 

Cerrar los ojos era mi única forma de escapar, hasta aquella noche en la que supe que tendría que ser fuerte y hacer lo que mi madre siempre me dijo que hiciera. 

Sobrevive. Cierra tus ojos pero sigue luchando hasta el final, Jonathan. 




¡Hey! Al fin nuevo capítulo. Solo quiero aprovechar de informarles que nos quedan tan solo tres capítulos de Brutal Love. Les recomiendo que se preparen, porque se viene un giro espectacular para Dean. 

Gracias por su apoyo. 

Como estoy de vacaciones, mi misión es que la historia se termine antes de que acabe Febrero. 

Nos vemos a la próxima <3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro