Capítulo 2
Narrador omnisciente
La rehabilitación de Santiago avanzaba lentamente, pero el dolor físico que lo retenía en la cama ya había empezado a ceder. Sin embargo, la verdadera lucha estaba en su mente: un campo de batalla entre la nada y los fragmentos difusos que a veces surgían, llenándolo de ansiedad y frustración. El recuerdo no tenía forma, solo sensaciones. Pesadez en las manos, el frío del metal... algo que lo inquietaba profundamente. Era como si sus dedos se hubieran cerrado sobre algo peligroso, algo letal.
Un día, mientras realizaba sus ejercicios de fisioterapia, ocurrió de nuevo. Estaba en medio de un ejercicio de equilibrio cuando sintió una descarga eléctrica en el centro de su cráneo, y de repente, fue transportado a otro lugar. En su visión, sus dedos envolvían con fuerza la empuñadura de un arma. Podía sentir el metal frío y sólido presionando su piel. La imagen duró apenas unos segundos, pero fue tan vívida que su mano real tembló, y soltó el equipo de apoyo con un estruendo. La fisioterapeuta, una mujer paciente de rostro amable, lo miró con preocupación.
—¿Estás bien, Santiago? —preguntó con suavidad, pero sus palabras sonaban lejanas, amortiguadas.
Santiago asintió, aunque la tensión en su mandíbula delataba el esfuerzo por recuperar la compostura. Las preguntas emergían sin control: ¿Por qué sostenía un arma? ¿Estaba en peligro? ¿Era él el peligro? Pero esos recuerdos incompletos no ofrecían respuestas, solo dejaban un eco de miedo y algo más, algo que se sentía incómodamente familiar.
Los días transcurrieron en una monótona rutina de ejercicios y terapias, pero las visiones fragmentadas continuaban apareciendo. No eran recuerdos completos, sino sensaciones vívidas, casi táctiles. A veces, era solo un zumbido en sus oídos, otras veces, la sensación de estar en movimiento rápido, como si estuviera corriendo por su vida. Cuando cerraba los ojos, veía sombras difusas, figuras que se movían rápidamente, siempre fuera de su alcance, como fantasmas que no querían ser atrapados.
En una de las visitas con el doctor Brown, Santiago finalmente decidió compartir lo que estaba ocurriendo. Era consciente de que podía parecer loco, pero no podía seguir guardando las visiones para sí mismo. Sin embargo, este doctor y su esposa le generaban confianza.
—He tenido... visiones. Recuerdos, creo —dijo, su voz baja, como si temiera que pronunciar esas palabras en voz alta pudiera hacerlos desaparecer—. Siento cosas... el peso de algo en mis manos. A veces escucho sonidos, como el eco de explosiones. Y veo sombras... sombras de personas.
El doctor Brown lo miró con interés. Había esperado que algo así sucediera, aunque no tan pronto.
—Eso podría ser una buena señal —respondió, manteniendo su voz calmada para no agitar al joven—. A veces, después de un trauma, la mente empieza a liberar pequeños fragmentos de recuerdos, pero no siempre tienen sentido al principio. Es posible que estés empezando a recuperar algo, aunque sea de manera desordenada.
—No es solo que sea desordenado —Santiago negó con la cabeza, frustrado—. Es... aterrador. Siento que esos recuerdos no son... buenos. Como si... estuviera en peligro, o fuera peligroso.
El doctor Brown asintió con comprensión, su expresión grave pero serena.
—Las memorias traumáticas pueden evocar sentimientos intensos, incluso cuando solo son fragmentos. Es probable que, si realmente estabas en una situación de riesgo antes del accidente, esos recuerdos se sientan peligrosos.
Santiago se pasó la mano por el cabello con nerviosismo. Cada vez que intentaba forzar esos fragmentos, se encontraba con una barrera mental, como una pared negra que no le permitía ver más allá.
Esa noche, las pesadillas lo atacaron con más fuerza que nunca. En el sueño, estaba en medio de un bosque oscuro, el sonido de su respiración era pesado, casi gutural, y podía sentir la vibración de la sangre corriendo por sus venas. En su mano, el arma de metal reflejaba la luz de la luna que se colaba entre las ramas. Había alguien más allí, una figura borrosa que se movía en las sombras. Santiago alzó el arma, sus músculos tensos, listo para cualquier cosa. Pero antes de poder actuar, una explosión lo sacudió, y la imagen se desvaneció en la oscuridad.
Se despertó empapado en sudor, con el corazón golpeando con fuerza en su pecho. La sensación era tan real que aún podía sentir el peso del arma en su mano, como si acabara de soltarla. Pero no había nada allí, solo sus sábanas arrugadas y el latido acelerado de su corazón.
Los flashbacks continuaron en los días siguientes, cada vez más frecuentes. La misma figura oscura, la misma sensación de estar siendo perseguido, el mismo miedo latente. Comenzó a preguntarse si había sido alguien violento en su vida pasada, si acaso ese era el motivo de su amnesia: una mente que había decidido protegerlo de sus propios actos.
Noah y Amy veían los cambios en Santiago, y sabían que su mente estaba comenzando a liberar fragmentos, pero la frustración del joven aumentaba con cada recuerdo incompleto. Noah intentó tranquilizarlo, diciéndole que estos destellos eran el comienzo de la recuperación, pero Santiago no estaba seguro. Sentía que cuanto más se acercaba a esos recuerdos, más oscura se volvía su mente.
Amy, por su parte, empezó a pasar más tiempo con Santiago, buscando distraerlo de las sombras que lo acosaban. Había algo en el joven que despertaba en ella un instinto de protección; su mirada perdida le recordaba a sus hijos, y el deseo de llenar el vacío que sentía se volvía cada vez más fuerte. Le llevaba libros, lo ayudaba con sus ejercicios y, a veces, simplemente se sentaba a su lado en silencio.
—No estás solo —le dijo un día mientras miraban por la ventana del hospital. Pero, aunque las palabras eran reconfortantes, Santiago seguía sintiéndose como un extraño en su propio cuerpo, atrapado en un laberinto sin salida.
El zumbido en su mente se intensificaba con cada día que pasaba. Sabía, sin poder explicar cómo, que algo o alguien estaba tratando de alcanzarlo. Tal vez no era solo una corazonada, tal vez era una advertencia. Sin embargo, cada vez que trataba de aferrarse a esos recuerdos esquivos, se escapaban como arena entre sus dedos, dejándolo más confundido y ansioso. No sabía si debía seguir buscando su verdad o si sería mejor seguir adelante y dejar el pasado atrás. Pero el pasado no parecía querer soltarlo.
La sensación persistente de peligro y las imágenes fugaces de personas y lugares que no podía identificar eran cada vez más intensas. Se dio cuenta de que, si no lograba reconstruir esos fragmentos, no podría avanzar. Decidió que no importaba cuán aterradores fueran los recuerdos: tenía que enfrentarlos.
Una noche, después de otro episodio en el que había sentido el peso del arma tan real como la primera vez, decidió que tenía que hacer algo. Se levantó de la cama y empezó a escribir en un cuaderno. Dibujó la silueta borrosa que había visto, trató de describir el arma y las sensaciones que lo habían invadido. Cada detalle, por insignificante que pareciera, fue plasmado en el papel, con la esperanza de que algún día esos fragmentos se ensamblaran y le devolvieran la totalidad de su memoria.
Mientras cerraba el cuaderno y lo dejaba sobre la mesita de noche, una pregunta rondaba su mente con más fuerza que nunca: ¿Quién era él antes del accidente? Santiago no solo quería saber; lo necesitaba. Y la búsqueda de esa verdad empezaba a consumirlo, impulsado por los fragmentos de una vida olvidada que se negaban a permanecer enterrados.
Ya iba para diez meses del accidente, y solamente tenía datos inútiles sobre su vida pasada.
Narra Santiago
Miraba la ventana del hospital, el cielo gris reflejaba lo que sentía dentro. Un vacío que me devoraba. Me llamaban Santiago, pero no sabía si ese era realmente mi nombre. Las pesadillas me asaltaban cada noche, imágenes borrosas de un accidente, un avión en llamas, y después... nada. La amnesia me había arrancado toda conexión con quien solía ser, dejándome en un limbo del que no sabía cómo escapar.
Estaba sentado en la sala común cuando el doctor Brown y su esposa, Amy, se me acercaron. Habíamos pasado bastante tiempo juntos en los últimos meses; ellos me trataban como si fuera algo más que un paciente. Como si fuera... alguien importante para ellos. Hasta estaban costeando mis gastos en el hospital, y sé que dentro de poco me darán el alta. Que si continuo aquí, es porque soy extranjero y no tengo familia, y por la generosidad de ese matrimonio.
—Santiago —empezó el doctor con esa voz calmada que siempre usaba cuando se trataba de decir algo delicado—, Amy y yo hemos estado hablando. Sabemos que no recuerdas mucho de tu vida antes del accidente, y queríamos ofrecerte una opción que podría ayudarte a comenzar de nuevo.
Lo miré, mi pecho se apretaba con una mezcla de incertidumbre y esperanza. —¿A qué se refiere, doctor? —pregunté, aunque mi voz sonaba más rota de lo que quería admitir.
Amy, que estaba sentada a mi lado, tomó mi mano. —No tenemos hijos, Santiago, y en estos meses nos hemos encariñado contigo. Sabemos que esto no es fácil para ti, pero nos gustaría adoptarte... Queremos ser tu familia, si tú también lo quieres.
Las palabras me golpearon como una ola que arrastra todo a su paso. Familia. Algo en mi interior se rompió, y una parte de mí que no había sentido en mucho tiempo despertó. Por un instante, casi podía ver una vida diferente, un lugar seguro al que pertenecer. Pero al mismo tiempo, la sombra de lo que no recordaba se cernía sobre mí, oscura y amenazante. Como si aceptándolos como mis padres estuviera traicionando a alguien.
—Yo... —traté de hablar, pero el nudo en mi garganta me lo impedía. Bajé la mirada, incapaz de encontrar sus ojos—, no sé si eso sería justo para ustedes. ¿Y si mi pasado no es lo que piensan? ¿Y si he hecho algo... malo? Tengo miedo de que todo lo que no recuerdo pueda volver y arruinar lo que podría ser una buena vida.
El doctor se acercó y puso una mano en mi hombro, su mirada reflejaba una comprensión profunda. —Lo que importa es lo que elijas hacer con el presente, Santiago. Todos tenemos un pasado con sombras, pero eso no define quién podemos ser ahora. Si aceptas, serás parte de nuestra familia, y juntos enfrentaremos lo que sea que el futuro nos depare, sea bueno o malo.
Amy me apretó la mano, sus ojos brillaban con determinación. —No tienes que cargar con esto solo, Santiago. No importa lo que venga, lo enfrentaremos juntos.
Asentí lentamente, sintiendo una mezcla de alivio y temor. Era un salto al vacío, pero al menos no lo haría solo. —Está bien, acepto —dije, y aunque mis palabras eran inseguras, había algo en ellas que me hacía sentir un poco más completo—. Pero no puedo prometer que será fácil.
Amy sonrió y me abrazó. —No esperamos que lo sea.
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