[10.The eyes of temptation]
—Seth—No hubo respuesta, por lo que alcé la voz.— ¡Seth!
—¿¡Qué mierda quieres ahora!?
—¿¡Cómo se ata esto!?
El bicolor se asomó por la puerta en cuanto escuchó mis gritos, cambiando su semblante molesto por uno sarcástico al verme de pie frente al espejo.
—¿En serio, Dean? ¿No sabes si quiera atar una corbata?—Murmuró, pareciendo aguantar sus deseos por rodar los ojos mientras caminaba hasta mí.
—Nunca me enseñaron nada de esto—Balbuceé, dejando que mi amigo me quitara el extraño nudo con el que intenté amarrar aquella cinta de color negro sobre la camisa del mismo color.—¿Cómo es posible que las personas se vistan así a diario?
—Cuando es una ocasión especial como esta, lo mejor es vestirse lo más formal posible.
Seth sonrió, levantando las orillas de mi camisa y pasando la corbata para comenzar a anudarla.
El que me prestara uno de sus trajes y me ofreciera a cambiarme de ropa en su casa antes de mi cita eran cosas que no tenía como agradecerle. En especial por lo que ocurría últimamente.
Desde que me he podido sacar la venda de la cabeza y he podido continuar con el desarrollo del mural sin impedimento alguno, la tensión entre el samoano y yo parecía ser más que obvia.
Estaba distante, incluso más que el tiempo en que no nos hablábamos. En especial por el hecho de que, cuando Allen me llamaba o le hablaba en las prácticas, su mirada volteaba a otro sitio y su tono se volvía frío cuando volvíamos a entablar una conversación.
¿En qué momento todo se volvió así?
Desde niños éramos los mejores amigos, nos gustaban las mismas cosas y siempre fuimos como hermanos...Nunca nos imaginamos que terminaríamos en esta extraña relación entre tablas.
—Tierra llamando a Jonathan Good—Dijo aquel bicolor de coleta y gafas, sacándome de trance.—Está listo.
Parpadeé un par de veces, saliendo de mis extraños pensamientos y logrando volver a mirar mi reflejo en el espejo de cuerpo entero en el cuarto de Seth.
Arrugué mi labio de una forma que hasta a mí me pareció graciosa, acercando mi rostro hacia el cristal y arrugando más el ceño mientras el bicolor a mis espaldas se carcajeaba por lo bajo.
—Parezco estos jodidos muñecos de bodas—Moví mi cabeza de izquierda a derecha, mirando la corbata perfectamente anudada y casi apretándome el cuello.—¿Qué mierda me has hecho, Seth?
—Los milagros que hace un esmoquin de calidad, Dean—Se burló a través del reflejo.—Allen te dijo que pedían vestimenta adecuada, así que tendrás que aguantarte.
Dejé caer los hombros, simplemente resignándome a ello a pesar de verme extraño. Extraño, pero no me desagradaba tanto.
Seth abrió la boca para decir algo, pero se vio interrumpido por el suave sonido del timbre de su casa.
—Diablos, no esperaba a nadie—Murmuró casi para él, quitándose las gafas antes de disponerse a ir a atender la puerta.—Ve a peinarte, recuerda que no debes dejar ni un solo cabello rebelde.
—¿Quieres que me eche cemento o qué?
Colby me mostró una sarcástica sonrisa ante mi burlona expresión, saliendo del dormitorio y cerrando suavemente la puerta detrás de sí. Suspiré ante el silencio, volviendo a verme en el espejo y acercando una vez más mi rostro hacia este.
Me quité el cabello de la frente, alzando una ceja y pasando mi mirada a lo largo del reflejo de mi cara de una forma bastante estúpida.
—Me veo del asco.
Mejor hice caso al consejo de Seth y me encaminé hacia el cuarto de baño en su habitación, encontrando rápidamente lo que necesitaba para comenzar a "arreglar" mi cabello.
Logré echarlo todo atrás luego de mucha agua, un poco de gel de cabello que encontré encima y peinarlo varias veces. Me di luz verde a salir cuando creí estar lo suficientemente decente como para que el dueño de casa me dejase salir.
Silbaba una canción, quitándome de encima las últimas gotitas de agua que habían caído sobre la chaqueta mientras me encaminaba en dirección a la sala. Por la hora, supe que tendría que apresurarme para no hacer esperar demasiado a Allen.
—Seth, no es eso de lo que estoy hablando. Saraya no tiene nada que ver...
Esa simple voz tan rasposa logró helarme la sangre y paralizar mi cuerpo a mitad del camino.
—Sí que lo tiene, Roman—Gruñó el bicolor, escuchando sus zapatillas al pasearse por la sala, probablemente perdiendo la paciencia tan poca que solía tener.—D-Digo...Agh...—Soltó un suspiro.—Si te soy sincero, no te entiendo para nada ¿sabes? No sé a qué juego estás jugando.
—A ninguno.
—¡Deja ya de mentir!
—¡Ya me voy!
Mi chillido los alarmó a ambos, mientras que decidí lo más maduro.
Echar a correr y evitar más conflictos con el tatuado que ni sabía de mi presencia en esa casa.
—¡Momento! ¡Alto ahí, Jonathan!
Mierda.
Fui jalado de la chaqueta, volteando hacia mi mejor amigo por obligación y encontrando resignado sus ojos en los míos.
Parecían brillar, y sus labios se abrieron un poco al verme. Traté de ignorar el golpeteo en mi pecho, simplemente respirando con suavidad y manteniéndome determinado frente a su mirada grisácea.
—No sabía que estarías aquí, Dean...—Murmuró, con su voz casi perdida mientras soltaba tímidamente la tela del traje.
—No quería molestarte en casa—Procuré mantener mi vista en el suelo un rato, removiendo un poco mis hombros en busca de mantenerme calmado.—En caso de que estuvieras con Saraya o...simplemente no quería molestar.
—Dean...no molestas ni nada—Hizo una pausa, en la que nuestras respiraciones eran lo único que resonaba en mis oídos además del fuerte latido de mi corazón.—Es solo que...
—Venías a hablar con Seth—Lo interrumpí, a lo que encontró mis ojos inmediatamente.—No te preocupes, solo me ofreció prestarme un traje para esta noche.
Roman parpadeó un par de veces, relamiéndose un poco los labios como si buscara las palabras exactas que usar.
Tenía que ser fuerte, debía seguir siéndolo.
—Pues...te ves genial—Sonrió un poco, lo cual hizo sentir mi pecho extrañamente oprimido.
—Gracias—Solté una respiración, sabiendo que tendría que ponerle punto final a esto por mí mismo.—Bien...ustedes pueden seguir en lo suyo, yo ya tengo que irme.
Preferí dejar las cosas ahí, ignorando las preguntas casi susurradas por parte del samoano y ahorrándome el ver sus ojos al momento en que escuché a Seth responder por mí.
—Dean tiene una cita.
Solté una respiración, tratando de relajar mi cuerpo de aquella nerviosa sensación que me inundaba de pronto. Una vez que logré que mis rodillas dejasen de flaquear, me atreví a empujar la puerta y entrar a aquel cálido lugar.
La iluminación y ambientación del restaurante era tal como me imaginé cuando Allen me explicó sobre él, por lo cual solo tragué con suavidad y me dispuse a continuar caminando aunque mi estómago temblara.
Di algunos pasos sobre el cerámico, moviendo mi mirada por cada rincón en lo que las voces y el suave sonar de la música de ambiente, pero eso solo me hace sentir más nervioso y las ansias de correr me inundan al instante nuevamente.
Hasta que mis ojos se encontraron directamente con esas iris azulinas, las cuales parecían inspeccionarme a pesar de la distancia. Allen se encontraba de pie a un lado de una mesa junto al ventanal, el cual dejaba las luces de la ciudad de Atlanta a plena vista y creaba un ambiente aún más perfecto.
Me atreví a sonreír, causando el mismo gesto de forma nerviosa en el rostro de Allen. Me encaminé en dirección a aquella mesa, sin apartar mi mirada de la suya y sintiendo que mis rodillas temblaban a pesar de que intentara ocultarlo.
Vamos, Dean. Tienes que calmarte.
Incluso repitiéndome aquello, me sentía como un verdadero imbécil que tarde o temprano saldría corriendo.
Me vi en la obligación de tomar aire cuando me encontré a tan solo un par de pasos del señor fenomenal, procurando no demostrar lo nervioso que estaba y simplemente rogando internamente que fuera el primero en tomar la palabra.
Él se veía impresionante. Como si el usar un traje fuera lo suyo a pesar del yeso que llevaba todavía. Todo lo contrario a mí, que me sentía como si estuviese usando un ridículo disfraz.
—Wow...—Habló por fin, dándome una mirada y moviendo sus labios en busca de palabras.—te ves...
—No digas nada, por favor—Lo interrumpí, tragando con fuerza en lo que rascaba mi nuca.—Sé que me veo como un total payaso, ya que esto no es lo mío.
Mentiría si dijera que mi corazón no se volvió loco cuando sus dedos agarraron mi mano, envolviéndose en esta y dándole un pequeño apretón que amenazó con quitarme todo el aire.
—Iba a decir que te ves muy bien, niño bonito—Sonrió, enseñando sus perfectos dientes en ello.—Aunque digas que te ves como un payaso, para mí estás perfecto.
No pude evitar sonreír, sintiendo que mis pómulos se calentaban en ello. Rogaba que las luces no fueran demasiado fuertes o él lo notaría.
—Pues, ya que lo pones así—Me encogí ligeramente de hombros, mirándole con una mueca un poco más victoriosa y natural.—Gracias. Tú te ves fenomenal, si puedo decirlo.
Él entendió de inmediato mi referencia, sintiendo que me quitaba el aliento con tan solo escuchar su suave risa resonar como melodía en mis oídos.
O tal vez estaba tan nervioso que me terminaría desmayando en cualquier momento.
Pero Allen parecía completamente confiado a diferencia de mí, demostrándolo con su sonrisa mientras todavía sostenía mi mano. Entonces levantó esta hasta sus labios, estampando un suave beso en lo que me quedaba paralizado.
—Gracias por hacer esto, Jonathan.
Parpadeé un par de veces, tragando con suavidad con tal de así poder verme serio. Aunque el probable sonrojo en mis mejillas ya me estaba delatando.
—Bueno, tú me pediste que viniera. No podía rechazarte, Allen—Su negar de cabeza me hizo callar, mirándolo perplejo mientras mi mano todavía era acogida cálidamente por sus dedos.
—No me refiero a eso. Te agradezco por permitirme estar contigo, niño bonito.
Una sonrisa danzó por mis labios, dibujando la misma en los del castaño.
Mi corazón parecía estar a punto de salirse por mi boca, pero lograba controlarlo al encontrar aquella seguridad en sus iris azules.
Una vez que ambos tomamos asiento, nos dedicamos a comer aquella cena que Allen ya había ordenado por sí mismo y a charlar de distintas cosas de cada uno.
Era la primera vez que tenía una cita con un hombre, pero me sentía bastante cómodo y tranquilo. Toda esa sensación nerviosa de segundos atrás parecía diluirse con cada sonrisa y mirada que el ojiazul me entregaba, al igual que alborotaba mi corazón y creaba una extraña presión en mi pecho.
Pero ese era otro asunto.
En más de algún punto llegamos al punto de mi vivir junto a Roman, pero procuré simplemente explicarlo como un "tuve problemas en el pasado".
Confiaba en él. Pero no quería hablar más de ello, si no era más que para un caso urgente.
—¿Y qué opinan todos del mural? ¿Alguien ha dicho el asco que es?
Levanté la mirada hacia el deportista, pero este reía al verme por alguna razón. Mi mueca fue perpleja hasta que Allen acercó su mano cuidadosamente hasta mí.
Su pulgar quitó suavemente un poquito de salsa que probablemente se había quedado en mi labio, sintiendo que mis mejillas se calentaran a pesar de que sonriera.
—El señor Levesque dijo que el mural estaba excelente hasta lo que llevas—Comentó el castaño, terminando de cortar un trozo de su filete y llevándoselo a la boca.—Y no es propio de él opinar con positivismo frente a algo, así que deja de pensar que es un asco.
—Espero que le guste cuando esté acabado—Dije, después de tragar un poco de lo que quedaba de comida en mi plato.—Aunque creo que lo terminaré muy pronto. Solo me quedan sus rostros, remarcar los números en sus camisetas y los ojos.
—Y firmarlo. No te olvides de firmarlo—Me apuntó con su tenedor, a lo que solo pude soltar una pequeña carcajada.—Quiero tener evidencia de que puedo presumir que mi novio es un artista muy talentoso. Y que también ese bello culo es mío.
Por alguna razón, mis labios se paralizaron y tuve que parpadear un par de veces. Logré reponerme de sus palabras antes de volver a hablar.
—¿Allen?
—¿Sí?
—Nosotros...—Me relamí los labios y tragué con suavidad.—¿somos novios?
La simple mención de ello me sonaba todavía extraña, pero de todas formas alborotaba mi corazón y sentía una calidez única recorrerme el pecho.
El ojiazul sonrió lentamente, dejando de lado los cubiertos que sostenía para a continuación estirar su mano por sobre la mesa. Alcanzó mi mano, cubriéndola cariñosamente entre sus manos mientras sentía que mi corazón latía rápidamente incluso por sobre el suave tocar del piano a nuestras espaldas.
—¿Quieres que sea así? Porque en mi mente, estoy tratando de controlarme por no besarte ahora mismo, Jonathan.
Decir que estaba pasmado, era poco.
Pero me las arreglé para pasar mi mirada de sus ojos brillando bajo las luces reflejadas en los cristales a nuestro lado y su piel teniendo contacto con la mía.
Mi corazón siempre ha estado herido, incluso ahora lo está. Pero Allen era capaz de hacerme olvidar ese dolor con cada palabra, pareciendo que este es más fácil de soportar.
Con una sonrisa, asentí, para a continuación colocar mi mano libre sobre las suyas.
Los ojos del señor fenomenal se abrieron con sorpresa plasmada en su rostro, pareciendo buscar algo en mi cara para asegurarse de los hechos.
—¿E-En serio?—Sonreí de lado nuevamente, manteniendo mis ojos en los suyos llenos de emoción.—Joder, soy demasiado feliz.
Jones se las arregló para no tirar nuestras copas de vino blanco al inclinarse sobre la mesa, y tras soltar suavemente mis manos, movió una de estas hasta mi mentón. Su piel tuvo contacto con mi barba de tan solo dos días, y dejando una caricia que casi me quema por alguna razón, acercó mi rostro hasta el suyo y sus labios tocaron los míos delicadamente.
Le respondí de la misma manera, cerrando suavemente mis ojos y dejándome llevar por el contacto.
Era cálido, y conseguía que mi cabeza se mareara con mil emociones. Eso me hacía sentir Allen cada vez que me miraba de esa manera y parecía significar un mundo para él.
Una sonrisa danzó en sus labios en cuanto se separó de nuestro contacto, dándome una última mirada llena de alegría antes de volver a tomar asiento en su lugar. Soltó una suave respiración, mientras me relamía los labios algo nervioso.
—¿Tienes espacio para el postre todavía?—Preguntó luego de un rato solo mirándonos.
—C-Claro. Por supuesto que sí.
Allen sonrió, justo a tiempo en que veía a unos meseros acercarse con algo a lo lejos.
—Pedí mi favorito. Espero que no te moleste.
—Mientras no lleve una fruta que te mate—Bromeé, escuchándole reír con un negar de cabeza.—¿Te dije que lo sentía?
—Como un millón de veces cada vez que nos vemos—Rodó un poco los ojos, sin dejar de sonreír en ello. Me atreví a estirar mi mano nuevamente sobre la mesa, a lo que sus dedos no tardaron en tener contacto y entrelazarse con los míos tiernamente.—Y te perdoné...un millón de veces.
Solo sonreí algo avergonzado, bajando un poco la mirada cuando sentí el rubor recorrerme las mejillas.
En el instante en que los meseros pusieron un plato frente a cada uno, supe que la cosa se pondría fea para mí.
Una fruta que no lo mata a él, pero que a mí sí.
En el plato había un trozo de pie de crema de banana. Y creo que había olvidado contarle a Allen que era alérgico a las bananas.
—Gracias—Escuché que le dijo a los meseros, pero mis ojos seguían en el plato de postre perfectamente servido.—¿Jonathan?—Levanté la cabeza luego de aquella pausa.—¿Te encuentras bien?
—Oh. S-Sí, estoy bien—Balbuceé, tratando de sonreír frente a su preocupada mirada.—Solo...—Tragué con suavidad, finalmente dejándome llevar por la curvatura en mi boca para así pasar desapercibido.—Solo pensaba en lo delicioso que se ve esto.
Era su postre favorito. No podía negarle aquello ni mucho menos.
Ni tampoco quería arruinar una cita tan importante para él...
Además, hace años que no comía bananas, por lo que mi alergia ya puede haber pasado con el tiempo. O al menos eso esperaba.
—Mi mamá siempre me lo preparaba cuando niño cada vez que tenía un mal día o me rasmillaba las rodillas en los entrenamientos—Explicó, con aquella encantadora sonrisa en sus labios.—Espero que te guste.
—Yep—Tomé un poco de aire, frunciendo una sonrisa antes de volver a bajar la mirada al trozo de pie.—Estoy seguro que así será...
Por favor...
Allen cortó rápidamente un trocito de su postre y se lo llevó encantado a la boca, mientras que por mi parte solo podía acercar tímidamente mi cubierto a la cremosa rebanada.
Vamos...
Corté un pedazo, agarrándolo con el tenedor sin apartar mis ojos de él. Tragué nerviosamente, rogando que Allen no se fijara en el hecho de que mi mano temblaba al sostener el cubierto en alto.
¡Hazlo ya, maldita sea!
—¿Jonathan? ¿Estás...?
Y con un brusco movimiento me eché el trozo de comida a la boca. Manteniéndolo ahí con mis labios fruncidos entre sí y volviéndome a mirar a Allen.
—¿...bien?—Completó su pregunta, antes de sonreír con cierta perplejidad.—Hey, no tienes que forzarte a comer esto si no quieres. Entiendo si no te gusta.
—N-No pasa nada—Balbuceé con la boca todavía llena. Me di un último empujón mental y empecé a masticar lentamente el trozito de tarta.—Hey...—Sonreí, mascando con cada vez más frecuencia.—Esto está muy rico.
Jones soltó una carcajada, viéndose aliviado de alguna manera.
—Te lo dije.
Agarré otro puñado de postre, esta vez un poco más grande y me lo llevé rápidamente a la boca sin titubeo alguno. El postre era bastante cremoso y dulce, por lo cual creí que todo estaría bien incluso cuando llegué casi a acabarme este más rápido que el señor fenomenal.
Pero la cosa se puso extraña cuando el sabor dulzón en mi boca comenzó a tornarse amargo.
Dejé de mastigar, sintiendo que incluso tragar era bastante complicado. Allen seguía disfrutando de su trozo de tarta, pero no tardó en detenerse y mirarme con perplejidad.
—¿Ocurre algo?—Dijo, con su mejilla algo regordeta por la comida en su boca.
Solté una tos, dejando el tenedor de lado con suavidad antes de buscar mi vaso de agua con la mirada. No tardé en darme cuenta que se encontraba vacío, maldiciéndome entre dientes y sin poder evitar la tos que seguía sofocándome.
De pronto me fallaba la respiración, y era casi como si mi tráquea quemara.
—¿Jonathan?—Su voz sonó preocupada. Allen tomó de inmediato su vaso de agua casi lleno y me lo ofreció entre mis toses.—Jonathan ¿qué tienes?
Negué con suavidad, todavía tosiendo y sin poder soltar ni una palabra en lo que aceptaba el agua. Con dedos temblorosos acerqué el cilindro de cristal a mis labios, sintiendo cómo el agua refrescante comenzaba a invadir mi cavidad bucal.
Entonces, como si en serio mi garganta se quemara, no fui capaz de tragar y terminé por escupir sonoramente el torrente de agua que había logrado llevarme a la boca. Justo antes de perder el equilibrio y desmoronarme entre tosidos al cerámico del restaurante.
—¡Jonathan! ¡Jonathan! ¿¡Qué ocurre!?
Poco a poco su voz se fue apagando para mis oídos, al igual que perdía la calidez de sus dedos sobre mis mejillas sudadas. Hasta que finalmente todo se volvió negro y silencioso.
Arruiné la cita.
—Yo no creo en Santa.
—¿No?
—Nope.
—Pero ¿por qué?—Giré mi cabeza hacia aquel niño pelinegro, que me miraba atentamente con sus iris grisáceas.—Tiene que haber una razón.
Simplemente me quedé en silencio mientras caminábamos por la acera, dejándome llevar por el frío soplar del viento anunciando una posible tormenta de nieve muy pronto.
—Papá...dice que eso no existe—Murmuré, tragando de tan solo recordar sus palabras cada 24 de Diciembre desde que tenía la habilidad de hablar.—Y que si lo hiciera, yo no recibiría más que un botellazo en la cabeza por ser un mal niño.
Nos quedamos en silencio, casi en uno que creí eterno. Podía apostar a que Joe me observaba con lástima, por lo que prefería no voltear hacia él.
En su lugar, una de sus manos alcanzó mi brazo y jaló de él con suavidad. Volteé sobre mi hombro un poco, justo cuando sentí la calidez de sus dedos enguantados moverse hasta mi mano desnuda y crear un extraño escalofrío en mi interior.
—Tienes las manos heladas, Jon—Dijo con sus ojos en mis tensos dedos siendo acogidos por los suyos.—¿Por qué no me dijiste que tenías frío?
—Porque no lo tengo. Estoy bien.
Y a pesar de que dije eso, el samoano se quitó rápidamente los mitones y me los apegó al pecho.
—¿Quieres que te preste mi gorro también? Mi abrigo es muy calientito, así que no hay problema.
—No...—Logré murmurar, notando cómo mi aliento se volvía blanco por el frío a nuestro alrededor.—Estoy bien con esto...Gracias, Joe.
Él sonrió, palmeando mi hombro un par de veces. Metió sus manos dentro de los bolsillos de su abrigo mientras me colocaba temeroso sus guantes de lana en mis congelados dedos. El calor de su piel seguía impregnado a ellos, enviando una sensación extraña de alivio incluso hasta mi pecho tras colocármelos.
Solté una suave respiración, con mi mirada casi apegada a los guantes sin concentrarme en lo que ocurría a mi alrededor hasta que Joe volvió a hablar.
—Yo no creo nada de eso.
Levanté la vista, encontrándome a mi amigo mirando distraídamente hacia las tiendas con sus techos cubiertos de nieve.
—¿Qué estás diciendo?
—Hablo de lo que dice tu papá—Agregó. Joe volteó hacia mí con bastante seriedad.—Tú no eres un mal niño, Jon. Y recibir un botellazo en la cabeza sería lo más cruel que te podría llegar a pasar.
Un nudo se me formó en la garganta de repente, y no tuve más opción que voltear mi vista hacia otro lado.
Él no tenía idea de lo que vivía día a día desde que nos habíamos conocido hace tan solo un año. Le mentía sobre todo, ya que no quería involucrarlo en un asunto tan desastroso como lo era mi vida.
—De todas formas...—Volví a suspirar.—Santa no me tendría ni un regalo aunque quisiera algo.
—Puede que Santa no, pero yo sí.
Parpadeé algo pasmado, encontrando tan solo una sonrisa de lado danzando en sus labios.
—¿Vamos a mi casa? Tengo un nuevo juego y podemos beber chocolate caliente para pasar este frío...—Dijo Joe, juntando chistosamente sus manos y soltando bocanadas de aire contra estas para calentarse.
—Um...es que...
—Mi mamá puede llevarte a casa si es muy tarde, así que no te preocupes—Sonrió.—Por favor...
La idea sonaba sumamente agradable, demasiado diría yo. Pero la imagen de aquel hombre que me esperaba todos los días en casa para gritarme que hiciera los deberes y recordarme que era un inútil no desaparecía de mi cabeza.
—Vamos.
Y con una sonrisa en mi boca, decidí afrontar las consecuencias luego.
El camino a casa de Joe solo nos llevó un par de calles más, a diferencia de la mía en la que había que tomar hasta un autobús para llegar. Era una casa bonita y bastante cálida incluso a las afueras, por lo que un escalofrío me recorrió incluso cuando mi amigo me animaba a subir el tramo de escalones hasta la puertecilla de entrada.
Recuerdo que jugamos muchos videojuegos, al igual que fui capaz de probar una extraña bebida caliente de color marrón que mi mamá alguna vez quiso preparar en las navidades. Pero siempre había algo que se lo impedía.
Joe detuvo el juego en un momento, diciendo que esperara y que intentara no mirar mientras traía una sorpresa. Pero fui astuto y crucé los dedos detrás de mi espalda cuando me hizo prometer que no abriría los ojos.
Abrí uno de ellos, siendo suficiente para ver como el pelinegro gateaba hasta un gran árbol navideño armado en la sala y rebuscaba entre las ramas más bajas de este. Volví a cerrar mis párpados en cuanto comenzó a salir de ahí, tan solo escuchando un extraño sonido de papel por algunos segundos.
La mamá de Joe también era una señora muy amable. Me ofreció más chocolate y galletas, y cuando se hizo tarde me llevó a casa para que no me resfriara por la tormenta. Prometí que le devolvería sus guantes a Joe al día siguiente en la escuela, a lo que él solo respondió que los usara cuanto quisiera.
Cuando abrí la puerta de mi casa, la felicidad de aquella tarde junto a mi mejor amigo seguía deleitando mi corazón. Pero bastó que volteara sobre mis zapatillas ante el sonido de unos bruscos pasos, acercándose brusca y rápidamente hasta dónde me encontraba de pie.
Todo fue demasiado rápido.
Mi nombre siendo gritado por él, justo antes de que me agarrara sin delicadeza alguna del brazo y comenzara a cuestionarme a gritos el porqué volvía a esas horas.
—U-Un amigo me invitó a su casa...
—¿¡Y por qué mierda andas metido en otras pocilgas que no son las tuyas!? ¡Tú no tienes el permiso para andar en casas de otra gente y lo sabes! ¡No eres ninguna autoridad!
—Y-Yo no quería hacer eso. Solo jugamos algunos videojuegos y-
—Me desobedeciste, Jonathan—Interrumpió, casi congelándome la sangre aunque ya no lo creyera posible.—Yo soy quién manda en esta casa, te guste o no. Y sabes que solo tienes que ir a la escuela, sin peros.
—P-Pero...
—¡Te dije sin peros, pedazo de mierda...!
Su mano se levantó, y sabía de inmediato lo que eso significaba.
Cerré los ojos en espera del familiar dolor en mis mejillas, pero solo escuché el impacto casi explotar en mis oídos. Supe que el golpe no había recaído en mí al momento en que unos temblorosos pero protectores brazos me habían rodeado.
—Mami...
—No te atrevas a tocarlo de nuevo, Jon—Exclamó la pelirroja, desfigurando de inmediato la expresión de su enfurecido esposo.
—¡Te he dicho mil veces que no te metas, July! ¡Este maldito bastardo necesita disciplina!
—¡Es tu hijo! ¡No es ningún bastardo, Jon!
—¡Es un bastardo asqueroso y lo sabes! ¡Nunca debió nacer, eso lo decidiste sola, July!—Siguió gritando, sin quitarme sus furiosos ojos de encima.—Ahora deja que le enseñe quién manda en este lugar.
—¡Aléjate de nosotros!
Y antes de que pudiera alcanzarla, ella corrió desesperada cargándome entre sus brazos. Mi padre trató de detenerla cuando subía las escaleras, probablemente importándole poco que pudiéramos caer por ellas y hacernos daño.
Pero él quería matarnos de todas maneras. Así se le harían las cosas más fáciles ¿no?
Mamá chilló cuando su esposo consiguió agarrar uno de sus tobillos, demostrando poca delicadeza a través de la mueca de dolor en su rostro. Pero a pesar de ello, ella solo apretó la mandíbula y, levantando un poco su pie, estampó este contra la cara de nuestro agresor y logró liberarse.
—¡Maldita...perra!—Escuché gruñir entre dientes a mi padre antes de que su esposa corriera el resto de tramo de escaleras sin mirar atrás.
Mamá consiguió escabullirse hasta mi dormitorio, cerrando rápidamente la puerta detrás de sí y asegurándola a pesar de los golpes que su esposo propinaba contra esta.
Sus brazos no me abandonaron en todo momento, y comencé a cuestionarme si eran aquellos los que temblaban o era yo quién había empezado a hacerlo.
Todo esto era mi culpa.
—Estaremos seguros aquí—Balbuceó entre respiraciones agitadas y con su vista todavía en la puerta bloqueada.—Al menos hasta que se aburra y se duerma.
Me quedé plantado en mi sitio, sintiendo que poco a poco los sentimientos comenzaban a aflorar en mi interior con suma intensidad.
Mamá vivía un infierno cada día. Era mi culpa.
Ella tenía moretes en la cara, los cuales intentaba cubrir con maquillaje para así ir a trabajar. Era mi culpa.
Arruinaba sus vidas con cada día que pasaba.
Todo era mi culpa.
—Jonathan—Chilló ella, pero ya me encontraba llorando mientras me abrazaba a mí mismo con mis temblorosos brazos.—¿Qué ocurre, cariño? ¿Te tocó? ¿Te hizo algo? ¿Te duele mucho?
Pero solo fui capaz de negar en esos instantes, sabiendo que sus brazos no tardarían en rodearme y darme lo que necesitaba. Apoyo incondicional.
Era egoísta. Aunque fuera el culpable de su miseria, ella siempre se preocupaba por mí, incluso si salía herida injustamente en el proceso.
Estaba harto. Harto de que mi mamá sufriera por el hombre que debería estarla amando y no bebiendo hasta quedarse sin sentido, harto de tener esta vida tan miserable...
Estaba harto de mi vida.
—Soy malo—Balbuceé entre dientes. La pelirroja no tardó en apartarse cuidadosa y piadosamente de mí para observarme con perplejidad.—Soy un niño malo, una basura...Por eso es que mi papá no me quiere ni tampoco Santa me visita para navidad.
—Cariño, eso no es verdad—Volvió a abrazarme, apegando mi sollozante rostro sobre su hombro cubierto por un delgado sweater e incrustando ligeramente mis dedos en su espalda. No la escuché quejarse.—Tu padre es un monstruo, él es el malo. Tú eres un niño maravilloso y...estoy segura que no importa la edad que tengas, Santa en algún momento vendrá.
Logré encontrar mis ojos en los de mi madre. A pesar de que estos reflejaran un excesivo cansancio, me entregaban aquella dulzura tan característica de ella.
July sonrió ligeramente, quitando con su pulgar una de las lágrimas que se disponían a rodar por mi mejilla.
—Tal vez no en un traje rojo y barba blanca como la nieve. Sino como alguien que te quiere mucho y quiere verte siempre feliz—Apegó suavemente su frente a la mía, a pesar de los sollozos que intentaba contener al cerrar mis ojos con fuerza.—Como yo, como tus amigos, como Joe...
Asentí, sabiendo que ella necesitaba una respuesta por mi parte.
Y en ese instante, me percaté que durante esos segundos de pesadilla, me había empeñado en proteger con mis brazos aquel pequeño paquete oculto dentro de mi sweater.
Comencé a abrir los ojos, parpadeando un par de veces hasta que la imagen frente a mí fuese nítida. Desde ya sentía mi cuerpo dolorido, al igual que seca la garganta.
—¿Jonathan?
Fruncí el ceño brevemente, al mismo tiempo en que movía ligeramente mi cabeza hacia el costado por el que provenía aquella voz.
Allen se encontraba de rodillas a un lado de la cama, inclinándose para verme con preocupación en lo que me tardaba en despertar por completo. Su corbata ya estaba desanudada y los primeros dos botones de su camisa desabotonados, además que parecía un poco agitado por lo que probablemente ocurrió mientras estuve fuera.
—¿Allen?—Tosí un poco, tratando de sentarme contra las muchas almohadas que tenía bajo la cabeza al despertar.—¿Qué es lo que pasó?
—Eso debería estar preguntando yo.
Lo observé con mi rostro perplejo, captando que rápidamente había pasado de estar preocupado a molesto.
Muy típico del señor fenomenal.
—¿Por qué diablos no me dijiste que eras alérgico?—Exigió con seriedad, a lo que continué acomodándome sobre las suaves almohadas y pensando rápidamente en algo que sirviera como excusa.
—¿Lo soy?
Allen frunció el ceño al instante.
—Hacerte el tonto no te servirá de nada, Jonathan.
Mierda. Y ni tuve tiempo de pensar en un plan B.
—Contesta. ¿Por qué no me lo dijiste?
Me relamí los labios, mientras que el ojiazul solo me asesinaba con su mirada lo mejor que podía.
—Es porque no confías en mí ¿cierto?
—¿Qué? Claro que no es eso—Exclamé alarmado. No tardé en atragantarme, a lo que AJ me extendió un vaso con agua.—Gracias.
—Un doctor vino en cuanto logré traerte aquí—Comenzó a explicar en tanto bebía varios tragos de agua y me reponía.—Ya te inyectaron algo para la inflamación, pero lo mejor es que descanses un par de horas más.
Asentí, acabándome por completo el contenido del vaso. Lo dejé suavemente sobre la encimera, evitando la mirada del castaño lo más posible al volver a apoyar mi espalda sobre la mullida superficie.
—¿Por qué lo hiciste?—Preguntó nuevamente, luego de un silencio que creí eterno.
—Es que yo...—Gruñí para mí. Pasé exasperada mis manos por mi rostro hasta echar hacia atrás los mechones de cabello que ya comenzaban a alborotarse sobre mi frente.—T-Te vi tan feliz compartiendo algo que te gusta conmigo, y creí que sería un total imbécil si lo arruinaba.
—Esa fruta podría haberte matado, Jonathan ¿sabías eso al menos?
—Algo así—Sonreí de lado lentamente a pesar de su apretada mandíbula.—Pero no lo hizo y estoy feliz de ello.
Jones bufó exasperado, cubriéndose la cara y luego enredando los dedos entre su cabello lacio.
—¡Tú si que estás loco!
Me quedé en silencio mientras AJ pensaba las posibles formas de mandarme a la mierda por la tontería que acababa de hacer. Preferí ahorrarle tiempo.
—¿A dónde crees que vas ahora?—Preguntó, al verme colocarme de pie como pude y agarrando la chaqueta de esmoquin colgando a los pies de la cama.
—A casa—Le miré con una pequeña sonrisa, encogiéndome ligeramente de hombros.—Ya te he causado bastantes problemas por hoy, y...lo siento.
Todos tenían razón, era un completo imbécil.
Pero cuando me dispuse a ir hacia la puerta de la habitación, las manos de Allen apretaron sin delicadeza alguna mi hombro. Sus dedos casi se incrustaron sobre la piel bajo mi camisa, haciéndome soltar un pequeño gruñido junto al golpear de mi espalda contra la madera de la puerta.
Allen podía tener un brazo todavía cubierto por el yeso, pero se las había arreglado para arrinconarme sin remordimiento alguno y lo peor...paralizándome simplemente con sus ojos en los míos.
—No hay forma de que tú me causes problemas—Susurró, casi sintiendo su aliento rozar mis labios.— Tus problemas son los míos, niño bonito—Su mano se movió hasta mi nuca.—¿entendido?
No puse resistencia alguna al momento en que sus labios rozaban los míos, hasta finalmente acercarse lo que restaba y que estos encajasen a la perfección. Dejé caer la chaqueta que llevaba en la mano, acercando tímidamente mis manos hacia su nuca cuando las suyas se tomaban el tiempo de acariciar mi espalda y se dirigían hacia abajo con lentitud.
Dios ¿qué mierda estaba haciendo?
Su lengua escaneaba toda mi boca, mientras combatía con ella en un va y ven que comenzaba a aumentar la temperatura de mi cuerpo con cada uno de sus toques. Casi siendo como fuego sobre mi piel.
Las manos de Allen llegaron hasta la cinturilla de mis pantalones de tela, comenzando a tirar de la camisa para así sacarla del interior de estos y rápidamente comenzar a desabrochar mi camisa sin siquiera preguntar. Estaba demasiado absordo como para decir algo de todas maneras.
No sé cómo, pero los hábiles dedos del castaño habían hecho una rápida labor con los botones y ahora sus manos recorrían ávidamente mi pecho desnudo sin dejar de atacar mis labios.
—Allen...—Jadeé entre suspiros, pero él no se detuvo.—Allen, mi garganta está seca.
Una tos se me escapó, a lo que Jones únicamente acarició levemente mi brazo enredado en su nuca.
—Eso se puede arreglar.
Y con rapidez me arrastró a orillas de la cama en la que anteriormente estaba inconsciente. Allen agarró una botella de agua que tenía cerca de su encimera, pero en vez de entregármela, bebió un largo trago de esta antes de casi lanzarla y volver a aplastar sus labios contra los míos.
Dejé salir otro jadeo incomprensible, viéndome obligado a tragar el agua que ahora recorría mi boca y rendirme a sus labios trabajando sin descanso en los míos.
Esta vez fueron mis manos las que se movieron hasta su camisa mientras él había abandonado mis labios para concentrarse en atacar mi cuello. Sus dientes mordisquearon levemente la piel de mi hombro, logrando robarme un gemido que hizo su cuerpo tensarse visiblemente y que en el mío algo se viera afectado en mi parte baja.
Sin tomarme el trabajo de desabotonar su camisa, jalé de las orillas de esta hasta que pude extraerla por sobre su cabeza y sentir el calor de su pecho al chocar con el mío.
Nuestros labios volvieron a colisionar en aquel salvaje contacto, mientras Allen se libraba delicadamente del yeso que mantenía su brazo quieto. No pareció importarle, al igual que a mi tampoco me importó volver a retroceder hasta una de las paredes con el señor fenomenal guiándome entre jadeos e indiscretos mordiscos en mi labio inferior.
Me sorprendí un poco cuando el castaño dejó salir un último gruñido tras acariciar el hueso marcado de su cadera y con un poco menos de fuerza me hiciera girar sobre mí y me obligara a mirar hacia la pared.
Mis manos se apoyaron automáticamente sobre la superficie pintada de blanco. Probablemente por el hecho de que temía que mis temblorosas piernas me traicionaran y terminara a bruces en el suelo.
Una de sus manos agarró una de las mías que apoyaba sobre la pared, en tanto la otra se hacia paso lenta y tentativamente por mi cuerpo; acariciando mis brazos, luego mis hombros y finalmente mi pecho. Sentía como mi aliento se escapaba en jadeos que trataba de reprimir, mientras que sus dedos pasaban por sobre mi tenso pecho y se hacían paso hasta mi abdomen.
Mi estómago temblaba con solo su contacto, pero lo único que él escuchaba eran mis constantes respiraciones tornándose más y más profundas. Sus labios siguieron recorriendo la parte superior de mi espalda sin desenfreno alguno, al mismo tiempo en que sentía que su mano había llegado a la hebilla de mi cinturón.
Y aunque este ya había soltado un sonidillo al desabrocharse, mi mano logró moverse de la pared y detener la mano de Allen que ya se colaba dentro de mi pantalón por el elástico de mis boxers.
La escena pareció paralizarse, y solo pude mantener mi cabeza abajo. Soltando respiraciones agitadas y sosteniendo con suavidad la muñeca del castaño.
—Allen...no puedo hacer esto—Dije, casi entre dientes sintiendo mi corazón todavía alborotado.
Solté mi agarre sobre su muñeca, y lentamente él dejó de apretar mi mano contra la pared. Fui capaz de girar hacia él a pesar de mi piel perlada por el sudor y mi respiración todavía intentando regularizarse.
—¿P-Por qué?—Balbuceó el señor fenomenal, viéndose lentamente desconcertado.—¿Acaso hice algo que te incomodara?
—No, no. Por supuesto que no, Allen. De hecho lo disfruté—Admití, recurriendo a rascar nerviosamente mi nuca. Tomé una gran bocanada de aire, como si me diera fuerzas para continuar.—Es solo que...es mi primera vez con un chico y...y-yo...
Me vi interrumpido ante el suave contacto de sus labios, solo que este contacto fue diferente. reconfortante y seguro, como si intentara darme una respuesta con ello.
—No voy a apresurar nada si tú no quieres—Dijo, separándose tan solo unos milímetros de mí.—Eres importante para mí, niño bonito. Y lo que menos quiero en la vida es arruinar esto.
Sonreí, sintiéndome afortunado...y al mismo tiempo como un asqueroso mentiroso.
Me negué a quedarme en el departamento de Allen, ya que tenía que volver a casa y permitirme pensar bien en las cosas. Y en especial, en poner un poco de orden a esta loca vida mía.
Había tomado un taxi hasta el apartamento, por lo que no me demoré mucho en llegar y encaminarme hacia él luego de haber tomado el elevador vacío. Claro,siendo casi las una de la madrugada era bastante poco probable encontrar gente paseándose por el edificio.
Abrí la puerta con la mayor delicadeza posible, tomando una silenciosa respiración y disponiéndome a caminar hasta mi dormitorio sin molestar a Roman, si es que estaba ahí si quiera.
—¡Miren quién llegó!
Creo que sí estaba...
Arrugué mi labio, preparándome para el sermón. O eso hasta que vi la escena frente a mí y mis cejas se fruncieron rápidamente.
—¡El lunático rompe corazones, eh!—Exclamó con amplia sonrisa.—¿Qué tal te fue con el hijo de puta de Allen? ¿Cogieron?
Me quedé en silencio en mi lugar, dejando que mi ceño siguiera fruncido y mis ojos sobre su risueño rostro.
—Creo que no es mi asunto ¿verdad?—Se encogió de hombros, apartando su mirada de mi rostro para comenzar a echar más licor en el vaso de cristal que sostenía en su mano cuando llegué.—¿Quieres un trago?
—No—Dejé la chaqueta a un lado del sofá, caminando con suavidad hacia mi sonriente mejor amigo.—Esta vez paso.
Roman soltó una pequeña risa, para a continuación dejar la botella casi vacía sobre la mesa y sostener su vaso lleno de líquido dorado.
—Interesante—Tomó un sorbo de su bebida, soltando un jadeo antes de volver a hablar.—Tú eres el que me hizo esto y no quieres beber conmigo.
Cerré los ojos, tratando de contener mi exasperación de alguna manera.
—Estás ebrio—Otra carcajada.—Roman ¿desde cuándo te embriagas?
—¿Desde cuándo te coges a Jones?
Admito que eso me congeló la sangre. Roman no titubeaba, solamente me miraba con un sarcástico puchero y su vaso entre sus dedos.
—Escucha, Roman. No sé qué es lo que pasa contigo pero...
—¿Por qué?—Exclamó, mirándome con lo que pude notar como molestia.—¿Por qué me estás haciendo esto?
—¿De qué demonios hablas?
—¡Deja ya de hacerte el tonto!
Aunque estuviera preso de la bebida...tenía razón.
—Por la misma razón que tú con Saraya, o al menos eso supongo—Me atreví a soltar, por mucho que mi garganta se volviera un insoportable nudo.—Estoy intentando armar una vida con alguien que me hace feliz ¿por qué te empeñas en cuestionarme?
—Porque sé que no es verdad—Contradijo con una carcajada de por medio, negando irónicamente frente a mi mirada perpleja.—Él no es quien te hace feliz, Dean.
—¿Y tú qué sabes? ¿Desde cuándo manejas lo que yo siento?
—Porque te conozco—Hizo una pausa, bebiéndose lo que le restaba de alcohol.—Te conozco mucho más que ese desgraciado de Jones aunque no te guste admitirlo.
Otra pausa, en la que sentí que el corazón me explotaría por alguna razón.
—Tú no amas a Allen.
—No te interesa.
—No lo amas porque me amas a mí—Mis cuencas se movieron hacia él, y casi podía creer que había perdido por completo el aliento.—¿Me equivoco?
¿Qué demonios?
Él estaba ebrio, solo era eso. Luego nos olvidaríamos del asunto.
Aunque me repitiera aquello una y otra vez, no podía evitar sentir esa familiar presión en mi pecho.
El samoano dejó su vaso de cristal con brusquedad sobre la madera, comenzando a colocarse de pie.
—Mejor ya me voy a la cama...
Pero no tomó en cuenta que sus piernas sufrieron el efecto del alcohol, terminando por perder el equilibrio y tener que apegarse a la pared.
—Hey, hey—Me apresuré hasta él, ignorando por completo el trance en que me encontraba segundos atrás.—Has bebido demasiado.
—Solías decir que el alcohol era lo mejor para ignorar el dolor ¿recuerdas?—Murmuró con diversión.
—Y tú decías que era un completo idiota. Ahora cállate o te dejo dormir en el piso de la sala.
Como pude, jalé de su sudadera para que se acercara lo suficiente a mí. Colocó su brazo sobre mis hombros mientras decía cosas entre dientes con los ojos cerrados, pareciendo estar a punto de quedarse dormido de un segundo a otro.
Conduje al intoxicado moreno hasta su dormitorio, ignorando el que apoyara su cabeza sobre mi hombro en el trayecto y le pareciera sumamente divertido cepillar su nariz contra la piel sensible de mi cuello.
¡Joder! ¡Esperaba que le doliera la cabeza mañana y que en serio no recordara nada!
—Bien—Me lo quité de encima, dejando que se sentara sobre la cama perfectamente tendida mientras sus ojos entre abiertos seguían inspeccionándome.—Buenas noches y, si te olvidas de todo, al menos recuerda esto—Sonreí de lado desafiante, acercándome a él hasta que nuestras narices casi se tocaron.—Vete al diablo.
Los labios de Roman permanecían en una fina línea, y casi podía notar que sus grisáceos ojos perdían aquel brillo característico, como si quisiera matarme con tan solo mirarme de esa manera y apretar la mandíbula.
—Soy feliz con Allen, y nadie...incluso tú—Hice una pausa, manteniéndome lo más firme posible.—va a impedirme serlo.
—Veamos eso ¿quieres?
Y antes de que pudiera decir algo más, mis labios fueron atacados salvajemente por los suyos.
Su boca sabía a aquel fuerte licor que había estado bebiendo, lo cual de alguna manera calentó mi pecho sin que si quiera supiera la razón y mi estómago se sentía como un verdadero huracán.
Entonces hice lo que mi mente gritaba arduamente que no hiciera.
Caí.
Mis manos se movieron tímidamente hasta su nuca, apegándome a esta y empujándolo más cerca para que no se separara de mí a toda costa. Sentía sus dedos apretar mi cadera, al mismo tiempo en que su lengua pedía permiso para entrar en mi boca y yo se lo concediera casi al instante.
Ahora sí había perdido la cabeza. Estaba engañando a Allen, haciendo lo más estúpido que podía imaginar...
Pero ¿por qué se sentía tan bien?
Sus dedos se movieron rápidamente por mi pecho, dejando caricias que casi lograron quemarme y me hicieron soltar más de algún jadeo entre nuestros labios sin separarse. Entonces, el samoano comenzó a desabrochar los botones de mi camisa.
En ese instante, el timbre resonó casi como alarma en mis oídos. Me separé automáticamente de Roman, soltando agitadas respiraciones y recuperando la cordura.
Me estaba besando con mi mejor amigo. Ambos teníamos pareja, él estaba ebrio y yo confundido no sé por qué.
¿¡Qué mierda está pasando!?
El timbre sonó una vez más.
—Mierda. Tienes que irte a la cama ahora—Balbuceé, comenzando a empujarlo hacia la cama.
—¿Por qué no me acompañas?
Me quité la mano que había acercado a mi pecho, terminando por empujarlo para que se sentara sobre la cama y de mala gana se metiera entre las colchas mientras el timbre volvía a sonar.
—¡Ya voy, ya voy!—Exclamé, para luego volver a concentrarme en Roman.—Ni se te ocurra salir a...¿Roman?
El pelinegro se había quedado dormido al instante sin siquiera escucharme.
—Hijo de...
Fruncí los labios antes de murmurar algo innecesario. Resignado, terminé de cubrirle rápidamente con las colchas de su cama y me encaminé fuera del dormitorio. Di un pequeño trotecito hacia la puerta de entrada del departamento, deteniéndome brevemente frente a esta.
Solté un suspiro, diciéndome a mí mismo que lo que acababa de ocurrir solo había sido un error y mi corazón se encontraba acelerado por otro motivo.
Miré los botones de mi camisa, los cuales permanecían desabotonados hasta mi abdomen. Cerré los ojos, y conteniendo una maldición entre dientes, me apresuré a volver a abotonarlos al menos hasta mi clavícula antes de abrir la puerta.
—Saraya...—Murmuré, parpadeando un par de veces antes de lograr una sonrisa un poco más real.—¿Q-Qué haces aquí a esta hora?
Ay, demonios, ¿por qué ella?
—Hola, Dean—Sonrió brevemente, se le notaba cansada y algo incómoda.—Discúlpame, sé que es muy tarde y todo.
—N-No te preocupes—Balbuceé, por fin abriendo la puerta un poco más.—Pasa, está helando afuera.
La pelinegra de camiseta a rayas murmuró un "gracias" mientras caminaba al interior del apartamento, haciendo un chistoso sonido con sus tacones negros y haciéndome rogar internamente que Roman no saliera de su dormitorio a decir tonterías con ella aquí presente.
Porque sabía que todo había sido una tontería.
—¿Quieres una cerveza? ¿O agua? ¿Algo de comer?—Ofrecí, disponiéndome a ir a la cocina y de paso ocultar aquella sensación nerviosa que me estaba matando.
—No, no...—Me detuvo, frunciendo una pequeña sonrisa una vez más.—Solo quería saber qué ocurría con Joe.
Mierda.
—¿Qué ocurría con él? ¿A-Acaso dijo algo?
Tenía que dejar de estar tan nervioso, por Dios.
—No llegó a nuestra cita esta mañana y no contesta su celular—Se encogió levemente de hombros.—Acabo de salir de mi trabajo así que pensé en ver qué podría haberle sucedido—Miró hacia la puerta cerrada.—¿Está dormido?
—Sí—Exclamé, con más brusquedad de la que pretendía en mi cabeza. Me había interpuesto en su camino en cuanto había movido sus tacones tan solo unos centímetros en dirección a la puerta.—Él está bien, no te preocupes.
—L-Lo entiendo, pero ¿qué pasó?
Diablos. Piensa en algo, Dean, rápido...
—Bebió algo...um...esta mañana y parece que no le sentó del todo b-bien—Comencé a decir, frunciendo los labios y negando con la cabeza en lo que indagaba en mis palabras.—La cosa es que no se sentía bien desde temprano y prefirió quedarse aquí en vez de preocuparte.
Saraya me observó por un par de segundos. Traté de no dejarme llevar por mi tembloroso interior.
—P-Pero ya se siente mucho mejor. Está en su camita, descansando y mañana lo tendrás fresco como una lechuga ¿sí?
Finalmente asintió, luego de un silencio que me parecía casi un infierno eterno. El alivio me llenó las entrañas y mi mente ya se sentía demasiado cansada.
—Bien. Me siento un poco más tranquila ahora que me lo dices—Cruzó los brazos debajo de sus pechos.—Disculpa si soné un poco insistente, es que...—Soltó un suave suspiro.—últimamente se comporta algo extraño.
—¿Extraño?
Mi ceño se frunció ligeramente, en lo que ella solo se relamía sus labios y jugueteaba con la punta de su tacón sobre el suelo.
—No lo sé...tal vez son imaginaciones mías. No me hagas caso—Soltó una pequeña risita entre dientes, acomodando un mechón de cabello oscuro detrás de su oreja.—Soy una tonta al creer eso. Si ocurriera algo malo, él no me habría propuesto vivir juntos.
En ese momento, sentí como si algo dentro de mí se viniera abajo.
—¿Que ustedes qué?—Logré decir, aunque mis palabras casi parecieran un susurro que se perdía en el silencio del apartamento y el ruido de los autos a las afueras.
La bicolora me observó algo perpleja, pero sus cejas no tardaron en alzarse y verse atónita.
—Oh, mierda—Su mano se estrelló en su frente con una mueca.—Creí que te lo había dicho, lo lamento, Dean.
—Me lo estás diciendo ahora—La interrumpí, de pronto sintiéndome más herido que molesto pero sin aparentarlo para sus ojos castaños.—Ustedes ¿irán a vivir juntos?
Saraya de pronto parecía haber perdido el habla, abriendo la boca y volviendo a cerrarla. Dentro de ella sabía que la había jodido.
Yo también lo había hecho, segundos atrás cuando me había besuqueado con su novio.
De lo contrario, no me sentiría tan enfermo como lo estaba en ese momento.
—Sí...—Soltó finalmente.—Lo conversamos hace poco y...creo que ya es oficial.
Genial.
Sabía finalmente lo que se había venido abajo dentro de mí, pero preferí hacer lo que mejor sabía hacer desde hace años.
Mentir.
—Pues, eso es estupendo—Exclamé, a lo que la fémina me miró con sus cejas perfiladas cejas algo alzadas.—Me alegro mucho por ustedes.
Qué gran mentiroso soy.
—Gracias, Dean—Sonrió de lado.—Lo siento por soltarte la bomba así de repente. Creí que Joe había hablado contigo.
—Me enteraría tarde o temprano.
Idiota.
—Felicitaciones.
Y sin más, tuve la hipocresía de estrecharla entre mis brazos. Con mi tenso pecho torturándome y mi cabeza diciéndome a gritos que era la mayor basura que hay.
—No creas que te dejaremos solo—Dijo ella al separarnos, sonriendo hermosamente como solía hacer cada que hablábamos.—Vendremos a visitarte y puedes ir al departamento que alquilaremos cuando tú quieras ¿sí?
Asentí, fingiendo nuevamente una ligera sonrisa.
—Bueno...—Soltó una bocanada de aire, mirándome nuevamente con sus labios fruncidos.—Ya es tarde, mañana debo seguir buscando trabajo.
—Creí que tenías. Cuidando niños y eso.
—Sí, me gustan los niños—Habló, colocándose nuevamente su chaqueta negra con su vista en sus pálidos dedos subiendo la cremallera.—Pero no puedo vivir de eso siempre, menos ahora que viviré con mi novio.
Asentí a sus palabras, tan solo procurando tragar y no atragantarme con mis falsas palabras y expresiones.
—¿No has pensado en trabajar en la cafetería con nosotros?—Dije, mientras Saraya ya se encaminaba a la puerta de entrada.—E-Estoy seguro que sería genial tenerte ahí con...
—Dean, basta—Interrumpió de repente, causando que mis labios se paralizaran. La fémina giró un poco por sobre su hombro, pareciendo que toda esa aura de alegría se hubiese desvanecido.—Me agradas...pero me enferman las personas cínicas e hipócritas.
Fue como si un balde de agua fría me cayera sobre la cabeza, congelando hasta el más mínimo de mis movimientos, incluso mi respiración.
Ella lo sabía...
Un silencio sepulcral permaneció entre ambos, pareciendo que los segundos fueran horas y estuviera siendo juzgado por mis actos.
Un tintineo irrumpió en el trance, viendo que la bicolora buscaba algo en su bolsillo antes de volver a alzar la mirada con seriedad. Agarré el objeto que había lanzado en mi dirección, encontrando una llave en la palma de mi mano.
La llave de mi motocicleta.
No la había visto desde el incidente, y por más que le gritara a Roman que me dijera donde estaba, solo conseguía que me ignorara o dijera que la dejó en la chatarra.
—La cuidé bien, así que quédate tranquilo—Dijo ella, en lo que solo podía mirar el objeto brillante como un total imbécil.
Alcé la cabeza con brusquedad, abriendo y cerrando la boca una y otra vez.
—¿N-No quieres que te lleve a casa?—Balbuceé.
Saraya volteó completamente por sobre su hombro cubierto por la chaqueta de cuerina, mirándome directamente a los ojos y sonriendo lentamente de lado. No sabía si con burla o simplemente porque ella quería confundirme más.
—Llamaré a una amiga—Hizo una pausa, pareciendo tomar una bocanada de aire por la nariz.—Dean.
Permanecí con mis ojos en los de ella, tratando de encontrar las respuestas que mi corazón pedía a gritos y mi mente trataba de callar.
—Deberías dejarte caer en la tentación ¿sabes?—Abrió un poco la puerta.—Si eso es lo que te haría feliz, lucha por ello y deja de ser un maldito hipócrita.
Y desapareció, cerrando firmemente la puerta detrás de ella y dejándome en completo silencio en el departamento.
¿Por qué ella hacía esto?
¿Por qué yo hacía esto?
En ese instante lo supe, y quise ponerme a llorar de repente.
Porque ambos estábamos luchando por alguien que amábamos. Ambos estábamos empeñados en ello.
Los dos estábamos perdidos en los mismos ojos tentativos de ese samoano.
Y...no diré nada :') Ya saben, lo de siempre. Poco tiempo, inspiración y blah blah blah.
Así que me ahorro la palabrería y les agradezco si es que siguen aquí.
Espero les haya gustado el capítulo, porque a mí me encantó escribirlo 7u7
Saraya ya sabe todo, Dean y Allen casi cogieron y Roman la vino a cagar...Aquí va a arder *trae sus palomitas de maíz y su soda. Se sienta como CM Punk a esperar la acción*
Un beso enorme, y nos vemos en el próximo capítulo...en dos meses más :) *le pegan*
Se despide, Rock.
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