Capítulo 24
Narra Mykell
Había tantas preguntas que aún rondaban mi mente, pero aquella noche decidí enfrentar una de las más grandes. Estaba sentado frente a mi padre, Javier, en el pequeño estudio que había improvisado en el departamento. A pesar de los años de distancia, había algo familiar en su presencia, como si una parte de mí siempre lo hubiera conocido.
—Hay algo que necesito saber, papá —dije, rompiendo el silencio que había caído entre nosotros—. Han mencionada varias veces que nunca dejaron de buscarme, pero ¿qué fue lo que pasó realmente? ¿Por qué nunca nos encontramos antes?
Javier suspiró y apoyó los codos sobre sus rodillas, entrelazando las manos. Su rostro mostraba el peso de los años de lucha y frustración.
—Hijo, hicimos todo lo posible. Seguimos cada pista, cada llamada, cada rumor que nos decía dónde podrías estar. Pero cada vez que nos acercábamos, algo nos alejaba de ti.
—¿Qué tipo de cosas? —pregunté, inclinándome hacia él.
—Pistas falsas —respondió, su voz cargada de amargura—. Nos dijeron que estabas en Serbia. Pasé semanas buscando allí, siguiendo una descripción que coincidía contigo. Luego nos llevaron a México, donde alguien aseguró haberte visto en una casa de acogida. Después, Argentina. Finalmente, España. Cada vez que llegábamos, era como si hubieras desaparecido un instante antes.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras las piezas encajaban en mi mente.
—Yo estuve en esos lugares —murmuré, más para mí mismo que para él.
Javier levantó la vista, sorprendido.
—¿Qué dijiste?
—Que estuve en esos lugares —repetí, sintiendo cómo un escalofrío recorría mi columna. —Serbia, México, Argentina, España. Por diferente circunstancia visite esos lugares. Pero cada vez que recibía un mensaje de alguien diciendo que me estaban buscando, también me advertían que estaba en peligro, que alguien quería eliminarme.
El rostro de Javier se endureció, y podía ver la mezcla de dolor y rabia en sus ojos.
—¿Quién te enviaba esos mensajes? —preguntó, su voz apenas un susurro.
Negué con la cabeza.
—Nunca lo supe. Siempre eran mensajes anónimos. Me decían que cambiara de nombre, que me mantuviera bajo perfil. Al principio, no sabía si creerlo, pero luego había cosas... cosas que pasaban. Como si alguien realmente me estuviera siguiendo.
Javier cerró los ojos y se pasó una mano por el cabello, claramente afectado por lo que estaba escuchando.
—Intentaron separarnos —dijo finalmente—. Querían que creyeras que no tenías a nadie, que estábamos en tu contra.
—¿Por qué? —pregunté, la frustración creciendo dentro de mí—. ¿Quién podría querer algo así?
—No lo sé, hijo —admitió, y su voz tembló por primera vez—. Pero lo que sí sé es que nunca dejamos de buscarte. Sophie, yo, toda la familia. No puedo imaginar por lo que has pasado, pero quiero que sepas que nunca nos rendimos.
Su sinceridad me golpeó como una ola. Durante este tiempo había vivido con una mezcla de desconfianza y resignación, creyendo que estaba solo en el mundo. Pero ahora, al escuchar sus palabras y conectar los puntos, todo comenzaba a tener sentido.
—Gracias por no rendirte —dije finalmente, mi voz quebrándose—. Por seguir buscándome, incluso cuando todo parecía perdido.
Javier se levantó y se acercó a mí. Sin decir una palabra, me abrazó con fuerza. Al principio, no supe cómo responder, pero poco a poco me dejé llevar. Sentí una calidez que no había experimentado en años, una conexión que iba más allá de las palabras.
—Estamos aquí ahora, hijo —murmuró—. Y no vamos a ninguna parte.
Ese momento marcó el inicio de algo nuevo. No había respuestas para todo, pero al menos ahora tenía algo que había perdido hace mucho tiempo: esperanza.
Narra Esther
El gran día había llegado. Mientras me miraba al espejo del camerino, sentía una mezcla de nervios y emoción. Este desfile no era solo una muestra de mi trabajo, sino el resultado de años de esfuerzo, caídas y levantamientos. Myke estaba conmigo desde temprano, ayudándome a supervisar los últimos detalles. Su presencia era un ancla que calmaba mi corazón agitado.
—Lo lograrás, Esther —dijo, ajustando la flor en mi cabello—. Creo en ti.
Sus palabras eran más que un consuelo; eran una declaración de amor y confianza. Me sostuvo por los hombros y me miró directo a los ojos.
—Nada puede salir mal. Eres brillante. Lo has demostrado una y otra vez.
El patrocinador, un magnate con ojo para el talento, llegó al lugar con aire expectante. Caminó por los bastidores, inspeccionando las telas, los diseños y las modelos que lucían mis creaciones. Sus ojos se iluminaron con una mezcla de admiración y sorpresa.
—Esto es único —dijo, girándose hacia mí—. Has superado todas mis expectativas.
Cuando las luces se encendieron y la música comenzó, sentí que el aire se llenaba de magia. Cada modelo que caminaba por la pasarela llevaba una parte de mi historia. Diseños que hablaban de lucha, amor y esperanza. Myke estaba entre el público, sus ojos brillando de orgullo.
Cuando el último aplauso resonó en la sala, sentí una liberación indescriptible. Había logrado lo que siempre había soñado.
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Narra Myke
Después del desfile, encontré a Noah y Amy en el salón contiguo. Ellos me habían adoptado cuando pensaban que no tenía familia. Los abracé con fuerza, sintiendo un nudo en la garganta.
—Noah, Amy... siempre seré su hijo, aunque ahora sepa de dónde vengo. Ustedes son parte de mi vida, y quiero que sigan siéndolo.
Amy me abrazó con fuerza, sus ojos llenos de lágrimas.
—Tú nos hiciste una familia completa otra vez, Santiago... Mykell. No importa cómo te llames. Siempre serás nuestro.
Noah asintió, conmovido.
—Estamos orgullosos de ti, hijo.
Era un cierre que necesitaba. Aceptar mi pasado y mi presente. Hacer las paces con ambas partes de mi vida.
Después del evento, decidimos ir a la casa de playa de Noah y Amy para relajarnos. El aire salado y las olas rompían suavemente contra la orilla, trayendo una calma que ambos necesitábamos. Esther y yo caminamos por la arena, disfrutando de la tranquilidad.
Pero esa paz no duraría mucho.
En medio de la noche, el sonido de pasos y voces bajas nos alertó. Seis hombres irrumpieron en la casa, sus intenciones claras. Esther gritó, pero la tomé del brazo y la coloqué detrás de mí.
—Quédate atrás —le dije con firmeza.
Los recuerdos comenzaron a regresar como relámpagos: los mensajes, las amenazas, los peligros que siempre habían estado cerca. Estos hombres no solo querían intimidar. Querían eliminarme.
El instinto se apoderó de mí. Con cada movimiento, mi cuerpo recordaba entrenamientos y habilidades que parecían grabadas en mi ser. Reduje a dos de ellos antes de recibir un golpe en la cabeza que me hizo tambalearme. El dolor era intenso, pero no podía detenerme. Esther gritaba mi nombre, histérica.
De repente, una figura conocida entró en acción. Era un viejo compañero, alguien que había estado vigilando desde las sombras. Juntos, enfrentamos a los atacantes restantes. El caos era total: golpes, gritos y el sonido de cristales rompiéndose llenaron la casa.
Finalmente, cuando el último de los hombres cayó, la sirena de la policía y la ambulancia anunció que todo había terminado. Me dejé caer al suelo, agotado, mientras Esther corría hacia mí.
—¡Myke! ¿Estás bien? —su voz temblaba mientras revisaba mi herida en la cabeza.
—Estoy bien —murmuré, aunque el dolor era evidente.
La ambulancia me llevó al hospital, donde finalmente me permití cerrar los ojos. Sabía que este no era el final, pero también sabía que mientras tuviera a Esther y a las personas que me amaban, podría enfrentar lo que fuera.
Esa noche, en el hospital, Esther se sentó a mi lado, sosteniendo mi mano.
—Prométeme que no volverás a ponerte en peligro así.
Sonreí, a pesar del dolor.
—Prometo intentar. Pero sabes que, si es necesario, siempre lucharé por protegerte.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y por primera vez en días, sentí que la vida, con todo su caos y belleza, valía la pena.
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