47. Los demonios y el polvo
Mientras tanto, en Schuld City la lluvia sigue cayendo sobre el vehículo en el que Dustin y los hermanos Bogart permanecen a la espera.
Desde que Arnold se marchó, no han recibido noticias sobre la misión, lo que en principio significa una buena señal, de que todo sigue en calma. Dustin sigue con los ojos puestos en el aparato que su padre le entregó, entre sus manos.
—Bueno, Dustin, ¿qué tal si me hablas de ti? Así nos conocemos un poco —le dice Lauren—. Cuéntame, ¿te gusta esa chica? La que vamos a rescatar, digo.
—¿Q-qué? ¡No...! Yo...
—Oh, entonces está libre.
—Lauren, deja al chiquillo tranquilo —le pide con monotonía Shane, apoyando el codo en la base de la ventanilla y todavía con la cerilla entre sus labios.
—No, si yo a él lo dejo tranquilo, ¡preguntaba por la chica! Porque es guapa, ¿no?
Antes de que Dustin entienda de qué va el tema, oye sonar el teléfono que tiene en sus manos. Da por hecho enseguida que se trata de su padre y descuelga inmediatamente, sin comprobar el número que le está llamando.
—¿Sí? ¿Papá?
>Dustin... soy yo, Jessica.
Confuso, enmudece por unos segundos. Oye en la voz de la chica un tono afectado, que le recuerda a cuando se presentó en su casa hecha un manojo de nervios.
—Jessica, ¿q-qué ocurre?
Shane y Lauren se miran entre sí, igual de descolocados al escuchar ese nombre.
>Perdóname, por favor... ¡Lo siento muchísimo, de verdad...!
—¿Qué te pasa, Jessica? ¿P-por qué me estás llamando?
Lo único que obtiene por respuesta durante los siguientes segundos es el gimoteo de la chica, incapaz de tranquilizarse. Pero logra descifrar algo en mitad de tanto lamento:
>¡Es una trampa!
A Dustin no le sale ni una sola palabra. Sus ojos se quedan totalmente abiertos y la respiración se le corta por un momento. Ignora las insistentes preguntas de Lauren pidiéndole saber qué es lo que le está diciendo Jessica, preocupada por su expresión.
>¡Caesar me obligó, yo no quería! ¡Me dijo que me mataría si no lo hacía! ¡Por favor, perdóname!
—J-Jessica, n-necesito colgar... tengo que llamar a mi padre. —Es lo único que responde él, cuando de nuevo ella se echa a llorar al otro lado de la línea.
>Lo siento, Dustin...
Sin esperar un segundo más, Dustin se apresura en colgar la llamada y teclear el número asignado a Arnold.
—¿Se puede saber qué ocurre? ¿Qué te dijo? —insiste Lauren, empezando a alterarse.
—¡Papá! ¡T-tenéis que salir de ese edificio! ¡Es una trampa! —grita en cuanto su padre responde al otro lado—. ¡J-Jessica me ha...!-
No llega a terminar la frase. De pronto comienza a oír disparos a través del altavoz del aparato y la conexión se corta sin dejar que su padre le responda.
—¡¡Mierda!!
—¡Dustin, tranquilízate! ¿De qué trampa estás hablando?
—¡Mi padre está en peligro! ¡Tenemos que ayudarle!
Enganchando el teléfono al cinturón, muestra intenciones de moverse con tal de salir del vehículo. Pero Shane lo detiene enseguida por el pecho y lo devuelve a su asiento, bruscamente.
—Quieto ahí, guepardo.
—¡Apártate! ¡Están en peligro! ¡N-nos necesitan! —Aparta la mano de Shane con la misma falta de delicadeza que empleó en él—. ¡Vuestra madre también corre peligro!
—¿Jessica te ha dicho que es una trampa? —cuestiona Shane, sin alterarse—. ¿Y quién nos asegura que podemos fiarnos de ella, otra vez?
—¡N-no me quedaré sentado a esperar la respuesta! ¡Quítate de en medio!
—Tu padre nos ordenó protegerte y acompañarte —le dice Lauren, agarrando su antebrazo y logrando frenarle un poco—. Si vas a ir, iremos juntos. Sin réplicas.
Dustin sigue con el ceño fruncido y la respiración inquieta.
—P-pero tengo que adelantarme, Lauren —termina diciendo—. N-no podría soportar llegar tarde a salvarle por no haber usado mi Stigma...
Lauren y su hermano Shane intercambian una significativa mirada, en la que se percibe una triste empatía por las palabras del chico.
—Maldita sea —se queja la chica—, en como te pase algo, me cortan las tetas.
—Y a mí los huevos... —Shane niega con la cabeza, marcando un número en su aparato y llevándoselo a la oreja.
—¿P-pero qué haces? ¡Estamos perdiendo el tiempo!
—Joder... ¡cállate, coño! —le suelta Shane, tratando de atender a la llamada—. Ah, Cillian, ¿podemos salir sin peligro?
Dustin guarda silencio a regañadientes, sin más remedio que esperar a que el otro hermano de los Bogart responda a esa pregunta para darles luz verde y poder salir del vehículo.
>¿Salir? Creí que os dijeron que os quedaseis quietecitos.
—No me seas tonto del culo y responde a mi pregunta. ¿Podemos salir?
>Todo sigue en calma. Ni siquiera he vuelto a ver al gato negro. Eso sí, está cayendo un buen aguacero.
—Puta madre.
>Y dale. ¿Qué te he dicho de usar esa horrorosa expresión?
Shane ignora el reproche de su hermano, colgando el aparato con una sonrisa sinvergüenza. Vuelve a colocar su mano sobre el pecho de Dustin, provocándole un gesto de incomodidad al chico.
—Vamos a ir contigo, guepardito. No tienes otra opción —le dice, provocando de nuevo frustración en él—. Nada de adelantarte con tu Stigma, ¿me oyes? Si lo haces, en cuanto te vuelva a ver te corto las piernas.
—No seas animal, Shane —desestima Lauren—. Se supone que el punto aquí es tenerlo sano y salvo, no vayas amenazando con mutilarlo porque pierdes credibilidad.
—Él sabe a qué me refiero, ¿verdad? Tu padre nos juró que tú eras el hijo obediente...
—Q-que sí, que vamos juntos. ¡Pero salgamos de una vez!
—Bien...
Shane entonces abre la puerta del vehículo y sale, dejando el paso libre a Dustin.
—Ah... Qué bueno poder estirar las piernas —comenta Lauren, saliendo la última. Deja las palmas hacia arriba y mira al cielo, cerrando los ojos al sentir las gotas en su piel—. La lluvia no me avisó de ninguna alteración, pero seamos cautelosos igualmente.
«¿Alteración?», se pregunta Dustin, «Pero los disparos que escuché...».
—Bien, vayamos. Shane irá delante y yo detrás de ti —le dice Lauren—. ¿Entendiste?
Dustin sacude un poco la cara y se queda quieto unos segundos, contrariado por la situación. Está demasiado convencido de que lo que oyó antes fue un tiroteo, aunque ahora solo se escuche la tormenta.
«No... no puedo hacerlo» se dice a sí mismo entonces, cerrando las manos en puños, «No puedo llegar tarde...».
Sin responder a la pregunta de Lauren, Dustin se lleva una mano al lóbulo de su oreja, allí donde tiene uno de los inhibidores en forma de tornillo. Mantiene sus dedos allí al tiempo que respira hondo, dirigiendo su vista hacia el edificio al que su padre se adentró, a una calle de distancia.
La chica advierte ese pequeño gesto y enseguida ve su intención.
—No, espera... ¡Dustin!
—L-lo siento, Lauren...
El chico no ocupa mucho más tiempo en lamentarse por faltar a su palabra: desenrosca el pendiente y de esa manera descorcha un poco más la potencia de su Stigma. Se guarda el tornillo en el bolsillo de la chaqueta y sus ojos se prenden del fulgor anaranjado de siempre, al utilizar su poder.
En el mismo instante que comienza a usarlo, todo parece ralentizarse a su alrededor. Echa a correr a una velocidad que a él le parece normal, pero el mundo se ha quedado en pausa mientras él aprovecha su don: las gotas de lluvia que antes caían con tanta vehemencia sobre él ahora se han quedado paralizadas y los hermanos Bogart se detuvieron con expresiones de alerta, incapaces de hacer nada por detener a Dustin.
Usando su Stigma, indaga en los alrededores del edificio en cuestión. Con infinidad de goteras y agujeros en su estructura dejando pasar el viento y la lluvia, luce abandonado y tiene aspecto de haberlo estado durante años: a Dustin le parece que en algún momento se trató de una especie de taller de vehículos, aunque con los pisos y las dimensiones de un gran párking.
Busca entre los bidones de metal y las cajas de almacenamiento industrial, pero no ve por ningún lado a su padre o a la doctora Bogart.
Empieza a desesperarse con tanta vuelta infructífera, pues en su pecho las emociones corren a mucha más velocidad cuando usa su poder: siente punzadas en la cabeza y por momentos incluso cree que hasta tiene la vista borrosa. A cada segundo que transcurre oye con más claridad el sonido de los disparos, gritos de socorro suplicando que "el dolor se detuviese".
La mente de Dustin comienza a sufrir un dolor físico más intenso, viéndose obligado a detenerse y a sujetarse la cabeza con ambas manos, deseando al igual que las voces que oye que ese dolor tan insoportable cesara.
«Por favor... haz que pare», implora el chico desesperado, «No lo soporto más».
De pronto, y justo cuando piensa esa última súplica, el caos que le obligó a frenar se detiene en seco.
Es en ese extraño e inesperado silencio que oye una voz de mujer.
«Aún puedes hacer algo, Dustin».
—¿Q-qué? ¡¿Quién habla?!
«Lo que estás buscando se encuentra en la azotea. Solo tienes que subir».
—¿S-subir...?
Cuando alza la vista para mirar a su alrededor, sus ojos zigzaguean por la estancia hasta dar con unas escaleras roídas por el óxido, situadas al fondo: juraría que antes no las vio allí, pero por ahora lo achaca a su mareo sensorial por el estrés de la situación y el uso de su Stigma.
Dustin no se para un segundo más a preguntarse a quién pertenece esa voz desconocida o por qué la ha oído tan cercana, como si estuviese dentro de su cabeza. Sabe que su padre corre peligro y no hay nada que le importe más en este momento.
Utiliza de nuevo su Stigma y recorre en un segundo el tramo hasta las escaleras para después subirlas a la misma velocidad. Al llegar hasta el final se encuentra con un portón metálico que logra abrir sin problemas dándole un empujón con el hombro, pues ya estaba entreabierto.
Dustin detiene el uso de su poder al advertir, a través de la inclemente cortina de lluvia, una melena de color rojo: distingue entonces a una mujer atada a una silla, cerca del borde del edificio.
—¿R-Regina?
Consciente de que no le oiría a esa distancia y con el fuerte ruido de la tormenta, el chico da un pequeño acelerón sin usar su Stigma para llegar hasta ella. Al tenerla delante ve que también tenía los ojos vendados, y es lo primero que él le quita.
—¡Regina! ¿Estás bien?
—¿Dustin? ¿Qué estás...?
—T-tranquila, v-voy a desatarte.
La chica apenas niega con la cabeza, lamentándose sin palabras de que él esté allí mientras intenta deshacer los apretados nudos que la atan.
Los nervios y la humedad en sus manos impiden que logre su objetivo, frustrándose en cada nuevo intento por liberarla.
«Lo has hecho muy bien, "Daxx". Pero vas a tener que elegir a quién salvar».
Dustin detiene entonces su intento, sintiendo como se instala en su pecho una rabia que le quema por dentro. La voz que acaba de escuchar la conoce demasiado bien.
—Caesar... da la cara —espeta, girando sobre sí mismo a pesar de saber que no estaría allí—. ¡¡Deja de meterte en mi cabeza y da la cara!!
Un estremecedor trueno se enuncia en su lugar. Pero lo siguiente que Dustin oye en su cabeza no es la voz de Caesar, como esperaba.
«Hijo... tranquilo», le oye decir a su padre, «Lo tenemos todo bajo control. Podemos ocuparnos de él...».
—¿Papá? —Desconcertado, el disparo que oye a continuación le encuentra desprevenido y le estremece por completo—. ¡¡Papá!!
Otro relámpago irrumpe en la escena, sin ayudar en absoluto a los nervios del chico. Paralizado por el miedo, deja de escuchar nada que no sea la lluvia que cae sobre él y, de nuevo, esa voz femenina que antes le habló directamente a su cabeza.
—Permíteme que dude una vez más de ese hombre. Para él es tradición olvidar a los hermanos y lo mucho que pueden hacer por uno...
Dustin al fin ve a la mujer tras la misteriosa voz, al girar sobre sí mismo.
—¿Q-quién eres tú? —cuestiona, colocándose instintivamente entre ella y Regina, todavía atada a su silla.
—Mi nombre es Bárbara Blackhood, mi pequeño. Y he de decirte que estoy muy orgullosa de ver lo que has hecho. Ahora veo lo que él me contaba...
El chico no llega a preguntar a qué se está refiriendo. Al oír el apellido de la mujer ha comenzado a desconfiar sistemáticamente y mantiene su expresión de hostilidad hacia ella, mientras camina hasta pasar por su lado y llegar hasta Regina. Dustin no ve que lleve ningún arma, pero sigue alerta y dispuesto a usar su Stigma ante cualquier paso en falso.
—De vez en cuando está bien ser desobediente. Sobre todo si nos hace evolucionar —le dice ella, impasible ante su actitud defensiva—. Pero esto todavía no ha terminado, ¿sabes? Aún nos quedan unos niveles.
—¿N-niveles? ¿De qué c...-?
Sin dejar que termine la frase, Bárbara vuelve a compartir con Dustin sus propios recuerdos, irrumpiendo sin permiso en su cabeza y llenándosela de una angustiosa cantidad de voces, ruido y disparos, todas sonando al mismo tiempo.
Mientras Dustin se desestabiliza y grita debido a ese intrusismo tan doloroso, Bárbara coge la silla de Regina por el respaldo y la arrastra hasta quedar completamente en el borde. Regina le suplica que no lo haga, pero la mujer ignora sus súplicas como si no oyese nada en absoluto.
Girándose hacia Dustin una vez allí, Bárbara observa por unos segundos más cómo el joven se retuerce y se sujeta la cabeza como si fuese a explotarle. Ella suspira y acto seguido vocifera a pleno pulmón:
—¡¡Silencio!!
Al grito de Bárbara, todo el caos mental que agobió a Dustin se silencia, dejándolo agotado física y psicológicamente. Todavía mareado y tratando de recuperar la respiración, fija su temblorosa vista en ella y ve desde ahí como tienta la silla de Regina hacia el vacío.
—N-no... por favor...
—Dime, Dustin, ¿te ha gustado probar un poco de lo que mi hermano pequeño y yo hemos tenido que soportar toda nuestra vida?
Sintiendo quemazón en sus ojos por las lágrimas que esos recuerdos le han provocado, Dustin es incapaz de responder a la mujer.
—Lo que has oído eran mis recuerdos. Algunos de ellos del día en que Caesar y yo fuimos arrancados de los brazos de los Sons of Schuld... de nuestra única familia. Por culpa de tu padre y de su gente.
El cuerpo de Dustin sigue sin responder: el miedo y el sufrimiento compartido le tienen los músculos atenazados. Ni siquiera repara en que, mientras Bárbara le habla, Shane y Lauren han aparecido en escena y se han colocado cada uno a un lado suyo, preocupados por él y con la respiración acelerada por la carrera que han echado para llegar hasta allí: todavía seguirían buscando a Dustin de no ser por Lauren y su habilidad para que la lluvia le "chive lo que ve".
—¡Dustin! ¿Estás bien?
—¿Quién es esa bruja?
—Por suerte... no consiguió arrancarnos nuestras ganas de seguir evolucionando... y es por eso que estamos aquí hoy, reunidos —continúa ella, apática ante la presencia de los hermanos Bogart—. Para saldar deudas del pasado y, de paso, ayudar a evolucionar a una joven promesa como tú: reconozco que tengo debilidad por la inocencia de los hermanos menores...
—¿D-de qué diablos hablas...?
—Lo he dicho: de ti —le dice, todavía sujetando la silla con algo de inclinación—. Hoy vas a ser testigo de tu propia evolución: podrás demostrar que, aún estando tan perjudicado, puedes utilizar tu Gen X para salvar a ambos. Porque no hay nada más poderoso que la determinación.
Un trueno irrumpe en ese pequeño silencio que precede a la pregunta del chico.
—¿Salvar a ambos...?
—A la chica y a tu padre —responde con tranquilidad—. Quiero demostrar que puedes ser lo bastante rápido como para evitar que ella caiga y parar la bala que está a punto de atravesarle a él, en el primer piso.
—¿El primer piso? —cuestiona de pronto Lauren—. ¡Perra mentirosa, allí no había nadie!
—No soy ninguna perra, me van más los felinos. Pero me declaro culpable de haber cambiado un poco la distribución de vuestras mentes para no desvelaros la sorpresa tan pronto, cuando llegarais...
—¿Pero qué coño...?
—Carajo. Ahora entiendo por qué la lluvia no me avisó de esto antes... —se lamenta Lauren, para sí.
—Los disparos que oíste entonces no eran reales, Dustin —afirma Bárbara, ignorando la confusión de Shane—, pero te aseguro que el que Caesar va a disparar a tu padre sí lo será.
—Por favor, Bárbara, no lo hagas —se lamenta Regina, negando con la cabeza. Ella también parece un poco indispuesta y sus limitados movimientos son lentos y pesados.
—Tengo que hacerlo, querida. Te necesito para dar esta lección...
—R-Regina...
Dustin se lleva una mano al pecho. Trata de calmar los descontrolados latidos de su corazón, pero sigue alterado y no parece que vaya a mejorar. Respira tan hondo como puede con tal de equilibrarse, sujetado por ambos lados por Shane y por Lauren.
—Mi pequeño Dustin... si no evolucionas y experimentas, jamás dejarás de lado ese miedo que te está consumiendo ahora mismo. El que has tenido desde siempre —le oye decir a Bárbara con voz firme, a través de la intensa lluvia—. Debes entender que un trozo de metal jamás podrá contener tu verdadera esencia.
El chico escucha esas palabras y comprende sin esfuerzo de donde salieron las ideas de Caesar. De forma instintiva, lleva la mano hasta su oreja, rozando con los dedos el pendiente restante: lo único que ahora mismo le pone un límite a su poder.
Duda que sea una buena idea usar su Stigma sin ningún control, estando tan aturdido. Pero Bárbara le mantiene la mirada fija y ella termina esbozando una sonrisa satisfecha, al entender con el gesto del chico que su intención es obedecerla y saber de sobra lo que está pensando.
—Está bien —resuelve de pronto ella, apática—, a la mierda los sentimentalismos de Caesar. Démosle ritmo a esto.
El siguiente movimiento que la mujer de negro hace es soltar la silla inclinada. Deja que caiga al vacío desde lo alto del edificio en el que se encuentran sin alterarse lo más mínimo.
—¡¡Regina!!
Apenas pasan tres segundos cuando Dustin escucha en su cabeza el inequívoco sonido de un disparo. Decide entonces que no puede seguir teniendo miedo y debe hacerlo.
Al tiempo que se arranca con urgencia el inhibidor de la oreja sus ojos se prenden de nuevo con ese brillo anaranjado que precede a su Stigma: lo último que escucha a velocidad normal son los gritos de Lauren y de Shane diciendo su nombre.
Dustin entonces echa a correr hacia el borde del edificio y, una vez llega, no se detiene allí: sin pararse a meditar un segundo si sería capaz de hacerlo o no, continúa su carrera recorriendo la pared del edificio por el que Regina ha caído hace unos segundos.
Al igual que cuando se escapó de los hermanos Bogart, Dustin siente que nada en absoluto se mueve ni un milímetro a su alrededor: las gotas de lluvia han vuelto a quedarse suspendidas en el aire y solo impactan contra él cuando se cruza en su camino.
Desde allí puede ver los relámpagos paralizados entre las nubes y de pronto le embarga un sentimiento hasta ahora desconocido para él. Sus piernas se mueven tan deprisa que no dejan que el miedo o la incertidumbre le alcancen. Le invade una sensación de empoderamiento que le recorre por las venas y le susurra que lo que está haciendo es digno de un dios.
Termina llegando sin dificultad hasta Regina, tal y como si estuviese corriendo en horizontal. Logra alcanzarla y vuelve a intentar deshacer los agarres de las cuerdas que la mantienen inmovilizada, encontrándose a sí mismo con todo el tiempo del mundo, sin la presión de que alguien le sorprenda por la espalda.
Finalmente consigue liberar a la chica y la coge entre sus brazos, echando a correr de nuevo hasta la base del edificio donde poder ponerla a salvo. Se apresura en entrar de nuevo para resguardarla de la lluvia y la deja sentada en la esquina que más segura le parece, parapetada tras un par de bidones vacíos. Al hacerlo advierte su expresión tensa, además del maquillaje oscuro corrido de sus ojos y de su labio cortado: siente una profunda rabia al verla de ese modo, enfocando rápidamente ese odio hacia la persona culpable de todo aquello.
El fulgor anaranjado de sus ojos se ha teñido de un intenso color rojo que indica la enorme potencia que emana su Stigma sin nada que le retenga, impulsado por la adrenalina.
Todavía utilizando su poder, recorre la estancia en busca de Caesar al recordar el disparo que oyó justo antes de echar a correr a por Regina. No tarda demasiado en dar con él, al fondo del primer piso en el que se encuentra: lo ve allí, con el brazo alzado hacia su padre Arnold, sometiéndole contra el suelo con un revólver Colt Peacemaker en la mano.
Arnold está desarmado y parece estar herido en su brazo hábil. A pocos metros de él puede ver también a la doctora Bogart, tendida en el suelo y con sangre por la pierna.
Esa imagen hace que la sangre de Dustin hierva aún más: da un acelerón más para plantarse ante Caesar y de un tirón le quita el arma y la tira lejos de él. Su último movimiento antes de detener el uso de su Stigma es un puñetazo directo a la mandíbula de Caesar, que acompaña con un grito lleno de rabia.
Es entonces cuando todo el peso del tiempo paralizado se le echa encima como un chaparrón, regresando a la velocidad del resto del mundo con una fuerte sacudida que lo deja caer a plomo sobre sus rodillas. Caesar cae debido al golpe que le acaba de encajar y sus queridas gafas de aviador quedan destrozadas al impactar contra el suelo.
—¡Joder, chico, menuda hostia! ¡Y eso que estaba alerta...! —dice entre risas doloridas, masajeándose la quijada.
Dustin todavía está intentando aclimatarse al cambio tan brusco de ritmo, cuando de pronto escucha tras él la voz de su padre.
—Dustin... —le dice en un susurro.
El chico traga saliva y da por perdido su intento de calmar su desbocado corazón. Todavía echado de rodillas y calado por la lluvia del exterior, gira la cara lo suficiente como para poder ver a su padre: sus ojos se quedan fijos en la mancha roja que se extiende por el bajo vientre del hombre, allá donde el chaleco antibalas no cubre.
—No te preocupes... me pondré bien —le oye decir. El chico se ha olvidado de respirar.
«Mi pequeño Dustin». La voz de Bárbara vuelve a sonar dentro de su cabeza. «Te dije que parases la bala... no la pistola».
—N-no... ¡no! ¡Papá! —Presa de los nervios, cae en la cuenta de su error y se arrastra hasta su padre. Presiona la herida con manos temblorosas y sus ojos comienzan a aguarse.
—Tranquilo, hijo... lo has hecho muy bien —murmura, incorporándose un poco para quedar sentado—. Pero no le des la espalda...
—Papá...
—Tienes buen derechazo para lo esmirriado que estás, "Daxx" —asegura entonces Caesar, habiéndose levantado del suelo—, aunque deberías aprender a escuchar lo que se te dice, si quieres ser un buen policía.
Ignorando la palabrería de Caesar, Ingrid continúa arrastrándose hasta alcanzar a Arnold, dirigiéndose a Dustin en voz baja cuando se encuentra a su lado:
—No bajes la guardia. Yo me encargo de tu padre —le susurra—. Y no le dispares: no sabemos si miente o si su ritmo cardíaco va realmente unido a una carga de explosivos.
—¿Q-qué...?
—Intenta mantenerte sereno y no le provoques.
El chico se muestra un poco reticente cuando la mujer trata de apartar sus manos de la herida para imponer las suyas, pero termina cediendo al comprender que ella es la experta.
—Creo que no deberías lamentarte, chico —continúa Caesar. Recoge sus gafas del suelo y al verlas siniestro total, las deja caer de nuevo—. En su lugar, deberías darnos las gracias a Bárbara y a mí, por haberte ayudado a descubrir tu potencial. La gente como tu padre o como Sam jamás podrá rozar ese poder ni con la yema de los dedos. Pero ¿qué puedo decirte que no sepas ya, a estas alturas?
Nombrar a Sam ha sido un error. Las inestables piernas de Dustin recuperan su impulso y se ponen de acuerdo para levantarse del suelo y encarar a Caesar. De nuevo olvidando lo que es el miedo, camina sin amedrentarse lo más mínimo hacia él.
—No te atrevas a nombrar a mi familia —le advierte, cargado de rabia.
—¿Pero por qué insistes en minimizarte? No logro entender por qué diablos sigues mostrando tanta puta devoción por esa basura de gente. ¿Es que no te das cuenta de lo mucho que nos han anulado?
Mientras ambos se desafían con la mirada uno frente a otro, ignoran que Regina ha aprovechado para salir de su pequeño escondite y acudir hasta Arnold y la doctora Bogart. Esta última ya ha comenzado a sanar la herida del ex-agente del CEOS, utilizando su Stigma para aunar el agua recolectada de charcos y lluvia y usarla, una vez purificada, para reconstruir los tejidos dañados por el disparo.
—Deberías estarnos agradecido, "Daxx".
Regina, embelesada por lo mágica que parece la pequeña demostración acuática de la doctora, se asusta al escuchar el empujón que Dustin le propina a Caesar contra el contenedor metálico que tenía tras él. Ve como se le acerca y lo tienta contra el metal oxidado, sujetándolo con fuerza por las solapas de la cazadora.
—¡C-cállate de una vez! Tú no tienes derecho a llamarme así —espeta, apretando los dientes—. No tengo nada que agradecerte.
—¡Dustin! —le grita Ingrid, pero él la ignora.
—¿No te gusta ese nombre? Ah, ya veo... Ahora que lo pienso, es un recordatorio un poco feo, ¿verdad? Qué poca delicadeza por mi parte, hacerte recordar que no eres "lo que más quería" el yonki de tu hermano...
Las desacertadas provocaciones de Caesar vuelven a encender la parte más iracunda de Dustin. En un arrebato de rabia, el chico se dispone a encajar otro puñetazo en la cara de Caesar, pero esta vez es esquivado con habilidad y su puño impacta contra el metal del contenedor, haciéndole soltar un alarido al sentir un fuerte crujido en sus huesos.
—¡¡Dustin!! —se alarma Regina.
—¿Creías que no iba a poder predecirte? Contigo es tan fácil —le dice Caesar, sonriendo ante el desgarrado lamento de su rival—. Siempre has sido como un libro abierto, "Rapid Boy".
—¡¡Cállate!! —Haciendo honor a su apodo, decide volver a usar su Stigma a pesar de su cansancio y trata de golpear una y otra vez a Caesar, fallando cada intento y aumentando su frustración.
—¡Dustin, no! —vuelve a gritarle Regina, levantando del suelo. La tensión le impide acercarse al enfrentamiento—. ¡Por favor, aléjate de él!
Caesar aprovecha entonces un parón que Dustin se ve obligado a hacer, totalmente inestable: ahora es él quien deja fuera de juego a su rival, asestándole un rodillazo en el abdomen que lo deja doblado del dolor.
—¡¡No!! —vocifera Regina, llevándose las manos a la boca. Ve como Caesar se coloca hábilmente tras Dustin y lo agarra por el cuello con el antebrazo, al tiempo que con la otra mano apunta su sien con una pistola que se saca de detrás del pantalón.
—Se acabaron los jueguecitos —le dice cerca del oído, con un tono mucho más duro—. Ahora sé bueno y no te muevas. Vamos a hablar los mayores.
Dolorido por el rodillazo y por los huesos rotos de su mano, Dustin forcejea y trata de liberarse del agarre con las fuerzas que le quedan. Pero la presión que ejerce el antebrazo de Caesar contra su garganta le marea los sentidos y le impide utilizar su Stigma con eficacia.
—Caesar, por favor... Déjalo ir, por lo que más quieras —le suplica Regina.
—Todo esto lo habéis provocado vosotros —espeta él, lleno de resentimiento—. Sam, tú... Jessica. Arnold Krausser y sus secuaces. Durante años habéis estado eligiendo el camino difícil y este es el resultado.
—¿El camino difícil...?
—Dadnos lo que pedimos —aclara, apretando un poco más el cañón de la pistola contra la sien de Dustin—. Es tarde para arreglar algunas cosas, pero aún podemos hacer algo con los cachorros que han sobrevivido a esta absurda caza de brujas...
—Caesar, por el amor de dios, suéltale —insiste ella, con una mezcla de temor e irritación en la voz—. Ya has hecho suficiente daño a esta familia. No empeores más las cosas.
—"Rapid Boy" será mío o no será de nadie. No permitiré que vuelvan a desaprovechar a alguien así. No dejaré que le hagan lo mismo que a mí.
Sus ojos heterocromáticos se posan entonces en el padre de Dustin, que permanece en el suelo siendo sanado por la doctora.
—Arnold Krausser, ¿me está escuchando? Como le dije antes de que llegase su querido hijo, los Sons of Schuld seguimos aquí... seguimos vivos. Y ya sabe qué ocurre cuando se resiste y nos niega lo que pedimos: que todo se llena de sangre.
La curación de sus heridas ha tenido a Arnold tan aturdido que no ha sido consciente del enfrentamiento físico entre Caesar y Dustin. Pero su herida ya está prácticamente sanada y escuchar la voz de Caesar nombrándole le ha hecho girar la cara hacia allá. Es entonces cuando ve, todavía algo aturullado, la situación a la que su hijo está siendo sometido.
—¿De verdad quiere perder a otro hijo por su tozudez, señor Krausser?
—No... Dustin...
—Deje que nosotros nos encarguemos de esta ciudad. Quítese de en medio, usted y toda esa chusma de ideologías rancias, de acomplejados seres inferiores —continúa, impasible ante su dolor. Al no obtener una respuesta por su parte, quita el seguro de la pistola sin dejar de apuntar al chico—. O puede negarse y ver morir a otro ser querido.
—¡¡Dustin!!
El grito de su padre hace que algo en el interior de Dustin se active. Como una pequeña chispa, sus ojos se prenden tímidamente con el fulgor que anuncia su Stigma: aúna la poca energía que le queda para darle un rápido codazo en la costilla a Caesar, que se ha distraído al centrarse en Arnold. La reacción de este ante el inesperado movimiento es apretar el gatillo, pero el disparo sale desviado y Dustin consigue esquivarlo.
—¡Pequeño hijo de puta! —le grita, tratando de apuntarle de nuevo—. ¡No puedes hacer nada contra mí! ¡NADA!
Todavía luchando por recuperar la respiración, al chico no le quedan fuerzas para otro enfrentamiento utilizando su Stigma al cien por cien: la luz anaranjada de sus ojos parpadea de forma inestable. Lo único en lo que puede pensar es en esquivar el siguiente disparo que Caesar dirige hacia él de frente y, acto seguido, correr hacia él para placarlo y llevarlo al suelo. Aprisionándolo entre sus piernas, trata de someterlo forcejeando sin más habilidades que las humanas y con una mano de huesos rotos, inservible: el intento le hace sudar, al luchar por quitarle el arma a Caesar y notar sus brazos temblorosos al hacerlo.
Ambos disputan entonces un pequeño pulso en el que ninguno de los dos afloja, hasta que de pronto algo distrae los pensamientos de Caesar: la voz de Arnold gritando el nombre de Regina.
Dustin aprovecha entonces esa fugaz distracción y le asesta un golpe seco en el antebrazo a su rival con la mano sana, que logra doblarlo. Consigue que pierda fuerza y finalmente le quita el arma, lanzándola lejos. Pero cuando vuelve los ojos a Caesar para seguir inmovilizándolo, ve que este ya no ejerce ninguna resistencia.
Al ver a Caesar paralizado y con la cabeza girada hacia Arnold y los demás, Dustin hace lo mismo. Lo que ven y oyen deja a ambos igualmente petrificados.
◇◇◇
Todavía en lo alto del edificio, Bárbara observa el vacío mientras su ondulada melena negra ondea con el viento y la lluvia.
—El circo ya ha cerrado por hoy, ¿no, mujer pantera?
Sin alterarse lo más mínimo, la mujer gira sobre sí misma para ponerle cara a su nuevo interlocutor.
—"Aiden"... No recuerdo haberte invitado a mi fiesta.
El motorista ignora esa pulla y se dedica a arrodillarse cerca de Lauren y Shane, que yacen en el suelo con heridas leves: comprueba los daños sin quitarse ese extraño visor que cubre sus ojos, observando que ambos apenas tienen quemaduras leves por brazos y pecho. Una vez se ha cerciorado con tranquilidad de que respiran, se incorpora y acorta un poco más la distancia entre él y la morena.
—Yo no necesito invitación. Solo me paso para mirar y aconsejar... y a veces, también para desvelar algún secreto —le responde—. Y a ti te puedo adelantar que esto no os va a salir bien.
—¿Esto? ¿Te refieres a nuestro gran proyecto?
—En esta ciudad no hay tanta gente como crees que quiera convertirse en un monstruo capaz de todo. En una quimera con diez Stigmas como tú que pueda usar su poder sin delatarse con la mirada.
Ella niega con la cabeza y se encoje de hombros, con una media sonrisa.
—Lo que dices no tiene ningún sentido, querido. ¿Quién no busca la perfección en esta vida?
—Te sorprendería saber la respuesta.
Bárbara vuelve a darle la espalda a Aiden, totalmente confiada. Su Stigma le permite saber a ciencia cierta que él no planea atacarla.
La mujer entonces mira hacia el cielo lluvioso y cierra los ojos, relajada. Al tiempo que su oscuro vestido comienza a extenderse por todo su cuerpo en un manto negro que cubre cada centímetro de su piel, su apariencia humana empieza a tomar la forma de un gran felino de color azabache.
«Si no has venido a detenerme», comienza a preguntar Bárbara, dirigida a la mente de Aiden, «¿a qué has venido entonces, intruso?».
—A decirte que lo que ha ocurrido esta noche hará que la locura os persiga a tu hermano y a ti, como castigo por el daño que habéis originado.
«No cuentes con ello. Nada de esto me hará enloquecer», le responde con seguridad. Pero antes de que Aiden pueda añadir algo más, la pantera da media vuelta y se lanza al vacío de un salto.
Aiden ni siquiera se molesta en asomarse a ver qué ha sido de ella, pues por algún motivo da por hecho que habrá sobrevivido a la caída.
«No especifiqué que la locura que os persiga vaya a alcanzaros a ambos», se dice él para sus adentros. Estira entonces uno de sus brazos y se arremanga la chaqueta, para poder ver allí tres brazaletes electrónicos de distintas formas ligados a su antebrazo: cada uno marca en sus pequeñas pantallas una hora y una fecha diferente.
«Es hora de volver a entonces», afirma con morriña, «Aquí no puedo hacer más... todavía no».
Se baja la manga para cubrir sus brazaletes y se ajusta el visor en la cara, reconfigurando los parámetros que le aparecen en las lentes. Dando un hondo suspiro, el motorista a cuya moto Logan apodó "orca asesina" se gira y comienza a caminar hacia el borde del edificio, tal y como si su intención fuese dar un salto de fe.
—No era mi Kuro-chan... ¿verdad que no? —Le oye decir a una malherida Lauren, a sus espaldas, con la voz entumecida. Aiden gira la cara con algo de sorpresa y termina distendiendo una sonrisa entristecida.
—No, no lo era —le dice él—, ese gato no era de los buenos, rapaza.
◇◇◇
La cara de Caesar se estrelló contra el suelo cuando Arnold Krausser comenzó a esposarlo, ignorando el bucle de lamentaciones en el que entró cuando vio dónde fue a parar su bala desviada.
—¡Regina... no... no puedes morirte, tú no! —solloza Caesar una y otra vez, ido de sí—. ¡Tú no eras el plan, no te vayas! ¡¡Tú no!!
En la lejanía ya se escucha una ambulancia. La doctora Bogart mantiene todas sus energías concentradas en contener la hemorragia de la baja espalda de Regina: cuando Dustin se zafó del agarre de Caesar, ella tuvo la inercia de proteger a Arnold poniendo su propio cuerpo como escudo y el segundo disparo de Caesar la alcanzó.
Tal y como hizo Julia en su día, protegiendo a Claudia.
—Se pondrá bien. Confía en mí —le asegura la doctora a Dustin, que se mantiene a su lado y se resiste a alejarse—. No dejaré que muera.
Con los ojos mojados y fijos en la moribunda Regina, Dustin entrecierra los párpados consumido por el dolor. Oye de fondo los desgañitados gritos de Caesar lamentándose por ella y siente arder su pecho profundamente, sin saber si ganará la culpa o la ira.
Ver debatiéndose entre la vida y la muerte a la chica que su hermano mayor tanto amaba hace añicos las pocas energías que le quedaban.
Únicamente es capaz de musitar "Lo siento" sin saber si ella llegará a escucharle.
https://youtu.be/cG8ZQkeZvzc
Bruce Springsteen - "Devils & Dust"
I got my finger on the trigger
But I don't know who to trust
When I look into your eyes
There's just devils and dust
We're a long, long way from home, Bobbie
Home's a long, long way from us
I feel a dirty wind blowing
Devils and dust
I got God on my side
I'm just trying to survive
What if what you do to survive
Kills the things you love
Fear's a powerful thing
It can turn your heart black you can trust
It'll take your God filled soul
And fill it with devils and dust
Well I dreamed of you last night
In a field of blood and stone
The blood began to dry
The smell began to rise
Well I dreamed of you last night
In a field of mud and bone
Your blood began to dry
The smell began to rise
Now every woman and every man
They want to take a righteous stand
Find the love that God wills
And the faith that He commands
I've got my finger on the trigger
And tonight faith just ain't enough
When I look inside my heart
There's just devils and dust
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