7. Los latidos en sincronía
La luz anaranjada del atardecer cubre aquél acantilado solitario de las afueras. Es un lugar tranquilo que no suele frecuentar nadie, y eso lo convierte en el lugar preferido de Sam.
Al igual que hace una semana, Dustin ha ido a pasar la tarde con su hermano mayor; Éste le prometió continuar con sus clases de conducir, además de tenerle una sorpresa reservada, que le mantuvo cinco días imaginando las posibilidades.
La tarde se ha desarrollado entre conversaciones superfluas, alguna que otra broma y la lección sobre las marchas del vehículo.
Liviano. Sin pensar... sin ahondar.
—Da gusto enseñar a alguien que aprende tan rápido —ríe Sam, sentándose sobre el capó de su viejo y deslustrado coche de alquiler, tras la clase—. Y ten, ponte mi chaqueta, que ya hace algo de fresco —le dice, mientras le echa a los brazos su chaqueta de cuero rojo—. No soy una persona con demasiada paciencia, así que... se agradece que lo pilles todo al vuelo.
—Yo tampoco... la verdad—admite, viendo en sus manos la motera roja de su hermano. Decide ponérsela y descubre que su tacto es más cálido de lo esperado, pues aún conserva el calor de Sam—. A veces es... estresante ver que el resto del mundo es tan lento.
Sam hace una mueca de extrañeza.
—¿Estrés? ¿Tú? —Sonríe, ladino.
Dustin le mira y, aunque está de buen humor por el simple hecho de estar con quien está, duda un poco del tono de esa pregunta, como si supiese el motivo. Pero explicarlo supondría traer al primer plano eso que lleva horas evitando: ahondar en sus dudas. En lo pasado.
—S-sí, ya sabes... —Se rasca tras el cuello—. Siempre estoy... preguntándomelo todo. Por qué, para qué. A veces me cuesta imaginar cómo sería hacer las cosas sin pensar tanto.
Sam se cruza de brazos y enarca una ceja, alzando levemente la barbilla mientras le mira. Dustin conoce ese gesto que usan, tanto su hermano mayor como su padre, para decir sin palabras "No me creo que solo sea eso. Di lo que falta".
—No es porque papá esté tan encima tuyo para que saques dieces en todo, ¿no? —continúa Sam, al ver que Dustin solo le mira con ojos agachados.
—Eso... eso no es algo que me cueste trabajo, en realidad —se excusa, incómodo—. El problema soy yo —sentencia, tras darse unos segundos para estabilizar sus pensamientos, que ya empezaban a mareársele en la cabeza, al desviarse del presente.
—Espera, ¿qué? —espeta, descruzando los brazos—. ¿Como puedes ser tú un problema? No me jodas, va.
—¡N-no te jodo...! —intenta bromear él. Sabe que Sam se vuelve aún más malhablado de lo habitual cuando le entra la vena justiciera. Suspira, antes de seguir—. Es... la sensación que me da. Papá siempre ha esperado lo mejor de mí, los dos sabemos lo exigente que es. Pero, estos últimos años, en tu ausencia... sentía que nada de lo que yo hacía, le satisfacía. Nunca se le iba esa expresión de...
— Ya —remata, a modo de interrupción, levantándose del capó—. Nada es nunca suficiente para el jefe, ¿no? Me cago en todo, ¿quién coño se cree que es? —murmura, de espaldas ahora a su hermano, mientras chasca su cipo de metal para enchufarse el séptimo cigarrillo de la tarde.
Falta poco para que el sol se esconda y la brisa marina mece con suavidad todo aquello que es ligero.
Deja anclado al suelo todo lo que es pesado, como esos recuerdos que Dustin pretende evitar frente a su hermano. Pero hay algo en ese aire que le invita a desahogarse en voz alta. De algún modo, le hace saber que solo Sam es capaz de entender esa presión que la exigencia de su padre ejerce sobre él.
Y que nadie le juzgará por admitirla, en voz alta.
—Pensé que él estaría enfadado porque tú no llamabas, pero... nadie decía nada sobre ti. Yo dejé de hacerlo, al ver que nombrarte les hacía a todos cambiar de tema... o fruncir el ceño.
Se ajusta las gafas a la nariz, doliéndose de recordar esos detalles.
—No quería... enfadarle más, así que me callé y me metí entre los libros. Pero vi que ni siquiera así notaba que algo mejorase... a veces no entendía para qué tanto esfuerzo.
Sam da una calada a su cigarrillo, antes de responder.
—Bueno. Querías ser poli, ¿no? Te sería difícil conseguirlo sin ese esfuerzo. Aunque, viendo cómo de rápido aprendes, es obvio que lo que te falta es otra cosa... y no es la materia prima, eso seguro.
Dustin oye esas palabras y le sientan como una gran palmada de ánimo en la espalda. Casi como un abrazo.
Era algo obvio, algo que él ya sabía, el porqué de su trabajo: Su sueño. Pero que Sam note, como él, que le sigue faltando ese algo a pesar de tener claro su objetivo, le es inesperadamente agradable... ¿y si, con esto, ya no necesitaba la aprobación de su estricto padre, para sentirse realizado?
Y... ¿tanto importaba, lo que dijesen?
—¿Sabes? Creo que lo que tú necesitas es divertirte un poco —continúa Sam, al notar a su hermano "procesando" sus dilemas en silencio. Tira lo que queda de la colilla al suelo y la pisa—. Despejarte la cabeza, ¿entiendes lo que digo? Yo sé bastante sobre eso y... sé que es chungo de cojones.
Dustin sonríe agradecido ante la propuesta de Sam, pero no dice nada.
—Es decir... a mí no me va la cabeza a mil por hora, pero también tengo mis pájaras mentales —bromea, volviendo con él—. Esta noche te presentaré a mis amigos. Y así, de paso, verás dónde pasamos las horas dándole a los motores, ¿te hace?
—C-claro... me encanta ver cómo haces que esas acrobacias parezcan tan fáciles.
Sam se ríe, dándole un par de palmadas en la espalda para después rodearle con un brazo, sentándose a su lado de nuevo.
—No lo son, para nada. Pero yo a ti te veo con madera de motorista —dice, menos risueño, pero con un tono firme—. Por eso he decidido darte un obsequio muy especial.
—¿Un... obsequio? P-pero si ya me has dado tu chaqueta...
Aquel se ríe como única respuesta. Dustin piensa, entonces, en "la sorpresa" de la que le habló, la semana anterior.
Mientras ve a Sam levantarse para entrar en el coche y decirle "lo bien que le queda la chaqueta", Dustin se queda unos segundos allí parado, pensante.
"Sam no solo hace que las acrobacias con su moto parezcan fáciles".
Desde allí, le oye decirle que se dé prisa, que su otro "obsequio" está allá. El menor entonces acude hasta el vehículo y ocupa el lugar de copiloto, sonriéndole de vuelta a su hermano mayor.
"Él... hace que todo lo parezca".
◇◇◇
—Tenías razón, tío. Se ha quedado alucinado.
—¡Es mi hermano, Travis! Ya te dije que no me valdría cualquier cosa para él.
El excéntrico colega de Sam asiente, ante su sentencia. Ambos observan cómo Dustin se prueba a sí mismo en aquella moto de cross color rojo, reluciente en comparación con "Daxx", el preciado tesoro de Sam.
Aquél lugar parece una especie de parque clandestino dedicado a los motoristas. Ubicado en las afueras y a pocos minutos del acantilado predilecto de Sam, allí la noche se plagaba de luces gracias a aquellos sonoros y veloces vehículos, junto con un par de pubs y bares cercanos; La vista se te podía ir fácilmente detrás de cualquiera de aquellos pilotos, cuando ejecutaban sus maniobras, saltos y trucos de equilibrio sobre todo tipo de obstáculos, improvisados por ellos mismos.
Un pequeño espectáculo tras otro, entre luces de neón.
—Lo que no llego a entender es de dónde has sacado la pasta —continúa Travis, cruzado de brazos, aprovechando que a Dustin todavía le quedaba un tramo para llegar hasta ellos—. ¿No debías algo aún, a Caesar?
Sam oye ese nombre y solo le da tiempo de amargar levemente el gesto, pues justo entonces, Dustin llega y detiene el motor ante ellos.
Cuando se quita el casco y les mira con cara de felicidad infinita, Sam no puede sino sonreírle de vuelta, consciente de que aquella alegría es gracias a él.
—¡Mírate! Justo lo que yo decía, ¿eh? ¡Este chaval ha nacido para correr!
—¡Es casi tan rápida como yo! Es... es impresionante, Sam. —Intenta controlar su entusiasmo, pero parece una misión imposible—. ¡Ha sido como... como estar en sintonía con el resto del mundo, por un rato...!
—Pues claro que sí. Ésta belleza tiene el doble de potencia que Daxx, y la mitad de años —continúa Sam—. Se podría decir que está hecha para ti, Rapid Boy.
El chico está tan emocionado que apenas se fija en la mirada dubitativa del tal Travis, ante la situación. Se baja de la motocicleta y, sin más aviso, abraza a su hermano mayor, quien no esperaba tanta efusividad, ni tan repentina.
—¡Ey, ey, echa el freno, flacucho! —se ríe Sam, saturado por la situación "empalagosa", ignorando igualmente la pregunta que momentos antes le formulaba su compañero. Se lo consigue apartar un poco, para seguir hablándole—. Eso sí... no quieras correr tanto con el tema de los trucos aéreos, ¿eh? Eso es harina de otro costal. Una cosa es que te regale un tesoro, y otra que cierta persona lo desentierre enseguida.
Dustin frunce levemente el ceño, aunque no le desaparece la sonrisa de antes. No ubica la advertencia, ni siquiera buscando aclaración en Travis, mirándole fugazmente. Este se encoge de hombro, negando con la cabeza. Casi puede leerse en su cara una expresión de "A mí no me líes", antes de marcharse para juntarse con un par de tipos que reclaman su presencia, allá en la puerta del bar.
—Hablo de que no quiero que te rompas una pierna y papá nos joda a ambos, al enterarse —prosigue Sam, con tono notablemente fastidiado, al tener que nombrarlo—. Sabes lo fácil que es para ese hombre amargar cualquier cosa que toque.
—B-bueno... él no...
No le salen palabras de preocupación. No en este momento, teniendo tan fresca esa desconocida sensación de sincronización con la vida que le rodea.
Pero, afortunadamente para él, el tema de su padre y las mentiras piadosas pasa a un segundo plano, cuando una voz femenina y firme se abre paso tras ellos.
—¿Qué hace un chiquito tan adorable en un sitio tan raro como este... y por qué lleva tu chaqueta de la suerte?
—¿Eh? ¡Ah, Reggie! ¡Mira qué casualidad! —exclama Sam, girándose a ella. Rodea bruscamente con el brazo el cuello de Dustin, trayéndolo hacia su amiga—. Este es Dustin, ¿te acuerdas de él? ¡Mi enano flacucho ha crecido y ahora es más grande que yo! ¿Te lo puedes creer?
La atractiva muchacha sonríe, alzando una ceja al ver la estampa fraternal.
—Claro que me acuerdo. Tu hermano pequeño, el que te seguía a todas partes —responde, con tono endulzado—. Tiene la mismas pequitas, aún.
—Y mi chaqueta le queda mejor a él, sí.
Dustin se bloquea aún más en presencia de la susodicha, al asociar esa larga melena roja y ondulada al color del de su chica favorita, Grace.
"Es como si fuese... una versión evolucionada de ella", le da por pensar, en medio de su pequeño ataque de timidez. "Más adulta, más segura... incluso el rojo de su cabello es más fuerte".
Solo le hace falta ver con qué confianza le contesta Sam a la chica, el tipo de mirada tan familiar que le dedica, para formular con algo de seguridad su pregunta.
—¿Es... es tu novia, Sam?
Sam se le queda mirando, con gesto de no habérsela esperado, siendo la risa de la pelirroja con la chaqueta de cuero la única respuesta.
—¡Tenías razón, es muy observador! ¡Ha calado incluso lo que ya no existe...!
—P-pero entonces, tú... ¿tú eres Regina? —continúa Dustin, al hilar conceptos.
Sam pasaba pocos ratos en casa, y él aún era muy joven como para que le contase sus temas amorosos, ni amistosos; Solo se dedicaba a jugar con él, a hacer tonterías con su radiocasete y sus entrevistas de broma. Pero Dustin recuerda bien aquellos momentos compartidos, y el alabado nombre de "Regina, la diosa pelirroja" era un chascarrillo recurrente de Sam. Uno que él no comprendió, hasta hoy.
Sería cierto eso que se dice, que "entre bromas se esconden verdades".
—La misma —sonríe ella, desviando los ojos de él hacia Sam—. Ha tardado un poco en presentarnos como es debido, ¿verdad?
—Ya te lo dije. Era solo un enano esmirriado —resuelve Sam, aireando el tema para disimular su incomodidad—. No iba a entender nuestras rarezas... ni siquiera yo las entendía.
Dustin ve en Regina una mueca contenida al oír eso, en la comisura. Es un gesto que conoce bien; es el mismo que Grace suele utilizar para esconder un recuerdo triste. Ella frunce el ceño en sonrisa para disimularlo al ver que él la mira, y se cruza de brazos, como si de pronto le entrase frío, dirigiéndose a Sam.
—¿Os venís a cenar con nosotros? Caesar dice que quería verte, Sam. Hace tiempo que no nos juntamos como antes.
—Tal vez otro día. Nosotros... —Al mirar a su hermano pequeño, Sam se ve empujado a cambiar la continuación de la frase—. Qué coño, ¿nosotros? Claro que queremos. ¿A que sí, Daxx?
—¡S-sí, claro...! —contesta. Ver cómo su hermano mayor se viene arriba, al mirarle a él, le sienta tan bien como la carrera con su nueva moto—. N-no sé quién es Caesar, pero... si es amigo vuestro...
Sam sonríe secamente, de nuevo compartiendo con Regina esa cálida mirada de complicidad que Dustin observó antes.
—Es nuestro mejor amigo —responde Sam—. Y el novio de Reggie.
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