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Capítulo 29


Narra Myke

El sol se alzaba lentamente sobre el horizonte, tiñendo el cielo de un suave color naranja que se desvanecía en un azul profundo mientras el día comenzaba en las Islas Maldivas. Este era nuestro refugio, nuestra escapatoria después de una boda llena de emociones intensas, y la promesa de que nuestra nueva vida comenzaría en este lugar tan lejano y perfecto. La brisa suave del mar acariciaba nuestra piel, y el sonido de las olas rompiendo suavemente contra las playas cercanas era la música que nos acompañaba mientras nos despertábamos.

Esther estaba a mi lado, su rostro aún parcialmente cubierto por el cabello rizado que caía de manera desordenada sobre su almohada. La miré por un momento, fascinado por cómo el sol jugaba con las sombras de su rostro, iluminando su piel de una manera que parecía casi irreal. Durante tanto tiempo, había soñado con una vida como esta, pero en mis sueños, nunca había imaginado que ella sería mi compañera en cada paso. Ahora, aquí estábamos, juntos, en este lugar idílico, comenzando la vida que siempre habíamos querido.

Acaricié suavemente su cabello y ella despertó, abriendo los ojos lentamente. Al verme, una sonrisa se dibujó en su rostro, y su risa suave llenó la habitación como la melodía más dulce. No podía imaginarme en otro lugar ni con otra persona. Este era nuestro momento, un tiempo para redescubrirnos, para disfrutar de la compañía del otro y de todo lo que la vida tenía para ofrecer.

—Buenos días, mi amor —me dijo Esther, su voz llena de calidez, mientras se estiraba y se acomodaba junto a mí—. Este lugar es aún más hermoso de lo que imaginaba.

—Es perfecto, ¿verdad? —respondí, sonriendo mientras la tomaba de la mano. Era tan fácil hablar con ella, tan fácil compartir mis pensamientos y mis sueños. Cada día, me sentía más afortunado de tenerla a mi lado.

Nos levantamos lentamente de la cama, y cuando miramos hacia el exterior, la vista era indescriptible. Nuestra villa estaba sobre el agua, con una piscina infinita que parecía fusionarse con el océano. El azul profundo del agua se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y las pequeñas islas cercanas emergían como puntos de esperanza en el vasto mar. Los bungalows de lujo se alineaban en la distancia, pero lo que más nos atraía era el silencio absoluto, una paz que solo se encontraba en lugares como este.

—¿Qué te parece si comenzamos el día con un paseo en bote? —sugerí, mirando a Esther con una sonrisa cómplice.

—Eso suena perfecto —respondió ella, sus ojos brillando con emoción. En ese momento, su alegría era todo lo que necesitaba para sentir que este viaje sería más de lo que esperábamos.

Nos pusimos ropa cómoda y nos dirigimos al muelle, donde el bote privado nos esperaba. El capitán nos saludó amablemente, y mientras comenzábamos a navegar por las aguas turquesas, sentí una paz profunda que solo podía encontrar al estar con Esther. Mientras el bote avanzaba, el sol comenzaba a elevarse más alto en el cielo, y el calor del día se mezclaba con la brisa fresca del océano. Miraba a Esther a mi lado, y podía ver cómo sus ojos brillaban con emoción al contemplar la belleza que nos rodeaba.

—Nunca imaginé que viviría algo así —dijo Esther, mirando el horizonte. —Todo es tan... perfecto, tan tranquilo.

—Esto es solo el comienzo —respondí, tomándole la mano—. Hay muchas más aventuras por vivir, mi amor. Y todas las quiero vivir contigo.

El capitán nos llevó a un pequeño arrecife de coral, donde el agua era tan clara que podíamos ver los peces de colores nadando cerca de la superficie. Nos proporcionaron equipo de snorkel, y juntos, nos sumergimos en el agua cristalina, rodeados por una explosión de colores. Los corales, las estrellas de mar, y los peces tropicales parecían haberse reunido para darnos la bienvenida a este mundo submarino. Esther se acercó a mí, y mientras flotábamos, tomados de la mano, nos miramos a los ojos, disfrutando de la magia que nos rodeaba. Fue un momento tan íntimo que el resto del mundo desapareció. Solo existíamos nosotros, en el agua, rodeados por la naturaleza.

Después de un rato, decidimos regresar a la villa para descansar. Al llegar, nos esperaban con un picnic frente al mar, una mesa decorada con flores tropicales, y un vino refrescante que nos invitaba a relajarnos. Nos sentamos juntos, disfrutando del sol, de la comida y de las suaves olas que rompían cerca. Entre bocado y bocado, compartimos recuerdos de nuestra infancia, nuestras primeras impresiones del otro y las risas que habíamos compartido desde el primer día. En ese pequeño rincón del paraíso, el mundo parecía haberse reducido solo a Esther y a mí.

La tarde pasó rápidamente, y cuando la luna comenzó a ascender en el cielo, decidimos disfrutar de una cena privada en la playa. Los organizadores del resort habían preparado una mesa bajo las estrellas, con velas flotantes que iluminaban suavemente el entorno. La comida era exquisita, pero lo que más me impresionaba era la atmósfera: la sensación de estar completamente aislados del mundo exterior, compartiendo algo que solo nosotros podíamos entender.

—Es tan perfecto —dijo Esther, mirando el cielo estrellado. Su voz, llena de ternura, me hizo sentir una conexión aún más profunda con ella. Era como si todo lo que habíamos vivido hasta ese momento nos hubiera llevado a este instante.

—Todo esto es perfecto porque estás conmigo —respondí, acariciando su mano sobre la mesa.

En ese momento, todo lo que había en mi mente era ella. No importaba el lujo que nos rodeaba, ni la belleza del paisaje, porque el verdadero paraíso lo tenía frente a mí. Cada palabra, cada gesto, cada mirada de Esther me hacía sentir como si el tiempo se hubiera detenido. Todo lo demás era irrelevante; solo estábamos nosotros, compartiendo un amor que había nacido de un viaje largo y complicado, pero que, al final, nos había llevado a este momento, este lugar.

Tras la cena, caminamos por la orilla, disfrutando de la frescura del aire nocturno y de la luz de la luna que iluminaba el mar. No había necesidad de palabras; el silencio entre nosotros era cómodo, lleno de entendimiento y complicidad. De repente, me detuve, tomé su mano y la miré profundamente a los ojos.

—Te amo, Esther —le dije, mis palabras impregnadas de todo lo que sentía por ella. Cada sí, cada risa, cada conversación nos había llevado hasta este momento, y no podía dejar de agradecer al destino por habernos unido.

—Te amo, Mykell —respondió, acercándose a mí para darme un beso suave, lleno de promesas.

El beso se alargó, y cuando nos separaron, ambos sabíamos que ese amor, que esa conexión que habíamos forjado, era más fuerte que cualquier otra cosa. Nos miramos el uno al otro, sintiendo que todo lo que habíamos vivido nos había fortalecido. Este viaje, nuestra luna de miel, no era solo un descanso después de nuestra boda, era una afirmación de nuestro amor y de todo lo que estábamos construyendo juntos.

Esa noche, nos retiramos a nuestra villa, donde nos esperaban un baño de burbujas, y después nos acurrucamos en la cama, mirando las estrellas a través de la ventana. Entre risas suaves y caricias, hablamos de todo lo que queríamos hacer en el futuro: viajes, proyectos, sueños, y por supuesto, el amor que continuaríamos cultivando.

La luna de miel fue mucho más que un viaje; fue el inicio de una nueva etapa en nuestras vidas, un comienzo lleno de posibilidades infinitas. Cada día que pasaba, la conexión entre Esther y yo se profundizaba aún más, y sentíamos que el destino nos había dado este tiempo, este paraíso, para conocernos aún más, para amarnos más profundamente.

Y así, bajo el manto de la luna y las estrellas, prometimos que siempre seríamos el uno para el otro, que cada aventura, cada paso en la vida, lo tomaríamos juntos. No importaba lo que el futuro nos trajera, porque sabíamos que mientras estuviéramos juntos, nada podría separarnos.

Este era solo el comienzo de un viaje eterno.

Narra Esther

Semanas después.

Desperté en la calidez de su abrazo, ese abrazo que me protegía de todo, que me hacía sentir en casa. Myke aún dormía profundamente a mi lado, su respiración suave y tranquila, como si el mundo entero se hubiera detenido en ese momento para ofrecernos esa paz que tanto habíamos deseado. Mi corazón latía calmado, agradecido por cada instante que compartía con él. Había sido una noche maravillosa, de esas que quedaban grabadas en la memoria, no por la perfección de los detalles, sino por la conexión que sentíamos.

Me acurruqué más contra su pecho, disfrutando de la seguridad que me ofrecía, de cómo sus brazos parecían ser el refugio perfecto. Pero entonces, una ligera molestia en mi estómago me hizo tensarme. Al principio, lo ignoré, pero pronto la incomodidad se intensificó. Me levanté rápidamente de la cama, tratando de no despertar a Myke, y corrí hacia el baño.

La nausea se instaló en mi estómago con fuerza, y antes de que pudiera siquiera reaccionar, mi cuerpo empezó a expulsar lo que quedaba en mi estómago. El mareo me invadió y, después de unos momentos de lucha, me senté en el borde del lavabo, respirando con dificultad.

Justo en ese instante, la puerta del baño se abrió suavemente, y Myke apareció con una taza de té en las manos, su rostro lleno de preocupación.

—Esther, ¿estás bien? —preguntó, su voz suave y llena de ternura mientras se acercaba a mí.

Intenté sonreírle, pero la incomodidad era evidente. Me sentía mareada, exhausta. Él se agachó frente a mí y me ofreció la taza de té humeante, la cual acepté con una sonrisa débil.

—Gracias, cariño —dije en voz baja, tratando de recuperar el aliento mientras tomaba un sorbo de la infusión caliente.

Myke no se apartó de mi lado. Me acarició la espalda con suavidad, como si intentara aliviar el malestar que no me dejaba en paz.

—¿Quieres que te lleve al médico? —sugirió, preocupado—. Esto no me gusta nada.

—Creo que solo es algo pasajero —respondí, con la esperanza de que así fuera—. No es la primera vez que me siento así. Probablemente el estrés de la mudanza y los cambios me están afectando.

Él asintió, pero no se veía del todo convencido. Después de un momento, me ayudó a levantarme y me acompañó de regreso a la cama. Cuando me acomodé, él se sentó a mi lado, sosteniendo mi mano.

—Es curioso, ¿sabes? —comentó, mirando hacia el techo—. Estamos a punto de mudarnos a nuestra nueva casa, cerca de Noah y Amy. Es como un nuevo capítulo, ¿verdad?

Asentí, sonriendo levemente. Habíamos estado esperando este momento durante meses: por fin tendríamos nuestro hogar, un lugar propio donde comenzar esta nueva etapa. Habíamos comprado una casa cerca de Noah y Amy, con la intención de estar cerca de la familia, para tenerlos cerca mientras comenzábamos nuestra vida juntos. Un lugar donde sus padres biológicos puedan llegar cuando vengan a visitarnos.

—Sí, lo es —respondí—. Estoy emocionada. Finalmente, tenemos un lugar donde realmente podemos llamar "nuestro hogar".

Él me miró, su mirada llena de cariño y complicidad.

—Y todo va a ser aún mejor cuando estés al cien por ciento, Esther. Ya no tienes que cargar con todo tú sola. Nos mudamos, nos organizamos, y lo haremos juntos, como siempre.

Eso me hizo sonreír. Myke siempre había sido tan atento, tan presente. Mi corazón se llenó de gratitud hacia él. Decidí que, aunque el malestar siguiera rondando, no dejaría que eso afectara nuestra felicidad. Estaba a punto de comenzar un nuevo capítulo de mi vida, y nada me iba a detener.

A la tarde siguiente, mientras Myke se preparaba para su viaje a Washington D.C. por trabajo, me sentía algo más tranquila. Sabía que me esperaba un par de días en casa, organizada para nuestra mudanza. Nos despedimos con un beso suave, y él me prometió que regresaría lo antes posible.

Cuando se fue, mi madre pasó a verme. Había hablado con ella sobre los malestares que estaba teniendo, y aunque ella me había tranquilizado varias veces, sabía que algo más podía estar ocurriendo. Después de discutirlo, me ofreció acompañarme a la clínica para hacerme un chequeo.

—Esther, querida, no tienes que preocuparte por nada. Vamos a asegurarnos de que todo esté bien —me dijo con una sonrisa reconociendo la preocupación en mi rostro.

Con ella a mi lado, fui a la clínica, donde una serie de pruebas confirmaron lo que, de alguna manera, ya había comenzado a sospechar: estaba embarazada.

La noticia me dejó paralizada por un momento. El médico nos explicó que estaba en las primeras etapas, y me dio algunas recomendaciones sobre cómo cuidarme. Salí de la clínica con mi mente llena de pensamientos, mis emociones revueltas. ¿Cómo se lo diría a Myke? ¿Cómo reaccionaría? ¿Estaba lista para este cambio? Pero, más allá de la incertidumbre, una sensación de alegría crecía en mi corazón. Estaba embarazada de Myke, de mi esposo, y nuestro amor había creado algo aún más hermoso.

Decidí que quería sorprenderlo. Quería que supiera de esta nueva etapa de nuestra vida de una forma especial. Pero, ¿cómo? Estaba tan emocionada que mi mente comenzaba a idear formas de hacerlo. Y finalmente, tuve la idea perfecta.

Ese mismo día, después de un par de llamadas con la organizadora de la mudanza, me senté en el sofá, buscando en Internet la forma de hacer que todo fuera aún más memorable. Planeé cada detalle, con la intención de sorprenderlo con una pequeña fiesta íntima cuando regresara de su viaje, una celebración de este nuevo capítulo que ambos estábamos a punto de comenzar. Quería que fuera algo especial, algo único, como el momento que estábamos viviendo.

Mientras mis pensamientos volaban entre la emoción y los nervios, mi madre me miró con una sonrisa cómplice.

—Sé lo que estás pensando —me dijo, sonriendo ampliamente—. No te preocupes, será perfecto. Y lo mejor de todo es que tu padre y yo estamos aquí para apoyarte en todo.

Esa noche, cuando Myke regresó, la sorpresa estaba lista. Había preparado todo con tanto amor y cuidado que mi corazón latía rápido solo de pensarlo. Cuando llegó a casa, lo recibí con los brazos abiertos y la mirada llena de complicidad. Mi esposo, mi compañero de vida, estaba de vuelta, y este momento sería solo nuestro.

Con una sonrisa, le dije: "Tengo algo importante que contarte, algo que cambiará nuestras vidas para siempre". Al principio, no entendió, pero al ver la mesa decorada y los pequeños detalles que había preparado, lo supo.

Cuando le conté que estábamos esperando un bebé, sus ojos brillaron con emoción y asombro. En ese momento, no hubo necesidad de palabras; él me abrazó fuerte, levantándome del suelo con una sonrisa de felicidad. Sabía que este era el comienzo de algo hermoso, algo que habíamos creado juntos.

El día que supimos que estábamos esperando a nuestro hijo, se convirtió en el día que selló aún más nuestro destino. Ya no solo éramos un equipo, éramos una familia, y estábamos listos para todo lo que viniera.

Narra Myke

Después de una semana agitada de reuniones y negociaciones en Washington D.C., estaba ansioso por regresar a mi hogar. Ya había hablado con mi madre antes de salir, prometiéndole que la visitaría pronto, pero lo que más quería en este momento era estar con Esther, en nuestra nueva casa. A pesar de la distancia y los viajes, sentía que mi vida se había estabilizado, que finalmente estaba en el lugar donde debía estar. La boda había sido el comienzo de una nueva etapa, y mudarnos junto era solo el siguiente paso en nuestra historia.

El aire fresco y cálido de la tarde me recibió cuando aparqué el coche frente a la casa. Al bajar, pude ver las luces cálidas que salían de las ventanas, creando una atmósfera acogedora. Era nuestro lugar, nuestro hogar, y había algo mágico en esto. Sabía que dentro me esperaba Esther, y eso hacía que mi corazón latiera más rápido.

Estaba decidido a sorprenderla. La había dejado encargada de la mudanza, pero ahora que la casa estaba casi lista, quería hacer algo especial para ella. La mudanza, los días ajetreados, las emociones de los últimos meses. Sentía que era el momento perfecto para sorprenderla con una cena íntima, algo sencillo, pero significativo.

Sin embargo, la cena estaba lista, y el aroma de la comida llenaba el aire. Las velas estaban encendidas, creando una atmósfera cálida, y la mesa estaba dispuesta con cuidado, como si fuera un pequeño pedazo de cielo. Esther, estaba acomodando algunas cosas en la sala.

—Esther —dije con suavidad, su voz llena de cariño.

Ella levantó la mirada y sonrió al verme. Sus ojos brillaban con una mezcla de alegría y complicidad.

—Myke, te extrañé tanto —respondió, levantándose para acercarse a mí. Sin pensarlo, se lanzó a mis brazos, abrazándome con fuerza.

El calor de su abrazo y la cercanía de su cuerpo eran todo lo que necesitaba para sentirme completo. No había nada mejor que estar aquí, en casa, con Esther.

—Yo también te extrañé mucho —respondí, acariciando su cabello con ternura.

Después de un largo y cálido abrazo, Esther me tomó de la mano y me guió hacia la mesa.

—Tengo algo preparado para ti —me dijo, sonriendo de manera cómplice.

La miré intrigado. Sin saber lo que estaba por venir, me dejé guiar hacia la mesa y me senté, disfrutando de la atmósfera que Esther había creado. La cena estaba deliciosa, y a medida que conversábamos y compartíamos risas, la conversación fluía de manera natural, como siempre sucedía entre nosotros. Había una calma en ese momento que solo se podía encontrar cuando se estaba con la persona correcta.

Pero mientras estaba completamente absorto en el momento, Esther me miraba con una mirada distinta, algo más seria, pero llena de amor. Sus ojos, normalmente brillantes y juguetones, tenían un destello diferente, una mezcla de emoción contenida y una verdad por revelar.

De repente, Esther dejó el tenedor y me observo con una suave sonrisa.

—Myke, hay algo que necesito decirte —comenzó, su voz temblando ligeramente, aunque sus palabras salieron con claridad.

Me incliné hacia ella, mirándola con atención.

—Dime, amor. ¿Qué pasa?

Esther tomó una profunda respiración y me miró con una suavidad que hacía que mi corazón se acelerara.

—Estoy embarazada.

El mundo, por un instante, pareció detenerse. Myke miró a Esther, procesando lo que acababa de escuchar. Durante un segundo, no podía creerlo, pero la expresión en el rostro de Esther y la forma en que sus ojos brillaban lo dijeron todo.

—¿Embarazada? —preguntó, su voz un susurro lleno de asombro y emoción.

Esther asintió lentamente, una sonrisa tímida apareciendo en su rostro mientras veía mi reacción. En ese instante, no pudé contener la emoción que me embargaba. De repente, el amor que sentía por ella creció aún más, como si algo dentro hubiera encajado perfectamente con esa noticia.

Sin pensarlo dos veces, me levanté de la silla y me acerqué a ella. La abrace con fuerza, como si quisiera envolverla con mi amor y protección. Su corazón latía a un ritmo acelerado, y una sensación de pura felicidad nos envolvía.

—Mi amor, ¡esto es increíble! —exclamé, besándola con pasión, como si ese beso fuera a sellar ese momento para siempre.

Esther correspondió al beso, pero algo en sus ojos reflejaba una emoción aún más profunda. Me separé un poco, mirándola con ojos brillantes, y puse mi mano suavemente sobre su vientre.

—Voy a ser papá... —dije con una mezcla de asombro y alegría, hablando con suavidad mientras acariciaba su vientre, como si pudiera sentir al bebé.

—Sí, vamos a ser papás —respondió Esther, su voz llena de una ternura infinita.

Con los ojos brillando de emoción, me incliné hacia el vientre de Esther y susurré, como si el bebé pudiera escucharlo.

—Hola, pequeño o pequeña, soy tu papá. Prometo cuidarte y amarte siempre. No importa lo que pase, te protegeré con todo lo que soy.

Pude sentir una conexión aún más profunda con esta nueva vida que venía en camino.

Sin decir una palabra más, la levanté en brazos con delicadeza, como si estuviera cargando lo más precioso que existiera. Llevándola a la habitación, sin dejar de mirarla con adoración.

—Te amo tanto, Esther. Esta es la mejor noticia de mi vida. No puedo esperar a vivir esta aventura contigo y con nuestro bebé —le confesé mientras la depositaba suavemente en la cama.

Esther sonrió mirándome con los ojos llenos de amor.

—Yo también te amo, Myke. Y sé que seremos los mejores padres para este bebé.

Me recosté junto a ella, y sin palabras, la abracé, rodeándola con mis brazos. En ese momento, el futuro no me parecía incierto ni aterrador. Sabía que, juntos, enfrentaríamos todo lo que viniera. Con nuestro amor, apoyo mutuo y la llegada de nuestro bebé, nuestra vida juntos solo acababa de comenzar.

El amor que compartíamos ahora se expandía más allá de nosotros, envolviendo a este pequeño ser que pronto llenaría nuestro hogar de risas, lágrimas y alegría. Y mientras descansaba en mis brazos, susurré una última promesa:

—Siempre estaré aquí para ti, Esther, y para nuestro bebé. Siempre.

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