Pasaron muchos años desde que ocurrió todo ese drama, y no sé en qué momento he acabado en prisión, en el subsuelo, con órdenes de la Guardia que si me escapaba me matarían en ese preciso momento.

Todos los adjetivos para describir ese lugar son negativos porque no hay nada de bueno.

Este sitio es frío, oscuro y bastante estrecho para todas las personas que estamos aquí. Estoy acompañada de hombres, mujeres, niños y niñas, todos inocentes culpabilizados y sentenciados a muerte por alguna razón irrelevante.

Las condiciones son pésimas para todos. No hemos salido en, aproximadamente, una semana o más.

Las esposas colgadas en la pared me apretaban las muñecas y duelen.

La situación en la que estamos da miedo, y cada minuto que pasa estoy más cerca de la muerte.

Todos están gritando desesperadamente y yo me decanto por cantar una canción de cuando éramos pequeñas.

De repente, identifico una voz entre la oscuridad y los gritos, que cantaba la misma canción que yo.

¿Ángela? ¿Ángela Greenwood, eres tú? — grito, dudando —

Sage? Sí, soy yo —Oigo a mi hermana gritar en la oscuridad—

De acuerdo — me viene a la mente mi abuela— La abuela, la abuela está bien? — Le pido preocupada—.

No lo sé, han pasado muchos días desde que la vi, pero seguro que está bien. A no ser que la hayan m...— no sigue la frase y los gritos continúan resonando dentro de mi cabeza—.

Hola?— vuelvo a gritar— Ángela contesta, entiendo que no quieras hablar conmigo después de lo que pasó, pero estamos en una situación bastante crítica. No sé tú, pero estamos a un paso de la muerte y yo no quiero morir.... Pero si lo tengo que hacer que sea con dignidad.

La abuela es la única que nos puede sacar de esta trampa de ratas —sigue sin decir nada y esto me desespera—.

Decido dejarlo correr y hacer como toda la otra gente, intentar escapar. Hemos ideado un plan en el que no todo el mundo participa porque algunas personas se han echado atrás.

El plan consiste en hacer el máximo ruido, intentar sacarnos las manillas para que alguien le robe las llaves al guardia y así poder salir mientras los otros se quedan zurrándolo. Haciendo de esta manera retrasar el proceso del juicio.

Pero desgraciadamente no ha funcionado, la cosa no ha ido como esperábamos.

Después de estar haciendo ruido se abre la puerta. Un hilo de luz nos ilumina la cara y una silueta negra entra para quitarnos las esposas enganchadas en la pared. Nos saca afuera uno por uno.

Llega mi turno. Noto las manos del guardia que me cogen de las muñecas para llevarme a la horca.

Cuando salgo afuera, todos mis sentidos se activan. Al subir por la escalera de madera, que cruje a cada paso, las miradas de la gente se centran en mí. Pero yo no hago caso.

Al girar hacia el lado, veo a mi hermana. Se la ve triste, con miedo, del mismo modo que estoy yo. Decido acercarme y abrazarla como puedo, difícil por las esposas.

Ella me corresponde al abrazo, pero siento un comentario inútil que proviene de la gente — La está maldiciendo— rompe nuestra despedida y enseguida, nos vienen a separar.

Nos hacen volver a nuestras posiciones iniciales, pero esta vez con una soga en el cuello. Cuando me rodean el cuello con ella, noto como todos los hilitos me rascan y es una sensación muy desagradable.

Después de esto el ministro o el alcalde, no sé quién es, habla para enumerar las acusaciones y dictar sentencia. Van uno por uno diciendo los nombres, las acusaciones y la sentencia. Ahora le toca a mi hermana. Solo quedo yo.

Señorita Sage Greenwood queda acusada de brujería, tener la marca del demonio, sucumbir a las fuerzas malignas, adoctrinar a una persona normal para incitarla a la magia negra. — dice el hombre —

En aquel momento vuelvo a pensar en todo lo que he hecho, y creo que no he hecho nada malo. Sinceramente, me acusaron porque quisieron, pero no puedo decir nada porqué mis palabras no servirían de nada, todavía me harían ser más culpable.

Veo como el hombre hace una señal al verdugo. La gente está contenta. Desgraciadamente, el momento ha llegado.

Cierro los ojos y siento como la piel se me quema con el sol, el viento de la montaña me despeina el pelo, la ropa sobre mi cuerpo, el calor corporal, las plantas de los pies tocando el suelo.

Sabiendo que añoraré mi vida y solo habiendo visto a mis padres una sola vez, respiro por última vez.

La trampilla debajo de mis pies se abre, dejándome colgada por la cuerda en el cuello.

En un momento me cuesta respirar, tengo mucho miedo y las piernas me tiemblan.

Dejo de ver bien. No siento mi cuerpo, ya se está marchando.... Mis ojos se cierran para siempre.

¡Hola peña!

Aquí está el prólogo, me dio demasiada pena escribirlo hasta lloré

¿Vosotros lo hicisteis?



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¡Adiós peña!