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42. Las respuestas enterradas

Ha pasado un día desde la celebración en la mansión Edler. El cielo se ha vuelto plomizo desde aquella noche y sobre la ciudad de Sant Silvery comienza a caer una fina lluvia.

Scarlett Fitzgerald, acompañada por sus dos hijas, se adentra con paso firme y decidido en un recóndito edificio de las afueras de la ciudad, del cual le estuvo hablando a la mayor la noche del día anterior...

Nicolette ya se había ido a la cama y el padre de familia, Patrick, posiblemente continuase en los salones recreativos: su ausencia no se trataba de ninguna novedad.

Hacía media hora que llegaron de la mansión y apenas habían intercambiado palabras entre ellas en el trayecto en coche: únicamente Nicolette insistió en averiguar, tristona, por qué tenían que irse tan pronto, si Stevie aún estaba allí.

—¿Podemos hablar ya de lo que te ha ocurrido? —le preguntó a Elisa su madre, una vez se quedaron a solas en ese pequeño salón que a Scarlett se le hacía tan extraño ya—. Necesito saber los detalles.

—Nunca has necesitado saberlos —repuso con mordacidad, sentada en el sofá y sin mirarla a la cara—. ¿Qué tiene esta vez de diferente?

—Más de lo que crees.

Elisa chasqueó la lengua, molesta. Resopló y miró hacia su madre, allí de pie.

—Mira, no tengo ganas de esto, ¿vale? Hoy no tengo el cuerpo para charlas forzadas de madre e hija —espetó, levantándose de su asiento y encaminándose hacia el pasillo.

Su madre extendió su mano hacia ella y la frenó, colocándola por delante de su pecho y cortándole el camino.

—¿Pero se puede saber qué quieres de mí? Ya tienes lo que querías —se lamentó la chica, rabiosa por la posibilidad de que su madre la viese llorar cuando ella solo quería mostrar enfado—. Una excusa para decirle que no a Monsang y largarte otra vez a Sant Silvery, sin nosotras. Una razón más para seguir odiándonos.

—¿"Odiándoos"?

—¡Sí! A nosotros y a todo lo que tenga que ver con nuestros Stigmas. Estoy harta de verte fingir, mamá. Esto es ridículo...

La sobria mujer se limitó a observar a su hija con rostro serio. La falta de emoción en su cara sólo enervó aún más a Elisa, al creer que aquello indicaba indiferencia hacia su dolor.

Con un manotazo, la joven apartó la mano de su madre con tal de seguir su camino hacia una habitación en la que poder encerrarse. Pero fue al poco de dar unos cuantos pasos que Scarlett volvió a hablar, consiguiendo detener la enérgica inercia de su hija.

—No son estigmas, Elisa. Son genes extraordinarios: el Gen X.

Los puños de Elisa se cerraron con fuerza al escucharla repetir aquello que tantas veces le había oído decir, a lo largo de su vida.

—Y si tan extraordinarios te parecen, ¡¿por qué los odias?!

—No es odio. Es temor a que la historia se repita.

Esas palabras contenían tanto dolor en su voz que hicieron enmudecer a Elisa. Ante el silencio de Scarlett, la chica decidió girarse para averiguar por su cara de qué le hablaba.

—¿Qué historia? ¿Te refieres a los atentados?

Scarlett desvió su mirada hacia un lado, recogiéndose de brazos y tomándose su tiempo para responder con serenidad.

—No solo a eso —le dijo—, hablo de nuestra propia historia.

Sin saber qué decir a continuación de eso, la chica torció un gesto de incomprensión. La madre entonces caminó hasta llegar hasta ella y posó una mano sobre su hombro.

—Ve a descansar, hija. Mañana habrá que madrugar: os llevaré a Nicolette y a ti a Sant Silvery, conmigo.

—¿A nosotras? ¿Por qué...?

Scarlett asintió levemente.

—Es hora de que os muestre a qué me dedico realmente.   

Para sorpresa de Elisa, el trayecto en coche desde el aeropuerto no acabó llevándolas hasta la Universidad de Sant Silvery, donde ella siempre creyó que su madre trabajaba, sino a un páramo.

En un recóndito rincón de las afueras, el interior del edificio le recuerda bastante en su diseño al aspecto de una gran empresa, aunque desde el exterior no lo aparenta para nada: más bien da la imagen de unas simples instalaciones eléctricas con cristalera y placas solares distribuidas por la azotea.

En recepción, ve como Scarlett solicita a una compañera suya que cuide de Nicolette, mientras ella se encarga de hacerle una visita guiada a Elisa por las disposiciones.

La chica se percata del trato tan formal que recibe su madre por parte de aquellos empleados, que la tratan como poco menos que a una directora.

—¿Qué es todo esto, mamá? ¿Y la Universidad?

Mientras camina junto a ella por los luminosos y espaciosos pasillos, Scarlett se dedica a explicarle el motivo por el que han recorrido juntas tantos kilómetros en medio día.

—Trabajo en la Universidad, ofreciendo mis conocimientos sobre biología. Pero es aquí desde donde gestiono mi verdadera labor sin interferencias.

—¿Qué labor?

Atraviesan la primera puerta metálica que se presenta en su camino gracias a la tarjeta que Scarlett muestra a una pequeña pantalla táctil. Una vez dentro y con la puerta de nuevo cerrada tras ellas, sus pasos les llevan hasta una escalera que termina en lo que parece ser un ancho despacho.

La elegante mujer camina hasta llegar a estar tras un escritorio de cristal, muy similar al que se encontraba en su despacho de la Universidad, donde Sebastien la entrevistó.

Una vez allí se sienta en su butaca e indica con un gesto a su hija que la imite. Pero Elisa se ha quedado allí de pie, ya que algo ha captado su atención sobre todas las cosas de esa sala: el retrato enmarcado en la pared tras el escritorio de un hombre con traje negro, que luce el rostro parcialmente quemado y el cabello grisáceo le oculta media cara. En el fondo de la fotografía pueden apreciarse trazados que recuerdan a las redes de una araña.

—¿Quién es?

Scarlett esboza entonces una media sonrisa, que transmite cierta melancolía.

—Él fue el motivo por el que tú y yo estamos hoy aquí —comienza a decirle—. Sin él, los Sons of Schuld jamás hubiésemos sobrevivido hasta hoy.

—¿Los... "Sons of Schuld"? Espera... ¿dónde he oído ese nombre antes?

—Los Sons of Schuld éramos un grupo unido por causas nobles. Luchábamos contra una sociedad que nos oprimía y excluía por ser distintos a ellos.

—Claro, ahora lo recuerdo: Fue Teresa Montenegro quien me habló de ellos —resuelve, acordándose gracias a la breve aclaración de Scarlett—. Ella me contó que ellos tuvieron que ver con los atentados de hace quince años. La contaminación que se inició en los suburbios de Schuld City. Que fue por eso que su marido tiene...-

—Tuvimos que ver, pero no los provocamos: solo se trataban de trampas para ensuciar nuestro nombre, nuestro objetivo: buscaban demonizarnos. Y aquello mermó nuestro número y nuestro ánimo. Perdimos a mucha gente querida... pero aprendimos de nuestros errores, al contrario que otros.

Se enuncia un silencio entre ambas. Elisa entiende sin esfuerzo que su madre pueda estar refiriéndose al hombre del cuadro en esas últimas últimas frases.

Ese a quien tanta devoción parece profesar.

—Tú... ¿Cómo es que eras uno de ellos, mamá? No tienes el Gen X.

—Lo adquirí en cuanto me uní a la causa. No todas las personas lo obtienen en el nacimiento, Elisa —le dice—. Y eso es precisamente lo que investigamos en este lugar.

—Esto... ¿son laboratorios?

—Así es. Aquí podemos analizar sin miedo nuestra naturaleza y nuestra propia evolución. A ojos del resto del mundo, este lugar es únicamente un departamento de investigación biológica, necesario para documentar casos con "Stigma" en el hospital de Schuld City. Pero solo la policía sabe que la persona al mando es un antiguo miembro de los Sons of Schuld —explica, y añade tras una breve pausa. Alza una mano hacia el cuadro, para dar a entender que lo siguiente se refiere a esa persona—: Él me confió el liderazgo antes de irse y yo honro ese privilegio de la mejor forma que sé: sobreviviendo pacíficamente a base de mantener un perfil bajo.

—¿Perfil bajo? ¿En qué sentido?

Pensativa, la mujer entrelaza ambas manos, con los codos apoyados sobre los reposabrazos de su asiento.

—Las personas que nos mermaron y obligaron a escondernos pertenecían al Cuerpo Especial de Operaciones Stigma... el CEOS —revela, mostrando una evidente apatía en la voz—. Una asociación derivada de la policía de Schuld City que durante años persiguió y castigó a los Sons of Schuld llegando hasta donde la policía convencional no se atrevía. Nos enfrentaban cuando nos negábamos a convertirnos en lo que ellos eran: soldados que luchaban por causas ajenas a sí mismos.

—¿Soldados de la policía...?

—De cara al resto de la ciudad, promulgaban la integración de la gente con "Stigma" en la sociedad. Pero ya puedes hacerte una idea de la realidad sólo por el término con el que acuñaban nuestros poderes: estigmas. Lo único que buscaban era utilizarnos como armas. Como agentes letales que usar en su propio beneficio.

—Entonces, ¿quieres decir que en esa organización también reclutaban gente con el Gen X?

Scarlett esboza una mordaz sonrisa ante esa cuestión. Cierra los ojos y cuando los abre para seguir hablando, los deja puestos en un punto inexacto del escritorio, rememorando.

—De hecho, solo uno de sus miembros tenía un poder: Geraldine Edler.

Ese nombre hace que la respiración de Elisa se quede en pausa por unos segundos.

—¿Geraldine Edler...?

—Así es: la madre de tu amigo Logan —aclara, sin alterarse—. El CEOS fue fundado por Arnold Krausser y Sebastien Monsang. Y se disolvió el día en que su única compañera con "Stigma" perdió la vida en acto de servicio, debido a una negligencia de Krausser.

Todavía tratando de procesar toda aquella información tan chocante para ella, Elisa permanece en silencio unos segundos más.

Intenta hilar todo lo que su madre le está contando sobre sí misma, sobre el padre de Dustin y la madre de Logan. Aquellas pequeñas "entrevistas" que ella consiguió hacerle a Teresa a cambio de cuidarle a su hijo Stevie tenían puntos en común con los datos que hoy está averiguando. Supo gracias a ella que Geraldine era hija del dueño de las mansiones Edler, que Sebastien y Arnold trabajaron para la policía y que en algún momento perdieron la placa por algo "turbio", algo que les hizo retirarse por el remordimiento. Y cuando Elisa supo esto, le pareció lo bastante sospechoso como para alertar a su manera a sus nuevos amigos, el día que pasaron juntos en la playa.

Pero lo que no esperaba era que el motivo fuese algo tan grave como la muerte de una compañera.

—La madre de Logan... ¿murió por culpa de Arnold Krausser?

Scarlett se limita a asentir, con tranquilidad.

—Pero... hay algo que no entiendo —titubea. Se lleva un par de dedos a la sien y camina de lado a lado con lentitud, mientras organiza sus pensamientos—. Logan... él me dijo que no tiene ningún don. Pero que, aún así, siempre se ha sentido un bicho raro.

—No es para menos...

—Eso quiere decir que nunca supo qué era su madre. Sebastien nunca se lo ha contado... ¿por qué? ¿Por qué ocultarle algo tan importante?

—Tal vez por la culpa. Desde que ella murió, la policía comenzó a dar de lado al tema de los "Stigmas" por puro miedo, porque vieron que se les fue de las manos y no podían controlar lo incontrolable. A espaldas de lo que quedó del CEOS, el alcalde Hill y la policía de la ciudad pactaron con los Sons of Schuld un trato confidencial en el que no nos darían caza ni atención, si nosotros manteníamos la cabeza agachada a partir de entonces.

—Y aceptasteis...

—Así es. Tuve que hacerlo... mi corazón quedó destrozado después del último encontronazo. No pude hacer otra cosa si quería teneros a salvo a vosotras —confiesa, abatida—. Y así es como hemos estado viviendo hasta ahora los pocos que quedamos: separados unos de otros, ocultos o tratando de hacernos pasar por simples humanos, compartiendo escuelas y hogares. Negando quiénes somos. Sujetos a la discriminación constante por parte de la mayoría de la sociedad, si se nos ocurría mostrar solo un poco de nuestra naturaleza en público.

—Yo... ahora entiendo que Arnold Krausser escapase de todo aquello. Y veo por qué se empeña en atiborrar a sus hijos de fármacos para anularlos...

—Sí. Y tu amiga Teresa Montenegro parece una mujer perspicaz. Al igual que yo, debe de saber que el Gen X puede tener posibilidades de evolucionar por sí mismo. Que no se trata de una simple enfermedad y que todo proceso tiene sus fases. Al fin y al cabo, es periodista de investigación... pero me temo que eso haga que le interese documentar algo más importante que su propia familia.

Una sensación de frialdad se adueña de Elisa entonces.

—¿Insinúas que sería capaz de dejar empeorar a Stevie para averiguar los efectos de un Stigma defectuoso?

—No la conozco personalmente. Tal vez tú puedas afirmarlo con más seguridad. Pero, sea como sea el caso, no es una mentalidad que yo comparta en absoluto: mis hijas son lo más importante para mí... y es por esa razón que os he estado manteniendo alejadas de todo este mundo.

Elisa permanece en silencio ante esa afirmación, con la cara agachada. Scarlett se incorpora de su asiento y camina con serenidad hasta donde se encuentra su hija.

—¿Comprendes ahora lo que siento por Nicolette y por tí, Elisa? Desde que llegasteis a mi vida, no he hecho otra cosa que protegeros. Lograros la vida más pacífica que pude encontrar, con vuestro padre.

—Papá... él sabe todo esto, ¿no?

—Sí —confiesa, desviando un poco la mirada hacia un lado—. De hecho, no hubiese conseguido daros esa vida tranquila de no ser por su apoyo. Vuestro padre... no solía estar de acuerdo con algunas decisiones que los Sons of Schuld tomaron en el pasado. De modo que mi liderazgo y el consecuente cambio de mentalidad le tranquilizó bastante.

—Él... siempre parece triste —revela entonces la chica. Scarlett vuelve la cara a ella, ligeramente desconcertada—. Lo poco que le vemos en casa, suele estar ausente. Nunca hablamos de nada en profundidad. Yo pienso que es porque te echa de menos...

La mujer no responde nada a esa posibilidad. Únicamente se queda observando con seriedad el cuadro allí colgado, del hombre con la cara semi calcinada.

—Mamá, yo... creo que todo esto no es justo.

—¿A qué te refieres, hija?

—Todo lo que me has contado hoy. La verdad sobre los Sons of Schuld, sobre tu trabajo aquí —responde, en cierto tono de contrariedad—. No veo justo que tengamos que escondernos.

—Elisa...

—Tú estás al mando. ¿No crees que podrías hacer algo al respecto? Se trata de nuestro orgullo... de nuestra dignidad. Entiendo que quieras ser pacífica, pero ¿por qué ocultarte? ¿Por qué fingir que solo eres una profesora o esconder durante años que tus hijas tienen dones extraordinarios?

—No todo es tan sencillo, Elisa. Ya te lo he explicado.

—No dije que lo fuese, pero...-

—Incluso dentro de los Sons of Schuld, han habido personas que enfocaron de forma errónea el objetivo de la fundación. Nosotros solo buscamos la supervivencia de los nuestros.

La chica sigue sin parecer del todo convencida ante los argumentos de su madre.

—Es que me niego a creer que la vida de seres superiores como nosotros se limite únicamente a existir con vergüenza y con miedo, mamá.

Escuchar esas palabras viniendo de su hija toca la fibra sensible de Scarlett. Sin darse cuenta, lanza una mirada de soslayo hacia el cuadro una vez más, apenada.

—Elisa... Las cosas están mejor así, por ahora —le dice tras un silencio—. Monsang está cometiendo un error al querer retomar la normalidad con la gente portadora del Gen X en Schuld City. Pero él no quiere entender: solo le importa limpiar su culpa.

A Elisa le duele oír a su madre hablar de ese modo tan derrotado: es algo que la desubica por completo. Trata entonces de sobreponerse a ese ánimo al decir lo siguiente:

—Vale. Pues yo lo haré.

Scarlett a observa confundida.

—¿Que harás, el qué?

—Yo convenceré a Logan y al resto para unirlos a nuestra causa —asegura, determinada—. Sebastien y el resto de mentirosos deben pagar por lo que nos hicieron, por mentir a sus seres queridos. No merecen llevarse ahora la medalla por algo que ellos mismos destrozaron en su día.

—Elisa... eso...

—Logan tiene derecho a saber la verdad, mamá. Está siendo engañado por su propia "familia". Merece saber quién era su madre y por qué razón murió... y merece saber de qué es capaz él mismo.

—Eso no te corresponde a ti revelárselo, Elisa...

—¡Pero él es mi amigo! Y a lo que están haciendo con él y con los demás no se le puede llamar "vivir". Solo les están alejando de lo que realmente son, buscan imponerles limitaciones, ¡tenerles siempre controlados! ¿Qué "normalidad" es esa?

—La única que pueden permitirse, mientras el pacto siga en pie.

Elisa resopla, exasperada.

—Sigo pensando que debemos vivir sin agachar la cabeza. Sin las mentiras de esos asesinos —espeta—. Logan es la única persona ahí fuera a la que alguna vez le he importado de verdad, mamá. Lo sé, sé que él también siente algo por mí. Estoy segura. Y por eso... por eso necesito hacer esto por él. Necesito ayudarle...

Scarlett se queda observando a su hija mayor, transformando su gesto preocupado en uno más amable, al fin: a Elisa le parece ver como el labio de su madre se estira levemente hacia un lado, en una mueca similar a una sonrisa.

—Ese chico —comienza a decir la mujer—, es lo más importante para ti, ¿no es así?

El rostro de Elisa se relaja un tanto, durante los segundos en que cavila una respuesta lo bastante acertada a esa pregunta.

—Sus ojos me recuerdan a los cielos despejados. Y eso... siempre me ha dado calma, ya lo sabes. Es... extraño y no sé si tiene algún sentido, pero... siento que todo empieza y acaba con él.

La sonrisa de Scarlett se torna algo más enigmática al escuchar esas palabras.

—No es tan extraño que sientas eso, Elisa —le dice—, porque lo que ese chico tiene no es un simple Gen X.


...


Sobre las calles de Schuld City cae ahora una tormenta veraniega.

Regina Sorrentino siempre se ha considerado una mujer sensata, nunca ha acostumbrado a sacar conclusiones precipitadas.

Pero desde la celebración en la mansión Edler no ha podido dejar de pensar en aquél desafortunado comentario que Jessica le hizo sobre ella y Sam: ¿A qué se estaría refiriendo, con eso de que Caesar hizo bien "quitándoles de en medio a ambos"? Regina no era capaz de pensar en nada más desde esa noche, por mucho que intentó distraerse cantando y dedicándole una canción a Grace.

Un taxi la ha llevado hasta el piso de Caesar y él la ha recibido con semblante sorprendido al escuchar su voz por el telefonillo. Pero una sonrisa se le dibuja en los labios en cuanto la ve aparecer por su puerta unos minutos más tarde.

—Qué sorpresa más preciosa. Con el tiempo tan horrible que se ha puesto, es un alivio verte.

—Hola, Caesar.

—Pasa, mujer. No te quedes ahí plantada —le pide, al verla con el paraguas mojado entre sus manos, goteando—. Puedes dejarlo ahí, en el paragüero.

—Gracias...

La chica obedece a la propuesta de su ex-novio, pero no cambia sus ademanes prudentes y cohibidos ante él. Caesar se encarga de cerrar la puerta y caminar hacia la sala más cercana, el salón donde Dustin y Logan hablaron con él.

—¿A qué se debe esta visita inesperada, Reggie?

—Yo... —Observa aquella sala mientras piensa: nunca ha estado allí antes, pues él se mudó a ese piso cuando cortaron y ella no quiso saber nada. Siente un escalofrío—. Necesitaba hablar contigo, Caesar. Siento no haber avisado de que venía...

—Oh, no tiene importancia. Aunque has tenido mucha suerte de encontrarme aquí. Últimamente no paro quieto.

Ante el silencio de Regina, Caesar decide volver sobre sus pasos para acercarse a ella.

—Adelante, ve y siéntate. ¿Quieres tomar algo?

Al sentir la mano del chico tomándole por el brazo en actitud afectuosa, Regina da un pequeño respingo instintivo y evita el contacto con él, quedándose en simple roce. Ese pequeño gesto turba levemente el rostro de Caesar.

—¿Te ocurre algo, Reggie? —Su voz suena preocupada.

—Jessica se comportó de un modo extraño conmigo, en la fiesta de Monsang —le confiesa, tratando de desviar el tema sobre su evidente desconfianza hacia él—. Dijo algo que no he podido dejar de pensar.

—No me digas —resopla, monótono—. A ver, ¿qué tontería dijo esta vez?

La chica huye la mirada de Caesar hacia un lado, tomándose un brazo con la otra mano. Traga saliva y se mantiene en tensión, pues es perfectamente consciente de que, si él quiere, puede saber todo lo que ronda por su mente.

La incomoda no poder fiarse de alguien con ese Stigma tan intrusivo, y le duele darse cuenta de que ese alguien fue una de las personas en las que ella más confiaba.

—Ya sabes que Jess carece de filtro, Reggie. Sea lo que sea que te dijera, no deberías tomárselo en cuenta. Le encanta bromear.

—Ella era mi mejor amiga, Caesar. Claro que la conozco —repone, con la voz temblando por la irritación—. Pero lo que me dijo sobre Sam no tuvo ni puta gracia.

—¿Sobre Sam? —Una ceja se le arquea, fingiendo sorpresa—. ¿Qué dijo?

Regina entonces regresa la mirada a él, apretando con fuerza los dientes y tensando los labios en una línea recta con tal de que no tiemblen.

—Lo sabes de sobra. ¿O es que no lo estás viendo en mi cabeza?

Caesar no responde ante la obvia pregunta. Simplemente permanece serio.

—¿Qué es lo que te ocurre, Caesar? —pide saber, dolida—. ¿Por qué desde que Sam se fue te convertiste en un imbécil bipolar conmigo?

El chico se limita a apartar el rostro de su interlocutora, molesto por sus palabras a pesar de lo mucho que se esfuerza por mantenerse sereno. Escuchar a Regina en ese tono tan lastimero le remueve algo más que la conciencia.

—Tú... te desentendiste por completo. Olvidaste lo que él te hizo prometer —continúa diciendo ella. Sus ojos comienzan a cubrirse por una fina capa de rocío—. ¿Por qué? ¿Qué te hice para que quisieras quitarme de en medio?

—A ti solo te importaba él —masculla, tras unos segundos y sin mirarla a la cara—. ¿De verdad quieres sacar eso ahora? ¿Has venido a recordarme que sólo fui un parche?

—¿Cómo...?

—Has venido a echarme en cara que si tú y yo estábamos juntos fue solo por una estúpida promesa a un yonki moribundo, ¿es eso? Cuando me pidió que te alejase de esos problemas que él se negaba a resolver. —Los ojos de colores dispares de Caesar se clavan de nuevo en Regina, que cada vez está más nerviosa por sus palabras—. Dime, Regina, ¿a eso es a lo que has venido? ¿Para recordarme toda aquella mierda?

—N-no... eso no es...-

—¡¡Deja de mentirme!! —le grita, achantándola al momento—. ¿Acaso me ves cara de idiota? ¡¿Es que no sabes que puedo oír todo lo que no me dices?!

La chica ha retrocedido un par de pasos y ha topado con la mesilla. Caesar no ha avanzado hacia ella, pero solo le hace falta alzar su voz para atemorizarla por completo: ella jamás lo había visto de ese modo y ahora su plan de presentarse ante él se le antoja una idea estúpida.

—Caesar, yo... yo no tengo un poder como tú. Necesito que tú mismo me digas lo que quiero saber —repone tras unos angustiosos segundos.

Los ojos de Caesar se mantienen sobre los de Regina, conteniendo una furia inusitada en él. Al no responderle nada, Regina continúa hablando, una vez logra calmar lo suficiente el trémulo de su garganta:

—Arnold Krausser y los suyos han seguido investigando, desde el día del accidente. Todavía tratan de averiguar de dónde salió la droga potenciadora de Stigma que intoxicó a Dustin. Aún no saben por qué la llevaba en un bote idéntico al de sus inhibidores de siempre —le cuenta. Caesar permanece en silencio. Con la mandíbula tensada al escuchar en voz alta lo que ya venía "oyéndole" desde hace un rato gracias a su don—. Esa misma droga... es la que encontraron en la casa de Sam. Por eso precintaron el lugar...

—¿Y qué con eso? ¿Te sorprende que hubiese droga en su casa?

—Por supuesto que me sorprende —replica con irritación. Caesar tuerce un gesto de extrañeza—. No tiene ningún sentido. Él nunca ha poseído ningún Stigma, de hecho siempre los ha detestado. ¿Por qué iba a incentivar ningún poder en su hermano pequeño? ¿O a usarlas consigo mismo, si no le iban a servir de nada?

—La inteligencia de Sam siempre brilló por su ausencia. Seguramente alguien debió decirle que esas sustancias le harían ser mejor. Ya sabes de sobra el complejo de inferioridad que ha tenido desde crío.

—Lo que también sé es que la medicación inhibidora que usa la familia Krausser es de fabricación propia. Es Claudia quien la hace —continúa ella, firme—. Así que pensé en quién más podría tener un bote como ese y entregárselo a Dustin.

—Y pensaste en mí porque yo también las tomaba de niño. ¿Qué hay con eso? Sabes que hace años que ni las veo. ¿No has pensado que, simplemente, Sam se metía todo lo que caía en sus manos? Por favor, dime que tú también lo ves. Hasta Arnold Krausser debe dar por hecho a estas alturas que fue Sam quien se la dio a su hermano pequeño...

—Él me prometió que dejaría todo eso atrás —le revela entonces, avanzando hacia él los pasos que antes le hizo retroceder. Los ojos castaños y pacíficos de la chica ahora rebosan una energía acusatoria que Caesar percibe al instante—. Estuve con él, días antes del accidente del estadio. Me juró que competiría limpiamente... y que lo haría por Dustin y por mí.

—Y tú le creíste, claro.

—Los... análisis dieron negativo, Caesar. Sam no llegó a tomar nada antes de la exhibición. Estaba limpio.

—Eso quiere decir que únicamente falló el salto por nervios —Se cruza de brazos, indolente—. Genial. Eso solo le convierte en culpable de intoxicar a su hermano pequeño...

Regina le mantiene su fiera mirada, demostrando con ello que ya no le tiene ningún miedo. Por los gestos y contestaciones tan despectivas que Caesar le devuelve, algo en el interior de la chica le dice que está muy cerca de descubrir algo horrible, pero eso no la detiene.

Ante la postura intimidante de Regina, Caesar finalmente suelta una pequeña risa amarga, apartando a un lado la cara.

—Joder... lo sabía. Sabía que te viste con él.

La pelirroja parpadea, confusa.

—¿Qué? Espera... de todo lo que he dicho, ¿eso es lo que más te preocupa?

De nuevo ante el silencio de él, ella continúa con la misma firmeza, ahora irritada.

—Caesar... Necesito que me expliques cómo diablos llegó a casa de Sam aquella droga tan exclusiva y por qué Jess me dijo que tú "le quitaste de en medio".

—Sigues dando por sentado que él no faltó a la promesa que te hizo, como ha hecho siempre. Tu enorme confianza en él me provoca náuseas...

—Yo misma comprobé que estaba limpio. Estuve con él.

A Regina no le importa que lo que pueda venir a continuación implique peligro: sus pensamientos se han centrado en un momento en concreto junto a Sam y Caesar puede verlo sin esfuerzo.

Puede ver el beso que compartieron a sus espaldas y sentir la culpabilidad que les obligó a interrumpirlo momentáneamente, antes de pasar a mayores. 

Esa imagen hace que algo en el interior de Caesar se debilite. Descruza sus brazos y suspira, masajeándose con una mano bajo la nariz y la boca.

—No sé qué esperas conseguir de mí, Regina —le dice, con tono derrotado—. ¿Quieres que te cuente que yo tuve algo que ver con sus errores? ¿Que fui yo quien metió la droga en esa casa, porque en realidad nunca dejé de pagarla yo?

—¿Cómo...?

—Fui un iluso. No sé en qué estaba pensando cuando creí que todos aceptarían sin más que aquello era suyo. Porque creí que para todo el mundo él nunca dejaría de ser un puto yonki autodestructivo, que miente más que habla y que estropea todo a su alrededor —se lamenta, esforzándose por contener su enorme frustración—. Pero, claro... tú no eres "todo el mundo", ¿no? Tú darías la vida por él, por mucho daño que te hiciera.

—¿De qué estás hablando, Caesar?

—Hablo de lo que estás insinuando desde que has entrado por esa puerta y me has mirado a los ojos —espeta—. Y te confirmo que tienes razón, y que ya estoy harto de seguir fingiendo que esta mierda no me ha jodido la vida a mí también. Porque lo único que hice fue repetir lo mismo que ya intenté en el pasado: hacer que Sam sirviera para algo más.

A Regina no le sale la voz para volver a preguntar nada. Observa estupefacta como Caesar se pone a caminar por la habitación lentamente, apretándose las sienes con dos dedos como si decir aquellas cosas le acarrease dolor de cabeza.

Pero lo que de verdad le está haciendo daño es oír lo que Regina piensa de él.

—Tú nunca le verías como lo que realmente era si yo no te lo mostraba —continúa con pesar, quedándose quieto frente a una pared y de espaldas a ella—. Y Dustin... él iba por el mismo camino, ¡estaba empezando a fiarse de él! No podía permitirlo... No podía dejar que nadie más pusiera en un puto altar a esa mierda de persona.

—Caesar... ¿qué es lo que hiciste?

—Solo intenté quitarle de en medio para siempre. Y si sobrevivía, que al menos todo el mundo le viese tal y como lo que es: un egoísta capaz de mentir y de meter a su hermano pequeño en sus peligrosos mundos.

—¿Tú le diste aquellas sustancias a Sam... y también a Dustin?

—Pensé que sería más fácil. Al fin y al cabo, no era la primera vez que Sam me pedía desesperadamente que le diese más "de lo mío". Por entonces yo estaba empezando con todo aquello y solo quería ayudarle: él estaba tan jodido con aquél percal en su casa...

—¡¿Pero de qué coño estás hablando, Caesar?! —explota la chica, sobrepasada—. ¿Cómo pudiste hacerle eso a Sam? ¡A tu mejor amigo! —le grita, avanzando hasta él y obligándole a que le mire, girándole del brazo—. Sabías lo frágil que era... ¡Tú debiste alejarle de ese mundo en lugar de terminar de empujarlo a él!

—Por supuesto... la culpa siempre será mía, ¿verdad? —murmura, hastiado—. Regina, ¿es que no te das cuenta? Mira a tu alrededor, ¡míranos a nosotros! Da igual que ya no esté, ¡sigue causando problemas! ¿Por qué no lo quieres ver? ¿Por qué no quieres entender que el mundo está mejor sin gente como él?

—¿Cómo te atreves...? —sisea, achinando la mirada—. Tú me consolaste cuando me enteré de que se drogaba y corté con él, ¡me hiciste creer que tú tampoco sabías nada hasta que te lo dije!

—Cómo olvidar la única vez que nos enrollamos, gracias a tus defensas bajas...

Regina niega con la cabeza, sin poder creer que intente bromear en un momento así.

—Después de todo lo que has hecho... ¡de todas las mentiras que nos has contado a todos! Por el amor de dios, ¡Dustin casi pierde la vida por tu culpa! ¡Y le ofreciste tu ayuda ocultándote con más mentiras!

—No me hagas reír, vamos —espeta de pronto. Agarra del brazo a la chica, pero esta no se achanta ni un centímetro—. ¿O vas a decirme que tú nunca me mentiste a mí?

—¿De qué diablos hablas?

—De vuestro romántico encuentro, por supuesto. Ese en el que Sam y tú os acostasteis a mis espaldas, días antes de la dichosa competición.

Aunque el gesto de Regina sigue desafiante, las lágrimas que retenía en sus ojos terminan rodando por sus mejillas al parpadear rápidamente.

Es cada vez más consciente de que se encuentra ante un callejón sin salida.

—Sí. Es cierto. Lo hicimos —alega con una seguridad aplastante—. Y que él interrumpiese el beso al principio me dijo todo lo que necesitaba saber: creía que todavía no me merecía. Pero yo me preocupé por él, intenté ayudarle... porque le amaba, siempre voy a amarle. Y es por ese motivo que tú siempre has intentado quitarlo de en medio, desde que solo éramos unos críos... con tus mentiras y elaboradas farsas —le incrimina con fiereza—. Jamás debimos fiarnos de ti.

Esas últimas palabras encienden súbitamente el interior de Caesar. Sin darle margen de reacción a la chica, impacta su anillada mano contra la cara de Regina con un sonoro bofetón. Ella cae al suelo de rodillas y, consternada, descubre que su labio sangra en cuanto pasa por allí sus dedos, sintiendo un terrible ardor en él.

—Mierda. Yo... lo siento —murmura él tras unos segundos, desconcertado por su propia reacción—. No quería hacer eso. Perdóname...

La mirada cargada de decepción que la chica le clava le quema hasta lo más hondo de la conciencia. Oye en su cabeza los pensamientos que Regina tiene sobre su persona en ese momento y le resultan tan hirientes que hasta le duele físicamente.

—Regina, yo no...-

La pelirroja se zafa de él en cuanto se le acerca con intención de ofrecerle su mano. Pero él insiste y trata de recogerla del suelo, provocando un pequeño forcejeo entre ambos.

—¡No me toques! ¡¡Aléjate de mí!!

—¡Regina, por favor, escúchame! —le pide, sujetándola con fuerza por el brazo—. Yo te quería, ¡hice todo aquello por ti! ¿Por qué no quieres ver lo que...-?

Interrumpiendo su desesperada confesión, un pequeño cacharreo estrellándose contra el suelo hace que ambos cesen por unos segundos su zarandeo.

Los ojos de uno y de otra se clavan en el objeto que cayó: ella con cara de espanto y él con furia en el rostro. Los dos reconocen al momento que se trata de una pequeña grabadora.

—¿Qué significa esto, Regina? —cuestiona, recogiendo el aparato del suelo. Ella no puede responder—. Dime, ¿qué coño significa esta mierda?

—No... eso no es lo que parece —balbucea—. Caesar, yo no...

El cuerpo de Regina queda atenazado por el miedo. Caesar ha recogido lo que cayó del bolsillo de la chaqueta de cuero de la chica y ahora lo observa con respiración pesada.

—Creí que la dejé en casa... pretendía traerla, pero luego... luego quise creer que no me haría falta. Porque decidí creer que tú no serías capaz de...-

—Capaz de... ¿qué? ¿De ser el malo de la historia?

—Caesar...

Ignorando la voz temblorosa de Regina, Caesar aprieta con fuerza el aparato que sujeta en su mano y camina hacia la ventana más cercana para lanzar por ella el aparato.

La chica se lleva las manos a la boca, hecha un flan. Maldice su propio despiste, los nervios previos a la visita que le impidieron dejar la grabadora en otro lugar que no fuese su chaqueta.

Y todo porque tuvo la esperanza, en el último momento, de que Caesar no sería la persona que todas las señales indicaban que era. Que al ir a su apartamento y preguntarle en persona todas aquellas cosas, él no reaccionaría como finalmente lo hizo.   

—¿De modo que así es como me ves, Regina? —pregunta, regresando hasta ella. Utiliza la mano que antes trató de tenderle para agarrarla por el cuello con fuerza, tentándola contra la pared más cercana—. ¿Ahora soy el enemigo?

—Caesar... suéltame... por favor —gime con dificultad—. N-no lo hagas más difícil...

—Eres tú quien ha escogido el camino equivocado, querida. Viniste buscando guerra y la encontraste —le asegura, acercándose a su rostro, intimidante—. Pero dime, ¿qué esperas que haga contigo ahora?

Las lágrimas resbalan por las empapadas mejillas de la joven, con los ojos entornados por el maquillaje negro que se le ha corrido. Los dedos de Caesar se hunden en el delgado cuello de Regina y cada vez le es más costoso poder hablar y respirar al mismo tiempo.

—Bien... supongo que tendré que elegir yo por ti, una vez más —resuelve, llevándose la mano libre al bolsillo de su chaqueta—. Vamos a tener que...-

De nuevo siendo interrumpidos, oyen el inequívoco sonido de la puerta principal cerrándose de un portazo. Sin tiempo para reaccionar de forma natural y cambiar de posición, Caesar lleva hasta allá su vista. Ve a la recién llegada Jessica, a través del arco que conecta la entrada y aquél pequeño salón donde Regina y él se encuentran.

—¿Pero qué pasa aquí? —logra preguntar ella, atónita ante la escena—. ¿Reggie...?

—¡Cierra la puta puerta, Jess! —le ordena Caesar, sin soltar a Regina—. ¡Entra y no grites!

—¡P-pero...!

—¡Joder, hazlo de una vez!

Jessica se apura en obedecerle y cierra la puerta, nerviosa. Regina ha intentado aprovechar su despiste para pegarle un rodillazo en la entrepierna, pero Caesar consigue apartarse un poco y que el golpe solo alcance su cadera: enfurecido por el osado intento de la chica, le asesta otro guantazo y la deja postrada en el suelo de nuevo.

—¡Caesar, pero qué haces! —intenta saber Jessica, agobiada.

—Estoy rodeado de inútiles, joder... todo tengo que hacerlo yo —se queja entre dientes, acercándose a una cómoda y sacando de uno de sus cajones un pequeño frasco. Regresa junto a una aturdida Regina y se arrodilla a su lado, extrayendo el líquido del recipiente con el inyectable que sacó de su bolsillo. Le quita el aire con un par de toquecitos con la uña en el tubo—. Así no me extraña que me culpéis de todo a mí. Vosotros no hacéis una mierda...

Ante la estupefacta mirada de Jessica, Caesar inyecta la solución en la yugular de Regina, durmiéndola al cabo de unos pocos segundos y cesando por completo su vaivén mareado. Se cerciora de que así es y la recoge en sus brazos, llevándola hasta el sofá y depositando allí su cuerpo inmóvil.

Hinca una rodilla en el suelo y la contempla con expresión apenada, negando con la cabeza. Con delicadeza, le retira el mechón rojizo que le cruza por la cara y siente un doloroso nudo en el pecho.

—Tú has provocado todo esto, Jess —murmura con pesar—. Tú la hiciste desconfiar...

—Pero qué... ¿de qué rayos hablas ahora, Caesar? —Llega hasta él en unas cuantas zancadas—. ¿Qué coño ha pasado?

—Ella vino a por respuestas. Desconfió de mí, por lo que tú le dijiste sobre Sam en la fiesta.

—¿Perdón? ¡Fuiste tú quien me dijo que sería buena idea hacer algún comentario sobre Sam! Dijiste que su reacción podría ayudarnos a saber en qué punto estaba "el otro bando" con la investigación. ¿O es que no te acuerdas de eso?

Caesar guarda silencio. Observa a Regina y por dentro le carcome una sensación de angustia. No recuerda haberle dicho nada de eso a Jessica y sin embargo, suena demasiado a algo que él diría.

Empieza a preocuparle la idea de que los experimentos que él mismo está probando con su propio cuerpo le estén mermando su capacidad mental. Confía ciegamente en su hermana Bárbara, pero ver a su ex-novia allí acostada y con el labio roto por su culpa le hace ver que tal vez esté perdiendo la cabeza por momentos.

«No estoy siendo el hombre astuto y calculador que mi hermana cree que soy», se lamenta en su interior. Apretando con fuerza los puños, se incorpora apoyándose en su rodilla y se queda allí de pie, con los ojos todavía puestos en Regina.

«¿Acaso me queda alguien más a quien decepcionar?».

—¿Es que no me oyes? ¡Te estoy hablando, joder! —le chilla Jessica—. ¡¿Qué coño vamos a hacer?! ¡Como se enteren de esto, nos cortan las piernas!

—Cálmate de una vez. Todo esto nos va a ayudar a dar un paso más.

—¿Que qué...? ¡Déjate de gilipolleces, Caesar! ¡Yo no quiero ir a la cárcel! ¡Me dijiste que tu mierda no me salpicaría!

—Pero resulta que estás en la mierda conmigo desde que aceptaste encubrir todo este asunto. Es un poco tarde para hacerse la inocente.

—¡No! ¡Ni se te ocurra meterme en el mismo saco que a ti, puto psicópata!

Los gritos de Jessica provocan en Caesar una reacción agresiva, cada vez más sobrepasado por la situación a pesar de lo que dice. Se encara a ella y la arrincona contra una pared, pinzando los nervios de la chica después de ver cómo trató a Regina.

—Vas a hacer algo útil por una vez en tu puta vida, ¿me oyes? Y como vuelvas a cagarla, te arrastraré al hoyo conmigo.

—Y-yo no...

—Bajarás a la calle y recuperarás el cacharro que lancé por la ventana. Quiero asegurarme de destruir del todo ese trasto que tiene grabadas mis palabras, ¿me has entendido?

—¿Una... grabadora?

—Sí. Ve a por ella. Ya.

—Pero eso... eso estará roto ya. Es un tercer piso, ¡no habrá sobrevivido a la caída ni de coña!

Caesar golpea la pared con la palma, atenazando a Jessica e interrumpiendo sus excusas.

—¡He dicho que hagas algo útil!

Jessica no logra responder nada. Se escabulle de su arrinconamiento y echa a correr fuera del apartamento, olvidando coger el paraguas.

Mientras baja las escaleras y tras unos cuantos tropiezos por pisar mal con las sandalias, la chica trata de calmarse pero le resulta imposible: le preocupa más la posibilidad de ir a la cárcel que haber sido testigo de cómo su pareja agredía a su mejor amiga, y eso la hace sentir una persona horrible.

Finalmente llega a la calle y se dedica a buscar con mirada zigzagueante y nerviosa la dichosa grabadora. La lluvia le cala hasta los huesos y cada vez siente más tiritones, profiriendo insultos en voz alta y maldiciendo el día en que decidió meterse en el turbio mundo de Caesar.

Se arrodilla en la acera y manosea los baldosines con la esperanza de encontrar lo que busca dentro de los charcos, sin éxito. Termina soltando un grito de frustración y cubriéndose la cara, empezando a faltarle el aire.

—¿Has perdido algo, rapaza?

Conteniendo la respiración en cuanto oye una voz masculina frente a ella, Jessica se destapa la cara y descubre de quién se trata: Aiden Jackson, cubierto por un paraguas negro que apoya sobre su hombro con un deje bastante sereno.

La chica no cae en la cuenta de quién es él en ese momento, por el caos de la situación. Sorbe con la nariz y asiente, incorporándose.

—S-sí, yo... estaba... estaba cerrando la ventana para que no entrase la lluvia en casa, cuando de pronto... se me cayó mi...-

—¿El móvil?

—¡No...! Mi... reproductor de música...

—¿Puede que sea este? —pregunta, mostrándole un pequeño aparato negro. Jessica enseguida identifica como lo que Caesar le pidió—. Estaba paseando y esto me cayó en la cabeza hace un rato...

—¡Sí! Es esto... ¡es esto! —celebra, quitándoselo de las manos a Aiden con urgencia—. M-muchas gracias, de verdad... te lo agradezco mucho, pero... tengo que volver.

—Claro. Me alegro de haber podido ayudarte.

Tragando saliva y con una sonrisa nerviosa en sus labios pintados de azul, Jessica se retira entonces a toda prisa de la escena, regresando al portal de Caesar para reunirse con él.

Aiden, en cambio, permanece allí bajo la lluvia, cubierto por su oscuro paraguas y cambiando su expresión de gentileza a una de seriedad.

«Esta historia es... tan dolorosa».

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