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39. El toque de atención


—¿Entonces no va a venir nadie hoy? —pregunta de nuevo Nicolette a su hermana mayor.

—Eso parece, peque. —Las gotas de lluvia que consiguió invocar se deslizan por su rostro. Baja los brazos a plomo tras haberlos tenido en cruz y suspira, cansada—. Veo que ya no te vale solo con tenerme a mí, ¿eh? Y pensar que yo antes era tu ídolo...

—¡Qué va! Tus poderes son los que más me gustan —asegura la pequeña, balanceando sus piernas de lado a lado, sentada en el borde de la fuente del jardín Edler—. Pero es que cuando está Logan cerca te ríes más.

El honesto comentario de su hermana la hace darse cuenta de ese detalle. Gira la cara a ella y le dedica una sonrisa despreocupada.

—Así que me río más, eh...

«Hasta la renacuaja se ha dado cuenta de que me gusta. Esto se me va de las manos».

—Has mejorado un montón, Ellie —la oye decir de fondo, distraída en sus pensamientos sobre Logan—. ¡Lo de las formitas de agua en la fuente antes no lo hacías!

—¿Lo de... las formitas? —titubea confusa—. ¿De qué hablas, Nico?

Para cuando Elisa dirige su atención a donde la niña le señala, ya no le hace falta que esta le repita lo que dijo: ve ante ella una especie de ave formada por agua emanando de la propia fuente, similar a un colibrí. El pequeño pájaro de agua juguetea cerca de Nicolette cuando la chiquilla trata de alcanzarlo con sus manos, risueña.

—Yo no... lo estoy haciendo —murmura Elisa con desconcierto, sin que su hermana alcance a oírla. Voltea en busca del verdadero autor de aquella demostración, alerta: al hacerlo avista enseguida a un par de mujeres caminando hacia ellas con tranquilidad, una de ellas realizando suaves movimientos con su mano derecha extendida y con un fulgor carmesí emanando de sus ojos—. ¡Eh, vosotras! ¡Quedaos donde estáis!

La chica que movía la mano detiene su movimiento entonces, haciendo que el colibrí de agua se deshaga del todo tras pasar por diversas formas, retornando a la fuente ante la mirada maravillada de la pequeña Nicolette. La mujer que caminaba a su lado también se ha parado con ella y ahora observa a Elisa con una expresión pacífica: sus ojos claros y entornados transmiten paz.

—Disculpad a mi hija Lauren. No queríamos asustaros —les dice la mujer—. Hemos venido a visitar a Sebastien.

—Entiendo —responde al momento Elisa, controlando sus nervios. Por un momento olvidó que no se encuentra en su casa y sólo pudo pensar en proteger a su hermana.

—¡Así que ustedes dos son las hermanas Fitzgerald! —comenta Lauren con un melodioso acento latino. Sus ojos rojizos dejaron de brillar en cuanto detuvo su Stigma—. Las imaginé de otra forma. Pero esos tatuajes se ven muy-

—¿Y quiénes sois vosotras, si puede saberse? —interrumpe con incomodidad ella.

A pesar de la mueca de desagrado de Lauren por el tono de Elisa, la otra mujer permanece sonriente.

—Mi nombre es Ingrid Sophia Bogart. Trabajo en el hospital de Schuld City junto al doctor Fisher y mi hija Lauren es nuestra ayudante. Conocí a tu madre hace algún tiempo y es por esa razón que sé de ti.

—¿Mi...madre? —De pronto Elisa se tensa—. ¿Os envía ella? Se ha enterado de que estoy utilizando mi Stigma y...-

—No tienes que preocuparte por nosotras, cielo —le asegura Ingrid, caminando hasta ella. Lauren llega hasta la fuente y se sienta al lado de Nicolette, de nuevo jugando con el agua—. Como te dije, venimos por Sebastien. Además, ella y yo también poseemos un Stigma, ¿lo ves?

Elisa contempla el entretenimiento que suponen para su hermana pequeña esas acuáticas formas bailarinas que Lauren le enseña. Por un momento se aferra a esa inocencia ella también y la sosegada voz de Ingrid hablándole de fondo le ayuda un poco a relajar la tensión que se formó en sus hombros.

—¿Sabes? Mis otros dos hijos, Shane y Cillian —comienza a contarle—. Ellos también tienen Stigma. Sólo son un poco más mayores que tú.

—¿En serio? Entonces podrían venir a entrenar aquí, con nosotros —propone de pronto la chica, acunada por ese ambiente de confianza que le transmite la mujer—. ¡Cuantos más mejor! Aquí se sentirán como en casa.

Ingrid se mira con su hija Lauren al escuchar ese último comentario, sonriente. Lauren esconde un gesto de incredulidad, todavía entretenida con la niña y sus pajaritos de agua.

—¿No crees que es un poco descarado invitar a alguien a una casa que no es la tuya? —cuestiona Lauren, sarcástica—. No mames, si eres tú la invitada aquí.

—Lauren... esa boca —la corrige su madre, provocando en ella una risa.

Elisa guarda silencio ante esa certeza, molesta por sentirse tan avergonzada por personas que ni siquiera conoce. Aprieta los puños y desvía los ojos hacia el agua de la fuente, de nuevo incómoda.

—Dime, Elisa. —La voz de Ingrid se mantiene tranquila, pero las preguntas que le lanza entonces a la chica hacen que sus músculos vuelvan a tensarse—: ¿Por qué no le has contado todo esto a tu madre? ¿Acaso tus intenciones para con Krausser y Edler no son del todo honestas?

Los ojos de Elisa quedan abiertos de par en par. Los clava en Ingrid y aprieta los dientes de tal manera que es incapaz de responder de inmediato: ese gesto contesta por sí mismo a la mujer, que se cruza de brazos a esperas de una explicación más elaborada por parte de la chica.

—Mi madre no tiene por qué enterarse. Ni usted tiene por qué recriminarme nada —espeta entonces—. Porque tampoco estoy haciendo algo malo. Al contrario...

Ingrid descruza sus brazos con tranquilidad.

—En eso tienes razón, Elisa. Nada en esta vida es "malo" per se...

Elisa se mantiene a la defensiva, incordiada por estar mostrándose vulnerable ante personas desconocidas.

«¿Qué diablos me pasa? ¿Por qué me siento tan frágil últimamente?».

Las figuras acuáticas que Lauren ha estado manipulando durante este rato se han multiplicado y perfeccionado su estética sin que Elisa se percate de ello: no ha reparado en el detalle de que Ingrid lleva unos segundos dirigiendo su mirada hacia la fuente.

—Todo esto es precioso, ¿verdad? —inquiere la mujer, captando de nuevo la atención de Elisa.

La chica queda embelesada ante el espectáculo visual que sus Stigmas estaban consiguiendo con una simple fuente: enormes arcos y lazos danzarines de agua se entrecruzan a su alrededor, sin desperdiciar ni una sola gota en un movimiento que no forme parte ellos. A Elisa se le dibuja una sonrisa de estupefacción al ser testigo de algo tan hermoso, deseando desde lo más profundo de su alma llegar a perfeccionar de tal manera su poder que algún día lograse alcanzar esa maestría, esa belleza.

—Pero... gracias al cielo, todo tiene dos caras —continúa diciendo entonces. El gran arco que se alza sobre Elisa comienza a perder gotas de su "estructura" y caen sobre el rostro de la chica: este pequeño desconcierto la encuentra distraída cuando los lazos de agua se enredan suavemente alrededor de sus muñecas, sus brazos y sus piernas—. Y lo que creímos que nos haría libres, nos puede llegar a condenar a vidas profundamente tristes... si dejamos que el egoísmo nos nuble.

Elisa contempla sus manos "atadas" por esos grilletes de agua y la invade un sentimiento de melancolía. Le viene a la mente su tendencia a huir de todo y todos sumergiéndose en lo más hondo de una piscina y se le atasca en la garganta la posibilidad de que ni siquiera allá pueda huir de sus miedos.

—Por eso debemos ser honestos, con nosotros mismos y con nuestros amigos —la oye decir—. Pero, sobre todo, con nuestra familia.

—Usted no me conoce... No entiende mis razones...

—Las madres sufrimos cuando nuestros hijos sufren —le da como respuesta la doctora Bogart—. Lleven o no nuestra sangre. Es algo que nos acompañará toda nuestra vida.

—No... ¡no sabe nada de mí! ¡Ni de mi madre...! No tiene ningún derecho a meterse en mis asuntos, ¡ninguno!

El agua que envuelve sus extremidades se va diluyendo, recorriendo su cuerpo mientras se aleja de ella y regresa a la fuente de la que emanó. Elisa continúa nerviosa y Nicolette está ahora confusa, pues su pequeño espectáculo no parece hacerle demasiada gracia a su hermana mayor y eso la preocupa.

—Ellie... —titubea la niña. Abandona su asiento y corre hasta ella para abrazarla por la cintura: no conoce otra manera de consolar a su hermana cuando la ve de esa manera.

A Elisa le tiemblan los párpados y las manos, de modo que las afianza sobre Nicolette. Dedica a la doctora una mirada cargada de hostilidad.

—Conozco a los Edler y a ellos se lo debo todo —afirma entonces la mujer, manteniendo su templanza. Lauren también se ha levantado de la fuente y ha acudido hasta colocarse al lado de su madre—. Por esa razón me interesa saber qué tipo de gente se mueve en mi antiguo hogar.

«¿Antiguo hogar?» cuestiona Elisa en su interior, «¿Ella fue otra huérfana...?».

—Dime, Elisa... ¿Eres el tipo de persona que confía en una madre?

El tono de esa pregunta vuelve a estar impregnado de ese tono cálido y confiado del comienzo. Elisa no abandona su actitud a la defensiva ni siquiera cuando empieza a comprender que la doctora Ingrid Bogart sólo trata de ayudarla a ser una más en esa familia.

Una familia en la que ha encontrado a alguien que la hace sonreír más que nadie.

—Espero que nos volvamos a ver pronto, cielo —comienza a decir como despedida, caminando de vuelta hasta la mansión junto a su hija—. Eres una chica maravillosa.

Elisa mantiene el ceño fruncido mientras observa a madre e hija alejarse por el empedrado del jardín. Ve a Lauren girar la cara a ella y guiñarle un ojo, cómplice.

Acaricia el cabello rubio de su hermana pequeña y esta alza el rostro para mirarla, todavía abrazada a su cintura.

—Ellie...

—¿Sí, Nico?

—¿Por qué no se lo podemos contar a mamá? ¿Porque se enfadará con nosotras...?

La chica entonces sonríe de medio lado, apenada por tener que hacer que su hermana pase por estas cosas. Le hace un mimo en la mejilla mientras piensa una buena respuesta que darle. Ni siquiera ella misma lo sabe con certeza, después del discurso sobre el amor familiar que acaban de soltarle.

—No lo sé, Nico. Pero podemos averiguarlo —le dice, tratando de transmitirle calma a la pequeña—. Esta noche hablaremos con ella, ¿de acuerdo?

Los ojos claros de Nicolette se abren del todo, llenos de ilusión.

—¿Vas a decirle que venga aquí con nosotras?

—¿Quieres que venga? Pues le decimos que venga —le asegura la hermana mayor—. Le contaremos todo esto y le pediremos que se quede un poco más, ¿de acuerdo?

—Eres la mejor, Ellie —afirma la niña, estrechándola con fuerza de nuevo.

La expresión de Elisa se enternece ante esas palabras. Aunque no está segura de que su madre acceda a sus peticiones o esté de acuerdo con su proyecto y sus compañías, desea creer en la posibilidad de que todo sea más sencillo de lo que su mente ha pensado hasta ahora.

Todos los integrantes de la pandilla se han comprometido a ser sinceros y a no mantener más secretos con los adultos... así que ella es la única que ha estado faltando a esa promesa.

Arropada por el cálido abrazo de Nicolette, su pequeño sol, Elisa no puede dejar de pensar en que esa extraña vulnerabilidad que tanto nota recientemente se deba a lo que Logan la hace sentir. Un sentimiento que tampoco está del todo segura de qué lo origina: si se trata de sus ansias por descubrir todo ese mundo que Scarlett le ha estado vetando durante años... o si realmente se está enamorando de él.

◇◇◇

Ya es noche profunda en Kerzefield.

Cubierta por una fina sábana, Grace se encuentra acostada en la cama de Keith, de espaldas a él. El chico le pasa un brazo por encima desde su posición, acoplando su barbilla en el hombro de ella.

—¿Estás despierta? —le pregunta con suavidad, encontrando el silencio como respuesta. Prueba a darle un pequeño beso cerca de la oreja y sonríe, convencido de que sólo está fingiendo que duerme, pero Grace continúa sin responderle y respirando de forma pausada.

«Bueno, pues yo tengo una sed que me muero. Vas a tener que quedarte a solas con Twini-Twanda un momento, chatina», piensa mientras se incorpora con cuidado del colchón. Echa un vistazo desde ahí a la pitón que tiene por mascota en un terrario y que ilumina débilmente un rincón de su oscura habitación. Camina hasta allí de la forma más silenciosa que puede.

—Protégela bien en mi ausencia, ¿eh, T.T? —murmura al reptil tras el cristal, dando un toquecito con el índice en él. La serpiente sigue a sus cosas, ajena a las indicaciones de su dueño.

Sonriente, deja estar a su mascota y se dedica a desentumecer el cuello con unos estiramientos leves. Luego repara de nuevo en Grace, asegurándose de que no le interrumpió el sueño con su movimiento. Aprovecha entonces para quitarse la camiseta que lo estaba acalorando y la deja sobre el respaldo de la la silla de escritorio. Gira la cara hacia la mesilla de noche y ve, enterrado entre cómics y mangas varios, una pequeña luz que proviene de su teléfono móvil. Al cogerlo y desbloquearlo comprueba que se trata de unos mensajes de su ex-amigo, Mike.

23:44>Snake Man, todo bien con Cloverfield?

23:46>Oye, siento lo del otro día. Esos tíos son unos idiotas. Aunque yo no me quedo corto...

23:47>Ah... no te preocupes por Vicky. Estuve con ella. Ya está algo mejor.

Keith no puede evitar una sonrisa de amargura al leer esas palabras. Suspira y niega ligeramente con la cabeza ante la bipolaridad de su amigo de la infancia.

«Pobre Mikey. Ya no sabe qué hacer para ganar puntos conmigo...».

Dejando de nuevo el teléfono sobre la mesilla y echando una última mirada a Grace, decide salir de la habitación descalzo para hacer el menor ruido posible y no desvelarla. Deja la puerta entreabierta para que corra un poco el aire y comienza a caminar sin prisas para llegar hasta la cocina.

Es cuando ya ha abierto la puerta que escucha, en la oscuridad de la estancia, el inequívoco tintineo de vidrio contra vidrio. El olor a alcohol inunda toda la habitación.

«Mierda... no había caído en la cuenta».

—Papá... no te oí llegar.

—Joder —masculla Jason, echándole apenas una mirada a su hijo. Cierra sin cuidado la puerta de la nevera y camina hasta la mesa del centro de la cocina. Keith lo ve sentarse y usar el abridor con la botella que acaba de coger, percatándose entonces de que sobre la mesa ya hay unos cuantos botellines más, vacíos.

—¿Va todo bien? —se le ocurre preguntar al chico, por inercia. Se dirige hasta la nevera y alcanza una botella de leche para después acercarse a la encimera y servirse en un vaso.

Jason tarda unos segundos en responder, ocupado en su bebida. Tiempo que Keith aprovecha también para beber, dándole la espalda a su padre y procurando mantenerse calmo: conoce demasiado bien a su padre cuando pasa de los siete botellines.

Pero hoy tiene más reparo que nunca a dar pie a ninguna discusión, porque Grace se encuentra allí también.

—No tan bien como a ti —le oye responder al fin, con voz pastosa.

Keith deja su vaso ya vacío sobre la encimera y se gira a su padre, tenso. Ve al hombre dejar el botellín en la mesa y deslizar sus dedos por el vidrio, ocioso. Su hijo apenas distingue los detalles de su expresión por la falta de luz, pero se sabe de sobra los tipos de tono que suele utilizar cuando lo que se avecina se trata de algo hiriente.

—¿De qué estás hablando, papá? —musita sin querer realmente saber la respuesta.

—De que hace un rato te he oído follar con una tía, por fin. Y yo creyendo que eras maricón...

La mandíbula del chico se tensa. A pesar de lo acostumbrado que está a esa clase de comentarios por parte suya, a Keith le sigue costando calmar los fuertes latidos de su corazón cada vez que se enfrenta a estas situaciones. Se esfuerza una vez más por aparentar entereza y apoya sus manos sobre la encimera, ya encarado a su padre.

—Se llama Grace, papá. Y es una buena chica —matiza con aplomo—. Hoy es la primera vez que la invito a pasar la noche, porque lleva siendo mi novia desde hace más de dos meses y nos queremos.

Ve que el hombre ni siquiera responde ante esa aclaración y que, en su lugar, echa otro trago de la botella. Oculta mal una media sonrisa teñida de burla, que termina torciendo en una mueca de hastío: ese pequeño detalle provoca en Keith una molestia con la que nunca antes había tenido que lidiar, empujándole a hablar de nuevo y descartando su plan inicial de no agitar demasiado el avispero esa noche:

—¿Es que eso también te molesta? Deberías estar contento, ¿no? Tu hijo no es un puto marica. Ya tienes una cosa menos de la que preocuparte.

Jason ladea entonces la cara hacia su hijo, manteniendo esa sonrisa que tanto le crispó. No le hace falta verle los ojos a Keith para saber que los tiene mojados, porque su voz quebradiza le cuenta todo lo que necesita. De pronto el hombre comienza una débil risa, que evoluciona de forma paulatina hasta convertirse en carcajadas dignas del mejor chiste del mundo. Keith se encuentra tan tenso que olvida todo lo que exista fuera de esas cuatro paredes, obviando incluso el hecho de que su novia está en la misma casa y puede haberse despertado con el griterío.

Sin aviso, Jason detiene súbitamente su risotada para dar un fuerte manotazo sobre la mesa. Los botellines vacíos tintinean al temblar unos cerca de otros y Keith deja de respirar por un segundo.

—Claro que me molesta, ¡joder! Todas las mujeres son unas jodidas putas, ¿o es que no has aprendido una mierda en todos estos años?

Al cabo de unos segundos que se le hacen eternos, Keith ve cómo su padre se levanta de su silla de forma ruidosa y camina hasta él. Vuelve a sentir un molesto calor por el pecho que le impide respirar hondo, terriblemente confuso porque ya no es capaz de distinguir si es debido a la rabia o al miedo. Calado por la impotencia, empieza a notar ese familiar mareo que le asalta cada vez que asume que lo que vendrá a continuación será algo más que palabras.

—Esa zorra que te has follado hoy tiene más veneno que tu maldita serpiente, ¡igual que la furcia de tu madre o tu hermana! —le asegura con resentimiento, habiendo llegado hasta él para sujetarle por la mandíbula con una fuerza que no mide—. Y en como no te cubras bien las espaldas, te joderán la vida como me la jodieron a mí. Y acabarás como yo, ¡olvidado en la mierda como un perro! Apuñalado por las personas a las que les diste todo lo que tenías ¡y bebiéndote hasta el agua de los putos floreros!

Keith ha logrado mantener la mirada alejada de él durante todo el tiempo que le ha tenido sometido. Jason afloja entonces el agarre y le da un par de palmadas recias en la mejilla a su hijo, dejándolo estar entre temblores que temían por algo peor: ahora que tiene su rostro a escasos centímetros del suyo sí que puede apreciar el rocío en los ojos verdes del chico, que continúa con la vista clavada en un punto inexacto de la mesa, mordiéndose el labio inferior con tal de retener los tiritones.

—Así que no te esfuerces tanto —añade con desidia. Toma entre sus callosos dedos las chapas de identificación del ejército que Keith lleva siempre colgando del cuello, las que una vez le pertenecieron a él. Chasquea la lengua asqueado, dejándolas caer de nuevo sobre su pecho y saliendo de la habitación, no sin antes recoger su botellín a medio terminar—. Total, ya has visto de qué sirve desvivirse por otras personas...

Los pasos de su padre suenan cada vez más lejanos hasta que desaparecen, tras un sonoro portazo. El pulso de Keith sigue sin calmarse incluso cuando consigue respirar un poco más hondo, agobiado por sentirse tan mal si esta vez ni siquiera llegó a pegarle. Le urge la necesidad de sentarse porque todavía le dura el mareo y se lleva una mano a la boca con tal de acallar un sollozo, siendo consciente entonces del dolor que le recorre por la quijada tras el apretón de Jason. Cierra los ojos con fuerza y se maldice con dureza en su interior, logrando que la ira aplaste por momentos a la tristeza y le permita sentirse menos frágil.

Consigue mantener a raya sus ganas de gritar o golpear aquello que tuviese más cerca, pero le termina costando un buen dolor de cabeza y de garganta por el enorme esfuerzo de represión. Pasados unos minutos, se levanta para ir hasta la encimera y volver a servirse otro vaso de leche, llegando a rellenárselo hasta una vez más.

Agotado física y mentalmente, apoya las manos sobre la repisa de mármol y comienza a respirar de forma menos irregular. No puede dejar de pensar en el daño que le han hecho las palabras de su padre, más que cualquier paliza de las que le haya podido dar en los últimos tres años: le horroriza pensar por un segundo que un puñetazo le habría dolido menos que oírle decir todo aquello.

«Yo no soy él. Yo no voy a terminar como él», se repite una y otra vez, desesperado.

Gira sobre sí mismo y ve allí las botellas vacías, llevándole la contraria a su diálogo interno. Sus pensamientos están todavía embotados pero, al focalizarlos por un momento en el tema del alcoholismo como método de huida para los problemas, termina pensando irremediablemente en Grace: de pronto recuerda que su novia está allí y le necesita para sentirse segura, o eso es de lo que ha intentado auto-convencerse durante todo este tiempo.

Camina entonces fuera de la cocina y se apura en cruzar el pasillo que le lleva hasta su habitación. Durante ese corto trayecto se dedica a pensar en la chica para espantar cualquier otra idea negativa, temeroso de contagiársela a ella y hacerle pasar un mal rato: pero todavía sigue demasiado nervioso y su mente le juega malas pasadas, haciéndole recordar que si invitó esa noche a Grace fue solo para demostrarle aquello de lo que ella tanto dudaba, acostándose juntos por primera vez.

Keith llega hasta su cuarto y se maldice por haber dejado la puerta entreabierta. La abre para entrar y la cierra tras de sí, esta vez del todo. Es cuando se gira que se encuentra a Grace incorporada, sentada al borde de su cama y observándole de vuelta con un gesto entristecido. 

—Grace... lo siento, no quería despertarte —musita el chico con una sonrisa cortada, caminando hasta estar frente a ella. Le acerca la mano a la cara y le retira un mechón tras la oreja, pero Grace no responde nada—. Perdóname, no estuve muy listo dejándote la puerta abierta... mi padre no suele medir su volumen de voz, ¿sabes? Es... es un poco burro, pero no es mala gente... de verdad. Solo es que ha tenido un mal día...

Sin valor para preguntarle a su novia si llegó a escuchar todo lo que Jason dijo, Keith se ve incapaz de seguir diciendo palabras que hasta él mismo duda. Afectado por la mirada tan profunda que Grace le mantiene y que parece leerle cada cosa que no le dice.

Keith se da cuenta de que en realidad lleva acumulando tensión desde que ambos tuvieron su momento íntimo, pues la chica solo manifestó signos de sufrimiento durante el encuentro y, una vez terminaron, ella se mantuvo en silencio hasta ahora.

Como si todavía siguiese enojada por lo que ocurrió hace dos días en la discoteca, con Victoria.

—Grace... por favor, di tú algo —murmura, arrodillándose ante ella. Él tiene una media sonrisa que desentona totalmente con el tono roto de su voz y sus ojos anegados de impotencia—. Si estás callada porque lo he hecho fatal, o porque no he durado una mierda, o porque te he hecho daño... puedes decírmelo —le asegura, rodeando con sus brazos la cintura de la chica: Grace puede sentir el temblor en ellos—. Estoy aquí por ti, puedes hablar conmigo y decirme lo que sea... aunque sea un insulto, no pasa nada. ¡Pero háblame...!

Los enormes ojos de Grace siguen clavados en los de Keith, apenados por entender más de lo que desearía. Ella tampoco se ve capaz de decir con palabras lo que le pasa por la cabeza, ni de confirmarle a su novio que ha escuchado gran parte de lo que su padre le dijo y que, en el fondo, ella le da la razón a ese hombre. No se atreve confesar que realmente no estaba dormida cuando él se lo preguntó, ni que sospeche que solo se acostó con ella para distraerla de sus celos.

Es cuando Keith vence el rostro ante su mutismo que Grace lo toma entre sus finas manos, con una delicadeza que nada tiene que ver con la brusquedad de Jason. La chica le ofrece entonces una sonrisa, pese a que su mirada permanece apesadumbrada, y a él ese gesto le quema por dentro con tal intensidad que lo único que le nace es abrazarla, aferrándose a su cintura.

Grace envuelve con sus brazos la cabeza de Keith y percibe los terribles tiritones que le sacuden el pecho al chico, que no ha podido soportar más la presión y deja al fin salir los sollozos que ha estado reprimiendo tanto tiempo. La pelirroja le acaricia con suavidad el pelo al tiempo que permite que alivie un poco todo lo que carga sobre él. Grace siente por primera vez que ella le es realmente de utilidad a su pareja y no solo al revés.

Desde allí observa el terrario donde la serpiente de Keith permanece encerrada, mientras escucha únicamente el contenido lamento del chico contra su vientre, en medio de tanto silencio y soledad.

«Él está tan roto como yo», asume con pesar, «Por eso me permito amarle».

◇◇◇

A la mañana siguiente, Dustin se decide a tener una conversación directa con sus padres sobre lo que sucedió hace dos días en el apartamento de Caesar y lo que vino después, con Aiden. Aunque ha estado dando por hecho que lo que le contaron aquella noche a Sebastien cuando Logan y él regresaron, Dustin siente la necesidad de hablar a solas con su padre.

Es por eso que se ha dirigido en su moto hasta la empresa familiar situada en Schuld City, el imponente edificio de Krausser Union Wagen: un lugar que él no suele visitar muy a menudo.

Pero por allí le conocen de sobra y no suele hacerle falta ni decir su nombre para que le permitan el paso a las instalaciones. No obstante, pide permiso en recepción para visitar el despacho de su padre, con tal de evitarle alguna interrupción innecesaria: no ha querido llamarle antes por teléfono para anunciarle su llegada para asegurarse una conversación más espontánea, que a Arnold no le diese demasiado tiempo para prepararse ningún guión cuando él llegase.

No obstante, Dustin no se siente tranquilo del todo. Camina con aparente calma por los pasillos del edificio, acompañado por una de las secretarias de su padre hasta el despacho y comentando con ella temas superficiales sobre cómo les va y si tienen mucho trabajo. Pero en su interior no deja de repasar cada momento que ha compartido con él en los últimos dos días.

«No pasa nada. Él siempre está serio. No es que se haya enfadado por nada. Todo sigue en orden».

—... así que ahora están todos los ojos puestos en el proyecto que les inspiraste, ¿no es genial?

Dustin sacude levemente la cara, volviendo a tomar atención a la secretaria que le acompañaba y dándose cuenta de que, además, ya han llegado a su destino: los cristales que dan al interior del despacho de Arnold Krausser están cubiertos por cortinas ahora mismo, pero la puerta se encuentra abierta.

—¿Eh? ¿El proyecto?

—Sí. La motocicleta híbrida. Esa armadura motorizada que tu madre ha ideado.

—Oh, sí. Me acuerdo...

La mujer sonríe y pasa a la sala, colocando una mano en el pomo de la puerta.

—Señor Krausser, ya está aquí su hijo.

—Gracias, Amanda. Que pase.

Sonriente, la secretaria le hace un leve gesto de mano a Dustin invitándole a entrar. Una vez ha pasado al interior ella se despide con educación de ambos y cierra tras de sí.

—No te esperaba, Dustin.

—Y-ya, es que... no lo pensé demasiado. Había quedado con Logan y pasé por aquí, así que...

—Siéntate, anda —le pide, aunque permanece pendiente de la pantalla de su ordenador mientras habla—. Dame un segundo y te atiendo.

—C-claro, no hay prisa... No te habré interrumpido nada, ¿no?

El hombre niega con la cabeza sin más, ahora tecleando con rapidez. Dustin obedece entonces a su padre, tomando asiento frente a aquél extenso escritorio de cristal y metal. Se dedica a observar la estancia en silencio en lo que Arnold termina lo que le tenía ocupado.

«Hacía años que no venía a esta sala. Ahora la veo y me parece mucho más pequeña», se dice para sí, con una pequeña sonrisa desconcertada, «¿Será porque yo he crecido o porque ella ha encogido? Qué tontería, esas cosas no...-».

—Tú dirás, Dustin. ¿Ha ocurrido algo?

La profunda voz de su padre le saca de sus absurdos pensamientos y le encuentra desprevenido.

—¿Eh? ¿Algo? Pues... bueno, en realidad sí, pero...

—He notado que cojeas un poco.

—Ah... ¿en serio?

—De la derecha.

—Ah, eso. Es que... m-me caí de la moto —confiesa al momento, convencido de que él tampoco lo considerará algo grave—. P-pero ya estoy bien. Mi Stigma... ya sabes. Puede regenerar rápido heridas leves, así que...-

—¿Has venido a contarme lo de la carrera?

A Dustin no se le ocurre nada que decir, así que simplemente asiente, al cabo de unos segundos. Ya contaba con que Sebastien hubiese puesto al día a Arnold, pero la permanente actitud seca y arisca de su padre le impide acostumbrarse a su reciente pacto de honestidad: cada vez que habla con él no puede evitar sentirse culpable de ese mal humor constante, porque cree que ni siquiera siendo sincero va a conseguir quitarle ese caparazón de resentimiento.

—¿Sebastien te lo contó?

—Sí. Pero ya estaba al tanto antes de que ocurriese —revela el hombre, calmo. Entrelaza sus dedos por encima del escritorio, apoyando los codos sobre él—. Ese tal Aiden Jackson vino a verme.

—¿C-cómo...? ¿Él vino a verte?

—Me pidió permiso para ayudarte. Tuvo que explicarme que podría implicar cierto riesgo, pero que no permitiría que te ocurriese nada malo. Está claro que no salió tan bien como prometió.

—N-no, es decir... No pasó nada. S-solo...-

Recordar aquel momento tan confuso le paraliza e impide continuar. Todavía hoy sigue sin entender qué pasó exactamente, por qué su moto dio aquella sacudida tan extraña si él no hizo nada.

—¿Te ayudó a recordar?

—...S-sí —responde al cabo de unos segundos, convencido.

—Bien. Eso es lo importante, entonces. Le perdonaré la demanda que le estaba preparando.

—¿D-demanda?

—Ahora necesito hablarte de otro tema, Dustin —interrumpe sin alterarse, restándole importancia al asunto de Aiden ahora que ya ha averiguado lo que le interesa.

—¿S-sobre qué...?

Segundos después de que Dustin haga su pregunta, aparece por la puerta del despacho su madre Claudia.

—¡Ya estoy aquí! Disculpad, me he entretenido un poco —se excusa la mujer, caminando hasta su hijo y dándole un beso en la mejilla como saludo—. ¿Cómo va, cielo?

—B-bien, mamá. He venido por...

—Ha venido a contarnos la razón de su cojera —se adelanta en explicar Arnold, provocando una divertida expresión de sorpresa en su mujer—. Sólo le ha costado dos días decidirse.

—Vaya, eso es maravilloso.

—L-lo siento... no me pareció tan grave como para preocuparos a lo tonto...

—Estoy de acuerdo en eso. Hay cosas que nos preocupan más —asegura el hombre—. Pero no nos las estás contando y quiero saber por qué.

Dustin frunce el ceño, sin entender de qué le está hablando. Mira a su madre en busca de una explicación más clara, allí a un lado del escritorio: ve en ella un gesto algo más neutro que el que tenía segundos atrás.

—N-no sé a qué te refieres, papá.

—Me refiero a lo de exhibir tu Stigma en público con Elisa Fitzgerald.

—¿Qué? No, eso no es cierto —corrige al momento—. Hemos estado entrenando los dones en la mansión, como os dijimos. Pero no hemos mostrado nada en público, papá.

—Sabes que está prohibido, Dustin.

—¡C-claro que lo sé! Por eso no los usamos fuera de la mansión. N-no nos hemos expuesto.

—Entiendo. —El hombre emite un pequeño suspiro, todavía con sus manos entrelazadas—. Así que el alcalde me ha contado una mentira.

—¿El... alcalde?

Arnold se reclina en su asiento, reorganizando sus ideas para transmitirlas de la mejor manera a su esposa e hijo. Ambos le miran con extrañeza, pues Claudia tampoco sabía nada todavía del asunto y ahora comprende por qué su marido la ha hecho venir.

—A primera hora de la mañana recibí una llamada del alcalde Hill.

«El alcalde Hill... el padre de Mike», piensa para sí Dustin, creyendo que esa conexión no augura nada bueno.

—Hablamos largo y tendido sobre varios temas. Hacía mucho que no conversábamos —les explica, retirando las manos del escritorio y apoyando ahora los codos sobre los reposabrazos—. Me preguntó si ya había pensado qué hacer con nuestros hijos, comentándome lo mucho que sentía su expulsión del instituto de Kerzefield —prosigue, mirando a su mujer. Claudia mantiene una expresión de contrariedad no muy habitual en ella.

—¿Heather también está expulsada? —salta de pronto Dustin—. ¿P-por qué? ¡Ella no hizo nada...!

—Eso mismo le comenté. Tuve que guardar las formas, pero reconozco que no me fue sencillo. No comprendía por qué tuve que enterarme por él y no por el centro, así que se lo pregunté directamente.

—¿Y qué te dijo?

—Me aseguró que ambos suponían un peligro al que no estaban dispuestos a arriesgarse más tiempo. Y mucho menos después del chivatazo sobre la exhibición de dones en lugares públicos, siendo utilizados para amenazar a personas sin Stigma.

—E-eso es una locura —espeta su hijo—. Ninguno de nosotros ha hecho tal cosa.

—¿Llegó a decirte de dónde sacó esa información? —inquiere Claudia a su marido, seria.

—Se limitó a asegurar que su fuente era "la más fiable de todas". Que la persona que sufrió esas amenazas estaba convencida de que usasteis vuestros Stigmas para promover una pelea en una discoteca de Schuld City, hará unos tres días.

«Hace tres días... en una discoteca... el alcalde Hill...».

Todos esos datos resuenan en la cabeza de Dustin intentando darle un sentido al conectarlas unos con otros. Pero lo único que logra relacionar a todo eso es que hace tres días, su chica favorita salió de fiesta a las discotecas con Elisa Fitzgerald para celebrar su cumpleaños. Y de esa noche él no tiene ninguna noticia.

—No os preocupéis. Volveré a hablar con él para resolver este malentendido —les dice entonces Arnold—. Porque quiero pensar que solo se trate de eso.

—¿De qué otra cosa podría tratarse? —cuestiona su mujer, a pesar de hacerse ya una idea de a qué se puede estar refiriendo.

—Sebastien lleva un tiempo preparando algo grande. Pero hace solo unos días que le habló sobre ello al alcalde Hill, por temas de permisos legales y demás. Y apostaría a que lo que hablaron propició todo este asunto de la llamada para hablarme sobre la expulsión. Este chivatazo le ha venido de perlas y en el momento ideal para reforzar su mentalidad desfasada...

—Ya veo. Así que al final se ha decidido, ¿eh? —comenta Claudia, con un tono más relajado y acorde a su persona.

Dustin observa a uno y a otra, confuso. No entiende de qué están hablando: su falta de puntualidad la noche que Logan y él regresaron de visitar a Caesar les costó enterarse a medias de la gran noticia que Sebastien les contó a Heather y a Felicity.

Él y su mejor amigo apenas sabían que el padre adoptivo de Logan planeaba hacer algo en las mansiones, algo que su proyecto de entrenamiento de Stigmas inspiró.

—¿Decidirse a qué? —pregunta igualmente el chico, buscando una explicación más amplia.

—Sebastien quiere dirigir una academia de Stigmas en la mansión secundaria —le explica su madre, sonriente—. Y allí es donde podréis estudiar tu hermana y tú, junto con todo aquél que prefiera unos conocimientos más amplios sobre esta ciencia.

—Pero no va a ser algo sencillo —asegura Arnold, a pesar de la cara de ilusión que se le ha quedado a su hijo ante la noticia—. Esta ciudad continúa sin ver con buenos ojos a las personas con Stigma, es inútil hacer entender a todos que los errores del pasado pertenecen al pasado, lo suficiente para enseñarnos a no repetirlos.

—No es necesario hacérselo entender a todos —afirma Claudia, convencida—. Basta con unas pocas personas que sepan demostrarlo.

—Yo creo que es una idea genial —comienza a decir Dustin—. Además, s-si se oponen al proyecto o le ponen trabas... podríamos utilizar mi expulsión como argumento válido.

—¿A qué te refieres, hijo? —inquiere Arnold, interesado.

—Q-quiero decir que... la academia y nuestros entrenamientos buscan precisamente conocer los Stigmas, aprender a manejarlos y controlarlos, ¿no? Entonces ellos serían los más interesados en tenernos bajo control, en un lugar exclusivo para la gente potencialmente peligrosa. Ya n-no podrían lamentarse por tener que mezclarnos con la gente normal...

—La gente con Stigma tiene tanto derecho a una formación como el resto —añade Claudia—. Si el motivo de una expulsión es el uso inadecuado de un Stigma, lo procedente es poner los medios necesarios para educar a la persona en base a su error.

—Estoy seguro de que Sebastien ya contaba con esa baza —comenta Arnold, algo más relajado. Dustin se alegra de ver ese pequeño gesto en él—. De todos modos, va a ser un proceso largo y laborioso. Puede que incluso cuando logre ponerla en marcha sigan surgiendo algunos contratiempos... a esta ciudad le cuesta desprenderse de sus malos recuerdos —asevera, apoyando de nuevo los brazos sobre el escritorio. Suspira—. Pero... creo que esto es algo que todos necesitamos con urgencia.

—Nosotros os ayudaremos —le asegura entonces su hijo, manteniendo su actitud convencida. Ve a su padre mirarle de vuelta con una media sonrisa que agradece demasiado, conociendo bien la apatía habitual del hombre—. También haremos esto juntos, papá.

—Te lo agradezco, hijo. 

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