57. Las semillas sembradas
El tiempo ha pasado. Un año entero ha transcurrido desde la muerte de Grace y la ida de las Cloverfield. La permanente lluvia se fue con ellas.
Las autoridades del país de Germance se reunieron con tal de prevenir posibles contratiempos como el sufrido hace un año, cuando tuvieron que lidiar con una descendiente de Hijos del Mundo fuera de control. El alcalde Hill dictaminó que cada persona con Stigma o "poder extraordinario" debía seguir unas estrictas normas de seguridad cuando se encontrase fuera de la academia o sus domicilios, obligándoles a llevar un brazalete inhibidor que, en caso de utilizar el poder, provocaba descargas inmovilizadoras al portador. Y, aunque para muchos se consideró una medida drástica y denigrante, Monsang se vio incapaz de negarse debido al revuelo que originó la fuga de Grace hace un año y cumplió e hizo cumplir las normas a los suyos, atormentado por la culpa de prender la mecha.
La Academia, sin embargo, no dejó de prosperar, impulsada por ese sentimiento de "refugio" que muchos sentían hacia aquel lugar y su gente, tal y como fue en tiempos de Edler senior. Ha permanecido activa desde hace un año y ahora cuenta con una gran cantidad de alumnos y alumnas, tanto jóvenes humanos como personas con algún Stigma.
Durante este tiempo, algunos conocidos de la familia Edler se han sumado de forma activa con tal de hacer crecer un poco más a la Academia: Mordecai Montenegro se ofreció como entrenador para impartir algunas clases de Stigma, mientras que la doctora Ingrid Bogart se dedicó a compartir sus amplios conocimientos sobre la parte científica de los poderes adquiridos.
Por su parte, algunos jóvenes como Victoria Fisher se unieron al resto de estudiantes: ella decidió hacerlo con tal de aprender de su padre y así poder ayudar con aquello que tuvo su mente tan ocupada por más de un año: las dolencias crónicas derivadas de Stigmas y cómo estas pueden afectar a las enfermedades humanas.
Hoy es lunes, un día más de invierno en la mansión.
Logan Edler se encuentra sentado al borde de su cama, mentalizándose para afrontar un nuevo día en la Academia. Ya lleva un rato vestido y preparado para salir de su habitación, pero tiene la pequeña costumbre de quedarse unos segundos así, relajado. Observando el amuleto que su chica le dejó antes de abandonarle.
«Hoy también has funcionado bastante bien... Ha sido una noche tranquila».
Levanta entonces de la cama y cuelga por el cordel su Atrapasueños sobre la esquina de un pequeño marco de foto, que reposa sobre su mesilla. Logan recoge su mochila del suelo y contempla dicha fotografía por unos instantes, antes de salir de la habitación: en ella aparecen él y el resto de la pandilla en la casa del lago de las Cloverfield. Él se acuerda de ese día con nostalgia y sonríe, al recordar que fue el primero y el último en que invitaron a Victoria y a Mike con ellos.
Aquella pacífica tarde de verano en la que todo parecía ir tan bien entre ellos, incluida Grace.
«De acuerdo... Vamos a echarle otra moneda a esto».
...
Logan recorre los pasillos de la mansión secundaria, tan llenos de vida como cualquier día lectivo. Por el camino encuentra más de una cara conocida y eso le hace mantener una media sonrisa imperturbable.
—¡Pero como voy yo a pedir una pizza a estas horas de la mañana! —oye de pronto la voz de Victoria por allí. Al girarse, Logan ve que la acompaña su amiga Betty y a quien le está echando la bronca es a Shane—. Por favor, ¡busca excusas menos evidentes para acercarte a mí, al menos! ¡Qué pereza!
—¿Pero qué excusas ni qué pollas? —bufa él, con la mochila de reparto a la espalda y su uniforme de repartidor—. Anda, mira el tiquet, rubia: ¿pone o no pone que alguien pidió aquí una pizza cuatro estaciones? Habitación número nueve, a nombre de "Enfermera Muerte" ... pero ¿qué coño?
—Y dale, ¡que no te me acerques tanto! —insiste, y al momento dirige su furia hacia una risueña Betty, con los brazos en jarra—, ¡Y tú de qué te ríes ahora!
—¡Ná, que la que pidió la pizza fui yo! —Se hace con el papelito que Shane le enseñaba a Victoria—. Gracias por venir, guapetón. Déjamela aquí y te doy propina.
—¿Ves? Así sí —asiente él, yendo a sacar la caja de su mochila.
—¡Pero Betty! ¡¿Piensas desayunar esa porquería?! —Logan no puede evitar reírse ante la exagerada ofensa de Victoria, al pasarles por el lado—. ¡Edler! ¡Diles algo, esto no es serio!
—¿Eh...? —Se detiene un poco, mira a uno y a las otras—. ¡Ah, sí! ¿De qué es la pizza, Shane? Que igual os pido que me guardéis un trozo para el almuerzo.
—Cuatro estaciones —le aclara Betty, ya abriéndola para comprobarla—. Y les pedí que me pusieran extra de pepperoni y alcachofas, ¡y me los han puesto! Son más majos.
—Madre mía, cómo huele eso...
—¡¡Edler!!
—¡Ah, sí! ¡Guardadme un trozo para luego! —exclama, ya alejándose para seguir su camino. Betty simplemente se ríe, mientras que Shane le hace un gesto con los dedos de "a sus órdenes" a Logan.
—¡Será posible esto...!
Logan se ajusta la mochila al hombro, dándose prisa en bajar las escaleras del recibidor con su característica agilidad, sorteando el gentío. Sin embargo, su sonrisa se atenúa un poco en cuanto llega al final de los escalones y se detiene unos segundos por esa zona menos concurrida y tranquila, pues le asalta de nuevo la inevitable necesidad de compartir esas pequeñas tonterías que le hacen reír con ciertas personas a las que no ve desde hace tiempo.
«Me parece que hoy tampoco la veré por aquí...».
Sacude un poco la cara entonces y sigue su camino. Es al retomar la marcha y alzar la vista que ve, a unos cuantos metros de distancia y cercano a la entrada del gran salón, a alguien a quien hace demasiado tiempo que no ve.
—¡Pero bueno, si es el desaparecido Snake Man! —La alegría le vuelve a la cara y se apresura en llegar hasta él. Es una vez allí que se fija en la otra persona que le acompaña—. ¡Señor Hopper! Cuánto tiempo sin verle a usted también.
—Buenos días, Logan —le saluda el hombre, con una sonrisa relajada—. Me alegro de verte como siempre.
—¿Como siempre? —cuestiona Keith. Se lleva las gafas de sol a la frente—. Yo lo veo un poco más alto que la última vez que nos vimos... O a lo mejor es que se está poniendo de puntillas. No me digas que te has puesto alzas...
—Tan gracioso como siempre, Snake Man... Veo que no pierdes tu chispa ni a tiros —observa Logan, cruzándose de brazos—. Hasta para hacer cumplidos eres ofensivo.
—Sé que me has echado de menos, lemming, no disimules.
—¡Pues sí, la verdad! ¿Se puede saber dónde te has estado metiendo? Apenas Victoria sabe de ti, y tampoco coincidimos demasiado...
—Es cierto... es que he estado un poco liado estos meses. —Se apoya una mano en la cadera—. Y me temo que voy a seguir estándolo, chatín. Hoy he venido porque necesitaba hacer una visita en persona: no me basta con los informes telefónicos de Vicky, por muy completos que sean.
—¿Informes...?
Ante la pregunta de Logan, Keith comparte con el señor Hopper una breve mirada interrogativa. Cuando Keith asiente, el hombre toma la palabra:
—Verás, Logan, Keith está aquí por tu amigo Dustin.
—¿Dust? ¿Está aquí...? —No puede disimular su repentino nervio.
—Oh, no, claro que no. Sigue en casa —le dice con amabilidad—. Pero ya está algo mejor que hace unos meses, de eso no cabe duda. Justo de eso le estaba hablando a Keith cuando me lo encontré al llegar...
—Sí. Me pasé por aquí antes de ir a casa de Krausser para darle un abrazo a Vicky. Y verte a ti, claro —explica Keith. Se cruza de brazos—. No sabía cuánto me llevaría la visita allá así que quise adelantar esto, porque luego me pillará el toro con la mudanza.
A Logan le asaltan varias preguntas: quiere saber a qué vienen las prisas de Keith, también a qué se refería con los "informes" de Victoria... pero hay una duda que le hace más ruido que cualquier otra, y es la única que no se atreve a formular en voz alta.
—Hablábamos de que Dustin ya se encuentra más estable —comenta entonces Hopper.
Logan le mira y entiende que está respondiendo a su pregunta muda: después de todo, lo poco que sabe de este hombre es que es experto en lenguaje corporal.
—Está comiendo algo mejor y responde bastante bien al tratamiento.
—Sí... Vicky me tuvo al tanto cuando él estuvo ingresado, los primeros meses —le cuenta Keith, algo más serio—. Porque tú eso sí que lo sabías, ¿no, lemming? Que dio un bajón tan gordo que lo tuvieron entubado un tiempo, por no querer comer.
—Sí, lo sé —afirma, con boca pequeña. Aparta los ojos con vergüenza, mientras se ajusta la mochila al hombro.
—Es comprensible. Al fin y al cabo, no se ha tratado solo de un único duelo —continúa Hopper, más dirigido hacia Keith. Tal y como si continuase la conversación anterior a la llegada de Logan—. Pasó mucho tiempo anclado a la fase de negación por la pérdida de Samuel, ya que él creía realmente que seguía con vida, e incluso le veía, según pude averiguar más tarde.
—Qué movida, chatín...
—Lo que vuestro amigo tenía por su hermano era un lazo muy profundo. Por eso, lo que después le ocurrió a Grace solo empeoró su estado mental —prosigue el psicólogo, serio—. Agravó sus lagunas de un modo exagerado: un mecanismo de defensa emocional que a la larga iba a resultar incompatible con una vida normal para una persona tan joven. De no haberle puesto un remedio forzado, habría terminado olvidando buena parte de su vida, si no toda, solo para protegerse a sí mismo del dolor.
Esta información no es nueva ni para Keith ni para Logan, pero para este último está resultando especialmente doloroso recordarlo, y ese sentimiento se traduce en un aumento de fuerza en la mano con la que sujeta el asa de su mochila.
—El coma de dos meses no le permitió asistir al entierro de Samuel y darle una despedida normal, así que eso fue lo que... encasquilló sus emociones de forma tan potente.
—Pero entonces... ¿quiere decir que seguirá olvidando cosas? —pregunta Logan.
—Es posible. Pero su mente ya no tiene ningún recuerdo que bloquear de manera inconsciente, de modo que ahora solo queda trabajar en ello para caminar hacia delante y que cada día refuerce más su mente, con tal de retener los recuerdos. Y lo cierto es que ha habido una mejoría notable desde entonces... sus genes son extraordinarios.
—Así que podrá recuperarse si lo ayudamos, ¿no, señor Hopper? —cuestiona Keith, interesado—. Quiero decir, ese tipo de afecciones tan fuertes por experiencias traumáticas... Mi padre las ha estado sufriendo desde que volvió de la guerra. Él también ha pasado por alucinaciones y pérdidas de memoria, a corto y largo plazo. Me estuve documentando mucho y al parecer puede trabajarse en ello, ayudarles con ciertas situaciones específicas o palabras clave que los sacan de sus trances y bucles, ¿cierto?
—Eso es —afirma el hombre—. Aunque es un esfuerzo que requiere de una paciencia enorme, por parte nuestra y suya, por supuesto. Cada persona es un mundo aparte en cuanto a psicología se refiere, y más tratándose de alguien con Stigma... Pueden seguirse unas pautas, pero el resultado es a menudo impredecible en este tipo de situaciones tan complejas.
—Ya, lo sé...
Casi como si buscase reactivar un poco el ánimo decaído de Logan, que sigue con la mirada gacha, Hopper continúa hablando en un tono algo más reconfortante:
—Pero no os preocupéis, chicos. El simple hecho de teneros alrededor es algo sencillo y que le puede ayudar mucho —asegura el psicólogo—. Son las pequeñas piedras unidas las que terminan haciendo muros, recordadlo siempre.
«Claro... por eso yo no me atreví ni a pasar de la puerta para verle», se machaca internamente Logan, «Eso es lo que soy: una piedra en el camino, que le hizo tropezar e irse de morros...».
—¡Anda, pero mira quién viene por ahí...!
De ceño fruncido ante el animado tono de Keith, Logan se gira sobre sí mismo.
—¿Heather? —La voz le tiembla sin querer, por la sorpresa.
—Buenos días, chicos —les dice, sin su característica efusividad. Logan se fija en su nuevo peinado, más corto y con una pequeña diadema en lugar de sus dos coletas—. Cuánto tiempo sin verte, Keith.
—Sí, ¿verdad? Echaba de menos tu carita de ángel —le cuenta Keith—. Ahora iba hacia tu casa a ver a tu hermanito, esperaba encontrarte por allí.
—Lo sé, mamá me lo dijo. —Sonríe, aunque mantiene su tono neutro. Mira entonces hacia el psicólogo—. Señor Hopper, justo iba a llamarle ahora: mi padre me ha pedido que le diga que le está esperando en la empresa. Al final ha podido cancelar su otra cita y puede verle antes.
—Oh... comprendo. Ahora le llamo y le digo que voy para allá.
—Yo puedo llevarle en mi coche si quiere —se ofrece Keith, colocándose las gafas de sol de nuevo—. Así por el camino puede seguir contándome cosas, ¡todos estos temas psicológicos me interesan bastante!
—No veo por qué no. Te lo agradezco, Keith —acepta el hombre—. Nos vemos pronto, chicos. Cuidaos mucho, ¿de acuerdo?
—Claro...
Logan alza una mano a modo de despedida, mientras Keith se aleja con el señor Hopper hacia la puerta. A los pocos segundos, gira la cara y ve que a su lado sigue Heather, en silencio.
—Ey, Heather... ¿cómo te va? —le pregunta él, justo cuando ella ya se movía para marcharse también—. Hacía... mucho que no coincidíamos.
—Ya. —Se detiene, a unos metros de él. Su voz sigue siendo bastante apagada—. Bueno... es que no suelo tener mucho tiempo para nada. Entre los... estudios y ayudar en casa. Ya sabes.
—Lo sé... Pero, en fin, tal vez podríamos... no sé, quedar algún día, ¿no? Para... hablar como hacíamos antes. Si quieres...
La chica se toma unos segundos antes de negar con la cabeza, con la mirada distraída.
—...No creo que sea una buena idea, Logan.
—¿Por qué no? A ver... no creo que sea tan horrible intentar volver a la normalidad después de tanto tiempo, ¿no crees?
Logan ve entonces que Heather frunce un poco el ceño y aprieta los puños, a la altura de la cintura. Sigue sin mirarle a la cara cuando dice:
—No, no lo creo. Nadie debería acercarse más a nosotros.
—Heather, eso...
Sin que él pueda decirle nada más, la chica decide irse de allí por donde vino.
«¿Y... qué me esperaba? Nada ha cambiado desde entonces», se lamenta, anclado allí.
«Ella... no solo me vio dejar tirado a su hermano, si no que ahora debe tener miedo de estar conmigo y copiar mis "peligrosas" habilidades, después de ver lo que Gracie...».
Oye de pronto el timbre que anuncia el comienzo de la primera clase de ese día en la academia. Suspira, abatido.
«En realidad... no sé cuál de esas cosas es más hiriente. Pero no me veo capaz de solucionar ninguna de las dos».
◇◇◇
Ya es casi mediodía.
Keith se ha entretenido un poco durante la mañana, al llevar al señor Hopper a la empresa de Arnold, pues se quedó un rato hablando con este último.
Ahora ya se encuentra a la espera, frente a la puerta de los Krausser. A los pocos segundos aparece Claudia, que le abre y le dedica una sonrisa.
—Ah, Keith... Ya creía que no vendrías —bromea ella—. ¿Cómo te ha ido el viaje?
—De lujo. Siento haber tardado, le dije que vendría pronto y, en fin... entre unas cosas y otras me he entretenido. Pero bueno, aquí les traigo mi disculpa.
—Pero si no era necesario, de verdad —asegura con amabilidad ella, al recibir de él una enorme caja de bombones—. No tenías que haberte molestado.
—¡No es molestia! Son para las reinas de la casa. Que sé que a Heather le encantan esas cosas.
—Te lo agradezco mucho, Keith. Verás qué contenta se pone cuando vuelva. —Se retira un poco de la entrada—. Anda, pasa, no te quedes ahí fuera.
—Gracias, señora Krausser. —Una vez dentro, se quita las gafas de sol y se las cuelga del cuello de su camisa vaquera—. Está segura de que puedo verle, ¿no?
—Claro. Ya te lo dije por teléfono —le dice ella, sujetando la caja de bombones con ambas manos contra su pecho—. Solo ten un poco de paciencia, ¿de acuerdo? No te preocupes si no reacciona demasiado... no es por ti.
—Lo sé. He estado hablando con el señor Hopper hoy.
—Entonces ya te habrá puesto al día mejor que yo. —Keith ve en la mujer un intento de sonrisa—. Ven, te acompaño a su habitación. Ya le avisé de que vendrías, pero no sé si se acordará.
—...No se preocupe, no me alargaré demasiado. Tampoco quiero molestaros.
—No es molestia, Keith. Recibir visitas así es la mejor medicina.
A Keith le tranquiliza escuchar eso. Se detiene por las escaleras mientras ella sigue subiendo, entretenido al mirar los cuadros colgados por la pared: es algo que en su casa es escaso. Presta más atención a las fotografías en las que aparece Dustin, fijándose en la cantidad de instantáneas en las que él sale junto a Sam, de niños. Con ese rápido vistazo ve que la otra mitad son, en su mayoría, fotos en las que Dustin está junto al resto de la pandilla, de la que él no formaba parte todavía.
Al verlo con Logan y las chicas desde tan pequeños sabe que, más que amigos, siempre han sido una familia.
—Dustin... ya está aquí Keith. Ha venido a verte —le oye decir a Claudia, asomada a una de las habitaciones.
Keith termina de subir las escaleras hasta llegar tras ella y ve que la mujer le hace un gesto con la cabeza a él, al tiempo que abre un poco más la puerta para dejar que se asome.
—¿Qué hay, chatín? —Arrimado a un lado de la puerta como Claudia, ve a Dustin allí, sentado al borde de su cama y devolviéndole una mirada impasible—. Creo que le he jodido la siesta... —comenta hacia la madre.
Ojeroso, Dustin se limita a negar un poco con la cabeza y pasarse la mano por el pelo con somnolencia, lo que da a pensar que Keith lleva razón. Claudia sonríe un poco y le pone la mano por el lado del hombro a Keith.
—Os dejo a solas. Si necesitáis cualquier cosa estaré bajo, ¿de acuerdo?
—Muchas gracias, señora Krausser.
Una vez la mujer se marcha, Keith pasa de la puerta y la junta un poco. Camina un hasta quedar en medio de la habitación.
—Bueno, ahora en serio, ¿cómo te encuentras?
De nuevo, la respuesta de Dustin es un simple movimiento de cabeza, esta vez afirmativo. Ve que sigue sin levantar los ojos del suelo, sin prestarle demasiada atención.
Pero Keith recuerda lo que Claudia le avisó y no se lo tiene en cuenta, sonriente. Se dedica entonces a observar la habitación en la que están, fijándose en que está tan oscura porque la persiana está a medio bajar, aun siendo de día: una lamparita de mesa es la encargada de iluminar la estancia, que permanece más limpia y ordenada de lo que Keith se esperaba de alguien con una depresión tan severa.
—Vaya, Krausser, nunca dejas de sorprenderme. Hasta estando de bajón eres un tío aseado —le dice, socarrón—. Si vieras como tengo yo el mío un jueves cualquiera...
—Hacía mucho que no te veía. —La voz de Dustin suena entumecida, como si llevase tiempo sin hablar—. Creía que... te habías mudado.
—No... no me mudé. Solo estuve ocupado yendo y viniendo. Pero tampoco me pasé mucho a visitarte porque, en fin, Vicky ya me tenía al tanto.
Él asiente, al comprender. Keith camina y se acerca hasta él.
—¿Puedo sentarme ahí?
Ante el leve asentimiento de Dustin, Keith se sienta a su lado.
—Verás, Krausser. He venido porque necesitaba decirte algo importante en persona.
Ve que Dustin únicamente entrelaza sus delgadas manos mientras le escucha, sobre sus rodillas. Keith suspira un poco y su tono se vuelve un poco más resuelto en cuanto vuelve a hablar.
—He estado hablando mucho con tu psicólogo estos meses, el señor Hopper. Hoy además me lo encontré en persona y me ha podido contar un montón de cosas interesantes sobre psicología. La verdad es que todos esos temas me resultan fascinantes.
—M-me alegro de que te guste.
Keith sonríe.
—¿Sabes? A mí siempre se me ha dado bien la tecnología, tú lo sabes. Pero, no sé... la psicología es algo que me atrae bastante. Creo que es muy importante conocer bien la mente humana y ser capaz de ayudar a otras personas con eso, ¿no crees?
—"Ayudar" ...
—Sí. Tal vez te parezca un poco sorprendente, pero... tengo la sensación de que ya tengo claro qué quiero hacer con mi vida. Y lo he descubierto al interesarme por ti, por... lo que te pasó.
—¿Por mí...?
—Es decir, en realidad es algo que ya estaba ahí en mi vida, pero nunca lo vi de esa forma hasta hace poco: he estado cuidando a mi padre y defendiéndolo de todo el mundo solo porque creía que yo era el único que le entendía. Había días en que me costaba mucho mantenerme en mis trece, e hice cosas para desquitarme de las que no estoy orgulloso, pero...
Keith hace una pausa, en la que se lleva una mano hasta la muñeca donde el pañuelo cubre sus viejas cicatrices. Suspira.
—Conocerte mejor e interesarme por todo por lo que has pasado... tu manera de lidiar con ello —continúa, calmo—. Siento que desde que empecé a buscar remedio a todo eso, algo en mí empezó a decirme que tal vez algún día podría ser realmente de ayuda... ser útil a más gente como vosotros.
—...Me alegro por ti, Keith —le dice, tras unos instantes de silencio.
Keith sigue con la sonrisa en sus labios, pero al mirar hacia Dustin ve que él continúa con la misma expresión vacía, a pesar de la amabilidad de sus palabras.
—Pero, como te decía, si estoy aquí es porque quiero ayudarte.
—Ayudarme... ¿a qué?
—Igual que tú me ayudaste a mí, claro.
Dustin entonces frunce un poco el ceño, confuso.
—P-pero si... yo no ayudé a nadie.
—Claro que lo has hecho, más de lo que te piensas —le corrige al momento, molesto—. El mundo necesita más gente transparente como tú, chatín. Que de hijos de puta ya va sobrado...
Ve a Dustin negar con la cabeza.
—E-eso es una... estupidez, Keith. Y-yo ya no soy lo que... era.
—Sí que lo eres. Solo que ahora estás un poco tocado y no lo ves claro, pero...
—No, Keith. N-no lo veo —le interrumpe él, detalle que le sorprende—. P-pero sí veo... cosas que no debería.
—Lo sé...
—Y ya no veo el sentido... a interactuar con otras personas. A esforzarme —le dice, apático—. N-no sirvió de nada... ni servirá.
Keith se queda callado unos segundos, en los que Dustin tampoco dice nada más. Ve que el rubio sigue apretando unos dedos con otros.
—Bueno... a veces no hay que esforzarse tanto, chatín —le dice de pronto Keith, mirando al frente—. Hay momentos en que simplemente hay que sentarse y... recibir lo que uno ha sembrado, ¿no crees?
Después de esa pregunta, vuelve a mirar hacia Dustin y ve que sigue igual de ausente, como si no hubiese escuchado nada de lo que le ha dicho: como si realmente no le importase nada ya.
Keith entonces sonríe de medio lado y suspira.
—...Dustin, ¿puedes mirarme un momento?
Ni siquiera el detalle de que Keith le llame por su nombre capta su atención, de modo que Keith da un paso más: lleva su mano hasta la cara de Dustin y la gira hacia él con sutileza, para tenerle de frente. Sin darle margen a procesar su gesto, Keith se acerca más a él y le besa.
Tras el breve acercamiento, Keith se separa y le sonríe, ante su expresión desubicada.
—Esta es solo una forma de darte las gracias. Por lo que sembraste —le dice, como si tal cosa—. No te pido que te cambies de acera ni nada por el estilo, tranquilo. No le haría esa putada a la pobre Vicky... que de esa sí que ya no se recuperaría. —Se ríe un poco—. En fin, ¡al menos te he hecho reaccionar un poco!
—P-pero Keith... tú...
—Sí. Y Grace lo sabía —confiesa, de nuevo con la vista al frente y algo más serio—. Terminó sabiéndolo y fue por eso que rompió conmigo. Porque yo no la quería como ella necesitaba.
Dustin no sabe qué puede decir, mientras procesa la información.
—A lo mejor soy un capullo preguntándote esto porque estás a medio gas, pero... ¿recuerdas lo que hablamos tú y yo, el día en que conociste a Elisa? En mi coche, cuando tú te arrepentiste de haber ido y yo tuve que convencerte para quedarte a ver a Grace.
—C-creo que sí... —le dice, aunque en realidad le cueste acordarse.
—Pues todo aquello que te dije sobre mí, sobre mi padre... sobre lo idiota que me sentí por haberte tratado mal y lo mucho que quería compensarte cuidando de Grace. Todo eso era verdad, solo que... no lo hice sólo por amistad.
Hace ya unos segundos que Dustin ha vuelto a apartar los ojos de Keith, dolido.
—¿Por qué? —pregunta al fin Dustin, en un hilo de voz—. ¿P-por qué hiciste tanto por mí?
—Puedo repetirte el beso si lo necesitas, chatín. A mí no me importa.
—P-pero... por mi culpa t-tuviste que pasar por toda aquella mentira con ella, y yo n-ni siquiera te...
—Ay, adoro tu dulzura de bollo relleno, de verdad —le corta, divertido—. Pero créeme, tienes que dejar de echarte la culpa de todas las mierdas que pasan en el mundo, Krausser. Porque hay demasiadas.
—¿Por qué lo hiciste, Keith? ¿Por qué yo?
La insistencia en esa pregunta y el tono tan roto que utiliza es suficiente para frenar un poco la picardía de Keith: casi le suena como si estuviera enfadado consigo mismo.
Él se queda un rato pensativo y resuelve, de nuevo sonriente:
—Pues porque tú eres "guay".
Dustin no comprende el trasfondo de esa frase tan sencilla y continúa contrariado, inconforme con la respuesta. Niega un poco con la cabeza.
—P-por eso ella cortó contigo. Los dos habéis sufrido t-tanto por mi culpa...
—Al final voy a tener que darte, ¿eh? —le dice de broma—. Escucha, chato: Grace y yo ya estábamos rotos, desde pequeñitos. Lo único que tú hiciste fue estar ahí, intentaste arreglarnos como pudiste... conmigo ni siquiera te diste cuenta de lo mucho que me ayudaste. Así que me da igual cuantas veces olvides lo bueno que hiciste, pienso seguir recordándotelo hasta que decidas tirar la palabra "culpa" por el retrete y tires de la cadena.
Dustin entonces se levanta de la cama y camina hasta su escritorio, despacio. Una vez allí se apoya sobre sus manos y le da la espalda, con el deje cansado que Keith vio en él desde que entró por la puerta.
—Tranqui, ya te he dicho que no me importa repetirme. —Él también se levanta del colchón y camina hasta la puerta, donde se detiene—. Aunque a partir de ahora solo podré repetírtelo por teléfono...
Extrañado, Dustin gira la cara hacia él.
—Verás, Krausser... Vine a verte en persona para despedirme porque mañana me mudo con mi padre a Sant Silvery, de forma definitiva. Allí hay una clínica de desintoxicación muy buena —le dice, mientras apoya una mano en la cadera—. Después de tantos meses de lío, hemos conseguido que se retire la orden de alejamiento de mi padre hacia mi madre y mi hermana, y... aunque no vivamos en la misma casa, al menos estaremos en la misma ciudad y yo podré ver a Mónica a diario. Y cuidar de mi padre al mismo tiempo.
Keith se toma unos segundos de pausa antes de continuar su explicación. Ve en Dustin una expresión entristecida que bien puede significar lo poco que le gusta la idea de que se vaya. Y eso a él le hace sonreír.
—Mi hermana Mónica es una tía muy hábil en temas de búsquedas, ¿sabes? Tiene un montón de contactos —continúa explicándole—. Por eso me he pasado meses convenciéndola para que me ayude a resolver unos asuntos un tanto... turbios.
Esas palabras confunden aún más la frágil mente de Dustin.
—¿D-de qué asuntos... estás hablando, Keith?
Calmado, Keith no abandona su media sonrisa.
—No te preocupes por eso todavía, chatín. Todo a su debido tiempo. Tú dedícate a ponerte mejor, ¿vale?
Dustin continúa desalentado por la noticia, sin saber qué decir: la palabra "tiempo" parece crisparle, pues tuerce el gesto al escucharla. Se sienta en su silla de escritorio por inercia, despacio y con la vista puesta en ninguna parte.
—Me hubiera gustado poder quedarme por aquí cerca, ¿sabes? —le dice Keith, con la mano en el pomo de la puerta—. Va a ser jodido volver a tenerte lejos y enterarme de las cosas a distancia otra vez... Pero bueno, confío en que Vicky seguirá cuidando bien de ti: la chatina está como loca contigo.
El corazón de Dustin está tan entumecido por el dolor que le cuesta responder nada. Pero su mente no deja de darle vueltas a la misma idea: duda que pueda soportar la ida definitiva del primer amigo que lo ha visitado en meses sin contar a Victoria, que trató de permanecer más cerca de él que nadie de la pandilla original.
—Estaremos en contacto, ¿vale, Krausser? Cuídate y hazme caso: no cojas nada que no sea tuyo, ¡y menos si se trata de culpa!
—Keith... espera —le interrumpe, y se levanta de la silla. Él mismo tuerce un gesto de extrañeza y debe pararse a pensar lo que iba a decir. Keith ve eso y suelta una pequeña risa—. ¿P-por qué no... te quedas a comer con nosotros hoy?
—¿Quedarme?
—C-como... despedida. Y... para agradecerte el que... hayas venido a verme.
Keith alza una ceja, todavía sonriente.
—¿Por qué no? Me encantaría —resuelve—. Aunque mi forma de dar las gracias sigue siendo la mejor.
. . .
Cuando llegó la hora, Keith se ofreció para ayudar a preparar la comida, junto a Claudia y Heather: consiguió, ante el asombro del resto de la familia, que Dustin volviese a interactuar con algo tan sencillo como poner la mesa, aunque no terminaba de despegarse de su apatía. Pero logró, con sus habituales chascarrillos, que Heather se uniese a sus tonterías, sacándole más de una pequeña risa.
Algo que tanto Claudia como Arnold agradecían inmensamente.
—Lo que yo me pregunto es —comenta Claudia, ya reunidos alrededor de la mesa—, ¿cómo es que tú no coincidiste más con Heather y Dustin, Keith?
—¿Coincidir? Ah, ¿se refiere a cuando éramos pequeñajos?
—Sí... recuerdo que alguna vez jugasteis juntos por el barrio, pero me extraña no haberte visto más. Con las cosas que tenéis en común —añade ella.
Heather asiente a la afirmación de su madre. Dustin en cambio permanece en silencio, pues sabe la respuesta y no puede evitar sentir vergüenza, por creerse culpable otra vez.
—Bueno... La cosa es que a mi padre nunca se le fue la espina de la guerra contra los Stigmas —responde Keith, con la tranquilidad de quien ya lo tiene más que asumido—. Y aunque ahora ya está manejando un poco mejor sus cambios de humor, antes le era muy difícil aceptar que yo tuviese amigos con Stigma. Por eso dejé de juntarme tanto con su hijo.
—...Lo siento mucho, cielo —se disculpa la mujer—. Pero me alegra saber que todo esté regresando a su cauce.
Arnold se limita a beber de su vaso de vino, sin intervenir en ese tema: aunque él conoce bien a Jason Connor y lo que hizo realmente con Keith, prefiere mantener el tono animoso de la velada por el bien de su familia. Ya tuvo su momento de preguntarle personalmente cuando el chico vino a su empresa, a traer al señor Hopper.
—Lo importante es que todo esté yendo mejor.
—Por supuesto, todo va guay ahora —afirma Keith, sonriente—. ¡Ah! Y ahora que digo esa palabra... acabo de acordarme de una anécdota bastante graciosa, de este y yo. —Señala con un cabeceo a Dustin, sentado frente a él.
—¿Anécdota? —cuestiona Heather, atenta.
—No sé si lo sabías, pero a mí siempre me ha gustado jugar a fútbol. Bueno, en general me gusta el deporte, pero en el recreo lo que triunfaba era la pelota, claro. Y a eso que jugábamos todos los chicos de clase, incluso Krausser: pero con él había mucha tontería porque nadie se fiaba de que utilizase su poder e hiciese trampas, así que solía quedarse en el banquillo.
Dustin asiente un poco, aunque en realidad es un recuerdo bastante lejano y le cuesta acordarse bien. Pero sabe que sus padres y su hermana ya conocen esa parte de exclusión por su Stigma en clase, así que tampoco le preocupa demasiado que se hable de ello.
—Pero lo interesante fue el día en que yo me rompí una pierna y dejé de ser la estrellita del equipo —continúa Keith—. Me escayolaron y ya no pude jugar, así que me tuve que quedar en el banquillo, con Krausser. Recuerdo que me dio un bajón enorme, ya que de repente mis amigos me dejaron de lado porque ya no metía goles.
—Serán idiotas —se incordia Heather.
—Eran críos, chatina —se ríe él—. Lo normal era que los críos actuásemos como borregos: donde iba el líder, iban los demás. Así que en cuanto yo estuve fuera de juego, nunca mejor dicho, se buscaron a otro capitán con quien seguir la fiesta y se fueron olvidando de mí.
Mira entonces hacia Dustin y lo ve mareando las patatas de su plato con el tenedor, con la mirada perdida.
—Pero con los días, empecé a olvidarme de mi enfado y a fijarme en otra cosa —continúa—. De repente me di cuenta de que allí estaba yo, contándole mis chistes raros al marginado de clase porque nadie más que él se acercaba a mí. Nadie más me ayudaba a bajar las escaleras con las muletas todos los días, ni me preguntaba si estaba mejor o todavía me dolía.
Tanto Heather como su madre ya tienen una sonrisa enternecida en los labios al oír eso. Dustin, sin embargo, sigue indiferente porque no encuentra nada de especial en la anécdota, ya que nunca consideró aquellos gestos como algo tan extraordinario.
—Descubrí que estaba a gusto con él, sin necesidad de estar chuleando continuamente, como me pasaba con los demás. Pero un día, me puse de muy mal humor porque me anunciaron que aún me quedaba un mes de escayola. Me dio por pensar que ya nunca podría jugar a fútbol y que no volvería a ser admirado o... querido.
A pesar del ánimo decaído que evoca esas palabras, Keith sonríe de medio lado.
—Fue entonces que él me preguntó por qué ese día no le contaba mis chistes. Yo estaba enfadado, así que le dije que no entendía por qué él seguía cerca de mí, si ya no podía jugar a fútbol ni era interesante para nadie. La respuesta que me dio me dejó tan pasmado que todavía no la he olvidado —les cuenta, soltando una pequeña risa—. "Porque eres guay", me dijo.
Esa sencilla palabra logra captar al fin la atención de Dustin, que detiene el movimiento errático de su cubierto y mira a Keith.
—¡Esa palabra es muy nuestra, sí! —asegura Heather.
—Sí... fue una palabra tan simple y la dijo con tanta sinceridad que tuve que creérmela —se ríe Keith—. Su sonrisa hizo que el enfado se me fuese a pique enseguida. Bendita inocencia infantil...
Aunque aquella anécdota de la infancia ha enternecido a su familia, la enredada mente de Dustin comprende ahora el significado que se esconde tras ella, al recordar lo que le dijo horas antes en su habitación. Todavía mira hacia Keith y ve que este le devuelve la mirada, sonriente, como si nada.
«¿Tan importante fue para él... lo que hice? ¿Lo que le dije...?».
Dustin termina bajando un poco los ojos, con algo de rocío en ellos. Todavía escucha a su madre y su hermana conversar de fondo, pero sus pensamientos se han anclado ahora a esa historia que Keith ha contado a su familia, entendiendo poco a poco por qué ha decidido compartirla delante de él.
—Venga, ¿qué tal si brindamos? —dice de pronto Keith, al advertir la mirada cristalina de Dustin. Coge su vaso y lo levanta hacia el centro de la mesa—. ¡Por todo lo bueno que hemos sembrado!
—Por todo lo bueno que hemos sembrado —repiten con ánimo y casi al unísono, todos menos Dustin.
Él se limita a asentir a Keith y a sonreír, mientras chocan cristales. Por primera vez en mucho tiempo, Dustin ve filtrarse algo de luz entre las grietas de su descompuesta vida.
Pero, al contrario de como debiera ser, sentiresa felicidad añorada hace que su pecho se comprima en dolor de un modo quesigue sin atreverse a reconocer.
https://youtu.be/6-6sDRrBznE
Kodaline - "After the Fall"
La gente sigue hablando
Pero no puedo oír una palabra de lo que dicen
La vida sigue moviéndose
El mundo se vuelve cada día más extraño
Y, sí, "el tiempo está de tu lado"
Eso es lo que la gente te dice
Pero tengo que dejarte ir
Mi cabeza dice que esto es para mejor
Solo quiero que sepas
No puedo aguantar por siempre
Cuando todo lo que quiero hacer es dejarlo ir
Todo lo que quiero hacer es dejar ir
Las sirenas están gritando
Pero no puedo escuchar un solo sonido
Y me siento incómodo
Y espero, y espero que se produzca un cambio
¿Estás buscando una respuesta?
¿O simplemente paz interior?
Cuando tu vida ha perdido su significado
Quizás necesites un poco de tiempo
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