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51. Las redes de la araña


—¡¡Joder!!
—grita Logan, cuando el vaso de cristal en que se estaba concentrando vuelve a reventar en lugar de mantenerse en el aire.

—Necesitas descansar —le sugiere Felicity con preocupación—. Por favor...

—No... No puedo perder el tiempo —logra decir, entre jadeos y con la nariz sangrante—. Ya hemos perdido bastante discutiendo...

De nuevo, extiende la mano hacia delante y trata de concentrarse en el siguiente objetivo, en el espacioso sótano de la mansión que Sebastien dispuso para sus entrenamientos.

Han pasado ya tres días desde que Grace se marchó de la mansión y nadie conoce su paradero. La primera persona a la que Dustin pidió explicaciones fue a Logan, pues desde la conversación que tuvieron en el parque no había vuelto a ver a su novia: le culpó directamente de haberle dicho aquello que él le prohibió contarle, alegando su incontinencia para con los secretos. Logan no sabía ya como decirle que fue ella quien acudió a Sebastien como si alguien más se lo hubiera contado.

Logan nunca había visto a Dustin tan molesto con él. Por mucho que comprendiese que lo hacía por amor, le costó reconocer a su pacífico amigo cuando le acusó y decidió ocuparse de la búsqueda de Grace por su cuenta, sin su ayuda.

—Por favor, Logan, ¡escúchame! —repite Felicity, caminando hasta él cuando su inestable poder hace explotar otro vaso de los que dispuso como objetivos. Llega hasta él y le toma la cara entre sus manos—. Tienes que frenar. No puedes hacer esto sin estar sereno, ¡te está haciendo daño!

—No puedo estar sereno, Felicity. Todo esto es por mi culpa —se lamenta, negante. Felicity ve que sus párpados tiemblan—. Tengo que ser yo quien haga algo.

—Eso no es...-

—Lo leí, ¿vale? Lo leí en uno de esos libros de Seb. Vi que los que son como yo pueden comunicarse unos con otros en la distancia... ¡podría conseguirlo si lo intento!

—¿De qué estás hablando?

—Si entreno mi poder, podré conseguir hablar con Gracie. Me comunicaré con ella y le preguntaré dónde está, ¡la convenceré para que vuelva! Y entonces... entonces...

—Logan... —La chica apoya con suavidad su frente contra la de él, en un intento de calmarle. Consigue que deje de hablar pero su respiración sigue agitada—. Poco a poco, ¿vale? Ya escuchaste lo que tu padre te dijo: no podrás hacer nada si te ofuscas y te debilitas demasiado. Los poderes mentales no son algo que se pueda tomar a la ligera, ¿lo entiendes?

Logan traga saliva, angustiado. Acomoda una mano a un lado de la cara de Felicity y eso le ayuda a tomar conciencia de sí mismo, regresa a tierra firme.

—Esto es una locura. —La voz de Logan suena tan rota que a Felicity le está costando demasiado mantenerse firme—. Yo solo quería ayudar a Dust, pero al final...-

—Lo sé. Y es lo que haremos, no te preocupes. Todo saldrá bien, ¿de acuerdo?

Felicity termina abrazando a Logan del todo y consigue que frene un poco, después de haber llevado su poder al límite durante tres días seguidos y culpabilizándose por las acusaciones de Dustin.

Acaricia con calma la espalda de su novio y agradece que él ya no le pueda ver la expresión preocupada que oculta su rostro.

◇◇◇

—En el fondo siempre sospeché que algo había. No era una niña normal.

Rachel se ha servido su tercera infusión de la tarde y sus nervios parecen algo más templados. Envuelve con ambas manos la taza y Claudia se encuentra sentada a su lado, en la pequeña cocina de las Cloverfield. Sebastien y Arnold se han marchado a seguir gestionando la búsqueda de Grace por la ciudad, con ayuda de esa policía de la que tan poco les gusta fiarse y que han declarado a la joven como un grave peligro, al que tienen órdenes de disparar si la cosa se tuerce.

—Es una buena chica —le dice Claudia—. Y nunca hemos dejado de tratarla como a una más de la familia. Espero que tenga eso presente...

Rachel sorbe con la nariz, cansada. Alcanza su cajetilla de tabaco sobre la mesa y se enciende un cigarro, harta de que las infusiones no le hagan ni pizca de efecto.

—Claudia... contigo hicieron experimentos, ¿verdad?

Confusa, Claudia no comprende a qué viene esa pregunta.

—Sí. Pero de eso hace mucho...

—Te pusieron algo, ¿no? Algo que te permitía saber cosas de la gente... tocándola —continúa ella, con un tono áspero, casi molesto. Aspira el humo del cigarro y lo suelta de golpe—. ¿Por qué nunca averiguaste nada sobre lo que le pasó a mi hija?

Los párpados de Claudia tiemblan y termina por agachar la mirada, avergonzada.

—Rachel, aquello...

—No os echo en cara que me hayáis ocultado su origen. Eso os lo puedo pasar, porque, en fin, ¿qué importa, si mi ahijada es un monstruo en potencia? ¿Un maldito peligro para la gente?

—¡Rachel...!

Con un manotazo en la mesa, Rachel interrumpe a Claudia.

—¡¿Por qué coño no pudiste averiguar qué fue lo que le hizo tanto daño?!

Claudia guarda silencio durante unos segundos. Rachel se levanta de su taburete y camina por la cocina, hecha un manojo de nervios. Se queda en una esquina de la habitación y lleva el cigarro a sus labios con dedos temblorosos, consciente de que Claudia es la última persona que se merece ese trato.

—Se bloqueó, Rachel —le dice, en un hilo de voz—. Sus recuerdos estaban...

—Lo sé —le corta, con ojos húmedos y mirada esquiva—. Sé que hiciste todo lo que pudiste. Lo siento, no sé qué me ha pasado.

Levantándose de su asiento, Claudia camina hasta su amiga y coloca su mano sobre su espalda, calmándola. No dice nada más, simplemente deja que Rachel se desahogue.

—Eché a Abraham de nuestras vidas porque se convirtió en un cretino, de la noche a la mañana —prosigue Rachel, mordiéndose el labio—. Las discusiones se volvieron diarias. La inquina que Grace empezó a tenerle se me contagió a mí, y... yo ya no sabía qué pensar, ni qué hacer. De repente todo fueron excusas y silencios. Gritos y llantos...

—Rachel...

—Sí, es verdad, ¿qué te voy a contar, que no te haya dicho ya mil veces? —Sonríe de forma amarga, y eso calma un poco a Claudia—. Yo... llegué a pensar muchas veces que él le hizo daño.

Claudia no responde nada a eso. Mantiene el rostro apenado y se maldice por no poder darle una respuesta más clara a su amiga, sobre lo que su Stigma le decía de Grace cuando alguna vez entró en contacto con ella, de niña.

—Pero... yo le amaba. Él era un buen hombre y lo dejé entrar en mi casa por esa razón. Hasta tuvimos una hija juntos —continúa Rachel, dolida—. Asumir que Grace perdió las ganas de vivir por culpa de algo que él le hizo habría sido aceptar que soy una madre horrible. Una madre que dejó desprotegida a su hija por trabajar demasiado...

—No se hallaron pruebas de maltrato físico, Rachel.

—Claro. Por eso siempre creímos que "solo" fue algo psicológico, sí. Pero ¿por qué cambiar tan de repente? ¿Por qué tratarla mal después de tantos años siendo un padre maravilloso para ella y Felicity?

Rachel se termina el cigarro y se acerca hasta el cenicero de la repisa para aplastarlo allí. Resopla, agotada, con las manos apoyadas en la encimera y de espaldas a Claudia.

—Ahora que sé lo que realmente es mi hija... pienso que tal vez Abraham comenzase a comportarse así con ella porque lo averiguó.

—Quieres decir que...

—Él estaba cansado de lidiar con los enfrentamientos entre humanos y personas con Stigma. En su camión de reparto recorría tantas ciudades que terminaba saturado de escuchar tanto rechazo en todas partes. —Se gira a ella, con la mirada gacha y el rostro serio, pensativa—. Puede que de algún modo supiese qué era Grace, y... no soportase cargar con ello, ni que ensuciase a su verdadera hija.

—Los Stigmas nunca le hicieron demasiada gracia, eso es cierto...

—Nunca se sintió parte de esto, Claudia. Su familia solo éramos Felicity, Grace y yo. Supongo que por eso no le costó mucho coger la maleta cuando le di la patada... Aunque Felicity no llegó a entenderlo nunca.

Ambas mujeres se quedan de nuevo en silencio. Rachel gira la cara y deja la mirada puesta en la pequeña ventana de su cocina, con la expresión apenada.

—La he criado como si fuese mi hija desde que era un bebé. Mi querida Julia perdió la vida por rescatarla a ella y a muchos más inocentes. No podía hacer otra cosa por mi amiga de la infancia... nunca he podido hacer gran cosa, en realidad: solo soy la dueña de un restaurante de carretera, que no ha dejado de fracasar como madre...

—Eso no es así, Rachel. Eres una mujer fuerte. Tus hijas son maravillosas gracias a ti. Y siempre te necesitarán a su lado, tengan cinco o cincuenta años.

Rachel niega un poco con la cara. Vuelve a tener esa sonrisa amarga en los labios.

—Yo no lo creo así, nena. Sé que Felicity me odia por echar a su padre de nuestras vidas... y Grace dejó de sentirse querida y comprendida en nuestra familia rota porque se creía responsable de lo que pasó. Seguro que nos lo notaba en la cara cada vez que estábamos con ella, cada vez que nos gastábamos todos los ahorros en un psicólogo...

Claudia entonces camina hasta ella y toma las manos de su amiga entre las suyas. Aunque Rachel continúa con la mirada esquiva hacia la ventana, Claudia mantiene sus ojos marrones clavados en ella.

—Pues haremos que eso cambie. Son nuestros hijos, les debemos amor y verdad.

Los ojos verdes de Rachel se agachan un poco.

—Dudo que la verdad arregle lo que se rompió, después de tantos años...

◇◇◇

—Gracie, cariño... ¿puedes abrirle la puerta a tu padre?

La gentil voz de Abraham se oía desde otro lado y Grace fingía no haberle escuchado. Encerrada en el cuarto de baño, la niña de diez años seguía arrodillada frente a la taza del váter y con sus manos aferradas a los bordes, temblorosos.

Acababa de devolver todo lo que había merendado en la tarde y no podía dejar de llorar, de forma contenida. Porque acababa de comprender lo que su padrastro le hizo ese día y el asco la desbordó por completo.

—Cielo, ¿por qué no me abres? ¿Algo va mal?

"Todo está mal", se repetía la niña una y otra vez en su cabeza. Su garganta estaba escocida por la tensión emocional y por el dolor físico al que su padre la sometió: bastó cruzar esa línea que él nunca había sobrepasado para que Grace supiese que, en efecto, "algo iba mal".

—Grace. Abre la puerta. —La voz de Abraham sonó entonces más dura y el cuerpecillo de Grace se estremeció—. ¿O es que quieres que cuando lleguen tu madre y tu hermana me vean enfadado?

Grace miró hacia la puerta solo para cerciorarse de que el pestillo estaba echado. Se levantó del suelo apoyándose en el váter y miró hacia la bañera, pasándose la mano por la cara para enjuagarse las lágrimas. Ya se había lavado la cara dos veces pero seguía sintiéndose terriblemente sucia, notaba un hormigueo en su boca que no lograba eliminar y que le provocaba tiritones.

Volvió a estremecerse un poco cuando su padrastro gritó su nombre y dio un manotazo en la puerta. Pero Grace siguió caminando con pasos indecisos hasta la bañera y allí se metió, encendió el agua y dejó que esta cayese sobre ella sin siquiera desvestirse.

A pesar de que el agua salió hirviendo, la niña apenas sintió la temperatura en su piel. Abraham continuaba gritando de fondo, perdiendo los nervios ante esta nueva reacción por parte de su ahijada.

—Está bien. Haz lo que quieras —le oyó decir entonces, todavía alterado—. Puedes decir lo que te plazca a quien sea. Pero romperás la vida de mucha gente, ¿lo sabes? Si cuentas las cosas feas y desagradables que te pasan a los demás, te convertirás en una persona odiosa. Nadie verá nada bueno en ti, todos te odiarán. Sobre todo tu familia... si es que a esto se le puede llamar así.

Grace seguía abrazada en si misma y con las piernas recogidas, bajo el chorro de agua. No le quedaban fuerzas para sollozar, pero las palabras de su padrastro se le clavaron en el pecho como puñales para el resto de su vida.

De pronto pensó que ese "todo está mal" en realidad era "tú eres la que está mal".

La intensa tormenta sigue asolando la ciudad de la culpa, Schuld City.

Pese a tener a media ciudad y parte de Kerzefield tras su pista, Grace no ha dejado de esquivar a todo aquel que quiera verla, sin ser casi consciente de ello: sus deseos de no ser encontrada por nadie han impulsado sus inestables poderes durante tres días, ayudándola a crear espejismos sobre su imagen y reflejando mentiras que la mantienen camuflada.

No sabe a donde ir, no sabe con quién ir. Lleva días vagando por calles repletas de carteles con su cara, en los que puede leer su nombre y la advertencia de peligro que supone si alguien se cruza con ella. Cada vez que escucha la sirena de un coche patrulla se estremece sin remedio, aterrada al no saber qué le harían a alguien a quien consideran tan peligroso: dándole la razón a ese pensamiento que la llevó a huir sin rumbo de la mansión Edler.

El frío y el hambre merman sus fuerzas. Agotada, Grace se refugia en la esquina de un callejón de los suburbios de Schuld City, bajo una escalera de incendios. Se abraza a sí misma y siente escalofríos, puede que tenga fiebre.

Su mente y su cuerpo están al borde del colapso y solo hay una cosa en la que puede pensar.

«Dustin... necesito tanto uno de tus abrazos» se lamenta en su interior, «Pero... ¿y si soy tan peligrosa como todo el mundo dice? Y si por mi culpa, tú...».

—¿Me permitirías ayudarte, niña mía?

Sobresaltada, Grace se tensa de pies a cabeza en cuanto oye esa voz rota cerca de ella.

Sin embargo, lo único que logra hacer es alzar un poco la cara, pinzada por el miedo.

—Usted...

—Estás en un pozo ahora mismo. ¿Quieres que te ayude a salir de él?

Grace es incapaz de quitar los ojos de aquel hombre que tanto la atemorizó días atrás. Cuando él se quita la capucha de su abrigo, la chica ve que efectivamente se trata del misterioso individuo de rostro semi-calcinado que la engañó, usando el aspecto y la voz de Dustin.

—Mi nombre es Owen. Y me haría inmensamente feliz poder serte de ayuda.

La chica lo ve ponerse de cuclillas frente a ella, y ese gesto disipa la sensación de superioridad que él le sugirió en un primer momento. Atónita, ve a Owen tender su mano, ofreciéndosela con calma.

—Puedes resistir mucho sin comer o beber, tienes una fuerza extraordinaria. Pero no quiero verte sufrir por más tiempo. Por favor, permíteme llevarte a un lugar más amable.

—N-no... no quiero irme a ningún lado —balbucea ella, desconfiada—. Por favor, yo no...-

—Está bien. Poco a poco.

Extrañada al ver lo rápido que el tal Owen accede a su negación, Grace lo ve quitarse su enorme abrigo grisáceo y se lo coloca a ella por encima, para cubrirla de la lluvia. Acto seguido, el extraño hombre se sienta a su lado y apoya la espalda en la pared del edificio, tal como ella hace.

Ella le observa con desconfianza, la diferencia de estatura entre ambos es enorme. Se fija en que su revuelto cabello grisáceo le tapa medio rostro y le llega hasta la mitad de la espalda, recogido en una coleta baja. No puede apartar la mirada de sus ojos claros, de un verde azulado muy pálido que le transmiten un dolor que Grace no sabe explicar.

—Una arañita me ha contado que ya has descubierto tus poderes. Y que te dan miedo.

Grace se arrebuja en el abrigo que Owen le ha prestado, apenada. Recuerda la última vez que estuvo con Sebastien y un nudo en la garganta le impide hablar.

—No debes tener tanto miedo, niña mía. Forma parte de ti. Y la confianza en uno mismo es fundamental para tener el control. El miedo, si bien en adecuadas dosis nos ayuda a prevenir peligros, en exceso nos hace vulnerables. Puede que incluso nos lleve a la muerte y, en ese caso, el temor perdería su finalidad inicial.

La chica traga saliva entonces.

—Yo... no tengo miedo —murmura—. Solo estoy decepcionada.

—¿Con ellos o contigo misma?

Grace agacha sus ojos verdes hacia el suelo encharcado, sin saber qué responder a eso. Afianza los brazos alrededor de sus piernas.

—Ya no lo sé...

Owen guarda silencio por unos segundos y mira hacia el cielo. La lluvia cae sobre ellos y los truenos lejanos estremecen a Grace cada vez que suenan.

—Permíteme entonces enseñarte algo.

Antes de que Grace pueda decir sí o no, el hombre de voz quebrada coloca su mano sobre la espalda cubierta de la chica, cerca de su cuello tapado por la capucha.

De pronto, el deprimente escenario que tiene ante ella cambia de aspecto completamente: con ojos estupefactos y el cuerpo atenazado por la confusión, Grace ve que ahora Owen y ella se encuentran con la espalda apoyada en un árbol, frente a una cueva montañosa cercana a un pequeño bosque.

—¿Q-qué es esto? ¿Qué ha...-?

—No te preocupes. Es solo una ilusión.

Grace se incorpora torpemente y observa a su alrededor, sin creer que aquello que parece tan real sea una ilusión: su piel sigue mojada por la lluvia, pero ahora puede sentir la suave brisa del campo sobre ella, escucha de fondo el melódico canto de los pájaros.

Da vueltas sobre sí misma, fascinada por aquel espejismo tan perfecto.

—¿Esto lo... ha hecho usted?

—Así es. Es un pequeño recuerdo mío que he querido compartir contigo.

La chica entonces se detiene y se gira a él. Su mirada pasa de la fascinación momentánea a la desconfianza, al acordarse del día en que le vio por primera vez.

—Usted... ¿por qué me engañó? —le pregunta, contenida—. ¿Por qué se hizo pasar por mi novio?

—Porque él es en quien más confías ahora mismo, ¿no es cierto?

Grace se guarda su evidente respuesta. Se siente invadida al ver que Owen la conoce tanto, sin ella saber nada de él.

—Necesitaba decirte algo importante porque, como te conté antes, no soporto verte sufrir más tiempo. Y utilicé su voz y su cara para poder acercarme a ti. Mi imagen no es demasiado agradable, ahora ya la has visto.

Ella frunce el ceño y aparta el rostro de él. Se frota los brazos como si tuviese frío, aunque el espejismo desprende una extraña calidez en medio de ese paisaje natural.

—No entiendo... ¿por qué yo le importo tanto? ¿De qué me conoce? Nunca antes nos hemos visto...

Owen se levanta del suelo y camina, pasándole por el lado. Se queda ante la cueva en la que antes reparó Grace y entrelaza las manos tras su espalda. Grace lo observa y se fija, ahora que él no lleva tanto abrigo por encima, en que parece un hombre bastante joven, no pasará de los cuarenta años. Con una estatura similar a la de Dustin, su cuerpo es delgado pero sus brazos están bastante definidos. Las mangas, que le llegan por los codos, le dejan al descubierto ambos antebrazos: Grace advierte que uno de ellos también luce quemaduras, por el mismo lado que las de la cara.

—Yo conocí a tu madre. A Hann.

Grace vuelve a prestar atención a Owen, pero no dice nada.

—Ella y su hermana solían esconderse en una cueva como esta cuando eran muy pequeñas. Antes de que Edler las encontrase y las acogiese en sus mansiones —continúa él. Camina con calma por el lugar, deteniéndose frente a las rocas de la entrada a dicha cueva—. No recordaban haber hecho otra cosa que huir y esconderse hasta que ese hombre las adoptó, siendo solo unas preadolescentes. Ni te imaginas las cosas que llegaron a hacer con tal de sobrevivir antes de que él las salvase...

—Ellas... ¿también se sentían horriblemente perdidas? —pregunta Grace con un tono de voz bajo, que Owen escucha de igual forma—. Como yo ahora...

—Así es. Y lo único que logró mantener su esperanza fue la familia.

—Familia... —repite ella, en un susurro—. Yo ya no sé a qué llamar familia.

Owen se gira para mirar a la chica, sosegado. Ella sigue cabizbaja.

—¿Por qué dices eso?

—Puede que haya descubierto ahora que no comparto sangre con ellas. Pero siempre... me he sentido ajena. Siempre he tenido la sensación de que mi madre y mi hermana me soportaban por obligación...

El hombre guarda silencio, dejando que Grace piense y analice bien sus palabras según las deja salir.

—Cielo santo... Es que todo esto es una locura. Y ya no sé qué creerme —se lamenta, llevándose una mano a la cabeza. Vuelve a sentir un nudo en la garganta—. Si no tengo una familia y mis amigos me temen, si mi ciudad me considera una amenaza, ¿qué me queda?

Owen se acerca hasta estar tras ella, sin prisas. Hace el ademán de colocar una mano sobre el hombro de la chica, pero le da reparo y se detiene. Ella no ha llegado a ver ese gesto, pues sigue de espaldas a él y con los ojos puestos en la oscuridad de esa cueva.

—Niña mía... los hermanos no tienen por qué ser siempre de sangre —le dice entonces, dando unos pasos más hasta estar a su lado—. A mí me devolvió la esperanza en la fraternidad una persona con la que no compartía lazos sanguíneos.

Ante la mirada dubitativa de Grace, Owen asiente.

—Una niña me encontró vagando sin rumbo por el desierto, en Sant Silvery. Mis heridas dolían pero no me dejaban morir. Y yo estaba empezando a olvidar por qué arriesgué mi vida para salir de aquel infierno si no tenía a donde ir, si sabía que el mundo entero me perseguiría hasta la muerte. O hasta poder encerrarme de nuevo y utilizarme como a una rata de laboratorio.

La expresión de la chica se ha teñido de consternación al escuchar esas palabras, pues intuye lo cara que le costó esa huida al verle esas quemaduras. Pero la voz rasgada de Owen parece más bien indiferente ante lo que está recordando.

—Aquella niña me vio y me llamó "hermano" porque me confundió con el verdadero: un pobre chico que no logró escapar de sus perseguidores como hizo su hermana pequeña —le cuenta—. Supe que no era quien buscaba, que lo que ella vio en mí fue un espejismo que yo mismo creé para protegerme, sin darme cuenta. Pero cuando vino hasta mí y se echó a mis brazos, no pude hacer otra cosa que seguirle la corriente: me hizo sentir compasión cuando creía que ya lo había perdido todo.

—¿Nunca le dijo la verdad?

—No fue necesario. Scarlett creció a mi lado desde ese día y terminó sabiéndolo por sí misma: era una chica inteligente. Pero para entonces ya no le importaban los lazos de sangre.

Los ojos de Grace se abren de par en par en cuanto oye ese nombre.

—¿Scarlett... Fitzgerald?

Owen se limita a asentir, de ojos cerrados. Su expresión sí que parece algo taciturna ahora.

—Yo creé los Sons of Schuld y lo dejé en sus manos cuando desaparecí. Su muerte no ha sido sino el castigo por agachar la cabeza ante la gente que nos ha perseguido durante años. Su final me ha dolido tanto como ver en lo que ha dejado que se convierta nuestro querido proyecto...

Grace recuerda entonces lo que sus amigos le contaron de su reciente charla con los adultos, antes del rescate de Regina.

—Los Sons of Schuld... ¿los que promovían actos violentos por la ciudad?

Owen abre los ojos de nuevo y los dirige hacia la chica, calmo.

—¿Quién te contó eso? ¿La televisión? ¿Tu "familia"...?

—Mi...

No llega a responder. Sabe bien por qué Owen ha preguntado eso en último lugar, cuando lo ve sonreír enigmáticamente.

—Esa gente no tiene ni la menor idea de lo que es un acto violento. Y no se puede esperar que el odio siembre otra cosa que no sea más odio, niña mía.

—¿Odio...?

Observa como Owen camina de nuevo, para pararse frente a ella. Esta vez no tiene reparos en colocar ambas manos sobre los hombros de la chica, mirándola fijamente.

—Tú no tienes por qué seguir rompiéndote con ese odio. Porque puedes utilizarlo para algo más importante que tú misma.

—¿D-de qué está hablando...?

—De ti. Y de lo que yo puedo ayudarte a conseguir, si me lo permites —le dice—. Porque prometo ayudarte en todo cuanto necesites. Responderte todo cuanto desees saber sobre ti, sobre mí, sobre este mundo. Enseñarte a lidiar con tus Pesadillas.

—¿Pesadillas? —Grace no puede evitar asociar ese término a su hermana Felicity y a sus queridos Atrapasueños. Los ojos le tiemblan al empezar a creer que todo esté demasiado hilado como para no quedarse pegada a esa telaraña.

—Te propongo un tiempo de reflexión a mi lado, Grace. Siempre y cuando tú así lo desees.

La chica termina por agachar la mirada, compungida. Se muerde el labio cuando le viene a la mente la única persona a la que realmente le dolería dejar atrás.

—Pero Dustin...

Owen retira una mano de su hombro, y deja solo una posada allí.

—Puedes regresar con él si es lo que necesitas. Confieso que no me dolería en absoluto confiarle tu vida. Ese chico sería cualquier cosa por ti: se sentiría dichoso incluso si tuviese que matar para ti cuando el mundo se volviese en tu contra.

Grace se estremece. Esa forma tan macabra de ver la promesa de Dustin es algo que ni siquiera se le pasó por la cabeza a ella y ahora le aterra que sea capaz de llegar a ese extremo: que sus dudas y su poder inestable, tal y como ha estado pensando desde hace tres días a raíz de lo que pasó con Sebastien y de los carteles de se busca, terminen haciéndole daño a su chico.

No se detiene a pensar en cómo diablos Owen sabe qué le dijo Dustin aquella noche, pues se siente profundamente ansiosa ahora mismo.

—Yo no quiero eso, no puedo romperle —balbucea la chica, y niega con la cabeza—. Solo quiero que esté a salvo... y ahora mismo, yo...

—Entonces quieres hacer un mundo mejor para él, ¿es eso?

La barbilla de Grace tiembla y las esquinas de sus ojos comienzan a aguarse. Asiente a la pregunta de Owen, siendo consciente de que esa es la única certeza que ahora mismo tiene en su vida.

—En ese caso, ¿me permitirás ayudarte? —La mano que quitó de su hombro ahora la tiende hacia ella. Pero Grace, en lugar de responder, alza la cara y se queda mirándole, confusa.

—¿Por qué tiene tanto empeño en ayudarme, señor Owen?

De nuevo, ve asomar una sonrisa en el rostro del hombre de la cara quemada. La mano que le tendió y que ella no llegó a aceptar la lleva ahora hasta la mejilla de la chica, de forma suave.

—Porque eres mi hija, niña mía. 

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