Epilogo
Narra Esther
Han pasado varios meses desde el día en que Myke y yo nos casamos, y lo que una vez fue una idea distante, ahora es nuestra hermosa realidad: estamos a punto de ser padres. Cuando miro atrás, no puedo evitar sonreír al recordar todo lo que hemos vivido. Los días de nerviosismo, los sueños que compartimos, las sorpresas que nos dimos el uno al otro, y los momentos de felicidad simple. Desde el primer día en que me enteré de que estaba embarazada, mi vida dio un giro inesperado, y ese giro se convirtió en uno de los más hermosos de mi vida.
Mi embarazo ha sido tranquilo, afortunadamente. Mi bebé ha crecido fuerte y saludable. A veces, me quedo mirando mi vientre, pensando en cómo esa pequeña persona está a punto de cambiarlo todo. Y lo que más me conmueve es ver cómo Myke se ha involucrado en cada paso del proceso. Su amor y dedicación a nuestra hija no tienen comparación. Cada vez que habla con mi panza, riendo y diciéndole lo mucho que la ama, siento una inmensa gratitud por tenerlo a mi lado.
Mis padres están emocionados, no pueden esperar a conocer a su nieta. Se pasan horas comprando ropita, preparándose para su llegada. Mi madre siempre ha sido una fuente de fortaleza, y ver cómo se ha preparado para ser abuela es una bendición. La verdad es que mi familia siempre ha sido unida, pero con cada noticia nos unimos más. Todos nos hemos reunido con frecuencia, celebrando la llegada de la nueva generación.
Pero, mientras todo parecía perfecto, la vida tiene sus propios planes. Unas semanas antes de la fecha prevista para el parto, me encontraba en casa, disfrutando de una tarde tranquila. Mi corazón se llenaba de ilusión, sabiendo que pronto vería la carita de mi hija. Pero, de repente, algo cambió. Sentí una ligera molestia en mi abdomen, una contracción que me hizo detenerme en seco. No le di mucha importancia al principio, pensando que era una señal normal del embarazo, pero pronto, las contracciones comenzaron a intensificarse.
Me dirigí al hospital, nerviosa, pero tranquila, pensando que solo era una falsa alarma. Sin embargo, cuando llegué, los médicos confirmaron que el parto se había adelantado. No pude evitar sollozar. Sentía miedo, pero también una profunda tristeza. Myke no estaba a mi lado. Estaba de misión en otro estado, justo cuando más lo necesitaba. Las horas pasaron lentamente mientras las contracciones se intensificaban.
La angustia me invadió al saber que no podría compartir ese momento con él. Agarré mi celular y lo llamé, mi voz quebrándose con las lágrimas que luchaba por contener.
—Myke... —dije entre sollozos—. Estoy en el hospital, y el parto se adelantó. Quiero que estés aquí conmigo, te necesito. No puedo hacerlo sin ti.
Por un momento, el teléfono se quedó en silencio, y sentí un nudo en el estómago. Mi ansiedad aumentaba, el dolor de las contracciones y la distancia me afectaban más de lo que imaginaba.
De pronto, escuché su voz al otro lado de la línea, llena de angustia y desesperación.
—Esther, no te preocupes, estoy en camino. Voy a llegar tan rápido como pueda, te prometo que estaré ahí. Aguanta, mi amor, aguanta un poco más, por favor.
Aunque sentía que el tiempo me jugaba en contra, algo en su voz me dio fuerzas. Sabía que él haría todo lo posible para estar a mi lado, como siempre había hecho. Y así fue. Mientras la ansiedad y el dolor crecían en mi pecho, podía sentir cómo Myke estaba luchando para llegar a mí.
Mis padres, con el corazón en la mano, llegaron al hospital. Mi madre me abrazó con fuerza, y mis hermanos me rodearon con palabras de aliento, pero a pesar de su presencia, solo pensaba en Myke. Ellos intentaron calmarme, pero el vacío de no tenerlo a mi lado seguía pesando.
Finalmente, cuando ya no podía más, el sonido de la puerta del hospital se abrió. Mi corazón dio un vuelco al ver a Myke entrar corriendo. La emoción lo invadió y, sin pensarlo, me tomó las manos con fuerza, mirándome a los ojos.
—Lo siento tanto, Esther. No sabes lo mucho que me duele no haber estado contigo antes. Pero ya estoy aquí, no te voy a dejar sola. Te prometo que vamos a ser una familia, y eso empieza ahora.
Las lágrimas que caían por mi rostro no eran solo por el dolor físico. Eran lágrimas de alivio, de gratitud por tenerlo allí, de saber que íbamos a enfrentar este momento juntos. Después de un par de horas más de dolor, nuestra hija finalmente llegó al mundo, con un llanto fuerte y lleno de vida.
Cuando el médico la colocó en mis brazos, no pude dejar de mirarla. Mi bebé. Mi hija. Todo el dolor desapareció en ese instante, reemplazado por un amor tan grande que parecía que mi corazón iba a estallar. Myke, con los ojos llenos de lágrimas, se acercó y la cargó, abrazándonos a las dos con tanta ternura que me hizo sentir como si el mundo se hubiera detenido.
—Bienvenida, mi Elyse De La Barrera Morgan. —pronuncio con todo su amor, para nuestra pequeña.
La familia de Myke, que había estado siguiendo todo por teléfono, no tardó en unirse a nosotros. Mis padres estaban más que emocionados, y no cabían de la felicidad al ver a su nieta por primera vez. Mi madre, con los ojos brillando, la acariciaba con tanto amor, como si ya la conociera de toda la vida.
Pero, como era de esperarse, una enfermera se acercó rápidamente para llamar la atención de todos.
—¡Silencio, por favor! —dijo, con tono firme—. Si no bajan el volumen, tendremos que pedirles que salgan.
A pesar de la reprimenda, la emoción en el ambiente era palpable. Myke y yo no podíamos dejar de sonreír. La niña que habíamos esperado tanto finalmente estaba con nosotros, y nuestras familias nos rodeaban con su amor.
La familia de Myke, que no pudo estar presente físicamente, se unió a la celebración por videollamada. Aunque solo pudieran verla a través de la pantalla, la emoción en sus voces era tan clara como si estuvieran allí en persona. Pronto, dijeron, viajarían para conocer a la pequeña en persona. Ya no podían esperar para abrazarla, para compartir su alegría.
En ese momento, supe que nuestra vida acababa de dar un giro aún más hermoso. Mi hija, mi Elyse, estaba aquí, y con Myke a mi lado, nada podría detenernos. Nuestra familia estaba completa.
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