c u a r e n t a
Louisa tocó la puerta de la casa sin saber qué esperar, temía que Paul no quisiera verla, ¿qué haría entonces? Eso la derrumbaría, estaba segura.
Sam abrió la puerta y sonrió al verla.
—Pasa, Louisa, en seguida baja Paul.
La chica asintió, quedándose en la entrada esperando al lobo.
Escuchó gritos provenientes de arriba, cómo Sam lo regañaba por ser un idiota y después amenazaba por tirarlo de la escalera si eso lo hacía bajar. En cualquier otra situación, Louisa habría reído a carcajadas, pero ese día no, no cuando la razón por la que Paul no bajaba era porque no quería verla.
No tardó en aparecer, Louisa lo miró boquiabierta, enormes ojeras le surcaban el rostro y llevaba el cabello alborotado, como si llevara días acostado. Casi podía jurar que así era, ella había hecho lo mismo los últimos días.
—Lo siento, Paul, no quería que nada de esto pasara, es mi culpa.
Paul la miró con el ceño fruncido y después negó con la cabeza.
—Nada de esto es tu culpa, Evans, grábatelo bien.
Louisa asintió, sin creerse una sola palabra de lo que decía. Claro era su culpa, si ella no se hubiera ofrecido...
—Deja de darle vueltas. No estoy enojado contigo, nada de eso.
La chica lo miró con los ojos llorosos, pidiendo una explicación.
—Estoy enojado conmigo, debí estar ahí y romperle la cara de niño bonito a ese vampiro estúpido. No tenía ningún derecho, ninguno de ofrecerte como si no fueras nada para él.
Suspiró, pasándose las manos por el cabello.
—La verdad es que me siento impotente, no hice nada para cuidarte y no sabes lo mal que me sienta eso.
Louisa se acercó a él, acariciándole el rostro y juntando su frente con la suya. La respiración de Paul estaba agitada, al igual que su corazón, latía frenéticamente.
—Me alejé porque no sabía ni cómo mirarte, ¿cómo podría merecerte después de esto?
Louisa sonrió levemente.
—Me mereces porque me amas, Paul, porque nunca has podido ser egoísta conmigo.
El chico sonrió irónico.
—Sí soy un egoísta, Evans, sé que probablemente me arrepentiré de decirlo pero te quiero conmigo y con nadie más.
La chica le pasó las manos alrededor del cuello, cerrando los ojos.
—Yo también me quiero contigo —susurró.
Sintió a Paul sonreír junto a ella.
—¡Ya bésala, imbécil! —escuchó gritar a Jared escaleras arriba.
Louisa soltó una carcajada y Paul le rozó los labios con ternura, abrazándola por la cintura y pasando una de sus manos por el rostro de la chica para quitarle el cabello.
Apenas duraron unos segundos besándose, antes de que Embry y Jared bajaran las escaleras con una enorme sonrisa dibujada en la cara.
—Si algún día se separan no sé quién estará más triste, si Paul o yo —dijo Embry sin borrar la sonrisa del rostro.
—¿Y qué hay de mí? —preguntó Jared.
—Tú eres un cero a la izquierda.
Jared golpeó a Embry en el hombro y Louisa rió con ganas antes de sentarse frente a ellos.
—¿Qué haces, Louisa? ¡Deberías estar conociendo la habitación de Paul! —exclamó Jared burlón.
La chica rodó los ojos y Paul se sentó a su lado rodeándola por los hombros.
—Quizá sería bueno que conociera la tuya, Jared, podríamos dejarte algún recuerdo —se burló Paul.
Embry rió a carcajadas y el mencionado hizo una mueca de asco, Louisa no pudo evitar ruborizarse. No entendía cómo era que siempre llegaban a ese tema.
—Nadie va a conocer la habitación de nadie —habló Emily entrando a la cocina.
La mujer sonrió al ver a Louisa, quien le correspondió el gesto.
—¿Cómo te sientes?
La castaña se encogió de hombros.
—Tengo miedo —reconoció.
Emily le dirigió una sonrisa reconfortarte.
—¿Miedo? —se burló Jared—. Por favor, Louisa, tienes un don.
Louisa sonrió levemente.
—Miedo deberíamos de tener nosotros —habló Embry, sin su típica emoción.
La chica se tensó, tenía razón, los lobos podían resultar heridos, incluso podían morir. Se esforzó por borrar el pensamiento, «estarán bien», se dijo a sí misma, intentando creérselo.
Cenó junto a la manada pero no era una cena llena de risas como acostumbraban, esta vez podía sentirse un aire melancólico, todos sabían lo que se avecinaba y, aunque nadie pudiera decirlo en voz alta, todos estaban muertos de miedo.
Paul la llevó a casa en cuanto terminaron de cenar, el camino fue en silencio, ambos pensaban en lo que ocurriría después. Louisa no permitiría que ninguno de ellos saliera herido, así tuviera que enfrentarse con un vampiro frente a frente, nadie los lastimaría.
—¿Puedes quedarte? No quiero estar sola —preguntó Louisa en cuanto estuvieron en la puerta.
Marianne estaba con Alex y seguramente no llegaría a dormir, Louisa estaba feliz por ella, hacía mucho no veía a su tía tan emocionada.
Paul asintió y ambos entraron a la casa para finalmente tumbarse en la cama de la castaña. Ésta era individual, por lo que necesitaba tener parte de su cuerpo sobre Paul.
—No dejaré que nadie les ponga un dedo encima —dijo Louisa en voz baja.
—Espero que no te refieras a ti, sería una tortura si no volvieras a ponerme un dedo encima.
Louisa rió levemente y Paul la imitó.
—Hablo en serio, Paul.
—Yo también, sólo imagínalo, que no vuelvas a tocarme... Acabaría por enloquecer.
La chica le dio un leve golpe en el hombro y se acomodó para poder ver el rostro de Paul. A simple vista parecía tranquilo, no llevaba el ceño fruncido y tampoco apretaba los labios pero sus ojos lo delataban: estaban alerta, moviéndose de un lado a otro, con los nervios reflejados en ellos.
Paul le acarició el rostro y Louisa se permitió cerrar los ojos para disfrutar del contacto.
—No volveré a alejarme de ti.
—¿Lo prometes?
—No creo en las promesas, Evans, siempre acabamos por romperlas. Sólo puedo decírtelo: jamás estaré lejos.
Louisa sonrió levemente y besó los labios de Paul con ternura, dejando que el chico la abrazara hasta tenerla casi sobre él.
—¿No pudiste escoger un peor momento? —se burló la chica al sentir las manos de Paul sobre su cuerpo.
El chico sonrió socarrón.
—Considerando que podemos morir mañana, creo que es el mejor momento.
Louisa rió y después se vio interrumpida por los labios de Paul sobre los suyos, los cuales la recorrían con calma, disfrutando cada roce, cada caricia.
—Parece que te estás despidiendo de mí —murmuró Louisa.
El chico negó con una sonrisa.
—Todo lo contrario, estoy por darte una razón para que quieras mantenerte con vida.
Louisa soltó una carcajada y besó el cuello de Paul, quien gruñó levemente.
Suspiró en cuanto los labios de Paul pasaron por su abdomen, dejando un camino desde el cuello hasta su cadera.
—Todavía siento deseos de morir —masculló Louisa haciendo reír al lobo, quien le pasó los labios por la parte alta de las piernas.
—¿Sigues sintiéndolos? —preguntó el chico, rozándola levemente.
Louisa asintió.
—No veo la hora de que cientos de vampiros se arrojen sobre mí.
Paul soltó una carcajada y Louisa ahogó un gemido al sentirlo.
Acabó tumbada junto a Paul, quien la rodeó con ambos brazos, dándole un dulce beso en la coronilla.
—¿Paul? —el chico la miró—. Te amo.
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