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Prólogo

Narrador omnisciente

Bosque de Bojčin, Belgrado, Serbia.

El eco de la llamada resonaba en su oído, una mezcla de órdenes y advertencias. Escuchaba con atención, asintiendo brevemente, aunque sabía que su jefe no podía verlo. El jet privado volaba en lo alto, rodeado de nubes grises que ocultaban el cielo. La misión debía haber sido simple, pero había algo en el tono de voz de su superior que lo inquietaba.

—Sabes lo que está en juego —dijo la voz al otro lado de la línea, grave y cargada de preocupación contenida—. No podemos permitir errores esta vez, Santiago. El próximo movimiento es crucial.

—Lo sé —respondió él, sintiendo la presión aumentar—. Todo está bajo control.

Pero justo en ese instante, un sonido ensordecedor irrumpió en la cabina, como el rugido de una bestia indomable. La luz de advertencia en el panel comenzó a parpadear y, antes de que pudiera reaccionar, el avión perdió estabilidad. Los gritos del piloto llenaron el espacio mientras la nave entraba en picada, precipitándose hacia lo desconocido. La última imagen que tuvo fue el suelo acercándose a una velocidad aterradora, y luego... todo se oscureció.

El viento soplaba suavemente entre los árboles, agitando las hojas que crujían bajo los pies de un extraño. Había pasado horas recorriendo el espeso bosque cuando lo vio. Al principio, pensó que se trataba de un animal atrapado entre los escombros, pero al acercarse, reconoció la figura humana. Un joven, maltrecho y cubierto de sangre, yacía inconsciente cerca de lo que quedaba del avión.

El hombre se agachó, palpando el cuello del desconocido en busca de signos de vida. Un débil pulso lo tranquilizó. Lo levantó con cuidado, el cuerpo del muchacho inerte entre sus brazos. Sus ojos vagaron por el entorno desolado. Nadie debía saber que había estado allí; nadie debía hacer preguntas. Con movimientos rápidos y decididos, lo llevó hacia el hospital más cercano, manteniendo su rostro en la penumbra, como si con cada paso estuviera cargando no solo un cuerpo, sino un secreto.

Varios meses después.

Cuando el joven abrió los ojos, lo primero que sintió fue el dolor, agudo y pulsante. Intentó moverse, pero su cuerpo se negó a responder. Parpadeó, confundido, mientras el techo blanco del hospital se materializaba ante él.

No sabía dónde estaba, ni cómo había llegado allí. Solo un vago recuerdo de una caída, una oscuridad infinita... y luego nada. Su mente estaba vacía, despojada de cualquier fragmento que pudiera darle pistas sobre quién era.

Una enfermera entró en la habitación, sonriendo con suavidad al notar que estaba despierto.

—Es bueno ver que has vuelto. ¿Cómo te sientes?

—No... no lo sé —respondió con voz áspera, cada palabra un esfuerzo.

Ella frunció el ceño, revisando los monitores junto a la cama antes de mirarlo nuevamente.

—Tuvimos suerte de que te encontraran en ese bosque. Llevas varios días aquí. Aún no sabemos tu nombre.

Él intentó pensar, buscar algo, cualquier cosa en su memoria que le diera una respuesta, pero solo encontró un vacío insoportable.

—No... no recuerdo nada.

La enfermera lo observó con compasión antes de salir de la habitación. Afuera, en algún lugar del mundo, una familia recibía noticias devastadoras y, sin saberlo, comenzaban una desesperada búsqueda. Pero Santiago, ajeno a todo eso, estaba atrapado en el limbo de su propia mente. En los meses que seguirían, tendría que aprender a vivir sin el peso de su pasado, aunque pronto descubriría que el pasado nunca se queda enterrado por mucho tiempo.

El doctor Noah Brown miraba por la ventana del hospital, observando cómo las hojas caían lentamente de los árboles, marcando el paso del tiempo. Había dedicado los últimos meses a cuidar del joven que yacía en la habitación al frente, un chico que había llegado a su vida de manera abrupta, como un eco del pasado que nunca pudo olvidar.

Noah recordaba la devastación de aquel día fatídico, cuando perdió a sus hijos en un accidente aéreo. Desde entonces, el dolor había sido un compañero constante, y la vida había tomado un matiz gris y desolador. La pérdida lo había dejado marcado, y aunque había intentado seguir adelante con su carrera y ayudar a otros, el vacío que dejaron los pequeños era irreparable.

Mientras tanto, el joven se encontraba atrapado en su propio limbo. Sin recuerdos que lo anclaran a su identidad, su vida se había reducido a un puñado de días en un hospital, rodeado de extraños. Aunque el doctor Brown no era su padre, el médico había sentido un profundo deseo de protegerlo. En sus momentos de reflexión, anhelaba que el chico pudiera tener una familia, una vida plena, algo que él había perdido.

Un día, mientras revisaba los informes médicos en su oficina, dos policías entraron en la habitación. Su rostro reflejaba la seriedad de la situación. Noah sintió que el corazón se le encogía al notar que su esperanza de un desenlace feliz podía desmoronarse.

—Doctor Brown —dijo uno de los oficiales—, hemos estado investigando la identidad de este joven. Lamentablemente, no hemos encontrado registros de familiares. Es huérfano.

Las palabras resonaron en la mente de Brown, creando un vacío que le oprimió el pecho. No había familia que lo buscara, nadie que estuviera esperando su regreso. En ese instante, la conexión que había comenzado a formarse entre el médico y el joven se profundizó. Era como si el destino les hubiera cruzado por una razón, como si el universo, en su cruel ironía, le estuviera ofreciendo una segunda oportunidad.

Cuando la enfermera entró en la habitación y anunció que el joven había despertado, Brown sintió un cosquilleo de anticipación. Se acercó rápidamente a la habitación, la esperanza ardía en su interior.

—Hola, joven —dijo con suavidad—. Soy el Dr. Brown. Has estado en un accidente, pero estás a salvo ahora.

El chico parpadeó, confundido, y Miguel notó el brillo de la incertidumbre en sus ojos.

—No... no recuerdo nada —susurró, su voz temblorosa.

La enfermera sonrió con compasión, intentando consolarlo, mientras el doctor sentía que un nuevo propósito nacía dentro de él. Para Noah, el hecho de que el joven no recordara nada era más que una tragedia; era una oportunidad, una chispa de esperanza.

Mientras miraba al joven, pensó en sus propios hijos y en la posibilidad de que, tal vez, Dios le estaba dando otra oportunidad de ser padre. Su esposa, Amy, había sentido lo mismo; el dolor de la pérdida aún vivía en sus corazones, y ambos sabían que el amor que no pudieron ofrecer a sus hijos debía encontrarse un camino.

—No estás solo —dijo Noah, tratando de transmitirle su apoyo—. Estoy aquí para ayudarte a recuperarte.

El joven lo miró, sus ojos vacíos comenzando a mostrar una frágil chispa de esperanza. Noah sintió que estaba en un umbral; el destino les había reunido, y tal vez, solo tal vez, su vida cambiaría para siempre.

En los días que siguieron, mientras el joven comenzaba a explorar su entorno y su nueva realidad, Noah se dedicó a cuidar de él como si fuera su propio hijo. Lo ayudó a realizar pequeñas actividades, a recordar lo que significaba vivir, mientras cada vez más crecía su convicción de que esta conexión era un regalo, un segundo chance para ambos.


NOTA: Esperando ansiosa sus comentarios.

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