Capítulo 1
NOTA: Antes de leer, es importante saber algunos detalles. Cuando él tuvo el accidente su hermana gemela, Azul, estaba en el hospital recuperandose. Luego, de unos meses ella va a Atlanta. Solo para que se vayan ubicando a lo que progresa la historia.
Narrador omnisciente
Un dolor punzante lo sacó lentamente del profundo abismo en el que estaba sumido. Al principio, todo era un borrón gris, sombras borrosas y una presión insoportable en su cabeza. Santiago abrió los ojos, parpadeando varias veces contra la luz blanca y cegadora que lo envolvía. Las paredes blancas y estériles del hospital lo rodeaban, pero no reconocía el lugar ni comprendía por qué estaba allí.
Su cuerpo estaba pesado, como si hubiera estado sumido en un letargo durante demasiado tiempo. Intentó moverse, pero una ola de dolor lo atravesó, forzándolo a quedarse quieto. Su respiración se aceleró mientras sus ojos recorrían la habitación, buscando algo familiar, algo que lo anclara. Nada. Solo el pitido monótono de una máquina cercana acompañaba el latido irregular de su corazón.
Confusión. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no recordaba nada?
La puerta de la habitación se abrió suavemente, revelando a una mujer de mediana edad vestida con un uniforme blanco. Su sonrisa era cálida, pero al mismo tiempo cautelosa, como si ya hubiera visto esa expresión de desconcierto antes.
—Es bueno verte despierto —dijo con una voz suave mientras revisaba los monitores a su lado—. ¿Cómo te sientes?
Santiago trató de hablar, pero su garganta estaba seca, como si no hubiera usado su voz en días. Intentó tragarse el nudo que le oprimía el pecho antes de responder con un murmullo.
—No... lo sé —susurró con esfuerzo. Su mente seguía en blanco, incapaz de procesar lo que sucedía. Cada segundo que pasaba sin respuestas lo hundía más en la desesperación.
La enfermera frunció el ceño ligeramente, pero no dejó de sonreír. Se acercó a la cama, ajustando las sábanas con delicadeza.
—Has pasado varios días inconsciente. Tuvimos suerte de que te encontraran —comentó, como si aquello pudiera tranquilizarlo, pero sus palabras solo añadieron más peso a la confusión.
—¿Encontrarme? —repitió él, como si apenas entendiera lo que significaba. Había una sombra de recuerdos, vagas imágenes en su mente, pero eran inalcanzables, como si estuvieran detrás de un muro impenetrable. Nada tenía sentido.
—Sí, alguien te encontró después de un accidente —añadió la enfermera, sin ofrecer más detalles por el momento—. El doctor Brown te explicará más cuando venga. No te preocupes, estás a salvo ahora.
Santiago cerró los ojos un momento, como si pudiera escapar del miedo que lo estaba invadiendo. A salvo. Las palabras se sentían vacías. ¿Cómo podía estar a salvo si no sabía quién era ni cómo había terminado allí?
Poco después, la puerta se abrió de nuevo, y un hombre alto, de rostro sereno y con el cabello canoso, entró en la habitación. Llevaba una bata blanca y sujetaba una carpeta con informes médicos. Se acercó con pasos firmes, pero su mirada era amable.
—Hola, soy el doctor Noah Brown —se presentó, mientras se detenía junto a la cama—. Has pasado por un accidente muy grave, pero estás en buenas manos. ¿Cómo te sientes?
Santiago lo miró, tratando de encontrar alguna señal de reconocimiento en el rostro del hombre, pero fue inútil. Nada. Ni siquiera el nombre despertó algo en su mente.
—No... sé... —repitió, frustración evidente en su tono—. No... recuerdo nada.
El doctor Brown asintió con paciencia, como si estuviera preparado para esa respuesta.
—Hola, joven —dijo con suavidad—. Soy el Dr. Brown. Has estado en un accidente, pero estás a salvo ahora.
—No... no recuerdo nada —susurró, su voz temblorosa.
La enfermera sonrió con compasión, intentando consolarlo, mientras el doctor sentía que un nuevo propósito nacía dentro de él. Para Noah, el hecho de que el joven no recordara nada era más que una tragedia; era una oportunidad, una chispa de esperanza.
Mientras miraba al joven, pensó en sus propios hijos y en la posibilidad de que, tal vez, Dios le estaba dando otra oportunidad de ser padre. Su esposa, Amy, había sentido lo mismo; el dolor de la pérdida aún vivía en sus corazones, y ambos sabían que el amor que no pudieron ofrecer a sus hijos debía encontrarse un camino.
—No estás solo —dijo Noah, tratando de transmitirle su apoyo—. Estoy aquí para ayudarte a recuperarte.
—Santiago —continúo el doctor, pronunciando su nombre con calma, como si eso pudiera anclarlo a algo—. Tuviste un accidente aéreo. La nave en la que viajabas se estrelló en un bosque. Fuiste encontrado inconsciente, y te hemos estado cuidando desde entonces. Llevas aquí varios días, pero no pudimos localizar a nadie que te conociera. Me temo que has sufrido una forma de amnesia.
La palabra "amnesia" retumbó en la mente de Santiago. Era como si, de repente, todo el vacío que había sentido tuviera un nombre. Amnesia. No recordar nada. No saber quién era. Ni de dónde venía. Todo lo que había sido hasta ese momento se había desvanecido en la oscuridad.
—¿Amnesia...? —repitió, luchando por aceptar lo que significaba.
El doctor Brown asintió, su rostro reflejaba comprensión y compasión.
—Es una forma común de reacción tras un trauma severo. En tu caso, puede ser debido al impacto del accidente. Es posible que tus recuerdos regresen con el tiempo, pero no podemos garantizar nada aún.
El pecho de Santiago se apretó con un miedo que no había sentido antes. ¿Y si no volvía a recordar? ¿Y si su vida anterior se había borrado para siempre?
—No sé... no sé quién soy —murmuró con una voz temblorosa. Era como si dijera en voz alta lo que más temía. Las palabras lo golpearon con una fuerza abrumadora.
—Por ahora, lo más importante es que te centres en recuperarte físicamente —continuó el doctor Brown con tono tranquilizador—. Recuperarás tus fuerzas, y con ellas, quizás comiencen a regresar tus recuerdos. No estás solo en esto. Estaremos aquí para ayudarte.
Pero esas palabras de consuelo apenas lograron calmar la tormenta que rugía dentro de Santiago. No estaba solo, pero se sentía más solo que nunca. Como si estuviera atrapado en una vida que no era la suya, en un cuerpo que no reconocía. El mundo alrededor suyo se sentía frío y distante, y cada segundo que pasaba sin respuestas era una tortura.
El doctor Brown lo observó en silencio por un momento antes de inclinarse ligeramente.
—Estaré aquí para lo que necesites, Santiago. Tu recuperación es lo primero. Las respuestas vendrán, te lo prometo.
Con esas últimas palabras, el médico se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Santiago solo con sus pensamientos. La enfermera hizo lo mismo, tras un último vistazo, y la puerta se cerró suavemente.
Santiago se quedó en silencio, mirando al techo blanco y sintiendo cómo el vacío de su mente lo envolvía, casi asfixiante. ¿Quién era? ¿Qué vida había tenido antes de este momento? ¿Había alguien que lo estuviera buscando? O, peor aún, ¿estaba realmente solo en el mundo?
Esas preguntas lo acosarían en los días por venir, mientras se sumergía más y más en su nueva vida. Una vida sin pasado, sin identidad. Solo un hombre atrapado en un limbo entre lo que fue y lo que nunca sabría si podría volver a ser.
Dos meses después
El hospital en Belgrado, Serbia, era un edificio monolítico y gris, desgastado por el paso del tiempo y los inviernos duros. Dentro de una de sus habitaciones, el joven permanecía sentado en la cama, sus ojos vagando entre las sombras de la tarde que se colaban por la ventana. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que despertó, solo que, desde entonces, el vacío lo consumía. Los doctores y enfermeras lo llamaban Santiago. Pero algo en su interior le decía que ese no era su verdadero nombre.
Él apretó los puños, frustrado por la falta de respuestas. Sabía que había caído de una altura mortal, que de alguna forma había sobrevivido, pero lo que realmente lo inquietaba era no saber quién era o por qué. Había fragmentos dispersos en su mente: el eco de una llamada, órdenes transmitidas con urgencia, un avión cayendo en picada... y luego la oscuridad. La amnesia era su única compañera fiel ahora.
Desde la esquina de la habitación, el doctor Noah Brown observaba al joven con una mezcla de compasión y fascinación. Durante meses, había visto al muchacho recuperarse lentamente, pero su memoria seguía siendo un enigma. Noah sabía lo que era perder; sabía lo que se sentía cargar con un dolor que nunca desaparecía. Sus propios hijos se habían desvanecido de su vida en un accidente similar, y en este chico veía una especie de redención, una oportunidad para enmendar el agujero que se había formado en su corazón.
—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó Noah, acercándose con una suave sonrisa.
—Me siento... vacío —respondió Santiago, su voz áspera, quebrada por la incertidumbre.
Noah asintió lentamente. Era una respuesta que había escuchado antes, pero no por ello era menos perturbadora. Durante sus años de trabajo en el hospital, había tratado casos similares, pero este joven en particular despertaba algo diferente en él. Había algo en los ojos de Santiago, una profundidad que parecía susurrarle que había mucho más por descubrir.
—El cuerpo sana, pero la mente necesita más tiempo. —Noah hizo una pausa, midiendo sus palabras—. Pero no tienes que hacerlo solo. Aquí estamos para ayudarte.
Santiago asintió, aunque las palabras de Noah, siempre repetitivas, apenas le proporcionaban consuelo. Su mente era una prisión, y cada día se despertaba sin saber si algún recuerdo emergería de las sombras que lo envolvían. Las noches eran peores. Pesadillas en las que veía luces parpadeantes, sonidos de explosiones, voces distorsionadas llamándolo por un nombre que no reconocía en el sueño y cuando despertaba se desvanecía como el viento. Se despertaba empapado en sudor, su corazón golpeando frenéticamente en el pecho, y siempre, siempre volvía al mismo lugar: el abismo de la amnesia.
Noah salía de la habitación cuando vio a su esposa, Amy, esperando en el pasillo. Había venido a acompañarlo al final de su turno, como hacía cada semana. Amy y Noah compartían un dolor profundo, la pérdida de sus hijos los había unido y distanciado al mismo tiempo. Ambos habían aprendido a sobrellevar su duelo, aunque la herida nunca sanaba por completo.
—¿Cómo está hoy? —preguntó Amy, sabiendo que se refería al joven huérfano.
—Igual —respondió Noah con un suspiro—. No hay signos de mejora en su memoria. Pero... siento que está cerca de recordar algo. No sé, quizá es solo una corazonada.
Amy colocó una mano en su brazo, reconociendo en él esa esperanza que rara vez mostraba. Ella también había comenzado a sentir algo especial por aquel joven, un apego que no esperaba. No tenían hijos, pero desde que Santiago llegó, era como si ambos buscaran una forma de llenar ese vacío, como si su instinto parental resurgiera con fuerza.
—Es un buen chico —murmuró Amy—. Creo que Dios lo puso en nuestro camino por una razón.
Noah no respondió, pero en el fondo, sentía lo mismo. Era irracional, lo sabía, pero no podía ignorar la conexión que había empezado a formarse.
Días después, Santiago estaba de pie frente a la ventana de su habitación, mirando el exterior con una sensación de inquietud creciente. Sabía que algo o alguien lo estaba buscando. No podía explicarlo, pero lo sentía, como un leve zumbido en la parte trasera de su mente, un instinto que le decía que no estaba solo en este enigma. Además, de una gran angustia pesada en su pecho, pero al mismo tiempo como si estos sentimientos fueran de otra persona ajena a él.
Por la tarde, dos hombres vestidos de civil llegaron al hospital. No llevaban uniforme, pero sus movimientos precisos y la tensión en sus mandíbulas dejaban claro que eran algo más que simples visitantes. Uno de ellos se acercó a la recepción, mostrando un documento oficial.
—Venimos a ver al paciente Santiago Núñez —dijo el hombre de cabello oscuro—. Tenemos información sobre su identidad.
La enfermera lo miró con curiosidad y, aunque lo habitual era proteger la privacidad de los pacientes, había algo en el tono del hombre que la hizo dudar. Después de un intercambio breve, condujo a los hombres a la oficina del Dr. Brown.
Noah los recibió con escepticismo. Habían pasado meses desde que alguien había preguntado por el chico, y no era la primera vez que oficiales aparecían para dar información.
—¿Qué tipo de información tienen? —preguntó Noah, cruzando los brazos frente a ellos.
Uno de los hombres sacó una carpeta y se la entregó. Dentro, había fotos de un accidente aéreo. Noah reconoció los restos del avión que había visto el día que Santiago fue encontrado.
—Este es nuestro hombre —dijo el otro oficial, señalando la imagen de Santiago, mucho más joven y con el rostro más endurecido que el que había conocido en el hospital—. Su nombre es Santiago, como anteriormente habíamos compartido con usted. Sin embargo, seguimos investigando sobre su vida y su pasado está más enredado de lo que usted cree.
El doctor sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Algo estaba mal. Mientras observaba las fotos y escuchaba el informe que los hombres compartían, una verdad sombría empezó a emerger. Santiago no era solo un joven atrapado por su amnesia. Había secretos más profundos, cosas que ni él mismo recordaba, pero que ahora estaban saliendo a la superficie.
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