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Capítulo 7


Narra Santiago

Santiago miraba la dirección escrita en la nota que le entregaron en la casa hogar en México. Era un lugar en Atlanta, un pequeño edificio que, según la nota, albergaba antiguos registros de adopciones internacionales. Aunque no sabía exactamente qué esperaba encontrar, sentía una mezcla de ansiedad y determinación.

Al llegar, se encontró con un edificio sencillo y un poco deteriorado, con una placa oxidada que confirmaba que estaba en el lugar correcto. Entró con pasos cautelosos, encontrándose con una recepción vacía y un mostrador con papeles desordenados.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó una mujer de cabello gris, emergiendo de una puerta lateral.

Santiago asintió y le mostró la nota.

—Me dijeron que podría encontrar información aquí. Estoy buscando detalles sobre mi adopción.

La mujer lo estudió por un momento antes de tomar la nota de sus manos. Con un asentimiento breve, lo invitó a seguirla hasta un pequeño archivo repleto de carpetas y documentos polvorientos.

—Siéntate aquí, —dijo, señalando una mesa con una silla incómoda. —Esto podría tardar un poco.

Santiago esperó, observando cómo ella revisaba los estantes y cajas. Después de un tiempo, la mujer volvió con un archivo desgastado. Al parecer la tecnología no ha entrado en este lugar

—Aquí está, —dijo mientras lo colocaba frente a él. —No hay mucha información, pero espero que esto te ayude.

Santiago abrió el archivo con cuidado. Sus ojos recorrieron las páginas amarillentas, cada palabra desentrañando una historia que nunca había conocido. Descubrió que sus padres adoptivos, un matrimonio estadounidense sin hijos, habían estado en México como parte de una organización humanitaria. Mientras ayudaban en la casa hogar donde Santiago fue llevado de bebé, se interesaron en adoptarlo.

Las páginas describían cómo el proceso fue rápido gracias a los contactos que tenía la organización en ambos países. Sus padres adoptivos lo llevaron a Atlanta, donde comenzaron una nueva vida con él. Sin embargo, el archivo también contenía una nota sombría: ambos habían fallecido en un accidente automovilístico cuando él era un adolescente.

Santiago sintió un nudo en el estómago. Aunque no tenía recuerdos de ellos, la idea de haber perdido a dos personas que aparentemente lo habían amado y cuidado lo llenaba de una tristeza inexplicable.

El archivo también contenía algo más. Una mención breve sobre sus padres biológicos: eran originarios de México y lo habían entregado en adopción poco después de su nacimiento. No había nombres, solo una dirección vaga del lugar donde se encontraban en ese entonces.

—¿Puedo quedarme con esto? —preguntó Santiago, su voz apenas un susurro.

La mujer negó con la cabeza.

—Lo siento, pero no podemos permitirlo. Sin embargo, puedo hacerte una copia de lo esencial.

Santiago asintió. Mientras ella preparaba las copias, no podía apartar los ojos de la dirección en México. Era su siguiente pista. Aunque estaba más cerca de entender su historia, todavía había muchas preguntas sin responder.

Cuando salió del edificio, el aire fresco de la tarde le golpeó el rostro, aclarando un poco sus pensamientos. Ahora sabía que sus raíces estaban en México y que sus padres biológicos habían tomado la decisión de dejarlo ir. ¿Por qué? ¿Qué los llevó a entregarlo en adopción?

Mientras caminaba de regreso a su apartamento, la ciudad parecía más grande, más llena de posibilidades. Aunque estaba en Atlanta, una parte de su corazón comenzaba a volar hacia México, donde tal vez podría encontrar las respuestas que tanto anhelaba. Pero ya había estado allá, y otra vez el destino lo guía hacia el mismo lugar.

Al llegar a casa, encontró la libreta donde había estado anotando sus recuerdos y escribió una nueva entrada:

"Atlanta me dio una familia, pero mis raíces están en México. No sé qué encontraré allí, pero debo ir. Debo saber por qué fui dejado atrás. Solo entonces podré seguir adelante."

Se recostó en el sillón, mirando el techo mientras su mente corría a mil por hora. La ciudad tenía secretos que ya había empezado a revelar, pero su viaje apenas estaba comenzando.

Narrador omnisciente

Santiago llegó al barrio indicado por la dirección que obtuvo en Atlanta. Era un lugar modesto en las afueras de una ciudad en México, con casas de paredes desgastadas y niños jugando en las calles de tierra. El viaje hasta aquí había sido largo y lleno de dudas. Aunque había preparado preguntas, no estaba seguro de si quería escuchar las respuestas.

Frente a una casa pequeña, se detuvo. El color de la pintura, alguna vez vibrante, estaba deslavado por los años. Tocó la puerta con un nudo en el estómago, y después de unos momentos, una mujer abrió. Tenía el cabello recogido en un moño desordenado, y sus ojos mostraban más agotamiento que calidez.

—¿Sí? —preguntó con un tono cauteloso.

—Soy Santiago... creo que usted podría ser mi madre biológica.

La mujer quedó inmóvil por un momento, y luego giró la cabeza, llamando a alguien más. Un hombre apareció desde dentro, secándose las manos con un trapo. Ambos lo observaron como si fuera un extraño inesperado, lo cual, en cierto sentido, lo era.

—¿Qué quieres? —preguntó el hombre, cruzando los brazos.

—No quiero molestar, —dijo Santiago, tratando de mantener la calma. —Solo busco respuestas. ¿Por qué me dieron en adopción?

La mujer y el hombre intercambiaron miradas antes de que ella suspirara profundamente y le hiciera una seña para que entrara. Santiago se sentó en un pequeño sofá mientras ellos se acomodaban frente a él, sus rostros mostrando una mezcla de incomodidad y resignación.

—Éramos muy jóvenes, —empezó la mujer, sin rodeos. —Yo tenía diecisiete, y él apenas diecinueve. No sabíamos nada de criar a un niño. Apenas podíamos cuidarnos a nosotros mismos. Cuando naciste, fue demasiado... demasiado demandante. No podíamos con todo.

Santiago sintió que su pecho se apretaba, pero logró asentir, buscando entender.

—Entonces, ¿por qué tuvieron más hijos? —preguntó, señalando con la cabeza las fotografías de dos niños pequeños enmarcadas en la pared.

El hombre frunció el ceño, como si la pregunta fuera una ofensa.

—Las cosas cambian, —dijo con brusquedad. —Ahora estamos en un mejor lugar. Tenemos estabilidad, algo que no teníamos contigo.

La mujer asintió, pero su mirada no mostraba arrepentimiento.

—No es personal, —añadió ella. —Fue lo mejor para todos. Para ti también. Seguro te fue mejor allá que aquí.

Aunque sus palabras parecían racionales, el tono despreocupado con el que las decían lo atravesó como una daga. Sentía que cada respuesta era un recordatorio de que nunca fue deseado, solo un inconveniente descartado por conveniencia.

Santiago se levantó lentamente, el dolor en su pecho más pesado que nunca.

—Entiendo, —dijo, aunque no era cierto.

Ambos lo miraron con una mezcla de alivio y desinterés mientras él se despedía cortésmente. Al salir de la casa, el sol le pareció más brillante de lo que podía soportar. Se apoyó contra una pared, cerrando los ojos mientras procesaba lo que acababa de suceder.

En ese momento, tomó una decisión. La adopción había sido lo mejor que pudo haberle pasado. Sus padres adoptivos, aunque ya no estaban, le habían dado algo que estas personas nunca podrían haberle ofrecido: amor incondicional.

Había perdido mucho al intentar desenterrar su pasado, pero ahora sabía que no valía la pena seguir buscando. La vida le había dado una segunda oportunidad con el Dr. Noah y su esposa Amy, y era momento de honrar eso.

Subió al autobús de regreso a su hotel, mirando por la ventana mientras el paisaje pasaba rápidamente. Aunque su pasado biológico lo había decepcionado, sentía que estaba listo para mirar hacia el futuro con una nueva perspectiva.

Desde ese día, Santiago prometió que viviría para valorar lo que la vida le había dado: no solo una segunda familia, sino también una nueva oportunidad para ser alguien mejor.

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