48. El alma al aire
El tiempo ha pasado. Ya hace dos semanas desde que todo aquello ocurrió.
Tras la detención de Caesar Blackhood, la propia Jessica se entregó de forma voluntaria y confesó todo lo que ella pudo averiguar durante su relación con él: sin embargo Caesar se sumió en un profundo shock tras ver lo que le pasó a Regina y eso le impidió declarar una sola palabra sobre sus negocios o su relación con los Sons of Schuld. Pero Arnold consiguió enviarlo a la cárcel gracias al testimonio de Jessica y a las pruebas que pudieron conseguir guiados por sus indicaciones, localizando a algunos de los químicos inmiscuidos en los negocios de Caesar y también los laboratorios donde fabricaban parte de las drogas con las que traficaron: los potenciadores de Stigmas que los hermanos Blackhood usaron en sí mismos y en Dustin.
Pero de quien no encontraron ni rastro fue de su hermana Bárbara.
Ni Lauren ni Shane recuerdan qué pasó después de que se enfrentasen a ella y que, manipulando sus mentes, consiguiera que utilizasen sus Stigmas contra sí mismos. Tampoco hallaron ni rastro de Aiden Jackson, quien de igual forma se esfumó esa noche sin que nadie fuese capaz de seguirle la pista.
Por su parte, Sebastien y Logan se encontraron al salir del edificio de Scarlett a la pequeña Nicolette: la niña era la única persona que lograron encontrar en todo el lugar. Logan quiso creer que Elisa regresaría en algún momento a por su hermana pequeña, pero cuando regresaron a Schuld City para devolver la niña a su padre, Sebastien y él descubrieron algo que los dejó sin palabras: el padre de las Fitzgerald tampoco estaba.
Sebastien estuvo tratando de localizarle haciendo uso de su extensa red de contactos, pero fue en vano: Patrick Fitzgerald no apareció por ningún lado.
Pero la investigación de Sebastien le hizo dar muy pronto con la respuesta, cuando se dedicó a buscar sobre él y encontró noticias sobre su muerte hacía cinco años. Cuando averiguó que el hombre se había quitado la vida entendió rápidamente el motivo por el que Scarlett se esmeraría tanto en fabricar una ilusión más conveniente para sus queridas hijas.
Esa fue la razón por la que la familia Montenegro, al ser informada de todo por Sebastien, decidió adoptar a la pequeña Nicolette en su hogar y encargarse de su cuidado.
Al sol le queda un poco para esconderse por el horizonte.
Dustin se encuentra ahora en uno de sus lugares favoritos: el solitario acantilado de Kerzefield donde solía verse con su hermano Sam. El mismo al que él le dijo que acudiese si necesitaba verle, pues "terminaría apareciendo".
El chico lleva visitando este rincón desde que llevaron a cabo las misiones, con la esperanza de que Sam apareciese en algún momento y así poder contarle todo lo que ha pasado desde que habló con él, en su casa precintada.
Sentado en el suelo y apoyando los brazos sobre sus rodillas mientras contempla el reflejo del sol sobre el mar, Dustin siente que los párpados le pesan debido a la falta de sueño en los últimos días. Trata de mantenerlos abiertos pero por un instante se le cierran, dando una cabeceada sobre sus brazos: es entonces cuando una voz familiar le saca de su dormitar.
—Qué bien que se está aquí, ¿eh, Daxx?
Dustin alza la cabeza y la gira hacia su lado.
—¡S-Sam! N-no te había oído... Estaba esperándote. Me dijiste que...-
—Sí, lo sé.
El hermano pequeño ve cómo el mayor se agacha y se sienta a su lado. Observa la tranquilidad con la que Sam apoya un codo sobre su rodilla doblada y se saca un cigarrillo de la cajetilla, que más tarde se coloca en la boca, apagado.
— Lo siento, flacucho. He estado un poco liado. Mucha policía por todos lados estos días, ya sabes —le dice, después de encenderse el cigarro cubriéndolo con las manos—. ¿Hace mucho que estás viniendo?
—S-sí, bueno. Unas dos semanas. De eso quería hablarte...
—Mierda. Perdóname. Estuve con... ey, ¿qué te ha pasado en esa mano?
—¿Eh? N-nada, solo... un mal golpe —se le ocurre decir, mirándose la mano que lleva vendaje, desde el enfrentamiento con Caesar—. Y-ya está casi curada...
— Tú sueles curarte enseguida de todo —comenta, tomándosela por un momento para analizarla—. Debió ser un golpe fuerte.
—Sí... un poco. P-pero ya no me duele.
Los hermanos se quedan en silencio, una vez Sam deja ir la mano de Dustin. Únicamente se escucha la suave brisa y las olas chocando contra la base del acantilado, en la lejanía.
—Caesar ha sido encerrado, Sam —le dice entonces Dustin, mientras se mira la mano vendada—. Y Jessica también: ella confesó todo lo que él hizo.
Sam se le queda mirando.
—Contó que metió aquella droga en mi casa, ¿no es así?
—Y también que fue Caesar quien me intoxicó.
—¿Que te hizo qué...? —Dustin se limita a asentir. Sam suelta aire cargado de humo por la nariz y niega con la cabeza. Suspira y se recoloca con cierta incomodidad, apoyando ahora el codo en su otra rodilla.
—Me cago en la puta...
—Tú no sabías que él me hizo eso, ¿verdad? Por eso no me lo dijiste. Tú solo sabías que intentó incriminarte a ti...
Sam asiente, apesadumbrado.
—Si te soy sincero, en el fondo no le creía capaz de hacer algo así contigo. Conmigo entendía que quisiera meterme hasta matarratas en la cerveza porque me odiaba, pero tú... —Sacude un poco la cara, molesto—. Solo eres un crío y no le hiciste nada. Pensé que como mucho intentaría comerte el coco con sus mentiras. Pero debí ser aún más malpensado...
—Tú me avisaste. M-me advertiste sobre él —recuerda, apocado—. P-pero hasta que no hizo daño a Regina, no moví realmente ficha... Debí decírselo entonces a papá y se habría encargado de él antes de que a ella...-
—Ey, ey. No te embales, chaval —le pide con calma—. Las cosas llegan cuando llegan, ¿vale? Nada de martirizarse.
Dustin vuelve a guardar silencio durante unos segundos, obedeciendo a su hermano y tranquilizándose un poco. Sus ojos pasan de estar puestos en el mar a estar en la tierra más cercana a él.
—Papá se está ocupando personalmente de investigar si ha habido más víctimas. Al fin y al cabo, Caesar solo era un miembro más de los Sons of Schuld... y tampoco se fía del todo de la policía.
—Hace bien. Yo tampoco lo hago.
El pecho de Dustin ha conseguido calmarse un tanto. Sonríe al no escuchar nada despectivo por su parte al hablar de Arnold. Gira la cara hacia él, con tal de darle más peso a sus siguientes palabras.
—Sam, yo... siento mucho lo que pasó entre papá y tú.
Sam ladea un poco el rostro hacia su hermano, prestando atención de forma calma.
—Lo que le ocurrió a Julia... —Hace una pausa y mira al suelo, vacilante—. D-de no ser por ella y lo que hizo por mi madre, yo... ni siquiera habría nacido.
Al volver los ojos hacia Sam, ve que en sus labios se ha dibujado una sonrisa.
—Tienes razón. Al final va a ser cierto eso de que cuando la vida te quita algo, te da otra cosa a cambio, ¿eh? —Volviendo a soltar humo por la nariz, mira de nuevo al frente, resuelto—. Ojalá me hubiese dado cuenta antes.
—B-bueno..."Las cosas llegan cuando llegan", ¿no?
—...Exacto, flacucho.
—Sí... Regina me contó de dónde sacaste la moto que me regalaste. —Sonríe y asiente a Sam cuando este le mira, con ojos sorprendidos—. ¿Es cierto que nunca la llegaste a utilizar, cuando Julia te la regaló?
—Así es. Prefería utilizar la que ella siempre usó, a la que llamé "Daxx". Cuando me regaló la roja yo aún era un crío, así que solo podía esperar para poder usarla. Pero cuando me hice mayor y mi madre ya no estaba... decidí utilizar la suya, porque me hacía sentir más cerca de ella, de algún modo.
—T-te entiendo...
Sam sonríe de medio lado.
—Además, no me veía lo bastante digno de ensuciar algo tan perfecto y reluciente, y tampoco podía dársela a cualquiera. Por eso cuando apareciste por mi casa, pensé "Bueno, ¿qué hay más perfecto que mi hermano el sabelotodo"?
—Q-qué gracioso...
—Es broma. —Se ríe—. Pero ya sabes lo que quiero decir.
—S-sí...
Vuelve a haber un pacífico silencio entre ambos. Sam da una nueva calada a su cigarrillo a punto de consumirse.
—Hablando de Regina... T-también quería hablarte sobre ella, Sam.
—Ay... Reggie —pronuncia con morriña. Apaga el poco cigarro que le queda aplastándolo contra el suelo—. Dime, ¿se encuentra mejor?
—Sigue luchando —le dice con orgullo—. Aunque la doctora Bogart cree que tal vez no pueda volver a caminar, está convencida de que encontrará una solución.
—Lo importante es que ella se encuentre bien, Daxx. Y siempre y cuando tenga su voz para seguir cantando, yo creo que podrá seguir sintiéndose viva.
—S-sí... Eso es verdad.
—Vamos, alegra esa cara, flacucho —le dice entonces, al tiempo que palmea su espalda con ánimo—. Has logrado sobrevivir a un farmacéutico loco y conseguiste salvar a la chica. Deberías estar orgulloso de ti, ¿cómo es que no estás dando saltos?
—E-es que...
Mientras Sam aguarda con impaciencia la respuesta de su hermano, Dustin vuelve a girarse a él, dejando de mirar la lejana tormenta que sigue asolando la ciudad de Schuld City, después de dos semanas seguidas.
—S-solo es que me pregunto por qué no vuelves a casa, Sam. Ahora todo está más calmado —asegura convencido. Sam deja de mirarle, aunque no parece enfadado—. T-todos te echamos de menos y... te necesitamos. N-no sólo yo.
Esa última frase descoloca un tanto a Sam. Arruga la frente y observa a su hermano pequeño. Al ver a Dustin con una media sonrisa, se queda aún más confundido.
—¿De qué estás hablando, Daxx?
—V-verás, es que... resulta que Regina está embarazada —le dice—, y ni siquiera ella misma lo sabía.
La expresión de Sam cambia a una de sorpresa, pero no logra decir nada durante unos segundos. Vuelve a fruncir el ceño y se le termina escapando una pequeña risa atónita.
—Me estás vacilando, ¿verdad? —cuestiona, aunque no deja de sonreír. Dustin niega.
—Ella quiere tenerlo porque s-sabe que es tuyo... que las fechas encajan y... no ha estado con nadie más. P-pero no se dio cuenta porque después de tu accidente sufrió muchos desajustes, y... adjudicó los síntomas y el malestar a la ansiedad.
—Madre mía —suelta él, todavía en proceso de asimilarlo—. Entonces, ¿los dos están bien?
—L-los médicos están convencidos de que si ha conseguido resistir tanto ha sido gracias a esa noticia: tiene ganas de vivir por su bebé.
Sam mantiene esa sonrisa melancólica sin responder nada. Respira hondo y mira de nuevo hacia el horizonte, por donde el sol ya se está escondiendo del todo.
—Me encantaría estar allí para ver eso. De verdad —le dice al fin—. Pero todavía no puedo regresar, Daxx.
Ahora es Dustin el que muestra una expresión de inconformismo. Ve como su hermano se incorpora sin prisas y se queda de pie, plantado a su lado, espolvoreándose la tierra de sus pantalones rotos y desgastados con una mano.
—N-no te entiendo. ¿P-por qué sigues diciendo eso, Sam?
Sam deja de sacudirse los vaqueros y mira hacia su hermano pequeño, sonriente. Le revuelve el pelo con la mano que no utilizó para quitarse la suciedad.
—Algún día lo entenderás, ¿vale? No corras tanto.
—Eh, no, ¡explícate! E-eso no me vale.
—Claro que te vale, flacucho. —Se ríe—. Es más, deberías centrar tus energías en otros asuntos más importantes que yo.
—¿Ah, sí? ¿Cómo cuales?
—Pues como tu querida pelirroja —responde con obviedad, poniendo los brazos en jarra—. ¿Cómo se llamaba...? ¿Hannah?
—¿H-Hannah Grace?
—¡Sí! ¡Esa! —Chasquea los dedos y le señala—. ¿Qué hay de ella? Ya estáis saliendo juntos, ¿no? ¡Recuerda que tengo que darle el visto bueno!
—¡Q-qué dices, no! N-no estamos... saliendo. Ella sigue con Keith.
—No me jodas... ¿Con el macarra ese?
Dustin asiente, quedándose en silencio unos segundos. Decide entonces levantarse con un pequeño impulso en sus piernas, imitando después el gesto de Sam y limpiándose la suciedad de los vaqueros con la mano buena.
—S-sí. Además, es que... últimamente ha vuelto a estar muy distante —confiesa, alicaído. Se lleva esa mano a la nuca, incómodo—. La huida de su amiga Elisa y el accidente de Regina ha sido demasiado para ella. H-Hannah Grace es muy sensible... y todo esto le ha afectado muchísimo. Y en el fondo, yo... m-me siento culpable, al menos por lo que le ha pasado a Regina. —Con los ojos puestos en el mar de nuevo, piensa en voz alta y dice—: Ojalá pudiera hacer algo para que se sintiese mejor. Cualquier cosa que la hiciese sonreír otra vez...
Sam permanece callado, pensando bien su contestación al ver a Dustin enredarse de nuevo en sus inseguridades. Una vez lo ha resuelto en su cabeza, coloca una mano sobre el hombro de su hermano pequeño, reconfortante.
—¿Sabes, Daxx? Reggie siempre ha sido un ángel de la guarda para mí. Desde críos me ha estado cuidando y preocupándose de llevarme por el buen camino. Queriéndome incluso cuando ni yo mismo me quería.
Dustin observa a Sam con extrañeza, sin entender a qué viene ese comentario. Ve cómo él mantiene sus ojos claros en el horizonte que él antes miraba.
En ellos reconoce una mirada de profunda convicción.
—Lo que intento decir es que... quién sabe. Tal vez tú puedas ser el ángel de esa chica, ¿no crees?
◇◇◇
Luces estroboscópicas. Música techno-dance retumbando en los altavoces por toda la discoteca. Una multitud de gente entre la que Hannah Grace se mimetiza, bailando.
Una noche más, la chica se ayuda del alcohol para adormecer sus duros pensamientos mientras lo da todo en la pista de baile.
Sin embargo, tal y como Dustin le contó a Sam, los últimos sucesos están a punto de desbordarla: ni siquiera moverse al son de la música y beber como si no hubiese un mañana le alivia, tras dos semanas de discusiones estúpidas, portazos y aislamiento emocional hacia su familia y hacia Keith.
Pasa de una pareja de baile a otra. Se ríe cuando le responden a un coqueteo físico y acto seguido se escabulle al siguiente: sus labios sonríen pero sus ojos están húmedos de tristeza, y pasan desapercibidos entre tanto humo y colores parpadeantes.
La chica se encuentra en mitad del estribillo de una de sus canciones predilectas cuando, de pronto, uno de los chicos que bailaban a su alrededor se arrima más a ella. Grace reacciona como ha hecho hasta ahora, de forma juguetona y provocativa sin pasar al siguiente nivel: pero el muchacho entonces toma esa decisión por ella y la toma de la muñeca, acercándose a su oreja e invitándola a acompañarle.
Los sentidos de Grace están alborotados y únicamente responde a esa proposición con un fugaz beso, pues la voz del chico le suena demasiado pero no logra ubicarlo del todo: su mareado instinto le dice que puede fiarse de él.
El joven entiende esa reacción como un "sí" al momento. Tira de la mano de Grace con firmeza para llevarla a un apartado detrás de uno de los altavoces, aprovechando lo fácil que resulta llevar de un lado a otro a la minúscula chica. Pero en cuanto él la aprisiona contra la pared y desliza sus manos bajo su falda, Grace interrumpe el beso y se hace a un lado entre risas ebrias, logrando zafarse sin dificultad ya que el otro cree que todavía se trata de un juego al oírla reírse.
La chica consigue hacerse paso entre la gente debido a su fina figura y llega a los servicios femeninos dando tumbos. Una vez dentro sigue caminando y se mete en uno de los utilitarios, comenzando a tomar algo de consciencia al aislarse un poco del retumbe de la música: encuentra un poco de calma en aquel cubículo, pero de pronto siente frío.
Echa el pestillo con manos temblorosas y se sienta en el váter con la tapa cerrada. Nota que la cabeza le va a estallar de las vueltas que le está dando, las náuseas le hacen creer que de un momento a otro vomitará, como ya es costumbre. La risa nerviosa que le vino durante el jugueteo con el "desconocido" se va atenuando y dejando paso a un débil gimoteo, a punto de echarse a llorar ahora que nadie la ve. Se envuelve a sí misma con sus brazos y se frota con tal de paliar ese frío tan incómodo que la asalta.
Sin embargo, la tranquilidad de los aseos se ve de pronto interrumpida con unos gritos que, por mucho que le suenen, su cabeza sigue sin identificar:
—¡Eh, Grace! ¡Vamos, encanto, no me dejes así ahora! ¡Te estaba haciendo reír! ¿no?
Con los ojos abiertos por completo, Grace se lleva las manos a la boca con tal de contener su lamento. La tensión se adueña de ella en cuanto oye, a continuación, un grito masculino que irrumpe en la sala con un tono totalmente opuesto:
—¡Ian, hijo de puta! ¡¡Déjala en paz!!
Los ojos mojados de Grace se estremecen al reconocer esa voz al instante.
«¿Keith...?»
Escucha al otro lado de su puerta un golpe seco y una caída al suelo. Por las mejillas de Grace resbalan lágrimas al empezar a comprender a fogonazos la situación.
—Te lo dije, Snake Man. Te dije que lo había visto con tu novia. —Reconoce también la voz de Mike—. Siempre la está rondando.
—¿Y qué con eso? ¡No me sale de los huevos dejarla! —escucha vociferar a Ian, intuyendo por los ruidos que se incorpora del suelo—. ¡El que tiene que dejarla en paz eres tú, Connor! ¡Apártate y deja que un tío de verdad le dé lo que necesita de una vez!
—¿Sabes? En eso tienes razón: yo no soy el tío que Grace se merece. ¡Por eso estoy dedicando mi puta vida a convencerla de ello!
Grace oprime las manos contra su boca con fuerza, luchando por no descorchar su llanto en mitad de aquella trifulca tan reveladora.
—¡Joder! ¡Entonces deja que venga conmigo, puto idiota! ¿¡A qué viene tanto teatro de celos, si tú no la quieres!?
De nuevo se intuye otro fuerte empujón contra la pared, que hace gritar con ofensa a Ian.
—Porque la única persona que merece a Grace es el tío al que yo quiero. Y no pienso dejar que un mierda como tú vuelva a tocarla ni con un palo.
El silencio vuelve a adueñarse de la sala por unos angustiosos segundos. A Grace le va el corazón a mil por hora y su respiración se ha detenido al escuchar esas últimas palabras.
—¡Puto... maricón! —le oye escupir entonces a Ian, cargado de desprecio—. Mira, ¿sabes qué? No estoy tan desesperado como para meterme en una historia tan rara. Seguro que por ahí encuentro tías mucho mejores que Grace. ¡Puedes quedártela como florero, o lo que que coño sea que hagas con ella! Yo me largo.
Lo siguiente que se oye a esa sentencia son unos pasos enfurecidos y un portazo. El retumbe de la música se sigue escuchando de fuera, pero Grace no es capaz de moverse ni un centímetro. El silencio al otro lado de su puerta apenas dura unos segundos, antes de que se oiga el rabioso grito de Keith y, a continuación, un impacto contra uno de los espejos.
—Snake Man...
La respiración de Grace regresa poco a poco, según escucha a Mike hablar a su amigo en ese tono tranquilizador. Keith no le responde nada.
—No te preocupes, Snake Man. —Le oye decir a Mike, con una seriedad inusual en él—. Victoria y yo os ayudaremos... siempre que lo necesitéis.
—Vuelve con Vicky —responde Keith al fin, con la voz quebrada—, no la dejes sola.
Grace aleja poco a poco las manos de su boca, pues ya no hay sollozos que retener. Oye la puerta de fuera abriéndose y cerrándose, anunciando la ida de Mike. Sabe que Keith sigue allí porque comienza a escuchar su frustrado llanto.
Levanta entonces de donde estuvo sentada todo este tiempo y quita el pestillo. Abre despacio la puerta y al dar un par de pasos hacia el exterior, mira a ambos lados. Sus ojos se detienen la esquina donde Keith se encuentra, sentado en el suelo y con la espalda apoyada en la pared: ve sangre cayendo por sus nudillos e intuye el motivo al advertir el espejo roto y los cristales por el suelo.
—Grace... —El chico niega con la cabeza al verla aparecer. Es consciente de que lo ha oído todo y le invade una inmensa sensación de vergüenza.
Ella sigue caminando hasta llegar a él, con pasos indecisos. Se arrodilla frente a su novio y coloca ambas manos sobre las rodillas de él. Siente que la angustia se apodera de su garganta al verle tan destrozado: se le contagian las ganas de llorar y ya no tiene fuerzas para seguir ocultándolo.
Él separa un poco el hueco entre sus piernas para dejarla entrar en su pequeño espacio y acortar la distancia entre ambos: la toma con suavidad por la nuca y ella se acerca a su pecho en abrazo, arrugando entre sus dedos la camisa de él.
—¿Qué coño estás haciendo, Keith? ¿Por qué te estás rompiendo tanto por mí? —solloza con frustración la chica, estrujando la ropa de su novio y meneando la cabeza contra su pecho.
El llanto de Grace termina por eclipsar del todo al de Keith, que únicamente se mantiene en dolorosa tensión mientras abraza a la pelirroja. Ella continúa repitiendo aquellas preguntas una y otra vez durante unos minutos en los que Keith aprovecha para desatarse el pañuelo que lleva atado su muñeca: utiliza esa tela para hacerse un torniquete en la mano que le sangra y deja al descubierto sus viejas cicatrices, formándole un nudo en la garganta al recordar el motivo de tanto odio por sí mismo.
—Keith... ya no lo soporto más. No soporto más mentiras —murmura entonces ella, una vez sus sollozos disminuyen—. Quiero romper contigo.
El silencio por parte del chico provoca en Grace una reacción algo más irritada. Se separa de él y le propina un manotazo flojo en el pecho.
—¿Me estás oyendo? ¡No quiero seguir con esta farsa! —le grita, sin conseguir que Keith le mire a la cara—. Quiero que me lleves lejos, a mi casa de campo si hace falta. ¡Quiero vivir alejada del mundo entero para siempre!
—Grace, yo...
—¡¡No!! ¡No quiero oír más gilipolleces! ¡Quiero irme de aquí YA!
Apartándose de Keith y levantándose con dificultad, la chica parece estar a punto de echarse a llorar de nuevo. Camina errante por la estancia y sus manos están ahora puestas sobre su cabeza, como si temiese que fuese a explotarle de un momento a otro.
Keith se incorpora también y da unos pasos hasta ella, tomándola con suavidad por el brazo con intención de calmarla. Pero ella lo rechaza con un nuevo manotazo, alterada.
—¡Que no me toques! ¡¿Es que te importa una mierda lo que yo quiera?!
Sin esperar a que él le responda nada, la chica sale disparada hacia el utilitario en el que se encerró antes: la tensión acumulada y la importante cantidad de alcohol que lleva en el cuerpo le provocan náuseas y no puede evitar arrodillarse a devolverlo todo.
Keith no se altera demasiado, ya que para él también es una situación habitual. Se acerca al lavabo para mojarse la mano donde no se cortó y camina hasta Grace. A ella ya solo le quedan toses, pero él se arrodilla igualmente cerca para retirarle el flequillo y pasarle la mano mojada por la nuca. Una vez Grace se ha calmado un poco, Keith la ayuda a incorporarse para llevarla de nuevo hasta el lavabo y ayudarla a refrescarse la cara y el cuello, en silencio: la chica todavía sufre tiritones por el agobio y no es capaz de decir nada, tampoco.
Keith termina cerrando el grifo una vez ella se enjuaga la boca con agua y le acaricia el pelo una última vez, peinándolo hacia atrás para que no le caiga en los ojos y dejando sus manos a cada lado de su cara. Ambos se quedan mirándose el uno al otro, con los ojos igualmente anegados y la expresión destrozada.
—Te llevaré a tu casa de campo, Grace.
◇◇◇
Ya pasa de la madrugada. Dejando el Land Rover de su padre aparcado fuera, Keith carga en sus brazos a una somnolienta Grace hasta el interior de la casa de campo de las Cloverfield: el bello y solitario hogar de madera que heredaron de su querida abuela.
Entra sin problemas gracias a la llave que la propia Grace le dio en su día. Sus pasos hacen crujir el suelo de madera según camina hasta llegar a la habitación en la que tienen la cama de matrimonio, la más cómoda: una vez allí la deposita con cuidado sobre el colchón, pero, cuando Keith la descalza y hace un pequeño ruido al dejar caer al suelo los tacones, Grace se desvela por un momento y vuelve a ponerse nerviosa.
—Vas a abandonarme, ¿verdad? No te importo una mierda... nunca me has querido —murmura con hastío contra la almohada, pateando las manos de Keith—. Lárgate de aquí, ¡esta es mi casa! No quiero verte nunca más...
Keith de nuevo guarda silencio ante los pequeños ataques de embriaguez de Grace. No se ve con fuerzas de seguir lidiando con esta situación tan dolorosa él solo, así que se limita a cubrir las piernas de la chica con la sábana y a abandonar la habitación, dejando la puerta entreabierta.
Una vez en el espacioso salón principal, recuerda aquella idea que tuvo en la discoteca y estuvo rumiando durante el trayecto en coche. Sin alejarse demasiado de la puerta que lleva a la habitación donde Grace descansa, se apoya sobre el cabezal de un sofá y saca de su bolsillo el teléfono móvil.
«Por favor... que responda» desea para sus adentros, deslizando su lista de contactos y eligiendo un número al cual llama. Tras un par de tonos, la persona al otro lado del aparato responde y Keith se tensa.
>¿K-Keith? ¿Qué pasa? Es tardísimo...
Keith necesita morderse los labios con tal de hacer que no le tiemblen. Sus latidos le martillean con demasiada fuerza en el pecho y por unos segundos le impiden responder nada.
>Keith... ¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?
La voz alarmada de Dustin le obliga entonces a contestar. Carraspea antes de hacerlo.
—Ey, Krausser. Escucha... a ver, ¿cómo digo esto? Grace ha roto conmigo y no me quiere cerca. Necesito que vengas y estés con ella. No quiero dejarla sola.
>¿C-cómo? Pero... ¿ella está bien?
—Ahora mejor. Solo un poco borracha —se limita a decir, y sorbe con la nariz—. ¿Puedes venir, por favor? Estamos en la casa del lago.
>C-claro... en un rato estoy ahí.
—Genial, chato. Aquí te espero. Y tráete tu moto, que yo me llevaré el coche.
>V-vale...
Se forma un silencio entonces, en el que Keith se ensimisma y olvida que tiene que darle al botón rojo para colgar la llamada.
>Keith... ¿tú estás bien? T-te noto un poco...-
—Eh, vamos. Déjate de gilipolleces y ven de una vez, ¿vale?
Sin dejar espacio para réplicas, ahora sí que pulsa el botón de colgar. Acto seguido lanza el aparato contra el sofá y se lleva la mano al pelo, revolviéndoselo con exasperación. Suelta un gran resoplido y cierra los ojos, trata de atemperar sus nervios y se mentaliza por unos minutos de lo que va a pasar de aquí a un rato.
No logra calmarse del todo, pero de igual forma camina hasta la cocina para conseguirle un vaso de agua a Grace y llevárselo de vuelta a la habitación. Cuando llega al dormitorio la ve tal y como la dejó, solo que hecha un ovillo en sí misma. Se acerca hasta ella y deposita el vaso de cristal sobre la mesilla más cercana, y comprueba al tiempo que se encuentra dormida: al fijarse en su cara aprecia empapada en lágrimas y el malestar vuelve a atascarse en la garganta del chico de forma silenciosa.
Decide entonces alejarse físicamente de esa imagen tan dolorosa y sale a tomar el aire al porche de la casa, a esperar a Dustin.
Al cabo de unos quince minutos, lo ve aparecer montado en su moto roja. Mientras él aparca cerca del Land Rover y se quita el casco, Keith se gira hacia la ventana que tiene tras él, donde Grace descansa, para comprobar que el ruido no la haya desvelado.
Una vez se asegura de que sigue dormida, vuelve a girarse hacia Dustin y da un respingo del susto, al vérselo de golpe frente a él por haber utilizado su Stigma. Keith le empuja con un toque en el hombro como acto reflejo.
—¡Hijo de puta! ¡Vuelve a asustarme así y te meto una hostia!
—¡L-lo siento! —se disculpa él, aunque sonríe por la reacción de Keith—. N-no quería asustarte.
—Anda, ven. Ahora está dormida, podremos hablar tranquilamente —le dice, masajeándose la frente con la mano y entrando en la casa—. ¿Quieres verla antes?
Dustin asiente y le sigue, cerrando la puerta tras de sí. Ambos llegan hasta el dormitorio y Keith pasa hasta el lado de la cama donde Grace está. Dustin, en cambio, se queda unos segundos en la puerta antes de ir, cuando Keith le hace un leve gesto con la cara para que se acerque.
—¿Ves? Ahora duerme como un bebé —susurra Keith, cuando Dustin se queda mirándola con ojos compasivos—. Venga, vamos fuera. No sea que se despierte y la liemos.
Dustin se queda observándola unos segundos más, mientras Keith camina hasta salir de la habitación. Una vez en el marco de la puerta le chista para llamar su atención y él sale de su ensimismamiento, acudiendo con su amigo. Entrecierra la puerta antes de salir por ella y se queda allí junto a Keith, que ahora está cruzado de brazos.
—Menos mal que respondiste a mi llamada —le dice con una sonrisa ladina—. ¿Qué coño hacías despierto a estas horas? ¿Estabas curándote el insomnio haciéndote paj-
—Estuve hablando con Logan, Keith —le interrumpe, rodando los ojos—. M-mañana es mi cumpleaños y quiso felicitarme. Luego nos pusimos a hablar y...-
—No jodas, ¿en serio? —Suelta una pequeña risa—. Felicidades, entonces. Puto lemming, que ya se me ha adelantado.
—N-no pasa nada, creo que nunca te lo llegué a decir.
—Ya...
Keith sorbe de nariz y se pone a caminar hasta el sofá de antes, donde vuelve a apoyarse. Cruza de nuevo los brazos y deja la mirada puesta en el suelo, sin saber por dónde empezar a contarle a Dustin todo lo que ha pasado.
—¿Qué ha pasado, Keith? —le pregunta entonces su amigo, en un tono más serio—. ¿Por qué Hannah Grace ha roto contigo?
Keith suelta un breve suspiro, esforzándose por sonar resuelto.
—Bueno... La verdad es que no tengo ni idea de cómo ha conseguido aguantarme tanto tiempo, con lo inútil que soy. Pero supongo que lo de Ellie y lo de Regina la han hecho explotar...
Dustin agacha un poco los ojos, al entender esa parte.
—Como ya te conté en su día, me gustaba cuidar de ella para que ningún imbécil le hiciese daño —continúa Keith, al cabo de unos segundos—. Pero no me di cuenta de que el imbécil que más daño le estaba haciendo era yo mismo. Mi forma de cuidarla no es la que ella necesita.
Su amigo Dustin permanece en silencio. Se pone en el lugar de su chica favorita y lo único que puede sentir es dolor por todo lo que sabe que ha pasado y por lo que solo puede intuir, gracias a unas telas negras cubriendo sus brazos.
—Esa forma de mirarla. —Las palabras de Keith hacen que Dustin le preste atención de nuevo, extrañado—. La forma en que la miraste antes... Eso es lo que Grace necesita: alguien como tú que la mire así.
—¿"A-así"? ¿Así cómo?
—Pues como si tuvieses sueño y ella fuese la mejor almohada del mundo, ¡no sé de poesía, chato! Lo que sí sé es que conozco esa mirada y es del amor más puro que hay. O del que yo conozco, al menos.
—P-pero Keith, yo no...
—¿Sí?
—Ella te quiere a ti.
Keith se recoloca en su sitio y resopla, mirando fugazmente hacia el techo para luego regresar la vista a él.
—Las cosas han cambiado, Krausser. Los dos habéis cambiado. —Despegándose del sofá, camina hasta él—. Y Grace ahora necesita que la quieran como tú la quieres a ella. Igual que tú necesitas dar todo eso que te estás guardando desde hace siglos.
Dustin baja los ojos al pecho de Keith, incapaz de mantenerle la mirada al escuchar algo tan cierto. Le está hablando de evolución y es consciente de lo mucho que él mismo ha avanzado en los últimos meses, lo que le hace avergonzarse por seguir tan encasquillado en el tema con Grace.
—Haría cualquier cosa por ella —murmura al fin Dustin.
Keith sonríe al escuchar esas palabras, aunque es una sonrisa de ojos tristes. Hay poca luz en la estancia y Dustin no le está mirando a la cara, de modo que esa grieta en su máscara emocional pasa desapercibida.
—Lo sé. Sé bien cómo se siente.
Tras unos segundos de silencio, Keith camina hasta el sofá para recoger su teléfono y guardárselo en el pantalón. Se distrae mirando la hora en el aparato con tal de alargar el tiempo que está de espaldas a Dustin, respirando hondo y dándose cuenta de que el pecho vuelve a dolerle físicamente, tal y como le ocurrió durante la fiesta en la mansión Edler.
—Bueno, Krausser. Creo que yo me tengo que ir ya. —Se gira a él de semi-lado e imposta otra sonrisa—. Cuida bien de ella, ¿vale?
Sin responder nada, Dustin observa cómo Keith se dirige hacia la entrada, tras esa especie de despedida tan escueta.
—Keith. —La voz de Dustin consigue detener sus pasos, ya casi en la puerta principal—. ¿Qué fue exactamente lo que hizo que Grace tomase esta decisión?
Keith permanece de espaldas a Dustin, permitiéndose unos segundos para pensar una respuesta válida.
—Ya te lo dije. No la quiero como ella quiere.
—Y... ¿cómo quiere que la quieran?
Keith entonces se gira hacia él y le dedica una sonrisa tranquilizadora, al oírle ese tono tan indeciso de "necesito un mapa para esto".
—También te lo dije: todo gira alrededor de la forma de mirar. Con eso puedes saber infinidad de cosas...
Sin añadir nada más, Keith continúa su camino y sale de la casa cerrando la puerta tras de sí. Dustin se ha quedado pensativo después de escuchar esas palabras y el silencio envuelve ahora el lugar, únicamente con el canto de los grillos de fondo.
«Hannah Grace... ¿será cierto que hemos cambiado tanto?».
Movido por ese pensamiento, gira y ve detrás de él la puerta que le separa de su chica favorita: permanece semi abierta, invitándole a entrar si así lo decidía, y piensa en ese detalle como una metáfora de la situación emocional entre ambos.
Lleva la mano a la puerta y roza las yemas de los dedos en ella, viendo el vendaje que recubre su mano, todavía sin sanar del todo los huesos que se rompió.
«Puede que mamá tenga razón... y no me esté curando tan rápido como siempre porque hay algo que me lo impide», se dice para sus adentros, «Algo emocional».
En mitad del silencio nocturno, de pronto un hilo de voz lo saca de sus reflexiones y lo pone alerta al momento: es la voz de ella y viene de dentro.
Al entrar en la habitación, ve que Grace está pasándose las manos por la cara y emite pequeños gemidos de dolor. Él se debate unos segundos antes de caminar hasta allá y se arrodilla en el suelo, al lado de la cama.
—Ey... ¿cómo te encuentras?
La chica detiene sus quejidos al oír la voz de Dustin. Retira despacio las manos de su rostro y le mira con expresión somnolienta.
—¿Dustin...? ¿Qué haces tú aquí? —susurra con voz acatarrada, de ojos cerrados—. ¿Dónde estoy...?
—E-estás en la casa del lago. Keith te trajo.
Oírle decir ese nombre provoca en Grace un pinzamiento muscular. Vuelve a abrir sus ojos verdes y escruta a Dustin con ellos.
—¿Keith me... trajo? —pregunta al cabo de unos segundos.
—S-sí. Ha tenido que irse, pero... m-me llamó para que viniese y estuviese contigo.
—¿Se fue?
—B-bueno, tú...
El chico no sabe de qué manera formular la frase para que no suene mal. Se lleva la mano a la nuca mientras trata de encontrar las palabras.
—¿Rompí con él? —recuerda de pronto ella, ahorrándole a Dustin el tener que contarlo—. Oh, dios mío, no puede ser...
Grace se lleva una mano a la boca, al vislumbrar fragmentos de la noche tan caótica que ha vivido. Se incorpora un poco en el colchón y comienza a negar con la cabeza, según los nervios vuelven a ella.
—No... esto no está pasando de verdad, no está pasando...
—H-Hannah Grace, yo...
La pelirroja gira la cara hacia su amigo con un ligero respingo: por unos segundos casi olvidó que seguía ahí. Ella se queda mirándole con los ojos muy abiertos y deduce algo por su cuenta que le agua la mirada.
—Al final, Keith se ha hartado de mí y me ha abandonado —musita, con la barbilla temblorosa. Desvía la mirada del rubio y la deja puesta en la nada—. Se ha creído que iba enserio cuando le pedí cortar y me ha dejado...
Dustin entonces frunce el ceño, confuso.
—¿Y p-por qué le dirías algo así sin ir en serio?
Grace frena entonces el bucle de lamentaciones en el que estaba inmersa. Ese tono ofendido en Dustin le resulta tan inusual que no sabe qué responder.
—K-Keith no te ha abandonado, ni está harto de ti —continúa, y ahora es él quien desvía la mirada de la chica—. M-me pidió que viniese a estar contigo porque le importas... p-porque confía en mí para cuidarte.
Los ojos de Grace se entrecierran al escuchar esa razón, dejándolos puestos en el suelo. Se recoloca en el colchón hasta quedar de rodillas y arruga la falda de su vestido negro con los puños cerrados.
—Es verdad —musita ella—, tú eres el único que él cree que es bueno para mí.
Dustin no logra discernir el verdadero significado que esconde esa frase: aunque se trata de algo positivo, oye a Grace decirlo con tanto dolor que parece algo terrible.
El chico se levanta entonces del suelo y se sienta al lado de su chica favorita. Un impulso, alimentado por las palabras de Sam y de Keith, le empuja a hacerle una pregunta con toda la firmeza que logra reunir:
—¿Y qué es lo que crees tú, Hannah Grace?
Grace vuelve los ojos a él, sobrecogida. Ve en su amigo de la infancia esa mirada decidida, la que tanto la conmovió cuando bailaron juntos en la fiesta de la mansión. Recuerda el sentimiento de seguridad tan cálido al que se aferró aquella noche, y su cuerpo dolorido y tembloroso le pide a gritos refugiarse en esa calidez de nuevo.
Su corazón está tan cansado que no soporta seguir haciéndose tantas preguntas, y tan confuso que no conseguirá dar una respuesta con palabras a lo que el chico le ha preguntado.
Sin mediar palabra, su delgada mano termina posándose sobre la mejilla de Dustin. Los labios le tiemblan tanto que tiene que mordérselos para detenerlos, y él continúa esperando su respuesta colocando su mano vendada sobre la de ella, ayudándola a mantenerla firme.
Ese simple gesto impulsa entonces a Grace a darle una respuesta más clara y directa, y acorta la distancia entre ellos con urgencia para juntar los labios con los suyos.
La chica siente en ese beso una correspondencia que le llena el pecho por completo: encuentra ahí la dulzura y la convicción que tanto tiempo se ha pasado buscando en otras personas, especialmente en Keith.
Las manos de Dustin sujetan su rostro con la misma seguridad que la noche del baile. Los labios de Grace sonríen durante el beso al ser consciente de que nunca antes la habían tocado con un cariño tan honesto, tan devoto hacia ella.
Sin embargo, en mitad del apasionado acercamiento, Dustin aleja las manos de Grace y gira la cara, con el pecho acelerado.
—¿Qué... qué pasa? —logra preguntar ella,desconcertada—. ¿No te...-
—L-lo siento, Hannah Grace. —Niega con la cabeza, llevándose una mano a la frente—. E-es que... c-creo que es... injusto. N-no puedo aprovecharme de esto...
—¿Aprovecharte?
El chico sigue pasándose la mano por la frente. Nervioso, no puede mirarla a la cara.
—N-no estás bien. C-con todo lo que ha pasado esta noche, y en las últimas semanas... estás muy débil. N-no puedo hacerlo...
La expresión de Grace pasa de la extrañeza al incordio. Ambos se quedan en silencio unos segundos y ella sopesa las palabras del chico, soltando una pequeña risa de autocompasión.
—Yo siempre soy débil, Dustin. No tengo momentos fuertes...
El tono quebradizo que carga esas palabras alertan a Dustin y vuelve la cara a ella, preocupado. Los ojos de su chica favorita vuelven a anunciar lágrimas y no son de alegría.
—Por eso todo el mundo siempre termina cansándose de mí —asume con pesar—. Porque soy insoportable y no merece la pena estar a mi lado. Por eso tú también te cansarás y me abandonarás...
—No, Hannah Grace. Escucha, yo voy a estar aquí siempre, ¿de acuerdo? —le dice del tirón, volviendo a colocar la mano sobre su mejilla, calmándola—. Te quiero, y siempre voy a quererte.
Las lágrimas de Grace se deslizan de sus ojos cristalinos y mojan las manos de Dustin. Ella sorbe con la nariz congestionada y cuelga sus finos dedos en los antebrazos del chico, deslizándolos hasta sus muñecas.
—Puedo esperar todo el tiempo que haga falta, si lo que me espera es poder hacerte feliz. —Sus ojos pardos se han contagiado del rocío de los de Grace. Sonríe y logra espejar ese gesto en ella—. Porque he estado enamorado de ti desde que éramos críos y solo quiero estar contigo.
—Lo sé. Regina nunca dejó de repetírmelo. —Deja escapar una pequeña risa conmovida—. No es justo...
Dustin termina abrazándola, cuando ella libera finalmente los débiles sollozos contra su pecho.
—Todo irá bien... Hannah Grace. Ya lo verás.
—La cabeza me da vueltas —murmura, al cabo de unos minutos—. Dustin...
—D-deberías seguir descansando. ¿Has bebido agua?
Levantándose con cuidado, Dustin se acerca hasta la mesilla para acercarle el vaso que Keith dejó allí. Grace lo toma entre sus manos y da pequeños sorbos, para devolvérselo a él sin haberse terminado toda el agua.
—Acuéstate... durmiendo se te pasará.
La chica obedece sus indicaciones por inercia, agotada. Se recuesta y él la cubre con la sábana hasta la cintura. Le retira un mechón rebelde que cruzaba su cara y lo recoge tras su oreja con cuidado. Sonríe, pero ella ya tiene los ojos cerrados.
—Estaré cerca por si necesitas algo, ¿vale?
Justo cuando Dustin se dispone a retirarse, las manos de Grace se extienden hacia él y tientan su muñeca, afianzándose allí y deteniéndole.
—Quédate a mi lado —la oye musitar.
—¿A tu lado? ¿Q-quieres decir...?
—Por favor... ven aquí conmigo —insiste—. No quiero estar sola otra vez...
Dustin se siente incapaz de negarse a esa petición. Ve desde ahí el enorme hueco vacío de la cama al lado de Grace y duda sobre si ella se refiere a acostarse allí.
«Supongo que hay sitio suficiente para no molestarla», se le ocurre pensar, aunque sus mejillas están ardiendo y todavía no se cree nada de lo que está pasando esa noche.
Termina acostándose en el lado libre del colchón, donde mantiene una distancia prudencial que le separa de la chica. Está tan nervioso que ni se ha parado a quitarse las botas, y se queda rígido una vez se echa allí, con la mirada hacia el techo.
«Tampoco creo que consiga dormir esta noche, así que no hay que temer por las posibles patadas...», le da por pensar, inquieto, «Aunque no sé si ella ha querido decir eso realmente... ¿habrá sido una estupidez interrumpir ese beso? ¿Por qué me siento tan idiota ahora?».
Suelta un pequeño suspiro, agobiado por sus frenéticos pensamientos. Cierra los ojos por unos segundos y cuando los abre, gira la cara y se fija en que Grace se ha dado la vuelta y ahora está de cara a él, con los párpados bajados y la respiración pausada. Dustin se queda prendado de esa imagen al momento, relajando sus latidos ante esa expresión tan pacífica en la chica.
«Está a salvo», se dice a sí mismo, conmovido, «Necesitaba tanto verla así».
No puede dejar de sonreír. Sus ojos entornados observan cada detalle del rostro de Grace, sin creer que tenga tan cerca a la persona que más ama. Ladea su cuerpo hacia ella y termina centrando su atención en la muñeca de la chica, que ahora reposa hacia arriba sobre la almohada: los dedos del chico se deslizan inconscientemente hacia la tela negra que cubre sus cicatrices, disipando su sonrisa mientras la acaricia con suavidad.
A su mente vuelve aquella tarde de la infancia en la que su chica favorita acudió por última vez a sus clases particulares, en casa de los Krausser. A pesar de las sacudidas que ha sufrido su memoria en los últimos meses, Dustin recuerda perfectamente aquel día en que vio llorar a Grace de un modo muy distinto al que solía hacerlo, mucho más sentido que cuando se caía de la bici o tenía un berrinche con su madre. Los años no han conseguido borrar ni la imagen ni el tono tan roto de esa niña que Grace nunca más volvió a ser, ni la excusa que ella le dijo entonces: "Es porque un chico no me hace caso".
—Entonces era demasiado pequeño para entenderlo, pero —musita él, sin poder contener más tiempo esa duda en su interior—, aquel día no llorabas solo por un chico, ¿verdad?
Sus ojos se han quedado puestos en la muñeca de la chica. No se da cuenta de que ella ha abierto los ojos y le observa de vuelta, taciturna. Grace emite entonces un pequeño silbidito para llamar la atención de Dustin, dedicándole una media sonrisa cuando él la mira.
—¿Q-qué fue lo que te pasó, Hannah Grace? —le pregunta, pasados unos segundos en los que simplemente se miran el uno al otro—. ¿Por qué te cansaste de sonreír?
La barbilla de Grace se comprime y se moja los labios con la punta de la lengua, apartando la mirada de Dustin. Como si no quisiera que nadie más los escuchase, se acerca hacia él hasta que sus frentes se rozan: cuando ella entrelaza sus manos con las suyas, Dustin nota que las tiene heladas.
—Yo siempre he estropeado todo lo que toco, Dustin. Por eso intenté alejarte de mí cuando me pasó aquello —susurra, de ojos cerrados—. Desde que me rompí... no he dejado de cortar a otros con mis trozos astillados. Incluso herí a quien creía que ya estaba roto...
—Hannah Grace...
—No lo soportaría. No soportaría romperte a ti también. —Niega con la cabeza—. Eres lo único bueno que me queda... el que se niega a darme por perdida cuando ni yo misma sé dónde estoy... La única persona que parece ver algo bueno en mí y no le duele quedarse a mi lado. —Sus temblorosas manos se aferran a la del chico, la de los vendajes—. No quiero romper a alguien como tú, Dustin. No me lo podría perdonar...-
—No me romperé.
—¿Q-qué...?
—Yo no me romperé, Grace. Es una promesa, ¿vale?
Esa simple palabra enmudece cualquier recontra de la chica. Ella le ve sonreírle, después de todo lo que ha dicho, y sus labios se curvan hacia arriba.
—Hablas como si quisieras ser un salvador —le dice ella, tras un breve silencio—, ¿es que quieres ser mi ángel?
El chico acaricia el cabello anaranjado de Grace con la mano que ella no le tiene cogida, la sana. Cada vez más consciente de que esto no es un sueño.
—Sería cualquier cosa por ti, Hannah Grace.
https://youtu.be/GgSP7yDDXpo
Kodaline - "Saving Grace"
(Canción dedicada a Hannah Grace)
Cuando estés a la intemperie
Y estés cansada de esperar
Estaré allí en un momento
estaré de tu lado
Cuando tengas miedo y estés sola
Cuando no haya nadie para abrazarte
solo quiero que sepas esto
estaré de tu lado
Me mantienes fuerte cuando no puedo seguir adelante
Cuando pierdas el norte, te caigas de rodillas
Y tu corazón está a punto de romperse
Seré tu gracia salvadora
Cuando tus ojos no puedan ver, ten los míos
Cuando estas perdido y perdiendo la fe
Seré tu gracia salvadora
Sé mi, sé mi, sé mi gracia salvadora
¿No serás mi, serás mi, serás mi gracia salvadora?
Cuando mi corazón envejece
Y mi cuerpo se está derrumbando
En mi cabeza, sí, sé que estaré a tu lado
No sé sobre el futuro
Nadie sabe lo que depara el futuro
Todo lo que sé es que sé que te estoy dando mi vida
Me mantienes fuerte cuando no puedo seguir adelante
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