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d i e c i o c h o

Louisa intentó acercarse a Bella pero le resultó imposible, la chica no escuchaba y sólo intentaba alejarse de ella; al final terminó por cansarse de intentarlo. Sabía que Bella estaba triste, ella misma lo estaba, habían vivido la misma situación, ¡no por eso descuidaba absolutamente todo!

Los primeros días habían sido idénticos a lo que era Bella ahora, sin hablar con nadie, con ropa vieja y un aspecto desaliñado pero al cabo de un mes se había dado cuenta de lo ridícula que estaba siendo.

Jasper se había ido. Sí. Aún dolía cuando lo pensaba y ni se diga cuando lo decía en voz alta, pero procuraba mantenerse distraída. Incluso había comenzado a salir los fines de semana con Angela y Jessica, quienes resultaron ser todo un apoyo para ella.

Intentaron lo mismo con Bella pero no se puede ayudar a quien no quiere ayuda. Todas terminaron por cansarse.

Bella no había hablado con nadie hasta que un día se acercó a las tres chicas, quienes reían fuera del instituto.

—¿A ti qué te pasa? —preguntó dirigiéndose a Louisa, quien frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

—¡¿Qué no entiendes?! —gritó Bella— ¡Se han ido! ¡No te importa!

Louisa la miró furiosa, sabía que Bella estaba desesperada pero no tenía por qué hablarle así.

—Sí, Bella, sí me importa. Pero yo no demuestro interés arrastrándome por alguien que tomó la decisión de abandonarme, ni tampoco descuido mi aspecto, ni a mis amigas. Sé que estás herida pero no te atrevas a decir que no me importa, no sabes cuánto me duele.

—¡Pues demuéstralo! —bramó acercándose a Louisa—. ¡Y no son tus amigas, son mías!

La castaña la fulminó con la mirada, antes de colgarse la mochila y alejarse. Su tía aún no había aparecido pero sólo quería irse de ahí. Bella estaba demente, lo entendía, entendía su desesperación, pero ella no tenía la culpa de que Edward la hubiera dejado, ni tampoco cambiaría nada el hecho de insultarla.

Caminó furiosa por la acera, su casa quedaba a unos veinte minutos de ahí y no tardaría en llegar, iba casi corriendo.

«Estúpida Bella», pensó mientras pateaba una piedra.

—Qué culpa tiene la piedra, Evans —dijo una masculina voz a sus espaldas, voz que provocó un escalofrío.

—Paul —dijo sin mirarlo, pero deteniéndose en seco—. Veo que hiciste tu tarea.

El chico caminó junto a ella, esa vez sí llevaba una sencilla playera gris con unos vaqueros de mezclilla. Esbozó una ligera sonrisa al verla.

—No fue difícil saber quién eras, la otra mascota de los Cullen.

Louisa lo miró furiosa.

—Sé que no puedo golpearte porque me romperé la mano pero vuelve a decir eso y juro atropellarte.

—No tienes auto —se mofó Paul, sin borrar la sonrisa.

—Puedo conseguir uno.

Caminaron en silencio, Louisa aún molesta, quería arrojar su mochila con fuerza contra el suelo pero sabía que acabaría arrepintiéndose cuando rompiera todas sus cosas.

—¿Qué harás ahora? Aparte de ser una amargada.

Louisa lo fulminó con la mirada antes de responder, Paul la miró divertido.

—Nada, probablemente aviente cosas en mi habitación y después vuelva a ordenarla. —Al ver la expresión del chico añadió—: Lo sé, soy tremendamente aburrida.

—Entonces vendrás conmigo, Evans, es hora de que te diviertas. Algo a lo que no estabas acostumbrada con ese noviecito tuyo.

Louisa lo miró con el ceño fruncido.

• • •

Louisa asomó la cabeza, ni de loca saltaría. Jamás. Bajo ninguna circunstancia. ¡Eran tantos metros que no sabía ni siquiera cómo calcularlos! Además el agua estaría helada, probablemente cogería una hipotermia. No, ni pensarlo.

—No va a suceder, Paul. Jamás.

El chico sonrió para después quitarse la playera. Louisa no pudo evitar mirarlo de reojo, no era Jasper pero había que reconocer que el cuerpo de Paul estaba... bastante bien.

—Vamos, te arrepentirás si no lo haces.

—Te aseguro que no, es más, puedo jurarlo.

Paul rió divertido. Sus dientes estaban perfectamente alineados y Louisa no pudo evitar morderse el labio. «¡Basta!», se regañó. ¡Estúpido Paul, estúpida Bella, estúpido Jasper! Todo era su culpa, absolutamente todo.

—No sé nadar —mintió Louisa, mirando al suelo.

—Es por eso que saltaré contigo.

Y sin previo aviso tomó a Louisa por la cintura y se arrojó al vacío. Louisa ni siquiera pudo gritar, simplemente miró aterrada hacia arriba, cómo la tierra firme se alejaba de ella para después sumergirse en hielo, ¡el agua estaba congelada!

Cuando salió a la superficie miró a Paul con odio.

—¡Estás demente! ¡Pude ahogarme! —Paul reía, sin soltar a Louisa—. ¡Está tan fría que no dudo que en cualquier momento aparezca un pingüino!

El chico soltó una carcajada.

—Eres una vil mentirosa, Louisa Evans. Sí sabes nadar.

Louisa se cruzó de brazos, aunque de nada le sirvió porque Paul no pudo verla y al instante tuvo que mover los brazos para no hundirse.

—Vamos, no vas a decirme que no fue divertido.

—¡Por supuesto que es justo lo que voy a decirte! ¡Fue horrible! ¡No tenías ningún derecho a tirarme! ¡En contra de mi voluntad, cabe resaltar!

Paul rió. Y entonces Louisa lo apreció, esa sonrisa tan sincera y... perfecta. «¡Louisa!».

—¿Ves? Funcionó. —Dijo el chico mientras se acostaba sobre el mar.

—¿Qué?

—Ya no estás enojada.

Louisa lo miró mal.

—¡Por supuesto que lo estoy! —respondió Louisa, pero no pudo evitar sonreír.

—Vamos, deja de ser tan dramática y comienza a disfrutar.

La chica bufó antes de imitar a Paul y acostarse sobre el mar, el movimiento del océano terminó por relajarla; además de que el cielo lucía increíble visto así. Ese día no estaba nublado así que podía verse el sol sobre ellos, calentándole el cuerpo.

Se quedaron en el agua en silencio por un rato más, disfrutando el paisaje.

Terminaron por sentarse en la arena, Louisa solía verla como una playa horrible pero no ese día, ese día todo era increíble. El sol le proporcionaba un brillo asombroso al mar y a la arena, incluso dejó de sentir frío.

—Vamos, te llevaré a comer.

Louisa sintió y caminó junto a Paul por la playa. Terminó por soltar una carcajada.

—¿Qué es tan divertido, Evans? —preguntó el chico mientras subían al auto, aún empapados.

—No lo sé. Los nervios.

Paul sonrió antes de arrancar el auto.

Comieron en el restaurante de Forks a donde todos iban. A lo lejos vieron al jefe Swan, quien les dedicó una sonrisa.

Louisa estaba segura de que nunca en su vida la había pasado así, por primera vez se había atrevido a hacer algo en contra de todos sus principios. Y qué podía decir, le había encantado.

La comida con Paul fue bastante agradable, las palabras fluyeron y no existió un silencio incómodo en ningún momento. Platicar con él era fácil, como si llevaran siendo amigos desde tiempo atrás. Y en ese momento se acordó de Jasper, las cosas habían sido así con él, tan... No sabía ni cómo decirlo.

Pero se negó a compararlos, Jasper era el amor de su vida, Paul... era Paul.

El chico se encargó de llevarla a casa cuando terminaron de comer y la acompañó hasta la puerta.

—Bien, Paul, puede ser que me agrades.

Paul soltó una carcajada.

—¿Siempre mientes tanto, Evans?

—No vuelvo a hacerte un cumplido —masculló abriendo la puerta.

—¿Eso era un cumplido? Vaya, necesitas mejorar tu trato con las personas.

Louisa lo miró fastidiada, pero acabó por sonreír. ¿Por qué Paul causaba eso? ¿Por qué la hacía sonreír?

—¿Y por qué no me enseñas lo que es un cumplido, Paul? Si eres tan experto —dijo alargando la palabra tan.

El chico sonrió y la miró. Louisa podía percibir el brillo en sus ojos, además de su sonrisa tan sincera, como si realmente disfrutara pasar tiempo con ella.

—La verdad es que no me incitas a utilizar mis habilidades —reconoció el chico encogiéndose de hombros.

Louisa se atrevió a golpearlo en el brazo, no muy fuerte, sabía que le dolería mucho más a ella.

—La pasé... bien, Evans. Nos vemos mañana.

—¿Mañana?

—Me he propuesto enseñarte a divertirte —respondió el chico, sin borrar la sonrisa—. Alguien tiene que hacerlo.

Louisa rió.

—Bien, Paul, gracias por el sacrificio.

—Yo lo consideraría más una obra de caridad.

La castaña volvió a golpearlo, provocándose un ardiente dolor en la palma de la mano.

—Cuidado, estás a un solo golpe de romperte la mano.

—Tomaré el riesgo.

Paul rió antes de alejarse.

—Mañana, Evans, a las siete.

La chica le lanzó unamirada asesina a lo que Paul le guiñó un ojo. En cuanto cerró la puerta no pudo evitar sonreír. ¿Qué tenía Paul Lahote?





¡Hola! No puedo más que darles las gracias por sus votos y comentarios, no saben cuánto disfruto leyéndolos. Les quería preguntar, ¿les está gustando la novela?

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