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Capítulo 11


Narra Santiago

Noah y Amy, mis padres adoptivos, tomaron la decisión de residir en Atlanta, puesto que quieren aprovechar la oportunidad que la vida le ha regalado. Han pasado mucho tiempo siendo voluntarios en lugares de escasos recursos, y han decidido establecerse. Por más que le insistí, ya habían tomado su decisión. La vida con Noah y Amy se había convertido en un refugio inesperado. Su casa, la que tratarían de llenar de recuerdos y un calor constante que provenga de su unión como de su afecto, era el lugar donde aprendía a vivir de nuevo. Agradecía cada gesto, cada palabra amable y cada sonrisa que me regalaban. Había decidido aceptar ser su hijo, formalizar ese vínculo que había comenzado a formarse desde que me habían acogido. Ahora era parte de ellos, y aunque aún lidiaba con los fragmentos de un pasado que se resistía a desaparecer, intentaba concentrarme en el presente. Aunque deje claro que no iba a dejar mi adquirida independencia.

Atlanta me fascinaba. Sus calles vibraban con vida, y perderme en sus rincones era un placer que nunca antes había experimentado. Me dedicaba a explorar la ciudad, a construir una nueva identidad en cada café que visitaba, en cada conversación que tenía con desconocidos, pero lo que más disfrutaba era el tiempo con Esther. Pero, inevitablemente, los flashbacks seguían acechando, aunque ahora eran menos frecuentes y menos intensos. Cada vez que ocurrían, sentía que el peso de mi pasado luchaba por colarse en esta nueva vida que había decidido abrazar.

Una tarde, mientras hojeaba un álbum de fotos en el salón, algo llamó mi atención. Era una imagen de una playa. En ella, un grupo de personas sonreía a la cámara. Reconocí a Noah y Amy, más jóvenes, con una alegría despreocupada que no había visto en ellos hasta ahora. Junto a ellos estaban dos niños, un chico y una chica. Sus hijos. El aire se volvió denso mientras observaba sus rostros radiantes, congelados en el tiempo. Sentí una punzada en el pecho al pensar en la tragedia que les había arrebatado a esos pequeños.

Amy entró en la habitación y me encontró sosteniendo la foto.

—Ellos eran Adam y Lila —dijo con una sonrisa melancólica, sentándose junto a mí. —Nos llenaron de vida mientras estuvieron con nosotros. Siempre los recordaremos así, felices.

No dije nada. Solo asentí y le devolví la foto. Sus dedos rozaron los míos, y por un momento, compartimos un silencio cargado de significado.

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Narra Esther

a cena había sido mi idea. Había notado que Santiago necesitaba un respiro, algo que lo conectara con el presente sin las sombras de su pasado. Desde que lo conocí, había visto cómo las cicatrices invisibles marcaban cada uno de sus pasos. Su risa siempre llegaba con una pizca de melancolía, como si fuera un eco lejano de una felicidad perdida. Pensé que una velada tranquila, sin pretensiones, podría ser justo lo que necesitaba.

Lo convencí para preparar algo sencillo en su apartamento. Aunque él intentó protestar, diciendo que no tenía nada especial que ofrecer, logré persuadirlo con mi entusiasmo. Cuando llegué, el lugar ya olía a especias y a algo cocinándose a fuego lento. La calidez del apartamento contrastaba con la lluvia que caía afuera, creando un refugio perfecto para esa noche.

No era la primera vez que cocinábamos juntos, pero esta vez había algo diferente en el aire. Quizá era la forma en que me miraba cuando pensaba que no me daba cuenta, o la manera en que nuestras manos se rozaban mientras picábamos los ingredientes. El silencio entre nosotros no era incómodo; al contrario, se sentía cargado de significado, como si las palabras no fueran suficientes para expresar todo lo que pasaba por nuestras mentes.

—Eres una tirana en la cocina —bromeó Santiago mientras intentaba quitarme el cuchillo de las manos.

—Alguien tiene que mantener el orden —respondí, fingiendo indignación.

Nuestras risas llenaron la pequeña cocina, un sonido ligero y despreocupado que se sentía como un regalo.

Nos sentamos frente a frente en la mesa, y mientras cenábamos, la conversación fluyó cómoda, llena de risas y pequeñas confidencias. Hablamos de Noah y Amy, de cómo habían cambiado su vida de maneras que nunca imaginó. Su mirada se suavizó al mencionar a los niños, y no pude evitar sentir un nudo en la garganta al verlo así, tan vulnerable y lleno de amor. También mencionamos las pistas recientes sobre su pasado, pero evitamos profundizar demasiado. Esa noche quería que se tratara de nosotros, no de los misterios que lo rodeaban.

Cuando terminamos de comer, recogimos los platos juntos y nos quedamos en la cocina. La cercanía era inevitable. La luz cálida de la lámpara sobre el fregadero iluminaba sus rasgos de una manera que me hizo perderme por un momento. Mientras lavaba los platos, Santiago se apoyó en el fregadero, a pocos centímetros de mí.

—Gracias por esto —dijo en voz baja, su tono cargado de sinceridad. Sus ojos brillaban, como si las palabras no fueran suficientes para expresar lo que sentía.

—No tienes que agradecerme. Estar contigo me hace bien también —respondí, volteando para mirarlo.

Nuestros ojos se encontraron, y el silencio que siguió fue diferente a cualquier otro. Había algo tangible en el aire, algo que ninguno de los dos intentó detener. Santiago dio un paso hacia mí, y antes de que pudiera pensar en las implicaciones, sentí sus labios sobre los míos.

Fue un beso suave, pero cargado de emociones contenidas. Respondí sin dudar, dejando que el momento nos envolviera. Su mano se posó en mi mejilla, su tacto tan delicado como si temiera romper algo frágil. Cuando nos separamos, el mundo pareció detenerse por un instante, y todo lo que existía era el brillo en sus ojos y el latido acelerado de mi corazón.

—Lo siento —murmuró Santiago, aunque su expresión decía lo contrario.

—No te disculpes —respondí, sonriendo con suavidad. —A veces, solo hay que dejar que las cosas pasen.

Pasamos el resto de la noche hablando, más cerca que nunca. La lluvia seguía cayendo afuera, pero dentro de ese pequeño apartamento, el tiempo parecía haber cambiado de ritmo. No sabía qué significaba esto para nosotros, pero una cosa era segura: Santiago estaba dejando entrar algo más que recuerdos en su vida. Y yo estaría ahí, para lo que viniera.

Narra Mar

Habían pasado meses desde que me mudé a Atlanta. La decisión de venir aquí fue una mezcla de razones prácticas y sentimentales: quería estar cerca de Chase y Shane, mis sobrinos y mi hermana con quien había limado asperezas, y, además, las oportunidades laborales para una actriz estaban mejorando en esta ciudad. Pero, por encima de todo, había un vacío inexplicable que llevaba cargando desde hacía casi dos años, una sensación persistente de que algo estaba incompleto en mi vida.

Era algo que trataba de ignorar, enfocándome en mi trabajo y en los niños, pero había días en los que esa ausencia se sentía casi física. Como si alguien me estuviera llamando desde lejos y no pudiera escuchar bien el mensaje. Pensaba en mi hermano, en Mykell, más de lo que estaba dispuesta a admitir. Había pasado tanto tiempo desde que desapareció que la mayoría de la familia había aceptado lo peor. Pero yo no podía. En el fondo de mi corazón, tenía la certeza de que seguía vivo. Mi padre nos conto de algunas pistas que le habían dado, que había sido visto en México, en Serbia, sin embargo, todas las pistas fueron inútiles.

Esa tarde estaba regresando a mi departamento temporal. Había sido un día largo, lleno de audiciones y reuniones, y todo lo que quería era quitarme los zapatos y sumergirme en un baño caliente. Subía las escaleras con el cansancio acumulado, cuando lo vi.

Un hombre joven, alto y de hombros anchos, estaba subiendo delante de mí. Llevaba una caja grande que le cubría parte del rostro, pero algo en su forma de moverse, en su postura, me resultó inquietantemente familiar. Luego lo escuché hablar cuando me saludo. La voz me golpeó como una corriente eléctrica.

Me detuve en seco, incapaz de moverme por un instante. Era una voz que conocía, que había escuchado mil veces en mi memoria. Mis pies parecían clavados al suelo mientras mi mente trataba de reconciliar lo imposible. Pero él siguió subiendo, girando hacia uno de los apartamentos al final del pasillo.

Respiré hondo, intentando calmarme. No podía ser él. Mykell estaba... ¿Dónde? Nadie lo sabía con certeza, pero ¿aquí, en Atlanta, mudándose al mismo edificio que yo? ¿Qué eran las probabilidades? Sacudí la cabeza y me obligué a continuar, aunque el corazón me latía con fuerza en el pecho.

Esa noche, no pude dormir. La voz resonaba en mi mente una y otra vez, mezclándose con recuerdos de nuestra infancia, de su risa y de la forma en que siempre había sido mi roca. O cuando en nuestro cumpleaños numero dieciséis nos regalo un collar con un dije de nuestra inicial, al igual que a Azul. Un tiempo después descubrimos que tiene un rastreador.

Era una locura pensar que podía ser él, pero la idea se aferró a mí con fuerza. Tanto tiempo buscándolo y que pudiera estar aquí, seria una coincidencia demasiado grande.

Unos días después, las cosas tomaron un giro inesperado. Había estado recibiendo mensajes inquietantes, amenazas anónimas que no parecían tener sentido. Al principio, las ignoré, pensando que eran el resultado de algún fanático obsesivo o alguien aburrido buscando molestar. Pero cuando una carta llegó directamente a mi puerta, decidí que era hora de mudarme. Mi agente me ayudó a encontrar un nuevo apartamento en una zona más segura y exclusiva de la ciudad.

Mientras empacaba mis cosas, no pude evitar pensar en el hombre de las escaleras. Nunca lo había vuelto a ver, y una parte de mí se preguntaba si debería haber hecho algo, preguntado, hablado. Pero, ¿y si estaba equivocada? ¿Y si solo era una coincidencia? No podía seguir alimentando fantasías.

Sin embargo, mientras cerraba las cajas y revisaba los últimos detalles de la mudanza, esa sensación persistía. Una esperanza irracional pero inquebrantable. Tal vez, solo tal vez, la vida tenía una sorpresa guardada para mí.

Y si Mykell estaba allá afuera, en algún lugar, haría todo lo posible por encontrarlo.

Nota; Hola queridos lectores, me he dado cuenta de un error que tratare de corregir, Bryson, no es el hermano policia de Esther es su primo, me equivoque con Luther ese si es su hermano y de quien hacia referencia, que es un poco bromista no como Bryson, y tenia dias pensando que porque tenia esa personalidad y todo se ilumino, asi que excusen ese error. Lo aclaro, porque cuando aparezca mas adelante no haya confusiones, y se que algunos no vuelven para atras a leer cuando terminaron un cap.

Lo siguiente es que me estoy inspirando en una historia de epoca inglesa, de los duques, condes, etc. y un toque diferente como siempre, estoy estudiando ese tiempo para ajustarla, pero tambien utilizando la licencia de un escritor en torno a algunos temas. Estoy emocionada, cuando estemos avanzados en esta la compartire. Espero tengan ansias de leer.

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