55. El héroe que deseamos ser
—Es lo que hacen siempre los caballeros: ¡Salvar a la princesa!
Dustin se quedó mirando con extrañeza a Grace. Ella tenía seis años y él solo uno menos, pero acostumbraba a tratarla como a una persona muy superior, alguien a quien atribuirle toda la sabiduría del mundo por el simple hecho de ser más alta y tener una sonrisa tan mágica.
—E-entonces yo... ¿t-te he salvado? —Miró hacia la rodilla de la niña y allí vio lo que él le acababa de colocarle sobre una pequeña raspadura: una tirita de colores—. P-pero si n-no me ha costado nada...
Ella se rio.
—¡Pero lo has hecho con cariño! Porque viste que me dolía, es decir, me has salvado. ¡Y eso a ti te convierte en un caballero y a mí en la princesa del reino!
—¿Q-qué reino...?
La niña se arrodilló sobre el puente de madera que pisaban, frente al enorme lago de su casa de campo. Tiró de la muñeca de Dustin para que se sentase frente a ella y él no opuso ninguna resistencia.
—Pues mi reino, El reino de los Tréboles —se inventó ella, entre risas—. Y ahora, como recompensa por salvarla del dolor de una caída de bici, la princesa le puede dar un beso al caballero.
Al niño no le salieron palabras, simplemente se sonrojó porque no entendía la mitad de lo que su chica favorita le estaba contando. Pero aquella niña emanaba un magnetismo que le aseguraba que cualquier cosa que ella dijera podía ser real: que podía ser tan maravillosa como lo eran sus ojos verdes.
—¿Y esa cara de susto? ¿Es que no quieres un beso de la princesa? —fingió ofenderse Grace.
—¿Eh? ¡N-no! N-no es eso, es que yo no...
Grace volvió a reírse, al conseguir lo que se proponía: ponerlo nervioso.
—Vale, pues entonces ¡cierra los ojos! Que si no, me da vergüenza.
Él obedeció de nuevo a su amiga, todavía con las mejillas calientes y las gafas algo empañadas.
—¡Eso es! ¡Ahora no te muevas, eh!
Apoyando las manos sobre sus rodillas, Grace cerró los ojos con fuerza y, despacio, empezó a acercar su cara a la de Dustin. Tal y como ella le ordenó, él no se movió del sitio.
Pero, justo cuando sus labios iban a juntarse, una voz lejana llamó a Grace y a Dustin desde la lejanía: la niña enseguida reconoció a su abuela y giró la cara hacia esa dirección, con los ojos ya abiertos y una sonrisa enorme.
Dustin, en cambio, los mantuvo cerrados a pesar de haber oído también a Minerva Cloverfield.
—¡Ay, es la yaya! ¡Eso es que ya deben estar listas las albóndigas con patatas! —aseguró con entusiasmo. Enseguida se levantó y cogió la mano de su amigo, tirando para levantarlo—. ¡Corre, Dustin, corre! ¡O mi hermana se comerá nuestras patatas!
—P-pero... ¿y-ya puedo abrir los ojos?
Gracese quedó con los ojos muy abiertos y solo pudo echarse a reír.
Tras el portazo que Arnold dejó tras de sí al marcharse, el silencio regresa a la casa de los Krausser.
Con rapidez, Dustin gira la cabeza hacia esa dirección. Ignora el dolor de su rodilla al levantarse del sofá y corre tanto como puede hasta el cuarto de baño, en el mismo piso en el que se encuentra. Movido por una energía que a Arnold le pareció inexistente antes de irse, Dustin se apresura en abocarse a la taza del váter, para escupir allí el calmante que su padre le hizo tomar, el que él mantuvo en la boca sin dificultad.
Se queda allí apoyado unos segundos para luego tirar de la cadena y verla desaparecer en un remolino de agua. Camina hasta estar frente al espejo y se dedica a refrescarse la cara mientras piensa en el plan que le vino a la mente, quitándose las gafas y dejándolas por allí.
«Si creen que voy a quedarme quieto están equivocados». Cierra el grifo y mira su reflejo en el espejo, con ambas manos apoyadas sobre el mármol: su aspecto evidencia el insomnio que lleva meses sufriendo. «No pienso fiarme de lo que unos policías corruptos digan de Hannah Grace. De tipos que la querían muerta...».
Se retira hacia atrás el pelo que le cae por la cara y al estar mojado logra mantenerlo un poco. Respira hondo.
«Iré por mi cuenta a casa de las Cloverfield. Nadie me verá, porque podré usar mi poder. Sin "calmantes" que valgan».
Sale del baño y se dirige hacia la puerta principal. Se asoma a las pequeñas ventanitas que se encuentran a cada lado de la puerta, cubiertas por cortinas: ya no ve a su padre así que da por hecho que ya habrá llegado allí, pues está tan cerca que se puede llegar en diez minutos andando.
Pero cuando se dispone a quitar las cerraduras y abrir, se encuentra con algo que le tuerce el gesto al momento.
—¿Nos ha... cerrado?
Vuelve a intentar abrirla pero descubre que es inútil: Arnold ha bloqueado la puerta porque no se fía de la obediencia de su hijo.
—¡¡Joder!!
Da un rápido manotazo a la puerta y respira hondo. Intenta serenarse y pensar en otra opción, mientras da vueltas por la sala principal. Enseguida le viene una a la mente y su cara se gira hacia las escaleras, al piso superior.
«Tengo que irme antes de que mamá y Heather bajen...».
Sus ojos se clavan entonces en uno de los ventanales del salón, los que dan al lateral de la casa, y camina hasta él. Ni corto ni perezoso, levanta la palanca de cierre y abre la ventana, importándole poco que siga diluviando. Se apoya en el alféizar y sale al exterior, cerrando tras de sí con rapidez.
Bajo la lluvia, gira sobre sí mismo y mira a lo lejos, allá donde se podían ver las luces rojas y azules de los coches patrulla.
«Bien... ahora a intentar que no me cacen antes de hora».
◇◇◇
En Kerzefield, la casa de las Cloverfield está atestada de policías y cubierta por cordones de seguridad. El día está tan oscuro y plomizo debido a la tormenta que hasta parece que todavía sea de noche, a pesar de que aún es por la mañana.
Dustin ha utilizado su Stigma para plantarse allí en un segundo, en la parte trasera del domicilio sin ser visto por nadie. Agachado y parapetado tras una esquina, trata de localizar a su padre, entre tanto agente yendo de arriba para abajo.
«¿Pero dónde se ha metido este hombre?».
Apenas se lo pregunta, lo ve: justo ahora está entrando, siendo recibido por la propia Rachel. Ella le dice a los agentes que él es de su familia.
«Anda, aún llegué antes que él...».
Sin haber ya nada de su interés en el exterior, Dustin se retira un poco tras aquella pared y respira hondo, con los ojos cerrados y la mano sobre su acelerado pecho.
«Bien... Ahora es el momento».
Dustin activa de nuevo su Stigma, sin querer pararse a pensarlo. Todo se paraliza a su alrededor y él puede correr hacia el interior del domicilio, ahora que se encuentra abierto con su padre en la puerta, hablando con Rachel. Sortea sin problemas cada obstáculo en su camino, aprovecha que nada más se mueve excepto él. Con rapidez, echa un primer vistazo a la estancia y le frustra ver tanta gente en una casa tan pequeña.
Aunque agradece no ser el único que esté encharcando el suelo con sus zapatos porque de esa manera no será descubierto por sus huellas.
«Necesito un buen escondite para poder escucharles. Quiero saber qué dice Rachel de todo esto».
Mientras busca ese rincón en el que poder guarecerse, sus ojos se detienen en algo que capta su atención al momento: ve a Felicity a través de unos cuantos hombres con chaqueta de forenses. Observa que está sentada en su sofá, con la vista puesta al frente y ningún atisbo de inquietud en su expresión, como si fuese ajena a todo el revuelo que los policías suponen alrededor en la pequeña casa.
Pero de pronto siente que el corazón le da un salto extraño y entiende al instante que debe detener el uso de su Stigma.
«Vale... En esa habitación de ahí no parece haber nadie. Las luces están apagadas... Me meteré ahí mientras me recupero».
Se apresura entonces en entrar a ese pequeño trastero bajo las escaleras, cerrado con puerta de madera. Una vez dentro, deja entreabierto de forma imperceptible con tal de poder escuchar lo que ocurra en el exterior: se sienta en una esquina desde la que puede ver a través de ese pequeño resquicio.
En cuanto desactiva su Stigma, siente un mareo al que ya está acostumbrado. La única novedad esta vez es que vuelve a sentir de nuevo la quemazón latiendo en su rodilla.
Se permite unos segundos para cerrar los ojos y respirar de forma pausada, tanto como puede. De fondo oye de nuevo el murmullo de la gente que deambula por allí, aunque reconoce por la cercanía las voces de su padre y de Rachel.
—Quieren tomar declaración a Felicity, Arny. Insisten mucho —le oye decir a la mujer, con nervio—. Pero ella sigue en shock...
Dustin abre entonces los ojos, con el ceño fruncido.
—No te preocupes, Rachel —le dice Arnold—. Yo me encargaré de que nadie se pase de la raya con tu hija.
—Los agentes que custodiaban la casa niegan haber visto a nadie entrar —continúa ella—. Pero Felicity no quiere hablar...
«¿Felicity...?».
Mientras sus dudas empiezan a hacerle ruido en la cabeza, el murmullo general en la casa se atenúa por unos segundos, dejando un hueco para que Dustin escuche la voz de Rachel decir una palabra clave que le invita a prestar atención: abogado.
—¿Crees que sería buena idea llamar a un abogado, Arny? No quiero que la acusen de nada... Pero dicen que ella era la única que estaba en casa cuando ocurrió y...
«Espera... Si es inocente, ¿de qué tiene miedo?».
Es cuando Dustin se mueve un poco para asomarse que ve que Rachel se echa a llorar. Observa como Arnold la acompaña a la cocina y continúa dándole ánimos. Pero Dustin no se achanta ante las lágrimas de la mujer, porque le pican más las piezas que no encajan en el puzle.
«Felicity... ¿por qué no querría contar nada a la policía? ¿Y por qué los agentes no vieron a nadie entrar, si solo hay una puerta en esta casa?».
Al no oír voces cercanas, da por hecho que ya no queda nadie en la entrada: pero, al asomarse, ve que hay un agente de policía bloqueando el paso al comienzo de los escalones, además de una fina cinta policial que impide el paso.
Sin embargo, al estar de espaldas a él, Dustin se puede permitir asomarse un poco con tal de ver a Felicity, a través del marco del salón en el que ella se encuentra. Se fija entonces en lo que ya observó cuando entró, antes de la taquicardia: su inusual expresión de apatía ante un revuelo tan grande.
«¿Qué es lo que le ocurre?», se pregunta, «¿Por qué no está tan nerviosa como su madre? Como ella misma suele estar cuando algo no va bien...».
Ve entonces como ella alza la cara y la gira en su dirección, igualmente apática.
«¡Mierda...!».
Aunque quiere retirarse y esconderse de nuevo, los músculos de Dustin no le obedecen. Se queda allí quieto, tenso, con la mirada fija en Felicity y temiendo que le delate a los agentes.
Pero lo único que la chica hace es volver a agachar la cara, apenada. Dustin ve como los agentes siguen haciéndole preguntas que ella no responde.
«Algo no está bien aquí... ¿a qué ha venido ese gesto? ¿Y por qué no me ha...?».
Gira la cara a un lado y ve allí al agente que custodia las escaleras, de espaldas a él. Se queda pensativo, al mirar hacia el final de esos escalones.
«A Hannah Grace la encontraron dormida... en la bañera» recuerda él, «Eso está en el piso de arriba. Quizá yo pueda encontrar alguna pista más allí... algo que me diga qué es eso que siento tan extraño en todo esto».
Aprieta los puños al notar que está temblando, solo de pensar en usar su poder estando tan débil todavía. Con la pierna tan dolorida al no permitirse descansar.
«Papá dijo que tomó pastillas... pero, ¿y si no las tomó por voluntad propia? ¿Por qué volvería a casa únicamente para quitarse la vida? Algo debió torcerse cuando llegó... y Felicity era la única que estaba presente».
Mientras se centra en esa venenosa duda que comienza a tomar forma en su mente, Dustin activa su Stigma y sus ojos se iluminan con su característico fulgor anaranjado. El agente ni siquiera advierte su presencia en cuanto él le pasa por el lado, atravesando la cinta policial y subiendo en carrera los escalones.
Sortea a los agentes que encuentra por el camino, estáticos. Su corazón bombea a un ritmo inestable pero Dustin lo ignora, pues algo más importante acapara ahora sus pensamientos:
«Hannah Grace... ¿y si te ha envenenado y...?».
De un parpadeo, se planta en la habitación donde su chica perdió la vida, con toda la convicción del mundo. Seguro de que encontraría la prueba clave para desmontar aquella situación tan inverosímil: que arrojaría luz donde todo el mundo parecía querer oscuridad.
Pero lo que ven los ojos de Dustin al llegar se clava con fuego en sus retinas y hiela su corazón al instante.
—¿Hannah... Grace...?
Sangre que desborda de la bañera, impregnando parte del suelo de baldosas blancas. Un delgado brazo asomando por ella, lleno de cortes verticales que aún gotean. Una imagen tan impactante que parece sacada de su pesadilla y que tumba al instante la mentira que Arnold le contó a su hijo, sobre las pastillas que Grace tomó de forma indolora.
El tiempo ahora se paraliza solo para él. El resto del mundo regresa a su velocidad de siempre, cuando deja de usar su Stigma y sus ojos se nublan de lágrimas.
Únicamente siente una súbita pérdida de fuerza en el cuerpo entero mientras su cabeza solo puede negar, aplastado por la realidad y con su teoría sobre intoxicación forzada siendo derribada. Sus oídos ni siquiera oyen a los agentes a su alrededor, que han comenzado a preguntarle a gritos de dónde ha salido y quién diablos le ha dejado pasar, sacándolo de la habitación sin demasiada delicadeza.
Con sus voces terminan por alertar a Arnold en el piso de abajo. El hombre se apresura a subir las escaleras y llega en carrera hasta su hijo, maldiciéndose en su interior por haber creído que una puerta bloqueada sería un mensaje suficientemente claro.
—Dustin, por el amor de dios, ¡¡te dije que te quedases en casa!! —le amonesta con pesar. Lo abraza con fuerza contra su pecho para que el chico deje de ver aquella imagen tan desagradable, ya fuera del baño—. Te dije que te quedases...
La impasible Felicity imprime entonces algo de dolor en su expresión, en cuanto comienza a oír desde el salón la voz de Dustin, al final de las escaleras. Escucha el quebrado lamento del chico, repitiendo el nombre de Hannah Grace acompañado de la pregunta "Por qué".
La chica entrecierra los ojos con dolor y una lágrima se desliza por su pálida mejilla.
—¿Es p-porque te has caído otra vez?
—No, Dustin. No me he caído de la bici...
Sentados a una mesa de madera llena de libros de texto y coloridas libretas con anotaciones de la escuela, ambos amigos volvieron a quedarse en silencio.
El chico de nueve años se sentía mal por tener que insistir tanto a su amiga, que se negaba a contarle por qué estaba tan triste ese día. Él no podía concentrarse en ayudarla con los deberes si la veía tan desangelada, porque le parecía casi otra persona.
—H-Hannah Grace... ¿es porque ya no te gusta estar conmigo?
La chica giró a él sus ojos mojados, al fin mirándole a la cara después de haber estado evitándolo toda la tarde. Solo entonces vio que él también parecía estar a punto de llorar.
—¿T-tú también vas a irte, como ha hecho Sam?
—Dustin, no... ¿por qué dices eso?
—Porque n-no sonríes como siempre...
La voz titilante de su mejor amigo se clavó en el corazón de Grace, tal y como se clavaron las horribles palabras que su padrastro le dijo el día anterior: "Romperás la vida de mucha gente. Si cuentas las cosas feas y desagradables que te pasan a los demás, te convertirás en una persona odiosa".
—Es que, yo...
Grace terminó partiendo en dos la goma de borrar que estrujaba con sus dedos. Sus ojos nublados de lágrimas parpadearon y las dejaron rodar por su cara. Bajó la cabeza a los libros, avergonzada por llorar delante de la única persona con la que siempre había podido ser ella misma y que tanto admiraba su alegría de vivir.
—Es porque el chico que me gusta no me hace caso.
Dustin se quedó con una expresión de incertidumbre en el rostro, mientras observaba aquella goma hecha trizas sobre el cuaderno de Grace.
No era lo bastante mayor como para saber que acababa de oír una mentira, pero tampoco tan pequeño como para no desconcertarle que alguien ignorase a una chica "tan guay", como él solía decir.
—N-no te preocupes, Hannah Grace —le dijo él tras unos segundos, con la sonrisa más pura del mundo en sus labios—, y-yo siempre te haré caso, ¿vale?
Grace no pudo regresar los ojos a su amigo, porque terminó echándose a llorar. No se vio capaz de seguir soportando la situación, sintiéndose de pronto tan ajena a esa inocencia.
La chica salió corriendo de casa de Dustin sin decir nada más que "Lo siento".
Por el cristal de la ventana ruedan las gotas de lluvia, como lágrimas estampadas a gran velocidad.
Han pasado unas horas. Arnold se ha visto incapaz de dejar a Dustin a solas de nuevo y ha decidido quedarse en casa con él. Claudia es quien finalmente acompaña a Rachel al hospital de Schuld City, para recibir el informe médico en la morgue donde se encuentra ahora el cuerpo de Grace.
En casa de los Krausser, Dustin se encuentra ahora sentado en el banco a pie de ventana, al lado del alféizar por el que escapó horas antes. Está envuelto en una manta pero su cuerpo sigue tiritando.
Arnold entonces regresa del piso de arriba, tras haber estado con Heather. Camina hasta el salón y se queda a unos metros de su hijo, con el rostro serio.
—Dustin... Tu madre se retrasará. Heather y yo vamos a cenar algo, ¿vienes?
—No.
—Tienes que comer, hijo.
—He dicho que no.
Su padre suspira.
—¿Piensas seguir comportándote como un niño?
El chico aprieta la mandíbula y su respiración se vuelve pesada. Sigue con los ojos puestos en el ventanal, enrojecidos por haber soportado tantas lágrimas.
—P-pero eso es lo que soy, ¿no? Un crío indefenso al que poder engañar, atiborrándolo a mentiras o a sedantes. Al que se puede dejar encerrado para que no moleste...
—Mi única intención ha sido siempre protegerte, hijo. Pero solo he conseguido lo contrario, poniéndote en peligro o exponiéndote a situaciones desagradables. Y te pido perdón por eso, pero ten claro que la primera persona que debe cuidar de tu salud eres tú mismo, ¿me has entendido? No es el mejor momento para dejarte de lado. Y si sigues por ese camino, sabes que tu madre sufrirá. Y a mí no me hará ninguna gracia.
La lluvia continúa repiqueteando contra el ventanal. Dustin se limita a sorber con la nariz, con los ojos agachados. Arnold es consciente de que su tono severo empaña demasiado su preocupación paternal y puede resultarle intimidante al chico, de modo que trata de relajar los hombros y dar unos pasos hasta él.
Apoya la mano en la pared cercana en la que Dustin apoya su espalda y suspira de nuevo.
—Dustin, por favor... Esfuérzate un poco y come, tienes que recuperar fuerzas. Tu pierna no va a curarse si no pones de tu parte.
—Así que te lo contaron...
—Sí. Aunque tu madre lo habría terminado averiguando igualmente. ¿Entiendes ahora por qué tuve que cerrar la puerta?
A Dustin se le escapa una media sonrisa de amargura y niega con la cabeza. Arnold entonces se acerca un poco más hasta sentarse al otro lado del banco. Coloca la mano sobre la rodilla lesionada de su hijo y nota allí la rodillera por dentro del vaquero.
Dustin al fin mira hacia su padre y una sensación de vergüenza se apodera de él, tal y como le pasó cuando Victoria tuvo que rescatarle, tras otro de sus intentos fallidos por demostrar que no es "un crío débil".
—M-me siento tan idiota...
—¿Por qué dices eso, hijo?
—P-porque a veces parezco el único incapaz de tener secretos. S-soy tan evidente... cualquiera puede leerme, ya lo decía ese idiota de Caesar...
—Yo no creo que ser tan transparente sea algo malo.
Sin elaborar esa respuesta, Arnold continúa hablando ante el mutismo de Dustin.
—Hijo... siento todo lo que ha pasado. De verdad. —Su voz suena algo más apagada. Su mano continúa sobre la rodilla de Dustin—. Estas cosas se le dan mejor a tu madre, pero... si necesitas contarme lo que sea, me tienes aquí, ¿de acuerdo? Intentaré siempre ayudarte.
Dustin vuelve a quedarse en silencio, con sus ojos puestos en la mano que su padre tiene posada en su rodilla. Arnold termina por levantarse el asiento, tras palmear con suavidad dicha pierna. Cuando ya se ha alejado unos pasos por el salón, Dustin le mira y se dirige a él:
—¿"Lo que sea"?
—¿Cómo? —Se detiene.
—¿Puedo contarte lo que sea?
—Eso dije, sí.
El chico entonces sopesa unos segundos sus siguientes palabras. Arnold lo observa con atención, como si intentase adivinar de qué se trata.
—C-creo que... Felicity le hizo algo, papá —confiesa—. A Hannah Grace.
—¿Felicity...?
Él asiente.
—Estoy seguro d-de que Felicity le dijo algo horrible, cuando ella regresó a casa, y... eso la impulsó a...
Arnold ve como su hijo es incapaz de terminar la frase y se fija en como lleva una mano a su antebrazo, como si de pronto algo le doliese allí al recordar esa horrible imagen de hace unas horas. Vuelve a advertir lágrimas en sus ojos enrojecidos, después de horas sin mostrar más que indolencia e irritación.
—Dustin...
—Estoy seguro de que fue culpa de Felicity, papá —insiste, con la mirada perdida—. Porque n-no tiene sentido: aunque Hannah Grace hubiese descubierto su verdadera naturaleza, su origen... ella estaba empezando a ser feliz, conmigo. Por fin la estaba ayudando de verdad. —Traga saliva, con la respiración inquieta—. Estábamos enamorados, papá. Ya no tenía motivos para querer quitarse la vida...
Arnold no dice nada, abatido al escuchar esa afirmación tan rota. Suspira de nuevo, esta vez más sentido, mientras trata de encontrar las palabras más acertadas.
—Dustin, yo... siento tener que decirte esto, pero... si Grace tenía depresión, encontrar el amor no iba a curarla tan fácilmente. La vida no funciona como en algunas películas, ¿entiendes? —Dustin apenas sorbe con la nariz, sin mirar a la cara a su padre—. La propia naturaleza de esta chica, su genética... todos esos elementos iban a condicionar siempre su vida, por mucho cariño que pudiese recibir de nosotros. Por mucho amor que tú le dieras, hijo.
El rostro de Dustin permanece contrariado. Sus ojos pardos siguen húmedos, sin tener claro si son lágrimas de rabia, tristeza o vacío. Lo único seguro es que las tiene y eso le avergüenza.
Aprieta entonces la mano con la que rodeaba su antebrazo, sobre sus venas.
—Pero, entonces... ¿de qué le serví, papá?
—No siempre podemos servir a las personas que amamos, Dustin —le asegura, afectado por el profundo dolor que impregnó esa pregunta: conoce demasiado bien ese sentimiento—. A veces hay cosas que no están a nuestro alcance, aunque corramos tras ellas... y rara vez nos convertimos en el héroe que deseamos ser.
https://youtu.be/ql3bI39ue9Y
April Meservy & Aaron Edson - With or Without You
Veo tus ojos petrificados
Veo la espina torcida en tu costado
Te esperaré
Juegos de manos y un giro del destino
Sobre una cama de clavos ella me hace esperar
Y espero sin ti
Ni contigo ni sin ti
Ni contigo ni sin ti
A través de la tormenta alcanzamos la orilla
Lo das todo pero yo quiero más
Y te estoy esperando
Ni contigo ni sin ti
Ni contigo ni sin ti
No puedo vivir
Ni contigo ni sin ti
Y te entregas
Y te entregas...
Mis manos están atadas
Mi cuerpo magullado, ella me tiene con
Nada que ganar y
Nada que perder
No puedo vivir
Ni contigo ni sin ti
Oh
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro