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53. El regreso al hogar


—¡Pero si estás empapado! ¿Acaso no tienes paraguas?

—N-no, Felicity. Lo he olvidado —le responde Dustin, inusitadamente tosco.

—Quédate aquí, anda. Iré a buscarte algo de ropa seca —dice ella, al tiempo que cierra la puerta principal—. ¡No te muevas, que me lo pones perdido todo!

Dustin obedece a su amiga y la ve marchar. Sus labios tiritan y su rodilla todavía le incordia un poco, tras el trayecto desde Schuld City hasta Kerzefield a pie y a paso normal. Se acuerda entonces de lo último que le pidió Victoria en el hospital y saca su teléfono para enviarle un mensaje a la chica, avisándola de que llegó bien a su destino. La respuesta de ella no se hace esperar y al momento le contesta con un emoticono amistoso, seguido de una frase: "Si necesitas algo, aquí estaré".

Dustin esboza una media sonrisa al leer eso y a Felicity, que acaba de regresar con ropa seca en brazos y una toalla, le desconcierta encontrarle sonriente después del tono que usó con ella.

—¿Dustin?

—Ah... ¿Ya?

—Ten, cámbiate. Es todo lo que tengo —extiende los brazos hacia él, ofreciéndole la toalla. Él la toma dudoso—. Puedes ir al salón a cambiarte, es donde tengo puesta la estufa. Yo voy a la cocina a preparar algo caliente para beber.

—N-no es necesario...

—Hazme caso. Estás temblando —le dice, mientras va ella misma a dejar la ropa doblada sobre el sillón—. Y deja ahí las botas, que el suelo es de madera. Ah, y lo que te quites, cuélgalo en el tendedero, al lado de la estufa.

De nuevo, Felicity vuelve a ausentarse sin esperar réplica. Dustin se ha quedado con el ceño fruncido, molesto por tantas órdenes cuando ni siquiera querría estar allí con ella, después de tantas semanas sin verse ni hablarse. Empieza a creer que si aceptó su petición por teléfono solo fue porque Victoria había suavizado previamente su ánimo.

Se oyen algunos ruidos provenientes de la cocina e intuye a Felicity preparando tazas. Decide entonces hacerle caso y se descalza, dejando sus botas de cuero mojado allí en una esquina de la entrada. Se revuelve el pelo con la toalla y camina hasta la sala de al lado, donde ella le indicó: se siente algo incómodo al tener que cambiarse de ropa con ella por allí rondando y opta por juntar la puerta de la habitación. Se acerca hasta el sofá más cercano a la estufa y ve que se trata de una camisa azul marino y unos vaqueros oscuros, y a simple vista le parecen de su talla. Utiliza de forma fugaz su Stigma, para tardar lo mínimo posible en cambiarse de ropa. Después deja todo lo que está empapado colgado cerca de la estufa, en el tendedero que Felicity le indicó.

Ya con la ropa prestada puesta se queda observándola con extrañeza, hasta que su mente termina por entender a quién pueden pertenecer esas prendas masculinas en una casa donde solo viven mujeres.

—Dustin, ¿has acabado ya? —La voz de Felicity suena al otro lado de la puerta.

—¿Eh? S-sí. —Nervioso, se asegura que el vaquero prestado no evidencie demasiado la rodillera que el Dr. Cameron le ha puesto, sentándose en el sofá—. Ya estoy.

Felicity entra entonces en la sala, cargada con una bandeja en la que ha dispuesto un par de tazones con chocolate caliente. Camina con precaución hasta la mesilla frente al sofá en el que Dustin está sentado y coloca allí la bandeja para después sentarse ella a su lado.

—No estaba segura de que te quedase bien —le dice ella, mientras observa la ropa que se ha puesto—. Menos mal que tenéis una talla parecida...

—E-esto es...

—Era de mi padre. De lo poco que se dejó —reconoce, cogiendo su tazón y calentándose las manos con él—. Mamá ni siquiera sabe que yo todavía lo guardo. Pero a estas alturas ya me dan igual tantas cosas que no me importa que lo pueda ver...

—B-bueno... te la devolveré antes de irme, si te supone problema.

Ella niega.

—Bebe.

Dustin vuelve a guardar silencio ante la nueva orden y alcanza su taza para dar un pequeño sorbo. Después se queda sosteniéndola con ambas manos sobre su regazo.

—Gracias... está muy bueno.

—Tienes que frenar, Dustin.

—¿Qué?

—Te he llamado porque quiero pedirte que frenes —dice, tras cerrar brevemente los ojos—. Todo esto nos está alterando demasiado a todos. Sobre todo a Logan. Y no pienso permitirlo más tiempo.

—Claro. Están todos acojonados, ¿verdad? —El ligero tono impertinente de Dustin crispa al momento a Felicity.

—Por supuesto que lo estamos. Grace se ha convertido en una amenaza, te pongas como te pongas. Yo no voy a ser tan blanda como tus padres ni voy a dejar que te vayas por ahí a buscarla y a preocupar a todos: tu tontería nos está costando salud a todos nosotros.

—¿Mi tontería...? ¿D-de qué vas?

—Escucha, Dustin. Mi enfado no es contigo realmente, quiero que entiendas eso —asegura, sacudiendo un poco la cara, como si tratase de poner orden en su cabeza mientras habla—. Sabes que lo que no soportaba de mi hermana era precisamente esto: que sus estúpidas acciones arrastrasen a la gente que me importa a su pozo. Y eso es justo lo que está haciendo, estos últimos meses más que nunca. Y no puedo seguir viendo como Logan o tú os deshacéis tanto por el camino. Cómo ya ni siquiera os habláis, después de todo lo que habéis pasado juntos...

Dustin permanece unos segundos en silencio, contrariado. Se ha quedado con los ojos puestos en el chocolate que Felicity le ha hecho y no puede evitar pensar que el elemento conflictivo allí está siendo él, pues ella sólo quiere ayudarle a su manera.

—A mí ya no me importa si fue Logan o no quien le contó aquello a Hannah Grace —le dice al fin, todavía sin mirarla—. Lo único que quiero es encontrarla sana y salva. Y que todo vuelva a la normalidad...

—Dustin... Tienes que empezar a valorar un escenario en el que eso no vaya a ocurrir. Puede que mi hermana simplemente haya decidido no regresar, y vas a tener que aceptar esa posibilidad, ¿comprendes? Tu vida no puede girar en torno a ella y lo sabes.

—¿Y p-por qué iba a querer regresar, con esos malditos carteles donde la muestran como a un monstruo al que cazar? N-no soy yo quien está haciendo esto más hiriente, Felicity. Puede que si la policía n-no se hubiese mostrado tan agresiva desde el comienzo con todo este asunto, ella no tendría miedo de volver con nosotros y ya estaría de vuelta...

—Comprendo que pienses de ese modo, Dustin. La quieres y querrías tenerla a tu lado, lo entiendo —acepta ella, con párpados gachos—. Pero por favor, piensa en lo que intento decirte. Si Grace hubiese querido ya habría acudido a ti, aunque fuese de forma clandestina, ¿no crees? Dudo mucho que sea tan estúpida como para creer que tú piensas igual que la gente que hizo esos carteles. Al menos, es lo que yo haría en su situación: acudir a la única persona que ha demostrado quererme sin condiciones.

Esa afirmación encuentra desprevenido a Dustin, que se queda sin palabras. Era algo demasiado obvio y ni por un segundo se había parado a pensarlo, lo que le hace sentir terriblemente ingenuo.

—Pero... ¿y si es peor de lo que pensamos, Felicity? ¿Y si alguien la ha secuestrado?

—Incluso si eso fuera así... no nos correspondería a nosotros actuar, Dustin. Debemos dejar que se encarguen de esto los adultos...

Dustin guarda silencio de nuevo, todavía con el gesto alicaído. Felicity sujeta la taza con una mano para llevar la otra hasta el regazo del chico, tranquilizadora.

—Dustin, escucha: tú ya has hecho todo lo que podías hacer por ella, puede que incluso más. —La voz de Felicity suena bastante tocada al decir eso—. Creo que ya es hora de que te detengas a descansar y veas lo que tienes alrededor, antes de que sea demasiado tarde.

—Hablas de Logan, ¿verdad?

La chica ni asiente ni disiente, pero Dustin no necesita que se lo aclare.

—...Está bien. Iré a verle mañana —termina anunciando él—. Hablaré con él.

—Gracias, Dustin. —Por primera vez en toda la visita, Felicity sonríe un poco—. Anda, bebe... que se va a quedar frío.

Mientras él se dedica a beberse lo que queda en su taza, Felicity observa desde allí la ventana y se percata de algo que la hace arquear una ceja.

—Parece que está empezando a chispear aquí, ahora. Y yo que creía que la lluvia ya solo era cosa de Schuld City...

—Ah... s-será mejor que me vaya a casa antes de que llueva más. —Deja el tazón sobre la bandeja y se levanta del sofá, acercándose a la ropa tendida. Disimula como mejor puede su ligera cojera, a la que Felicity no está atenta porque algo la preocupa más en ese momento: su chocolate.

—¿Te lo has terminado todo? —Mientras pregunta, escudriña por sí misma para averiguarlo.

—S-sí... Y mi ropa ya se ha secado un poco.

—No te preocupes. Llévatela y ya me la devolverás.

—Está bien... gracias.

El chico se dedica entonces a quitar las pinzas y a dejar dobladas las prendas. Al rato le aparece Felicity por detrás con una bolsa que le ofrece para poder llevar allí la ropa que no se pusiera. Dentro le ha metido también un paraguas plegable.

—¿S-seguro que no quieres que me cambie? N-no quisiera que tu madre...

Ella niega con una media sonrisa. Lleva una mano al brazo de Dustin, acariciándolo con morriña mientras observa la camisa que lleva puesta.

—Mi madre ya sabe que lo echo de menos. Si lo he estado escondiendo todo este tiempo solo ha sido para evitar sacar el tema sobre él. Sé que a ella le pone más triste que a mí...

—Sí... Conozco esa sensación.

Se forma un silencio entre ambos. Una expresión de tristeza se ha adueñado del rostro de Felicity, que termina apartando la mano de Dustin.

—¿Sabes...? Antes te hablé de aprender a aceptar situaciones, como si yo fuese una experta... pero la verdad es que todavía sufro imaginando cosas que sé que nunca sucederán.

—¿D-de veras?

—A estas alturas sigo creyendo que todo habría sido muy distinto en mi familia si papá todavía siguiese con nosotras —confiesa, alicaída—. Desde que él se marchó, sufro insomnio y... los pocos sueños que logro recordar al despertar suelen estar relacionados con su regreso a casa.

Dustin no dice nada a eso. Se limita a apreciar el punto en común que le une a Felicity, al desear tanto algo tan improbable.

Felicity entonces le mira a los ojos. Él le devuelve un gesto de extrañeza, que ella no responde hasta pasados unos segundos en los que parece debatirse sobre si debe decirlo o no.

—Dustin, yo... Necesito preguntarte algo.

—¿El... qué?

—Grace... ¿alguna vez te contó por qué empezó a comportarse mal con papá y con todo el mundo?

El chico se piensa la respuesta. Lo primero que le viene a la mente es aquella noche tan extraña, cuando él quiso saber por qué se había cansado de sonreír y ella le respondió de una forma ambigua.

—N-no. No lo hizo —confiesa, contagiado de su ánimo desalentado—. Lo poco que estuvimos juntos, ella... estaba alegre. Como cuando era niña. Así que no quise estropearlo insistiendo más en esas cosas...

—Yo hasta he llegado a pensar que quizá Grace se enteró entonces de que era adoptada —reconoce ella, recogida de brazos—. Por eso se volvió tan impertinente con papá, por eso se negaba a contar a nadie lo que le pasaba...

Dustin echa a caminar hacia la entrada, sin saber qué más añadir a eso.

—Nos vemos, Felicity.

La chica se limita a asentir, todavía enredada en sus pensamientos.

—Buenas noches, Dustin.

◇◇◇

Ya han pasado unas horas desde que Dustin se marchó a su casa. En casa de las Cloverfield, Rachel todavía tardará bastante en regresar del trabajo. Felicity se encuentra hecha un ovillo en el sofá, arrebujada en una gruesa manta de lana y colgada de su teléfono móvil.

>Entonces, ¿dices que lograste convencerlo de que frenase?

—Eso creo. A ver si es verdad y mañana va a verte. Bastante tensa es ya la situación como para encima andar sin hablaros...

>Bueno... Él tenía sus motivos para estar molesto. Vale que se creyó lo que no era, pero... no sé, creí que sería mejor solucionarlo todo y ya después, volver a hablarnos.

—Claro, y ahí estaba el problema que yo veía: que no tengo muchas esperanzas en que esto pueda "solucionarse".

>Sigues pensando que Gracie no va a volver, ¿verdad?

—Es lo más lógico.

>En fin... por si acaso, no se lo repitas demasiado. A Dust, digo. 

—Tratarlo entre algodones no hará que reaccione, Logan.

>No son algodones, Feli. Pero es nuestro amigo. Mira lo que me ha pasado a mí por hablar sin pensar.

—Pasó que le dijiste la verdad, como debe ser. Como dices, es nuestro amigo, queremos lo mejor para él. Y a veces "lo mejor" no es siempre agradable.

>Me encanta lo implacable que es usted, señorita delegada.

Felicity entonces serena un poco su arranque, en cuanto oye ese inesperado chascarrillo. Frunce el ceño y sonríe.

—Alguien debe serlo cuando es necesario, ¿no?

>Por supuesto. La verdad es que no tengo ni idea de qué haría sin ti.

La frente de la chica se relaja. La sonrisa en sus labios se mantiene.

>¿Sabes? Si no he sido más duro con Dust respecto a todo este tema con Gracie... es porque me pongo en su lugar y creo que yo tampoco lo soportaría. Que tu chica desaparezca y todo el mundo insista en que será mejor que no regrese debe de ser horrible. Por no hablar de Gracie: a saber lo que estará pasando por su cabeza...

A Felicity se le baja un poco la sonrisa al entender ese razonamiento. Tan empecinada está en demostrar que todo va mejor sin Grace que no ha querido pararse a pensar en nada más. Ni siquiera en cómo se sentiría ella de estar en su lugar o el de Dustin.

Una vez más, recuerda lo que más le gusta de Logan: su habilidad innata para darle la vuelta a una situación y ayudarla a enfocar de un modo más gentil.

—Yo no desapareceré, Logan —se le ocurre decir—. Siempre estaré a tu lado, apoyándote.

>¿De veras? ¿Eso quiere decir que esta noche vienes a la mansión?

—¿A la mansión?

>Heather me ha chivado que en Kerzefield también está lloviendo, como aquí. Había pensado en que tal vez aquí te sentirías más segura, por si los truenos te dan miedo, ya sabes.

Felicity suelta una pequeña risa irónica.

—Creo que hoy no va a poder ser. Estoy sola en casa y tengo que quedarme por si a Grace le diera por aparecer.

>Oh... entonces, ¿prefieres que vaya yo allí?

Ella niega un poco con la cara.

—No te preocupes. Mi madre no tardará más de una hora y media en regresar.

>Bueno... si cambias de idea, ya sabes. A mí no me importa coger la bici y acercarme en un rato. Tardo un poco más, pero...

—¿Y qué hay del toque de queda?

>Oh, sí. ¡Eso...!

Felicity tuerce un gesto de monotonía.

—Te lo querías saltar, ¿no es cierto? —Escucha la risa de Logan al otro lado.

>Sigo sin curarme de lo mío con el riesgo, lo siento.

—Pues vas a tener que curarte si quieres seguir siendo mi novio. El estrés me roba años de vida y verte en peligro empeora mi ansiedad.

>Tranquila, que lo haré cuando no mires.

—¡Logan!

Vuelve a escucharlo reírse.

>¡Es broma, tonta!

—¿Sí? Pues te cuelgo. Y eso sí que no es broma.

>¡Eh, no! ¡Me portaré bien, lo prometo!

Ahora la que se ríe es Felicity.

—Tengo que ir a hacerme la cena y en la cocina no tengo cobertura. Luego te llamo, ¿vale?

>Sin falta, ¿eh? Que todavía no te he contado los trofeos que conseguí esta tarde.

—Ah... ¿has vuelto a jugar a tus videojuegos? —Su voz suena regocijada.

>Claro. Me pediste que me distrajese y descansase de tanto entrenamiento y yo me debo a mi señorita delegada.

—...Gracias.

>Gracias a ti, princesa del brócoli.

Felicity arruga de nuevo la frente y no puede evitar una sonrisa desubicada.

—¡Sigo sin acostumbrarme a tus nuevos motes...!

>Venga, va. Te dejo que te hagas tus espárragos y tus aguacates. Yo me asomaré a ver qué ha hecho Seb hoy.

—Pásalo bien... Hablamos luego, ¿de acuerdo?

>¡Claro!¡Buenas noches! Te quiero.

—...Y yo.

Al colgar la llamada, la sonrisa de Felicity se mantiene: esas dos simples palabras que él ha pronunciado como despedida siguen dándole calor en las mejillas, a pesar de los meses que llevan saliendo. Ve que en la pantalla de su teléfono le aparecen algunos mensajes de Heather y abre la aplicación para ver de qué se trata.

21:38>Muchísimas gracias por animar a Dustin, Feli!!

21:38>Has conseguido que descanse dos horas seguidas en casa, ¡eso es todo un reto!

Felicity suelta una pequeña risa al ver la cantidad de emoticonos que su amiga le pone en cada mensaje. Satisfecha, llega a creerse que el mérito de lo de Dustin es realmente suyo, al no saber nada de la previa conversación que él tuvo con Victoria en el hospital.

Se dedica a responderle de forma igual de amistosa y se incorpora del sofá. Aparta la manta y deja el teléfono sobre la mesilla para después levantarse y dirigirse hacia la cocina, descalza y sin prisas. Pasa por enfrente de la puerta principal de la casa y, justo cuando se encuentra a punto de entrar en la cocina, el timbre suena y provoca en ella un pequeño sobresalto.

«Cálmate, Felicity. Sólo han llamado a la puerta» se dice a sí misma, «Aunque ya no sean horas».

Aprovecha el sigilo que le proporcionan sus pies descalzos para acercarse a la mirilla y averiguar de quién se trata. Su respiración se detiene por unos segundos cuando ve quién es.

—¿Grace? —musita, estupefacta.

Se retira enseguida de la puerta, con la mano sobre su acelerado pecho. Ha hablado muchas veces con su madre sobre qué hacer en caso de que Grace apareciese, pero por un momento se bloquea. Sus ojos zigzaguean nerviosos por la sala de la entrada, hasta que al fin recuerda qué tenía que hacer. Se dirige hacia la cómoda y abre varios cajones hasta que encuentra lo que busca: una jeringa y un pequeño frasco.

Felicity sostiene aquello en sus manos y duda, no se ve capaz de lidiar con un enfrentamiento ella sola. Se le ocurre entonces que podría llamar a Logan y, cuando ya se disponía a caminar de vuelta hacia el salón donde se dejó el teléfono, el timbre vuelve a sonar y esta vez escucha la voz de su hermana.

—Felicity, por favor... Ábreme. Necesito hablar contigo...

Su voz suena tan debilitada que a Felicity la detiene en el sitio. Vuelve a mirar lo que cogió del cajón y frunce el ceño.

—Por favor, Felicity...

Chasquea la lengua y se decide a cargar la jeringa, descarta la opción de llamar antes a Logan: después de todo, su madre le dijo que un par de agentes vigilarían el exterior de su casa por las noches, así que no estaría sola si la cosa se torcía. Una vez tiene la jeringa cargada se la guarda a buen recaudo y acude a la puerta, a quitar todas las cerraduras para abrir a Grace.

—Felicity...

Antes de que pueda preguntar nada, Felicity recibe el abrazo de su hermana mayor. Su expresión tensa no desaparece y Grace parece darse cuenta, cuando se separa de ella y la mira, con ojos apenados.

—Deja que cierre la puerta —le dice Felicity, apartándose y haciendo lo que dice. Luego se gira a ella—. ¿Estás bien...?

Grace da media vuelta y la observa. Felicity puede ver que está tan pálida como siempre y sus ojos siguen entornados en sombras. La única diferencia que advierte en ella es la ropa, un chubasquero con capucha de color negro. De su espalda sobresalta un bulto por el que se intuye una pequeña mochila bajo el impermeable.

—Lo estaré.

Felicity sigue inquieta. La perturba demasiado ver a su hermana tan tranquila allí, después de dos meses en los que ha causado un revuelo tan terrible a su alrededor, no solo en su familia sino en la ciudad entera.

—Grace... ¿dónde diablos has estado? ¡Todo el mundo estaba buscándote!

La hermana mayor se queda observando la casa sin alterarse ante esas palabras, como si ya las hubiese escuchado mil veces.

—Hay situaciones en las que... no vemos bien lo que tenemos cerca —le dice, con voz apagada—. Necesitaba alejarme para ver con más claridad, para pensar. Y es lo que hice.

—¿Pensar...? ¿Y en qué has pensado?

Un trueno se escucha de fuera y Felicity da un pequeño respingo.

—En demasiadas cosas. Pero intentaré resumírtelo, porque para eso he venido.

—¿Cómo? ¿Y eso por qué, acaso te está esperando alguien en otro lugar?

—Precisamente.

Ante la mirada contrariada de Felicity, Grace continúa:

—Estoy aquí para decirte que me marcho para no volver, con mi verdadero padre —le dice, mirándola a los ojos—. Y tras mucho pensar, he decidido que tú eras la más indicada para recibir mi mensaje y transmitírselo a los demás.

—¿Cómo...?

—Eres mi hermana, aunque falsa. Pero eres la persona más franca que conozco y que, a su vez, no me tiene ningún aprecio. Por eso eres la única que puede escucharme sin impedir que me marche de aquí.

Felicity entrecierra los ojos, envuelta por una fuerte sensación de impotencia.

—¿Pero cómo te atreves? ¿Es que no oyes lo que estás diciendo? ¡Mamá está sufriendo por tu culpa, ha vuelto a tomar pastillas para dormir! ¡Y Dustin no deja de...!

—No puedo decirles esto a la cara. No sin derrumbarme —la interrumpe, con algo de trémulo en la voz—. Por favor, hermana, solo te estoy pidiendo que les digas lo que yo no podré.

—Ni hablar. No haré eso —responde tajante, a pesar de que la barbilla le tiembla—. Te quedarás y darás la cara, ¡es tu responsabilidad! Eres la única que debe encargarse de arreglar el destrozo que ha provocado. ¡Por el amor a algo, hasta la policía te está buscando, ahí fuera hay dos agentes vigilando nuestra maldita casa! ¿Pretendes convertirme en cómplice de una fugitiva?

—¿Fugitiva? Por favor, escúchate... ya utilizas las palabras de otros solo por haberlas oído mil veces, sin pararte a pensarlas. No te creía un loro...

—Grace, por favor, no nos hagas esto —le pide, cogiéndola de las manos. Grace la mira extrañada—. Aquí hay gente que te quiere de vuelta, ¡que te necesita! No puedes desaparecer sin más otra vez...

—No voy a desaparecer sin más. He venido a darte una explicación para que tú se la cuentes a todos por mí. Y de paso, le digas a esos idiotas con uniforme que no tengo intención alguna de usar mis poderes contra nadie: que pueden retirar esos putos carteles o, de lo contrario, sí tendré motivos para enfadarme.

—Grace, yo...

—¿Puedo contar contigo, o no?

A Felicity no le salen las palabras, está azorada. Pero Grace entiende en su leve movimiento negante de cabeza que la respuesta es "no".

—Está bien, no pasa nada. Tenía un plan B por si te encontraba cabezona —dice la pelirroja, soltándose las manos de su hermana—. Iré a dejar unas notas.

Felicity observa como su hermana mayor camina sin prisas hasta las escaleras y comienza a subir escalones. Sigue escuchando los truenos de fondo y siente mucho frío por dentro. Sus manos tiemblan y se ve obligada a cerrarlas en puños, llena de frustración.

—¡¿Pero quién coño te crees que eres?!

Al final de las escaleras, Grace se detiene unos segundos y se gira hacia ella, dedicándole una mirada apática.

—¡¿Es que... es que no te cansas nunca de joderle la vida a los que te rodean?!

Los párpados de Grace se agachan un poco, pero en su rostro no se aprecia más que un atisbo de melancolía. Deja de mirar a su hermana pequeña y continúa su camino, dirigiéndose hacia la que fue su habitación.

Felicity es incapaz de seguir guardándose todo aquel rencor tan venenoso para ella sola. Con pasos acelerados, recorre las escaleras para plantarse en el marco de la puerta de Grace. Allí la ve de espaldas, quitándose la mochila que lleva bajo el chubasquero y sacando una libreta que hojea sin ninguna urgencia, sobre el escritorio frente a la ventana.

—Primero fue papá —masculla entonces Felicity, desde la puerta—. Hiciste que se fuera con tu estúpido comportamiento. Y luego te inventaste todas aquellas mentiras sobre lo mal que te trataba para demonizarle, ¡para convertirte en la víctima que siempre has querido ser!

Grace se detiene. Deja sobre su escritorio aquella libreta llena de notas de despedida y se apoya con ambas manos sobre él. Cierra los ojos y respira hondo, mientras su mente trata de recordar las lecciones de autocontrol emocional que Owen le ha estado enseñando.

—Él era un buen hombre... era mi papá. Y tú me lo arrebataste...

—Un "buen hombre" que intentó violarme y casi lo consigue.

—¿Q-qué...?

La pelirroja entonces se gira hacia la morena. Su mirada verdosa ahora rezuma un odio insoportable y Felicity se amedrenta por un momento, viendo a su hermana a contraluz con la poca luz que entraba de la ventana, de las farolas.

—Ahora lo he entendido. Ese cerdo... debía de ver a otra persona en mí, un espejismo. Alguien que no era su hija de diez años —se lamenta, con voz quebrada—. O tal vez fuese solo un jodido degenerado al que le pareció divertido enseñarme a "cómo hacer feliz al chico que me gustase". Pero bueno, al menos así pude descubrir que nunca le gusté a Keith...

Felicity frunce los labios al escuchar eso, horripilada. Sus ojos no pueden acumular más lágrimas y terminan rodando por sus mejillas.

—Sólo sabes inventarte mentiras —asegura con irritación—. Si eso fuese cierto, ¿por qué diablos nunca dijiste nada a nadie? ¿Por qué no tenías marcas de abusos? ¡Lo único que quieres es joderme la vida a mí también, con tantas mentiras!

—¡Claro! Porque de pronto la señorita mística y espiritual sí que necesita ver las cosas para poder creerlas, ¡¿no?! —Camina hasta ella y la encara—. ¡Despierta de una puta vez! ¡¡Aquí la única que no deja de inventarse mentiras para no tirarse por la maldita ventana eres tú!!

—¡Tal vez sería mejor para todos que la que se cortase las venas de una vez fueras tú! ¡¡Así todos viviríamos más felices!!

Esas duras palabras provocan en Grace una repentina parálisis. De pronto sufre una dolorosa regresión a sus días más oscuros, por escuchar en labios de otra persona lo que ella se dijo tantas veces en su cabeza.

—¡¡TE ODIO!!

El grito de Felicity y el empujón que lo acompaña hacen que Grace pierda el temple en un segundo. De repente toda la habitación y parte de las escaleras comienzan a tambalearse de forma violenta. Ese parpadeo de inestabilidad es visible para Felicity, que se amedrenta al ver por primera vez aquel don que le contaron que su hermana posee: ve que a Grace le sangra la nariz.

Conmocionada, Felicity se retira unos pasos y palpa el bolsillo trasero de su pantalón, tratando de dar con la jeringa que cargó con fármacos inhibidores. Pero su mano tiembla tanto que al ir a cogerla se le resbala y cae al suelo, que todavía sufre sacudidas.

Mientras Felicity se distrae al buscar lo que le cayó, el teléfono móvil de Grace suena e interrumpe de forma súbita los temblores de la sala. Felicity consigue entonces alcanzar la jeringa y Grace se limpia rápidamente la sangre bajo su nariz, al tiempo que saca su teléfono y comprueba quién la está llamando, nerviosa.

Sin mediar palabra y con los ojos muy abiertos, Grace se cubre la boca con la mano libre y echa a correr hacia el cuarto de baño, al lado de su dormitorio. Se encierra de un portazo y Felicity va tras ella, dando puñetazos a la puerta en cuanto descubre que ha echado el pestillo.

—¡No, no, no! ¡¡Sal de ahí ahora mismo!! —Grace escucha la voz de su hermana al otro lado de la puerta—. ¡Esta vez vas a salir y a dar la cara! ¡¡No vas a romper a nadie más!! ¡¿Me oyes?! ¡¡ÁBREME, GRACE!!

Grace desliza la espalda por la puerta hasta quedar sentada. Cierra los ojos con fuerza y no deja de cubrirse la boca al sentir que los sollozos quieren volver a salir, después de tantas semanas manteniéndolos a raya.

Siente las pequeñas sacudidas en la puerta provocadas por los puñetazos de Felicity sobre la madera, sus gritos furiosos. Tiene en la otra mano su teléfono pegado a la oreja y al otro lado suena una voz femenina que le pregunta qué está pasando.

—Elisa, yo...

>Grace, tienes que darte prisa. Estás perdiendo demasiado tiempo allí.

—Pero yo no... —Los sollozos no la dejan seguir.

>Vamos. Tenemos que volver con Owen. Recuerda que prometimos no ablandarnos por tonterías... no la cagues con él también, ¿quieres?

La llamada se corta entonces. El teléfono se le escurre de la mano y cae, al perder fuerza en sus temblorosos dedos. Abrumada, se sujeta la cabeza con ambas manos y estruja sus mechones.

«Todo sería mejor si yo no existiera. No puedo dejar de decepcionar a todos».

Al abrir los ojos ve, a través de las lágrimas, algo sobre la repisa del lavabo que detiene su respiración unos segundos.

Esa caja de recambios para cuchilla de afeitar siembra en su mente la peligrosa idea de usarlos de nuevo en sus muñecas. Una idea que los gritos de Felicity riegan y hacen que termine de florecer una desesperación insoportable.

—¡¡No eres más que una loca egoísta!! —Es lo último que Grace oye vociferar a su hermana, justo antes de que el sonido de un trueno la paralice por completo y algo en su mente haga clic.

«Si yo... no existiera...».

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