43. La unión hace la fuerza
—Lárgate. No necesito tu compasión —masculló Sam.
El rostro de Regina, enmarcado en una corta melena que apenas le caía por los hombros, se contrajo por la pena. Ver a su novio en la cama de un hospital tras sobrevivir a una sobredosis tenía sus nervios en rompan filas.
Cuando trató de envolver la mano entubada de Sam con las suyas, este hizo un ligero aspaviento para rechazar su gesto.
—No seas gilipollas, Sam —espetó Caesar entonces—. Estamos aquí por ti, como siempre.
—Pues podéis iros los dos a tomar por culo. De la manita, si queréis. Volved a casa y seguid follando en mi cama, ahora que la he dejado vacía.
Regina no aguantó más la situación y tuvo que abandonar la sala. Los ojos claros de Sam se quedaron fijos en la puerta por la que ella salió, mojados por la impotencia.
—Sin mis fármacos no aguantarás ni dos días —le dijo Caesar una vez se quedaron a solas. Sam tensó la mandíbula al oírle—. ¿De verdad quieres que me vaya a tomar por culo?
—Lo que quiero es que me dejes en paz, puto hipócrita. Si estoy aquí es solo porque Reggie vino al apartamento y me encontró así. Le dijiste que estarías conmigo y no lo hiciste.
—¿Vas a comportarte como un crío necesitado de atención otra vez? Madura de una puta vez, Sam, ya no tenemos quince años. Estuve ocupado en asuntos más importantes. Asuntos de los que tengo que encargarme, entre otras cosas, para ayudar a que irresponsables como tú no la palmen.
—Yo ya no quiero la ayuda de nadie. No quiero nada. Ni una familia, ni amigos traidores, ni novias infieles. Sólo morirme.
—Así que eso es lo que buscabas. Quitarte de en medio. Y Regina te lo fastidió.
—Lárgate —repitió, sin mirarle a la cara y con la voz temblorosa por la rabia. Una lágrima rodó por su pálida mejilla—. No te estoy pidiendo nada más, joder. Sólo esfúmate.
—Te dejaré a solas un poco, para que te tranquilices —asintió con calma. Caminó hasta la puerta y allí se paró para seguir hablándole—. Pero que sepas que Regina no permitirá que me desentienda de ti. Te va a seguir queriendo, por mucho que la cagues...
—Yo no quiero que me quiera —murmuró, apretando los dientes—. Me cago en todo, ¿de qué más formas le hago entender que no valgo una mierda?
—Ojalá lo supiera. Pero aquí estamos, ¿no?
La respuesta tan relajada que Caesar le dedicó le desconcertó. Miró hacia él y le vio mirarle de vuelta, tan tranquilo como siempre.
El ánimo de Sam se desplomó entonces, al ser consciente de la realidad. Apretó los labios y arrugó la barbilla, sintiéndose roto por dentro. Caesar le contempló sin un atisbo de lástima: su expresión se mostró más bien apática, cansado de tener que lidiar con aquello.
—Caesar... yo nunca seré algo bueno para nadie. Sólo soy un juguete roto —se lamentó, incapaz de seguir camuflando su tristeza con ira—. Pero, joder, solo te tengo a ti... igual que cuando me largué de casa y me diste cobijo en tu casucha. Es una putada, pero solo me quedas tú.
—¿Pero de qué estás hablando ahora? ¿Acaso te están haciendo efecto los medicamentos, que ya dices tonterías?
—Necesito que tú cuides de ella por mí —le interrumpió. Arrugó entre sus dedos las sábanas—. Porque de entre todos los hijos de puta que hay en el mundo, solo te tengo a ti para pedírtelo.
Caesar ladeó ligeramente la cara, impostando incredulidad.
—¿Ahora ya no te molesta que esté con ella?
—Lo que a mí me moleste ya no importa, maldita sea. Lo que importa... es que alguien pueda cuidar de Reggie como se merece. Y a ser posible que la quiera.
Caesar desvió a un lado la mirada, tocado por esas palabras. Escuchar a su amigo de la infancia decir algo tan alejado de su característico egoísmo le encontró desprevenido.
—Por favor, Caesar. Por mucho que yo te insulte o haga tonterías por mis celos... Pase lo que pase, no la abandones. No le rompas el corazón como hice yo...
—...Te lo prometo, Sammy —murmura Caesar—. Jamás la dejaré ir...
Gira sobre sí mismo en una oscura estancia, únicamente iluminada por una solitaria bombilla que cuelga del techo. A unos cuantos metros de él ve a Regina, que ahora está sentada en una silla, atada con cuerdas.
Al lado de la chica se encuentra Bárbara Blackhood, que lleva ya un rato exponiéndole sus razones y tratando de convencerla de las motivaciones a las que sirve su organización: los Sons of Schuld.
Caesar sostiene en su mano derecha una fotografía enmarcada, que ha estado contemplando mientras se dejaba llevar por los recuerdos: es el mismo cuadro polvoriento en la que su hermana Bárbara se fijó en una de sus visitas, cuando tuvieron aquella conversación sobre juramentos y planes hacia Arnold Krausser.
Es la última fotografía que Caesar conserva con sus amigos Sam y Regina. Y probablemente la única prueba que queda de su amistad.
«No la dejaré. No hasta que logre sacar algo útil de toda esta mierda...».
◇◇◇
Ya han pasado dos días desde la celebración en las mansiones.
Logan se encuentra encerrado en su habitación, tumbado sobre su cama. Sigue tratando de distraer sus pensamientos a base de partidas con su consola portátil, pero es inútil. La mente se le desvía continuamente hacia el mismo tema: sus sentimientos por Felicity y Elisa.
Lleva día y medio dando largas a Dustin con excusas poco creíbles sobre indigestiones por batidos, pues por primera vez en su vida no sabe dar una respuesta clara sobre lo que siente y eso le avergüenza. Tiene el teléfono lleno de mensajes de su mejor amigo insistiendo en saber qué le pasó en la fiesta, pues las llamadas ni las coge.
No ha vuelto a saber nada de Felicity, pues Heather no le contó nada sobre lo que habló con ella en la fiesta. Pero Logan tampoco ha insistido en hablar con ella directamente, pues la vergüenza se lo impide.
«¿Por qué me cuesta tanto? Si se lo he dicho mil veces, de mil maneras diferentes» se lamenta, dejando caer su consola sin batería sobre la cama. «Tanto decir "señorita Delegada" para luego no coger el toro por los cuernos, a la hora de la verdad».
Resopla, agotado.
«Maldita sea... ¿quién le ha subido el grado de dificultad a este juego?».
Una melodía electrónica de videojuego noventero interrumpe entonces sus reflexiones. Proviene de su teléfono, sobre la mesilla de noche: enseguida piensa que se tratará de Dustin otra vez y hace un mohín. Estira el brazo para alcanzarlo y ve que es una llamada entrante.
Pero contiene la respiración al ver de quien se trata, al leer el nombre en la pantalla. Los nervios le impulsan a descolgar sin pensarlo ni medio segundo.
—¿Ellie?
>Hola, Logan... ¿podemos hablar?
—Eh... claro, sí —titubea, incorporándose en la cama y quedando sentado—. Dime.
>No, no así. Me refiero a vernos. En persona.
—Pues... —Logan tiene la inercia de mirar el reloj sobre su mesa, aunque no es la hora lo que realmente condiciona su respuesta—. Supongo que sí. ¿Dónde?
>En los recreativos. Donde nos conocimos. En media hora... ¿te va bien?
La voz de Elisa suena calmada, para nada parece que tenga intenciones de discutir. Ese detalle relaja bastante el nervio inicial de Logan, que esboza una sonrisa de alivio.
—Por mí bien. Nos vemos allí.
>Genial...
Una vez finaliza la llamada, el chico se queda mirando la pantalla del teléfono. Piensa en su amiga Elisa y en la última situación que compartió con ella, enrarecido.
Aunque lo primero que le viene a la cabeza es el beso entre ellos, enseguida vuelve a él la misma imagen que le ha tenido sin dormir dos noches: Felicity afectada por su culpa.
«¿Y si realmente se comportó así porque yo le gusto? ¿Y si se ha dado cuenta ahora que me ha visto con otra persona? No... Feli no es de esas. Ella no es así...».
Se queda sentado al borde de su cama. Apoya la frente sobre su mano, revolviéndose el pelo. Vuelve a suspirar, cansado de no ser tan resuelto como siempre.
Esta indecisión tan extraña para él le da pistas de que lo que le está pasando es algo demasiado importante. Y que el hecho de que siga pensando en Felicity incluso cuando acaba de quedar con Elisa para aclarar las cosas, es algo determinante.
«Sí... Es a la señorita delegada a la que quiero, está claro. Siempre ha sido así, y siempre lo será. He sido un imbécil al dejarme llevar con Elisa» consigue resumir en su mente, sintiendo algo de verdadero alivio por primera vez desde la fiesta.
«Pero soy un imbécil que debe aclarar las cosas. Con las dos».
...
Montado en su bicicleta y con la cabeza cubierta por la capucha de su sudadera azul, Logan llega al punto de encuentro: el salón de recreativos de la ciudad. La tormenta de ayer aún no se ha disipado del todo y cae una fina lluvia.
Ha sido más puntual de lo que acostumbra y allí en la entrada donde han quedado todavía no ve a Elisa, así que se dedica a aparcar la bicicleta, pensativo.
—Voy a ver a Elisa, Seb. Hemos quedado en los recreativos.
El hombre no pareció alterarse demasiado ante la noticia de su ahijado, allí plantado frente a la chimenea del salón.
—Me paguese bien. ¿Nesesitas que te lleve?
—Eh... no, creo que no. Apenas llueve ya. Puedo ir en bici. ¡Pero se agradece!
El chico ya estaba caminando hacia el exterior de la sala cuando el hombre habló de nuevo:
—¿Todo bien, Logan?
—¿Eh? Claro. Solo vamos a hablar... para aclarar las cosas —le dijo—. En son de paz.
—¿Estás segugo de que no quiegues que te acompañe? —volvió a preguntar, girándose un poco a él, todavía con las manos entrelazadas tras su espalda—. Me has tenido pgeocupado en las últimas hogas, no me has contado nada. No me quedo tganquilo dejándote solo con ella después de lo que pasó.
—Seb, está bien. No pasa nada —insistió, sonriente—. Iré y le pediré disculpas. Y de paso le diré que...
Logan no terminó la frase, dudando de si sería algo que decir delante de su padre adoptivo. Y más cuando todavía no estaba seguro de como saldría su intento con Felicity.
Se rascó la tirita de la mejilla, dudoso.
—Bueno, ya te contaré, ¿vale, Seb? Volveré antes de la cena.
El hombre simplemente asintió, igual de serio.
—Ten cuidado, Logan.
Con tal de no empaparse a lo tonto, Logan ha decidido entrar en los recreativos para esperar a su amiga. Se baja la capucha y camina por el recinto, hasta los topes de gente de todas las edades. Se mete las manos en los bolsillos y observa las máquinas a las que él tantas veces ha jugado, solo o con Dustin y Heather. Con Elisa.
Se acerca a una en concreto, que ahora se encuentra vacía. Aquella en la que coincidió por primera vez con ella. Posa su mano sobre el panel de la máquina y en su rostro se dibuja una sonrisa amarga.
—Ah, ahí estás —oye entonces tras él, entre el murmullo del gentío y de las máquinas—. ¡Logan!
—Ellie...
—Veo que tú también te acuerdas de cuál era. Nuestro juego, digo.
Logan deja estar la máquina y se acerca hasta ella, hasta quedar uno enfrente del otro.
—Nuestro juego y de todo aquel que meta una moneda en la ranura, ¿no? —
—Ya me has entendido... no te hagas el gracioso —sonríe ella. Se la nota algo nerviosa—. Oye, ¿qué tal si vamos fuera, mejor? Aquí dentro no se puede hablar mucho.
—Pero está lloviznando. ¿Tú llevas paraguas? Porque yo no...
—Tranquilo, no nos hará falta —le asegura, ya cogiéndole de la mano para llevarle afuera. Logan recuerda con ese gesto a su último momento juntos y comienza a tensarse—. Tengo mis propios métodos para que no nos mojemos.
Una vez han salido por la puerta trasera del local y se detienen en los escalones, Elisa alza la mirada al cielo. Logan la ve hacer un gesto con la mano, desde abajo hacia arriba: enseguida se percata de que lo que ha hecho ha sido manipular una pequeña corriente de aire a su alrededor para utilizarla como una especie de cúpula invisible, sobre ellos dos.
—Vaya... al final aprendiste a hacerlos —le dice él, recordando algunos de los entrenamientos que presenció en la mansión—. Los famosos escudos de aire...
La chica le sonríe, orgullosa. Baja la mano con la que usó su Stigma y el fulgor azulado de sus ojos permanece en ellos.
—Me alegro de que hayas venido, Logan. No pensé que aceptarías después de cómo me porté en la fiesta...
—No pasa nada, Ellie. El que se tiene que disculpar soy yo.
—Ven, siéntate —le pide, mientras ella misma lo hace en uno de los escalones.
Él se rasca de nuevo la mejilla con la tirita, nervioso. Decide sentarse a su lado.
—Mira, lo que pasó... Lo que tú y yo hicimos...-
—Tranquilo —le interrumpe, posando la mano sobre la pierna de él, tranquilizadora—. Antes de hablar de eso... necesito contarte algo más urgente.
—¿Más urgente? No entiendo...
La mano de la chica permanece sobre el regazo de Logan unos segundos más. Después la retira despacio y mira al frente, viendo como la las gotas de lluvia se estrellan contra toda superficie ante ellos.
—Mi madre me ha mostrado la verdad, Logan. Me ha enseñado el lugar donde trabaja y me ha contado lo que de verdad ocurrió en el pasado. En nuestro pasado.
—¿"Nuestro"?
Elisa vuelve el rostro hacia él.
—La organización que ella lidera, los Sons of Schuld, viven desde hace años sometidos por culpa del CEOS. ¿Te suenan de algo esos nombres?
—Los Sons of Schuld... ¿esos no eran los terroristas? Los de las manifestaciones radicales...
La expresión de Elisa se endurece al oír esa calificación.
—No, no lo eran. Solo eran personas con Stigma luchando por su libertad. Y el CEOS los aplastó, junto con la policía corrupta de esta ciudad, que pactó con ellos para mantener sus bocas cerradas hasta el día de hoy. Pero Sebastien nunca te ha hablado de la organización para la que él trabajó, ¿verdad?
—¿Cómo? ¿Seb? ¿De qué me estás hablando, Ellie? No sé si te sigo...-
—Ahí está el problema, Logan. Que tú deberías saber todo esto y nunca nadie te ha hablado de frente —se lamenta—. ¿Acaso sabes quién mató a tu madre?
Esa pregunta detiene por unos segundos la respiración de Logan. Le clava la mirada a su amiga y su gesto comienza a mostrar más irritación que confusión.
—¿A qué ha venido eso?
—Llevan toda tu vida mintiéndote, Logan —continúa la chica, tan afectada como si se tratase de algo personal—. Sebastien perteneció al brazo más violento de la policía y jamás te lo ha contado. Administra tu herencia, ¡tu vida!, y ni siquiera se ha dignado nunca a decirte quién la...-
—Basta. No quiero seguir oyendo tonterías.
—Espera, ¡solo escúchame! —le pide, agarrando de nuevo su mano para impedir que se levantase del escalón, pues ya tenía la intención—. El daño que él hizo pertenece al pasado, pero... yo solo quiero ofrecerte algo más, para el futuro. Un lugar donde poder ser tú mismo. Sin mentiras, sin ocultarte lo que realmente eres....
—¿Lo que realmente soy? ¿De qué diablos estás hablando, Ellie?
Elisa le mantiene la mirada durante unos segundos. Respira hondo antes de responder.
—Tú no eres humano, Logan. Tampoco tienes Stigma. Tú eres algo más poderoso —le dice entonces—. Eres un Hijo del Mundo.
La seriedad con la que su amiga le está hablando hace que su cuerpo se entumezca, obligándole a creer en lo que dice. Se encuentra algo mareado por tener que asimilar tantos conceptos que, aunque algunos es la primera vez que oye, su interior le dice que es importante.
Siente algo parecido a una punzada en el pecho, al ser consciente de que todo aquello debería estar diciéndoselo otra persona mucho más cercana. Sobre todo desde que ha oído la insinuación de que su madre no murió pacíficamente, sino que fue asesinada.
—Logan... por favor, te pido que confíes en mí. —Escucha decir a Elisa. Vuelve a sentir el calor de su tacto, esta vez sobre su mano: solo entonces se percata de que le tiembla—. En mí sí que podrás confiar siempre...-
—Por favor, Ellie. No sigas por ahí —le corta—. No te permito que vuelvas a hablar así de Sebastien.
—Pero él...-
—¡No! Él es la persona que más ha cuidado de mí desde que ella me dejó, Elisa —sentencia, con cierto trémulo en la voz mezcla de dolor y determinación—. Por muy especial que sea yo, él siempre será mi familia. No me importa que le queden cosas por contarme, no es perfecto, ¡nadie lo es! Seguro que tiene sus razones, Seb siempre las tiene. Él siempre sabe qué decir o qué hacer para que yo no sufra...
Elisa entonces repara en la humedad de los ojos de Logan y agacha un poco la cara, afectada por esas palabras. Le duele entender en ellas lo cegado que está su querido amigo, pues hasta cierto punto lo comprende.
—Yo... Te pido disculpas, Logan —murmura, avergonzada—. No quería ser tan insensible. Solo... quería ayudarte.
Logan se siente tan incómodo que no le sale decir nada. Permanece indignado y con la mirada puesta en el frente, haciendo crujir una mano con otra. Prefiere calmar su pecho antes de decir algo más.
—Mira... Quise verte para contarte todo esto porque me importas. Muchísimo —le confiesa la chica, tras unos segundos—. Creo que... nunca nadie que no fuese mi familia me ha importado tanto.
El chico simplemente traga saliva, todavía en silencio y con los ojos en la nada.
—Habla con Sebastien, ¿vale? Pregúntale sobre todo lo que te he dicho hoy. Él es quien te debe todas las explicaciones, no yo. He sido egoísta al querer ser quien te iluminase. Qué tontería...
—Da igual. No pasa nada —murmura él, al fin—. Querías hacerlo y lo hiciste. Punto.
—Sí...
—Tengo que irme, Ellie. No me encuentro muy bien.
—Espera... —Cuando el chico ya se ha levantado del escalón, ella se incorpora con él y se apura en sacar de su bolsillo algo que parece un rotulador negro—. ¿Puedo... anotarte una cosa en el brazo?
Logan continúa serio, pero no se niega ante la petición de la chica. De hecho adelanta un poco hacia ella el antebrazo, previamente arremangado.
Ella asiente con una cohibida sonrisa y se dedica a escribir sobre la piel de su amigo, costándole un poco hallar algún hueco sin pintarrajear en ella.
—Es la dirección del lugar donde mi madre trabaja. En Sant Silvery —le explica, una vez termina—. Si... cambias de idea y te apetece venir a verlo, yo estaré allí. Nicolette y yo nos mudamos lo que queda de verano. Y... puede que para siempre.
Logan sigue sin decir nada, observando con reticencia lo que Elisa ha escrito en su brazo.
—Quién sabe... En un mundo perfecto, mi madre y tu "padre" podrían llegar a entenderse —le dice ella, dispuesta a marcharse—. Aunque, si quieres mi opinión... sigo pensando que tú estás por encima de todos nosotros. Y que no tienes por qué seguir comiendo mentiras, sólo porque no haya nada más en la nevera para calmar el hambre...
Logan está tan molesto por seguir oyéndola en ese tono que ni le importa que, cuando ella se marcha, el resguardo que hizo con su Stigma se vaya con ella y él se empape con la lluvia.
Se queda allí plantado, sin fuerzas ni ganas de ir a ningún lado. Observa con disgusto lo que Elisa le escribió en el antebrazo y decide cubrirlo con la manga de la sudadera, por si acaso no fuese tinta resistente al agua.
Las gotas de lluvia se deslizan por sus alborotados mechones castaños y ruedan por su cara, mojándole de tal modo que si se le escapase alguna lágrima pasaría desapercibida.
◇◇◇
Cae la tarde en Kerzefield. El timbre del domicilio de los Krausser suena y hace dar un respingo del susto a Dustin, que en ese momento es quien más cerca se encuentra de la entrada, leyendo en el salón.
—¿Puedes abrir túúú, Dustiiiin? —le oye gritar a Heather, desde el piso de arriba, cantarina.
—C-claro...
Soltando un breve suspiro al levantar, deja el libro sobre el sofá y camina hasta la puerta principal, sin quitarse las gafas. Una vez llega se acerca a la mirilla con tal de averiguar de quién se trata, antes de abrir: al hacerlo ve allí a Jessica, con aspecto bastante alterado y el rostro marcado con algo que no le parece maquillaje. Se apura entonces en abrir la puerta, a pesar de que solo recuerda a la chica vagamente, por verla cerca de Caesar en la fiesta.
—¡Dustin, por favor, déjame entrar! —balbucea la chica, echándose a él en cuanto le abre. Está temblando—. ¡Por favor, cierra la puerta, que no me vea nadie...!
—T-tranquila... ¿q-qué es lo que ha pasado? —pregunta mientras obedece y cierra la casa. La chica sigue aferrándose a él, temerosa de las ventanas—. ¿Quién te ha hecho eso?
Ella continúa sufriendo sacudidas en su cuerpo, tiritando. Dustin intenta no contagiarse de sus nervios y la toma por el hombro.
—N-no pasa nada, ven. Vamos a sentarnos, ¿vale?
Jessica se limita a asentir ante la propuesta. Se deja llevar por él hasta sentarse en el sofá donde él estuvo leyendo.
—Espérame aquí, ¿vale? Iré a por el botiquín, eh...-
La chica interpreta esa pausa en su frase como un espacio para decirle su nombre: cae en la cuenta entonces del borrón de memoria que él sufrió y la nula interacción que han compartido ellos dos desde entonces.
—Jessica. Soy... la novia de Caesar.
—Ah, s-sí, ya me acuerdo —sonríe él—. Estabas en la fiesta con él.
—Sí...
—Hm... Vuelvo en un momento, n-no tardo nada.
—Vale...
Una vez se gira ve allí en el marco de la puerta a su hermana Heather, sorprendida ante el aspecto de la visita.
—¡Heather!
—¿Quién es esa? Su cara me suena...-
—P-por favor, Heather, ¿puedes ir y traerme el botiquín? Está en el armario del baño.
—Sí, claro...
La chica obedece, echando a correr al piso de arriba mientras trata de ubicar mentalmente la identidad de Jessica. Dustin entonces se sienta de en el sofá y se dedica a seguir manteniéndose al lado de Jessica, que todavía está tiritando.
—N-no pasa nada, estarás bien. Aquí estás a salvo —se le ocurre decir, manteniendo a raya su propia inquietud con bastante dificultad. Apenas le pone la mano sobre el hombro porque no está seguro de hasta dónde debería tocarla para no ponerla más nerviosa.
Ella le mira, poco a poco calmando su respiración hipada. A Dustin le duele solo de ver el morado de su ojo y su labio partido, pero no se atreve a preguntar de nuevo por el culpable.
—Jessica...
—Ha sido él. Ha sido Caesar —murmura al fin, comprimida por el miedo—. Le vi, vi lo que le hizo a Regina cuando llegué al apartamento y...
—¿Regina? ¿Q-qué pasa con ella?
Jessica sorbe con la nariz, con el pecho de nuevo agitado al recordar aquello.
—Discutieron y él le hizo daño. La dejó inconsciente. Cuando yo intenté razonar con él... se puso hecho una furia, me amenazó con hacerme lo mismo si se lo contaba a alguien. Me hizo esto como advertencia —se lamenta—. Él no sabe que estoy aquí, Dustin, por favor. No sabía a quién acudir, ¡tengo miedo...!
—T-tranquila, aquí estarás bien —le asegura, aunque realmente no sabría qué hacer si se presentase allí alguien tan violento—. Llamaré a mi padre, él sabrá qué hacer, ¿de acuerdo? P-pero tienes que decirme dónde está ahora Regina.
—E-ella...
—¡Aquí lo tengo! —anuncia Heather al llegar, botiquín en manos—. Este es el que me pediste, ¿no?
—S-sí... Gracias, Heather —le dice él, tomando la caja metálica en su regazo—. ¿Puedes hacerme otro favor? Llama a mamá. Pregúntale si podemos hablar con ella y con papá. Q-que es urgente. Jessica necesita ayuda.
—Ah... ¡sí! Enseguida —asiente. Mira a Jessica antes de marcharse a por su teléfono, distrayéndose al verle las heridas—. Auch...
—¡Heather...!
—¡Ah, sí, sí, voy!
Una vez Heather ha abandonado la sala, Dustin se dedica a sacar los algodones y el alcohol para desinfectarle las heridas a la chica, aunque sabe que debería ver a un médico.
—A Reggie... la tienen en uno de sus almacenes. Los Sons of Schuld —comienza a decirle ella, mientras él se dispone a curarle el labio—. Él y su hermana la han...-¡eh! Joder, ¡eso duele!
—Ay, lo siento, n-no quería...
Jessica respira hondo, tratando de controlarse ante sus picos de humor.
—Dustin... tienes que prometerme que esto no saldrá de aquí, ¿vale? —le dice entonces, tras unos segundos de silencio en los que él no se ha atrevido a seguir curándola—. Solo tu familia... nada de policías. Si Caesar se enterase...
—T-tranquila, Jessica. Nosotros te protegeremos —le asegura, aunque para él Arnold siempre será como un policía—. Y ayudaremos también a Regina.
La chica expulsa un poco de aire por la nariz.
—Te lo agradezco... "Daxx" —sonríe con aflicción—. Eres un buen chico.
◇◇◇
Arnold Krausser dejó de lado su trabajo en cuando su esposa le anunció que sus hijos necesitaban ayuda urgente.
Una vez puestos en situación a través de Dustin, Arnold acordó con ayuda de Claudia que el lugar más seguro para la chica sería la mansión secundaria de los Edler, su antiguo hogar. Se puso en contacto con Sebastien y este aceptó, aunque no sin antes preguntar si ellos sabían algo de Logan, pues lleva un rato tratando de contactar con él y no le responde las llamadas.
No obstante, durante el tiempo en que los Krausser han llevado allí a Jessica y se han estado encargando de ubicarla en una habitación en la que poder descansar tranquila, Logan ha regresado a la mansión.
Para cuando Arnold y su familia bajan al piso donde Sebastien se quedó, lo encuentran amonestando a su ahijado, que ha llegado totalmente empapado.
—Te he hecho una pgegunta, Logan. ¿No vas a contagme pog qué has ignogado mis llamadas? Tienes el teléfono paga algo más que paga tus juegos.
—Sí... para que me tengan vigilado —murmura el chico como única respuesta, arrimado a la chimenea y dándole la espalda a Sebastien.
—¡Déjate de bgomas! Ya no egues un niño pequeño, ¿me oyes? ¡Esto es serio!
Aunque esa frase tensa los músculos de Logan y endurece su gesto ante el fuego, su pequeña discusión se ve interrumpida por la vuelta de la familia Krausser.
—Ya está descansando. La pobre ha caído rendida, al final —anuncia Claudia con suavidad—. Afortunadamente no tiene...-¡Oh, Logan! Has vuelto.
Dustin y Heather caminan hasta su amigo, colocándose cada uno a un lado de él y advirtiendo con preocupación esa inusitada expresión irritada que mantiene.
—Sebastien. Debemos ponernos en marcha —le dice Arnold—. Regina necesita ayuda.
—¿Piensas en haseglo pog nuestra cuenta?
—No tenemos otra opción. La chica se ha negado a inmiscuir a la policía. Y ambos sabemos por qué.
—De acuegdo. Tienes mi apoyo.
Dustin se decide entonces a preguntar lo que lleva rato queriendo saber.
—¿Qué es lo que pasa con la policía, papá?
—Nada, ¿qué va a pasar? —interrumpe de pronto su amigo Logan, arisco. Ante la extrañeza de todos, él se voltea hacia Sebastien—. A lo mejor es solo que quieres volver a tus raíces, ¿no? A arrasar con todo lo que te encuentres por el camino, sin policía que valga.
Sebastien únicamente observa a su ahijado, enmudecido ante su indignado tono.
—¿A qué ha venido esa falta de respeto, Logan? —le espeta Arnold, tan irritado como si la impertinencia hubiese ido dirigida a él—. ¿Qué mosca te ha picado?
Los ojos de Logan vuelven a estar cubiertos por ese rocío que la impotencia y el dolor le provocaron, con Elisa. Sus labios todavía tiemblan cuando se atreve a responder al padre de su amigo, aunque sigue con la mirada clavada en Sebastien.
—Elisa me lo ha contado. Me ha hablado del CEOS. —El rostro de Arnold palidece, mientras que Sebastien se limita a cerrar los ojos con pesadez, unos segundos—. Lo que dijo me sonaba tan extraño que al principio no podía creérmelo. Pero no soy tan estúpido, ¿vale? Sé distinguir cuando alguien me está mintiendo. Y ella no lo hacía.
—¿Elisa? ¿Ha vuelto a pasarse de la raya hablando de nuestros padres? —se enoja Heather—. ¿Pero de qué va? ¡Creí que ya habíamos pasado por esto!
—¡No, Heather! ¡Ella solo intenta abrirme los ojos! ¡Y yo no he querido dejarle! —se lamenta—. Pero ahora lo entiendo. Entiendo que hayas querido distraer a todo el mundo con tu proyecto —le dice a Sebastien, que se mantiene serio—. Para compensar todo lo que les quitasteis a los Sons of Schuld, ¿no es así?
«Sons of Schuld... ese nombre es el que Jessica mencionó cuando me habló del paradero de Regina», cavila Dustin para sus adentros, confuso. «¿Qué significa todo esto?».
—Controla tus palabras, jovencito —le ordena Arnold, ante el silencio de Sebastien—. Estás ahora mismo caminando sobre arenas movedizas.
—¡No estoy hablando contigo! ¡Hablo con él! —estalla el chico, ante el mutismo de Sebastien—. Si ya no soy un crío, ¿por qué no me hablas como a un adulto y me dices la verdad?
El hombre indica con un asentimiento calmo de cabeza a Arnold que está controlado, caminando unos pasos hasta estar más cerca de su ahijado, frente a él. La respiración de Logan continúa dando saltos a pesar de su deseo por aparentar firmeza y demostrar su enfado, manteniendo sus ojos claros fijados en los de Sebastien.
—No pasa nada —dice al fin, desconcertando a Arnold por su calma ante las acusaciones. Lo ven colocar su mano sobre el hombro del chico, que permanece tenso—. Puedes pgeguntag lo que quiegas, Logan. Y compagtig conmigo, o con tu familia, lo que Elisa te ha contado, si lo nesesitas. Siempre has podido, ¿no?
Esa afirmación hace que el temple de Logan se quiebre. Gira la cara y aparta los ojos de Sebastien, llevándose el dorso de la mano a la boca para seguir conteniendo el llanto que no dejaba salir. Heather y Dustin se estremecen al verle de esa manera.
—Me siento... me siento como una mierda —dice en un hilo de voz—. Haga lo que haga, siempre estoy en medio de todo y de nada, sin saber qué coño soy ni qué estoy haciendo aquí, entre tanto lujo, entre tantos poderes extraordinarios. ¡Buscando el peligro para poder tenerla conmigo y no sentirme tan perdido...!
La pacífica mirada de Sebastien no se ha apartado de su ahijado en ningún momento. Se mantiene firme a pesar de la tortura que le supone verle sufrir por expresar al fin todo aquello, después de tantos años de bromas y sonrisas para distraer la realidad.
Tras unos segundos en los que Logan no consigue calmar su pecho, regresa sus ojos azules hacia su padre adoptivo. Retira la mano de su rostro y traga saliva antes de enunciarse de nuevo.
—¿Quién lo hizo, Sebastien? —logra preguntar—. ¿Quién mató a mamá?
Sebastien entonces desliza la mano que dejó sobre su hombro hacia un lado del cuello del chico, acariciándole con afecto para calmarle. Arnold y Claudia ponen cara de circunstancias mientras que Dustin y Heather permanecen atentos, descolocados ante la situación.
—Hay... demasiadas cosas que contag, chico —le responde entonces, alcanzándole el rabillo del ojo para secarle las lágrimas—, segá mejog que nos sentemos y empecemos por el principio.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro