Capítulo 12
Narra Santiago
Habían pasado dos semanas desde aquella cena, aquella noche en la Esther y yo compartimos un beso que marcó un antes y un después en nuestras vidas. Sin embargo, desde entonces, ninguno de los dos había tocado el tema. Era como si el beso hubiera quedado suspendido en un limbo de silencios y miradas que evitaban cruzarse demasiado tiempo.
Me sentía atrapado entre el presente y mi amnesia. Cada día despertaba con la incertidumbre de no recordar quién había sido antes del accidente, pero había algo que comenzaba a ser más claro para mí: lo que sentía por Esther. No podía ignorarlo más. Cada sonrisa suya, cada momento compartido, era un recordatorio de que había algo especial entre nosotros, algo que quería proteger, aunque el pasado fuera una sombra difusa. Ya no quería utilizar ese detalle como una barrera a mis sentimientos, no se si alguien me espera, pero me siento totalmente atraído por ella.
Esa tarde, mientras la luz del atardecer se filtraba por las ventanas de ni departamento, tome una decisión. Había preparado dos tazas de café, y cuando Esther llegó, la invité a sentarse en el sofá. Se veía hermosa, como siempre, con esa calma que tanto me atraía.
—Esther, hay algo que necesito decirte —comencé, con un nerviosismo que no lograba ocultar. Ella me miró, intrigada, mientras sostenía su taza entre las manos.
—Dime, Santiago —respondió ella, con una dulzura que solo aumentó mi determinación.
—No sé quién fui antes del accidente. No tengo recuerdos de mi vida anterior, pero lo que sí sé es lo que estoy sintiendo ahora. Desde aquella noche, desde ese beso, no he dejado de pensar en ti. Sé que puede sonar precipitado o confuso, pero no quiero seguir ignorando esto. Me importas, Esther. Mucho.
Esther se quedó en silencio por un momento, mirándome fijamente. Sus ojos comenzaron a brillar con lágrimas contenidas, y una sonrisa temblorosa se formó en sus labios.
—Santiago... —susurró, dejando la taza sobre la mesa. Se inclinó hacia mí, tomando mis manos entre las suyas—. Yo también siento lo mismo. Desde aquella noche, he tratado de mantenerme a distancia porque tenía miedo de confundirte o presionarte. Pero la verdad es que también pienso en ti todo el tiempo.
El alivio y la alegría me inundaron. Sin soltar sus manos, me acerqué a ella, dejando que nuestros labios se encontraran una vez más en un beso lleno de ternura y sinceridad. Era diferente al primero; este estaba cargado de una certeza que nos unía más allá de las palabras.
Cuando nos separamos, apoyé mi frente contra la de Esther y susurré:
—Gracias por confiar en mí. No quiero que esto termine aquí.
—Ni yo —respondió ella, acariciando mi rostro. En ese momento, las sombras del pasado parecieron disiparse un poco, dejando espacio para un futuro que quería construir junto a ella aquí en este departamento, con este beso y estas promesas no dichas, pero sentidas profundamente quiero demostrarle que la quiero en mi presente y futuro.
Nos acercamos otra vez, dejando que nuestros labios se movieran juntos con la misma naturalidad con que respirábamos, y sentí un alivio inmenso al comprobar que el deseo era mutuo.
Cuando deslicé mi lengua dentro de su boca, los recuerdos de la última vez que nos habíamos besado inundaron mi mente. Fue breve, pero intenso, y ahora estábamos creando nuevos recuerdos juntos. Había soñado y esperado tanto por este momento... Rodeé su cintura con mis brazos y la atraje hacia mí, deleitándome con la gloriosa sensación de su cuerpo pegado al mío.
Cuando succioné su lengua, sentí cómo los latidos de mi corazón se aceleraban, y mi cuerpo reaccionó al deseo que me invadía. Por más que intenté contenerme, pronto me encontré devorando su boca y enroscando mi lengua con la suya, casi con frenesí. Pero tenía que detenerme; no quería precipitarme ni dejarme llevar por completo. Quería demostrarle que mis sentimientos eran sinceros, que sabía lo que quería, y que lo quería todo con ella.
De mala gana puse fin al beso. Sin embargo, no estaba listo para apartarme de ella. Me arriesgué y bajé las manos de su cintura hasta su trasero. Como no protestó, dejé que mis caricias recorrieran su espalda antes de volver a posar mis manos sobre sus nalgas. Cada segundo con ella reafirmaba lo que sentía y lo mucho que la deseaba.
—Perdóname, Esther —murmuré con la voz cargada de culpa, apartando un poco mi rostro para mirarla a los ojos—. No quería dejarme llevar de esa manera. No quiero que te sientas presionada.
Ella me observó en silencio por unos instantes, sus ojos oscilando entre mi mirada y mis labios, como si analizara cada palabra, cada emoción que trataba de transmitirle. Finalmente, esbozó una leve sonrisa, y su mano subió para acariciar mi mejilla con suavidad.
—No tienes por qué pedirme perdón —respondió con un tono firme, aunque dulce—. Sé lo que quiero... y también te quiero a ti.
Sus palabras me dejaron sin aliento por un momento, como si todo el peso de la incertidumbre y la ansiedad que había cargado durante tanto tiempo se desvaneciera de golpe.
—¿De verdad? —pregunté, inseguro, casi temiendo que se arrepintiera de lo que acababa de decir.
—De verdad —afirmó ella, acercándose lo suficiente para que nuestras frentes se rozaran—. Yo también lo deseo. Esto que estamos sintiendo... es mutuo.
Mi corazón latió con fuerza, lleno de una mezcla de alivio y felicidad que no podía describir con palabras. Mis manos, que aún descansaban en su cintura, la estrecharon con ternura mientras la miraba como si fuera la única persona en el mundo.
—Gracias por decírmelo. Prometo ser paciente... no quiero que esto sea solo un momento de pasión. Quiero que sea el comienzo de algo grande. Algo real.
Ella sonrió y, sin más palabras, volvió a acercar sus labios a los míos. Era su manera de decirme que entendía, que estaba de acuerdo, y que este camino lo recorreríamos juntos.
Narra Esther
Mi corazón martilleaba con fuerza contra mis costillas, mientras las dudas que podrían habitar en mi mente huían despavoridas. Sus palabras habían sido un bálsamo para mi alma, un susurro de esperanza que me hacía preguntarme: ¿podría ser Santiago esa persona que tanto he esperado? No quería cerrarme a la posibilidad, no esta vez.
Estaba tan cerca que el aroma de su colonia invadía mis sentidos, varonil y provocativo, envolviéndome como una caricia invisible. Sin necesidad de palabras, me acerqué a sus labios, dejando que el gesto hablara por mí. Era mi forma de decirle que entendía, que aceptaba lo que nos estaba ocurriendo, y que este camino lo recorreríamos juntos.
Un gemido escapó de mis labios cuando sentí su boca reclamándome con la misma intensidad. Rodeé su cuello con mis brazos, entregándome al momento mientras nuestras lenguas se buscaban y enroscaban en una danza íntima y apasionada. Un estremecimiento me recorrió, despertando en mí un deseo tan profundo que casi me dejaba sin aliento, un deseo que había estado dormido por demasiado tiempo.
No era virgen, pero hacía tanto que no experimentaba algo tan intenso, tan lleno de vida y conexión. Besarlo no era suficiente. Mi cuerpo ansiaba más. Quería explorar cada centímetro de su piel, descubrir sus secretos, sentirlo sin barreras, entregarnos por completo y conocernos en cuerpo y alma.
Entonces, se apartó de pronto, jadeante. Su frente se apoyó contra la mía, y su respiración agitada se mezcló con la mía en el aire cargado de deseo. Lo miré a los ojos, buscando respuestas en aquel silencio que parecía decirlo todo y, a la vez, dejarnos al borde de algo aún más profundo.
Santiago levantó la mirada, sus ojos buscaban los míos con una mezcla de intensidad y ternura. Su respiración aún era agitada, pero su voz salió suave, cargada de cuidado.
—¿Estás segura? —preguntó, como si necesitara confirmarlo una última vez, como si mi respuesta fuera el único permiso que necesitara para seguir adelante.
Sin dudarlo, le sostuve la mirada y asentí. Mi voz apenas fue un susurro, pero no había dudas en ella.
—Sí, estoy segura.
Una sonrisa se dibujó en sus labios antes de que volviera a besarme, esta vez con una pasión que parecía más contenida, más controlada, pero igualmente ardiente. Me envolví en sus brazos mientras nuestras bocas se fundían nuevamente, perdiéndonos en el momento, dejando que la conexión entre nosotros hablara por sí sola.
Con un movimiento firme, Santiago me tomó en brazos. Solté un suave jadeo de sorpresa, pero pronto rodeé su cuello con mis brazos, apoyando mi cabeza en su hombro mientras avanzaba con decisión. Cada paso que daba hacia la habitación se sentía como una promesa, una entrega mutua a lo que ambos deseábamos.
Cuando llegamos, me depositó con cuidado sobre la cama, sus ojos nunca dejando los míos. Se inclinó hacia mí, y mientras sus labios buscaban los míos nuevamente, sentí cómo la habitación se llenaba de la electricidad del momento, de la certeza de que estábamos a punto de descubrirnos de una manera que lo cambiaría todo.
Cuando nuestras miradas se encontraron, una determinación ardiente se reflejaba en los ojos de Santiago. Sin apartar su mirada de la mía, levantó mi vestido, deslizándolo por mi cuerpo hasta quitármelo por completo. Se detuvo un momento, contemplándome con una mezcla de deseo y adoración mientras permanecía en ropa interior. Su pausa solo avivó la anticipación que me llenaba por lo que estaba a punto de ocurrir.
Con movimientos firmes, deslizó mis braguitas hacia abajo, y cuando sus dedos se aventuraron hacia mis muslos, me encontró húmeda. Un rubor me cubrió, pero no pude evitar abrir más las piernas, entregándome a su toque. Cada roce de sus dedos contra mi clítoris me hacía estremecer, mientras una oleada de placer se apoderaba de mí.
Su mirada permaneció fija en la mía mientras continuaba, quitándome el sujetador con cuidado. Se humedeció los labios antes de inclinarse hacia mis senos, reclamándolos con suaves succiones que me arrancaron jadeos. Sus dedos seguían explorándome, arrancando gemidos de mi garganta, mientras su boca se movía con maestría sobre mi piel.
—¡Santiago! —jadeé, sintiendo que mi cuerpo estaba al borde de rendirse al placer que me ofrecía.
Unos instantes después, un orgasmo explosivo me recorrió, haciéndome arquear la espalda y gemir intensamente. Santiago ahogó mis sonidos con un beso profundo, sin detener el movimiento rítmico de sus dedos dentro de mí. El fuego dentro de mí no hacía más que crecer.
Dejó mis labios y comenzó a deslizar los suyos por mi cuello, luego hacia mis senos y continuó su descenso hasta llegar al lugar donde sus dedos habían estado hace solo unos segundos. Levantó mi cadera ligeramente, y sentí su lengua explorarme con hambre.
Me aferré a sus hombros mientras él me devoraba con una intensidad que me llevó a otro orgasmo, sorprendiéndome por completo. Grité su nombre, perdida en una sensación que parecía borrar todo, excepto a él.
Santiago se incorporó, desnudándose con calma antes de volver a unirse a mí en la cama. Me separó las piernas con cuidado y se inclinó sobre mí. Sus ojos buscaron los míos, y en esa mirada encontré el reflejo exacto de lo que yo sentía: conexión, deseo y algo más profundo.
Mientras volvía a besarme con renovada pasión, recorrí su espalda con mis manos, sintiendo cada músculo bajo mis dedos.
—¿Estás preparada? —su consideración me hizo sonreír incluso en medio de nuestra entrega.
Solo pude asentir, incapaz de formar palabras. Con una suavidad sorprendente, me sostuvo por las caderas y, en un movimiento fluido, me penetró profundamente. Una oleada de satisfacción me envolvió, como si todo finalmente encajara, como si este momento fuera donde siempre debíamos estar.
Sus embestidas comenzaron lentamente, pero pronto encontraron un ritmo que me dejaba sin aliento. Mis músculos se contrajeron alrededor de él, y su gruñido reverberó en la habitación, añadiendo un nuevo nivel de intensidad a nuestra unión.
Santiago movía sus caderas con un vaivén perfecto, llevando a ambos al límite una y otra vez. Cuando finalmente llegamos a un clímax abrasador, nuestros nombres escaparon de nuestros labios al unísono:
—¡Santiago!
—¡Esther!
Con un último gemido, se dejó caer sobre mí, mientras su calor se derramaba dentro de mí. Permanecimos así, exhaustos pero satisfechos, envueltos en la sensación de haber compartido algo único y profundo. Y, mientras nos mirábamos, supe que esta noche era solo el comienzo de algo mucho más grande. La noche aún era joven, y nuestras almas ya habían comenzado a entrelazarse de una forma que no podría deshacerse.
Nota: Espero les este gustando la historia. Mis fantasmitas estan muy calladitos.
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