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41. La dama de rojo (Segunda parte)

https://youtu.be/ZcyCQLewj10


—Pero, ¿de qué año es esta música? —se queja de pronto Mike—. ¡Tío, esto es súper viejo!

—¡¿Cómo que "viejo"?! Esto es un CLÁSICO, chaval —rebate convencido Mordecai.

Aún sigue averiguando cómo funciona el karaoke y, al tiempo, se distrae tratando de "ayudar" a los más jóvenes a seleccionar la música de ambiente para la fiesta.

—¡Pero si es "Tainted Love"! ¡No me digas que nunca la has escuchado!

—Eeh...

—¿Soft Cell? —añade, al ver en Mike y en Victoria expresiones de extrañeza total—. Pero bueno, ¿qué clase de música os ponían en casa a vosotros cuando erais pequeños?

—¡Pues música sin telarañas, supongo! —se ríe con impertinencia Mike.

—Ahora tengo miedo de sabé qué e'cuchas tú —bromea entonces Betty, la joven ayudante del Dr. Cameron—. Vicky, cariño, hazme el favó y bú'cate un novio culto, anda.

—Y dale. ¡Que Mike y yo no somos novios, Betty! —corrige con molestia ella—. Además, mi buen gusto no va a cambiar según mi pareja. A mí siempre van a gustarme los Beatles.

Betty simplemente se ríe al ver lo fácil que es chinchar a Victoria. La conoce desde que era pequeña y sigue viendo en ella las mismas reacciones a sus bromas.

—¡Bueno! Esos también son geniales. ¡Tú si que sabes, chica! —afirma Mordecai, señalándole con el índice. Luego se dirige a Mike para decir—: Tú no tanto. Pero tranquilo, que yo compartiré contigo mi buen gusto.

—No sabes qué feliz me hace eso, sí —ironiza él—. Anda, dedícate a enchufar el karaoke...

Cuando Mordecai se gira, Victoria le da un codazo a Mike para hacerle cambiar de actitud.

—¿Al final ha conseguido que funcione ese karaoke, señor Montenegro? —pregunta Regina, que se ausentó momentáneamente de allí para airearse—. Me gustaría cantar una canción...

—¿Eh? ¡Oh, bueno, todavía no! Pero estamos en ello —le asegura—. Y por favor, os lo tengo dicho: llamadme Mordecai, que "sr. Montenegro" me hace sentir viejo.

Victoria y Betty se ríen ante la insistencia de esa frase, algo que contagia un poco de buen humor a Regina.

—Venga, papá, date prisa —le pide Stevie, tirándole de la camisa—. Que la chica quiere cantar...

—¡En ello estoy, hijo! —anuncia, enérgico. A Regina se le enternece el gesto ante las palabras del chiquillo.

—No os preocupéis, que no hay ninguna prisa, de verdad. Solo...-

—Hm... Oye, y ese piano blanco de ahí ¿se puede utilizar? —pregunta entonces Victoria, llevándose un dedo a los labios.

—¿El piano?

—Espera, ¿qué? ¡¿Sabes tocar el piano?! —se extraña Mike.

—Madre mía, ¡si es que no la conoces de ná! —ríe Betty—. Menudo pretendiente.

—Voy a preguntarle a Sebastien —le dice Victoria a Regina, poniéndose ya en marcha—. Tú vas a cantar ¡sí o sí!

—Vaya, yo... ¡Gracias! —se limita a murmurar Regina, aunque la chica ya se ha ido en busca del dueño del piano.

La desconcierta demasiado recibir más amabilidad por parte de desconocidos que por aquellos que ella consideraba amigos tan cercanos.

...

—Entonces, ¿os están yendo bien los entrenamientos, chatín?

—S-sí, la verdad es que van bastante bien —reconoce Dustin—. Incluso he probado a utilizar mi Stigma sin los inhibidores, como me recomendó mi psicólogo. Aunque aún no lo hago por demasiado tiempo.

—¿Y eso por qué? —Por un momento, Keith deja de deambular la mirada por el resto de la sala para mirarle a él, estando a su lado.

—Es que es una sensación un tanto extraña, ¿sabes? E-es como si me desbordase su potencia —le explica, y sacude levemente la cara—. N-no sé, puede que tal vez sólo sea que no estoy acostumbrado a vivir "sin frenos".

—Qué ironía tiene eso que acabas de decir, chato...

—¿Verdad?

Dustin sonríe hacia su amigo, pero ve que Keith permanece un tanto taciturno. Lleva así desde que llegó hasta él y decidió darle algo de conversación, pues le vio asistir acompañado por Grace y ella enseguida se despegó de su lado para interactuar con otros invitados.

Pero Keith ha estado esquivando cualquier pregunta que fuese dirigida hacia su persona y redirigiéndolo hacia temas que tuviesen que ver con Dustin, lo que terminó en otra conversación alrededor del tema de los entrenamientos de Stigma.

Esos a los que Keith lleva semanas sin asistir.

—Oye, Keith... ¿va todo bien? —le pregunta, al cabo de unos segundos. Lo ve remenear su vaso con un leve movimiento de mano, dejando allí su mirada gacha—. Hace tiempo que no nos vemos y hablamos.

—Bueno, tampoco es que tú y yo hayamos tenido nunca conversaciones súper profundas, chatín —intenta bromear, encogiéndose de hombros.

Dustin no sabe qué responder a eso, en un primer momento. No comprende muy bien por qué, pero escucharle decir eso le ha hecho sentir una especie de culpa que no logra identificar aún.

—Tranquilo, que no me pasa nada. Es solo que hoy me encuentro un poco mal, creo que tengo migraña —continúa, llevándose la mano libre a la sien y dejando allí un par de dedos—. He discutido con mi padre antes de venir aquí porque, en fin... No es idiota y esta fiesta la habéis anunciado con altavoces en la ciudad: él sabía que yo iba a venir, aunque no se lo dijera.

—P-pero él te...

—Vamos, que no sé ni qué coño estoy haciendo aquí —añade entre dientes, interrumpiendo sin querer la preocupación de Dustin. Bebe de su vaso tras negar con la cabeza, tratando de espantar de su mente esos pensamientos tan tóxicos, tanto los que dice en voz alta como los que se calla.

Tras unos segundos en silencio, Dustin cree comprender el porqué de su sentimiento de culpa.

—Lo siento mucho, Keith. Yo... S-sé que no es asunto mío, pero...

—Eh, no te rayes, Krausser. Todo va bien con Grace —le corta, dejando sobre una mesa cercana su vaso vacío. Le palmea el hombro, apremiante—. Simplemente a ella le gusta bailar y a mí no. Por eso vamos a nuestro aire.

—¡N-no lo decía por ella!. Yo... Hm...

Keith arquea una ceja y esboza una media sonrisa incrédula.

—¿Ah, no? Espera. No me digas que te estás preocupando de verdad por mí.

Esa pequeña broma hace que Dustin se dé cuenta de algo que ha estado pasando por alto respecto a Keith: todo cuanto ha compartido con él ha sido por interés hacia su querida Grace. Intenta hacer memoria pero no logra recordar ninguna ocasión en la que ellos dos hablasen de otra cosa en profundidad.

Ni siquiera le ha preguntado cómo iban las cosas con su problemático padre en todo este tiempo, y ahora es como si llegase con retraso a preguntar nada.

—Pues... sí. Y me siento idiota por no haberlo hecho antes —le dice, tragándose esa molesta sensación de vergüenza que amenaza con bloquearle. Keith simplemente le mira con perplejidad—. Te pido perdón por eso, Keith.

Él se limita a soltar una pequeña risa contenida.

—Vaya... No sé qué decir. Tampoco es para...-

—P-puede que no haya estado muy atento en los últimos días, o semanas. Pero me gustaría cambiar eso —continúa, volviendo a mirarle a la cara—. Para eso están los amigos, ¿no?

—Eso dicen —sonríe el otro. 

Ambos giran la cara hacia la pista de baile, pero el gesto de Keith se ha vuelto ahora algo más relajado.

La melodiosa voz de Regina ha comenzado a escucharse desde su micrófono con una suave balada, que invita a emparejarse a las pocas personas que se encuentran sobre la pista de baile. Keith alza las cejas con una sonrisa al ver que quien se está tras el piano no es otra que Victoria, a quien hacía años que no oía tocar.

—La verdad... Va a tener cojones que, ahora que tú y yo volvemos a llevarnos bien, ya no vayamos a estudiar en el mismo instituto...

—Victoria me dijo que quiere estudiar aquí también. Para aprender sobre la medicina con Stigmas, como su padre —le cuenta el rubio—. Podrías venirte tú también, ¿no? D-después de todo, no es necesario tener Stigma para ser alumno o profesor. Solo tener ganas de aprender y... de tener la mente abierta.

—La verdad es que no sé ni qué coño haré yo cuando termine de estudiar. Ahora mismo no me motiva absolutamente nada —confiesa con amargura, cruzándose de brazos—. Ni siquiera sé qué mierda se me da bien a mí.

—¿C-cómo que no? ¡Pero si eres buenísimo en tecnología! D-de no ser por tu ayuda, Mike habría repetido de curso hace tiempo...

—Ya, bueno. Por mi ayuda y porque es el hijo del alcalde —rebate, con una risa—. Si es que todos los tontos tienen suerte, me cago en mi vida.

—B-bueno, pero eso es problema de él... Lo que te intentaba decir es que-

—Anda, pero mira qué solita que está —le interrumpe de pronto, con los ojos puestos en la pista de baile frente a ellos.

Dustin frunce el ceño ante el brusco cambio de tema y termina mirando también: ve allí Grace, que ahora baila con una suave oscilación indecisa y una sonrisa bastante melancólica, al ver que hasta los niños bailan emparejados.

—A mí todavía me quedan por probar unos cuantos aperitivos de esta mesa —continúa Keith—. Pero tú podrías ir a bailar con ella. Esa que están cantando es de esas ochenteras que te gustan a ti, ¿no, Krausser?

—P-pero yo...

Sin poder despegar los ojos de Grace y del ligero vaivén de los pliegues en su vestido rojo, Dustin no es capaz de terminar su frase. La canción que Regina está cantando es una balada romántica que él conoce bien y que encaja demasiado con la imagen que se encuentra presenciando: "Lady in red".

Sabiendo la estrecha relación que Regina y Grace han forjado en las últimas semanas debido al trabajo que comparten, Dustin no descarta que la cantante la haya escogido a propósito por ella.

—Anda, ve. Que seguro que te dice que sí —añade—. Así la animas un poco. Que debe de estar pasándolo fatal por no poder beber alcohol en una fiesta. Cosas de tener a su madre vigilándola, chatín.

Dustin mira hacia Keith, una vez consigue separar sus ojos de Grace.

—N-no puedo... tú...

—Vamos, no me seas tonto, Krausser. Solo es un baile y ya te he dicho que yo odio bailar —argumenta con tirantez—. Pero también odio ver con carita de pena a Grace.

Esa última frase que Keith pronuncia es algo que Dustin comparte: vuelve entonces a mirar hacia la chica a través de la pista de baile y se adueñan de él unas enormes ganas de tenerla entre sus brazos.

Suelta el aire de golpe con un corto suspiro.

—¿Crees que ella querría?

—Sólo hay una forma de saberlo.

Ante la mirada de extrañeza de su amigo, Keith le da un pequeño e inesperado empujón en la espalda y lo hace dar un traspié, quedando un par de pasos más adelantado y con cara de conejo en mitad de la carretera: Es en ese momento que ambos ven que la distraída mirada de Grace se ha detenido en ellos, con un gesto de desconcierto al ver a Dustin allí a medio camino entre las mesas y la pista de baile donde ella se encuentra.

Dustin vuelve a mirarla a los ojos y no puede evitar sonreírle, por simple nerviosismo. La pelirroja responde a esa sonrisa con otra y asiente con la cabeza, dedicándole un gesto con la mano que parece sugerir una invitación.

El chico dedica una última mirada fugaz a su amigo Keith, al que ve dar una cabeceada y encogerse de hombros con obviedad. Camina entonces hacia ella, impulsado por la satisfacción de haberle borrado aquel gesto tan desangelado a su chica favorita.

Una vez se queda a solas, Keith se permite aflojar un poco las comisuras y desvanecer su sonrisa, volviendo a su gesto vacío del principio: esa expresión que tanto preocupó a Dustin. Es consciente de que ha sido él mismo quien ha alejado de su lado al motivo de su escasa alegría y que lo ha enviado directo hacia los brazos de Grace.

Gira sobre sí mismo para darles la espalda a los de la pista de baile y fingir que su ocupación es, tal como dijo, probar todos los aperitivos restantes.

—Lo mejor de estas fiestas es la comida —escucha decir de pronto a alguien, cerca de él: frunce el ceño y le mira, molesto al creer que se encontraría solo y nadie le vería más su cara de molestia—. Todo lo demás se lo podrían ahorrar, colega.

—¿Y tú quién coño eres?

—Shane —responde monótono, mientras le pasa la mano por delante para alcanzar un cuenco entero de aperitivos y poder comer sólo él. Keith le dedica una mirada cargada de incordio ante el roce en su brazo—. Pero eh, tranquilo, que no he venido a socializar. Solo a comer.

Keith se queda de cara a la mesa, oyendo al tal Shane masticar despreocupadamente a su lado mientras apoya su trasero en el borde de la mesa.

«¿Qué coño me pasa? Debería estar diciéndole alguna tontería a este tío. Alguna guarrada de las mías... cualquier cosa», se cuestiona, con la respiración pesada. Sus manos apoyadas sobre la mesa se cierran en puños y una fuerte presión se le instala en el pecho, ardiendo de impotencia.

«Pero solo tengo ganas de desaparecer... y de que nadie me toque nunca más».

...

https://youtu.be/tI_DbNltQ6w

—No sabía que te gustase bailar —comenta Grace, una vez el chico llega hasta ella.

—B-bueno, sí... n-no es algo que me disguste —le dice, llevándose ya una mano a la nuca para rascarse, nervioso: es la mano que deja libre la que Grace se permite tomar con la suya—. Mi madre nos... enseñó un poco cuando éramos pequeños, pero... y-ya no me acuerdo demasiado, así que...-

—Tranquilo, es muy fácil —le asegura, todavía con esa sonrisa agradecida que dice sin palabras "Al menos lo estás intentando". Le toma también la otra mano y la lleva con cuidado hacia su cintura—. Yo te iré diciendo, ¿vale?

Dustin apenas es capaz de asentir un poco, sin terminar de creerse lo cerca que están el uno del otro. Tampoco llega a entender por qué hoy Grace parece tan a gusto con esa cercanía.

Comienzan entonces a moverse con lentitud al compás de la canción que Regina está cantando, adaptándose suavemente a pesar de que ya estaba empezada cuando el chico llegó hasta ella. Mientras bailan, Grace va percatándose poco a poco de que Dustin no necesita tantas indicaciones como ambos creyeron en un primer momento: Las manos del chico la sujetan con una firmeza a la que ella no está acostumbrada y los pasos de uno y de otro se van sincronizando de una forma muy natural.

La chica no puede evitar comparar, en su cabeza, esa calma que Dustin le transmite con los habituales temblores de su novio Keith: esboza una media sonrisa al darse cuenta de la ironía que supone que su amigo de la infancia, siempre tan tímido e inseguro ante su presencia, sea ahora mucho más estable que el chico fuerte y seguro de sí mismo que creyó que era Keith.

—Lo haces muy bien —le dice ella en un susurro, absorta en esos pensamientos—. Es gracioso que... sepas moverte tan bien yendo así de despacio. Siempre creí que la lentitud te ponía de los nervios...

—Bueno... supongo que depende de con quién esté —sopesa—. El tiempo es... muy relativo dependiendo de con quién lo pasemos, ¿no?

La pelirroja sonríe ante esa certeza.

—En eso tienes razón.

Se crea un pacífico silencio entre ambos y los enormes ojos verdes de Grace observan fijamente la mirada parda de Dustin. Durante mucho tiempo, Grace se ha sentido incómoda con esa forma de mirarla tan afectuosa que él ha tenido siempre, pero algo en su interior le está empezando a dar un mensaje distinto ahora: su vida ha estado dando tantos bandazos emocionales en los últimos meses que se siente agotada, y cualquier pizca de afecto sincero la calma de un modo que sigue sin saber si se merece.

—Te sienta muy... guay, ese vestido. —Grace se distrae de sus reflexiones al escuchar a Dustin decir esa palabra tan sencilla, que lleva oyéndole decir desde que eran críos cada vez que algo le gusta de forma especial. La chica sonríe, ocultando un leve temblor de nariz.

—Gracias —musita, acercándose a él hasta reposar la cara sobre su pecho. Allí puede percibir que toda la tranquilidad que aparenta Dustin en el exterior no tiene nada que ver con la velocidad de sus latidos, tan acelerados como siempre—. Me... han asesorado bien, para la fiesta.

La dulce voz de Regina continúa meciéndoles al son del piano que Victoria toca de forma tan pulcra. La cantante observa desde su sitio a la pareja bailando abrazada y el sentimiento que imprime en sus notas se enfatiza: siente orgullo por ver que algo de lo que hace da algún fruto.

Regina cree que Grace al fin le está haciendo caso en esos consejos sentimentales que ella le ofrece, entre turno y turno en el Clover's.

—Oye, Hannah Grace —comienza a decirle, sin dejar de moverse con ella—. A ti... ¿te gustaría estudiar con nosotros, aquí?

—¿Volver a estudiar, dices? No sé si es algo para lo que yo sirva —asegura con resignación, manteniendo la mejilla sobre el pecho de él—. En el Clover's me va bastante bien... la verdad es que echaría de menos a Regina si me marchase, ¿sabes?

—B-bueno... yo creo que te iría bien donde tú quisieras estar.

Grace entonces separa un poco la cara de él para poder mirarle de frente de nuevo. Vuelve a tener esa expresión de agradecimiento contenido, que no cree merecer tanta devoción.

—¿Tú querrías que estuviese aquí... contigo?

—Q-qué pregunta... claro que quiero —le dice, sin creerse que cuestione algo así a estas alturas—. Cualquier cosa mejora si estás tú presente.

La chica apena las cejas, aunque no borra su melancólica sonrisa: duda demasiado que esas palabras sean verdad, recordando la cantidad de ocasiones en las que su presencia ha generado malestar en las personas de su alrededor: a su madre, a su hermana pequeña, a Keith... incluso al propio Dustin, que siempre parece resetear y olvidar todos esos malos momentos que ella le provoca.

Ve demasiadas cosas en la forma de mirarla que Dustin le dedica, y no está segura de saber corresponder. Se niega a creer que ella se merezca tanto sin haber hecho nada.

Pero esta noche, Grace se siente especialmente frágil y decide aferrarse a esa sencillez, sabiendo de buena tinta que él jamás le pediría nada a cambio. Que, tal y como el chico le confesó en aquellos mensajes de texto que ahora ni siquiera recuerda, siempre tendría la certeza de que alguien la querría, pese a todo. Incluso si solo necesitase huir y esconderse del resto del mundo en sus brazos por una noche.

Durante el tiempo que durase una canción.

«Ojalá fuera así realmente», se lamenta la chica, volviendo a apoyar la cabeza sobre el pecho de él, ocultando tras esa serena sonrisa su enorme culpabilidad. «Ojalá lograse verme a mí misma con esos ojos con los que tú me ves».

...

Las mansiones Edler se encuentran a las afueras de Schuld City, de modo que allí les afecta menos la contaminación lumínica de la gran ciudad.

Esto ayuda a que el manto de estrellas sea perfectamente visible desde sus balcones, allí donde se encuentran ahora mismo asomados Logan y Elisa, ante uno de los jardines donde han estado entrenando los Stigmas las últimas semanas: el aroma a dama de noche y a jazmín que proviene de ellos impregna la estancia y el reiterado canto de los grillos lo acompaña como cada noche.

—Estas vistas son geniales —aprecia la chica, sin poder despegar los ojos del nocturno cielo veraniego—. Vivir aquí debe de ser una pasada.

—La verdad es que sí. Es un sitio increíble —corrobora él, apoyando los codos sobre la repisa de piedra con la camisa ya arremangada hasta los antebrazos—. A veces pensaba que era un poco solitario, pero en realidad nunca he estado solo. Seb siempre ha estado ahí.

—Parece un buen hombre —considera pacíficamente, bajando los ojos del cielo. Tiene una mano sobre la repisa y la otra toqueteándose la luna de plata que lleva por colgante en su gargantilla—. Se os ve muy unidos. ¿Sabes? Creo que hasta me dais un poquito de envidia.

—¿Envidia, tú? ¿De mí? —Se ríe—. No me hagas reír, anda.

—Hablo en serio. Y... no lo digo por tus mansiones, ni por... esas cosas que seguro que estás cansado de escuchar. Yo no soy esa clase de persona —trata de explicarse, captando la atención de Logan al emplear un tono nada bromista—. Tú y Sebastien... parecéis una familia de verdad. Aunque en realidad sois completamente opuestos, entre vosotros hay algo tan...especial. No sé explicarte en qué lo noto, pero... pienso que el hecho de que puedas ser tan sincero con la persona que cuida de ti es lo más valioso que puede haber en la vida. Y ni siquiera compartís la misma sangre...

—Bueno, es que eso da un poco igual, ¿no? Quiero decir... Lo importante es que a esa persona le importes. Y que quiera cuidarte.

—Justo eso.

Sus miradas claras se cruzan por unos segundos, pero enseguida las desvían al frente, hacia los jardines que se extienden bajo ellos. Logan sigue sin atreverse a preguntar de forma directa a Elisa por qué quiso alejarse del resto de invitados, porque intuye un tipo de situación que no está seguro de saber manejar: hace rato que la corbata le ahoga y todavía no ha dejado de rascarse los dedos entre sí, a pesar de llevarlos vendados.

Es entonces que la chica continúa hablando, con esa voz calmada a la que Logan no está tan acostumbrado a escucharle.

—Mi madre y yo, en cambio... somos como dos desconocidas, ¿sabes? A veces... fingimos que nos entendemos la una a la otra, pero solo se trata de un pulso tras otro. Nuestra relación se resume a un... conjunto de pequeños enfrentamientos, en los que ella siempre termina teniendo la razón. Y, si alguna vez parece que la tengo yo porque los astros se han alineado, como con todo este asunto de la alianza con Sebastien... en realidad resulta que, como siempre, me equivoco y que no es más que un espejismo.

—¿Un espejismo? ¿A qué te refieres?

Elisa da un hondo suspiro.

—A que realmente sigue sin estar segura de todo esto.

—Quieres decir que...

—Que solo está tanteando. Haciéndose la tolerante. Y que ante cualquier cosa que se tuerza a su juicio, dará media vuelta. Me pidió que no dijera nada, pero no he sido capaz. Contigo no —confiesa, desinflada. Logan no responde nada, únicamente se rasca la tirita de la mejilla mientras la escucha—. A veces pienso que en el fondo... ella odia lo que soy. Odia los Stigmas, por mucho que diga lo contrario. Que si nos dejó a Nico y a mí aquí con nuestro padre y se largó a Sant Silvery a trabajar fue para no tener que lidiar con nosotras. Con los problemas que nos suponen el no poder decir qué somos o qué podemos llegar a hacer...

—Pero... no te entiendo, Ellie —musita, tocado al escuchar esas últimas frases—. Nos contaste que tu madre siempre estaba encima de ti, aunque fuese por teléfono, ¿no? Puede que esa sea su forma de cuidar de ti.

—¿Tú crees...?

—Claro. El padre de Dust y de Heather también es un poco seco, pero eso no significa que no les quiera a su manera. Solo es que hay unos padres más distantes que otros, es todo.

—Sí... ya he oído que a su padre tampoco le hacía demasiada gracia que usaran sus poderes, ¿verdad?

—Algo así. Aunque eso ha ido cambiando últimamente. Es decir, son gente mayor, Ellie, hay que darles tiempo para que se adapten —le sugiere con algo de sorna y encogiéndose de hombros—. No podemos pedirles que sean modernos de golpe y que acepten todo lo que les pedimos.

Elisa suelta una pequeña risa por la nariz.

—Tienes razón... Los dinosaurios necesitan su tiempo, ¿no?

—A ver, es que no puedes exigirles tanto. Ten en cuenta que aún estarán lidiando con la lluvia de ceniza. ¡Eso que fue duro! —continúa bromeando, con la sonrisa puesta—. Nuestros problemas son tonterías al lado de lo de su meteorito.

La chica termina riéndose de forma más abierta, sin poder seguir añadiendo más tonterías.

—¡Pero qué cabrón eres...!

—Ey, ¡al menos te he hecho reír! No me importa ser un poco cabrón si así consigo que te rías.

La risa de Elisa se atenúa un poco, sin pararse demasiado a analizar esa afirmación. Lo único en lo que puede pensar ahora mismo es en lo relativos que se vuelven todos sus problemas cuando está cerca de Logan y este se dedica a darle la vuelta a todo.

—Me sabe mal que hayas tenido que pasar por todas esas cosas, Ellie —dice, dejando de apoyar los codos sobre la repisa y dejando únicamente las manos allí—. Ojalá te hubiésemos conocido mucho antes, cuando eras pequeña. De esa forma hubieras podido jugar con nosotros desde siempre, por aquí en las mansiones. Serías una más y nunca habrías tenido que sentirte como un... bicho raro.

Elisa observa en el gesto de Logan una expresión algo más apocada al decir eso último. La chica nota un ligero picor en su nariz, al ser consciente del tiempo que lleva deseando escuchar a alguien decir algo así.

—¿Sabes? Yo no tengo ningún Stigma como Dust o Heather, pero... siempre me he sentido diferente a la gente normal. Como alguien que no encajaba en ningún sitio. Alguien que simplemente estaba en medio de ambos, sin poder decantarse por ninguno. Como si intentase ser especial pero sin ser nada de eso, y lo único que me caracterizase fuese una herencia y un apellido importante que me cayó del cielo.

—A mí me gustas tal y como eres, Logan —declara con aplomo ella—. Por eso me fijé en ti el día que nos conocimos, en los recreativos.

Las palabras de Elisa consiguen un gesto de extrañeza y una sonrisa desubicada en él. Sin entender todavía por qué está tan nervioso por algo que hasta ahora no le había supuesto ningún problema, Logan gira la cara hacia el jardín que se extiende ante ellos.

—¡Venga ya, no mientas! Tu verdadera intención era desbancar mi récord del Pacman —rebate en tono bromista, tratando de esquivar el contacto visual con ella—. Claro, viste que nadie era capaz de bajarme del número uno y entonces tú...-

Al volver sus ojos azules hacia la silenciosa Elisa, Logan ve que continúa observándole, sonriente. Para cuando quiere darse cuenta de que la chica se encuentra algo más cerca que antes, nota el calor de su mano sobre la suya, allí apoyada sobre la repisa de piedra.

—Ellie, tú...

Aunque Elisa deja un par de segundos de margen para permitirle continuar la frase, finalmente termina acortando la escasa distancia entre sus rostros para juntar los labios con los de él.

La inercia del momento les lleva a cerrar los ojos a ambos. Elisa lleva una mano hasta la mejilla de Logan una vez ha quedado claro que el beso robado está siendo correspondido: el chico, en cambio, no sabe ni dónde poner las manos y apenas llega a posarlas superficialmente sobre los hombros de ella, todavía sin creerse lo que está pasando.

Pero un súbito estallido de cristal impactando contra el suelo interrumpe el íntimo momento entre ambos y les hace separarse de un respingo. Tanto Logan como Elisa enseguida dirigen sus miradas al piso inferior, hacia el jardín: allí es donde ven a Felicity dar media vuelta y marcharse a paso ligero por el empedrado, donde los cristales rotos indican que allí dejó caer su vaso.

—¿Esa era... Feli?

—¿Pero qué le pasa ahora? —se queja Elisa, molesta por la interrupción—. ¿Es que nos estaba espiando o qué? Será-

Logan se ha quedado en blanco ante la escena. ¿Acaso Felicity le vio besar a Elisa? Y aunque fuese así, ¿a qué venía esa reacción tan extraña en ella?

Por inercia y sin percatarse de ello, retira su mano del hombro de Elisa, algo que a ella la hace fruncir el ceño.

—No lo sé. Creo que... debería ir a hablar con ella —musita Logan, incapaz de decir otra cosa. Se dispone a abandonar el balcón cuando Elisa le frena físicamente, agarrándole por la muñeca con suavidad.

—Ey, ¿qué es lo que tienes que hablar con ella, exactamente? ¿Acaso le debes alguna explicación?

Ante el silencio y la mirada ausente del chico, Elisa entiende algo que no necesita traducirse en palabras y eso hace que su gesto pase de la extrañeza a la molestia.

—No se trata de dar explicaciones, Ellie. Solo quiero saber qué...-

—Entre vosotros no había nada, ¿no? —interrumpe, tratando de calibrar su tono quebradizo y mostrarse tan firme como le es posible.

—¿Qué? ¡Claro que no...! Yo solo...

—Es decir, era evidente lo pesado que estabas tú siempre con ella, pero... —comienza a decir, interrumpiendo de nuevo—. Yo no llegué a considerarlo algo serio, solo un tonteo unidireccional. Ella nunca dejó de ignorar cualquiera de tus comentarios sobre el tema... y con todo eso, ¿aún quieres ir tras ella cuando tuerce el morro?

—Ellie... eso no es...-

Por más que lo intenta, el chico no logra encontrar las palabras adecuadas. En realidad no sabe ni qué es lo que quiere decir.

Pero Elisa parece necesitar una respuesta clara con demasiada urgencia.

—Creí sentirte a gusto con ese beso —dice ella, tiñendo ahora su voz con desilusión en lugar de irritación—. ¿O en eso... también me equivoqué?

Esa última pregunta consigue que Logan la mire a los ojos, pero en el rostro del chico solo se refleja culpabilidad. La posibilidad de que su querida Felicity haya perdido el temple por su culpa ha empañado demasiado rápido la conversación que Elisa y él acaban de compartir. Esa en la que ella ha dejado ver lo mucho que ha sufrido durante años por culpa de ilusionarse de forma errónea con las personas a las que quería.

—Elisa, yo no...-

—Sí, vale. Lo sé. Olvídalo, ¿quieres? —responde tajantemente, soltando su muñeca con vehemencia y emprendiendo su camino hacia el interior. Echa a andar con la prisa de quien no soportaría que le viesen llorar.

—¡Ellie, espera...! Joder...

...

Es entonces cuando se entrelazan caminos, en el salón principal donde siguen disfrutando de la reunión el resto de invitados, algunos más a gusto que otros.

Felicity se encuentra demasiado afectada como para encontrar enseguida a su madre Rachel, de modo que se ve obligada a recorrer media estancia en su búsqueda, sorteando asistentes con la expresión rota y las mejillas mojadas: algo totalmente inusual en ella.

Para cuando logra dar con la mujer, las palabras le salen empujadas y el agobio crece en cuanto es consciente de la atención que está atrayendo sin desearlo, pues Rachel está en este momento rodeada de otras adultas como Claudia, Teresa e Isabella.

—Nena, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás llorando? Dímelo —le exige su madre con su habitual firmeza, tomándole del hombro. Las otras mujeres la observan con preocupación.

—Solo quiero... solo quiero irme, mamá —trata de decir, con la respiración a trompicones e intentando dar la espalda a cualquiera que no fuese Rachel—. Vámonos, por favor.

—Que me digas qué te pasa, Felicity.

—Mamá, ¿qué ocurre? —pregunta la recién llegada Grace, acompañada de Dustin—. La vimos pasar dando unas zancadas...

—No me pasa nada —espeta con voz ronca la afectada, rehuyendo el rostro de Grace y de Dustin. Es cuando baja la mirada que advierte un amargo detalle: las manos de su hermana Grace y de Dustin permanecen unidas—. Solo quiero irme de aquí.


—No te preocupes, hija. Nos marcharemos ahora mismo —responde Scarlett a Elisa, en cuanto esta llega hasta ella con una cantinela similar a la de Felicity: no obstante, Elisa parece más cabreada que entristecida—. Me temo que aún voy a tener que seguir pensándome esa colaboración con usted, señor Monsang.

El dueño de las mansiones contempla con ojos preocupados a Elisa, pero continúa hablando con la madre de la chica, con quien hace un momento mantenía una conversación bastante seria sobre sus familias.

—Las puegtas seguigán abiegtas, Scarlett —le dice, pronunciando su nombre en lugar del apellido para denotar la confianza—. Si cambiáis de opinión nuevamente...

—Vamos a por tu hermana, Elisa —indica la mujer, mostrando desinterés por la propuesta de Sebastien y alejándose con ella sin más despedida que una fría mirada—. Se ha hecho tarde y la ciudad puede volverse peligrosa a estas horas.

El hombre trata de comprender qué ha podido ocurrir con la chica, observando con atención a lo largo y ancho de la estancia, tan llena de gente. Sus fatigados ojos castaños deambulan por toda la sala en busca de algo que le dé pistas y, tras haberlos posado de forma fugaz sobre algún que otro allegado, finalmente termina fijando la mirada en la amplia escalinata que conduce al piso superior: ve allí a su ahijado, apoyando una mano sobre la baranda de mármol y con un atípico semblante serio.

Antes de que su cabeza pueda darle un sentido a los posibles motivos de esa expresión, las piernas de Sebastien ya se están moviendo hacia el joven, impulsado por una preocupación instintiva.

—Logan, ¿va todo bien?

A pesar de poner la mano sobre su hombro, el chico no parece por la labor de responder. Sus ojos claros siguen puestos en Felicity, quien ahora se encuentra cerca de la salida, junto a su madre y su hermana mayor, despidiéndose de Arnold con educación para marcharse de la fiesta.

—Logan... ¿Ha pasado algo con Elisa? —insiste, en un tono moderado y cercano.

—La culpa es mía, Seb. Yo te lo he jodido todo. Lo siento —termina confesando—. Necesito... estar en mi cuarto, ¿vale? Si preguntan, diles que me ha sentado mal un batido.

Sin añadir nada más, el heredero de los Edler se marcha escaleras arriba, desganado. Deja allí a Sebastien con sus interrogantes, dirigiendo su atención en la dirección que Logan miraba y viendo allí a Arnold y a Claudia, ya despidiéndose de las Cloverfield. 

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