Capítulo 3
Narra Esther
Atlanta siempre ha sido mi hogar. Hay algo en esta ciudad que me hace sentir viva, desde el bullicio constante de las calles hasta el aire cálido que me envuelve como un abrazo. A veces, cuando camino por sus avenidas, me detengo para admirar los edificios altos y el horizonte que parece extenderse hasta el infinito. Me recuerda que hay un mundo de posibilidades ahí afuera, aunque a menudo mi vida esté marcada por la presencia constante de mi familia.
Soy Esther Morgan, diseñadora de moda, hija única en un mar de hermanos sobreprotectores. Soy la menor y única mujer entre seis varones, la que todos creen que necesita ser cuidada. A veces pienso que me ven como una especie de joya frágil, aunque no lo sea. No es que no aprecie el amor y el cuidado que me dan, pero hay momentos en que esa sobreprotección se siente como un muro invisible que me impide explorar lo que realmente quiero.
Mis hermanos, cada uno a su manera, creen saber qué es lo mejor para mí. Me lo dicen con sus miradas de advertencia o sus consejos no solicitados. Y aunque no lo hagan con mala intención, me hacen sentir que siempre tengo que estar bajo su sombra. A veces es agotador, y me pregunto si encontraré alguna vez el amor que tanto deseo. No me refiero solo a la idea romántica, sino a ese amor profundo, una conexión genuina con alguien que vea más allá de lo que mi familia ve. Pero, siendo honesta, sé que mientras esté bajo su protección constante, será difícil lograrlo.
Por otro lado, están mis primos, siete hombres, quienes también forman parte de mi vida de manera muy cercana. Mi prima Jazlynn, esta en la misma situación. Shane, el quinto en orden cronológico, ya que tiene un gemelo que nació antes que él, se casó hace siete meses con Azul, una mujer increíblemente sabia y creativa. Tienen dos gemelos adorables a quienes todos celebramos su bautizo recientemente. Azul y Shane tienen esa complicidad que siempre he envidiado, ese tipo de relación en la que no hay necesidad de palabras para entenderse. Cuando veo la vida que han construido, no puedo evitar pensar en lo que quiero para mí, aunque reconozca que no estoy lista para dejar mis raíces.
Entonces, decidí que era hora de dar un paso en otra dirección, de buscar algo que fuera realmente mío, pero sin tener que irme lejos. Hablé con mis padres sobre mis planes de abrir mi propia tienda de moda y ser independiente. Quiero aprender a depender solo de mí misma, a encontrar mi propio camino sin que cada decisión tenga que ser aprobada por alguien más. Mi padre, siempre dispuesto a ayudar, me ofreció un local que estaba en alquiler cerca del centro. Me emocionaba la idea de tener mi propia tienda, un lugar donde mis diseños pudieran ver la luz y donde podría trabajar en lo que amo, sin sentirme limitada.
Azul me ha dado tantos consejos valiosos que he perdido la cuenta. Ella dice que debo confiar en mi instinto y no tener miedo de fallar, que la clave del éxito es seguir adelante, incluso cuando parece que todo está en mi contra. Con su apoyo y el de mi familia, siento que estoy lista para comenzar esta nueva etapa.
Así que me mudé a mi propio apartamento, un lugar pequeño pero acogedor. Es la primera vez que vivo sola, y aunque disfruto de la libertad, no me he librado del todo de mis hermanos. Ellos vienen de vez en cuando a "cuidarme", como si no supieran que puedo valerme por mí misma. Aún así, no me quejo; sé que lo hacen porque me quieren. Pero yo también quiero demostrarles que ya no soy la niña que tienen que proteger.
Esta tienda es solo el primer paso, mi oportunidad de demostrar, sobre todo a mí misma, que puedo lograr lo que me proponga. Y aunque aún no haya encontrado el amor que tanto anhelo, tal vez eso llegue a su tiempo, cuando esté lista para abrirle espacio en mi vida. Por ahora, quiero dedicarme a mi pasión y demostrarme que puedo hacerlo por mí misma. Después de todo, Atlanta siempre será mi punto de partida.
Narra Santiago
Ha pasado un año y cinco meses desde el accidente. Un año y cinco meses desde que desperté en esa cama de hospital sin saber quién era, sin recordar mi propio nombre. Desde entonces, he vivido con el doctor y su esposa, quienes decidieron adoptarme cuando se hizo evidente que no había nadie más que reclamara por mí. Al principio, no sabía si aceptar su generosidad, pero ahora estoy agradecido. Me han dado un hogar, algo que nunca pensé que necesitaría tan desesperadamente.
Sin embargo, mi mente sigue siendo un caos. Es como si mi pasado estuviera enterrado en algún lugar, escondido en sombras que no puedo atravesar. A veces, aparecen recuerdos fugaces que me toman por sorpresa. Son fragmentos pequeños, casi insignificantes, pero siempre hay algo que permanece constante: el rostro de un hombre. No sé quién es. La imagen aparece borrosa, como si intentara recordar un sueño, pero sé que lo conozco, o al menos, lo conocía. Cada vez que su cara aparece en mi mente, una profunda tristeza me invade, una especie de dolor sordo que no sé cómo explicar. Es como si una parte de mí lo extrañara desesperadamente, aunque no tengo ni idea de quién es.
Estos recuerdos, si es que se les puede llamar así, no son más que destellos, un parpadeo de imágenes y sensaciones. Pero con cada uno de ellos, me siento más perdido. Me hacen pensar en lo que dejé atrás, en la vida que tuve antes de llegar aquí. ¿Tuve una familia? ¿Un amigo cercano? ¿O tal vez alguien especial? La posibilidad de que hubiera personas importantes en mi vida antes del accidente me atormenta, porque si eso es cierto, entonces ¿por qué nadie ha venido a buscarme? ¿Es posible que mi vida anterior fuera tan peligrosa o complicada que resultara mejor dejarme desaparecer?
A veces, por las noches, cuando todo está en silencio, me dejo llevar por estos pensamientos. Me imagino que estoy en otro lugar, rodeado de personas que conozco, aunque sus rostros sean solo sombras en mi memoria. Cierro los ojos e intento aferrarme a la imagen de ese hombre, a las emociones que provoca en mí. Pero es inútil. Todo se desvanece antes de que pueda entenderlo, dejándome solo con la sensación de vacío.
El doctor y su esposa me dicen que no me preocupe, que es normal tener recuerdos fragmentados después de un trauma tan grande. Me han explicado muchas veces que la amnesia puede ser impredecible, y que es posible que nunca recupere todos mis recuerdos. Pero la idea de no saber quién era, de vivir el resto de mi vida como una versión incompleta de mí mismo, me resulta insoportable. Necesito respuestas, aunque no sé si estoy preparado para lo que puedan revelar. Porque, ¿y si descubro que mi vida anterior no era lo que deseo recordar? ¿Y si ese rostro que aparece en mis recuerdos está ligado a algo oscuro o peligroso?
La incertidumbre es un peso constante. Cuanto más trato de recordar, más me pierdo en el laberinto de mi mente. Sin embargo, también sé que no puedo rendirme. Tal vez mi vida antes del accidente estaba llena de riesgos, o quizás tuve que dejarlo todo atrás por una razón. Pero la ausencia de respuestas me sigue atormentando, y mientras no las tenga, esa tristeza persistente nunca se desvanecerá del todo.
Sé que el doctor y su esposa quieren que siga adelante, que construya una nueva vida sin preocuparme tanto por lo que perdí. Me lo dicen a menudo, con palabras amables y llenas de esperanza. Y aunque lo intento, la verdad es que no puedo evitar cuestionarme. Porque si hubo personas importantes en mi vida, merecen ser recordadas. Y si alguna vez las encuentro, merecen saber que no las olvidé completamente.
El timbre de la puerta sonó con una urgencia inusual. El doctor, siempre atento, dejó lo que estaba haciendo y se dirigió a abrir. Desde mi lugar en la cocina, pude escuchar voces; una de ellas era desconocida. Me acerqué al pasillo, curioso, y vi a un hombre uniformado, un policía que hablaba en voz baja pero firme. Mi curiosidad se convirtió en inquietud al notar la expresión grave en el rostro del doctor.
El policía hizo una pausa, mirándome rápidamente antes de volver a dirigir su atención al doctor.
—Debemos hablar en privado —dijo el agente, lanzándome una mirada de disculpa.
El doctor asintió, pero yo no me moví. Sabía que algo andaba mal. El tono de la conversación no era normal. Mis instintos me gritaban que no me apartara, que escuchara cada palabra.
—Él puede escuchar —respondió el doctor, dirigiéndome una breve mirada de complicidad—. Santiago es parte de nuestra familia.
El agente dudó, pero luego asintió.
—Hemos obtenido información preocupante —empezó—. Existe una amenaza activa. Hay personas buscándote, Santiago. Al parecer, tienen la intención de... terminar lo que comenzaron.
Un escalofrío recorrió mi columna. Era la primera vez que alguien mencionaba que podría haber personas persiguiéndome. Nunca había considerado que mi pasado pudiera involucrar un peligro real para mi vida. El agente continuó, mientras mi mente intentaba asimilar lo que estaba diciendo.
—Sabemos que no recuerdas nada —prosiguió—, pero tu nombre verdadero es Santiago Núñez. Y es vital que salgas del país de inmediato. Están decididos a encontrarte y, si lo logran, la situación será crítica. Es cuestión de tiempo antes de que den con tu paradero.
El doctor, normalmente sereno, tenía los labios apretados. No había dudas en su mirada; sabía que el riesgo era real y, sin dudarlo, asintió.
—Díganos lo que debemos hacer —respondió con determinación.
Narrador omnisciente
Mientras tanto, en una prisión lejana, un hombre vestido con ropa común y sin distintivos se acercó a un recluso llamado Carl. Sus rostros se cruzaron por unos segundos antes de que el visitante tomara asiento frente a él.
—Qué sorpresa verte por aquí —dijo Carl, con una sonrisa cargada de cinismo. Sus ojos escanearon al hombre frente a él, esperando escuchar lo que había venido a decir.
El visitante se inclinó hacia adelante, bajando la voz para que solo Carl pudiera escuchar.
—He venido a darte noticias. Javier no encontrará a su hijo. Ni hoy, ni nunca.
La sonrisa de Carl se desvaneció un poco, mostrando su incredulidad.
—¿Cómo estás tan seguro de eso?
—Porque Santiago está vivo, pero no recuerda nada de su pasado. Y nos aseguraremos de que jamás lo recupere —respondió el hombre, sin apartar la mirada de los ojos de Carl—. Estamos tomando todas las medidas necesarias para evitar que padre e hijo se reencuentren. Ya Javier sabe que su hijo está vivo, además de que pudo dar con su paradero. Sin embargo, tengo personas que trabajan para mí y ya advertimos a "Santiago" que corre peligro. Lo sacaremos del país.
La expresión de Carl se endureció. Había una historia detrás de esas palabras que desconocía, y la situación parecía mucho más compleja de lo que había imaginado.
—¿Qué crees que vas a ganar con esto? —preguntó, tratando de obtener más respuestas.
El visitante se puso de pie lentamente, su expresión permaneciendo inescrutable.
—Ganar no es lo que nos interesa. Lo que importa es mantener el pasado en el olvido. Y Santiago... nunca volverá a ser el mismo.
Sin más, el hombre se marchó, dejando a Carl con más preguntas que respuestas y la certeza de que había algo mucho más profundo que lo que estaba a simple vista.
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