
Capítulo 23
Narra Mykell
La sala estaba llena de murmullos y risas contenidas. A medida que cruzaba el umbral, sentía una mezcla de nerviosismo y curiosidad que parecía retumbar en mis oídos más que las voces de quienes estaban ahí. El aroma a especias y comida casera llenaba el aire, y por un momento me transporté a un recuerdo que no podía ubicar: la sensación de pertenecer.
Esther iba a mi lado, sosteniendo mi mano. Su apoyo constante era el ancla que necesitaba en medio de este torbellino. Me detuve un instante frente a la mesa, observando a las personas que se volvieron hacia mí con sonrisas ansiosas. Eran rostros que conocía por fotos, pero ahora estaban llenos de vida y emoción.
Sofía Carson, mi abuela materna, fue la primera en acercarse. Una mujer de cabellos plateados y ojos llenos de calidez. Me abrazó con una fuerza inesperada, y sentí cómo sus manos temblaban ligeramente.
—Mi niño... siempre supe que volverías —dijo, con la voz quebrada. Su fragancia a lavanda me envolvió, recordándome una seguridad que creía perdida.
A su lado estaba Marcos, mi abuelo. Un hombre de presencia imponente, pero mirada amable. Me estrechó la mano con firmeza.
—Bienvenido a casa, hijo. Hemos esperado este día durante años.
—Gracias... —susurré, incapaz de encontrar palabras más elaboradas. Mi garganta estaba atrapada entre la emoción y el desconcierto.
Detrás de ellos estaban los hermanos de Sophie, mi madre: Jhon, un militar destacado, con su porte recto y voz segura; Eduardo, el mayor, con una sonrisa constante que irradiaba serenidad; y Santos, que me saludó con una palmada en la espalda.
—Eres una leyenda en la familia, sobrino —dijo Santos, bromeando para romper la tensión. —Llevamos tiempo esperando encontrarte.
Sus palabras me hicieron sonreír, aunque todavía me sentía como un forastero en mi propia historia.
Mi madre, Sophie, se acercó despacio. Había un brillo en sus ojos que me desconcertaba, una mezcla de alegría y tristeza. Me abrazó como si quisiera asegurarse de que no desaparecería.
—Mi pequeño... Mi Myke... ¡Estás aquí! —dijo, con lágrimas corriendo por su rostro. Quise decir algo, pero las palabras se quedaron atrapadas. Sólo pude devolverle el abrazo.
A su lado estaban Ignacio, su esposo, y sus dos hijos, Ignacio Jr. e Isaac. Aunque no compartía lazos de sangre con el esposo de mi madre, la forma en que me miraba me hizo sentir como si siempre hubiera sido parte de él.
Del otro lado de la mesa, el lado paterno de la familia esperaba. Javier, el hombre que decían que era mi padre biológico, estaba ahí con su esposa Mikayla y sus hijos: Xavier, Mar, Leyla y Marcos. Al ver a Javier, algo en mi interior se movió. Había algo en su porte, en la manera en que me miraba, que despertaba una conexión inexplicable.
—Myke —dijo Javier, dando un paso al frente. Su voz era profunda, pero cargada de emoción. Me extendió la mano, y al estrechársela, sentí un extraño consuelo. —Es un honor finalmente dar con tu paradero.
Mikayla sonrió desde su lugar, y sus hijos se turnaron para saludarme. Leyla, con su energía contagiosa, me abrazó sin previo aviso.
Te extrañe hermano mayor —dijo, riendo. Mar simplemente me sonrió, pero sus ojos estaban llenos de afecto.
Azul se acerco a mí junto a su esposo, Shane, quien después de tanto inconveniente ya conocí.
—Myke, quiero que sepas que en honor a ti le puse nombre a mis hijos, Shane Mike y Mykell Chase.
—¿Tienes dos hijos?
—Sí, gemelos. Tus sobrinos.
Mi mente seguía dando vueltas alrededor de la noticia que acababa de recibir: tenía sobrinos. Gemelos. Algo que, aunque lo sabía de manera lógica, parecía aún distante y casi surreal para mí.
Azul, siempre tan dinámica y llena de energía, no tardó en notar mi expresión pensativa. Con una sonrisa en el rostro, se levantó y se dirigió hacia mí.
—Ven —dijo Azul, haciendo un gesto con la cabeza—, es hora de que conozcas a tus sobrinos.
Quería conocerlos, pero la verdad es que la incertidumbre de su memoria le hacía sentirse inseguro sobre cómo sería ese momento.
Azul me guió hacia una esquina de la casa, donde los gemelos jugaban con algunos de los primos. Myke los observó a lo lejos, los pequeños risueños.
Cuando los gemelos nos vieron, sus caras se iluminaron con sonrisas enormes.
Azul se agachó y los presentó.
—Aquí están, Myke —dijo con un brillo de orgullo en los ojos—. Este es Shane—señaló al niño—, y él es Chase. Son un par de terremotos, pero lo mejor que me ha pasado en la vida.
Me agache lentamente para nivelarme con los pequeños, mi corazón palpitando con fuerza. Miré a Shane, quien me observaba con curiosidad, y luego a Chase, quien me regaló una sonrisa tímida. Era increíble pensar que estos niños eran parte de mi familia, que mi vida estaba conectada con ellos de una forma tan profunda.
—Hola, Shane. Hola, Chase —dijo Myke, su voz suave y llena de emoción.
Chase extendió su pequeño brazo hacia mí, como si reconociera de alguna forma que era alguien importante. Lo tomé en brazos con cuidado, sintiendo el calor de su pequeño cuerpo. Luego, Shane, al ver que su hermano estaba siendo cargado, no dudó en unirse y tomarme la mano.
—Ellos te esperan con los brazos abiertos, Myke. No importa que no recuerdes todo, ellos son parte de tu vida ahora, de la familia que estás construyendo —dijo Azul, sus palabras llenas de amor y comprensión.
Asentí, sin poder evitar que una lágrima se deslizara por mi mejilla. Era un llanto de alegría, de aceptación, de esperanza. La vida me estaba ofreciendo una nueva oportunidad para ser parte de algo más grande que yo, y, aunque mis recuerdos estaban dispersos, el amor que sentía por esos pequeños era tan real como el aire que respiraba.
—Gracias, Azul —dije con la voz quebrada. Miré a mis sobrinos, luego a Esther, que lo observaba con una sonrisa cálida y amorosa. Y, en ese instante, supe que todo estaría bien. La familia, los recuerdos, los momentos... todo se iría encajando poco a poco.
La cena comenzó, y mientras las conversaciones se cruzaban por toda la mesa, me di cuenta de cómo todos se esforzaban por incluirme. Sofía hablaba de historias de mi madre cuando era niña. Marcos agregaba detalles con su humor seco. Javier compartía recuerdos de cuando yo y Azul, mi hermana gemela, éramos pequeños.
—¿Recuerdas este collar? —preguntó Javier, señalando el dije que colgaba de mi cuello.
Lo miré sorprendido. Había llevado esta joya por estos años sin saber su origen. Asentí lentamente.
Cuando cumpliste veinte años dijiste que querías algo especial para tus hermanas y para ti. De modo, que lo mandaste a diseñar. — Había algo mas en la historia que quería compartir, pero decidió permanecer callado. No entiendo que será.
—No sé por qué... pero siempre supe que era especial —admití, jugando con el colgante entre mis dedos.
Los ojos de Sophie brillaron con emoción.
Esther, quien había estado en silencio, finalmente intervino.
—Creo que todos aquí sienten lo mismo: este momento es un milagro.
La mesa se llenó de asentimientos y murmullos de acuerdo. Me sentí abrumado por la calidez que me rodeaba. No estaba acostumbrado a esto: al amor, a la aceptación, a la sensación de pertenecer.
Cuando la cena terminó, Sofía propuso un brindis.
—Por Mykell, que nos ha devuelto la esperanza. Y por esta familia, que hoy se siente completa.
Alzamos nuestras copas, y por primera vez durante este tiempo errante, sentí una paz que creía inalcanzable. Mientras todos se despedían, Javier se acercó a mí.
—No tienes que decidir nada ahora —dijo, como si leyera mi mente. —Sólo quiero que sepas que estamos aquí para ti.
Lo miré a los ojos, y por un instante, algo se desbloqueó en mi memoria. Una voz, suave pero firme, que me decía que todo estaría bien. No sabía si era un recuerdo real o un deseo proyectado, pero en ese momento decidí algo: darles una oportunidad.
Esa noche, mientras caminaba con Esther de regreso al auto, el cielo estaba despejado, lleno de estrellas.
—¿Estás bien? —preguntó ella, mirándome con esa mezcla de preocupación y amor que tanto adoraba.
Asentí, apretando su mano.
—Creo que estoy más cerca de estarlo.
Y por primera vez en mucho tiempo, lo creí de verdad.
Narra Esther
Los días antes del desfile siempre son una mezcla de emociones: emoción, nerviosismo, agotamiento... todo se combina en una tormenta que, por suerte, siempre parece aclararse en el último momento. Esta vez, sin embargo, algo era diferente. Tenía a Myke conmigo.
—¿Esto va aquí o allá? —preguntó Myke mientras sostenía una tela de seda que había estado buscando durante horas.
Sonreí, aliviada de que él estuviera allí para ayudarme.
—Allá, sobre la mesa junto a los bocetos. Gracias, amor.
Él se movió rápido, con la misma gracia y precisión que siempre me había impresionado, incluso en las cosas más pequeñas. En este caos organizado, su apoyo era como un ancla que me mantenía centrada.
—Confío en ti, Esther —dijo mientras se acercaba para tomarme de las manos por un instante. —Esto va a ser espectacular. Lo sabes, ¿verdad?
Le sonreí, aunque sentía las mariposas en el estómago. Siempre encontraba las palabras exactas para calmarme. Su confianza en mí era contagiosa, y por un momento, todas mis dudas desaparecieron.
El sonido de tacones resonó en el pasillo y, al girar la cabeza, vi al patrocinador del desfile entrar al taller junto a su asistente. Era un hombre elegante, con una presencia imponente que llenaba el lugar. Su nombre era Alejandro Rivera, conocido por su ojo crítico y su compromiso con la excelencia.
—Esther, ¿puedo echar un vistazo? —preguntó, aunque ya estaba observando cada detalle con atención.
—Por supuesto, señor Rivera. Todavía estamos ajustando algunos detalles, pero la mayoría está lista.
Lo guié por el taller, mostrándole los diseños, los materiales y el montaje que habíamos preparado. Myke, siempre atento, se aseguró de que todo estuviera en su lugar. Podía sentir la tensión en el aire mientras el patrocinador inspeccionaba cada esquina del proyecto.
Finalmente, Alejandro se detuvo frente a uno de los vestidos principales. Era una pieza que había creado con meses de trabajo, inspirada en la naturaleza y en los sueños. El tejido fluía como agua y brillaba con una luz propia bajo las luces del taller.
—Esto es extraordinario —dijo finalmente, cruzando los brazos mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro—. Esther, has superado todas mis expectativas. Este desfile va a ser inolvidable.
Sentí que una ola de alivio y emoción me invadía. Myke me lanzó una sonrisa cómplice, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.
—Gracias, señor Rivera. Su apoyo ha sido fundamental para que esto sea posible —respondí con sinceridad, tratando de mantener la compostura.
Cuando finalmente se despidió, dejándonos con palabras de aliento y promesas de futuros proyectos, me derrumbé en una silla, agotada pero feliz. Myke se acercó y colocó sus manos en mis hombros, masajeándolos suavemente.
—Te dije que sería espectacular —murmuró.
—Y tenías razón —admití, dejando que su calidez me llenara de energía.
Esa noche, mientras terminábamos los últimos detalles, sentí que, con Myke a mi lado, podía enfrentar cualquier cosa. La confianza en mí misma creció, y no podía esperar a ver cómo todos los sueños que había puesto en este desfile se hacían realidad.
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